Por Marcelo Ramírez Ramírez
Novela sobre políticos y sobre política, la obra de Alfredo Bielma es un eslabón más en su larga trayectoria de escritor que inicia en su juventud. El autor, originario de Juan Díaz Covarrubias, ha sabido alternar, para mostrar mejor el rostro de nuestra vida pública, las herramientas de las ciencias sociales, con los recursos de la literatura, que inciden en lo que podemos llamar el lado existencial de la política. Al procesar sus vivencias en ese mundo donde afloran los instintos más primarios, que es el mundo de la lucha por el poder y la cercanía con quienes lo detentan, nuestro autor puede expresar su propia verdad, sin pretender hablar desde una visión objetiva e inapelable. Alfredo Bielma nos acerca a la realidad proteica de la política y nos invita a verla en lo que tiene de más humano; los resortes que explican la acción quedan al descubierto.
Mientras el análisis objetivo pone en primer plano los factores determinantes del juego político, como son los intereses económicos y muy secundariamente se ocupa de los actores, la forma literaria, la novela en este caso, permite el acceso a la dimensión personal de esos actores, cuya pasta es la de cualquier ser humano, con sus debilidades, sueños, esperanzas, anhelos y ambiciones. De esta manera aporta una perspectiva existencial que complementa el análisis teórico. ¿Qué pasa por la mente de quien participa en el juego del poder? ¿Cómo se ve a sí mismo y cómo ve a los demás? ¿Cuál considera que es el fin último del poder? Tales preguntas y otras parecidas no pueden contestarse sino en relación a los personajes que hacen de la política el objetivo central de sus vidas. Esos personajes según su talante moral, sus inclinaciones, su educación, sus experiencias vitales, darán forma a un estilo de hacer política. Si por una coincidencia afortunada se encuentran varios individuos capaces de interpretar las necesidades latentes en el mundo social, entonces surgen generaciones extraordinarias promotoras del cambio, como lo fue la generación de La Reforma en México. Eso sin embargo, rara vez sucede. Cuando se ha gozado de cierto período de estabilidad, la práctica política se anquilosa, se vicia; existe una especie de recetario para la solución de los conflictos, dedicándose el político a su aprendizaje y aplicación. Los viejos enseñan a los jóvenes y así se perpetúa una práctica que va perdiendo su eficacia sin que lo perciban sus cultivadores, porque antes se había perdido ya el espíritu de la autocritica. Justo esto fue lo que sucedió en los últimos años de la hegemonía priísta, con su lenguaje, sus esquemas y sus rituales, que identificamos en la novela El Resplandor del Poder. En ese momento captado por Alfredo Bielma, en que la política ha olvidado los ideales de la revolución y es vivida como simple medio para alcanzar una existencia regalada, el resplandor del poder enceguece; el individuo queda atrapado y finalmente es destruido como ser humano, aún cuando no alcance a percibirlo. Eso acontece con César quien traiciona sus promesas olvidándose de su familia; César gana el mundo a costa de su alma. Este es un drama muy antiguo, lo cual nos habla de su verdad y su vigencia. Bielma lo trata una vez más, mostrando el carácter ilusorio del poder cuando éste sirve únicamente a la ambición egoísta. La pequeñez humana de César y de quien llega a convertirse en su principal colaborador, se revela conforme uno va leyendo el texto. Personalmente creo que Alfredo Bielma hace su relato con sentido crítico, pues si bien describe hechos y circunstancias con lenguaje neutral, los momentos decisivos de la novela responden al propósito de poner al descubierto la manipulación, el frio cálculo con el que proceden los políticos cuando están bajo los efectos del resplandor del poder. Uno de esos momentos se da cuando César, recién egresado de la universidad, pasa horas y horas esperando en la antesala de un funcionario a quien creía su amigo para solicitarle trabajo. Desairado y humillado, tomará venganza tiempo después al ayudar a ese pseudo amigo, integrándolo a su equipo de trabajo aquí, en su estado, en donde ha obtenido una buena posición. En esta venganza retorcida vemos la clase de relaciones que se dan a la sombra del poder, las cuales, obviamente, se fundan en el interés mutuo y la connivencia, no en el reconocimiento del otro. ¿Cómo no van a ser comunes las traiciones, si el compromiso es sólo exterior? La política aparece como un juego de apariencias. Por eso aunque Alfredo Bielma descarte la actitud moralizante, la novela deja la impresión de que la política debería ser otra cosa distinta de lo que es. El contraste implícito en la novela entre el realismo crudo y un objetivo más elevado, tal vez se explique porque Bielma, nacido en 1940, estuvo en la universidad en una etapa en que todavía estaba vivo el sueño utópico de un mundo mejor. La utopía es el horizonte en el cual se recorta la figura de la política actual.
Personajes y situaciones de la política estatal de los últimos decenios del siglo XX, coincidentes con el declive del priísmo y el ascenso de la tecnocracia, ocupan la atención de Alfredo Bielma, quien logra recrear un escenario que conoció muy bien durante sus años de participación en la vida pública de Veracruz, en los regímenes de los licenciados Rafael Murillo Vidal y Rafael Hernández Ochoa y del economista Agustín Acosta Lagunes.
Quien haya conocido de cerca la vida pública de Veracruz durante esos dieciocho años, podrá identificar a los personajes principales de la novela. Fuera de la satisfacción que eso le provoque, lo verdaderamente importante de leer a Alfredo Bielma, es conocer un testimonio honrado y confiable sobre lo que ocurre muy a menudo con los políticos que viven alucinados por el resplandor del poder.
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