domingo, 7 de julio de 2013

Editorial


 

El arte del bien pensar y bien hacer


Para cuando circule la mayor parte de la edición impresa de Tlanestli los ciudadanos veracruzanos habrán emitido su voto. La aspiración, casi generalizada, respecto al proceso electoral, es que de principio a fin haya legalidad y transparencia, y sin embargo lamentablemente a través de los medios se ha difundido diferentes anomalías, contra las que pudiese ejercerse la normatividad correspondiente, pero al no aplicarse, la legitimidad continúa en entredicho, reflejándose de diversas formas, desde el abstencionismo hasta el voto de castigo.

Finalmente con todas esas irregularidades se determinará un resultado –nuevamente impugnaciones, escándalos mediáticos, etc.- pese a eso, quienes resulten triunfadores –según las urnas- entrarán en funciones en el corto plazo.

Héctor Aguilar Camín refería que Jesús Reyes Heroles se caracterizaba por lograr una mezcla del bien pensar y el bien hacer y es precisamente eso el reclamo ciudadano: ver cumplidas las promesas de campaña.

Para el caso de la capital del Estado de Veracruz, tanto propuesta partidista como necesidades sociales coinciden: atender la problemática donde destacan la inseguridad, transparencia en el uso y aplicación de recursos públicos, vialidad, salud, educación, basura… Esto se ha repetido hasta el hastío y el escepticismo de los electores.

El gasto –deseable fuese inversión- en el proceso electoral, resulta sumamente oneroso, a pesar de la pretensión de alcanzar la democracia moderna. Si bien una democracia legítima creará las condiciones para abatir la pobreza extrema, por citar un rubro prioritario, los gastos de campaña, en una sociedad pobre, no se justifican.

Nuevamente la ciudadanía alberga la esperanza de que el discurso sea traducido a las acciones. Todavía hay la certeza de la vigencia, o si se quiere, la necesidad de volver a la tesis del ilustre político tuxpeño: el político debe garantizar su presencia con un buen pensamiento y una buena acción.

Expresiones



Mtro. Marcelo Ramírez Ramírez
Presente
Agradezco de manera muy especial la distinción por el artículo publicado en el medio informativo Tlanestli “Amanecer”, con motivo del evento “Un viaje por la Huasteca Veracruzana”, mismo que con su singular  estilo educativo-cultural, queda plasmado en líneas de importancia  de difundir y preservar nuestra cultura veracruzana: como es el caso de la Huasteca.
En nombre todos los que participamos para que se llevara a cabo dicho evento le agradecemos la deferencia.
Expreso a usted mi respeto y consideración.
Atentamente
Lic. Serafín Hernández Sagaón

 
Gracias por su completa investigación. Un motivo más para amar a la bella Xalapa, conociendo su pasado y comprendiendo su presente. ¡Buen trabajo¡ en LA ATENAS VERACRUZANA.Un acercamiento al estudio de Xalapa como “ciudad cultural” 194(0-1956)
Lic. Virginia Rodríguez de Vásquez
 

Espacio

reservado

para

nuestros

lectores

Murmullo interno


 

Silvestre Manuel Hernández

Investigador de Ciencias Sociales y Humanidades,

Universidad Autónoma Metropolitana,

Unidad Azcapotzalco, Ciudad de México

silmanhermor@hotmail.com

 

Karla, Karla, cómo es que has llegado a este punto. Me he preguntado, sin saber qué responderme. Pero sí sé que la confesión alberga mucho encono contra la vida; cuando uno la hace es como si devolviera al tiempo esa parte de añoranza no alcanzada, es como si uno quisiera purificar su alma a base de exteriorizaciones verbales, pero en cada una de ellas se cometiera una indignidad mayor al hecho mismo de sentirla. Porque, con el tiempo, el vacío llega a uno y las cosas toman otro tinte; y en él, los recuerdos, el presente, los deseos gritan su presencia y se apoderan de nosotros. Y sólo ahí, solamente así, es cuando reparamos en la historia personal, en lo que va quedando en la estela del olvido.

     No sé si algo de ello trascienda lo individual, la miseria humana, las ansias de ser, el desencanto, las secuelas lógicas de la nada. Sí sé de la ausencia de la alegría, de los días desventurados, del error de los anhelos; del camino trazado y de lo que habría de soportar.

     En algunos momentos tuve la valentía de mandar todo al diablo, de intentar bordear el destino y hacer lo que me gustaba, o más que gustarme, me daba un poco de ánimos para sobrellevar la existencia. Si fue una distracción o un pretexto para no afrontar el origen del problema, fuera de mis manos, valió la pena, su finalidad tácita se cumplió, porque estoy aquí, dando testimonio de lo sucedido, aunque en el fondo no haya un sentido.

     Algunas cosas me permitieron sostenerme en pie, como el cariño de un ser querido o algunos regalos de la vida, pero ni aún así supe ni sé cuál es el objetivo de tales hechos. Nunca he sabido cuál es el fin de mi vida: si es que hay alguno. De vez en cuando me interrogo, cuando dejan de pasar las cosas que tienen que pasar, que tienen que pasar, pero no hay respuesta, las palabras se niegan a salir de ahí en donde están, de esa parte de mi cuerpo que con ansia y desesperación me pone ante mí misma, vacía, sin nada qué decirme, sólo sufriendo eso inefable. Alguna vez llegué a escuchar una especie de queja, y al principio creí que era mi voz, o eso que el sentimiento impulsa hacia afuera, que transforma en palabras, cuando se cree entender su significado, pero no era mi voz. También escuchaba mis pasos, mis ruidos por el mundo, mi desvanecimiento a cada segundo y en cada espacio donde las cosas eran por no ser y donde yo me cosificaba en algo movible con cierto grado de conciencia, inservible, más allá de ayudar a darme cuenta de mi intrascendencia, mas los pasos ya no eran míos. Lo interno y lo externo era una sola cosa, un oscilar continuo, un anegamiento de tiempo vivido y perdido, un grito desde el recuerdo opacado en el ahora, pero con el temple suficiente, siempre callado, para torturarme en el futuro, en esa presentificación distendida cuyo significado se extraviaba en lo lejano del vivir y en una autorreferencia cuyo sentido consiste en anularse. Pero no, la queja, o lo que haya sido, tenía otro alcance, imperceptible para mi por cualquier medio. Ahora me doy cuenta y acepto mis limitantes. Todavía suelo escuchar el ruido, y creo que tal vez toda queja no sea otra cosa que miedo a guardar silencio y dejar las cosas como están, abandonarse a ellas, miedo a la separación, al señalamiento, a la aceptación de la culpa.

      Por todo eso, hoy quise hacer algo distinto, cambiar mi actitud ante lo inmediato, ante el porvenir certero. Hoy quise ver a través del viento y del tiempo. Ver por encima de esa gente que pasa, que se esconde que huye que muere que grita que se lamenta, que ríe que pide, que da paso a paso un poco de su muerte, que brinda algo de lo que le queda en los sesos lo mucho que conserva en los huesos sin pedir un instante de vida, sin vivir un instante de aliento sin llorar un poquito de tiempo. Ver cómo cae la lluvia cómo cae la vida cómo moja los techos cómo lava la vida, y sentir en cada fibra de mi antiguo de mi nuevo de mi eterno de mi pobre cuerpo, el retumbar de los golpes del suelo de los truenos del cielo de los gritos de anhelo, sin ver que no somos vistos ni oídos ni llamados, que... Que sólo somos ignorados desgraciados.

      Hoy quise ver el interior de nuestra alma, el interior del interior que no tiene interior, ni olor ni sabor ni color ni pasión ni creencia ni deseo ni fe ni recuerdo, que sólo tiene la vana ilusión de cambiar con la vida, de transformarse, de burlar lo predispuesto, el orden natural de las cosas, para contemplar a los demás, aquí, allí, ahí, impávidos, arrojados al azar, viendo cómo ruedan los cambios, cómo no avanzan los hombres, cómo no cesan los ciclos: ¡cómo no muero en los cambios!

     Hoy no quise morir ni sufrir ni reír, hoy quise superar esta situación, saber que vale la pena vivir, agarrarme a cualquier ilusión y decir que eso es lo que me sostiene en la vida. Hoy quise llorar, llorar hasta quedar vacía, hasta que se me secara el maldito espíritu y echar fuera todo el agrio sentimiento de regresar a ti y a mí y encontrar lo único encontrable de esta vida, lo en sí, lo regocijable de los demás, de sí, de ti, de mí: la extinción permanente.  Hoy quise hacerme a la idea de que no hay desgracias en mi vida, ni frustraciones ni cosas más reales a mi imaginación o al sueño despierto o a lo que acaba mientras lo digo o lo siento o lo libero. Hoy quise tantas cosas, sin pecado sin felicidad sin haberte visto llorar y no saber qué hacer ni qué decir ante lo humano que se te escapaba por los ojos por los gestos por los poros por el llanto, yo ya no quise soñar ni acusar ni rezar, ni tocar tus manos buscando salida, arañando la vida; hoy sólo quise mirar lo eterno, la sutileza de la nada, la divinidad del mecanismo vacuo del ser humano.

      Ya sólo pretendo escuchar mi memoria, sea cual sea su reclamo, así se trate de una censura por tomar la decisión primera, única, antes del acto libre, del cancelamiento de todo preguntar. Quiero atender sus indicaciones, desde la ingenuidad, la malicia, la perversidad, la nobleza, lo trasparente, lo puro, lo humano, la queja y el reclamo, la búsqueda incesante fuera de mí, nunca satisfecha por no regresar la mirada a cada uno de mis miembros, de las cosas en donde me esparcí.

       Pero no, hoy sólo es un día más, independiente de cualquier voluntad. Por eso nada debo de justificarme ni explicar a nadie, las cosas simplemente sucedieron así, sin tomar en consideración mi sentir o mi arbitrio. Cuando me di cuenta lo inevitable estaba a mi lado, y al intentar reconstruir los hechos, una y más veces caigo en lo mismo: para qué tantas preguntas habituales. Sé de mi abuso con tanta interrogación, reconozco mi desperdicio de vida,  acepto mi inutilidad, y sin embargo sigo aquí, entre los recuerdos, los días, el ayer; sé del costo tan alto de todo esto, pero no sé quién lo cobrará: la carga del pecado la llevo a cuestas. Mas no sé qué cosa es el pecado, los conceptos y las ideas son ilimitados, inabarcables, cuando intento ver más allá de la vana definición religiosa o existencial, de eso que de niña me dijeron; no me satisfacen las explicaciones generales, en este y otros aspectos, por muy doctas que sean. Esto es la causa de mi pérdida en el monólogo.

      Los diálogos internos muy pocas veces me han servido de algo, ni siquiera al desahogo verdadero llegan. Nunca he podido sacar todo lo que me lastima, hasta en eso he fracasado. Las palabras han sido designificadas para vaciar mi sentir, como si éste sobrepasara cualquier descripción verbal. El anudamiento sigue ahí, creciendo y determinando mi existir a base de perturbaciones, imposibilitándome para deshacerme del daño. Cada día me convenzo más de mi hermandad con la nada. Entonces la búsqueda deviene algo irracional, y caigo de manera abrupta en el terreno de la especulación, de las figuraciones. Por eso, todo será silencio, descanso. No más imaginaciones, no más sueños. Ojalá no más sueños, no más viajes por esa realidad, no más desengaños al despertar. Siempre el deslizarme a otro mundo me causa dolor. El contacto con lo externo y cercano a mí no me dice nada, me resulta problemático, me deprime, me conduce a un estado de autismo, de indefinición para los otros, de ser – para – mí.

      Alguna vez llegué a pensar en el sueño como una forma de escaparme de lo cotidiano, y esperaba con agrado la oscuridad, el silencio, el ulular de los fantasmas y las penas; anhelaba vehementemente perderme entre esos seres etéreos, perfectos en su irrealidad e inmaterialidad, impalpables con las moléculas del aire o el tacto humano, insensibles ante cualquier muestra de llanto o pesar, impenetrables e indestructibles para la mirada y el deseo del soñador, atemporales, niños, jóvenes y viejos a la vez, inconscientes y des-esperanzados de la vida, libres y autónomos, indiferentes ante las mutaciones humanas. Pero todo fue en vano, las sentencias, los odios, las súplicas, y el lugar en donde me encontraba me arrojaban de golpe a la realidad, a la inmediatez e intrascendencia, a los problemas propios de sentirme cuerpo, apariencia, capital simbólico, negación antes de ser comprendida, discurso y nombramiento del otro, jerarquía des–jerarquizada por la materialización del lenguaje: realidad aparte dentro de la realidad definida y aceptada.

      Sí, pensé y deseé tantas cosas. Seguramente mis anhelos no se realizaron porque yo estaba en otro contexto, hablando y comprendiendo los hechos desde otro espacio y otro tiempo, mientras los acontecimientos seguían su curso. Pero... ¿acaso vale la pena seguir comentando? Tal vez baste un suspiro, no me queda otra opción, con él digo todo y nada a la vez, sólo puedo sentirlo, lo demás no importa, las palabras son irrelevantes, huecas, ajenas a la experiencia interna. Lo incomunicable y esencial del suspiro excede el pensamiento y las preguntas, y así está bien, no hay por qué quitarle su nobleza.

      Siempre quise tener a mi favor las condiciones de la vida, fuera cual fuera mi ámbito de acción. No fue posible. Hasta la compañía sentimental y amorosa me fue negada. Mi retribución fue dañarme moralmente y perderme el respeto como persona. El apetito sexual lo fue extinguiendo el desengaño. Todo a mi alrededor estaba violentado en su esencia, enajenado por seres o fuerzas inexplicables, desnudamente crudas. Tal vez mi estulticia me nubló la razón y me arrojó al azar, al juego de la existencia, a la probabilidad de vivir o morir al siguiente paso: si ocurría esto, tendría la lucidez y el tiempo necesario para actuar de tal manera; si aquello se presentaba, un as de la manga me ayudaría a sortearlo. Si, entonces... Los condicionales se multiplicaron y el panorama se enrareció, hasta el punto de no saber con certeza en dónde estaba yo. Pues casi siempre actué a destiempo, el ahora sí sólo significaba has llegado al límite una vez más, quién sabe si puedas salir ilesa. Fue como echar una apuesta con la nada para obtener algo palpable, cuya única perdedora, apriori, sería yo, pues empeñaba mis deseos e ilusiones a favor de algo desconocido, más aún, hacia algo insubstancial, arreferencial, casi en beneficio de una quimera que se volvería en mi contra para llenarme de tristeza y frustración. Gran parte de eso trazó un sendero en mi vivir, donde el optimismo, alguna vez cobijado, se alejó para siempre: el mundo era eso que veía y no otra cosa, ya no había mediación entre lo esperado por mí y lo verdadero. Ahora sólo quedaba enfrentarlo, pero cómo, si lo único disponible eran mis manos vacías.

     Día a día me convencía de la inutilidad de toda empresa, también yo iría a dar al depósito de lo innecesario, de lo de más, de eso que sin tener por qué existir existe, y se vuelve un obstáculo para el desarrollo de algo imprescindible, aunque no se sepa qué, sino sólo se intuya. ¿Pero la intuición nos lleva a una certeza, o sólo es parte de una ilusión, de una esperanza de que las cosas no sean lo que son? No lo sé, no puedo ni afirmar ni negar nada, mi indeterminación es espantosa, dañina, por eso con regularidad me aparto de la gente, me sumerjo en mi mundo y trato de sobrellevar la existencia en medio de tantas interrogantes, sin mentirme a mí misma y sin lágrimas inútiles. Sé muy bien que a mi edad muchos actos se vuelven ridículos, denigrantes para uno mismo y para los demás, pues generan conmiseración o lástima, siendo esto último lo más insoportable, tanto para el causante como para quien la siente.

       Este es uno de los motivos por los cuales constantemente pienso en la muerte, la añoro. Además, en muchas ocasiones me siento insubstancial, anegada de nada, arrinconada en un espacio sin tiempo ni referencia, sin un otro que lo pueda imaginar, sin valor alguno, un simple punto perdido en los márgenes de la espera; pues qué otra cosa somos sino algo pendiente del reconocimiento, de la delimitación de facto y de jure que trae consigo el nombrar los seres y el hablar con – otro – de – otro – y – para – otro.

     Por eso busco, indago, espero... Algo... Alguien... No sé si algún día lo encontraré. Por qué escapa de mí, me pregunto una y otra vez, será por el desinterés hacia la vida, por las pocas vivencias significativas, por las quimeras, por lo delirante del pedir, por cerrar los ojos. Lo ignoro: la desesperanza aumenta.

      ¿Dónde va quedando la vida? ¿qué es la vida? Me he preguntado muchas veces. He deseado quedarme ciega para ya no mirar por todas partes, para ya no idealizar nada, ni a nadie, para ya no representarme a ese ser bondadoso, amable, omnisciente, puro, íntegro: inexistente. Ya no quiero desplazarme por este o aquél sitio, si a fin de cuentas regreso al mismo lugar de partida: un espacio lleno de cosas, y en medio un cuerpo observando hacia el vacío, solo.

     He de reconocer mi sentido de impotencia al no encontrar algo que le de valor a mi vida; asumo mi ofuscamiento al darme cuenta que no satisfago las expectativas depositadas en mí. Sinceramente me duele no ser lo que creo ser, por eso me autodenigro y me comparo con cosas viles: no tengo nada qué agradecer. Sí, mucho qué cuestionar, el por qué nunca me ha abandonado, ha sido una constante en mí, con distintos fines y de diversas maneras lo he utilizado, se me ha vuelto una norma inquebrantable. Todavía me sigo preguntando tantas cosas, como si ¿a caso sirvió de algo el garabatear las supuestas imágenes y formas que atosigaban mi pensamiento en los momentos decisivos de mi vida, siempre los mismos y siempre hirientes, durante los cuales yo me consumía interiormente más que ahora? Escribía por desahogo, para liberarme un poco de tantas presiones. Creo que sólo fue una ilusión: en el fondo soy igual a los demás, las respuestas no se han presentado.

     Uno se ilusiona con esto o aquello de la vida, ya sea una persona o una cosa, más aún, uno se hace la ilusión de que su deseo es completamente ajeno a todos los factores humanos y materiales formadores del carácter, y con esa falsa idea se deambula por el mundo; pero la realidad nos muestra que su concreción, la mayoría de las veces, no depende de nuestros actos, ni del tiempo que desperdiciamos, sumidos en la desesperación y la angustia, al preguntar ¿cuándo se hará realidad esto o aquello? Y hacemos todo lo posible por justificar nuestra desventura y mala suerte, en vez de señalar al culpable.

     Mas para qué sirven las quejas, el ruego, la súplica, la humillación, el idealizarnos a un ser al cual, según nosotros, podamos recurrir cuando tengamos un problema, cuando los seres queridos se van muriendo, cuando no hacemos sino tragarnos la desesperación, la tristeza y el desencanto, cuando nuestra vida se va destrozando con el paso de los días, para qué, para qué, si todo es una vana ilusión, un constante hundirnos en nuestra soledad, en nuestra maldad imaginaria, en nuestra asquerosa realidad impregnada de estupidez y mediocridad, de incertidumbre y dolor, siempre dolor. Para qué las reflexiones, los aparentes conocimientos, los poemas, las narraciones, las obras sobre el sentido o la esencia de la vida. ¡Qué pretenciosos somos! Querer desentrañar la verdad de lo humano es algo graciosos, ridículo, deprimente, digno de burla y conmiseración a la vez. Quizá sólo haya una sola reflexión, muy en el fondo de tanta queja, sobre el por qué no suicidarse cuando uno empieza a cuestionarse a sí mismo, en el sentido más pleno de la ontología, sin cargas condenatorias de corte religioso, místico o mítico, y teniendo muy en cuenta que la vida no regala nada, que esperamos en vano la compensación al sufrimiento, al mal que nos causan los otros. Y la posible respuesta no se da, siempre hay obstáculos para su revelación, y uno permanece ahí, en esa incertidumbre, apostándole al demonio.

    Pero esta reflexión depende de cada uno, de su historia de vida. En mi caso, resta poner hechos de mi vida, plasmar, untar mi propia sangre en este espacio en blanco para que vean que no hay ninguna línea memorable, ningún acto significativo; vomitar mi frustración, mi rabia, mi... ¿Para qué? Si mi queja por la soledad no se debía a la ausencia de seres, sino al abandono y al desamparo, a todas las cosas que me demostraban que nunca tendría tranquilidad, descanso. Pues a pesar de mi valor, de las ilusiones concebidas, de la aparente superación psicológica de los fracasos, del ya no más tocar fondo día tras día, siempre me ocurrían desgracias, se me presentaban problemas, hechos lastimosos que yo no propiciaba, como si todos ellos cumplieran el encargo de torturarme y tuvieran la finalidad de hacer más anhelante la muerte, la cancelación del dolor y el sufrimiento. Mas para qué molestar con mis súplicas y quejas sobre el significado de algo tan palpable, muy cercano a nuestro impulso de exterminio o aparente instinto de conservación, como es la impredecible existencia. Para qué, si a final de cuentas nos conformamos con un simple dicho: “no estaba en sus manos decidir sobre su vida”. Para qué, para qué, verdaderamente, nos fue permitido pensar y hablar, si con ello buscaríamos respuestas para el sentido personal, para algo que ni nosotros mismos podemos decir qué es. Para qué torturarnos con el recuerdo, esa burla constante de nuestras desgracias, para qué rememorar las penas y las fatuas alegrías, para qué buscar la comunión con el otro igual a nosotros, si la única solución es la muerte, la cancelación del nombre, del Verbo, el término de la palabra, el paso del tiempo y el espacio en blanco, la obscuridad perenne: el adiós del hombre, el despido del mal y la página inmaculada.

 

PAISAJES Xalapa: la historia tradicional y la nueva historia



 

Juan Fernando Romero Fuentes.     

                                         Leyenda tras leyenda,

Xalapa se construye a sí misma

y funda en su equis lo mexicano

y en su guión (-) escribe lo culto;

en la niebla de su paisaje 

lo invisible/visible/divisible

de la política

y en su cal y canto,

la arquitectura y la música

de su historia.

 

 

 
 De misterioso perfil, la urbe conserva la incógnita de su origen. Llama la atención la flaca historia de Xalapa y la escueta historiografía de su pasado. La prescripción historiográfica xalapeña obedece sin lugar a dudas, a la cronología o la ley enmascarada[1] preestablecida según la secuencia de la Historia Patria, que le otorga un sentido previo y la ubica en su lugar institucional al contextualizarla así. Esta historia tradicional de la capital y cabecera municipal del estado se pierde en la oscuridad de los tiempos prehispánicos, ya que "no fue en 1313, sino muchos siglos atrás, desde hace 3,500 años" enfatiza sin precisar, el cronista de la ciudad en 1991 don Rubén Pabello. Sin embargo, 1313 es la fecha cabalística de la "fundación"; ella se repite en muchos textos, aunque Pasquel reconoce que "no se ofrece prueba alguna de tal afirmación".

Durante la época colonial la cuna de "hombres -que lo serían- ilustres" fue una región más bien despoblada que empezó a crecer debido a la guerra entre España e Inglaterra en el siglo XVII, pero sobre todo debido al comercio.

 

Entre 1720 y 1776 se realizaron cinco ferias, y de acuerdo a Blázquez, "el laborioso comercio de las ferias transformó las costumbres y el modo de vida de los moradores, quienes dejaron sus actividades tradicionales para seguir el esquema europeo". Sin embargo, en 1778, Carlos III expide el Reglamento y Arancel del Comercio Libre de España y las Indias y por  este estatus imperial se ubicó a Xalapa en el camino real; pero, dice Blázquez, "para 1786, como la libertad comercial era ya un hecho, las ferias deben desaparecer". No obstante el intenso comercio novohispano que cruzaba transversalmente al país, el intercambio no benefició mayormente a Xalapa -en marcado contraste con Puebla de los Angeles-, que permaneció como modesta provincia repetidora del modelo y los modos de las haciendas cafetaleras y azucareras, con sus altos y anchos muros y sus esclavos negros, a partir de un centro político y religioso unido en el embrión del parque Juárez, en el centro de la ciudad, construyendo una ciudad para burros. El municipio xalapeño osciló por siglos entre el comercio y la agricultura, sin inclinarse decididamente por ninguno de ellos. La angelópolis veracruzana dimitió antes de crecer.

 

La historiografía tradicional no intenta ninguna explicación de estos “hechos”, solo registra: 1) las fuentes no son tanto históricas como de leyendas, que si proliferan y 2) las ediciones con "mayor categoría" o pretensión de historia, son publicadas por los gobiernos municipales o del estado. Las fuentes son las instituciones políticas, eruditas y eclesiásticas que se especializan recíprocamente: la historia tradicional de la ciudad capital obedece a las normas y el código del evangelio laico, liberal y político elaborado del siglo XIX.

 

Propongo que la nueva historia de Xalapa incluya una explicación de su muy lento crecimiento demográfico. En esta tierra de paso, la nueva historia debería explicar porque desaparecen los indios, porque se ha excluido la raíz negra de su población[2] y como Xalapa llega a ser lo que ahora es: “cuna de hombres ilustres”, ciudad burocrática y educativa. El lento proceso de integración a la modernidad incluye el relativo prestigio de la ciudad adquirido por la escuela normal abierta a fines del siglo XIX, que le dio fama de "culta" a esta "Atenas” veracruzana. Estas situaciones, un tanto exiguas, dan pretexto a historiógrafos y cronistas para hablar sobre el supuesto prestigio cultural de la ciudad[3]. Se evoca así, el prestigio del así pasó, a propósito de la historia. Se le otorga así a la ciudad no solo el prestigio, sino la categoría, el peso intelectual realimentado por la historiografía cacofónica. En lugar de la construcción de un discurso histórico deberíamos hablar de sólo, una más, de las numerosas leyendas de Xalapa.

 

Una interpretación de cauce marxista aflora en este relato modernista: ¿se mantiene en el poder la clase burguesa por vía de este discurso historiográfico, claro, además de su economía depredadora del presupuesto estatal y de los bienes raíces? El relativo incremento en la población a lo largo del tiempo, viene a ser más importante por su carácter de clase, que por su cantidad, es decir, su condición mercantil, pequeñoburguesa, clave de la movilidad social que por el sólo factor de la riqueza material, logró aprovechar el incipiente camino que trajo consigo el comercio del siglo XVII.

 

Parece que la historia se repite, pues, como en 1786, nuevamente la libertad del comercio, ahora propiciada por el TLCAN, es la que hoy ahoga a los agricultores xalapeños[4]; ahora que el café y el azúcar están en decadencia, ahora que hay telcel para rato, la aldea ha sido enfrentada de golpe, a la globalización y al posmodernismo retro.

 

Pero hay otro gran asunto: el tema del tiempo: ¿A un espacio cerrado corresponde un tiempo cerrado?. El espacio colonial del centro de la ciudad, el más bello estéticamente hablando, es, “casi” patrimonio de la humanidad, pero la falta de apreciación, de valoración de la arquitectura colonial por la clase política y pequeñoburguesa de la ciudad que tienen una visión corto placista hacia adelante y hacia atrás[5], los limita tanto para convivir con la modernidad como con la antigüedad.

 

Xalapa se debate en esta contradicción, que oscila entre un modernismo imitativo y consumista y un anacronismo provinciano, de mode, donde se constituye la cotidianeidad actual poblada de aspirantes a políticos con un supuesto linaje, ¿pero linaje de qué?.

 

Xalapa, Ver. 2 de junio del 2013                             

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fuentes:

 

Blázquez, Domínguez Carmen y Delgado Ana Laura. Veracruz: imágenes de su historia. Xalapa, tomo 7. Gobierno del Estado de Veracruz, Xalapa 1992.

 

De Certau, Michel. La escritura de la historia. Universidad Iberoamericana, México 2006

 

Pabello Acosta, Rubén, Bocetos antiguos del cronista de la de la ciudad de Xalapa. H Ayuntamiento Constitucional de Xalapa,1991.

 

Pasquel Leonardo. Cronología Ilustrada de Xalapa, 3 tomos, Editorial Citllalteptl  *Conocer, amar y servir a Veracruz*, 1978.

 



[1] De Certau, 2006:104. y “ Pero esta temporalización que esquiva de esta manera los límites impuestos con todo rigor y construye un escenario en el que puede n actuar  al mismo tiempo los incompatibles, tiene que enfrentarse con su recíproca; el relato solo puede guardar la apariencia de un silogismo; cuando explica es entimemático, ‘aparenta’ raciocinar” Id: 105.
[2]  Solo en un caso la historiografía consultada menciona  que “La trata de megros en Xalapa no tuvo la importancia que revistió en el Puerto de Veracruz, pero si fue relevante para su entorno. (…) Entre 1578 y 1600 se efectuaron 208 ventas [de esclavos negros] . Las cifras citadas son vagas. Blázquez  1992: 17.
[3] Así el pasado nos resulta una ficción del presente. De Certau, 2006: 23
[4] Por otro lado, vemos la confluencia del poder: Xalapa, es un laboratorio político muy productivo (o bien, una olla de grillos): de él han emanado varios presidentes nacionales. El centro de poder de la burocracia xalapeña vive alternadamente, disputa, con Veracruz. Sus muchas escuelas y creciente burocracia le dan cauce a la limitada economía de la ciudad en una permanente contradicción interna sobre el supuesto pasado ilustre y la chabacana modernidad presente que no acaba de definirse, entre el orgullo del apellido familiar, el abuso del poder y la corrupción sin límite.
[5] Es curioso: la falta de un horizonte temporal largo, hacia delante, impide,  dificulta el desarrollo económico y crea problemas ecológicos que están dañando el ambiente. Pero lo mismo sucede hacia atrás: los xalapeños no están interesados en su historia que más la consideran como una leyenda, pero que no tiene otra consideración.

Mtro. Arnulfo Pérez Rivera. Un momento de la educación veracruzana.


 
 Academia Mexicana de la Educación
Sección Veracruz



            Vivimos el tiempo del desinterés por la revisión de nuestra memoria. El pasado no genera ninguna inquietud: En cambio La prospectiva, la discusión por el mejor de los futuros deseables, constituye el espíritu de nuestra época. No obstante, las paradojas no se hacen esperar. Las perspectivas actuales no pueden por principio descubrir o construir caminos hacia la meta deseada, quedándonos atrapados en una obsesión por la novedades.  La novedad por principio es una moda que la abate el tiempo, lo único que deja es una incertidumbre que subyace en la atmósfera cultural.

            Este es el reclamo de muchos por resisar nuestra memoria. La Reforma educativa, fincada exclusivamente en un proyecto de futuro, no garantiza el éxito esperado. Por ello es imprescindible hurgar en la memoria, el sentido de nuestra educación nacional. Es decir, ver cómo se crean las condiciones de posibilidad de una verdadera modernización educativa.

            La irreparable pérdida física del Maestro Arnulfo Pérez Rivera, induce a la valorar su ausencia en los ámbitos de la educación superior. Nadie de los que lo conocieron podrá olvidar sus conocimientos pedagógicos, su experiencia, la risa a flor de piel y por supuesto su compromiso educativo. Pero tal vez se omita que Pérez Rivera forma parte de un grupo de educadores que participa en la construcción de una práctica profesional que consolida el llamado milagro mexicano: el proceso de industrialización acelerada registrado en la segunda mitad del siglo XX (recuérdese que forma parte de la primera generación de pedagogos egresada en 1957). Pero también la crisis optimista de la racionalidad tecnocrática, Es una generación de búsqueda y por lo tanto de confrontación. Ese es el medio dónde vive la experiencia y el compromiso de la educación en Veracruz.

            Las nuevas generaciones llevan la impronta de sus enseñanzas. Muchos de ellos, discuten y confrontan sus tesis. Ese ambiente de discusión que conforma los debates de la reforma educativa. De ahí saldrá la alternativa.

            El maestro Pérez Rivera tiene derecho a descansar en paz, su tarea la ha cumplido.

AGUA QUEMADA de Carlos Fuentes La grandeza derrumbada


 

                                                Aurora Ruiz Vásquez

                                                     

 

Hablar de los cuentos contenidos en Agua quemada (1981) del escritor mexicano Carlos Fuentes (1928-2012) es incursionar en una pequeñísima parte de su vasta obra como novelista, ensayista y cuentista del siglo XX. Dentro de las numerosas obras fuentianas tenemos: Aura, La muerte de Artemio Cruz, La región más transparente, Tierra nostra, Días enmascarados, Agua quemada, La gran novela latinoamericana (2011), Cuentos completos en Fondo de Cultura (2013), y muchas más que le permitieron ser galardonado con numerosos premios y en varias ocasiones propuesto al premio Nobel de Literatura.

 

Agua Quemada, es una obra de escasas 137 páginas que muestran la realidad hecha cuento. Son cuatro los relatos: El  día de las madres, Estos fueron los palacios, Las mañanitas y el hijo de Andrés Aparicio. Un libro intertextual de trama escalonada, es decir, que los relatos, aparentemente separados, están entrelazados entre sí por los personajes: un viejo general nostálgico, Vicente Vergara, una anciana desvalida atendiendo a un niño paralítico, doña Manuelita y un solterón rico que no llega a comprender la pobreza. Se desarrolla un tema único, visto desde diferentes ángulos para sumergirse  en la añoranza de una grandeza de ayer arruinada, transformada en la ciudad de México moderna.

 

            La prosa  se despliega en un lenguaje emotivo y poético impregnado de  nostalgia,  al recordar el México de ayer y su destrucción. El ambiente es el valle de  la ciudad de México, el altiplano en la época de la colonia y la Revolución Mexicana.

 

En el relato se percibe claramente el medio sociocultural de la región. Lo decente es haber sido rico y descendiente de personajes históricos importantes. En todos los cuentos se recorren las calles de la ciudad, los barrios pobres y el cinturón de miseria. Se rememoran los viejos palacios, “balcones de fierro labrado y muchos con vírgenes de piedra, construidos encima de la capital azteca.” Se describen con detalle las calles del México moderno cundido de comercios, de ruido y los altos edificios que no dejan contemplar el cielo. Con lenguaje sencillo y ameno, también se documentan las costumbres, modos de hablar, comportamientos aceptados de otros tiempos históricos, así como la marcada división de las clases sociales en ricos y pobres. Todo es recuerdo de lo perdido. En general, aflora la tragedia, el caos, el dolor, la tristeza, escenas dramáticas, el sentimiento, el pesimismo, la pobreza y la añoranza.

 

Me llama la atención cómo hábilmente se maneja el lenguaje vulgar del mexicano con sus dichos y frases insultantes salpicado de picardías como corresponde a los personajes, se comprende, pero pienso, sin llegar a la mojigatería, que por  desgracia, ese tipo de lenguaje es el que se practica con naturalidad, sobre todo en la juventud, sin el menor respeto y se extiende en la literatura moderna. Me pregunto, ¿es necesario e indispensable? Además, sin hacer una crítica autorizada, percibo que la lectura del libro transmite cierto pesimismo y añoranza. Opino que no hay que hundirse en el pasado, tener fe y esperanza en el  futuro, anhelar y contribuir al progreso y adaptarse a los cambios con el ánimo de triunfar.

 

Habla el abuelo, el viejo general Vicente Vergara, uno de los protagonistas, sobre la Revolución Mexicana. Recuerda y cuenta a su nieto que cuando muy joven “militó con el Centauro del Norte antes de pasarse a las filas de Obregón, cuando la vio perdida en Celaya”. “En su recámara el general Vergara tenía muchas fotos amarillas donde se le veía acompañando a todos los caudillos de la revolución”. Recuerda cuando el pueblo se levantó contra Victoriano Huerta, por haber asesinado a don Panchito Madero, cuenta que llegó a comer tacos con Pancho Villa y menciona a Venustiano Carranza para deleite de su nieto Plutarco que lo escucha interesado.

 

 Interactúan tres generaciones, el general, su hijo licenciado Agustín y el nieto Plutarco. La vieja, doña Manuelita, había sido criada de toda la vida de la casa del general, en la colonia Roma. También aparece lel solterón, Andrés Silva, que reniega de la situación y quiere conservar su estatus social, además, recuerda cuando las mañanas eran limpias y tuvo la costumbre de salir al balcón a querer recuperar el aroma de las mañanas de un México anterior.

 

En el cuento El hijo de Andrés Aparicio todo se recuerda: los guisos, las costumbres, la fidelidad de los criados, las peripecias de una población flotante y la vida del niño Bernabé. Su madre era una señora que quería conservar el “lenguaje decente”: por favor, disculpe, permítame, con permiso etc. que los viejos empleaban, pero los viejos fueron desapareciendo, Bernabé escuchaba, “tú eres un niño decente Bernabé, evita rozarte con los peladitos de tu escuela, tú tienes buena cuna y buenas costumbres”.  Los relatos son entretenidos e interesantes.

 

Para fomentar y promover la lectura lo mejor es recomendar buenos libros y éste me parece uno de ellos.

 

Sin embargo, siguiendo a Flaulkner, el autor puede decir que “el hombre posee un alma y un espíritu capaces de compasión, sacrificio y aguante, que el deber de quién escribe es ayudarlo a resistir y prevalecer.”

 

 

Las políticas educativas en México


(Segunda parte)

Gilberto Nieto Aguilar

El Plan de once años (1960-1970) estuvo destinado a resolver los problemas de la educación primaria que enfrentaba el país en ese momento, a saber, la demanda educativa insatisfecha, el continuo crecimiento de la población, la falta de profesores, insuficiencia de aulas y escuelas, los costos para el alumno en materiales y libros de texto, la falta de calidad y la deficiencia en los procesos educativos, todo lo cual provocaba un rezago educativo que, junto con la deserción escolar, mostraban los principales problemas del momento.

También se pensaba en allanar las diferencias entre la educación que concebía la federación y las que estaban en la práctica de las entidades federativas, discutiendo la posibilidad de conjugar los dos planos, distintos y concurrentes, pues las entidades tenían sus propias expectativas, leyes y reglamentos para regularla y sus propios programas de estudio.

Se planteó la formación de nuevos maestros y la actualización de los que estaban en servicio, campañas de alfabetización, mejoramiento del sistema educativo en el campo y las ciudades para buscar la equidad. El Instituto Federal de Capacitación del Magisterio redobló sus esfuerzos y capacitó y tituló a más de 17 mil profesores en los primeros años de aplicación del Plan, con López Mateos. Se fortalecieron las Escuelas Normales Rurales, para alumnos campesinos o de escasos recursos que estuvieran dispuestos, ya como profesores, a llegar hasta los más apartados lugares del país. 

El CAPFCE construyó, en el sexenio de López Mateos, alrededor de 21 mil aulas prefabricadas, especialmente en las áreas rurales, con un grado aceptable de calidad. Se creó la Comisión Nacional de los Libros de Texto Gratuitos, cuya redacción, edición y distribución constituye una de las más trascendentales realizaciones educativas de este sexenio, a pesar de que desde un principio contó con varios detractores y violentos opositores, lucrativos e ideológicos. Todavía, antes de concluir, en 1964, se impulsó una reforma a la educación secundaria.

Con Díaz Ordaz se unificó del Calendario Escolar, se implantó la Orientación Vocacional en la escuela secundaria, se creó la Telesecundaria, se apoyo la ampliación de la educación técnica, se creó la Dirección de Derechos de Autor, se impulsó la unificación del Bachillerato a través de la UNAM. La evaluación que hace Pablo Latapí en 1971, sugiere que el Plan fracasó porque no previó el crecimiento poblacional y al final de su aplicación había dos millones de niños sin escuela, y persistieron las diferencias educativas entre el medio rural y el urbano.  No se logró abatir el rezago educativo ni ofrecer, en términos generales, una mejor educación.

En el aspecto político nacional, el sector educativo estuvo sometido al corporativismo con fines de control electoral, principalmente. Una prueba clara de la postura del gobierno mexicano lo fue el conflicto magisterial de 1958, donde la autoridad mostró estar más preocupada por evitar huelgas o enfrentamientos que por capacitar a los maestros para brindar una educación de calidad. Y aunque el Plan de Once años tuviese un orden y una visión nacional que eran necesarios, su aplicación descuidó muchos otros aspectos que le impidieron convertirlo en el disparador de modelos educativos de mayor calidad en lo futuro.

En aquellos periodos, como ahora, se habló de la calidad educativa sin que se establecieran parámetros claros para determinar la sustancia de tal calidad. Hoy quizá haya mejores elementos para delimitar el término. En Coatepec, en la salida a San Marcos, se puede leer una frase interesante que dice: “La calidad es difícil de definir, pero fácil de distinguir”.

Después de la brutal represión desplegada ante las grandes inquietudes ideológicas manifestadas por algunos intelectuales y por la población estudiantil universitaria en 1968, con la réplica de 1971, la población se acostumbró a ver pasar las cosas y dejar toda la responsabilidad en manos de los hombres fuertes del gobierno en turno, actitud que con el tiempo se fue acentuando.

Lógico es que también “esa población” se acostumbró a mirar las escuelas y lo que en ellas pasaba como una rutina más, en las que aparentemente todo marchaba bien o así debía ser. Cada inicio de sexenio o cuando algo evidentemente marchaba peor de lo común, algunas voces se alzaban, sin eco alguno, y sin ser tomadas en cuenta por aquellos a quienes iban dirigidas.

La paranoia de Echeverría, la frivolidad de López Portillo y la mediocridad de De la Madrid permitieron que los excesos tomaran un cauce institucional. La descomposición invadió todas las esferas y áreas que el gobierno tocaba. El corporativismo se consolidó y se expresó al extremo, y en educación el deterioro de las relaciones al interior de la SEP y el cumplimiento en la buena marcha de los centros escolares cedió el paso para que la permisividad y la laxitud establecieran su señorío en las actividades y la cultura escolar.

Entre los logros educativos de este periodo figuran las reformas al plan de estudios de educación normal en 1972, de educación primaria en 1973 y los Acuerdos de Chetumal para la educación secundaria en 1974, así como el fortalecimiento que se le dio a la educación técnica. Se crearon la Ley Federal de Educación y el Reglamento Nacional de Escalafón en 1973, y la Ley de Educación para Adultos en 1976. Se reestructuró el IPN.

Debido al excesivo centralismo de la SEP, se iniciaron algunos procesos de desconcentración administrativa, especialmente en las áreas de planeación y evaluación, incrementando la comunicación con las entidades, porque además, la fuerza de los líderes sindicales comenzaba a pesar más que la opinión de las autoridades educativas.

Al asumir su mandato el Doctor en Derecho José López Portillo, se hablaba de una educación promedio del mexicano de tercer grado de primaria, 23.9 % de analfabetas mayores de 15 años y 1.2 millones de indígenas que no hablaban español. Su gobierno intentó vincular la educación terminal con el sistema productivo pero no se establecieron mecanismos adecuados para lograrlo y sólo quedó en el discurso. Para ese entonces la educación era un desastre, como dijo algunos años después Gilberto Guevara Niebla.

Con López Portillo se inicia en 1978 el proceso de la desconcentración de la SEP y al año siguiente se crean 31 delegaciones estatales. La cobertura recibió bastante atención pues la matrícula de preescolar se triplica y se crearon los CENDI. Se aumenta considerablemente el número de profesores de primaria en servicio pero lamentablemente se descuidó la calidad. Se crearon muchas plazas nuevas, pero el sistema educativo incrementó la permisividad y la tolerancia en su funcionamiento.

Se introduce la preparatoria para obtener el grado de licenciatura en educación preescolar o primaria, y en 1978 se crea la Universidad Pedagógica Nacional. En aras de mayor preparación para el magisterio, se sacrifican habilidades de trato y manejo de la cultura elemental en primaria; de baile, canto y juego de las educadoras, y en ambos casos de actitud hacia la docencia.

Maestro en Administración Pública por la Universidad de Harvard, Miguel de la Madrid llega al apogeo de esta etapa de decadencia. Aumentan el desempleo y la inflación, cayéndose el poder adquisitivo del salario en una crisis económica sin precedentes. Don Jesús Reyes Heroles prevé la necesidad de una revolución educativa ante el grado de rezago educativo y descomposición de la estructura administrativa. 

En estas décadas el discurso era demagógico y populista, revestido de contenidos socialistas. Desde los años sesenta cobró especial importancia la obra de Althusser, que siguió difundiéndose en la década de los setenta, desde la cual la educación era vista, junto con los críticos del sistema, como el aparato represor e ideológico del Estado.

La caída del bloque socialista y la introducción de las políticas neoliberales dan un cambio a los conceptos marxistas. No desaparecen, pues permanecen como formas de interpretación de la realidad social, pero menos activos, sin grupos abiertos que los sostengan como venía ocurriendo desde la Casa del Obrero Mundial hasta los años ochenta incluso. 

México ha sido un país de contrastes en cuyo interior han luchado diversas tendencias para hacerse valer. Los grupos de poder son quienes imponen su criterio a los demás y aquellos que han disentido se reducen a pequeños grupos de oposición que en muchas ocasiones han sido reprimidos en sus expresiones. En 1992, con la reforma al Artículo Tercero Constitucional y la creación de la Ley General de Educación de 1993, se abrió un espacio más amplio a las escuelas privadas y religiosas desde el Cardenismo, “para calmar el descontento y evitar las simulaciones y prestanombres del sector privado” se dijo al presentar el proyecto de ley. 

En aquel entonces se habló mucho de privatizar el sistema educativo nacional. Con cuatro Secretarios de Educación en su sexenio (Bartlett, Zedillo, Solana y Pescador Osuna) Salinas tuvo algunas discontinuidades en materia educativa, pero a pesar de ello se lograron acciones que cambiaron el rumbo de la vida educativa del país, como la descentralización educativa, el fortalecimiento de la escuela privada, la creación de Carrera Magisterial, una mejora salarial generalizada, una reforma al Plan y programas de estudio en primaria y secundaria, y la secundaria se hizo obligatoria.

La reforma a la educación secundaria de 1993 se basó en la tendencia constructivista y el desarrollo de habilidades, se creó la asignatura de Formación Cívica y Ética, y el plan de estudios trascendió tres sexenios (Salinas, Zedillo y Fox) sostenida por el equipo técnico que la creó, en un proceso de seguimiento hasta que Fox promovió en 2002 una consulta amplia para intentar una reforma integral a la educación secundaria que culminó en 2006, politizada y sin nada nuevo que ofrecer.

La tendencia de los últimos años es fortalecer la educación tecnológica, el uso del idioma inglés y las TIC, competencias para la productividad, de acuerdo a los parámetros que dicta la OCDE, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Interamericano de Desarrollo, junto con algunas organizaciones como Mexicanos Primeros y escritores como Andrés Oppenheimer que aseguran que las ciencias y las áreas técnicas podrán hacer que México aspire a incorporarse con los países del primer nivel.  

Los aspectos ético, social, intelectual, afectivo y productivo, constituyen un núcleo común de valores en la personalidad de quienes aspiran a desarrollar y mejorar su calidad de vida. Cosa contraria, en este periodo los valores empiezan a ser ignorados en el campo de la acción humana.

La función del maestro es moral e intelectual, guiada por una conciencia social y la claridad respecto a la importancia de su trabajo. Es un reto formar maestros, directores e inspectores que defiendan vigorosamente su papel en la educación y analicen qué están haciendo, ordenen sus prioridades, concentren su atención en el sentido de lo que hacen y desechen todo lo que consideren inútil a los propósitos educativos, debida y concienzudamente estudiados y analizados.

Muchos maestros tienen disposición para realizar bien su trabajo y no dudan en probar ideas, estrategias y métodos con tal de innovar su actividad en el aula. Dotarlos de tecnología, pero sobre todo de condiciones materiales adecuadas y de materiales útiles a su labor, es otro reto. Pero el reto mayor es desterrar la tolerancia excesiva, la permisividad y la simulación del sistema educativo y político de México, lo que verdaderamente ayudaría en mucho a mejorar el sistema educativo actual. 

Explica José Silvestre Méndez Morales –economista investigador de la UNAM– que el neoliberalismo económico es una corriente que se basa en el liberalismo del siglo XIX, cuyo principal representante es Adam Smith con su obra “La riqueza de las naciones” publicada en 1776. Presenta tres principios fundamentales: la libertad personal, la propiedad privada y la iniciativa y propiedad privada de las empresas.

Smith aseguraba que cada capitalista, al buscar el beneficio propio, buscaba el de los demás; por lo que no se requería de la intervención del Estado en la economía. Su principal planteamiento afirma que el libre mercado es el único mecanismo que asegura la mejor asignación de recursos en la economía y en consecuencia promueve el crecimiento económico.

Contrario a Smith, Keynes recomienda la intervención del Estado con la finalidad de propiciar y fomenta la inversión y en consecuencia la producción, el empleo y la demanda para retardar los efectos de una crisis económica. Sin embargo, en las décadas de los ochenta y los noventa, el neoliberalismo se reafirma como una clara oposición a los excesos, abusos y corrupciones del intervencionismo estatal que no tiene limitaciones o controles por parte de la sociedad. En los ochenta Margaret Thatcher en Inglaterra y Ronald Reagan en Estados Unidos ponen de moda el neoliberalismo al aplicar en sus países políticas económicas bajo esta tendencia.

Algunas características teóricas son el laisser faire, la libre competencia del mercado, la no intervención del Estado, libre circulación de mercancías, venta de empresas paraestatales, prioridad del mercado mundial sobre el mercado interno, crecimiento con equilibrio financiero, comercial y gubernamental. Adelgazamiento del Estado, remuneraciones conforme lo que se produce, debilitamiento del sindicalismo, desaparición del corporativismo, combate al monopolio...

En el caso mexicano se habla de neoliberalismo a partir del sexenio de Miguel de la Madrid hasta la fecha. La dependencia del mercado externo ha hecho crecer la deuda y la ayuda del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, ha presionado para firmar cartas de intención en las que México se compromete a seguir una política económica neoliberal cediendo concesiones al capital extranjero.

Esto ha tenido como consecuencias, a decir de Arturo Huerta, que “los problemas actuales de la economía… se derivan no sólo de modelos fallidos de crecimiento, sino que han sido agudizadas por las políticas de ajuste y de apertura comercial y financiera que se ha venido instrumentando en los últimos años”. El ejemplo más sonado del neoliberalismo en México es impulsado por Salinas de Gortari y su afamado “Tratado de Libre Comercio”, como modelo de “modernización” y liberalización de la economía mexicana, con sus asimetrías y sus consecuencias de marginación y pobreza.

Para Raymundo Ramos, “el modelo neoliberal ha llevado al país en 25 años al desmantelamiento de la planta productiva, al agotamiento de las reservas económicas y a la ruina generalizada de las clases laborales”.  Finalmente, no debe sorprendernos la pobreza que se ha generalizado por todo el país, con lo que el modelo neoliberal ha demostrado ser incapaz de neutralizar los estragos de la crisis y su desigualdad social.

Mauricio Beuchot comenta las consecuencias nefastas que tiene para el hombre esta ideología económica, política y social. Baste decir que exacerba hasta lo indecible la libre empresa, la libre circulación y la libre competencia del liberalismo antiguo o clásico. Como capitalismo extremo, está polarizado hacia el consumo y, por ende, al hedonismo como sentido de la vida desatando las fuerzas ciegas de la competencia. El hombre y la mujer neoliberales están llenos de prisa, de angustia y de tensión, de envidia y, por tanto, de rencor.

En este periodo la educación ha fracasado en cuestiones de calidad. Los problemas que había el siglo pasado siguen vigentes en nuestros días. Los avances en números no se pueden negar pues se ha mejorado en términos cuantitativos, se ha ampliado la cobertura y se ha reducido el analfabetismo. Pero tampoco se pueden ocultar las limitaciones que dejan pendientes varios renglones de la agenda educativa. Y lo más importante: la dirección que deberá tomar.

gilnieto2012@ gmail.com