lunes, 21 de septiembre de 2015

Editorial Creación literaria breve



Minificción, poesía, reseña, micro monólogo, relato corto, forman parte del contenido de esta edición -y anteriores-, vertiendo, exponiendo en ella pensamiento encaminado a provocar la reflexión desde una visión literaria, hermenéutica. Manuel Gámez, Eliana Castillo, Aurora Ruiz, Xinefeva, Rafael Mario Islas, Aranza Fabiola Muñoz, comparten en la brevedad de su creación literaria lo inimaginable: sueños, ilusiones, ideales, propuestas, percepciones.

Loable es la pasión y entrega de cada escritor sin soslayar lo correspondiente al lector, binomio indisoluble. Debido a ello y análogamente a la cita de Lauro Zavala, autor de Teorías del cuento IV Cuentos sobre el cuento: "Sea esta compilación, entonces, no sólo un homenaje a la imaginación de los creadores, sino también un estímulo a la capacidad de los lectores...", en estas páginas se promueve, valora, la creación literaria en busca de cumplir expectativas del lector, reconociendo implícitamente al editar todo lo que implica cada proceso: leer, escribir y publicar.

A diferencia del ensayo, la novela enriquecidos en descripciones extraordinarias alcanzando a conocer personajes y personalidad, escenas y escenarios, contextos y contextualizaciones, en la brevedad, desde esta érséctiva se invita el lector a imaginar, participar en calidad de cómplice, creando, recreando a su vez convirtiéndose en actor inmerso en esa brevedad.

A tropezones


Se viven las fiestas patrias
Reviviendo a Porfirios
Hidalgos hacen falta

Precursores de libertad

Educación y valores, un binomio necesario.


Yasdeimi Ramirez González.
                             

La incorporación del individuo a la sociedad se opera a través de un proceso ininterrumpido que le permite adaptarse a la convivencia con  sus semejantes y,  a su vez, el aprendizaje de ciertas normas de comportamiento individual y colectivo, a este proceso suele denominarse como proceso de socialización.  En él corresponde a la práctica histórico-social un papel determinante.

La educación tiene entre sus finalidades que el proceso a través del cual el hombre se integra en la sociedad y se adapta a sus formas de vida se logre de manera completa, su objetivo supremo es la preparación general del individuo para su incorporación a la vida social, lo cual tiene siempre un carácter histórico-concreto.

Los cambios que suceden a lo largo del tiempo operan en diversas esferas de la vida y hacen necesario la modificación de aspectos y presupuestos en consonancia con los mismos.  Así, frente a los críticos y complejos problemas que tienen lugar en la sociedad, se atribuyen a la educación responsabilidades, misiones y roles de significativa trascendencia, que a su vez también están íntimamente relacionados al proceso de socialización.

Un enfoque centrado en el aprendizaje constaría de seis dimensiones en el proceso del avance humano, según Carneiro, (2001): aprender la condición humana; aprender una sabiduría moderna; aprender nuestra cultura original; aprender cómo procesar información y organizar el conocimiento; aprender a desarrollar una identidad vocacional y aprender el logro de la sabiduría; es decir, aprender a ser hombre y a convivir con los demás. Por eso hemos de ocuparnos de orientar el rumbo, no con el ánimo de trazar de antemano el camino y “cortarles las alas” sino con la intención de que el alumno se convierta en una persona capaz de tomar sus propias decisiones, para que sea capaz de identificar que el saber está en él y de pensar en cómo lo que está diciendo el maestro se relaciona con él y el impacto que tendrá sobre los demás; de tal forma que desde la institución se eduque a la sociedad.

Siendo así, el profesorado necesita estar formado para asumir su labor, la cual debe ser concebida como parte indisoluble del trabajo que éste realiza y como proceso de interacción.  En tal sentido, los docentes deben emplear en su trabajo de formación ético-cívica los recursos comunicativos de que disponen para todo su desempeño profesional. No puede pretenderse, sin embargo, el cumplimiento de esta misión, sin conocer qué acontece en el ámbito de la enseñanza, las opiniones del alumnado y profesorado sobre el proceso pedagógico, sin indagar los avances que hemos logrado y determinar cuánto aún nos queda por hacer.

Las expectativas que la sociedad tiene de la educación son cada vez mayores. La gran parte de las exigencias se concentran en el profesorado, que está llamado a llevar a la práctica los cambios que se esperan de las acciones educativas.  Paradójicamente, se complejiza el desempeño de las funciones docentes, pero se mantienen invariables otros elementos como su formación, condiciones laborales, etc.  En el caso del sector privado, no debe descuidarse el hecho de que el profesorado, en su gran mayoría, posee una escasa preparación pedagógica, porque no se han formado como docentes  antes de ejercer como tales.

Aunque se fijan nuevas demandas y retos, relacionados con propiciar una educación integral u holística que prepare al individuo para la comprensión de un mundo complejo y para interactuar en él, las maneras de enseñar, generalmente ajustadas a la tradición de la enseñanza disciplinar, se mantienen prácticamente  invariables, incluso desde la propia concepción del estado y las autoridades.

Actualmente volvemos una y otra vez a formularnos interrogantes como éstas: ¿Cuál es la finalidad de la educación y  cómo se relaciona con los valores? ¿Es la adaptación a la civilización moderna, y por consiguiente la preparación para participar en su actual curso de desarrollo? ¿O bien consiste en conseguir un perfeccionamiento sistemático en todos los campos que requieren un control juicioso?

El  hombre, en el proceso de educación asimila las nociones morales que la sociedad elabora.  A partir de esto es que puede regular su conducta y juzgar el significado moral de lo que acontece en su entorno, de manera que no sólo resulta objeto del control social, sino que a su vez es sujeto consciente.  Por tanto, una de las facetas del desarrollo de su personalidad es el desarrollo moral.

Como parte de sus objetivos, la educación debe formar la personalidad moral de los hombres, pero también la labor del maestro está guiada por categorías morales que definen su actuación, las actitudes y cualidades que debe poseer para garantizar el cumplimiento de sus funciones y la apropiación por sus alumnos de los contenidos que imparte (incluidos los de valor).

De ahí que una finalidad del proceso de educación, tanto formal o institucionalizado como espontáneo, es lograr la concordancia de la conducta de cada individuo con los intereses de sus semejantes y los de la sociedad en su conjunto.

La relación entre personalidad y sociedad en esta esfera se manifiesta, de un lado, (personalidad) por la predisposición a aceptar las exigencias sociales, de modo que pueda obtener el apoyo de esa comunidad y, de otro, (sociedad) en forma de sistema de normas sociales que orientan a la personalidad en la toma de decisiones morales y de garantía de aprobación y respaldo de la opinión pública. Para la práctica educativa resulta un asunto de primer orden investigar el mecanismo a través del cual la conciencia moral del hombre influye en su conducta, tanto como el análisis de los métodos, medios  y procedimientos que deben emplear los agentes educativos para  ejercer su influencia en los educandos.

En nuestra opinión, el contenido de los valores está determinado, en primer término, por las necesidades sociales, toda vez que la sociedad en su conjunto o grandes grupos de hombres (clases o grupos sociales) intervienen como sujeto valorante; sin embargo, es preciso comprender que como sujeto de valoración pueden intervenir no sólo la sociedad y los grupos humanos, sino también el individuo.

El individuo, a cada instante, en cada situación de su vida valora los objetos del mundo circundante, siempre desde su perspectiva, sus necesidades.  No obviamos aquí el hecho de que estas valoraciones  individuales pueden o no estar en correspondencia con las que realiza la sociedad o la clase a la que pertenecen.

Sólo en la relación sujeto-objeto que se da en la actividad práctica de los hombres surgen los valores, por ello, consideramos que al ser la práctica donde el hombre comprueba la veracidad de sus representaciones es la práctica humana la que determina sobre los valores que guían la actividad de los individuos, por lo tanto, el proceso de formación de valores transcurre como un proceso práctico, por lo que los valores que se enseñan tienen que estar ajustados al tiempo y lugar en que tiene lugar la acción educativa.

Los valores, por lo anteriormente explicado, no tienen existencia fuera de la sociedad, poseen un carácter histórico-concreto, de ahí que en diferentes épocas, contextos y condiciones históricas, la significación de objetos y fenómenos puede variar, con lo que objetos que durante un largo período de tiempo se consideraban valores pueden dejar de serlo en otras circunstancias, del mismo modo que objetos que poseen  en un contexto gran significación pueden carecer absolutamente de significación en otros, o llegar a tener una mayor significación.

Siendo así consideraremos los valores como aquella significación social que desempeña un papel positivo en el desarrollo social y que constituyen, para los individuos proyectos ideales de comportarse. 

En este sentido, la educación está llamada a proporcionar esos proyectos ideales que han de guiar su conducta como profesionales y ciudadanos y que se sitúan a tono con el desarrollo, de manera que contribuyan a su avance.

Los valores son fuerzas orientadoras de la acción y están estrechamente relacionados con las valoraciones, por lo que no hay valor sin valoración ni valoración sin valor. (Vásquez, 2002)

La relación entre educación y valores constituye, en estas condiciones, un desafío. La educación es un proceso de mejora de la persona que trasciende los límites del período escolar, sin embargo, esto no exime a la institución escolar de sus funciones, ni de los retos que implica asumirlas en este momento.

La educación históricamente se ha encargado de formar a las personas para su convivencia con los demás y para que constituyan pilares importantes en el mantenimiento y preservación de lo que es considerado como bueno y valioso. 

Hoy día la sociedad humana asiste a lo que universalmente ha sido reconocido como cierta "crisis" o "quiebra" de valores, o al menos a la ruptura de ciertas escalas o jerarquías de valores aceptadas por mucho tiempo como estables y definitivas y que se cuestionan, cuando no han perdido absolutamente credibilidad.  ¿Qué hacer ante tal situación? No existe una única respuesta para tal interrogante.

De acuerdo a lo que se ha venido describiendo, no es posible considerar que los valores se adquieren o se forman de una vez, y que son inmutables, sino que partimos de la  consideración de que éstos se adquieren y se configuran a lo largo  de toda la vida y que en cada etapa de ésta los individuos entran en juego con un conjunto de valores que expresan cómo ven el mundo y se sitúan en  él. Siendo así no estamos hablando exactamente de una crisis sino de una reestructuración en el qué y el cómo comprender y asumir los nuevos cambios sociales y contextuales.

El hombre es un ser perfectible y la educación constituye una tarea perfectiva.  Este reconocimiento  confiere a la relación entre educación y valores una mayor preponderancia en las discusiones acerca del lugar y papel de la educación que es considerada, con razón, como una de las vías que garantiza el cambio hacia posturas positivas cuando la sociedad humana parece amenazada por la irracionalidad, en tales circunstancias el sistema educacional debe postular una educación ética que fundamente y posibilite que el género humano no se autodestruya, sino que perdure y pueda alcanzar un desarrollo superior.

La institución escolar en general no puede concebirse como un sistema autónomo, situado al margen de  lo que  acontece en la vida social. Lejos de eso, representa un factor clave en la continuidad del sistema social, y a su vez, en la transformación y cambio de la misma sociedad (Ortega, et al., 1996).

La educación contribuye a la preservación y desarrollo de los sistemas sociales que la prefiguran, en tal sentido, la sociedad le fija  a la educación su contenido axiológico.  Esto hace que la educación desempeñe un rol innegable en el proceso de formación de valores, lo cual puede verificarse de manera consciente y planificada o espontánea e inconsciente.  La educación constituye, pues, una herramienta insustituible en la difusión e internalización de valores éticos porque su contenido es la configuración de la mentalidad y la personalidad social de las nuevas generaciones.

Independientemente  de la significación que se atribuye hoy a  la llamada  educación en valores, hay autores como Ortega, et al., (1996 : 9)que apuntan  hacia  la existencia aquí de una redundancia y, en tal sentido, afirman: " (...) cuando  hablamos  de  educación necesariamente nos referimos a los valores, a  algo valioso que queremos que se produzca en los educandos. De otro modo,  no habría un acto educativo..."

Si pensamos que el propósito de la educación es preparar personas competentes, hay que partir de la sociedad en que vivimos y de las necesidades reales para poder decidir cómo dar tratamiento al contenido de la enseñanza; hay que saber en qué mundo estamos para poder discernir entre lo deseable y lo posible.

Las instituciones educativas educan a la sociedad y desde este planteamiento queda implícito el binomio entre ésta y los valores. La construcción de una sociedad del conocimiento tiene como eje fundamental a la educación. Frente a la mundialización o globalización financiera capitalista actual, la educación es un tema que debe abordarse en todos los países y regiones del mundo, tanto para considerar nuevos paradigmas educativos como de comunicación.

Con la misma importancia deben incluirse aquellas características locales indispensables para que la educación sea de calidad, y con las características culturales que mantengan un sano equilibrio entre la modernidad y la tradición, entre lo global y lo local, para una sociedad mundial y una comunidad local, ambas de progreso para el bienestar y la convivencia.

La educación como proceso es, además, permanente. Esto indica que debe transcurrir durante toda la vida.  Es la construcción continua de la persona, de su saber y de sus aptitudes, de su facultad crítica, de sus actitudes y su capacidad de actuar; todo ello debe habilitarnos para desarrollar una conciencia crítica sobre nosotros mismos y para fomentar nuestra plena participación en el trabajo y en la sociedad. De aquí la importancia de dirigir los planes educativos hacia una «sociedad educativa y educada» para el siglo que recién comienza, una sociedad basada y sustentada en unos valores modernos, adaptados a las nuevas realidades y escenarios.






La mujer justa Amores apasionados

Sándor Márai

                                                                                                Aurora Ruiz Vásquez
Así como El último encuentro, tenemos aquí, otra obra magnífica del escritor húngaro Sándor Márai, quien con un halo poético y conocedor de los sentimientos y emociones humanas, se adentra a describir conflictos  del amor apasionado, los celos, así como el desamor, el orgullo, la soledad y el perdón….
Divide la trama de su libro de  415 páginas, La mujer justa, en tres partes: en la primera, con su acostumbrado monólogo,  Marika,  habla en un café con una amiga íntima y cuenta cómo fueron sus relaciones con Peter, su esposo. Algo de lo que dijo, ilustrará mejor las ideas:
“Me convertí en su enemiga en el momento del divorcio y lo seguiré siendo hasta el día de mi muerte […] Supe que mi marido  tenía otros mundos, no sólo el que yo conocía”
 En la segunda parte, es Peter quién se sincera con un amigo a quien le dice los pormenores de su primer matrimonio y del segundo con Judith, la criada, para quedarse completamente solo al final. Analiza las causas de su situación, reflexiona sobre la condición humana, habla de la diferencia de clases: burgueses y plebeyos, piensa en la cultura, en la humildad, la pobreza y la riqueza, la belleza y la verdad. En ese juego de palabras lo que se admira es como esas emociones se trasmiten al lector y lo hace pensar también.
Textualmente dice Peter: “Alguien me ha hecho daño quizá  esa mujer, mi segunda esposa.  O quizá la primera. Algo ha salido mal. Me he quedado solo, he sufrido grandes traumas emocionales. Estoy lleno de ira. No creo ni en las mujeres ni en el amor…”
 En la tercera parte, es Judith la que en un cuarto de hotel, platica a su amante y le cuenta  como se enamoró del señorito de una familia burguesa; no toleró ser la amante, supo esperar y al final se casó con él, aunque su matrimonio no duró, ¿por qué?
“¿ Quieres que te cuente cómo era la vida en aquella casa tan refinada donde yo servía”
Es interesante conocer las costumbres de aquellas personas y el trato que daban a sus sirvientes, Marai nos lo cuenta con detalle y reflexión.
 El éxito de la novela, creo yo, se debe al cómo se narra y eso depende del autor.
La novela refleja a la Europa entre guerras dominada por la burguesía. Analiza la vida  del proletariado, encontrando que hay entre ellos diversos niveles de pobreza.  Marai describe el comunismo en Hungría. Habla del abismo de la diferencia de clases con claridad suprema. No acepta el nazismo ni el comunismo.
La maestría narrativa de Márai se evidencia al presentar a sus personajes hablando con voz y timbres propios; en sus páginas subyace el conocimiento psicológico como lo hacen los grandes clásicos, por lo que es considerado un clásico como Balzac, Flaubert y Tolstoi
La mujer justa, la ideal, fue inalcanzable.


Entre sus múltiples producciones es recomendable la lectura de su diario contenido en ¡Tierra, Tierra!, Confesiones de un burgués y Diarios 1984-1989


Márai, Sándor (2913) La mujer justa Barselona:sr5xC]V




Punto y coma


Eliana Castillo

El respirar de ella que vive tan cerca de mí
Hace, por las noches encuentre
en el aire, esos versos
que mi mente
es incapaz de pensar.

De la nada se forman
de una manera tan perfecta
análoga a su silueta
delgada y su sensual caminar.

Que su mirada
Inserte, punto y coma,
y al entrar en el mismo elevador
imagine título a estos versos
que tienen tanto en común.

Con ella, como su linda sonrisa,
sus jugueteos, coqueteos…
robar el corazón

de cualquier varón

Ética secular en la óptica del Dalai Lama



Marcelo Ramírez Ramírez

En el año de 1922 el filósofo Max Scheler, en la Introducción de su obra De lo eterno en el hombre, afirmaba lo siguiente: “…se puede esperar que el grito que pide una renovación religiosa resuene por el mundo con una potencia y una fuerza como no había ocurrido desde hace ya siglos”. Hoy, en los inicios del siglo veintiuno, el Dalai Lama habla de renovación espiritual por la vía de la ética secular. La diferente perspectiva en que se sitúan Max Scheler y el líder espiritual del pueblo tibetano, muestra el drástico cambio de situación operado en el mundo durante el siglo pasado: el occidente europeo dejó de encarnar una civilización cristiana y pasó a ser una civilización pluralista, con muchos credos y con una fuerte tendencia al descreimiento y el escepticismo.

El Dalai Lama, Tensin Giatso por su nombre de monje budista, explica su concepción de ética secular en una larga entrevista concedida al periodista Franz Alt. En ella, el D. L. expone sus puntos de vista sobre la problemática contemporánea de acuerdo a su ya conocida forma de pensar, fundada en los valores espirituales del budismo, así como en el poder de la meditación para elevar la conciencia personal a los niveles superiores ahora requeridos: sería imposible vivir en un mundo sin fronteras con una conciencia tribal, considerando a quienes no pertenecen al grupo propio como enemigos. La única manera de superar la alteridad es integrar a los “otros” en el “nosotros”. Para ello, es indispensable cambiar de mentalidad, utilizar el diálogo y la tolerancia para resolver los conflictos, pues “la violencia, salvo raras excepciones, sólo genera más violencia”. En sus pronunciamientos el D. L. se muestra “muy moderno” o, al menos, esa impresión puede dejar a un lector poco atento. Si por “moderno” se quiere significar comprender los intereses y motivaciones que mueven a los hombres de nuestra época, el D. L. está en sintonía con esta época de penuria moral y espiritual; si, en cambio ha de entenderse compartir la vocación materialista, el hedonismo y el relativismo de los modernos, el D. L. no es ni puede ser “moderno”.

La novedad mayor en el discurso del D. L. es el peso decisivo que ha llegado a darle a la ética secular, lo cual podría conducir a malos entendidos. El planteamiento del D. L. está permeado por los valores del budismo, lo que le da a su posición ética matices muy especiales como enseguida veremos. Nos guste o no, la interdependencia es un hecho irrevocable en el mundo globalizado. Ahora se nos impone a todos un destino compartido que nos obliga a recordar el dicho antiguo sobre el destino: “a quien lo acepta, el destino lo conduce, a quien se resiste, lo arrastra”. Ante esta compleja e inevitable realidad, el D. L.  sostiene la necesidad de una ética secular, pero no se conforma, aunque lo incluye como objetivo perentorio, con alcanzar la coincidencia de propósitos en quienes piensan diferente, pues si esto no se logra, el mundo actual será la imagen exacta de la Torre de Babel donde nadie entiende a nadie y reina el caos; lo que en cierto modo está sucediendo. En algunas propuestas recientes este parece ser el núcleo de la ética secular. Lo importante es coincidir en objetivos concretos; lo secundario, las motivaciones personales o de grupo. En otras palabras, la ética secular obedece a un criterio pragmático que hace posible la convivencia dentro del pluralismo de las sociedades modernas, particularmente en los países democráticos. En cambio, -y éste es una dato digno de tomarse en cuenta-, para el D. L. existe un fundamento intrínsecamente válido de la ética secular y, precisamente es este fundamento el que nos permite entender la pérdida de la centralidad de la religión en su  perspectiva, en beneficio de su planteamiento ético. Todo depende, pensamos, de qué deba entenderse por ética y qué por religión. Para el líder tibetano en el exilio, el hombre es un ente ético antes que religioso, pues la religión “se aprende”, mientras que la compasión no; el hombre es naturalmente compasivo. El D. L. se declara “optimista” respecto a la condición humana. Explica: “tanto para las religiones teístas como para los no teístas, se trata en primer lugar de la mente humana, es decir, del bienestar espiritual del ser humano. Para ello necesitamos un entorno intacto, pero también valores como la bondad, la reconciliación y la honestidad. Estos habían tenido hasta ahora un fundamento casi exclusivamente religioso. El cultivo de estos valores era un compromiso de toda práctica religiosa. Pero, veo cada vez con mayor claridad que nuestro bienestar espiritual no depende de la religión, sino de nuestra innata naturaleza humana, nuestra predisposición natural a la bondad, la compasión y el afecto. Independientemente de si pertenecemos a una misma religión o no, todos llevamos dentro una fuente ética elemental y humana. Y debemos cuidar y velar por este fundamento ético común. La ética, no la religión, está anclada en la naturaleza humana”.

El texto que hemos transcrito, un tanto extenso, arroja la luz necesaria para la elucidación que intentamos realizar. El D. L. con el término religión se refiere, como es obvio, a la religión positiva, esto es, aquella que se presenta con un cuerpo definido de dogmas y que se acompaña de un ritual y otras formalidades a que los fieles deben apegarse. Por otra parte, sin embargo, las religiones positivas enraízan en el sentimiento de lo sagrado y, en este sentido también se dice del hombre que es un ser naturalmente religioso. Así, bien vistas las dos caras del asunto, la ética secular del D. L. no propugna la renuncia de los valores espirituales en los que toda religión funda la exigencia de la vida moral; lo que hace, es dar independencia a esos valores con relación a la práctica de determinado credo religioso, porque las religiones positivas, con su pretensión de validez absoluta, han sido causantes de odios y guerras absurdas. Quizá el D. L. ha podido dar este paso, porque el budismo es una religión de tolerancia; es, sin duda, la que en mucho menor grado, ha buscado imponerse por la violencia. El valor básico del budismo, la compasión, prepara a sus adeptos para aceptar a todos por encima de las diferencias, porque todos compartimos la misma condición de creaturas condenadas al sufrimiento y a la muerte. Hay, en el fondo de la tesis ética del D. L. una genuina religiosidad, la de un monje educado en la tradición del budismo tibetano. Y no podía ser de otra manera. El exhorto que hace al mundo es revelador: “La verdadera paz con nosotros, entre nosotros y en torno a nosotros, sólo la podemos conseguir mediante la paz interior”. Estas palabras difícilmente podrían encontrarse en un pensador ajeno al recogimiento interior, en el que sólo se descubre la necesidad de vivir en unidad y armonía con el resto de los seres vivos. La religiosidad del D. L. se hace evidente en otra parte de la entrevista, en la cual introduce, en el contexto de las preocupaciones del hombre actual, el tema –siempre latente para los humanos-, de la muerte, de nuestro destino final. “Cuando observamos la puesta del sol, podemos preguntarnos: ¿volveré a presenciar mañana temprano la salida del sol? También podemos preguntarnos: ¿y si la muerte es sólo un estadio transitorio y nuestra mente sigue experimentando en el futuro otros estados del ser? Estas preguntas nos permiten adoptar una postura desinteresada y pacífica y desprendernos tanto de nuestro patrimonio como de aquello que amamos. Una actitud desinteresada y desprendida es la mejor y más inteligente preparación de cara a la muerte”. Y el otro gran tema, el del sufrimiento, que nos parece incomprensible y más todavía para el creyente en un Dios bondadoso, da ocasión al D. L. de dar su respuesta: “El sufrimiento puede ser una importante escuela de la vida”. Sí, es verdad, pero esto presupone la posibilidad de una vida que se prolonga indefinidamente en la eternidad, pues una vida  breve y consumida por el sufrimiento, sería absolutamente absurda. Así, tanto la muerte como el sufrimiento, son objeto de consideraciones de índole metafísica que insertan la ética secular del D. L. en un plano de elevada espiritualidad. En otro sentido, la ética secular se orienta a los problemas prácticos de la existencia. La contraparte del cambio de mentalidad es incidir en el orden real del mundo, orden que es más bien un desorden cada día más cercano al caos. ¿Cómo reordenar este desorden? ¿Cómo darle sentido a la acción, cuando la razón que la guiaba ha perdido la autoridad de que estaba investida en los inicios y madurez de la modernidad? El D. L. asume que si el hombre es el responsable de los problemas, también es el único que puede resolverlos. Y confía en ello, pues el hombre anhela la felicidad y, para conseguirla, debe cambiar todo aquello que le impide alcanzarla.  A la compasión inherente al corazón humano, se añade ahora un motivo de conveniencia: el hombre no puede suicidarse; por su propio interés, debe aprender los valores que requiere la unidad factual del mundo. En la actualidad, las grandes decisiones de la política han dejado de pertenecer a un grupo reducido de individuos; el nuevo actor son los ciudadanos. Estos pueden y deben hacer valer los derechos que los gobiernos ignoran o ponen de lado para privilegiar intereses facciosos. La ética secular, al crear una conciencia planetaria, comprende a pueblos, razas, naciones, tradiciones culturales, bajo la categoría de lo humano general. En esta  óptica, en la que el bien de la humanidad se realiza en cada caso y siempre en condiciones históricas concretas, el D. L. reconoce el objetivo último de dicha ética. Basta acentuar los rasgos de pragmatismo y renuncia del absolutismo moral, no sólo el fundado en la religión positiva, sino en la razón o en la naturaleza humana, y aparece ya la ética civil, con sus mínimos éticos obligatorios. Con ella, la transacción entre el rigorismo de los principios y la conveniencia práctica, se resuelve en un código “light” ¿Es la mejor solución? seguramente no, aunque por ahora debemos conformarnos por ser la única posible.      


En lo tocante al optimismo del D. L. nos gustaría compartirlo pero no podemos olvidar la ambigüedad de la naturaleza humana, proyectada al mundo en su doble inclinación hacia el bien y el mal. El mal, definido como un “no ser”, pues carece de positividad, posee, no obstante una presencia dominante en el mundo y no es posible simplemente ignorarlo. Ni la renuncia a la lucha, ni la resignación, ni la complicidad, ni la frustración, son la mejor receta para lidiar con el mal y con sus agentes. Por cierto, el D. L. reconoce la importancia de la cultura, la educación, la ética, como la fórmula para seguir evolucionando; pasar de la vida de los puros instintos a la del espíritu, de manera que aquellos no sean ahogados, ni reprimidos, sino elevados por la inteligencia capaz de ver el bien y la voluntad capaz de amarlo. 

¿Leer El cáos?


Víctor Manuel Vásquez Gándara
Ante infinidad de autores y  brevedad existencial, la crítica literaria se erige en faro orientador. Cultura de VeracruZ a lo largo de dos décadas ha integrado a su contenido este género, a manera de reconocimiento y homenaje, para otros, brindándoles la oportunidad de conocer autores destacados, clásicos.
En su ejemplar 92 correspondiente al bimestre julio-agosto 2015 la Revista dirigida por Raúl Hernández Viveros cumple esa misión al publicar El caos de Juan Rodolfo Wilcock. Una gran ambición literaria, ensayo bajo la autoría de Carlos Roberto Morán.
En unas dos cuartillas distribuidas en cuatro páginas de Cultura de VeracruZ, ilustradas con imágenes evocadoras de la obra y autor, Morán transcribe párrafos de El caos incitando a leer. Coincidir o diverger acerca de lo vertido allí corresponderá al lector.
Los datos biográficos ofrecidos por Morán sobre Wilcock permiten entender la obra literaria de éste. Enriquece su visión personal citando opiniones de autores contemporáneos o amigos del autor de El caos, emergiendo así una objetividad, subjetividad necesaria para una crítica útil a la literatura.
Corresponde al lector emitir su juicio. Aquellos lectores de oficio familiarizados con Wilcock tiene la ultima palabra y para los que El caos y su autor es, ha sido desconocido, la invitación de Morán deberá considerarse.



SIN TREGUA


Xinefeva

Hoy, un nuevo día y con sabor a ti en mis labios,
aun mi torrente sanguíneo hace burbujas de la pasión vivida
en aquella habitación, que se ha vuelto confidente,
envolviendo entre sus sabanas el mas dulce calor
del hermoso amor entre tu y yo,

Ese amor que me conquista con palabras, besos y detalles
y hace me regocije en sus brazos y su pecho,
escuchando el dulce palpitar de un corazón acelerado
por un amor prohibido que hace al pecado maravilloso.

Hoy, un nuevo día con tu aroma impregnado en mi piel
con las suaves caricias plasmadas en mi cuerpo
con tu acelerada respiración en mis oídos,
abandonándonos al tiempo que transcurre volátil
sin darnos tregua de un instante mas.

17 agosto 2015

Los ojos de Vincent


Fabiola Aranza Muñoz
Mucho antes de nacer Vincent, alguien le dijo a sus padres que el era diferente, distinto al común de todos esos niños que vemos a diario en cualquier lado, solo pasó un tiempo para que ellos se dieran cuenta de que ese alguien tuvo razón, aunque nadie determinaba entonces que un genio en toda la extensión de la palabra, había nacido y estaba ya entre nosotros.

Vincent nació con el universo en la mirada, es a través de ella que percibe lo que existe a su alrededor, sus ojos escudriñan como quien necesita mirar hacia adentro de nosotros mismos, el ya contemplaba desde pequeño campanarios todas las mañanas y comenzó a pintarlos, aunado a los volcanes, peces y trailers que inundaban su imaginación y espacio, la pintura ya era parte de su vida, su misión en este, el mundo que le tocó vivir y como muchos otros niños índigos, coexistiendo entre nosotros sin que muchas veces lo sepamos.

Si su padre Hugo Curiel comenzó a pintar a partir de una ruptura, era casi lógico que Vincent lo hiciera creciendo en una galería que es su casa y su refugio, traza, colorea lienzos indistintos; escucha la música de fondo, el niño crea su propio espacio, el propio tal y como el contempla a los demás, desde su propia trinchera, pensando al mismo tiempo en sus caracoles de mar, sus pollos, sus plantas y su propio jardín con la sapiencia del que es adulto y todo lo tiene bajo control, tiene la energía plasmada en sus manos, da espatulazos hacia la vida, interactúa con un colibrí sin que nadie sepa comprenderlo, lo devuelve a la libertad, se apega a la música clásica, no se deja guiar excepto por su propio instinto, juega con el ritmo, desata guerras de colores en cada obra propia y sorprende a todos cuando de modo súbito, comienza a leer una pequeña Biblia a la que el llama amorosamente: “ El libro de Dios” y lee a modo intempestivo.

Quizás uno se pregunte que es lo que descubre en cada fragmento leído, en que momento aquello que llaman luz espiritual toca su frágil cuerpo, se inspira escuchando, el oído fino es parte de su esencia.

Solo el permite que uno indague en su aura, en su mundo como todos aquellos genios que hemos conocido a lo largo de la historia, no podía ser diferente, ha decidido pintar dos cuadros diarios para esta su primera exposición, tiene las miradas sobre su pequeña persona pero no dice nada, guarda silencio, esboza una sonrisa, mira con intensidad a quien lo descubre, hermana lazos con niños como el, amiga, sonríe abiertamente y dan ganas de abrazarlo para reunir energía suficiente y entrar en su mundo abstracto y portentoso.

Invita a quienes le conocen a sabiendas de que su trabajo vale la pena, vuelve a sonreír para las fotos, quizás está nervioso pero no lo denota, los adultos sí,aunque ya todo fluye a su favor y su segundo nacimiento como artista plástico es inminente, esta vez no solo están sus padres, sus hermanos, sus amigos, sino todos aquellos que hemos tenido la fortuna de que se haya cruzado en nuestro camino, lo celebro, me asomo a sus ojos, los de el, el niño índigo que escribe su propia historia, que toma confianza y agradece los aplausos a sus logros, aquellos que los simples mortales no conocen, de aquí al martes 1 de septiembre en punto de las 5 de la tarde, cuando la Galería del Congreso del Estado abra sus puertas para presentar oficialmente la obra de Vincent Curiel.

¿Quieren conocerlo? Vayan agendando, no todos los días conocemos un niño genio, esta es nuestra oportunidad de decir: Sí, le conozco, de aprender tanto como sea posible de lo que pueda enseñarnos y fluir hacia el universo mismo, que al final, esas son las genialidades de la vida que vale la pena experimentar, así que ¡por allá nos vemos!




Minificciones


Manuel Gámez Fernández
El libro del mal
En ese libro, usted puede descubrir la mejor forma de suicidio. Y no se trata de algún libro morboso como pudiera pensarse.
Por principio de cuentas, el autor demuestra que la única verdad del hombre es la mente, la cual es aceptada por todos los humanos y no hay uno solo que niegue su existencia.
Después enseña como la mente es un estado superior del hombre y el cuerpo un algo pasajero destinado a transformarse en simple materia del subsuelo.
Más adelante nos demuestra el instinto humano de autodestrucción inconsciente, para concluir en un festivo panegírico a la autodescorporización.
Finalmente explica con un abrumador detalle las veinte mil formas de suicidio conocidas, para que usted elija la que esté más al alcance de su bolsillo.

Domadores
El domador entró a la jaula de la fiera.
El público miraba semi aburrido el acto.
La fiera enloqueció de furia.
El domador luchaba tenazmente por su vida.
El público gritaba enardecido.
La fiera se tragó a su adversario.
El público aplaudió fuera de si.
Pidiendo a gritos que el acto fuera repetido.

El escondido

Voy a seguir viviendo en las honduras de tu mente -le dijo- luego se sumergió en sus ideas y se arrinconó en lo profundo del abismo.
A veces logra encontrarlo en el consciente, pero le dice que es un pobre ignorante que no merece su amistad, le da la espalda y se vuelve a perder por varios años. Luego lo encuentra otra vez en algún sueño, y cree que esa es la realidad.

Bruma
Su rostro siempre aparecía entre bruma, con rasgos algo distintos; para olvidarla y evitar que sus ojos aparecieran en cada oscuridad, mató el amor con una luz permanente. Su casa siempre estuvo iluminada de noche y de día, hasta su muerte. Entonces supo que la muerte era toda bruma.

La lucha de los egos
En el escalón quinientos de su sueño, el maniático luchaba conmigo con la intención de que rodara cuesta abajo y que mi cuerpo se deshiciera en fragmentos como la imagen ficticia del espejo, sin embargo, por alguna fisura del destino pude aferrarme al barandal de mi salvación.
 Eso fue hace treinta años, desde entonces todas las noches tenemos una cita en el mismo lugar, para probar cual mundo es el que vence, por que ambos estamos seguros, que uno de los dos es el sueño verdadero.

El hombre que se creía muy cuerdo
No se por qué -dijo ante la multitud amotinada- juzgan tan mal a los locos; si alguien es loco, ese soy yo.
La multitud se volvió loca y en medio del tumulto lo quemaron con leña verde por petulante.
El hombre que sentía de lejos
¡Yo puedo sentir a distancia! -exclamaba aquel hombre-
No supo de donde salió la piedra, pero momentos antes de que le destrozara  el parietal derecho, sintió venir la muerte y se fue haciendo chiquito, chiquititititititititito.
Hasta que desapareció.
Un asesinato con premonición y acto conciliatorio
Lo partió en pedazos como a una lombriz: y un fragmento de dedo con su propia sangre, puso en su frente la cruz de la victoria.
La mariposa enferma de amarillo.
En realidad nunca se supo la causa de tal enfermedad. Lo cierto es que por esos lunares amarillos fue violentamente arrojada de la especie.
Todas las mariposas rojas huían de su presencia por el temor de contagiarse.
Meses después la mariposa enferma y expatriada fue capturada por el naturalista, quien con gran regocijo científico la mostraba a sus alumnos:

¡Vean! -decía- ¡es la única mariposa de la especie con esos preciosos lunares amarillos¡.

¿Aún no recupero la cordura?


Víctor Manuel Vásquez Gándara
Años transcurrieron en busca de mi musa soñando con ella largas jornadas de trabajó, insomnio y hasta francachelas.
Inicie el recorrido décadas atrás escudriñando al interior de enormes templos entre sus cornisas, columnas y altares. Miraba imágenes apoyándome en la vieja pentax K1000. Campanarios y campanas visite y escuché. Largos pasillos caminé, atestados de feligreses devotos, fanáticos, religiosas y clérigos, vanamente observé. En lagunas, ríos y mares afanosamente mi vista se perdía, escuchando el agua, transparente o turbia, olas o corriente, entre piedras o arena. Todo maravillaba y sin embargo seguía, sin aparecer. Ranchos, pueblos, urbes cosmopolitas visité, no sólo con esa intención para ser franco, si acompañado de la idea obsesiva de verle cara a cara, cuerpo a cuerpo. Espacios de arte presumían ser la mejor opción, después de acudir a bares y cantinas de mala muerte,. Entré en confusión ocasiones varias. Hermosas doncellas desfilaban en galerias, hembras y mujeres prestas a ser admiradas, captadas ahora ya con la lente de la Canon o del teléfono móvil. Admiradas y admirables, deseadas, deseables inspiradoras de profundas y bajas pasiones..., lamentablemente no se erigían en mi musa, su perfil otro era. Finalmente acceso a libros y la web. En ésta hallaba miles de páginas interesantes, conteniendo incluso descripciones de ella amplias, imágenes y tristemente perdido estuve horas valiosas hurtadas a la creación. A su vez, absorbieron las paginas del libros tradicionalmente presentados en papel. Entre estantes, mesas y montones, librerías de viejo ofrecían otra oportunidad de la musa surgiera, física o en los contenidos: nada. Librerías lujosas, aire acondicionado, pulcritud, muebles cómodos de estar invitaban a placentero y prolongado rato de revisión: tampoco.
El desencanto hizo presa de mí y de mi alma y de mi corazón y de todo, claudicando. Por llegar el invierno a mi vida deduje no estar predestinado hacia el encuentro del maravilloso ser. Poderosa duda embargó el cerebro mío, emergió la racionalidad y concluí: ni existe,fui un iluso.
El destino castigó la incredulidad mía llevándomela en el lugar inesperado. Sentado frente al público presenciando actividad educativa, frente a mí, escasos diez metros de lejanía, sobria, bella, por fin se descubría ante mi, revelándose. Indicios de ser ella sucedieron anteriores ocasiones. Nos conocimos sin descubrir yo, aun sintiendo su presencia, influenciándome. Embargado por la alegria sin percibir. Brevedad en el tiempo en un primer, segundo hasta el cuarto encuentro. Despertó dormidos sentimiento, alentó sueños e ilusiones, embriagó mi ser. Viajé a la velocidad luminaria y desbocadas ideas fluyeron veloces, tan veloces imposibilitando el torrente atrapar. Indudable su presencia, su realidad, su provocación. Su mano tomé y comprobar si verdaderamente era. Su rostro rocé. Expresábale obras propias y ajenas. Asentía cual musa en todo...
 sentenciado por Monterroso: desperté y mi musa aun ahí estaba


Angélica López Trujillo; escritora de recuerdos perennes.


Marcelo Ramírez Ramírez

Angélica López Trujillo, mendocina avecindada en Xalapa desde principios de los sesentas, expresa en una metáfora: Corriendo tras el viento, la empresa de recuperar sus recuerdos, fijándolos para siempre con el poder de la palabra escrita. Lo consigue y, por cierto, haciendo efectivo el adagio que reza: “bueno y breve, doblemente bueno”. Angélica introduce al lector en su mundo con engañosa sencillez. El arte, ¿no consiste precisamente en eso, en lograr que la obra semeje un ser vivo que se ha desarrollado a partir de principios internos que pasan desapercibidos? La narrativa de Angélica alcanza en estos textos la madurez del fruto sazonado con el cultivo del oficio y la fidelidad a un llamado que la autora escuchó desde la infancia.

Para estar a tono con la atmósfera de evocación de estas historias, les contaré la siguiente anécdota: el maestro Emilio Fernández, a quien el vocablo maestro ha de aplicársele como sustantivo y no como adjetivo, impartía con devoción la clase de español en la escuela Esfuerzo Obrero de Ciudad Mendoza. Con él tuvo nuestra generación el privilegio de conocer la noble tradición literaria que nos llegó con la Conquista española. Corría el año de 1956 del siglo pasado; con voz grave y bien modulada, Don Emilio  nos leía fragmentos de los clásicos. En especial, siendo adolescentes, nos impresionaron las historias de Gustavo Adolfo Becquer, impregnadas de misterio y con desenlaces imprevistos. Así entendimos mejor el espíritu del romanticismo, en lugar de aprender su definición conceptual. También nos leía el buen maestro a los poetas mexicanos: Enrique González Martínez, Manuel José Othón, Salvador Díaz Mirón, Manuel Acuña, el desdichado autor de Nocturno a Rosario, entre otros. Un día, Don Emilio nos pidió hacer un ensayo libre sobre algún tema de nuestro interés. La mayoría presentamos trabajos intrascendentes escritos al vapor. Pero el de Angélica mereció la aprobación cálida de Don Emilio. Jovencita de trece años, quizá catorce, nuestra autora hacía una apasionada defensa de México frente a la amenaza del país del norte. Todavía me parece oír su condena de la política de la fuerza impuesta por la gran potencia que, “con sus pringosas garras”, -sentenciaba-, nos había arrebatado la mitad del territorio. Ya entonces, como vemos, está presente su espíritu de rebeldía contra la injusticia. En Corriendo tras el viento, encontramos la condena a la sujeción de la mujer, de parte del hombre o de la sociedad prejuiciosa; contra la santurronería hipócrita; contra la insensibilidad para entender los puros sentimientos del alma; contra los tabúes nacidos de la ignorancia. Pero hay muchas cosas más en la escritora de la madurez. Corriendo tras el viento, engarza un rosario de vivencias intensas y matizadas por la reflexión y la sabiduría de la experiencia. Naturaleza y cultura enmarcan los relatos. La cultura provee los mitos, las creencias, las costumbres, las contradicciones lacerantes de nuestra idiosincrasia. La naturaleza, colores, olores, sonidos, la sutil presencia del misterio infinito. La fina sensibilidad de nuestra escritora le permite penetrar en lo esencial de las situaciones y la psicología de los personajes; gracias a ello, despierta el interés, activa resortes íntimos para reparar en cosas olvidadas en el tráfago de una existencia carente de fuego interior. El único fuego que hoy nos consume es el egoísmo posesivo. Angélica nos muestra otro camino, el único real hacia la felicidad: el de la entrega a las buenas causas, no para ganar simpatías, ni clientelas, ni adeptos, simplemente para realizarnos en el servicio.

          Como hemos dicho, estos relatos son marcadamente autobiográficos. En todos ellos, en algunos más, en otros menos, advertimos la voz comprometida con un credo personal conformado por diversas vertientes. La religiosa, desde luego, dado el hogar cristiano en que la autora forjó sus convicciones que nunca abandonará. Luego, la escolar que culmina con los estudios profesionales. Y, finalmente, las experiencias de la vida que la han enriquecido, acrisolando  su innata tendencia a la solidaridad, no sólo con sus semejantes, sino con la naturaleza entera.

El rico mundo interior de Angélica López Trujillo, es la recreación del mundo exterior enmarcado en la cultura popular, tal como era a mediados del siglo veinte. La modernidad estaba representada por el radio y el teléfono. Apenas asomaba en las ciudades importantes, el rostro cuadrado de la televisión. Todavía se escribían cartas y los enamorados enviaban poemas románticos a las muchachas. En las casas, al anochecer, se contaban historias de brujas, duendes, fantasmas, naguales. Todo esto se refleja en los relatos de Angélica. Leerlos es fácil y grato. A mí me gustaron todos; algunos me encantaron, quizá porque me abrieron el mirador a mis propias experiencias de la niñez y juventud. Tal es el caso de El árbol de oroma. Al leerlo, volvieron a mí los olores de la resina del ocote, del incienso; el eco de los villancicos y la imagen del Niño Jesús tendido en la cuna de pascle, acompañado de ovejas, burros, toros y de los Tres Reyes Magos con sus regalos. En el relato Las Transformaciones, me pareció escuchar la voz de la vecina de al lado, contándole a mi madre la historia de una hermosa mujer que seducía a los incautos y, cuando la seguían a lugares apartados, se les mostraba como un ser repugnante y diabólico. También La señora de la curva, me llevó a identificar parte del espacio común de nuestra generación y de las que nos precedieron. Esta señora se dedicaba a curar de espanto, a expulsar malos espíritus, a quitar el “mal de ojo” y otros extraños padecimientos causados por la maldad humana. Según parece, muchos visitamos esa casa ubicada justo en la curva de la carretera de la villa de Nogales.

          Sadot es una historia triste con acentos de elegía. Sadot era una joven agraciada y sensible; compartió un tramo de su juventud con Angélica y, después, cada una siguió su camino. El de Sadot fue triste y desdichado. Aunque contaba con atributos para ser feliz, no pudo serlo; la desgracia la despojó de la oportunidad de realizar el sueño de las mujeres de aquélla época: casarse, tener hijos y después nietos; contar con el apoyo amoroso del esposo, para terminar los días en la placidez del hogar. Una sombra oscureció su vida desde pequeña, pues no contó con el cariño de sus padres; el tío con el cual vivía fue un mal sustituto de aquéllos y, cuando Sadot llegó a la plenitud de la juventud, la pérdida de su hijo le nubló la razón. ¿El karma, el destino, la fatalidad? Como quiera se le llame, ese poder nos obliga a preguntarnos por qué algunos seres vienen al mundo a padecer sin justificación aparente. En el relato La madre de San Antonio, me cautivó la manera de abordar el asunto; me parece un logro literario con el que Angélica trasmite al lector una enseñanza sobre la condición humana, roída por el egoísmo. La madre de San Antonio habitaba el Purgatorio, terrible foso donde las almas gimen y se contorsionan abrasadas por el fuego, en castigo por cometer pecados veniales. El santo rogó a Dios por su perdón y Dios mandó un ángel que le arrojó una cinta para sacarla. Según nos informa la autora, el ángel no podía hacerlo de otra manera. “la voy a ir jalando suavemente y tú no vas a hacer movimientos bruscos para que la cinta no ser rompa”, dijo el ángel a la señora. Entretanto, una almita se aferró a un pie de la madre de San Antonio, más ésta,  olvidando la promesa de corregirse, “se sacudió con fuerza a la almita rompiendo la cinta y precipitándose nuevamente al Purgatorio”. Dramática lección que la abuela de Angélica le recordaba y ella, a sus lectores. Como en este hermoso relato, nuestra escritora utiliza, cuando el tema lo requiere, recursos dramáticos para enfatizar el daño causado por la ambición, la vanidad, el egoísmo o la “sequedad del alma”. Por cierto, con esta última expresión caracteriza  Angélica el moralismo farisaico, el cual queda ejemplificado en la figura de la “abuela inconmovible, con su blusa cerrada hasta el cuello y su rosario de grandes cuentas negras resbalando por su pecho enjuto”. Más, si la autora tiene ojos para ver el mal, señalándolo sin contemplaciones, no por ello es pesimista, ni se erige en juez para condenar. Ella creé en la caridad, la compresión y el perdón como antídotos que sanan el alma. Me referiré, por último al relato intitulado Mi primer amor, verdadera radiografía de los sentimientos de una niña –Angélica sin duda alguna-, a quien su madre compró un muñeco de yeso. Ese muñeco fue el receptáculo del amor total de la pequeña y adquirió la forma de vida que tienen las cosas amadas. ¡Privilegio del amor de darle vida incluso a lo inerte! Un día trágico para la niña, el primo Enrique arrojó el muñeco dejado momentáneamente a su cuidado y el juguete quedó roto en mil pedazos. Angélica intentó rehacerlo sabiendo lo inútil del esfuerzo. En ese momento, nos explica, descubrí que tenía un alma. Es cierto, los sentimientos más hondos nos revelan el alma. Particularmente el sentimiento del dolor ante una gran pérdida. ¿Acaso no decimos: “me dolió hasta el alma”?

          Los invito a cruzar el umbral de este libro y disfrutar en la compañía de un alma que vibra en la dimensión del más puro sentimiento.