miércoles, 10 de noviembre de 2010

Editorial

La Revolución mexicana constituye uno de los eventos con mayor impacto social, político y económico en la historia de nuestra patria. Existe consenso sobre lo inacabado de su proceso, considerando las diversas causas que dieron origen a ese movimiento, y sin embargo los resultados alcanzados a cien años de distancia, valorándolos en toda su dimensión, son una realidad, como también se reconoce que hay temas pendientes, entre otros la desigualdad social.
Hoy, al conmemorarse un centenario, se discute en diversos foros precisamente lo inacabado del proceso revolucionario, sus resultados y pendientes por realizar, reflexionándose acerca de la necesidad de renovar aquellos ideales, de asumir compromisos provenientes de una de las gestas más trascendentales de nuestra historia, con objeto de cuestionarse sobre la problemática actual, incluyendo todo lo incompleto de ese proceso, aunándole las demandas sociales actuales en busca de propuestas de solución.
Las preocupaciones abarcan diferentes entornos, transitando desde aspectos fundamentales como son los de la salud, la seguridad pública, la oportunidad de desarrollo económico y una educación de calidad, hasta otros no menos principales: conservación de nuestra identidad y tradición cultural.
La problemática social ha transmutado: del dominio español desembocamos a la deuda externa hacia el Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial; el analfabetismo, en menor proporción, pero en una masa global de seis millones de habitantes que ha sido casi permanente durante los tres decenios más recientes; la religiosidad en la educación que cambió a mercantilización; no hay esclavitud como tal, pero ahora la libertad sufre consecuencias a través de la inseguridad y la corrupción; el latifundismo pasó al reparto de la tierra, actualmente abandonada por la baja valoración e incosteabilidad de la producción y vendida en muchos casos por la permisibilidad de reformas en la ley; la explotación laboral desembocó en sindicalismo a veces bien y a veces mal llevado, y después en desempleo y subempleo.
Encontrar respuestas a la problemática social es, por supuesto, corresponsabilidad de todos los mexicanos y de todas las personas que habitan en este extraordinario país. El grado y competencia de responsabilidad en cada sector-público y privado-está perfectamente delimitado en nuestra Carta magna, de acuerdo con el criterio de expertos jurídicos, ya que la consideran una de las más avanzadas en el ámbito legislativo internacional.
Como integrantes de la sociedad civil, desde las páginas de Tlanestli asumimos la proporción correspondiente de responsabilidad publicando algunos artículos donde se hace una interpretación de la historia, también del presente, dentro del proceso democrático en construcción, inmersos en la diversidad ideológica prevaleciente, en aras de procurar contribuir a través del análisis, investigación y acercamiento al tema de la Revolución, aspirando a lograr la nación anhelada.
Como en los números anteriores, aparecen aquí textos que abordan otros temas no menos importantes, producto de la pluma de profesionales que conocen de primera mano la información y que, al mismo tiempo, aportan sus propias reflexiones.

Tres lecturas de la Revolución Mexicana.

Javier Ortiz Aguilar

            Desde el mismo proceso revolucionario, el conflicto se realiza simultáneamente en los campos de batalla y en la comunidad intelectual. Cada grupo armado cuenta con una historia que presumiendo la posesión de la verdad revolucionaria, exige la hegemonía política. Por esta razón, el Estado consolidado asigna a sus intelectuales orgánicos la tarea de construir la concepción oficial de la revolución mexicana. Este discurso no impide la presencia de otras interpretaciones de los desplazados del poder, así como la de aquellos que consideran insuficiente la transformación social.
            En los años sesenta algunos investigadores dan prioridad a los movimientos que pretenden transformar radicalmente la sociedad mexicana, como los anarquistas y los zapatistas, y otros orientan su atención por modernizar las formas de control político, como el maderismo, el carrrancismo, y los proyectos del grupo Sonora. Quiero subrayar el carácter político que orienta la construcción del discurso histórico de la Revolución. Este hecho, ocultado en los ámbitos académicos, es evidente en la producción historiográfica. La historia, dice Marc Bloch, es hija de su tiempo. Por tanto su reconstrucción va a contracorriente: del proyecto hacia el pasado, con el fin de establecer las estrategias consecuentes.
            Con la finalidad de poner en evidencia esta afirmación seleccioné tres lecturas de la Revolución Mexicana, en distintos tiempos y desde puntos ideológicos diferentes. Los textos son: La formación del poder político en México de Arnaldo Córdova, publicado por Editorial Era, cuya primera edición fue en 1972; la segunda es  La Revolución Mexicana: actores, escenarios y acciones. Vida Cultural y política, 1901-1929 de Álvaro Matute, bajo el sello editorial de Océano, publicado por primera vez 1993, y por último Contrahistoria de la Revolución Mexicana. Pistas de una agenda abierta de Carlos Antonio Aguirre Rojas. Coedición de la Universidad Michoacana y Libros de Contrahistorias, publicada en 2009.  
I
La formación del poder político en México.

            Arnaldo Córdova nace en Morelia Michoacán en el año de 1937. Milita en las Juventudes Comunistas y en el Partido Comunista Mexicano. Funda el Movimiento de Acción Popular. Estudia en la Universidad Nicolaíta y en Italia. Investigador Emérito de la UNAM y miembro del Sistema Nacional de Investigadores.
            Las condiciones de los años setenta descansan en tres secuelas del movimiento estudiantil de 1968: La fundación del PMT, la guerrilla y la guerra sucia, y la apertura democrática. En este contexto Córdova desplaza su atención a la esfera política, presuponiendo la existencia de un futuro electoral.
            Si se compara la represión en Francia y la represión en México resulta que en la Revolución de Mayo es asesinado un estudiante. Este hecho provoca la posibilidad de la renuncia del gabinete encabezado por un héroe de la resistencia en la Segunda Guerra Mundial. En México, en cambio, se reconoce el asesinato de cuarenta estudiantes y el gobierno sale del conflicto completamente fortalecido. La explicación la encuentra en el mismo proceso revolucionario. Por tanto, es el tema de esta investigación.
            La condición de posibilidad de la centralización del  poder político en México reside en la ausencia de la sociedad civil, o en términos del autor, de fuerzas del mercado. Este vacío lo llena un estado absolutista, cuyo centro es el caudillo. El mismo Juárez utiliza la reelección para garantizar la Constitución de 1857. Porfirio Díaz, mantiene esa práctica con el agregado de dictadura (“dictadura honrada” diría Justo Sierra) para construir la unidad territorial y política. Estas medidas están inspiradas por el positivismo. Desde esta perspectiva, la Revolución Mexicana no es la ruptura con el antiguo régimen, sino la continuación del poder unipersonal. Gracias al movimiento armado el caudillismo es sustituido por el presidencialismo.
            La administración de la violencia está mediada por el control de las masas obreras y campesinas. Sólo cuando las dirigencias sindicales o campesinas pierden el control entra el ejército. Esta sociedad, paradójicamente adquiere legalidad a través de los artículos más progresistas de la Constitución Política de 1917. El Artículo Tercero otorga al Estado la facultad de orientar la educación de acuerdo a los valores. El estado, por prescripción del  Artículo 27, asume la propiedad de la tierra y las riquezas del subsuelo y tiene la capacidad de otorgar y modificar el tipo de la propiedad agraria. El Artículo 123 lo convierte en árbitro de los conflictos obrero- patronales, el 130 subordina las instituciones.
            En esa situación el país mantiene los ritmos de crecimiento del antiguo régimen y posibilita la instauración del populismo. Así se inicia el tránsito de un régimen agropecuario a un país industrial. Por supuesto bajo la dirección del Estado.
            Apoyándose en lo anterior, propone como estrategia: desmantelar la estructura corporativa del Estado mexicano, con el fin de liberar la voluntad ciudadana, condición para la construcción de una democracia moderna, plural e incluyente. Para este autor, la democracia plural es la única vía de una auténtica transformación revolucionaria.

II
La Revolución Mexicana: actores, escenarios y acciones. Vida Cultural y política, 1901-1929

            Álvaro Matute Aguirre nace en México en 1943. Estudia la licenciatura, la maestría y el doctorado en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Es investigador titular del Instituto de Investigaciones Históricas y profesor de la Facultad de Filosofía y Letras. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores.
            Su obra La Revolución Mexicana responde a los años 90: tiempo de la hegemonía neoliberal y la presencia del pensamiento posmoderno. No puedo decir que ello sea la causa de una despolitización acelerada en los medios universitarios, pero ese fenómeno existe. En ese horizonte emerge una tendencia academicista en el gremio del historiador. Y en ese contexto adquiere una importancia singular Álvaro Matute.
            En la lectura de esta obra se advierte la influencia del pensamiento fenomenológico, especialmente de Don José Ortega y Gasset, incorporado a nuestra tradición filosófica por los republicanos españoles. Desde esta perspectiva explica el proceso de la Revolución Mexicana, a partir de un  núcleo racional que orienta los acontecimientos revolucionarios de 1901 a 1929. Con una erudición envidiable va demostrando sus tesis. Este núcleo reside en la producción intelectual, y como buen historiador toma en cuenta la tradición liberal y los proyectos de transformación social. La lectura desde esta perspectiva resulta, como se lee en la contraportada, “(….) un fascinante fresco histórico que, frente a las visiones mistificadoras o políticamente interesadas, recrea con ejemplar objetividad los pormenores de un periodo que, a cien años de distancia, continúa en el centro del debate nacional.”
            El principio de su investigación consiste en el agotamiento del sistema porfirista. Este decaimiento es producto de la no correspondencia entre el mandato constitucional y la realidad social. El teórico porfirista es contundente “La Constitución de 1857 es una generosa utopía liberal”. Por tanto es la violencia estatal la única garante del orden. En consecuencia la insurgencia de las clases subordinadas es la manifestación de un orden racional formulado por la intelectualidad de la época. Por esta razón Porfirio Díaz se equivoca. Él ve en la clase media ilustrada la palanca para la vida democrática, y no, según nuestro autor, la promotora de la revolución.
            No obstante la importancia de las estructuras socioeconómicas, Matute atiende el ámbito de las ideas. Pero éstas en una estructura constituida por tres ejes temporales: los escenarios, el conflicto revolucionario y los actores, no sujetos, constructores de la conciencia nacional y sus acciones
            La acción revolucionaria constituye una ruptura con el orden porfirista, la tradición liberal y por supuesto, con el positivismo dominante.  Esta ruptura tiene sus antecedentes en Savia Moderna, dirigida en 1906 por Alfonso Cravioto y Luis Castillo Ledón, la Sociedad de Conferencias fundada en 1907. Todos estos actores se integran al Ateneo de la Juventud creado el 28 de octubre de 1909, bajo la dirección de Alfonso Reyes y disuelta en 1914, como consecuencia de los Tratados de Teoloyucan.
            En la primera nómina del Ateneo de la Juventud están registrados tres veracruzanos: Roberto Argüelles Bringas y el Lic. Enrique Jiménez Domínguez de Orizaba y María Enriqueta Camarillo, de Coatepec.
            El 21de septiembre de 1910, el Ateneo organiza la Campaña “para la ocupación de la Universidad” contando con el apoyo de Justo Sierra y la oposición de los positivistas porfirianos. La ocupación tiene como objetivo formar a los cuadros intelectuales a través de la Escuela de Altos Estudios dedicada al cultivo de la filosofía y la literatura. La actividad intelectual no impide la participación de muchos ateneístas en los ejércitos villistas y en el gobierno de la Convención Revolucionaria.
            Con el triunfo de Obregón, Vasconcelos se hace cargo de la Secretaría de Educación Pública. Aquí lleva el espíritu del Ateneo. Su preocupación es la difusión del libro, pero con una triple intención, comunicar, enseñar y actuar, con el fin de que ellos construyan la polis nacional y democrática. Alfonso Reyes decía irónicamente: Vasconcelos quiere “el latín para las izquierdas”.
            Los miembros del Ateneo permanecen activos en el proceso de consolidación del nuevo régimen, hasta el conflicto surgido entre los intelectuales y la fuerza militar personificada en Plutarco Elías Calles.
             Matute revalora la actividad de los intelectuales en la construcción de la nueva sociedad, esa actividad que palidece frente a las personalidades militares y políticas que ocupan la mayor parte de la historia de la Revolución.

III
Contrahistoria de la Revolución Mexicana. Pistas de una agenda abierta

            Carlos Antonio Aguirre Rojas nace en la ciudad de México en 1965. La Universidad Nacional Autónoma de México le otorga el doctorado en economía y la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de Paris el grado de posdoctor. Actualmente es investigador en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM y profesor  de la Escuela Nacional de Antropología e Historia.
            El horizonte que determina la lectura de Aguirre Rojas está determinado por las secuencias, a decir de este autor, de la revolución mundial de 1968. En primer lugar la presencia de los “nuevos filósofos” que divulgan el nihilismo posmoderno. En segundo, el inicio de la Conferencia de Barbados, cuyas conclusiones exponen las limitaciones del indigenismo oficial. En tercer lugar,  la Caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas y Soviéticas y Yugoslavia. La crisis de certezas dominante es alterada por las rebeliones regionales y las minorías sociales. La rebelión más influyente es la rebelión indígena en Chiapas.
            En este contexto adquiere importancia la Contrahistoria de la Revolución Mexicana. Esta obra está guiada por la tradición marxista, pero incorporando las tesis de la Escuela de los Annales, especialmente de Marc Bloch y Fernand Braudel, la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt, principalmente el pensamiento de Walter Benjamin, la microhistoria italiana y  la genealogía de Michel Foucault. Su intención es construir de acuerdo a las condiciones actuales, el fundamento científico de la historia, con el fin de convertir este conocimiento en un arma de la revolución.
            Nuestro autor niega la validez del concepto “globalización” y asume la tesis de sistema-mundo acuñado por Inmanuel Wallerstein. Este sistema, independientemente de sus manifestaciones, no deja de ser un sistema capitalista, y como tal sufre las crisis cíclicas del capital, ciclos de cincuenta años. Así explica la incidencia de revoluciones en 1810,1857, 1910, 1968. Siguiendo la acentuación de la crisis, infiere la posibilidad de agotamiento definitivo del capitalismo en 2050, lo que no significa el logro de un sistema superior, sino simplemente un sistema pos capitalista.
Es evidente que la expansión del capitalismo no significa una homogeneidad del desarrollo mundial. Aquí se apoya de las aportaciones de la Escuela de los Anales, especialmente en las investigaciones de Braudel, en la teoría y método de la historia regional.
            Con esa visión se aleja de los tiempos cortos, o el tiempo de los acontecimientos para ubicar su atención en las estructuras profundas de los procesos sociales. De esta manera inicia su investigación de la Revolución Mexicana, con la delimitación de tres regiones en el territorio nacional. Estas regiones no responden a lo establecido por la historiografía tradicional o a los límites establecidos por el poder político. Estas regiones responden a las configuraciones sociales producto de la presencia del capitalismo y las resistencias de las condiciones geográficas, culturas, tradiciones, cosmovisiones.
            Encuentra tres regiones: el México del norte, con un clima árido, cruzado por cadenas montañosas, pero con recursos mineros,  el México Central, caracterizado por una diversidad y pluralidad microclimática, donde se asientan los diferentes núcleos civilizatorios, y el México del sur, caracterizado por un sistema montañoso y una exuberante vegetación. Por tanto, el proceso de la Revolución Mexicana tiene expresiones regionales. Así no es posible pensar en un proceso homogéneo creador de una sociedad con iguales ritmos de desarrollo
            Por esta razón encuentra la fuerza del cambio en el  sureste mexicano. Esta región donde floreció el polo civilizatorio más importante en Mesoamérica, queda reducida después de 500 años de expansión capitalista en un ámbito de atraso, superexplotación y  discriminación de los indígenas y los sectores populares. Esta paradoja se acentúa en el siglo XXI, donde en esta región reside el futuro inmediato. A esto apuesta la Otra Campaña.
            Desde esta perspectiva asume la contrahistoria, entendida como la entiende Foucault, como ese estudio marginado, ese lado oculto y subterráneo, que desprecia la historia oficial, “esa historia escrita por los vencedores para los vencedores”. Esos sectores negados constituyen el futuro de nuestra realidad social.

IV

            Esta lectura de tres lecturas, tiene como objetivo poner de relieve dos cuestiones, la historicidad de la historia y el carácter político. En ese sentido el conocimiento histórico no es, como diría Nietzsche, ni la historia monumental, que establece los valores dominantes, ni la historia anticuaria, que únicamente recolecta acontecimientos como cosas, ausentes de toda vitalidad.

La humildad del Prior Philip

Marcelo Ramírez Ramírez

            El prior Philip es uno de los personajes principales y mejor logrados en la novela histórica de Ken Follett Los Pilares de la Tierra. En ella se cuenta la intensa vida de este monje, representativo de una religiosidad al mismo tiempo simple y profunda, como pudo florecer en una época en que lo sagrado era parte esencial en la vida de los hombres. Al padre Philip no le acuciaban los grandes enigmas teológicos, ni lo atraía la senda de la comunión mística; lo suyo no era ni la especulación abstracta, ni la búsqueda de Dios en el recogimiento interior. Era ante todo un hombre práctico, deseoso de servir a la iglesia interpretando la voluntad divina. Cuál era la tarea que tenía asignada era lo único importante para el buen padre Philip y, para saberlo, estaba atento a las señales que Dios quisiera mostrarle a través de los sucesos de la vida cotidiana. El asunto era descubrir esas señales e interpretarlas adecuadamente, porque, como pudo darse cuenta nuestro prior, los humanos pretenden aceptar como tarea encomendada por Dios, lo que no es sino fruto de sus propios deseos y ambiciones. El orgullo de sentirse alguien especial, un elegido, es el pecado a que se encuentran expuestos los servidores de la iglesia, aún los más santos; acaso éstos más que nadie, pues en ellos el orgullo gana en sutileza, se disfraza de sumisión aparente. Este orgullo es malo para el alma porque pervierte la virtud; ocupa su lugar, presentándose como lo que no es. De aquí la preocupación constante de nuestro monje de dar respuestas al llamado real, de hacer lo que se esperaba de él.

            Muy joven Philip  llega a ser prior de Kingsbridge, imponiéndose el arduo trabajo de sacudir la inercia de los monjes y novicios, mal acostumbrados por años de negligencia del anterior prior. El sitio reflejaba  la apatía y el relajamiento de las costumbres; los bienes se habían administrado mal y también las responsabilidades espirituales se cumplían con escasa devoción y seriedad. Philip vio aquí un ilimitado campo para su espíritu emprendedor; hacer prosperar al priorato, sería la tarea de su vida. Empezó a soñar con el futuro mientras se aplicaba a la tarea; recorrió las aldeas, granjas y tierras del priorato; estimuló la producción de granos y de lana; reorganizó la administración  e impuso una disciplina basada más en el reconocimiento que en los castigos. Estos sólo se aplicaban en casos graves. Philip actuaba con energía; era obstinado en sus propósitos, pero también justo y cuidaba de su rebaño con celo genuinamente cristiano. En la realización de su obra Philip encontró aliados y enemigos. Los primeros le ayudaban con generosidad aunque a menudo entraban en conflicto con él por la diferencia de caracteres, de temperamentos y de la manera de ver las cosas. No siempre era fácil comprender las motivaciones del monje y a éste también le costaba trabajo, por su  falta de experiencia mundana, aceptar la conducta de sus simpatizantes, excepto de aquellos que, como él, llevaban el hábito benedictino. Sus enemigos le odiaban al extremo de querer su destrucción e impedir a como diera lugar que Kingsbridge prosperara y llegara a tener su propia catedral.

            Durante un tiempo el prior Philip alcanzó sus metas. La prosperidad llegó a Kingsbridge, cuyos habitantes disfrutaron de trabajo, abundancia de comida y tranquilidad, lo cual en esos tiempos era un gran logro. Ken Follett introduce al lector en la cotidianeidad de la vida medieval, con sus fiestas, diversiones, esperanzas, miedos, prejuicios. Sin embargo, la armonía conquistada con tanto esfuerzo, no iba a durar indefinidamente, el conde William Hamleigh, quien usurpaba este título de nobleza, se convierte, junto con el obispo Waleran Bigod, en una amenaza que pone en riesgo, permanentemente, las realizaciones de Philip. Precisamente el día en que Kingsbridge, ya con pretensiones de ciudad próspera, celebraba su primera feria de la lana, para atraer a los ricos comerciantes flamencos, el conde Hamleigh realiza una incursión sangrienta destruyendo el patrimonio arduamente adquirido. Las cuantiosas pérdidas en dinero y vidas humanas provocan el desaliento y paralizan las obras de la catedral. Philip se cuestiona si no habrá mal interpretado la voluntad de Dios. Quizá Dios, después de todo no quería una catedral, o no era Philip el indicado para construirla. El prior ve destruidas moralmente a personas que él quería y respetaba y que lo habían ayudado y reflexiona sobre la responsabilidad que tiene en su desgracia. De pronto, el mal representado por William Hamleigh y Waleran Bigod, se manifestaba más fuerte de lo que suponía y daba al traste con su arrogancia. No obstante, aunque las dudas lo inquietan, Philip persevera y consigue levantar nuevamente el priorato, pero, nuevamente una incursión del conde, quien es manipulado por Waleran en su odio enfermizo en contra de Kingsbridge y de una mujer a quien no había podido someter, Aliena, ahora aliada de Philip, arruina lo realizado. A pesar de tales desgracias, Philip da muestras del coraje de su espíritu  y, sometido a la tensión provocada por las asechanzas de sus enemigos, termina por sobreponerse. Finalmente, después de múltiples altibajos en que el autor exhibe la miseria y la nobleza de los personajes de este drama medieval, Philip ve levantarse la catedral de Kingsbridge, de estilo moderno, con hermosas vidrieras que la inundan de luz. Las técnicas traídas de Francia habían hecho posible levantar al cielo la casa de Dios, como una plegaria etérea y espléndida. Philip ha llegado al final del camino y, como en las historias del antiguo testamento, ve caídos y humillados a sus enemigos. Después de innumerables sacrificios y fracasos, puede creer que, a pesar de todo, Dios le había elegido para servirle en Kingsbridge. El bien parece haber triunfado sobre el mal, aunque esto deba considerarse sin demasiado optimismo, puesto que Philip ha aprendido que la batalla no termina nunca. Como sea, Los Pilares de la Tierra muestran cómo un hombre como Philip fue capaz, en una época imbuida de sacralidad, de asumir su papel de defensor de los valores del espíritu frente a las intrigas del obispo Waleran, quien representa la corrupción de aquellos valores y frente al conde William Hamleigh, símbolo de la bárbara concepción que ve en el poder el medio de imponer a los demás la voluntad irrestricta de quien lo posee. El prior Philip aprendió, a lo largo de los años, la poderosa presencia del mal en el mundo y en las personas mismas, pues nadie es completamente malo y nadie es completamente bueno; a estas alturas, el mismo Philip sigue creyendo que no tiene derecho a sentirse tan satisfecho de su éxito. Recogió a un niño muy pequeño y lo educó para ser un buen monje; ahora ese niño ha llegado a ocupar su puesto, es el nuevo prior de Kingsbridge y se llama Jonathan, enviado de Dios, nombre con el cual Philip reconocía una señal específica que le había sido enviada. Viendo a Jonathan, el monje se pregunta si no es un pecado de orgullo considerar al joven prior un reflejo suyo. Su anhelo de ser un simple servidor de Dios, le recuerda que hay otros superiores a él y que esto debe reconocerlo, no sólo en la palabra, sino creyéndolo sinceramente en el fondo de su corazón y su mente, como lo exige el séptimo grado de humildad de la Regla de su Orden. Esa humildad auténtica, esa negación de sí mismo, de toda vanagloria, es la aspiración del buen monje. La percibe como una meta muy elevada a la que sólo puede acercarse sin conseguirlo totalmente.

            Joseph Piepper ha hecho notar la ausencia del pecado en el mundo de nuestros días. Junto con otras nociones esenciales de la moral tradicional, la noción del pecado fue perdiendo su sentido originario y hoy es un vocablo anacrónico, sin conexión con los modos de relacionarse del hombre con el mundo y con sus semejantes. El hombre moderno se mueve en el nivel del error, del desacato a la ley; su culpa no afecta los estratos más profundos de su personalidad, pues ha dejado de reconocer los vínculos que lo atan a ese orden en el cual los valores dan sentido y dignidad a las cosas y a las personas, a estas últimas de manera especial. Quizá una fenomenología del malestar que agobia a los seres humanos y los hace sentirse descentrados y fracasados, no obstante sus logros mundanos, revelaría, como causa central de esta enfermedad moderna, la pérdida de referencia a lo Absoluto. Así lo consideran ciertos pensadores de nuestro tiempo, incluidos algunos para quienes el retorno a la fe en lo incondicionado es imposible. Dejando de lado por ahora la cuestión de si es factible recristianizar a la sociedad moderna, buscar nuevos caminos de espiritualidad, acaso una síntesis de las grandes tradiciones religiosas o, de plano renunciar a tales intentos, dándole continuidad al proyecto de la modernidad de un humanismo antropocéntrico, al margen de todo esto, la pérdida de referencia a lo incondicionado plantea un problema radical al pensar ético con graves implicaciones prácticas. Así, el padre Philip es una figura atractiva y de valor pedagógico, porque le da concreción a un tipo humano que vemos cada vez más distante e incomprensible. Ken Follett, además de escribir una novela de aventuras, amores e intrigas, ha recuperado para los lectores de hoy la atmósfera espiritual de la Inglaterra del siglo XII con su conciencia del bien y del mal, vistos como las dos fuerzas primordiales que luchan por prevalecer en el mundo. La connotación del bien y del mal en el ámbito de la ética teológica lleva a los seres humanos a la clara conciencia de que nadie pueda salirse con la suya impunemente. Aunque se pueda burlar la ley humana, la Ley Divina permanece infranqueable, porque nos obliga a juzgarnos conforme a valores absolutos. En cuanto a los valores mismos, ya vimos que la humildad, por ejemplo, es un camino a recorrer, en el cual cada quien ha de esforzarse sinceramente. Con los demás valores acontece algo idéntico, nosotros no somos la medida, no los creamos, no dependen de nuestra subjetividad. Están ahí, como un llamado, un reclamo; en la medida en que los realizamos nos hacemos más humanos. El infractor de la ley positiva y el trasgresor que siente su falta como un pecado, representan dos actitudes completamente diferentes, que responden a dos modos de comprender la realidad e insertarse en ella. Quizá una ética como la del padre Philip, ya no pueda darse por ausencia de condiciones sociológicas y porque, a pesar de los excesos que se han cometido en su nombre, la autonomía moral es una conquista que debe preservarse; si esto es así, la pregunta clave a responder es la de cómo puede conciliarse dicha autonomía del hombre con su reinserción en la trascendencia, a fin de superar el subjetivismo y el relativismo y la pérdida de sentido de nuestras vidas que son su consecuencia lógica.   

Un Hombre de la Revolución

Abelardo Iparrea Salaia§

 "Hombres y mujeres sufren por igual la tiranía de un ambien­te  político y social que está en completo  desacuerdo con los pro­gresos de la  civilización y las conquistas de la filosofía."
 Ricardo Flores Magón

Nicolás Tomás Bernal Manjarrez es UN HOMBRE DE LA REVOLUCION. Sinaloense él, merece holgadamente, ahora que hacemos su exhumación, su rescate y su recordación, ser ubicado en el discreto altar de la his­toria a que lo condujeron su conducta, su decisión, su lealtad, sus convicciones y su infatigable batallar para poner siempre a salvo, con su integridad, la integridad de ese otro hombre superior que fue Ricardo Flores Magón, y dejar incólume y sin mancha el periodo revo­lucionario generado por el más honrado y heroico de los anarquistas mexicanos.
            La suya -la de Nicolás Tomás- es una historia que se desenvuelve sobre lo ordinario de toda existencia, en tres momentos estelares  de su longevo transcurrir:
a) Todo cuanto tuvo que ver, en sano desarrollo, desde su nacimiento (21 de diciembre de 1892), protegido en los brazos de Juana Manjarrez, su madre, y en los de Ignacio Bernal, su padre, que formaban hogar en el breve caserío de San Ignacio, Sinaloa, a las márgenes del río Piaxtla, hasta su candorosa adolescencia, teniendo como haberes algunos conocimientos rudimentarios, incluidos rudimentos del idioma inglés que más adelante habrían de servirle en mucho,  y sumaba también algunas agudas emociones que le habrían de seguir; para entonces tiene ya 16 años y estamos en 1908, cuando ya se han dado las primeras asonadas y algunos estrépitos de advertencia sobre la rebelión pronto a suceder.
b) Luego viene su primer asomo social, más en serio, sus iniciales relaciones y el arranque de su madurez in­telectual y de conciencia como ciudadano en ciernes y como mexicano que desde esa temprana etapa existencial tira ya en favor de las cau­sas esenciales de su pueblo, de su país, en cuya gran batalla por armar un porvenir mejor y digno, participará agotando en ello su juventud primera, y al no ser suficiente la parte ésta de su vida, su vida en­tera. En ese lapso habrá de entrar en contacto y conocer a gente ya muy conocida por sus virtudes y su valentía, por su inteligencia e integridad ciudadana. Entre 1908 y 1909 participa de las inquietudes y anhelos de lucha de varones singulares como Rafael Buelna[1], alumno entonces del Colegio Rosales, que más tarde se convertiría en la Universidad de Sinaloa; Juan y Francisco Valadés, que dirigían el pres­tigioso periódico El Correo de la Tarde, opositor abierto del porfi­rismo y por ello perseguidos sin que sus plumas y sus voces se doble­garan en su largo y azaroso bregar de rebeldía; Heriberto Frías[2] quien en esas horas asume la dirección de ese vocero social, acuerpando esa lucha de oposición y denuncia que no le era ajena; y Ramón F. Iturbe[3], mozo líder popular en esa etapa. Otros más seguramente, pe­ro estos nuevos amigos supieron dejar en él esa esencia, esa energía, la voluntad e impronta que habría de distinguirlo de los hombres co­munes. Está con ellos, con ese tipo de batalladores, hasta entrado el año de 1910, cuando algunos sucesos marcaban el rumbo -inspirados en el magonismo- de lo que habría de seguir en contundente marcha, y es que en 1906 y 1908 la conciencia popular despertaba por los clarines de combate en Jiménez y Acayucan, Viesca y Valladolid[4] y los que vendrían en Casas Grandes, Janos y Palomas, entre otros muchos puntos de candente contacto.

c). El tercer momento vital de Nicolás Tomás lo constituye su aproxi­mación física, emocional e ideológica con Ricardo Flores Magón[5] y su posterior total entrega a la lucha que el notable ácrata jefaturaba en compañía ejemplar de varones de semejante estirpe y pensamiento como Anselmo L. Figueroa, Praxedis G. Guerrero, Enrique Flores Magón y Librado Rivera[6], a quienes Nicolás conoció y trató en terrenos de los Estados Unidos de Norteamérica y de quienes absorbe la riqueza cultural y de ética revolucionaria para el cabal cumplimiento del papel que habría de jugar en el gran escenario de la vida nacional en convulso movimiento. A la mente de Nicolás Tomás, luego de sus incontables entrevistas con Ricardo Flores Magón y de leer sus obras, ar­tículos y discursos (muchos de los cuales oyó directamente), y de re­cibir de él todo un epistolario en que el ilustre oaxaqueño deja ní­tida su imagen y su fértil pensamiento, llegó la sistemática lectura de otras fuentes y múltiples acercamientos con ideólogos y luchado­res de otras latitudes, de que provenía el caudal de ideas y plantea­mientos que armaron la base teórico-filosófica y social en que todos ellos sostenían la nunca declinada intención de sus batallas. Y allá en los Estados Unidos de Norteamérica, en medio del fragor se hace ingeniero electromecánico. Con semejante bagaje se incorpora de lleno y de lleno asume, al lado de Ricardo y de su grupo heroico, la responsabilidad de servir como enlace, difusor y distribuidor del periódico Regeneración[7] y de otras muchas publicaciones de igual o se­mejante carácter, entre el pueblo, especialmente entre los obreros, artesanos y campesinos, con la idea de prepararlos para su redención social y económica, cultural y política.
Para este tiempo -parte madura de 1910-, acomodándonos con los conceptos y palabras de Arnoldo Kraus -"Humillación. Breves Notas”, Artículo periodístico-, en el alma de Nicolás Tomás anidaba la convicción de que "en múltiples sen­tidos humillación equivale a ausencia de futuro... donde los desplaza­dos carecen de lugar, a pesar de que deben compartir el mismo espacio con quienes los han borrado. Y eso es imposible. Los denigrados, por ser personas expulsadas de sus tierras, de sus casas, de su historia y de sus raíces padecen heridas que nunca dejan de supurar… La historia ha demostrado que la humillación carece de límites… Si se sabe -afirma Kraus- que la ausencia de presente determina la imposibilidad de futuro, ¿por qué someterse a los dictados de quienes ostentan el poder?" Y con eso se fue de largo, en su propia interpretación, la desigual lucha del floresmagonismo, lucha también de Nicolás.
Aciagos los días y los años compartidos por Nicolás Tomás con aque­llos paladines, el destino puso a prueba su templanza al ser testigo del martirio que les tocó experimentar y el fin físico de la mayoría, en algunos casos, como el de Ricardo, acosados por la traición y el infortunio del azar. Pero él, nuestro personaje, en el epílogo -largo epílogo de su existencia- se dedica, en una espiral de vía crucis, al incesante batallar -en solitaria guerra- para mantener -como asentamos ya- viva y limpia la imagen, pensamiento y acción del gran ácrata, apóstol a igual medida que Madero y Belisario Domínguez, de la Revo­lución Mexicana. Al tiempo que Nicolás Tomás ajusta y organiza su pen­samiento y el siguiente programa de sus actividades, advierte lo difíciles, complejos, largos y escabrosos que serán los senderos por donde habrá de transitar. De todos modos -él lo sabe-:"cualquier destino, por largo y complicado que sea, -según lo asienta Jorge Luís Borges- ­consta en realidad de un solo momento, el momento en que el hombre sa­be  para siempre quién es." Y el bregar de Nicolás Tomás fue ese tozudo compromiso con la defensa siempre constante e inacabada por los ofendidos y humillados.

Cuando nos conocemos, Nicolás Tomás pasa de los ochenta y yo me acercaba a los cuarenta años de vida. Menudo, de blanca tez, decorosa­mente vestido siempre, de sereno mirar con sus ojos claros, como de niño, y de pausado platicar. La revolución se había ido en los trenes, fugándose con el mismo ritmo, con la parsimonia misma conque fueron de­sapareciendo los caminos donde otrora dejaron su ruda levedad los com­batientes, cientos de miles de ellos -mujeres y hombres valerosos- a pie, con huaraches o botas militares: auténticos protagonistas que pugnaban, hasta el acto supremo de ofrendar sus vidas, por alzar triun­fantes las banderas -incomprendidas muchas veces-, que los impulsaban, los inspiraban o los cobijaban con honor o con poder.

Nicolás Tomás fue, entonces, consecuente con la incesante apropia­ción que fue haciendo de su realidad y de la realidad nacional. Y es que, sin duda y conforme con la afirmación de André Malraux, "trans­formar una experiencia en conciencia, en esto estriba ser hombre", como él lo fue.

Este HOMBRE DE LA REVOLUCION termina sus días -solitario y olvidado-, en el Distrito Federal, con nonagenaria lucidez y ánimo de lu­cha. Pero es inevitable, las luces se fueron extinguiendo, como se fue­ron apagando a pausas sus viejas esperanzas de contemplar las au­roras plenas de justicia, de redención, paz y progreso para el pueblo mexicano.

En una última visita que le hice, superado el diálogo de la corte­sía obligada y amable, me pidió leer en voz alta una fracción sobre el tema "El pan del hombre", escrito por el maestro Vicente Lombardo To­ledano: "En el mundo occidental, que muchos consideran como deposita­rio de la más alta cultura, inspirada en el cristianismo que manda a los hombres amarse los unos a los otros, el pan de cada día sigue sien­do un tormento, porque la vida no se reduce a la alimentación, sino también comprende el vestido, la habitación, la salud, la educación y el disfrute de la belleza. Y la mayoría carece de pan en tanto que los menos lo tienen con exceso aun cuando a veces sólo disfruten de una parte de su fortuna." Inmediatamente me pasa una tarjeta más, y con su clara letra en ella un pensamiento de Ricardo Flores Magón, su maes­tro y amigo, como siempre lo consideró, también le doy voz suficiente: "Todo ser humano, por el solo hecho de venir a la vida, tiene derecho a gozar de todas y cada una de las ventajas que la civilización mo­derna ofrece, porque esas ventajas son el producto del esfuerzo y del sacrificio de la clase trabajadora de todos los tiempos." Hizo después el intento de pasarme otras notas de las muchas que tenía, pero se de­tuvo y me dijo: "¿Verdad, amigo, que aún hay que insistir en la lucha?... Persisten las causas que motivan la rebelión de las masas... No debemos abandonar esas trincheras... Después leeremos otros pensamientos y gra­cias por visitarme”. Ese después ya no llegó, pero él se quedó en la par­te noble de la historia nacional, ocupando el discreto sitial que con ho­nor le brinda la Patria siempre agradecida, a sus hijos honorables.

"El Sr. Bernal es -en el decir sincero de Don José Vasconcelos- un Veterano de la Revolución, ligado desde el principio con el sector ma­gonista, que tantos hombres puros, leales y valientes produjo. El Sr. Bernal es uno de ellos. No resisto a sintetizar mi pensamiento diciéndole que no conocí jamás en la Revolución, hombre más honrado, más de­sinteresado, más bondadoso y más justo, que el Sr. Bernal. Si alguna vez se hiciera una historia detallada y verídica, el Sr. Bernal tendría figura eminente, no sólo entre los precursores, sino entre todos aquellos que a cada momento han servido a la Revolución con lealtad y patriotismo."[8] Sobre él, hoy sólo hemos tocado su verdad apenas insinuada, pero lo hacemos con profundo respeto, admiración y gratitud.


§ Maestro en Pedagogía, docente de enseñanza Media de la Universidad Veracruzana, Fundador y Director de la Preparatoria Las Palmas de Poza Rica, Ver., Secretario Particular del Subsecretario de Cultura Popular y Educación Extraescolar  de la S.E.P (1971-1976),  Docente Jubilado del Instituto Politécnico Nacional.
[1] Sinaloense también, de Mocorito. Joven revolucionario, combatió con­tra Victoriano Huerta. Alto oficial de las huestes villistas. En la cam­paña delahuertista derrotó a una columna mandada por el Gral. Lázaro Cárdenas del Río al que apresa justo en la toma de Morelia, donde muere comba­tiendo (1924).

[2] Nació en Querétaro, Qro., en 1870 y muere en Tizapán, D.F. en 1925. Militar y cónsul, pero sobre todo, periodista en cuya calidad contri­buyó eficazmente con los preliminares de la lucha revolucionaria. Pos­terior a su campaña militar de Tomochic, Chih. y a la edición de su valiente novela del mismo nombre, considerada como antecedente inme­diato de la novela de la revolución, se hace cargo del periódico El Correo de la Tarde en que da a su pensamiento fecundo e indócil su elogiado desarrollo.

[3] Nació en Mazatlán, Sin., en 1889 y muere en el Distrito Federal en 1970. General maderista primero y luego constitucionalista. Protago­nizó notables hazañas como tal. Gobernador provisional de Sinaloa (1917 - 1920), entre otros importantes desempeños.

[4] Sitios del país donde tuvieron especial circunstancia los primeros enfrentamientos armados de los magonistas contra la dictadura de Porfirio Díaz.

[5] Ricardo Flores Magón nace en San Antonio Eloxochitlán, Oax. , 1873, muere asesinado en la prisión norteamericana de Leavenworth, Kansas, en 1922. Anarquista revolucionario, el más humanista y avanzado. Sobre su vida y obra hay abundantes testimonios; autor él mismo de vasta bi­bliografía. Es, sin discusión, al tiempo que precursor de la revolu­ción, precursor asimismo de la teoría del proletariado mexicano. El his­toriador y periodista argentino, Diego Abad de Santillán, al referir­se a la postura ideológica de nuestro héroe, escribió:"Más allá del ideal hay ideal; más allá de una concepción establecida de justicia, hay justicia. Y el anarquismo de Ricardo fue ese: un ir más allá de la conquista cotidiana, un ir más allá en la proyección de la perso­na humana." Y del riguroso y severo análisis que hace, en su momento Ricardo Flores Magón y sus amigos del Partido Liberal, sobre la situación del país bajo la dictadura, se anticipan (1903) las aspiraciones que posteriormente hizo suyas la revolución de 1910, muchas de las cuales se convirtieron en preceptos constitucionales (Enciclopedia de México).

Anselmo L. Figueroa, cercano colaborador de Ricardo, en momentos de grave excitación social supo contribuir a la correcta y audaz con­ducción del periódico Regeneración. Praxedis G. Guerrero, originario de los Altos de Ibarra,Gto., nace en 1882 y muere en combate en 1900. Periodis­ta, sindicalista y revolucionario de heroico decir y hacer. Librado Ri­vera nace en San Luís Potosí en 1864 y muere en el Distrito Federal en 1932; profesor de matemáticas y revolucionario puro. Sería difícil -declaraba Nicolás-, hallar otras tres personas (Ricardo, Praxedis y Librado) que lograran tener entre sí tan sorprendente afinidad de sentimientos, ideología, capacidad de lucha y calidad humana. Enrique Flores Magón nace en Teotitlán del Camino, Oax., en 1887, y muere en el Distrito Federal en 1954. Se lo considera, como a sus hermanos Ricar­do y Jesús, como precursor de la Revolución Mexicana

[7] Regeneración -alma indómita del floresmagonismo- que, con otros de su especie, llevó lejos y en luengos períodos, el pensamiento, idea­rios y lucha de sus hacedores; símbolo e instrumento que, en manos siempre limpias, impulsó la revolución de 1910. En  la Hemeroteca Na­cional y en otros recintos semejantes duerme ahora sus jornadas de tórrida difusión renovadora.

[8] Parte del texto de una misiva enviada por el célebre escritor oa­xaqueño, Lic. José Vasconcelos, al señor licenciado Teófilo Olea y Leyva, entonces (1955), ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

A cuarenta y cien años de la Revolución Mexicana.

Lisardo Enríquez L.

La conformación de la nación mexicana, todavía hoy en construcción, pasa en su historia por varios procesos de lucha armada y por lo tanto de violencia social, a los que el historiador Enrique Krauze llama “momentos traumáticos”. Los tres movimientos revolucionarios fueron eso porque no podían ser otra cosa en las circunstancias “límite” en las que se encontraba el país en cada una de esas etapas. Varios historiadores coinciden en que la independencia, la reforma y la revolución forman parte de un mismo proceso inconcluso que ha tenido la finalidad de crear una entidad que se pueda llamar nación mexicana, con todo lo que ello implica, es decir, en la cual, entre otras cosas, todos sus habitantes compartan, en circunstancias semejantes, el desarrollo político, económico y social. Eso, no obstante los avances, todavía no existe.
El escritor José Revueltas dijo alguna vez que el atraso en la formación orgánica de las clases sociales de nuestro país, era la causa de que en determinadas circunstancias ni las clases ni los hombres que las representaban tuvieran conciencia ideológica de su misión mexicanista. En el origen y evolución de la Revolución Mexicana, en particular, participaron diversas corrientes políticas y de intereses, y fue un movimiento complejo y contradictorio.
Sin embargo, fue uno de los movimientos sociales más importantes del mundo al iniciarse el siglo XX. Se distinguen en ella dos etapas principales: la lucha armada que se desarrolló de 1910 a 1920, y lo que se puede llamar periodo de reconstrucción, que es muy claro de 1921 a 1940. Durante el periodo de reconstrucción se buscó seguir los lineamientos revolucionarios definidos de manera formal por primera vez al momento de redactar, discutir y aprobar la Constitución de 1917, proponiéndose como metas fundamentales de su programa la reforma agraria, así como el impulso a los sindicatos y a la educación de la población rural, que era  predominantemente analfabeta.
Los esfuerzos por dar identidad y unión a los mexicanos no fueron  pocos: construcción de carreteras y vías férreas, una original reforma educativa, un renacimiento cultural que se inspiró en el pasado del pueblo mexicano, un movimiento campesino e indigenista que se apoyó en la distribución de la tierra, la revitalización de la comunidad y el impulso a la educación, además de una política exterior basada en los principios de no intervención y de soberanía nacional. Esta última se mantuvo a través de prácticamente todo el siglo. Los gobiernos en los que más tierra se repartió a los campesinos fueron los de Lázaro Cárdenas y Adolfo López Mateos. En el primero también se nacionalizó la industria del petróleo, y en el segundo se nacionalizó la industria eléctrica.
Puede afirmarse que la Revolución hizo surgir un nuevo sentido de identidad en muchos mexicanos, lo  cual permitió una visión de libertad que no había antes de ese movimiento social. Precisamente la Constitución de 1917 fincó las bases para crear y mantener ese orden de libertad, que junto a otras bondades de ese instrumento fundamental de la política nacional ha permitido, por ejemplo, que haya renovación de los poderes de gobierno en periodos bien delimitados, evitando con ello la permanencia de un solo hombre en el poder, es decir,  evitando que haya nuevamente dictadura. La época en que un hombre conservó el poder, aunque detrás del trono, terminó cuando Lázaro Cárdenas fue presidente de la república. Por las realizaciones que hubo en el gobierno de Cárdenas, es por lo que algunos historiadores llaman a este periodo <<punto culminante de la Revolución Mexicana>>.
No obstante, se estima que la Revolución Mexicana dio solamente un paso del desarrollo de tipo colonial  a un desarrollo nacional semicapitalista. Por ello, es una paradoja que siendo México el único país de América Latina donde hubo una larga y devastadora revolución, con amplios propósitos de redención para las  grandes masas de la población, tenga una tan desigual distribución de las ganancias económicas. Los estudios sobre el particular revelan que ningún otro país latinoamericano ha favorecido tanto a las nuevas élites industriales, agrícolas y comerciales como México, y que haya hecho tan poco por las capas inferiores de la población.
Dicho en otras palabras, el país ha tenido un desarrollo importante en lo económico pero no en lo social, porque ha continuado como una nación con tremendas desigualdades. Así es que si en un momento se requería de progreso económico, después, y ahora, es imperativo el desarrollo social, es decir, un desarrollo con justicia. Por lo tanto, se necesita desde hace varias décadas, y cada vez con mayor apremio, reducir la brecha entre un puñado de grandes ricos y millones de pobres. No haber hecho las cosas en este sentido, constituye uno de los aspectos fundamentales de que haya un México desarrollado y otro subdesarrollado, cada vez más polarizados. Desde los años treinta del siglo pasado, Narciso Bassols decía en relación a la mayoría de la población rural, que hasta que ésta pudiera abandonar la subsistencia y producir a un  nivel comercial, México no podría nunca unificarse social y culturalmente. Ahora la pobreza está diseminada en todas partes, y no se ven todavía  decisiones, programas y acciones contundentes para que disminuya.
En 1952, el economista, estudioso de los problemas nacionales y colaborador en varias administraciones del gobierno federal, Manuel Germán Parra, dijo en una entrevista: <<. . . una de las tareas más importantes y urgentes de la Revolución Mexicana consiste en procurar que el ingreso nacional llegue a distribuirse de un modo siquiera aproximado a como se reparte en los países capitalistas clásicos.  No resulta concebible que en los Estados Unidos y en la Gran Bretaña, el sector correspondiente al trabajo reciba casi las dos terceras partes del producto nacional como lo exponen los últimos datos publicados por la ONU, en tanto que en México, a consecuencia de la inflación y la especulación agudizadas durante la pasada guerra, la población que percibe sueldos y salarios reciba menos de la tercera parte de dicho producto>> (1).
Hace más de sesenta años, en 1947, el economista e historiador mexicano Daniel Cosío Villegas expresó: <<México viene padeciendo hace ya algunos años una crisis que se agrava día con día; pero como en los casos de enfermedad mortal en una familia, nadie habla del asunto, o lo hace con un optimismo trágicamente irreal>> (2). También el historiador Jesús Silva Herzog se refirió a esta situación  en 1949 diciendo: <<Hace algo más de seis años escribí que la Revolución, uno de los tres acontecimientos de mayor profundidad en la historia del México Independiente, sufría una crisis moral e ideológica de suma gravedad. Creía entonces que podría salvarse y continuar su marcha hacia adelante en provecho del pueblo mexicano. Ahora, después del tiempo transcurrido, pienso con cierta tristeza y siento con claridad que la Revolución Mexicana ya no existe; dejó de ser, murió calladamente sin que nadie lo advirtiera; sin que nadie, o casi nadie lo advierta todavía>>(3).
Entre los problemas inherentes a la desigual distribución de la riqueza y a la crisis a la que se refieren estos economistas e historiadores, existe uno que ha sido tal vez el que lacera el alma nacional con más profundidad y que tiene que ver única y exclusivamente con nosotros mismos los mexicanos: el de la corrupción. Ha sido la deshonestidad de los gobernantes,  y de prácticamente todo tipo de servidores públicos, la causa principal de los retrocesos y  fracasos de la Revolución. La corrupción, a su vez, pasa a la impunidad, y entonces cualquier empleadillo llega a un oscuro rincón en el que parece no haber nada, pero donde  encuentra como sacar ventajas económicas y de poder, para <<hacerse de un patrimonio>>. Y de estos singulares personajes hay quienes lo dicen y lo hacen con total cinismo, porque actúan dentro una “cultura” que los protege. Es este el mal generalizado que impide la transformación de México, porque no queda solamente en eso, sino, además, en no cumplir con las tareas que son su obligación, y arrastrar a otros en sus deformaciones conductuales. Entonces, a la corrupción se suman la incompetencia y la irresponsabilidad que, a la larga, han invertido los propósitos de la Revolución Mexicana. Así están las cosas cien años después.
También en la misma época de la que se viene hablando, fines de la década de los cuarenta y comienzos de la década de los cincuenta del siglo anterior, Vicente Lombardo Toledano señalaba que era necesaria una nueva revolución, que sería la cuarta, y acotaba, <<será una revolución de formas pacíficas, de organización empeñosa y diaria de la clase obrera, de los campesinos, de la clase media y de los industriales patriotas. Será una revolución basada en la vigorización de la conciencia de clase del proletariado y en la educación política de las otras fuerzas sociales que han de cooperar a la democracia del pueblo>> (4).
Pero no hubo entonces, ni después, programas del gobierno para una formación política de la población. Los instrumentos democráticos han sido lentos, y, hasta cierto punto, endebles, limitados, cuestionables. Las prácticas todavía dejan mucho más que desear. Los procesos democráticos con frecuencia han estado plagados de irregularidades, de tergiversaciones, de manipulación a favor de intereses de grupos económicos poderosos. La participación de los ciudadanos ha estado ausente. Incluso, es posible que aquello que se llama transición, haya obedecido en su determinación más a intereses extranjeros que a resultados reales de la votación de los mexicanos. Y eso que en situaciones de procesos políticos de elección nacional ha ocurrido, se ve también en procesos en otros niveles de gobierno, en elecciones dentro de partidos políticos y de sindicatos. En otras palabras, nos falta mucho para avanzar como sociedad hacia mejores planos de desarrollo humano, económico, social y político.

Referencias bibliográficas
(1)  Parra, Manuel Germán, <<La Revolución inicia una nueva etapa>>, en Ross, Stanley R., Preparación y prólogo, ¿Ha muerto la Revolución Mexicana? Causas, desarrollo y crisis, Tomo 1, Ed. SEPSETENTAS Num. 21, Secretaría de Educación Pública, México, 1972. p.187.
(2)  Cosío, Villegas Daniel, <<La crisis de México>>, Ibídem, p. 103.
(3)  Silva, Herzog Jesús, <<La Revolución Mexicana es ya un hecho histórico>>, Ibídem, p.129.
(4)  Lombardo, Toledano Vicente, <<Una democracia del pueblo>>, Ibídem, pp.194-195.

A propósito de una crítica.

Samuel Nepomuceno Limón

El matemático Morris Kline (2009)[1] refiere formas diferentes de adquirir conocimiento: utilización de los sentidos, la medición, la experimentación y el razonamiento. Aunque el autor menciona los conocimientos relacionados con los números, diríase que dichos abrevaderos cognoscitivos no son específicos de las matemáticas, pues algunos de estos podrían estar presentes en varias clases de aprendizaje, ya sea aislados o mezclados entre sí. Desde la época clásica de los griegos Aristóteles dio a lo sensorial y la experiencia una importancia básica en el conocimiento. Lo aportado por los órganos de los sentidos era depositario de la confianza por la información directa que era capaz de proporcionar. En la actualidad,  seguimos confiando en los datos que nos proporcionan los órganos sensoriales,  combinándolos generalmente con los que guardamos en la memoria, es decir, nuestros conocimientos previos, y buscando de alguna forma la verificación de lo que nos muestran los sentidos. Ante la duda de lo que estamos mirando, en ocasiones sentimos la necesidad de asegurarnos de ello mediante el sentido del tacto.
   La información de origen sensorial constituye la base de la experiencia, y no puede negarse el papel de esta en el aprendizaje, en especial la proporcionada por la interacción entre el ojo y la mano, en unos casos, y del ojo, el oído y el cuerpo, en otros. Para la Real Academia Española, experiencia es el “Hecho de haber sentido, conocido o presenciado alguien algo” como la primera de sus acepciones. La experiencia se da en la vida de los estudiantes de educación básica en el aula, lo que permite que también aprendan con las manos, brazos, piernas, pies, o acaso con el organismo todo. Gracias a ella se aprende a bailar, andar en bicicleta o nadar, en vista de que tales actividades son, en sí, a su vez, una cadena de experiencias. Con la confianza de que poco a poco lo irán aprendiendo y realizando por su cuenta es que los padres llevan a sus hijos de la mano al cruzar calles y les indican los momentos y circunstancias más recomendables para pasar de uno a otro lado. Igual ocurre con los buenos modales, y ya ni se diga de los hábitos y habilidades de todo tipo. La experiencia permite al niño aprender a expresarse, a comportarse en grupo, a conocer el mundo. También contribuye en mucho al aprender a cuidar de sí mismo y su salud, realizar sumas y demás, a leer, escribir, entre otras habilidades.
   Es innegable que en el conocimiento interviene la memoria. Las experiencias e informaciones que van almacenándose constituyen un valioso archivo que permite resolver algunas situaciones en que se requieren datos cuya presencia procede de tiempos anteriores. La información tiene como vehículo el lenguaje en sus formas oral y escrita, y una enorme cantidad de conocimientos adopta la forma de oraciones gramaticales, con sujeto y predicado. Incluso podría pensarse que la experiencia, alimentada por lo sensorial, conforma una clase de información, lo que se evidencia al poner en palabras cosas aprendidas mediante el hacer. Así, a lo sensorial, organizado por la experiencia, agregamos la información, la cual puede ser recibida, buscada, y, en ocasiones felices, producida por los propios sujetos.
   En un trabajo de investigación, en Francia, Stella Baruck, educadora, preguntó en una encuesta aplicada a estudiantes de los dos primeros grados de instrucción elemental lo siguiente: “En un barco van 12 ovejas y 13 cabras, ¿cuál es la edad del capitán del barco?”. Se encontró con que el 70% de los niños contestó: “¡25 años!”. El hecho es mencionado por el doctor José Antonio de la Peña (2004)[2], al que se refiere juzgando que es un ejemplo de lo mecánico que resulta el aprendizaje matemático y lo alejado que se encuentra del razonamiento. De lo expresado por De la Peña podría decirse que no es del todo extraño cuando viene de un matemático, pero sí lo sería a la vista de la docencia y su práctica.
   Cuando las cosas no salen como se desea, se busca la causa de ese resultado. El niño sabe que cuando se le pregunta se espera de él una respuesta. Si a su juicio contesta bien y se le informa que la respuesta producida no corresponde a lo que se le preguntó, quizá se sienta extrañado, pues habría utilizado para contestar su información disponible, así como los datos que en su caso le hayan sido proporcionados. Así, espera que el adulto que quiere una respuesta le haya dado los datos necesarios, por la confianza que se le ha enseñado a tener en sus mayores. Hacer una pregunta como la del ejemplo podría considerarse una trampa desde el momento en que no se le dio la información que requería la elaboración de la respuesta. Y para darse cuenta de la incongruencia entre pregunta y datos, los niños debían de contar con un mayor grado de madurez. El razonamiento se aplica sobre lo que se sabe, esto es, sobre lo que la experiencia, la información o la aplicación del raciocinio le proporcionan al sujeto. ¿Qué experiencias previas tienen los niños que les permitan juzgar si una pregunta o un problema cuentan o no cuentan con los datos completos para construir una respuesta a partir de ellos?
   Supongamos que a usted, en la calle, le ofrecen miel “pura”. Si tiene la posibilidad de adquirirla probablemente recurra a lo que ya sabe sobre la seguridad de las cosas compradas en la calle, la existencia de productos melíferos adulterados o similares, pláticas de sus conocidos sobre experiencias similares, la conveniencia o necesidad de tenerla, así como a los datos que le ofrece el color del producto ofrecido, su transparencia u opacidad, el estado del envase, su aspecto en general, entre otras cualidades. Obviamente, la información de que carezca con respecto a alguno de estos aspectos no estaría presente en las consideraciones a realizar. Es decir, se procede según la información que se posee.
   Lo que enseña la experiencia en un momento dado se verá después enriquecido con el razonamiento sobre lo que se hace o se pretende hacer. Es oportuno señalar que también por medio de la experiencia se aprende a razonar, mediante la aplicación y ejercitación justamente del acto de razonar. Se da entonces una conjugación entre la capacidad de razonar y aquella información que alimente esta acción. Al parecer, en algún grado, la primera estará dada. Lo que variará será el presupuesto de la experiencia, la información, la percepción procesada… Ello establece una de las diferencias entre el comportamiento de un adulto y el de un niño o un adolescente. Por ello existe el gran riesgo de permitir que al frente del volante de un vehículo pesado o de transporte de pasajeros vaya un casi-adolescente de 21 ó 23 años. Al estar más cerca de la experiencia alimentada por el juego, el manejo del camión se convierte en eso, un juego, y una máquina del peso que tienen esos transportes requiere forzosamente un cierto espacio y condiciones para transitar y para poder frenar del todo.
   El cuidado de la salud, a su vez, representa una mezcla de experiencia, información y razonamiento, lo que ofrece la posibilidad (¡ay!, solo la posibilidad) de conducir a la decisión de ponerlo en práctica. En un juego de palabras, con licencia,  podría decirse que la decisión es la decisiva.
   Por otro lado, el razonamiento y la reflexión son los que permiten, en ocasiones, abandonar las sendas tradicionalmente caminadas. Es lo que algunas personas denominan pensamiento divergente. Las divergencias han dado lugar, algunas veces, a nuevas búsquedas y nuevas maneras de hacer las cosas. Y aunque no siempre es evidente, el raciocinio es aplicado en varias de las decisiones que se toman cuando el sujeto está dispuesto a no dejarse llevar por sus impulsos. Ello es observable cuando se conduce un automóvil, se planchan diversas clases de ropa o se piensa “dos veces” antes de decir las cosas. Quizá varios de los frecuentes accidentes en las carreteras no sean precisamente accidentales, y obedezcan además de ciertas circunstancias de súbita aparición, a deficiencias en la información, en la experiencia o en cómo se piensa o si incluso no se piensa antes de decidir acelerar, mantener cierta distancia con el vehículo precedente, tomar las curvas o invadir el carril de sentido contrario.
   Niños aún más pequeños que los entrevistados por S. Baruck son capaces de razonar, aunque en ellos es posible observar la insuficiencia de la información disponible como alimentadora del acto del razonamiento. Si han de razonar sobre objetos abstractos, como por ejemplo, conceptos matemáticos o éticos, la naturaleza de estos materiales puede hacer difícil el raciocinio por parte de quienes no hayan pasado aún por la adolescencia. Para que la capacidad de razonamiento tenga la oportunidad de desarrollarse parece conveniente ejercitarla, alimentándola con los insumos informativos que las distintas fuentes del conocimiento y los recuerdos pongan en disponibilidad.
   M. Kline proporciona un ejemplo que resulta útil para el caso que comentamos:

Siempre que un niño arroja al aire una pelota espera que ésta caiga. En realidad, está suponiendo que todas las pelotas arrojadas hacia arriba caen. Esta suposición, desde luego, está bien fundada en la experiencia. Con todo, la expectativa del niño de que la pelota caiga es deducción del supuesto que se acaba de hacer y de la premisa de que está arrojando una pelota al aire. Al reconocerse el hecho de que el niño hace una suposición, se transparenta el razonamiento, consciente o inconsciente, que está detrás del acto.

   No hay duda de que los niños razonan. Como se ha señalado, tienen un razonamiento que puede diferir del propio de los adultos por múltiples circunstancias. Aparte de la maduración neurológica hay que tomar en consideración sus experiencias. Tanto las intrínsecamente relacionadas con el asunto sobre el que es cuestionado en un momento dado, como las relativas al hecho mismo de responder preguntas.
   Hay un consejo en el campo de la administración: si no es posible contar con la información necesaria, se trabaja con los datos disponibles. Eso es lo que hicieron los niños de la encuesta. Cualquier administrador sabría que basarse en datos insuficientes puede comprometer la calidad de una decisión… que fue lo que ocurrió en el caso de los pequeños. Sólo que estos no son adultos…, ni administradores.



[1] Kline, Morris. Matemáticas para los estudiantes de humanidades. México: Fondo de Cultura Económica, 2009.
[2] De la Peña, José Antonio (compilador). Algunos problemas de la educación en matemáticas en México. México: Siglo XXI–UNAM, 2004.