miércoles, 8 de diciembre de 2010

Editorial

Una de las razones que dan fundamento a esta publicación es la celebración del Bicentenario de la Independencia Nacional  y del Centenario de la Revolución Mexicana. Esos dos movimientos emancipadores, junto con el de la Reforma, dan sustento a la nación mexicana, no obstante las desviaciones y la falta de cumplimiento a todas las metas en las que debería desembocar cada uno de ellos. Las celebraciones debieran consistir en destacar los hechos relevantes de esas gestas, por lo menos, y en revisar lo que falta por hacer para continuar o enderezar el camino. Algo de eso se ha estado haciendo, pero no lo suficiente, y no en cuanto a reconocer las cosas como han sido. Se ha dado mayor énfasis a eventos de feria. Y tal parece que hay una campaña para lo contrario. Hay una premura por hacerle sentir a la gente que estos movimientos fueron un fracaso y se trató de derramamiento de sangre sin más, como ha dicho por TV Azteca el comunicador Sergio Sarmiento, respecto a la Revolución Mexicana en particular. Y como lo ha dicho también uno que otro historiador.
Cada uno de los números de Tlanestli tiene contenidos relativos a los temas a los que nos referimos anteriormente. Esta edición tiene un artículo sobre “Los movimientos por la independencia antes de 1810”, es decir, los movimientos precursores de los hechos que se desencadenaron a partir del Grito de Dolores, escrito por el maestro Dante Octavio Hernández Guzmán de la Ciudad de Orizaba. Otro artículo relacionado con estos temas se titula “La educación rural que impulsó la Revolución Mexicana”, escrito por el Subdirector de este periódico. En este texto se comentan las creaciones pedagógicas que tuvieron lugar entre 1920 y 1940, periodo de reconstrucción de la Revolución Mexicana, las cuales fueron invención de mexicanos.
Encontrará el lector una colaboración con el nombre de “Los propósitos educativos que vienen de fuera”, escrito por el Lic. Ariel López Álvarez, que se refiere en lo específico a un libro reciente del periodista Andrés Oppenheimer titulado ¡Basta de historias! El autor de este artículo nos hace ver, precisamente, que sino analizamos lo que leemos en los libros y lo que nos dicen en los periódicos, la televisión u otros medios, corremos el riesgo de tomar como cierto todo lo que caiga en nuestras manos y en nuestra mente, sin que sea eso lo más adecuado.
 El maestro Marcelo Ramírez Ramírez, con el estilo  que le caracteriza en el buen escribir, nos entrega en esta ocasión una lectura con el nombre de “El resplandor del poder”, que es el título de una novela política de Alfredo Bielma, de la cual hace un análisis. Nos dice que el autor de la novela muestra “el lado existencial de la política. . . el carácter ilusorio del poder cuando éste sirve únicamente a la ambición egoísta”.
Un tema intencionalmente recurrente es el que se refiere a las culturas indígenas. Apenas unos primeros esbozos de un amplio universo. El poeta Juan Hernández Ramírez ha dado a los lectores uno de sus poemas sobre Nezahualcoyotl, una reflexión de despedida al amigo que se fue, con la cosmovisión que da la cultura náhuatl, y ahora nos lleva a hacer un breve recorrido por “La literatura indígena contemporánea”, en la que se refiere a ésta como una manera de pintar el mundo a través de la palabra oral o escrita.
En este número aparecen dos trabajos de creación que recuperan hechos e imágenes del entorno. Se incluye el relato “Zenobio” del maestro Samuel Nepomuceno Limón, que trata del buen recuerdo que lleva un docente cuando se percata de cómo los alumnos descubren el conocimiento estimulados por el maestro. De igual manera, nos acercamos al cuento “La mejor tecnología de punta”, del Lic. Rodolfo Calderón Vivar, quien elabora una trama a partir de la carrera del momento por alcanzar más grados en los estudios, para engrosar un curriculum que permita a cualquier trabajador ser reconocido por sus títulos, más que por sus saberes y habilidades. En esta carrera el recurso principal es la computadora, medio de la tecnología avanzada, que en un momento es imposible utilizar porque se interrumpe la energía eléctrica de la cual depende.
En terrenos de la historia cultural, Ohtli L. Enríquez González nos entrega el artículo “La consolidación del estereotipo de lo jarocho desde la radio en la década de 1930”, donde nos dice, entre otras cosas, que “Por su enorme acomodo a los distintos cambios y lugares, la radio ha impactado con una magnitud asombrosa, a tal grado de modificar la discursividad y renovar lo que se debe decir y lo que se debe escuchar”.
Va también en esta edición el Testimonio sobre Don Manuel Parra, coronel retirado que era dueño de la Hacienda de Almolonga, lugar situado entre Xalapa, Alto Lucero, Actopan, Tepetlán y Naolinco, y que entrega a los lectores el maestro Juan Martínez María ( quien radica actualmente en Tantoyuca), como producto de su interés por el rescate de la historia oral.
Referente al ámbito educativo, en un acercamiento a la problemática inherente a la tecnología, Angélica y Lourdes Moreno Salazar plantean un tema relacionado con “La revolución tecnológica y su impacto en la cultura”. Por su parte, dentro de la filosofía de la calidad implementada a la educación, Víctor M. Vásquez G., propone un “Enfoque en los procesos: oportunidad de mejora continua para la educación”.
Con estas reflexiones llegamos al último mes del año, por lo que desde nuestras páginas enviamos un saludo afectuoso a todos los colaboradores de Tlanestli, a los suscriptores, y a los lectores de diferentes puntos del norte de la entidad, como son los casos particulares de Platón Sánchez, Tantoyuca, Tuxpan y Poza Rica, así como a los de la zona centro de las ciudades de Xalapa, Ciudad Mendoza y Veracruz, al igual que al grupo de colegas que radica en la Ciudad de Jáltipan, al sur del estado. A todos ellos y a sus familias les deseamos una feliz navidad y un venturoso año 2011.

Testimonio sobre Don Manuel Parra

Juan Martínez Maria[1]

Allá por el año de 1930, en la hacienda de Almolonga, propiedad del coronel retirado Don Manuel Parra, ciertas novedades ocasionaron que este singular personaje determinase formar un grupo de pistoleros que tuviera a su cargo el cuidado de la hacienda.

En una ocasión en el Camino Real, allá por los cañales de Paso del Toro, un grupo de ladrones logró apoderarse de diez mil pesos que iban a ser destinados para gastos de la hacienda, situación que provocó la ira de Don Manuel Parra, quien de inmediato inició la búsqueda de los delincuentes sin lograr su captura, ya que, internándose por el “mal país” lograron darse a la fuga.

Como era un coronel que “pesaba” ante el gobierno, logró contar con su anuencia para formar su propia “cuadrilla” de defensa, delegando la responsabilidad al Capitán Moreno, un hombre chaparro y entrón, quién de inmediato agrupó a 300 hombres a caballo y con armamento, que se encargaban de la vigilancia no sólo de la hacienda, sino de las comunidades aledañas. Fue así como en varias regiones hubo “jefes parristas”; Rafael Cornejo en Plan de las Hayas, Crispín Aguilar en Actopan, Rodolfo Hernández en Naolinco, etc.

El grupo de Don Manuel Parra fue creciendo tanto, que en todos los pueblos crearon guardias que, aprovechando la situación, cometían desmanes sin que la ley reprobara sus acciones. Dicen que fue como una plaga que se extendió más allá del Estado de Veracruz, llegando sus influencias hasta Guadalajara.

Se sabe por referencias de la gente que, atrás de la hacienda, en medio de una finca de café, existía un hoyo natural del que no se sabía su profundidad, el cual se usaba como sepultura de toda persona que cometía un delito o simplemente era acusada de algo. Sólo se veían los cinturones de las víctimas que pendían de unas maderas como “trofeos de guerra”. Ni los zopilotes se acercaban al lugar, porque ni olor salía.

Como patriarca, Don Manuel Parra resolvía problemas propios y relacionados con la gente de su tiempo. Al principio creía firmemente en sus pistoleros y en las acusaciones que hacían sobre personas a las que debían victimar. Por esta razón, mucha gente inocente murió. Más adelante utilizó otro procedimiento: Mandaba traer acusador y acusado para que se “carearan” y a veces resultaba que el denunciante era el que iba a dar al “hoyo”.

Se sabía también que cuando Don Manuel Parra mandaba por alguien, era para tratar un asunto delicado, siempre se cuadraba con su “fusca” al cinto y así, rodeado de pistoleros, arreglaba las cosas a su manera.

En una ocasión mandó a matar a un individuo de El Terrero, pero éste supo del plan y acudió valientemente a su presencia para reclamarle la orden:
-¡Usted me mando a matar! ¿Se puede saber por qué? ¡Si eres tan valiente, es momento de que tú mismo lo hagas! ¡Nada más no hagas señas para ninguna parte, porque te trueno antes!.

Don Manuel Parra no se atrevió a desafiarlo, dejándolo escapar por temor. El valiente se introdujo a los cañales. De tonto se escapaba por el Camino Real.

A Don Jesús Dorantes Espinoza, el señor que compartió lo que hasta aquí se ha dicho, le tocó la misma suerte en una ocasión que Don Manuel Parra mandó por él a Paso del Toro, acosándolo con preguntas cuando lo tuvo enfrente, sólo porque Don Jesús usaba una Colt Nagar de siete tiros.

-¿Por qué jalas pistola?
-La jalo para defenderme de los bandidos. ¿Qué? ¿Está prohibido?
-Aquí solamente se porta arma con mi permiso. ¿Por qué no me avisaste?, reclamó Don Manuel Parra.
- Pa’defender lo mío, no lo creí necesario, respondió Don Jesús.
- ¿Y acaso te atreverías a matar en tu defensa?
- ¡Pues si es necesario, sí!
- Pues como veo que eres bragado y valiente, ¡vete, no hay problema!

En algunas ocasiones, Don Manuel Parra utilizaba otros procedimientos ante los reclamos de justicia que le hacían personas humildes. Don Paulino González Viveros nos platicó una anécdota que vale la pena resaltar.

En una tarde lluviosa, rumbo al poblado de Mesa de Guadalupe, caminaba una joven, hija de un respetado miembro de esa comunidad, llevando consigo un cesto con fruta recogida de un huerto aledaño. De pronto, de entre los matorrales, surgió la figura de un joven, quien a fuerza y contra la voluntad de ella, mancilló el honor de la jovencita. Más tarde, la desdichada contó a su padre lo sucedido entre lágrimas y dolor.

Su padre, encorajinado y triste, acudió a entrevistarse con Don Manuel Parra, a quien relató lo sucedido, solicitándole justicia. Ante esto, Don Manuel Parra ordenó que le trajeran al padre del joven delincuente, quien casualmente resultó ser compadre suyo, muy estimado por cierto. El papá acudió sin conocer el motivo de su llamado, creyendo que su compadre solamente lo citaba para un convivio informal.

Te mandé a traer compadre, porque quiero que me ayudes a resolver un conflicto, comentó Don Manuel Parra.

-¿Pues de qué se trata compadre?, contestó.

-Lo que pasa es que un jovencito se aprovechó de una muchacha que le negó su amor y él se cobró a la fuerza por venganza. Si fuera tu hija la mujer mancillada, ¿qué castigo le impondrías al delincuente?

-Pues fíjate, que me daría mucho coraje que le hicieran eso y de castigo pediría para él que lo ejecutaran a balazos, comentó el papá del culpable.

-¿Eso pedirías de castigo? ¿No tendrías tantita compasión?, recalcó Don Manuel Parra.

-No compadre. Eso pediría y más.

-Pues fíjate, compadre, que me duele decírtelo, pero el delincuente es tu hijo y tú mismo decidiste el castigo. Así que mañana temprano será ejecutado atrás de la hacienda.

Esta triste historia en Almolonga sirvió de ejemplo durante mucho tiempo para que nadie más intentase cometer un delito. Mientras Don Manuel Parra vivió, así se arreglaban las cosas. Después de su muerte, muchas cosas cambiaron.

Don Jesús Dorantes dice que a él le contaron que la muerte de Don Manuel Parra fue una farsa, ya que, cuando las cosas dejaron de andar bien y los pistoleros se mataban entre sí por el poder, decidió desaparecer. Ése fue el motivo por el que inventó estar enfermo, trasladándose a Veracruz, donde vivía su doctor. Allá sacaron de un hospital a un hombre moribundo; ya muerto, lo echaron a un ataúd y ese cuerpo representó el cadáver de Don Manuel Parra sepultado. Don Jesús Dorantes agrega que, en realidad, él se fue para su tierra en el estado de Hidalgo, donde no hace poco murió como limosnero.


[1] Miembro del sistema educativo estatal durante 31 años ininterrumpidos, de los cuales 28 fungió como profesor de escuelas primarias en localidades pertenecientes a Cardel, Naolinco y Xalapa. En este lapso le asignan la dirección de la escuela primaria Miguel Hidalgo, de Alto Tío Diego, población contigua a Alto Lucero, pero dependiente del municipio de Tepetlán. Mientras se desempeñaba como director, conminó a sus alumnos al rescate de la oralidad. Éste texto, aunque pequeño, es la muestra de una preocupación que le ha acompañado durante toda su trayectoria profesional. Lleva tres años como Supervisor Escolar de la zona 049 con sede en Platón Sánchez.

E l R e s p l a n d o r d e l P o d e r

Por Marcelo Ramírez Ramírez

            Novela sobre políticos y sobre política, la obra de Alfredo Bielma es un eslabón más en su larga trayectoria de escritor que inicia en su juventud. El autor, originario de Juan Díaz Covarrubias, ha sabido alternar, para mostrar mejor el rostro de nuestra vida pública, las herramientas de las ciencias sociales, con los recursos de la literatura, que inciden en lo que podemos llamar el lado existencial de la política. Al procesar sus vivencias en ese mundo donde afloran los instintos más primarios, que es el mundo de la lucha por el poder y la cercanía con quienes lo detentan, nuestro autor puede expresar su propia verdad, sin pretender hablar  desde una visión objetiva e inapelable. Alfredo Bielma nos acerca a la realidad proteica de la política y nos invita a verla en lo que tiene de más humano; los resortes que explican la acción quedan al descubierto.

         Mientras el análisis objetivo pone en primer plano los factores  determinantes del juego político, como son los intereses económicos y muy secundariamente se ocupa de los actores, la forma literaria, la novela en este caso, permite el acceso a la dimensión personal de esos actores, cuya pasta es la de cualquier ser humano, con sus debilidades, sueños, esperanzas, anhelos y ambiciones. De esta manera aporta una perspectiva existencial que complementa el análisis teórico. ¿Qué pasa por la mente de quien participa en el juego del poder? ¿Cómo se ve a sí mismo y cómo ve a los demás? ¿Cuál considera que es el fin último del poder? Tales preguntas y otras parecidas no pueden contestarse sino en relación a los personajes que hacen de la política el objetivo central de sus vidas. Esos personajes según su talante moral, sus inclinaciones, su educación, sus experiencias vitales, darán forma a un estilo de hacer política. Si por una coincidencia afortunada se encuentran varios individuos capaces de interpretar las necesidades latentes en el mundo social, entonces surgen generaciones extraordinarias promotoras del cambio, como lo fue la generación de La Reforma en México. Eso sin embargo, rara vez sucede. Cuando se ha gozado de cierto período de estabilidad, la práctica política se anquilosa, se vicia; existe una especie de recetario para la solución de los conflictos, dedicándose el político a su aprendizaje y aplicación. Los viejos enseñan a los jóvenes y así se perpetúa una práctica que va perdiendo su eficacia sin que lo perciban sus cultivadores, porque antes se había perdido ya el espíritu de la autocritica. Justo esto fue lo que sucedió en los últimos años de la hegemonía priísta, con su lenguaje, sus esquemas y sus rituales, que identificamos en la novela El Resplandor del Poder. En ese momento captado por Alfredo Bielma, en que la política ha olvidado los ideales de la revolución y es vivida como simple medio para alcanzar una existencia regalada, el resplandor del poder enceguece; el individuo queda atrapado y finalmente es destruido como ser humano, aún cuando no alcance a percibirlo. Eso acontece con César quien traiciona sus promesas olvidándose de su familia; César gana el mundo a costa de su alma. Este es un drama muy antiguo, lo cual nos habla de su verdad y su vigencia. Bielma lo trata una vez más, mostrando el carácter ilusorio del poder cuando éste sirve únicamente a la ambición egoísta. La pequeñez humana de César y de quien llega a convertirse en su principal colaborador, se revela conforme uno va leyendo el texto. Personalmente creo que Alfredo Bielma hace su relato con sentido crítico, pues si bien describe hechos y circunstancias con lenguaje neutral, los momentos decisivos de la novela responden al propósito de poner al descubierto la manipulación, el frio cálculo con el que proceden los políticos cuando están bajo los efectos del resplandor del poder. Uno de esos momentos se da cuando César, recién egresado de la universidad, pasa horas y horas esperando en la antesala de un funcionario a quien creía su amigo para solicitarle trabajo. Desairado y humillado, tomará venganza tiempo después al ayudar a ese pseudo amigo, integrándolo a su equipo de trabajo aquí, en su estado, en donde ha obtenido una buena posición. En esta venganza retorcida vemos la clase de relaciones que se dan a la sombra del poder, las cuales, obviamente, se fundan en el interés mutuo y la connivencia, no en el reconocimiento del otro. ¿Cómo no van a ser comunes las traiciones, si el compromiso es sólo exterior? La política aparece como un juego de apariencias. Por eso aunque Alfredo Bielma descarte la actitud moralizante, la novela deja la impresión de que la política debería ser otra cosa distinta de lo que es. El contraste implícito en la novela entre el realismo crudo y un objetivo más elevado, tal vez se explique porque Bielma, nacido en 1940, estuvo en la universidad en una etapa en que todavía estaba vivo el sueño utópico de un mundo mejor. La utopía es el horizonte en el cual se recorta la figura de la política actual.

         Personajes y situaciones de la política estatal de los últimos decenios del siglo XX, coincidentes con el declive del priísmo y el ascenso de la tecnocracia, ocupan la  atención de Alfredo Bielma, quien logra recrear un escenario que conoció muy bien durante sus años de participación en la vida pública de Veracruz, en los regímenes de los licenciados Rafael Murillo Vidal y Rafael Hernández Ochoa y del economista Agustín Acosta Lagunes.

         Quien haya conocido de cerca la vida pública de Veracruz durante esos dieciocho años, podrá identificar a los personajes principales de la novela. Fuera de la satisfacción que eso le provoque, lo verdaderamente importante de leer a Alfredo Bielma, es conocer un testimonio honrado y confiable sobre lo que ocurre muy a menudo con los políticos que viven alucinados por el resplandor del poder. 

Zenobio

Por Samuel Nepomuceno Limón

El asunto parecía sencillo. Había leído un libro que me pareció interesante, Diario de una maestra, escrito por una docente soviética. Entre las anécdotas que relataba la autora aparecía una relativa a su primer día de clases. Su contacto inicial con sus alumnos fue a través de la narración de un cuento. A los primeros segundos ya tenía al grupo embelesado, pendiente de sus palabras. Así que me di a la tarea de seleccionar un relato y llevarlo al conjunto de rostros aún desconocidos que habrían de ser los estudiantes a mi cargo a partir del siguiente día.
   La mañana llegó, y con ella mis expectativas acerca de los niños y sus reacciones. Una vez dentro del aula, esperé que fuesen llegando, a cuentagotas, los primeros alumnos que habría que atender dentro de la profesión que en esa jornada inauguraba. Cuando todos estuvieron dentro, me aclaré la garganta y empecé por las palabras acostumbradas. Había una vez… Y nada. Nada hubo. Nada cambió. Los chicos que ya tenían amistad entre sí platicaban en voz alta o hacían chistes a costa de algunas de sus compañeras. Las niñas, enfundadas en su rebozo, se limitaban a mirar tímidamente a sus condiscípulos varones, mientras permanecían silenciosas, sentadas en sus sitios. El barullo seguía creciendo. Caí entonces en la cuenta de que yo era, después de todo, un extraño que despierta cierta curiosidad inicial y después termina por ser ignorado. ¿Y entonces lo que decían los libros sobre el interés natural de los niños hacia las narraciones?
   Con el paso de las horas fui comprendiendo varias cosas. Una, que esos niños no estaban habituados a permanecer todos juntos en un solo lugar. Otra, que tampoco estaban habituados a permanecer sin cambiar de sitio. Que tampoco sabían que a la escuela se iba (¡oh tiempos lejanos!) a escuchar, a permanecer calladitos para poder aprender.
   O sea, que los contenidos del programa debían esperar un poco para poder ser presentados, mientras buscaba el modo de que los niños del grupo adquirieran, con la práctica, algunas actitudes básicas correspondientes a su papel de alumnos de escuela primaria.
   El trabajo fue arduo. Ahí encontré sentido a la despedida que en broma nos hicieran algunos maestros de la escuela normal cuando expresaban: Bueno, ya tienen su título; ahora, a comenzar a aprender de veras.
   Como dice El seminarista de los ojos negros, “monótono y tardo va pasando el tiempo, y muere el estío y el otoño luego”. Los meses transcurrieron, en su desfile interminable, y en aquel entonces una de mis mayores preocupaciones era si esos niños de primer grado habrían aprendido a leer. Al finalizar la sesión de trabajo me quedaba con el conjunto de muchachitos que me iban a leer una lección de su libro de texto gratuito. Las primeras páginas, quizá por su pequeñez, quizá por los ejercicios, eran fácilmente memorizadas por ellos: Ese oso. Se asea así. Con el avance del curso, las lecturas eran ahora más complicadas, y los chicos no solamente leían su lección en el orden en que aparecía en la página del libro, sino que les señalaba líneas salteadas, palabras aisladas, seleccionadas aleatoriamente, a fin de asegurarme de que en vez de lectura no me dieran una recitación.
   A esas alturas del curso podría decirse que ya controlaba yo el grupo. Los chicos no permanecían sentaditos y calladitos como al parecer había que esperar. Eran inquietos por naturaleza. Con harta frecuencia me interrumpían en cualquier momento de las ‘explicaciones’ con preguntas a veces ingeniosas, a veces graciosas, lo que provocaba la risa de los mayores. Las niñas, quizá menos retraídas que al principio, ya se animaban a participar cuando se les preguntaba. El año escolar estaba por terminar.
   Ese día transcurría como cualquier otro. Ya era hora de la salida, y una fila de pequeños, en edades que fluctuaban entre los siete y los doce años, permanecía en espera de ser llamados para que llevaran a cabo sus lecturas. Niñas y niños, uno a uno fueron pasando, hasta que correspondió al último la realización de su práctica. La jornada había concluido.
    Recogí mis cosas para dejar el aula y colocar el candado a la puerta, cuando uno de los niños se levantó de su asiento y se acercó con su libro a mi mesa. Era Zenobio.
   En general, los padres de los alumnos de la única escuela del pueblo, la que ya contaba con dos grados y tres maestros, se dedicaban a las labores del campo. Los días domingo bajaban a la ciudad más cercana con la finalidad de vender sus productos. En la población había una tienda pequeña. Los hijos del dueño eran quizá los más despiertos de todos los estudiantes.
   Entre los escolares, los había alegres, con esa inocente agresividad que a veces exhiben los niños pero que a sus ojos resulta un motivo para reír. Los había también con diverso grado de timidez, la que por lo común se mantenía presente en las niñas. Desde el inicio del curso se hizo evidente que se daban los dos extremos. Por un lado, los varoncitos, que sin cortapisas hablaban a veces en medio de la clase con algún compañero que se sentaba al otro extremo del salón; por el otro, los que durante algunos meses se limitaban a ver y a responder las preguntas con un murmullo, una sonrisa medrosa o un monosílabo. Probablemente la convivencia misma resultaba educativa. Fui observando que poco a poco algunos de los varoncitos mayores, al quitarse el sombrero y colgarlo en algún clavo de la pared de tablas, dejaban ver una cabellera peinada. Alguna niña, también de las mayorcitas, llegaba en ocasiones con una flor prendida en el cabello. Casi no había contacto entre hombres y mujeres, a pesar de que se sentaban mezclados en el aula. Ahora ya todos hablaban. Algunos, poco, pero hablaban. Excepto Zenobio.
   Cuando veía yo que la confianza crecía en el grupo, y que ya me aceptaban como uno de los suyos, sentía que la atmósfera era positiva. Nos aceptábamos mutuamente. Por eso yo me había hecho a la idea de que Zenobio era mudo. Cuando yo tomaba la palabra, él, desde su lugar, me miraba e intentaba realizar algunas tareas. Cuando le preguntaba directamente algo, seguía mirándome con una casi imperceptible muestra de incomodidad. Me veía y veía a los demás, quieto y silencioso. A fin de no avergonzarlo, optaba por no dirigirle directamente las preguntas. Preguntaba al grupo y los que tenían alguna respuesta que ofrecer levantaban la mano o me contestaban a gritos, sin esperar que les fuera concedida la palabra. Casi al final del año escolar, Zenobio continuaba asistiendo a clases, siempre quieto y silencioso.
   Esa vez, me sorprendió verlo de pie, junto a mi mesa. Hola, Zenobio, qué gusto verte aquí. ¿Vas a leer? No sé hasta qué grado resultaba torpe mi pregunta, dados los antecedentes. Pero ya la había hecho. El niño hizo un ligero movimiento de cabeza que interpreté como una afirmación. Bueno, pues adelante, le dije, con una semisonrisa y una actitud dispuesta para inspirarle confianza. Abrió su libro en la página que ya tenía separada con el dedo índice de su mano derecha y lo depositó sobre la mesa.
   Y empezó a leer.
   Hasta ese día no había conocido su voz. Es más, yo pensaba que carecía de ella. Tampoco había visto en él alguna participación. No tenía idea de su progreso, pues no había habido oportunidad para la comunicación en su doble sentido. Ya me había resignado a la posibilidad de que no aprobara el curso. Todas mis tentativas de acercamiento habían fracasado. Y ese día comenzó a leer, con voz de baja intensidad, pausada, insegura. Tuve que dominar la sorpresa, la curiosidad, la alegría… No sé, la emoción. Realizó de cabo a rabo la lectura. La práctica que acostumbraba hacer no era una toma de lección como se hacía en la antigüedad. Era un ejercicio de lectura. Y él lo llevó a cabo. Le señalé palabras aisladas, oraciones en orden arbitrario, líneas en otras páginas del libro… Todas las leyó.
   Tal circunstancia ha provocado una de las satisfacciones más grandes brindadas por la profesión. Prácticamente casi sin haber yo intervenido, el niño fue capaz de llevar cabo su aprendizaje. Eso constituyó una lección para mí sobre la capacidad de la mente humana. La posibilidad de que se diera de un modo paralelo al empleado por el resto de sus compañeros ruidosos, inquietos, preguntones, activos. La actividad de Zenobio había sido intelectual.
   El año escolar terminó a los escasos días. Con el curso se fueron los niños a otro salón, con otro maestro. Cuánto me hubiera agradado seguir trabajando con Zenobio, el niño que aprendió solo. Y él me enseñó que es posible tal aprendizaje. Pareciera que es cuestión de que el sujeto encuentre el ambiente adecuado a sus propias circunstancias, y lo aproveche.
   También fue una lección de cómo el hombre, si tiene voluntad, resiste, insiste, aunque toda la lucha sea imperceptible para los demás. En esa ocasión, recibí una lección de vida.

La literatura indígena contemporánea

                                           Por Juan Hernández Ramírez


              Para hablar de la Literatura Indígena Contemporánea, primero hay que reconocer que en el territorio nacional y estatal, vivieron y aun perviven  grandes asentamientos de pueblos indígenas. Mas de 60 culturas y  lenguas con sus respectivas variantes dialectales, se ubican en grandes zonas geográficas del territorio nacional, y mas de 12 culturas y lenguas coexisten en el estado de Veracruz.
             Muchos de estos pueblos provienen de culturas que contaban con escritura propia, entre ellos, la etnia maya, los zapotecos, mixtecos y nahuas. Los nahuas, por ejemplo, tenían a su tlajkuilo, especialista de la escritura, quien mediante la pintura, hoy llamadas códices, narraban su historia, escribían el xochitlajtoli, palabra florida o la creación del mundo o el ueuejtlajtoli, palabra de los ancianos o la creación del mundo. Esta pintura-escritura, no era como la escritura que conocemos hoy, pero esto servía como idea para contar oralmente aquello que se quería transmitir. Sin embargo, la invasión española y posteriormente la colonia, trajo en uno de sus actos la persecución de los tlajkuilos y el exterminio en grandes hogueras de todo códice que encontraron porque creyeron, en su ignorancia, que eran cosas del demonio. Hoy en día, aun se conservan algunos códices, la mayoría en  museos extranjeros, pero por estos sabemos que algunas culturas de nuestro país estaban desarrollando un tipo de escritura, y por ésta misma, sabemos  mucho de la grandeza del pasado.
              Todavía en la actualidad, allá en la región de la huasteca, las mujeres nahuas conservan en el diseño textil de sus blusas pintura-escritura tejida con hilos de colores, que el Consejo Veracruzano de Arte Popular  ha estado  tratando de rescatar para llevarla a la categoría de arte universal desde las manos de sus propios dueños, a fin de que se conzca en todo el mundo. En buena hora por este trabajo

             La literatura indígena es una forma de pintar al mundo a través de la palabra oral o escrita. Esta palabra, es el pensamiento filosófico del pueblo, es la palabra de los ancianos, es la historia, los mitos, las leyendas, las costumbres, los rezos, los cantos,  los símbolos cotidianos de la comida, vestuario, danza, música, sueños, la concepción de la belleza y la armonía de la naturaleza con el hombre.
Esa literatura – dice  el poeta Juan Gregorio Regino – se diferencia de la literatura indianista, indigenista y la literatura en lenguas indígenas, pues cada una tiene sus propias características. La literatura indianista surge después del movimiento de independencia en el que existe la búsqueda de una identidad propia y se exacerba la pasión nacionalista. El esplendor del pasado prehispánico se enaltece y las culturas indígenas se convierten en símbolos de resistencia frente al colonialismo español, sin embargo, la valoración de lo indígena es sólo externa, pues los escritores de esta literatura no eran indígenas, sino portavoces de las culturas oprimidas que no podían levantar la voz. Entre los escritores destacados de esta corriente literaria figuran Mariano Meléndez muñoz , Eligio Ancona, Eulogio Palma y Palma, Irineo Paz y José Luis Tercero.
          La literatura indigenista en México surge durante el gobierno del general Lázaro Cárdenas. El indio, de Gregorio López y Fuentes,  inaugura esta corriente  en 1935. La literatura indigenista, particularmente la narrativa, tiene distintas tendencias desde su aparición. Un rasgo común  que comparten es que la mayoría de las obras resaltan los aspectos sociales, siendo frecuentes los temas sobre la explotación, la pobreza, la marginación y el choque entre la cultura hispánica y las indígenas. Los escritores de esta literatura tratan de adentrarse al pensamiento indígena desde su perspectiva, pues no pertenecen a esta cultura.  Otras obras importantes de esta época son: El resplandor de Mauricio Magdaleno, La rebelión de los colgados de Bruno Traven, El callado dolor de los Tzotziles de Ramón Rubín, El diosero de Francisco Rojas y otros. La narrativa indigenista de 1940 a 1960 fue una combinación  de etnografía con testimonio, Juan Pérez Jolote de Ricardo Pozas es la obra más representativa de esta época. La narrativa  indigenista de los años cincuenta trata de penetrar la cosmología indígena  y los personajes indígenas son mas convincentes, se intenta mostrarlos en su contexto cultural. Eraclio Zepeda con Benzulul, Rosario Castellanos con Balún Canán, Ciudad Real y Oficio de Tinieblas y María Lombardo con La culebra tapó el río, cierran este ciclo.
              La literatura en lenguas indígenas es de reciente aparición, está escrita en las propias lenguas de los escritores  y se aprovechan en ella las grafías del alfabeto castellano. A la fecha se han producido una variedad de textos  que van del teatro, al ensayo, al relato, la canción, la poesía y la novela.
La escritura de las lenguas indígenas es relevante en sí, porque se escribe en la lengua tzeltal, nahuatl o maya, y en ella se recoge la tradición, pero, según Juan Gregorio Regino, no tiene formas literarias indígenas y no hay una reflexión porque se construye a partir del pensamiento castellano.

Con don Andrés Henestrosa y Los hombres que dispersó la danza, se inicia la literatura indígena contemporánea. Esta obra recrea las costumbres del pueblo zapoteco. Henestrosa escribe en castellano y en zapoteco, y según Carlos Montemayor, los zapotecos del Itsmo han forjado acaso la tradición literaria  moderna más importante de las lenguas indígenas de méxico. Después de Rosendo Pineda, Adolfo Gurrión y Enrique Liektens Cerqueda, son Andrés Henestrosa, Pancho Nácar y Gabriel López Chiñas, quienes consolidaron una generación de escritores en lengua materna.

               Hoy estamos viviendo el florecer del siglo XXI, y las lenguas indígenas han resistido a la discriminación, a la masacre de sus hablantes, las represiones y los despojos de sus tierras pero, a pesar de eso,  por algo tan vital como el idioma, permanecen vivas las culturas de México.

               En la literatura escrita está hoy la renovación de las culturas de México, ella constituye un paso en nuestra cotidiana resistencia y una forma de maravillarnos de nuestra riqueza cultural y del lenguaje, igual como lo hace esta nueva generación de escritores, de los cuales quiero anotar, a manera de ejemplo,  algunos trabajos:

                Presento un ejemplo de memoria oral de una ceremonia  tradicional de Zongolica, Veracruz. Ofrecimiento de flores, donde el viejo sabio de la comunidad náhuatl  amonesta al niño, en una recopilación de Natalio Hernández.

                 “que el Creador de todas las cosas te conceda fortaleza, permanencia y vida; que nada te entristezca. Crece, date a querer; el creador te envió a la tierra no únicamente a caminar, no únicamente a pasear. Has de ofrendar tus flores al Creador de todas las cosas. Mañana o pasado, conforme vayas creciendo, le darás una florecita. Ya estás creciendo. Crece, para esto te han enviado a la tierra. Has venido a ofrendar tus flores aquí en la tierra, en los pequeños pies del Creador. Crece, date a querer, que nada te entristezca, que nada te preocupe . Se te nombra: ofrendador de flores”.


                              Poesía escrita por poetas de la actualidad.

                                    BRICEIDA  CUEVAS COB
                                            maya

                                       Tu madre

                        Tu madre se puso contenta.
                         Desde lo mas profundo de sus ojos
                         brotó su amor.
                         La comadrona le dijo que sería hembra
                         cuando te vio colgante del viento panal de avispa de tu madre.
                         Tu madre se alegró.
                          En el borbolleo de su añoranza
                          revoloteó su silencio.

                          Ella renacerá con tu nacimiento.


                                     VICTOR DE LA CRUZ
                                      Zapoteco del itsmo

                          ¿Quiénes somos?, ¿cuál es nuestro nombre?

                              Hablar, decir sí a la noche;
                              decir sí a la obscuridad.
                              ¿Con quién hablar, qué decir
                              si no hay nadie en esta casa
                              y tan sólo oigo el gemir del grillo?
                              Si digo sí, si digo no,
                             ¿a quién digo sí, a quién digo no?
                             ¿De dónde salió este no y este sí
                              y con quién hablo en medio de esta obscuridad?
                              ¿Quién puso estas palabras sobre el papel?
                              ¿Por qué se escribe sobre papel
                               en vez de escribir sobre la tierra?,
                               ella es grande,
                               es ancha, es larga.
                               ¿Por qué no escribimos bajo la superficie del cielo
                               todo lo que dicen nuestras mentes,
                               lo que nace en nuestros corazones?
                               ¿Por qué no escribimos sobre las verdes hojas,
                               sobre las nubes, sobre el agua,
                               en la palma de la mano?
                               ¿Por qué sobre el papel?
                               ¿Dónde nació el papel,
                               que nació blanco
                                y aprisiona la palabra nuestra:
                                la palabra que esculpieron nuestros abuelos sobre
                                las piedras,
                                la que cantaron en la noche
                                cuando hicieron su danza,
                                la que usaron para decorar sus casas,
                                dentro de sus santuarios,
                                de sus palacios reales?
                                Quien trajo la segunda lengua
                                vino a matarnos y también a nuestra palabra,
                                vino a pisotear a la gente del pueblo,
                                como si fuéramos gusanos
                                caídos del árbol, tirados en la tierra.
                                ¿Quiénes somos, cuál es nuestro nombre?

                                           
                                           NATALIA TOLEDO
                                           Zapoteca del itsmo

                                            Templo

                                 En el templo, la luz,
                                 Ojo en el centro del triángulo
                                 de un Dios que a nadie mira.
                                 La mano de Minerva golpea mi brazo,
                                 largo y delgado como serpiente de agua.
                                 Pulso convulsionado,
                                 coágulo de vida.
                                 Una voz tiene el ojo:
                                 en qué pantano dejaste tu cuerpo cobarde.
                                 Estremece la albahaca.
                                 La espina de mi piel cae.


                                             MARIO MOLINA CRUZ
                                             Zapoteco de la sierra

                                                  La molienda

                                 Amanece
                                 y te encuentro bañando el metate;
                                 mientras el humo azul cosquillea las tejas,
                                 el corazón rojo del encino se descubre.
                                 Al mismo tiempo,
                                 sobre los bagazos de caña,
                                 tus rodillas desnudas se estriban.
                                 Se oye
                                 el ir y venir de la mano del metate
                                 y de vez en cuando debajo la voz de la masa.
                                 El olor
                                 a tortilla caliente llama,
                                 la jarra mixe de café
                                 perfuma el nuevo día,
                                 el fuego silba... cruje,
                                 canto del que vive el fogón.
                                 Mientras tanto, en silencio,
                                 te contemplo satisfecho.
                                 Antes del crepúsculo
                                 regreso a casa
                                  y de nuevo
                                  te hallo de rodillas,
                                  impulsando con cadencia
                                  tu noble fuerza sobre la piedra,
                                  entonces...
                                  mis ojos te bañan de cariño.
                                   Mas tarde,
                                   cuando la obscuridad se adueña del pueblo
                                   y el fuego va muriendo,
                                   cuando sólo retrata siluetas discontinuas,
                                   me acerco a ti,
                                   levanto tu metate
                                   y al tocar tus rodillas morenas
                                   tan ásperas como mis manos
                                   siento que un tizón se clava en mí
                                   para luego astillar mi voz.
                                   Cuando las cenizas del fogón enfrién
                                   sobaré tus ofendidas rodillas,
                                   mi pecho se encenderá
                                   y sin alumbrar el silencio
                                   y sin lastimar la noche
                                   te pediré sofocar la llama.


                                    NATALIO HERNANDEZ
                                    Náhuatl del norte de Veracruz

                                     No quiero morir

                                   No quiero morir,
                                   quiero ser partícipe del nuevo día
                                   y del nuevo amanecer.

                                   No quiero morir,
                                   quiero disfrutar los nuevos cantos floridos,
                                    los nuevos cantos del pueblo.

                                    No quiero morir,
                                    anhelo leer los nuevos libros
                                    y admirar el surgimiento
                                    de la nueva sabiduría.

                                    No quiero morir,
                                    quiero que sea vigorosa mi propia vida,
                                    ansío recuperar mis raíces:
                                    no deseo abandonar mi vida en la tierra.




                                              JUAN TIBURCIO
                                                   Tutunakú

                                                 Bendiciones

                                    Bendíceme en totonaco, Dios mío,
                                    porque en español me maldicen.

                                    Ilumíname con el sol totonaco,
                                    porque me opacan en español.

                                    Dame sabiduría totonaca, Dios mío,
                                    porque en español me llaman tonto.

                                    Dame letras en totonaco,
                                    porque las letras españolas mienten.

                                    Cántame en totonaco,
                                    porque en español me ofenden.

                                    Háblame en totonaco,
                                    porque en español me gritan.