lunes, 11 de marzo de 2013

Editorial Expresiones




Durante la breve existencia de Tlanestli Expresiones de lectores se han constituido en aliento indispensable para continuar difundiendo temas culturales, literarios y educativos.
Diversas de ellas –en su mayoría- fueron verbales y sin embargo gracias a la tecnología se conservan evidencias de algunas Expresiones recibidas.
A iniciativa de colaboradores se abre un espacio en las páginas de Tlanestli para publicar las Expresiones teniendo, entre otros, dos objetivos: opinar sobre el contenido publicado –contribuirá en su evaluación-, y proponer contenidos, sugerir, concordar o discordar, no sólo en cuanto a fondo sino también respecto a la forma de la edición.
Hasta ahora hemos editado más de 400 artículos de unos setenta autores aproximadamente. La difusión de ha realizado a través del medio impreso: Revista en formato tabloide; edición virtual publicada en el blog http://tlanestli.blogsport.com visitado por más de 45 mil lectores; edición del Tomo I de Tlanestli Diálogo entre Docentes.
Se insiste en la necesidad de una retroalimentación por parte del público lector, que suscite la reflexión del investigador, provoque deliberar entre escritores y lectores, incluso preocupación de editores, todos como miembros de esta sociedad del conocimiento, de la información y comunicación.
Convocamos entonces a todos nuestros lectores a participar en este proceso necesario para constituir esta publicación en un medio de comunicación –diálogo- entre lectores y escritores.

Expresiones



Llegó a mis manos su publicación Tlanestli del mes de octubre. Leí con cuidado las aportaciones de Marcelo Ramírez, Jesús Jiménez, Ohtli Enríquez y el suyo entre otros. Su esfuerzo merece una cálida felicitación por la iniciativa y la calidad de las colaboraciones. En lo particular es encomiable su interés por los temas de orden educativo que no pocas veces solo se conocen en publicaciones especializadas; hoy el público tiene este nuevo espacio que le permitirá conocer, discutir y comentar nuevos temas de la trayectoria histórica de nuestro estado y otros del ámbito nacional e internacional. Reciba un cordial saludo y adelante con este reto.
 Francisco Alfonso Avilés

Ya me entregaron el último Tlanestli, muchas gracias... Me da emoción esta revista, te confieso.. Y todavía más me dio emoción cuando vi que había un sendo poema de mi más querido maestro Tomás Segovia... No sé si tú estuviste en su última visita a Xalapa: habló de literatura clásica española, del lenguaje, del sentido, del verso.. bueno, sus temas, y habló de manera realmente inspiradora y con gran profundidad. Al día siguiente hubo una lectura de su poesía donde leyó sobre todo poemas amorosos--entre otros éste que hoy publicas-- y fue una fiesta de verdad, una velada gozosa, sencilla, parroquial, una delicia...
Adriana Menassé

Leí el ejemplar de julio de tu periódico. Con toda sinceridad, creo que hay algunos artículos muy buenos. En especial me gustó mucho el artículo de Olga Fernández sobre las cantinas.
 Saludos
Edgar Aguilar

Te felicito por el último periódico.
todos los artículos están muy buenos.
Me gustó el del señor Alfredo Villa Báez, felicidades.
No te pude contestar antes.
afectuosamente Olga Fernández Alejandre

Muchas gracias estimado, reciba saludos de su amigo Paulín y de su servidor. Nos  hemos desconectado un poco  por diversos motivos mil disculpas, la ventaja de tener a la mano por internet   este gran periódico nos permite estar en contacto todo el tiempo.  Saludos
Juan Martínez María
Platón Sánchez Veracruz

Quiero agradecer la oportunidad que se me da de escribir en Tlanestli. La experiencia no sólo es  valiosa, sino gozosa. Los felicito ampliamente por su trabajo periodístico y editorial.
Juan Fernando Romero Cervantes Fuentes

Agradezco a los organizadores de este acto la invitación para participar en la presentación del libro “Diálogo entre Docentes”, primer tomo de una colección de artículos del periódico “Tlanestli” que esperamos tenga una vida larga y socialmente fructífera.
Reynaldo Ceballos Hernández


Destellos del silencio



Silvestre Manuel Hernández *


Para mi hermano Ernesto,
con cariño y agradecimiento,
 por mostrarme lo noble de la vida.

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Antes de pasar a declarar, fue descartando una a una las cosas que llenaban su mundo. Esta, porque implicó tal pérdida de tiempo y de ánimo; aquélla otra, porque significó trabajo y sacrificio en vano; la más “valiosa”, porque sólo fue apariencia; y así continuó, aplicando este y aquel adjetivo a modo de justificación en contra, hasta que escuchó el llamado y casi quedó sin nada en el recuerdo. Uno más en la lista, y uno menos que anotar, pensó satisfecho y emprendió la marcha.
    La mesa de notables quedó complacida cuando lo vieron entrar llevando consigo sólo una hoja en blanco y un bolígrafo, dando a entender que no había escrito nada memorable, y que tal vez podría corregir eso del otro lado de la vida, con aquello que aún no descartaba, una vez ejecutada la sentencia en su contra en ese espacio de saber y prudencia reservado al tiempo y las acciones, las buenas acciones.

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Su mirada se perdía en el lento fluir del agua. De rodillas, como a dos metros del río, temblando, sostenía una bandeja con una veladora encendida; movía los  labios. La respiración, agitada, demacraba más el rostro. Cuántas noches necesitaría para cerrar las heridas. Hasta cuándo dejaría de dar vueltas la venganza, por qué el honor se cobraba con la vida. Llegó a preguntarse, una vez terminada la inmolación. Sus ojos no expresaban odio o rencor, sino una espera. La humillación, el crimen, hundidos en su maldad, pronto se alejarían, desde ahí los vería pasar, y en su camino algo de ella también se iría.
     El dolor, el recuerdo, qué pesaría más en la sentencia, por cuál recibiría primero el castigo. Sus padres estaban allá, diáfanos en las sombras, sin reclamos, sin alguien a sus pies. Ella, encerrada en sí misma, imploraba perdón; reconocimiento a sus causas, por míseras que fueran; deseaba comprensión, aun de la justicia. Aceptaba sus cargos, exculpaba a sus esbirros.
     Los rezos no eran vanos, allá venía el costal, cubriendo pecador y pecado. Con dificultad se levantó, contempló la contracorriente, presente y pasado se unían en lo funesto, tan cerca. Caminó hasta la orilla. Cuando el bulto estaba por pasar delante de ella, volvió a arrodillarse, estiró las manos, empujó levemente la bandeja y dejó todo a la deriva. Cerró los ojos y agachó la cabeza, las piernas le flaqueaban, los dolores eran más intensos.
    Ahora, el correr del río interrumpía el silencio. Su llanto era interno, solo en medio de esa vida, distinto ante sus muertos, apagado, subsistiendo a la incertidumbre, sin lágrimas. Entrelazó los dedos, sintió su vacío, su herencia, su fragilidad. La gracia parecía impregnarlo todo, naciendo entre los rayos del sol. Cayó de frente. El agua mojaba sus cabellos, el vestido de su fiesta de quince años conservaba las manchas. La luz seguía su curso, enhiesta, al lado del homicida, del violador, alumbrando su nada.

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Casi toda su vida transcurrió en una búsqueda permanente de conceptos para comunicar lo que llevaba dentro, y deshacerse de ese mal casi inefable que obstaculizaba su vida. Hizo gala de la retórica, la filosofía, la matemática, la teología y otros saberes, y nada, lo más pleno del sentimiento no afloraba en las palabras. Vio a su alrededor y comprobó que los demás no necesitaban de referentes complicados para vivir, sólo de acciones concretas, y esto parecía alegrarles. Entonces, quiso cosificar las cosas que verdaderamente valían la pena en su existencia, y ofrecerlas a los demás; pero, tras varios intentos, se dio cuenta de la imposibilidad de extraer algo del pasado, mostrarlo como evidencia de que había sufrido, reído, amado, llorado, que en algún momento se volcó hacia su interior, pues para él ahí radicaba lo significativo de su paso por el mundo. Sin embargo, aceptó lo incosificable de aquello que nos pasa mientras la vida expía de nosotros. Y así, estoicamente dejó de cuestionar esto y aquello; hizo a un lado los prejuicios y se abandonó a la soledad de los otros. El valor del silencio lo esperaba, quizá la felicidad. La sonrisa tal vez fuera lo más próximo al entendimiento con el otro, y algo más allá del mal y lo inefable, casi una señal de la eternidad y la sabiduría. Sí, el silencio, la sonrisa, ambos en su justo valor: lo que vería.

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La vida, qué valía ya en esos momentos. Todo eran ecos sordos, confusos; el ayer; qué del ahora; ¿y el mal?; qué del bien: ver lo que antes no había visto, hacia adentro, hacia afuera, ¿para? Hacia dónde inclinar el peso, no de eso, de lo obvio, sino de lo otro, de lo suyo. Quién podría valorarlo en–sí, sin aludir a entidades trascendentes, sólo apegándose al sentir, al dolor, al hartazgo de existir. Las horas eran huecas, inabarcables, solas, plenas en su reluciente nada. Si la carga fuera menos, si ellos entendieran, si Él lo librara de todo. Sí, lo aceptaba, lo pedía, cada mañana al persignarse, el fin, el fin; al acostarse e imaginar el ya no más, el “hasta aquí”, el descanso, quizá algo más, pero sin dolor. Sin embargo, la duda, el por qué, el adónde; el sufrir a pesar de lo leído, de lo hablado, de lo visto; la fe resquebrajada, Dios por uno de los senderos, ¿cuál tomar? Los recuerdos, los sueños; el deseo, sólo uno: más allá, o en el fondo, el castigo. Dejar las cosas, este mundo; descender hacia el vacío, sin ruido, sin pensar en el mal, haciendo a un lado los sentidos, el tiempo, el espacio; solo, en silencio. Ante sí, el sosiego, tal vez el olvido; contemplar los hechos y los seres como son, como fueron, vislumbrar su fragilidad, su pobreza, su probable ser. Pero ahí, presente, el sufrimiento, el dolor, ¿cuánto más?, retando los despojos, la humanidad degradada con tanto instrumento bombeándole aire e inyectándole “vida”. Para qué, si él ya quería irse, ya se había despedido de esto y de aquello, a su manera: mandando todo a la chingada, dignamente, sin resentimientos. Ya no más lágrimas, no más molestias, jamás ese abandono: que todo fuera como debiera ser. Los temblores se alejaban; la mente se iba apagando, la ligereza lo afirmaba; eso algo extraño entre el sentir y el desear lo era todo: qué abría después. Ya, por favor, sácame de sufrir, perdóname. Por qué me haces esto, Señor. ¿De dónde venía la súplica? La vida hacía lo suyo, cobraba la afrenta, hoy, siempre. El dolor se expandía. El sufrir expiraba, punzante, preparando el final, el golpe. Ya no más tiempo; unos segundos, ya no más aire, la eternidad, la muerte… Sólo eso.

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Cansados de ver pasar a tanta gente por sus confines, siempre en actitud similar, cierto día se pusieron a deliberar, el Tiempo y el Espacio, sobre los errores y sinsentidos del común de los hombres, y sobre los grandes temas que los sabios argüían en sus textos. Mas, después de enconadas tesis y antítesis, fue preciso buscar una intermediación, pues ambos hacían gala de justicia y caballerosidad, amén de amplia cultura y agudeza intelectual, y no encontraron mejor síntesis que la Historia.
     Pero una vez que la invitada desplegó uno a uno los argumentos sobre el abanico temático en discusión, plenamente testimoniados en escritos y ejemplificados en obras, el Tiempo y el Espacio fueron perdiendo presencia, hasta ser absorbidos por los hechos.
    Desde entonces, la Historia ha guardado silencio, y los seres humanos continúan su libre tránsito y plácido errar por el mundo, sin ningún impertinente deseoso de saber sus razones.

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Los ruidos se hacían más perceptibles a cada momento: era como si la muerte estuviera zigzagueando su guadaña: zig – zag – zig – zag, y ningún sitio escapara a su paso.
                                                                        El miedo se iba apoderando de ellos.
Los errores se pagaban muy caro, ahora lo entendían.
                                                                        Uno a otro se miraba sin saber qué hacer, la angustia inundaba sus rostros.
                                                                        Todo llegaba en su justo momento, más tratándose de un delito casi divino.
Ahora el ulular era sordo, como si el aire se hubiera espesado y ennegrecido.
                                                                       Los dos apretaban sus manos y se murmuraban, en medio del llanto contenido: “por qué”... “por qué”... “por qué tuvimos que descubrir eso”. ¿Cómo es que llegamos hasta aquí?
                                                                      ¿Viste su cara, observaste sus gestos? La depravación y la indiferencia, el odio y el poder juntos. Le preguntó ella, viéndolo a los ojos.
                                                                     Él giró la cabeza, como intentando adivinar por dónde llegaría el golpe.
Ya no había tiempo para el arrepentimiento ni la búsqueda del perdón. La vida estaba por terminar con el juego: nadie tenía el derecho de juzgar los actos de un hombre dedicado toda su vida a la santidad, a la Palabra.
         Burlar lo inmediato. La salida, la salida, por dónde, rápido: ya. No ver más…
                                                                       Ella, no del todo consciente y aún tirada en el piso, volvió a preguntarse: “por qué”... “por qué”... y al no obtener respuesta dedujo todo. Filippo había sido atrapado en la carrera. Parpadeó una y otra vez hasta ver cómo los pedazos del cuerpo caían de una larga mesa y se iban amontonando en el suelo; la sangre dibujaba pequeños caminos.
                                               No pudo pensar en nada.
El líquido satinado expandiéndose, los miembros destazados, la imagen de la joven gritando de dolor y desesperación con el hombre ese encima de ella gozando del ultraje, ¿qué sería de ella en poco tiempo? Todo, mezclado con el sonido desquiciante: zig – zag – zig – zag, haciéndola temblar y el grito a punto de estallar. 
                                                                       Después, sólo vio su mirada fulminante acercándosele, como desprendida de los hábitos nuevamente manchados de rojo. La “justicia”, el “silencio”…Y el ruido aquel: zig – zag – zig – zag.

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La muerte entra por las grietas que abre el tiempo, toma su presa y se va sonriendo, a veces, en medio del silencio humedecido dejado tras sus huellas: lo demás somos nosotros, prófugos del destino y pendientes de la eternidad. Se repetía constantemente, casi al parejo de los golpes y rasguños, como acentuando cada sílaba en su rostro pálido. La apuesta era suya, quién jugaría con quién. La eternidad lo esperaba del otro lado, sin juicios condenatorios, perenne en su esencia; bien lo sabía, de ahí las grandes jornadas de trabajo, los méritos eran buenos. Qué importaba perderse en ese mundo desde… que decidió encausar las cosas y cambiar el orden, saliéndose de él.
     El sudor le escurría por la frente y el cuello. Sus uñas se hundían en la pared, el movimiento de sus brazos flaqueaba. Él sonreía, cansado, pero con el ánimo de otros días. Si el mundo seguía igual, siempre habría otras formas de entenderlo. Se dijo, mientras sacudía las manos para descansar un poco. Su mirada estaba fija en un sólo punto, el camino, pero esto no significaba gran cosa, o a decir verdad, no significaba nada, “nada en un sentido amplio”, como había escuchado: sólo era lo distintivo entre lo demás; el camino, después vendría la revelación.
    Cuando empezaron a dolerle las manos buscó algo para ayudarse, lo más próximo fue un peine y un tenedor, con ellos continuó el trabajo. El tiempo le pesaba, la debilidad y la angustia eran notorias, pero su objetivo no variaba, del otro lado todo cambiaría.
    Quién podría ponerle peros a la eternidad, sólo Dios, mas sólo para perfeccionarla, y en una de esas hasta humanizarla, ya llegaría el momento: el Destino podría burlarse. Pero él no era alguna divinidad, desde niño lo había entendido, aun así buscaba un algo distinto. Entonces, miraba hacia atrás, fingía un gesto. Allá quedaría la totalidad, las divagaciones, entre el principio y el próximo fin. Ahora veía las cosas de otra forma, llanas, sin esa gracias adjudicada en la inocencia. Hacía un chasquido con la boca y se aplicaba en su afán, azuzándose con la frase aquella: pendientes de la eternidad, pendientes de la eternidad.
     Alzó la cara, por unos segundos quedó aturdido, no sabía lo que le pasaba, por más que intentaba sostener la vista en un sólo punto este se bifurcaba, como cubriendo el espacio. Su sentir se disipó. No aguantó la presión y cayó hacia atrás.
     Al abrir los ojos la oscuridad embargaba. Unos minutos bastaron para adaptarse a la situación. Se enderezó, aquello era un reto. No quiso volverse a preguntar, como la primera vez, ¿por qué tenía que hacerlo? ¿quién o qué había determinado eso? Sabía, o intentaba hacerse a la idea, que en cuanto cruzara habría una respuesta.
    Pero, ¿qué haría al llegar ahí? Muchos días llevaba en los preparativos y en la puesta en práctica del plan, una cantidad considerable de cosas fueron hechas a un  lado, no se arrepentía de ello, convencerse que a fin de cuentas lo lograría era su mayor aliento. Pero, en el fondo, todo era oscuro pasando el muro: como imagen, quizá en realidad. De las pláticas sostenidas con esta o aquella persona de gran voluntad o conocimiento, dedujo enseñanzas y sentidos de la vida. Pero ¿hasta dónde esto podría servir más allá del contexto donde se produjo, aunque el mundo siguiera igual y tratara de aprehenderlo de una u otra forma? No había respuesta, como tampoco lo había para muchas cuestiones precedentes, es más, por momentos creía que faltaba lógica en lo que hacía: por qué adelantarse a los hechos, por qué querer brincar espacios de tiempo, si todo tenía un ritmo. ¡Bah, qué importaba ya! Algo nuevo llegaría a su vista. Las fuerzas regresaron y volvió a sonreír.
     La dedicación tiene su recompensa, pero hasta dónde ésta es lo que uno espera. Parecía reflejarse en sus ojos cuando el muro quedó atrás, después de lo invertido. Ahora el tiempo parecía ser suyo, algo por llenar en medio de tanta bruma. ¿Cómo empezar, significar qué? Algo estaba mal, quizá el trayecto, más que “el fin”. Para qué inmutarse vanamente, mejor sonreír: el camino ya lo conocía, de nuevo el sudor, el dolor en los dedos. El problema ahora sería dejar las cosas como antes, rescatarlas de la memoria, verlas mejor, la obscuridad no era obstáculo. La revelación yacía en los intersticios: brillando en la penumbra.
Departamento de Humanidades, Universidad Autónoma Metropolitana,
Unidad Azcapotzalco, Ciudad de México.
silmanhermor@hotmail.com


Y LA NIÑA PREGUNTÓ



David Nepomuceno Limón
El problema de una felicidad plena y sostenida es su breve existencia

La preocupación de Bruno empezaba a rayar en desesperación. Tenía más de una semana sin laborar. Su esposa y sus dos pequeños hijos sufrían al igual. Cavilando, seguía su camino. Trataba de encontrar algún trabajo pues los últimos días ya no eran de pena, sino de sacrificio compartido por la familia.
   Su mirada se detuvo en el imponente edificio escolar que tenía frente a sí. Su moderna arquitectura y radiantes colores atraían la atención de propios y extraños. El deseo de entrar para solicitar trabajo fue instantáneo.
   Al entrar, Bruno fue presa de un rayo de esperanza pincelado con la buena suerte que siempre le había deseado su familia. Observó que las oficinas principales se encontraban en el primer edificio. En el interior, el tenue color lavanda de sus paredes, junto con los marcos de cedro de las ventanas, respiraban tranquilidad. Al momento sintió la necesidad de despojarse de la vergüenza y atreverse a solicitar empleo. De momento no sabía a quién dirigirse, cuando una joven secretaria que salía de una oficina, ataviada quizá con el uniforme de la institución, lo abordó para preguntar en qué podría serle de ayuda. Un momento después ambos se dirigían a la secretaría del plantel, donde en ese momento se hallaba el jefe de mantenimiento de todo el complejo educativo. Se trataba de una persona de edad avanzada, que lo recibió con cortesía y amabilidad.
   Los instantes que siguieron fueron cruciales, de sorpresa y alegría al escuchar que le ofrecían el trabajo de velador y que empezaría a laborar desde esa misma noche. La posibilidad de un aumento de sueldo por su eficiencia terminó por colmarlo de dicha. Sentía que la confianza regresaba a su cuerpo y sonrió satisfecho por haber dejado sus penas allá afuera y mostrar seguridad.
   Como parte del protocolo institucional Bruno fue presentado con la directora para ultimar detalles de su contratación. Al salir, no daba crédito a la alegría que lo embargaba, y dudaba si todo eso era parte de su realidad.
   Ser contratado había sido la mejor noticia durante todo el tiempo en que había tenido trabajo, pero siempre salía perjudicado por los recortes de personal. Pero este día era diferente y la alegría invadía ya a toda la familia. Cuántas sonrisas le ocasionaba pensar que su futuro era alentador. Todo transcurría como un sueño del que no deseaba despertar. La tarde pasó muy rápido mientras él hacía los preparativos para su nueva encomienda. Antes de la hora de entrada todo estaba listo y salió de su hogar cargando el peso de una esperanza y una dicha completas.
   La jornada empezó en un edificio impresionante cuando el sol se retiró a dormir. La oscuridad de la noche y las luces encendidas hacía que se viera enorme.
   El guardia de la puerta principal se sorprendió por la puntualidad del nuevo velador. No fue necesaria instrucción alguna pues todo se lo habían comunicado por escrito. Sólo le dieron las llaves necesarias para pasar de un pabellón a otro. Afuera, la noche amenazaba con su inmensidad mientras Bruno sería amo y señor de una instalación envuelta en el silencio.
   El guardia se despidió cerrando con llave la reja de la entrada principal. El joven velador, sonriente, vio hacia el interior de la construcción con la que a los pocos momentos se identificaría. Después de admirar el edificio desde la perspectiva que le ofrecía la entrada, inició el primer recorrido por las oficinas. Todo estaba en completa calma. Las ventanas de amplios cristales permanecían con las persianas echadas. Verificaba que estuviera cerrada cada puerta con la que se encontraba accionando los picaportes. Terminada esa parte pasó a las áreas deportivas para inspeccionar que las rejas de las canchas estuvieran aseguradas y la iluminación en orden. Todo estaba inmerso en la quietud cuando escuchó abrirse una puerta. El ruido procedía de la última oficina del pasillo. Extrañado, Bruno regresó sobre sus pasos, y al ver la puerta abierta tuvo la intención de acercarse con precaución para cerrarla. Con pasos silenciosos inició el recorrido por las canchas, contemplando de paso la extensión de las mismas cuando sorpresivamente sonó el teléfono que se hallaba sobre la pared del gimnasio ubicado entre dos canchas. Bruno aumentó su velocidad para contestar la llamada y vio con asombro que el aparato continuaba sonando a pesar de que el cable alimentador se encontraba enrollado sobre el aparato mismo.
   No sabía qué hacer. La incertidumbre y un ligero escalofrío le impedían pensar. Su yo interno anunció su miedo al hacer crujir sus dientes, mientras volvía el rostro como si tratase de interrogar al viento. Entonces decidió regresar al pasillo de oficinas y permanecer ahí, en la zona iluminada, el resto de la noche. Al dar vuelta y empezar a caminar la reflexión le hizo comentarse a sí mismo que no debiera amedrentarse por lo sucedido, y con paso rápido se introdujo al auditorio que estaba a un costado del gimnasio. En el interior, con la luz, los asientos aterciopelados de un azul oscuro contrastaban con el rojo del alfombrado que cubría los pasillos. El amplio escenario tenía un toque de majestuosidad por los telones de colores combinados entre sí. Vio tres puertas al fondo, cerradas, pero que debía verificar que efectivamente lo estaban. Regresaba por el pasillo central cuando escuchó que una de las puertas que ya había comprobado como debidamente cerradas se abría lentamente, haciendo el ruido característico de las bisagras sin lubricante. Al volver la cara, Bruno distinguió la figura de una niña como de siete años de edad que vestía ropa blanca y zapatos negros, peinada en dos trenzas y abrazada a una muñeca. Estaba de pie junto a la puerta abierta, con una sonrisa en la boca. Venciendo el miedo Bruno le pregunta qué hacía ahí a esas horas, a la vez que con la vista buscaba si estaba acompañada por alguien. Algo inexplicable estaba ocurriendo. Sus compañeros de la noche debían de ser el silencio y la soledad, y al parecer no era así. A la primera pregunta, sin esperar respuesta, Bruno agregó otras. Quién era ella y cómo entró. Casi de inmediato se dio cuenta de que la niña había desaparecido y la puerta estaba cerrada como al principio. Quiso gritar pero pensó que no sería bueno levantar la voz cuando está fría la luna y el viento callado, pues nunca antes había creído en los espíritus congelados de la noche.
   Asustado, echó a correr. Salió del auditorio para atravesar nuevamente las canchas y volver al pasillo de las oficinas. En su carrera vio que unos jóvenes lo alcanzaban corriendo y lo rebasaban, ignorándolo. Iban vestidos con pantalón de mezclilla, playeras blancas y zapatos deportivos. Al llegar al pasillo, ellos se perdieron de vista cuando giraron a la izquierda. Bruno sentía que su mundo era sólo el aire que respiraba, enviándolo a un vacío donde lo abandonaba a su suerte.
   Lo que estaba sucediendo era demasiado para una sola noche, que se prometía tranquila. En esos momentos el miedo era como una prisión que aniquilaba el espíritu, pues el valor había huido de su alma. Todo era confusión y sorpresa. No dejó de correr hasta llegar a las oficinas, donde pudo advertir que no existía pasillo alguno a la izquierda.
   Tuvo la intención de salir de ahí, pero sabía perfectamente que no podría hacerlo ya que no contaba con llave de la reja principal. Consultó su reloj. Apenas eran las once treinta de la noche. Para las seis de la mañana faltaba todavía mucho tiempo.
  Como había dejado abiertas las puertas de las canchas y el auditorio podía verse una parte de los asientos de este último, y se dio cuenta de que un joven corría de un extremo a otro de la sala. Bruno ya no se atrevió a ir a cerciorarse. Sólo se concretaría a vigilar las oficinas y el área de las aulas.
   La escuela era un edificio de dos plantas con diez aulas cada una. Estaba rodeado por una amplia área verde que llegaba hasta la calle y que, en esos momentos, se hallaba iluminada. Ello hacía innecesario el uso de la linterna. Ahora le tocaba afrontar su realidad. Sentía que todo lo vivido en los últimos minutos iba en serio. Su manera de andar revelaba cautela. Con curiosidad inició el recorrido en espera de que algo pudiera suceder en cualquier momento. Todo se hallaba cerrado. Los grandes ventanales dejaban ver el mobiliario bien acomodado. Verificaba una a una que las puertas de la planta baja estuvieran cerradas cuando escuchó el estruendo que hacían los pupitres del primer piso al ser arrastrados. De inmediato se dirigió a las escaleras, pues pensaba que algún grupo de jóvenes le estaba jugando la peor broma de su vida. Dispuesto a enfrentarse a ellos caminó rápidamente para conocer a los trasnochadores que le estaban haciendo insoportable su trabajo. Con esas ideas llegó al sitio del que procedía el alboroto. Su sorpresa fue mayúscula cuando vio a través de la ventana que todo estaba en orden, la puerta bien cerrada y ninguna persona adentro o en los alrededores.
   Bruno estaba aprendiendo mucho sobre el miedo en un solo instante, en el que abandonaba por completo el intento de conservar su optimismo. Su capacidad de pensar estaba llegando a punto muerto. Por lo pronto, sus músculos se paralizaron al hacerse el propósito de caminar rápido o de correr, y su cuerpo no lo obedecía. Su mente era una maraña de ideas encontradas, sin control y sin poder detenerse. Todo indicaba que estaba siendo víctima del destino, pues cuando la sensatez estaba de por medio no había broma que valiera.
   No supo qué tiempo permaneció ahí parado mirando sin ver el jardín que tenía enfrente. Lentamente, arrastrando los pies, bajó a la primera planta, y sin la intención de continuar su labor de vigilancia se dirigió hacia las oficinas, donde quizá se sentía protegido.
   Su mochila estaba en el lugar donde la había dejado, junto a la silla donde podía descansar algunos minutos durante su jornada. Mecánicamente la abrió y sacó la bolsa donde su esposa había depositado alimento para que lo consumiera si llegara a sentir hambre en sus horas de trabajo. Empezó a comer sin ganas, y al momento se abrió la puerta de una de las oficinas. De ella salió la niña, sonriente, preguntándole qué es lo que comía. Bruno, sin exaltarse y sin dejar de comer, contestó. La niña fue acercándose, con lo que se inició una serie de preguntas y respuestas que derivaron finalmente en temas cotidianos como los juegos preferidos por los niños. Ya empezaba a amanecer y la charla seguía, con la misma naturalidad y diríase que hasta entusiasmo.
   Esa mañana tenía su importancia para el estudiantado, pues comenzaba la etapa de los exámenes semestrales. La directora llegó más temprano que de costumbre para tener todo listo al iniciar la jornada. Después de abrir la reja principal hizo lo propio con la puerta del edificio de oficinas. Asombrada, vio al velador sentado en el piso jugando con servilletas de papel. Sus risas las había escuchado desde la calle.
   La mañana anterior Bruno había sentido que se hallaba en el nacimiento del arco iris de la buena suerte, concentrándose en la fuerza que la felicidad le proporcionaba. Ahora, sólo había logrado que, en el desierto de la noche, aprendiera a reír para siempre.

¿Qué esperar de la Reforma Educativa?




Marcelo Ramírez Ramírez

Reformas educativas ha habido muchas a lo largo de nuestra historia, desde la de Don Valentín Gómez Farías, en la tercera década del siglo diecinueve, hasta la que anunció el presidente Enrique Peña Nieto, apenas iniciado su gobierno, en una clara manifestación de voluntad política de incidir en la reorientación del Sistema Educativo Nacional. Las reformas han sido, cada una en su momento, reflejo de las ideas dominantes sobre el papel de la educación, tal como las interpretan desde la óptica estatal quienes gobiernan; pero el apoyo real de las fuerzas políticas, los grupos de poder económico, el magisterio, los intelectuales, los líderes de opinión y de la sociedad, ha respondido invariablemente a una toma de posición determinada por los intereses que se defienden. Una reforma supone siempre la afectación de un orden institucional establecido, afectación que es valorada de distinta manera por los diversos actores. La educación representa un instrumento capaz de consolidar o minar la estabilidad política y este hecho es prioritario para todo gobierno. Así lo entendieron los ideólogos liberales del siglo diecinueve, al buscar una educación adecuada al nuevo Estado laico, el cual necesitaba ser fortalecido frente a los representantes de la ideología conservadora. Desde entonces, la política educativa ha reflejado la lucha, abierta o sorda por el control de la educación, una lucha que el Estado tiene el derecho y el deber de mantener dentro de los causes de la legalidad subordinándola a los intereses generales de la nación. El doctor Gabino Barreda, adaptando la doctrina positivista a la realidad mexicana. Don Justo Sierra en el porfiriato, José Vasconcelos con el general Álvaro Obregón, Narciso Bassols y Lombardo Toledano con el genera Lázaro Cárdenas, Don Jaime Torres Bodet con el general Manuel Ávila Camacho y con el licenciado Adolfo López Mateos respectivamente, impulsaron reformas educativas de reconocida importancia. Se las recuerda como hitos de fecundas realizaciones en el desarrollo de la política educativa. Estos hitos, sin embargo, no son marcas en una historia continua hacia idénticos objetivos; señalan momentos de ruptura en la concepción y práctica de la educación y eso explica que en algunos casos la reforma emprendida deje de lado e inclusive rechace abiertamente instituciones y rutinas que al correr del tiempo habían terminado por ser inoperantes. En un repaso panorámico, las reformas se nos presentan de la siguiente manera: la obra de Vasconcelos privilegió la escuela rural, las misiones culturales, la alfabetización y las bibliotecas; el régimen cardenista adoptó el socialismo para formar al hombre nuevo, en franca contradicción con los principios que organizan y sustentan al Estado mexicano; Jaime Torres Bodet reconstruyó la escuela mexicana bajo los principios de la democracia liberal, dándole congruencia al sistema educativo con el resto de las instituciones públicas; el Ingeniero Víctor Bravo Aguja fortaleció el sistema tecnológico y dio impulso a la educación crítica y a los principios de solidaridad internacional. El gobierno de José López Portillo enfocó sus esfuerzos a la expansión del sistema, fortaleciendo el nivel preescolar, brindó atención a los educandos con capacidades diferentes y destinó mayores recursos a los grupos marginados. Con Carlos Salinas de Gortari, lo que podría llamarse paradigma de la educación nacionalista parece rebasado por la dinámica de la economía mundial y toma rumbo definido la tendencia a coordinar estrechamente la acción educativa con las exigencias derivadas de la globalización. El reto se presentará en adelante en los siguientes términos: proveer de nuevas competencias a los individuos para integrarlos al mercado laboral y formar ciudadanos aptos para la convivencia democrática; dos objetivos no siempre compatibles en la perspectiva de los funcionarios responsables de transformarlos en programas operativos, porque los valores para la ciudadanía han sido considerados como un añadido y no un fin relevante en sí mismo. Durante los dos últimos gobiernos panistas, el énfasis se puso, con notoria parcialidad, en la formación de competencias para el trabajo productivo. La decisión oficial de impulsar la educación con criterios utilitarios, llevó a menospreciar la función de la filosofía para formar el juicio critico que es, precisamente, prerrequisito de una opinión pública responsable, así como también ignorar el papel de la historia prehispánica como fuente de identidad.

La Iniciativa de Decreto del Ejecutivo para la Reforma del Artículo Tercero de la Constitución merece ser analizada, pues el texto nos informa acerca de los cambios que se proponen, su justificación y lo que debe esperarse de una educación de calidad e inclusiva, dos características definitorias del nuevo modelo educativo de acuerdo al propio documento. Con este propósito en mente, destaquemos algunas cuestiones sobre las cuales se han expresado diversos puntos de vista. En la Iniciativa coexisten dos planos de sentido. El plano del discurso explícito manifiesta con claridad los deberes que el Estado asume respecto al sistema educativo, en el espacio de una decisión política que reconoce la presencia de otros actores importantes, cuya opinión y propuestas fueron integradas para la Reforma del Artículo Tercero y lo serán también en la elaboración de las leyes secundarias. Ahora bien, el contenido de la Reforma contempla dos acciones fundamentales, la creación del Servicio Profesional Docente y la elevación a rango constitucional de la autonomía del Instituto Nacional de Evaluación Educativa. Hay quienes piensan que deberían haberse planteado otras acciones a fin de incidir con mayor fuerza en los factores que impiden cumplir al Sistema Educativo con su misión. Lo cierto es que tales juicios sólo conllevan el riesgo de polarizar las discusiones, sin que éstas se traduzcan en elementos enriquecedores del modelo al que la Reforma dará vida. La actitud políticamente conveniente, una vez aprobada la Reforma, es atenerse a las propuestas que le dan contenido efectivo, promoviendo el correspondiente ejercicio de reflexión y participación, con vistas a la elaboración consensuada de las leyes secundarias. La pluralidad de puntos de vista argumentados con solvencia intelectual y moral, será susceptible de ser considerada por el órgano legislativo, de manera que todos los intereses queden a salvo en la medida en que se acredite su legitimidad.

En cuanto a lo que podemos llamar el plano del discurso implícito, susceptible de ser leído entre renglones, sobre el interés del gobierno en aplicar con mayor rigor las normas del derecho laboral a los trabajadores al servicio de la educación, o en modificar las relaciones de poder entre el SNTE y las autoridades, todo esto es más bien materia de especulación. La única manera de eliminar las sospechas, es, nuevamente, la discusión de los compromisos concretos que las partes involucradas se obligan a cumplir, los cuales quedarán debidamente consignados en las normas reglamentarias. Veamos un ejemplo para ilustrar lo que entendemos por darle concreción a la Reforma preservando los derechos de sus principales actores y de los educandos, en los cuales descansa el futuro de la Nación. La Iniciativa habla de calidad educativa. Pero ¿en qué consiste la calidad referida a un ser humano? La cuestión no es saber si formar profesionales y operarios competentes es un objetivo plausible, algo que nadie pone en duda, sino si esto por sí mismo es suficiente. El Artículo Tercero de la Constitución es muy claro al respecto: la formación de los educandos debe ser integral y armónica; concepto ambicioso e irrealizable, pero sabiamente establecido con la intención de servir de principio regulador al trabajo cotidiano del magisterio. El “producto” de la educación debe acercarse lo más posible, en cada fase del proceso formativo a esta meta. El esfuerzo por conseguirlo es lo distintivo de la tarea educativa y da al maestro la dignidad de un formador de conciencias y no de funcionario burócrata. Por tanto, podemos concluir señalando que la docencia requiere instrumentos delicados de evaluación; que es necesario fortalecer su preparación con un sistema que reconozca y estimule su trabajo y dedicación; que es preciso considerar cuidadosamente los indicadores para evaluar los resultados de la actividad del magisterio. En suma, que la evaluación debe aportar, ante todo, criterios para el mejoramiento del sistema educativo, haciendo posible combatir las debilidades y compartir las fortalezas según lo establece la Iniciativa presidencial. Los representantes sindicales tienen aquí y en otros temas medulares, una oportunidad de legitimación y diseño de estrategias para redefinir los espacios de diálogo con las autoridades. Estos espacios son ya indispensables para procesar las diferencias y hallar soluciones que tienen que ver con el bien común y sólo secundariamente con intereses sectoriales o individuales.

Sin caer en la actitud de esperar cambiar todo y totalmente el sistema educativo, tampoco puede soslayarse la urgencia de reconstruir las bases culturales y morales del pacto social. En tal dirección, la Reforma reclama ser impulsada hasta el límite de lo posible. La reconstrucción de las bases de la convivencia es hoy, como en otras etapas criticas de nuestra historia, prioridad nacional. Con ella deberán guardar congruencia el Servicio Profesional Docente, el Instituto Nacional de Evaluación Educativa, así como los programas y acciones que deriven de las propuestas contempladas en los artículos transitorios del Decreto para la Reforma del Sistema Educativo Nacional.

Hablando de islas perdidas. Isla Clipperton o de la Pasión, isla mexicana.


          


                                       
                                                                                                  José Vitelio García


         Tuve la oportunidad de regresar a “la pluviosilla”, incidentalmente, sin haberlo planeado. Ya no recordaba su presencia urbana.

          Me sorprendió gratamente la conformación de la calle por la que accede uno a la población, arribando por la autopista de Veracruz a México.  Una avenida amplia, de doble sentido, con un camellón intermedio, en el cual de trecho en trecho están ubicadas estatuas de personajes distinguidos en el ámbito local, regional y nacional.

          Precisamente, a la altura de un centro comercial importante, me llamó la atención un busto en bronce con atuendo militar prusiano y con un nombre que de primera impresión parecía extranjero. Ramón Arnaud Vignon oriundo de Orizaba Veracruz, distinguido oficial del ejército mexicano, quien  “…mantuvo  la soberanía de México en la Isla de la Pasión hasta perder la vida  el  7 de octubre de 1914 “. Así reza la correspondiente placa. Entonces recordé que efectivamente, el uniforme de gala y de media gala de los oficiales del ejército porfirista era a la usanza prusiana, con un casco rematado en  una especie de pico metálico delgado.  Pickelhaube (Pickel, pincho y Haube, gorro, casco).

          Algunos autores como Nunn sugieren que fue Magallanes, lusitano al servicio de España, quien descubrió las islas Clipperton y Clarión, el 24 de enero de 1521, bautizándolas como Islas de San Pedro y San Pablo. Sin embargo en una Relación presentada en Madrid el año de 1534, Vicente de Nápoles señala que su descubridor fue Álvaro de Saavedra Cerón durante el viaje que por encomienda de Hernando Cortés, realizó en noviembre de 1526 para descubrir el camino hacia las islas de Maluco.

         Aislada en la inmensa soledad del Océano Pacífico, dista unos 1200 kilómetros del puerto de Acapulco y poco más de 900 de la mexicana isla Socorro, en el archipiélago de Revillagigedo. Mide unos seis kilómetros de largo, por dos en su parte más ancha. De origen volcánico y coralino, está situada sobre una formación montañosa que corre por el fondo del Pacífico, perpendicular al continente americano. Gruesos arrecifes de coral la acorazan y constituyen un peligro mayor para los barcos que pretenden acercársele.

         Situada relativamente cerca del Ecuador, la isla recibe una precipitación pluvial anual cercana a los 5000 milímetros, entre junio y noviembre, cantidad que no se alcanza ni en la selva húmeda de Chiapas.

         La isla fue conocida antes que nadie por los españoles, sus buques que transitaban entre la Nueva España y Filipinas salían de Acapulco durante los dos o tres primeros meses de cada año y en dirección suroeste alcanzaban la latitud entre los 10 y 11 grados norte. De allí, tomando como referencia la Isla de Médanos (posteriormente Clipperton o de la Pasión),  viraban hacia el poniente para tomar la corriente paralela al ecuador e impulsados por vientos favorables a través de un mar apacible que los españoles llamaron “mar de las damas” seguían en línea recta hasta alcanzar la isla de  Mindanao y finalmente Manila. Un aviso de cambio de ruta, una especie de semáforo en el mar, una marcación para indicar aproximadamente el desvío de curso hacia occidente, esa fue la función de la Isla de la Pasión.

         Durante más de un siglo y medio, nadie nunca argumentó derechos contra España en cuanto a la soberanía de la isla, de tal suerte que ésta pasó a la jurisdicción mexicana cuando nuestro país logró su independencia, igual que todos los territorios de tierra firme e islas que constituían la antigua colonia española.

         En noviembre de 1858, Napoleón III, “el pequeño”, ordenó al teniente de navío Víctor Le Coat que se dirigiera al Pacífico en buque mercante, partiendo del puerto de El Havre como comisario del gobierno francés, para tomar posesión de la Isla Clipperton o de la Pasión. De manera taimada, siete meses antes ya había concesionado la explotación del guano en esa isla, a la casa  M. Lockhart. Sólo faltaba apoderarse del territorio para darle vida al contrato. El acta de posesión de la isla se realizó en la cubierta del buque expedicionario, puesto que el teniente Le Coat no pudo desembarcar en ella y en consecuencia tampoco pudo dejar ninguna señal de dicho evento. En seguida los navegantes se alejaron 6000 kilómetros hasta Hawai para comunicar al rey de ese archipiélago, lo que habían realizado. Presagio sombrío de las pérfidas intenciones del pequeño Napoleón, quien después en l864 apoyaría la invasión francesa de México, para imponer al Archiduque de Austria Maximiliano de Habsburgo, como emperador mexicano, apoyado por el clero y los conservadores (burguesía mexicana).      

         En junio de 1889 el gobierno mexicano estableció una agencia oficial en la isla, tras la ocupación formal de ella, por parte del cañonero Demócrata. Después se concesionó la explotación de los depósitos de guano a la empresa inglesa Oceanic Phosphate Co.

         Hasta 1905, Francia dejó de reclamar a México la propiedad de la isla y tras 16 años de explotación ininterrumpida, la cancillería mexicana recibió informes de que el país galo pretendía arrendar la explotación del guano de la isla, a sus nacionales. En agosto de ese mismo año, la Secretaría de Fomento, Colonización e Industria comisiona al coronel Abelardo Ávalos para que se translade a la Isla de la Pasión a fin de garantizar a la compañía inglesa la posibilidad de seguir exportando el guano concesionado.

         En carta dirigida al Presidente Porfirio Díaz, el coronel de ingenieros Fernando Avalos, recomienda al subteniente Ramón Arnaud “joven de regular ilustración que conoce idiomas francés e inglés” para que desempeñe la función de delegado político en la isla. La respuesta fue afirmativa. A la sazón, Arnaud, tiene 26 años, es soltero y viene de la tropa. Ha estado en la campaña de Yucatán contra los mayas sublevados, ha sido condecorado, pero también al desertar temporalmente del ejército, ha conocido la prisión militar.”Graduado en dificultades y templado para su destino”, dice Miguel González Avelar.

         Una primera estadía de Arnaud llega hasta principios de 1908, período que le permitió conocer hasta el último resquicio de la isla y familiarizarse con las exigencias del mando en una comunidad de trabajadores y soldados, “aprendices de náufragos en aquella soledad inmensa del océano Pacífico”. El 24 de junio de aquel año, regresa a Orizaba en donde contrae matrimonio con su novia Alicia Rovira. Dos meses después regresa a la isla Clipperton en el buque Corrigan II en compañía de su esposa  y una partida de 11 soldados.

          En una segunda estancia de Arnaud en la isla, el cañonero Demócrata y el vapor Corrigan II realizaron con regularidad el abastecimiento de la isla, con una frecuencia promedio de de tres veces al año. Siete meses después de la caída de Porfirio Díaz, Arnaud decide regresar a México en compañía de su esposa y de sus dos hijos, Ramón y Alicia, ambos nacidos en Clipperton. Corría el mes de diciembre de 1911.

         El movimiento revolucionario comenzaba a sacudir a la sociedad mexicana. En la capital del país Arnaud se entrevistó con funcionarios nombrados ya por la Revolución triunfante de Francisco I. Madero. Obtuvo la ratificación de su comisión y la promesa de que un barco de la marina continuaría proveyendo a la isla de lo indispensable.

         Después de poco más de dos años en México, lapso durante el cual  nació su segunda hija Olga y tras haber presenciado  los acontecimientos de la “Decena Trágica” tuvo que refrendar las autorizaciones y promesas que había recibido del régimen maderista, ahora ya tramitándolos ante la administración del usurpador Victoriano Huerta.

         A fines de 1913 regresa a la isla. Detrás el país se debatía en una cruenta guerra intestina. El 11 de enero de 1914 el vapor Carrigan II arriba una vez más a la Clipperton, llevando al ahora ya capitán Ramón Arnaud, a su familia y al relevo de la guarnición, algunos de cuyos miembros iban acompañados de familiares.

         El grupo militar encabezado por el Capitán Arnaud Vignon, contaba con el teniente Secundino Cardona, el cabo Felipe Lara y los soldados Faustino Almazán, Victoriano Alvarez, Pedro Carvajal, Agustín Irra, Dionisio Juárez, Constancio Mejía, Juan Neri y Arnulfo Pérez. El conjunto civil estaba integrado por la esposa de Arnaud, Alicia Rovira y sus tres pequeños hijos, la mujer de Cardona Tirsa Rendón, las mujeres de los soldados, salvo Victoriano Alvarez quien llegó en calidad de soltero, el guardafaro Silverio Rodríguez Meza y el encargado de los bienes de la Pacific Oceanic Co., Gustavo Schultz.

         Los acontecimientos posteriores no dejan de ser más trágicos para la Clipperton y sus habitantes. En febrero del 14 el cañonero Tampico que estaba encargado de llevar las subsistencias a la isla se declara partidario del ejército Constitucionalista que encabezaba Carranza. Pocas semanas después fue hundido en las cercanías de Mazatlán por el más moderno cañonero Guerrero, todavía leal a Huerta. En agosto del 14 al triunfo de Carranza el ejército federal fue disuelto completamente y los barcos de guerra se concentraron en Manzanillo y en Coatzacoalcos, quedando así sin reabastecimiento la isla  Clipperton. La suerte estaba echada, nunca más sus habitantes volverían a ver un barco de la marina nacional  en sus inmediaciones. Para colmo de males un fuerte ciclón arrasa con todas las instalaciones  habitacionales e industriales del área, quedando sólo incólume el faro, pero sin el suficiente combustible para su funcionamiento regular.

        Un barco norteamericano tripulado por holandeses, el Nokomis, naufraga en los arrecifes cercanos, logrando llegar a la isla sus doce ocupantes, lo que va a constituir una presión más  sobre los limitados suministros de todo tipo, tan escasos en el lugar. Después de tres meses,   en un incipiente velero, cuatro de los náufragos deciden navegar hasta Acapulco, llegando al cabo de 17 días, no sin la pérdida de uno de los tripulantes. En la costa  encuentran surto en la bahía al buque de guerra norteamericano  U.S.S. Cleveland que bloqueaba el acceso al puerto. Aquí cabe anotar que para ese entonces, los EEUU habían tomado el Puerto de Veracruz a pesar de la heroica defensa realizada por un grupo de cadetes de la Escuela Naval ubicada ahí, por eso la marina norteamericana tenía bloqueados todos los puertos de la República Mexicana. Sin embargo, convencido el capitán del U.S.S. Cleveland, parte para la isla, llevando 200 bultos de abastecimientos, gestionados  en el viceconsulado británico y con los agentes de la Pacific Phosphate, destinados a los náufragos holandeses, a los empleados de la compañía  y a la guarnición mexicana.

         El arribo de este buque debe haber sido saludado con alegría, pero al saber de la actitud hostil del gobierno norteamericano para con nuestro país, el  Capitán Arnaud y los náufragos mexicanos prefirieron quedarse en la isla , por no contemporizar con el enemigo. Arnaud rehusó el ofrecimiento de llevarlo al continente en compañía de toda la guarnición y sus familiares. Habló antes con todos los suyos. Todos lo escucharon y le dieron la razón. Allí se quedaban. Sólo los holandeses y el encargado de la compañía explotadora del guano, Miguel Schultz y la joven Altagracia Quiroz, abordaron el barco de regreso.

         Así quedó sellada la suerte de aquel grupo. Contratiempos y sinsabores. Limitados alimentos, sin medicinas, sin comodidades. Algunos murieron de escorbuto. Bebían agua que se juntaba de la lluvia, comían cangrejos rojos abundantes en la isla y huevos de pájaros marinos.

         Una mañana de mayo de l915, Ramón Arnaud divisó en el horizonte el perfil de una embarcación. Desesperado por la situación del prolongado abandono, llamó a su lugarteniente  Secundino Angel Cardona y con su ayuda habilitó una especie de balsa para tratar de acercarse al lejano navío. En el intento perecieron presos de furioso oleaje y víctimas de hambrientos escualos. Así murieron los dos esforzados y heroicos soldados mexicanos.

         Vergonzoso y trágico fue lo que ocurrió con lo que quedaba de la guarnición mexicana en  Clipperton. Lo que siguió fue una espantosa pesadilla para las mujeres que sobrevivieron en la isla a cargo de un puñado de niños. Pensando al principio que habían quedado solas con sus pequeños, al cabo de algún tiempo, en un mal día, apareció en su campamento un soldado que había vivido por el rumbo del faro, en el otro extremo de Clipperton. Era un colimense conocido como el Negro Victoriano, que habiendo tenido frecuentes dificultades con Arnaud por razones de disciplina, había sido confinado al área del faro y librado a sus propias fuerzas. De mal carácter, náufrago entre los náufragos, sólo tenía odio y rencor para las sobrevivientes. De aquel desdichado grupo hizo su pueblo, su servidumbre y su corte y llegó a proclamarse entre todos rey de Clipperton.

         El gobierno despótico y caprichoso de este Victoriano, tocayo del usurpador Huerta, duró exactamente hasta el 18 de julio de l916, cuando el buque norteamericano Yorktown por mera casualidad llegó a la isla rescatando a los remanentes de aquella devastada colonia. Fue esa misma mañana, antes de que llegara el bote salvador, cuando Alicia Rovira y Tirsa Rendón dieron muerte al reyezuelo de opereta.

         No cabe duda de que Ramón Arnaud tenía un acendrado sentimiento nacionalista y una percepción clara de lo que significaba para el país la defensa de la isla, llegando a considerar su presencia en la Clipperton como una elevada misión personal, algo que daría trascendencia a su existencia. Su vida es un paradigma para todo bien nacido veracruzano.

         Desafortunadamente, Francia tiene hoy el dominio de la isla dado que en 1931, el rey Víctor Manuel III de Italia falló en su favor la controversia que México y aquel país sostuvieron. El 22 de diciembre de 1933, la Cámara de diputados modificó el art. 42 de la Constitución aceptando el laudo internacional y un año después, el 26 de enero de 1935, Francia plantó su bandera y una placa en la roca principal de la isla, con la fecha del 2 de diciembre de l934.

         México vergonzosamente reafirmó así su calidad como país perdedor de territorios. Esa es nuestra historia.


         Fuente documental: González Avelar, Miguel. Clipperton, isla mexicana  Fondo de Cultura Económica, México 1992.

Caleidoscopio: El libro



Juan Fernando Romero Cervantes Fuentes
¿Qué son las palabras acostadas en un libro? ¿Qué son esos símbolos muertos? Nada absolutamente. ¿Qué es un libro si no lo abrimos? Es simplemente un cubo de papel y cuero, con hojas; pero si lo leemos, ocurre algo raro, creo que cambia cada vez. Heráclito dijo (lo he repetido demasiadas veces) que nadie baja dos veces el mismo río. Nadie baja dos veces el mismo río porque las aguas cambian pero lo más notable es que nosotros mismos no somos menos fluidos que el río. Cada vez que leemos un libro, el libro ha cambiado, la connotación es otra.
Jorge Luis Borges, 1978
Para nuestro pesar, el año pasado murió Ray Bradbury, el autor de Fahrenheit 451, la temperatura a la cual el papel se quema, es decir, los libros perecen. Los libros que son quemados por el homo sapiens non sapiens, los nazis y los falangistas, o censurados por el muy temido Index expurgatorius de las inquisiciones católica, china[1] y comunista; para sus lectores: cárcel o  muerte.
Tal es el enorme poder del libro, reconocido en negativo por su múltiples detractores y, en positivo por sus múltiples seguidores, como es el caso de la Biblia, el libro de libros, fuente de las religiones más importantes de la humanidad: el judaísmo, el islamismo y el cristianismo; y sus universalizadores europeos Gutemberg y Lutero  –quienes siguiendo el camino trazado por China- a la verdad sagrada le añadieron la libertad de leerla primero, y de interpretarla después.
¿Qué tiene este hardware qué lo hace tan explosivo y tan sensitivo, tan enérgico y tan débil; tan magnético, a la vez atraíble y rechazable, positivo y negativo? La palabra libro está asociada etimológicamente con la palabra libertad y, sin exagerar, después de las herramientas, es el hardware más poderoso que ha contribuido a cambiar el mundo de los hombres, pues es un excelente distribuidor del conocimiento.
La metáfora de Emile Dickinson que nos leyó Olga Fernández Andrade en la presentación del volumen anterior, es muy bella: “ninguna otra fragata nos lleva a todas partes como el libro”. Permítanme subirme de nuevo e este barco y embarcarlos a ustedes: Los espacios de la historia que el libro ha trazado son anchos y profundos, van de la antiquísima inscripción en piedra, la pintura del bambú y la seda, al papiro, al rollo, el códice, al papel y su majestad el libro, y a la electrónica; del mito a la leyenda, de la oralidad a la Historia; de la lectura en voz alta, colectiva, a la lectura individual, aislada y en silencio;  del texto sagrado a la hermenéutica; del manuscrito copiado por los monjes a la reproducción tipográfica; de la fe a la razón, de la razón a la historiografía; de las maravillosas casas del libro del Mundo Antiguo, las bibliotecas de Alejandría y Babel y las de China, el Yongle dadian (una enciclopedia de diez mil volúmenes manuscritos) y la Biblioteca Completa de los Cuatro Tesoros, a las actuales bibliotecas virtuales.
Se sigue el sendero de la tradición a la modernidad, su crítica, y de la crítica de su crítica, al posmodernismo, es decir, a nuestros días.  Hablamos así de un compendio de la historia del pensamiento humano, lo cual viene a ser, quizá, una de las mejores definiciones del propio libro y de su siempre fiel acompañante, la lectura.
No obstante, no magnifiquemos este artefacto. El ex bibliotecario Borges escribe en “El Libro” (1978):
Los antiguos no profesaban nuestro culto del libro, veían en el libro un sucedáneo de la palabra oral. Aquella frase que se cita siempre: Scripta manet verba volant, no significa que la palabra oral sea efímera, sino que la palabra escrita es algo duradero y muerto. En cambio, la palabra oral tiene algo de alado, de liviano; alado y sagrado, como dijo Platón.
Y Platón también se lamentaba de que la palabra escrita es inferior a la capacidad de los antiguos para rememorar oralmente las grandes leyendas: la Iliadia y la Odisea, que permitían a los prehoméricos revivir las hazañas de sus dioses sin la pesadez de los grandes libros, sin la ligereza y el compromiso de las grabadoras, sin el costo de los ipads. Alado y casi sagrado, el turista Ulises es pre-texto para hacer nuevas, ricas y sabrosas leyendas al ponerse de moda en México con Vasconcelos y en Irlanda con Joyce. Homero entonces, es no solo pirateado, sino multiplicado, no mecánica, sino imaginativamente: es recreado. ¿Debemos ahora felicitar a Homero, éste Simpson, y a nuestro Simpson presidente, por su cultura televisiva y su des-conocimiento de los libros, o debemos de lamentarnos que su incultura rechace un mínimo de sabiduría escrita y que su ignorancia nos gobierne? De manera opuesta, la sabiduría china se ha expresado a lo largo de muchos siglos en la intensa preparación educativa de sus gobernantes, quienes para también fomentarla en el pueblo, regalaban libros como parte de su culta política pública. No se trata sólo de ignorancia política, sino de educación pública.
¿Dónde, ¡Oh Aristóteles!, está el punto medio? Aunque pensándolo bien, si no fuera por esa cultura escrita, no sabríamos lo que pensaba Aristóteles, y solo gracias a ella, sabemos lo que los evangelistas y Platón han  trasmitido sobre lo que pensaron Jesús y Sócrates, los genios ágrafos más famosos del planeta. El Banquete es pues, para nosotros, los lectores: historiadores, sociólogos, contadores, antropólogos, economistas, críticos literarios, pedagogos, literatos, editores, maestros o científicos, los que sabemos que en el principio fue el Verbo. Sus diferentes formas fueron comentadas por Reynaldo Ceballos Hernández en la presentación del primer número (y nos unimos a su deseo de que el Diálogo entre Docentes y Tlanestli “tengan una vida larga y socialmente fructífera”). Una de esas formas, presente en el célebre Libro Mudo de la alquimia (Mutus Liber) en uno de sus dos únicos textos dice: Ora, lege, lege, relege, labora et invenies: Ora, lee, lee, relee, trabaja y encontrarás.
Los mexicanos somos malos lectores, pero los xalapeños parece que no. En el 2011 México ocupó el lugar mundial número 36 con la publicación de 9,075 libros, mientras que Argentina, por ejemplo, publicó en el mismo año 22,781, con el lugar número 19. El negocio sigue siéndolo, (por favor toma nota, Carlos Antonio) el valor mundial de la industria editorial en el 2010 fue de un poco más de los cien mil millones de dólares[2].
Hace unos meses Víctor, el joven hijo de Víctor, nos preguntaba con interés como habíamos sido iniciados en la lectura, a lo cual cada uno respondió, a tropezones, con su propia historia, es decir, hablamos sobre nuestra pasión por la lectura, o sea, por los libros. Aquí, parte de la respuesta de quien entonces no contestó. Los libros no solo dan coherencia al pensamiento, sino articulan el  mundo y lo hacen legible; otorgan no solo sentido a nuestro vivir, sino a nuestros hermanos y amigos en la interpretación común de un libro y sus consecuencias teóricas y prácticas. Los libros replican y multiplican la amistad, como es el caso presente del cuarteto de Xalapool, mezcla interdisciplinaria de indisciplinados unidos por el maná del espíritu de la sabiduría: el libro y el vino.
Por otra parte, los libros no solo multiplican la amistad y el amor, sino que propulsan revoluciones y sepultan dictadores; ayudan a descubrir, literal y metafóricamente, nuevos mundos; permiten la sobrevivencia bajo las peores condiciones de encarcelamiento; ensalzan la alegría de vivir y nos enseñan a ser críticos con nuestro medio y con nosotros mismos; porque eso sí, nuestro amigo, el libro, reproduce necedades e inteligencias. De ahí que de instrumento de la razón pasó a ser arma de las burocracias; por cierto, tan letal en sus manos, que son las únicas que matan a las letras. No es puro, el libro, pero estando ahí, puede repensarse y releerse, como escribió Borges, y entonces no solo el libro cambia, sino cambiamos nosotros, sus lectores.
Mucho se ha escrito sobre el papel democratizador del libro, motivo por el cual también ha sido proscrito, ya en  el XIX Wiliam Hazlit puntualizó que ni los grandes ni los reyes escribían libros, sino los “meros autores”[3]. Según el historiador Roger Chartier entre los siglos XVII y XVIII hubo un cambio en la percepción del Autor, ya que antes lo era colectivo y ahora, en su concepto moderno, es individualista. Es pues éste nuestro modesto lugar, el del cuarteto Xalapool y el de las eruditas damas y caballeros que publican en Tlanestli: queremos democratizar no solo la lectura, sino la autoría, que pretende serlo del conocimiento, y que por supuesto no es individual, sino colectivo; de ahí la divisa de Tlanestli, que replica la sabiduría huichol: “Solo entre todos sabemos todo”. No obstante, los meros autores no hacemos libros. La manufactura de ellos está a cargo de los artesanos, los mecánicos e ingenieros que se han adueñado de las prensas de imprimir, de las maderas y los bosques.
Los libros nos transportan y ensanchan nuestra conciencia, son un auténtico exocerebro, como lo define Roger Bartra, son parte y forma de nuestra conciencia humana, la parte poética y sapiens del homo sapiens cibernéticus, que ahora se extiende por las redes como parte del ciborg del siglo XXI, que probablemente incorporará nano-bibliotecas en el cerebro de nuestros descendientes.
En el presente siglo pareciera que escribir y leer tiene otro sentido, y así nos lo comunican Gugliemo Cavallo y Roger Chartier por medio de un maravilloso libro, Historia de la lectura. Cito:
En el mundo de los textos electrónicos, dos restricciones, consideradas desde siempre imperiosas, pueden ser anuladas. La primera es la que limita de modo estricto las posibles intervenciones del lector con el libro. […] El objeto impreso le impone su forma, su estructura y sus espacios. No supone en modo alguno la participación material, física, de quien lo lee. […] Muy diferente es lo que sucede con el texto electrónico. No solo puede el lector someter sus textos a múltiples operaciones (puede confeccionarles índices, anotarlos, copiarlos, desplazarlos, recomponerlos, etc.); más aún, puede convertirse en su coautor. […] Así pues, toda la relación con lo escrito se encuentra trastocada. […] Con la pantalla, lo que se halla en el candelero es el orden mismo de los libros, que fue el de los hombres y mujeres de Occidente desde los primeros siglos de la era cristiana. Con ella se afirman o se imponen nuevas maneras de leer que todavía no es posible caracterizar por completo, pero que, sin que quepa duda alguna, entrañan unas prácticas de lectura sin precedentes[4].
¿Significa esto la muerte del libro, o que está en peligro de extinción y que sube la temperatura a casi 451 Fahrenheit y debemos ya seleccionar nuestro libro preferido para aprenderlo de memoria? No lo creo.
Existe un colectivo internacional denominado “Llamamiento a los 451” que reúne a editores, correctores, impresores, distribuidores, libreros, traductores y bibliotecarios de todo el mundo, mismos que han escrito:
No podemos avenirnos a reducir el libro y su contenido a un flujo de datos electrónicos cliclables hasta la náusea; lo que producimos, compartimos y vendemos es, ante todo, un objeto social, político y poético.
Además de que propicia la libertad y agita las conciencias y las emociones, estas son algunas de las enormes ventajas de este hardware ergonómico que no gasta pilas ni electricidad; tangible y manual, si lo hay; leve en su ser; delicioso en su olor a tinta o a viejo, a madera o a papel; acariciable en la textura de sus fojas o la dureza de sus pastas; sabroso (y posiblemente mortal) en las páginas que ensalivadas, pasan; curioso en las marcas que otros u otras dejaron, o en las huellas de las termitas, que comparten nuestro gusto papiróvoro; admirable estructura genética que permite su clonación sin protesta; receptáculo de la memoria y del recuerdo que a su vez nos proyecta a futuros posibles o deseables, haciendo nuestro presente placentero.
Este generoso amigo, como antes dije, siempre a la mano, tiene aún muchos años de vida, y recobra vida en ese papel nuevo y pulcro o viejo, manchado, subrayado, pintarrajeado, tachonado, arrugado, mojado, húmedo y reseco, borroso o firme; aún semi-quemado o roto, signo y símbolo de la relación autor-lector que establece una relación no fetichista, sino muy humana entre la cosa humanizada y el de la vista ávida, (o de la vista ciega, como Borges) el del oído fino, que quiere escuchar y atentamente escucha, las voces de los otros hombres. El libro no ha muerto, ni agoniza.
¡Larga vida al Libro! ¡Viva el Libro!
     
 Fecho en la Xalapa frío/calurosa del febrero de 2013.


[1] La corte de los manchúes destruyó alrededor de 2,320 obras. El impresor de una crítca al Diccionario Kangxi y el gobernador de  Jiangxi, fueron ejecutados y  veintiún miembros de su familia tomados como esclavos.  King Fairbanks, J. China, una nueva historia. Harvard Univeristy Press, 1992. Pag. 199.
[2] Numeralia de Revista Nexos 422 de febrero de 2013.
[3] Chartier, R. Cultura escrita, literatura e  historia, Coacciones transgredidas y libertades restringidas. Conversaciones de Roger Chartier con Carlos Aguirre Anaya, Jesús Anaya Rosique, Daniel Goldin y Antonio Saborit, Fondo de Cultura Económica, México 2006. P. 118.
[4] Cavallo, G. y Chartier, R. (comp). Historia de la lectura en el mundo occidental, Grupo Santillana ediciones, España, 2001. P. 52-54.