lunes, 11 de marzo de 2013

El Tajín, una sorprendente y monumental metrópoli



Olga Fernández Alejandre*

      Es tan necesario como loable que las personas conozcamos nuestro legado prehispánico. Por eso los invito a que demos un paseo por la ciudad del trueno, el mito y la fábula.
      Allá por el año 1785, un cabo de guardia español llamado Diego Ruíz, junto con unos peones, andaban buscando plantíos de tabaco clandestinos, en la zona selvática de lo que ahora es parte del municipio de Papantla, cuando de pronto, en medio de la selva apareció ante sus ojos un monumento piramidal que le llamó mucho la atención. Por más que indagó, no le supieron decir mayor cosa; hecho que relató a la “Gazeta de México”, el periódico más importante de esa época, sin saber que había descubierto una maravillosa ciudad de piedra única en todo Mesoamérica con: Templos, palacios, columnas, taludes y juegos de pelota.
      Con el tiempo el descubrimiento fue relegado al olvido, pero en el siglo XIX el artista Carl Nebel logró captar la grandiosidad del lugar, sobre todo la pirámide de los nichos; quedando para siempre plasmada en unos de sus grabados. Este monumento destaca por que tiene 365 nichos, uno por cada día del año. Está adornado con grecas o xicalcoliuhquies, taludes y cornisas.
      Durante los años treinta, cuando se abrieron caminos con motivo de la explotación petrolífera; al ingeniero Agustín García le tocó limpiar de tierra y vegetación la pirámide de los nichos y a partir de 1938, el arqueólogo José García Payón, exploró además de la pirámide, varios basamentos; también despejó de maleza las plazas ceremoniales y las ornamentadas canchas del juego de pelota.
      Durante 39 años García Payón trabajó infatigable, para ir desenterrando, esta hermosa ciudad, en la que salieron a la luz hermosos palacios; así se descubrió la otra parte de la ciudad, la que se ha dado en llamar Tajín Chico.
      En 1984 un proyecto a cargo de Jürguen K. Brüggemann y un equipo de colaboradores, mayormente de la Universidad Veracruzana, permitió restaurar cerca de 35 edificios, convirtiendo a El Tajín uno de los sitios arqueológicos más bellos del estado de Veracruz, sino del mundo entero.
      Esta portentosa ciudad, según Medellín Zenil, se encuentra dentro del área conocida como el Totanacapan. Sus límites son: Por el norte el río Cazones, al sur el río Papaloapan, por el occidente Acatlán de Pérez, Oaxaca. Y al oriente con el estado de Puebla desde Zacatlán pasando por Tehuacán, hasta cerca de Metlaloyuca.
      La gran mayoría de las ciudades mesoamericanas, primero se establecieron como centros ceremoniales y después como centros urbanos y comerciales.
Esta mágica ciudad, el máximo exponente del clásico Tardío, fue centro motor, de gran parte del territorio veracruzano.
      El centro de la ciudad está asentado en por lo menos 140 hectáreas, entre dos barrancos, por los que corren dos arroyos, que limitaron bastante su expansión; de ahí que entre edificio y edificio el espacio sea reducido.
      Indica la antropóloga Sara Ladrón de Guevara, “En el Tajín advertimos una recurrencia en los diseños, la composición y el ritmo; es decir en los aspectos formales. Esta recurrencia permite hablar del estilo Tajín, o sea, hay coherencia en el diseño de la arquitectura, escultura y pintura”.
Los relieves saltan a la vista llamando la atención por la calidad que tienen. Las figuras se hacían planas, pero lo que sobresalen son la de rostros humanos. También la pintura está presente en esta maravillosa capital, ya que los edificios eran pintados en colores vivos. Los colores empleados eran tanto de origen mineral como vegetal. Algunos tintes los rebajaban para obtener varias combinaciones; los más comunes eran: El rojo, negro y varios tonos de azul y verde.
      Ahora, con los ojos de la imaginación, nos trasladaremos en el tiempo a esta gran urbe y la contemplaremos en todo su esplendor. ¿Quiere acompañarme? Vamos a hacer el recorrido con un guía llamado Teuhtlilli, que nos está esperando y entraremos por el lado sur, donde se asienta el Tajín Chico. En esta parte vive la clase gobernante y los sacerdotes.
      Por fin nos encontramos a la entrada; por doquier salta obsceno y lujurioso el color verde que contrasta con los claroscuros de los edificios al iluminarlos el sol.
      Las orquídeas, las lianas y los bejucos se entrelazan, una suave brisa nos llega refrescando nuestros acalorados rostros y llega hasta nuestras fosas nasales el olor embriagante de la vainilla, perfumando el ambiente.
      Estamos ante los puestos de control, una especie de aduana; los guardias de aspecto feroz y mirada inquisitiva, nos preguntan que hacemos aquí. Nuestro amable guía les explica que somos extranjeros que queremos conocer la ciudad. Después de conferenciar un buen rato, nos dan un salvo conducto y nos dejan pasar; comenzamos con paso lento a caminar contemplando esta maravilla.
      Llegamos directamente a la plaza del arroyo, limitada en sus cuatro costados por basamentos piramidales. Aquí se encuentra el mercado, nos acercamos con emoción y vemos con singular alegría los puestos con toldos de colores para protegerse del inclemente sol. Todo el mundo grita la mercancía que vende, hay comerciantes propios de la ciudad y mercaderes que traen sus productos desde lejanas tierras, estos son innumerables: Frutas de la región, pieles de venado y jaguar, flores, aves exóticas y de corral, plumas, ropa, adornos para orejas y nariz, vainilla, cacao, además también varios tipos de carne silvestre, pescado, esclavos para sacrificios a los dioses. Y toda clase de mercaderías.
      Teuhtlilli nos lleva a un lado de la plaza del arroyo, donde hay varios juegos de pelota; nos cuenta que la ciudad tiene 17 canchas.
      La más popular de las canchas tiene seis paneles adornados con cabezas de serpientes y nos indica la relación que tiene este juego con el Dios Quetzalcóatl. Nos explica como los jugadores se van vistiendo ayudados por varios sirvientes Vemos con inusitada emoción el enfrentamiento de los dos jugadores y como él que pierde es decapitado, ya que es un juego ritual que los dioses hicieron para lograr se efectuara el ciclo vital que ellos mismos habían creado al principio de la existencia. Estamos consternados y atónicos por el desenlace de este juego. Es increíble ver estos rituales.
      Continuamos el recorrido, queremos llegar cerca de la pirámide de los nichos su extraordinaria mole se encuentra en el centro de la ciudad y se ve desde cualquier punto. Llegamos en el preciso momento en que comenzará un rito en agradecimiento al sol por los beneficios recibidos; propiciando la unión del calor elemento masculino, con la tierra elemento femenino, para que sea fecundada y crezcan los cultivos.
      ¡Ah!, pero con lo que quedamos con la boca abierta fue con los voladores; es quizás la ceremonia más vistosa. Cuatro hombres vestidos de águilas con los brazos extendidos y atados por los pies se desplazan lentamente en círculos desde casi una altura de 30 metros sobre un palo vistosamente adornado, se encuentra sembrado (enterrado) en forma vertical. En la parte superior se encuentra un aro giratorio con una pequeña superficie (llamada en la actualidad manzana); la rotación tanto del aro como la de los voladores simboliza el movimiento de los astros, especialmente el sol. Un hombre desafiando la gravedad en ese minúsculo espacio, baila, toca una flauta y un tambor. Las vueltas que dan los danzantes al ir bajando, multiplicadas por cuatro, que es el número sagrado; simboliza el xiuhmolpilli, o sea, el ciclo mesoamericano de 52 años.
      Estos hombres pájaros dan tal sensación de majestuosidad, que nos quita el aliento. Estamos emocionados al ver a nuestros ancestros en esta ceremonia. Todo está en silencio y se respira un aire reverencial. Finalmente cumple su misión el Dios Sol-Águila baja a la tierra.
      También visitamos las viviendas de los sacerdotes, del señor principal y la gente pudiente; se encuentran en la parte sur por donde entramos. Son verdaderos palacios con murales polícromos y espaciosas estancias, algunas con corredores para salir a refrescarse. Nos asombra con que lujo vivía la clase dominante.
      Nuestro sonriente guía nos informa que nuestro tiempo terminó y tenemos que partir. Al querer darle las gracias, él ya no está…
      Nos embarga una profunda tristeza; poco a poco, la otrora orgullosa urbe va quedando en el abandono, la contemplamos con pesar, un mutismo sobrecogedor nos oprime el alma. El polvo de los siglos se acumula ante nuestros asombrados ojos hasta dejarla totalmente cubierta. Ya no se oirán: El eco de las risas, las palabras, los cantos y las plegarias; un manto verde la ocultará, hasta que alguien “la redescubra”.
      Así, volvemos a nuestro tiempo con el corazón oprimido de angustia.
      ¿Que fue lo que pasó a esta majestuosa población? ¿Qué sucedió a sus habitantes?
      Según Jürgen K. Brüggmann: Cree que la ciudad entró en crisis debido a profundas dificultades económicas y la desigualdad de las clases sociales, terminando en una confrontación política.
     ¿Les gustó?, ¿verdad que fue un viaje alucinante, único, de ensueño y fantasía? ¡Ojalá algún día lo repitamos!
     Me viene a la mente una estrofa de esa increíble poesía de Efraín Huerta que hiciera al Tajín, donde plasma la esencia misma de esta sorprendente metrópoli:
     “Todo es andar a ciegas,
en la fatiga del silencio, cuando
ya nada nace y nada vive y ya
los muertos dieron vida a sus
muertos y los vivos sepultura
a los vivos”.

titama43@hotmail.com


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