domingo, 7 de julio de 2013

PARKINSON. Un cerebro que piensa en un cuerpo que no responde.



Benito Carmona Grajales

 

            En la enfermedad de Parkinson se da un proceso neurológico, crónico, degenerativo y progresivo. Es neurológico porque se refiere al sistema nervioso; degenerativo porque va disminuyendo la calidad funcional de las neuronas y de los movimientos del cuerpo; crónico porque trasciende el tiempo presente y se prolonga por todo el resto de la vida y, por último, es progresivo porque avanza de manera continua.

            Para la ciencia médica es un padecimiento que nunca se cura y que se empeora de manera gradual. El nombre de la enfermedad se debe al médico inglés James Párkinson quien la describió por primera vez en 1817 en su “Ensayo sobre la parálisis agitante”.

            Afortunadamente su progreso es lento, ya que pueden pasar de cinco a diez años para que sus efectos  hagan perder capacidades motrices al enfermo. Las células afectadas, las neuronas, se lesionan lenta, pero progresivamente, hasta alcanzar su muerte. Cuando esto va ocurriendo, los síntomas del mal van apareciendo y también progresando, tales como el temblor involuntario, la rigidez muscular y la pérdida de capacidad para realizar movimientos espontáneos y rápidos. El enfermo comienza a caminar con el cuerpo doblado y con dificultades en el equilibrio. Esto le ocasiona una postura inestable.

            Las neuronas que se ven afectadas en esta enfermedad son, principalmente, las del área del cerebro llamada sustancia negra. Cuando estas neuronas degeneran, el cerebro comienza a perder su capacidad para generar movimientos corporales, lo que se traduce en los síntomas de la enfermedad: temblor, rigidez, ausencia de algunos movimientos o la pérdida total, lentitud y problemas de marcha y de postura. Estos síntomas, como decíamos, van apareciendo progresivamente a través de los años.

            Los investigadores sitúan la sustancia negra en la parte central del cerebro. Si imaginas una línea recta que parta de la curva de la nariz ubicada entre las cejas y los ojos hacia el lado opuesto, al pasar por el centro de tu cabeza, ahí se puede localizar esa sustancia, cuyas neuronas, al deteriorarse, propician el mal de Parkinson.

            Uno de los problemas graves de esa enfermedad consiste en que los síntomas aparecen cuando la sustancia negra lleva entre un 70 y un 80% de deterioro o muerte celular. Aquí el lector puede preguntarse por qué los síntomas esperan tanto tiempo para aparecer. La respuesta está en que el cerebro es tan perfecto que contiene células preparadas, que toman la labor de las células muertas y mantienen el funcionamiento de los órganos afectados por algún tiempo; algo así como cuando un ojo pierde la visión mientras que el otro aumenta su potencial. La sustancia negra es muy pequeña, comparada con el resto del cerebro. Apenas alcanza unos cuantos milímetros; pero es suficiente para facilitar el control del movimiento de todo el cuerpo.

            Es bueno reafirmar que el avance de la enfermedad es progresivo y lento, para no confundirlo con otros padecimientos producidos, por ejemplo, con las consecuencias de un ataque cerebro vascular que también origina temblores, problemas de marcha y de equilibrio; éstos, a diferencia del Párkinson, aparecen a raíz del problema isquémico. Los accidentes, el consumo de drogas y de medicaciones también pueden producir manifestaciones parecidas a las del Párkinson.

            La medicina alópata aún desconoce la causa de la muerte celular en la sustancia negra. El porqué de la enfermedad de Párkinson todavía pertenece a las interrogaciones de la ciencia. Algunos datos nos dan una pequeña pista, pero no hay certeza de su origen. En Los Estados Unidos, con una población mayormente blanca, la incidencia del mal se da, aproximadamente, de un caso por cada trescientos habitantes; en el estado de Veracruz, por ejemplo, cuya población es mayormente morena, la incidencia de la enfermedad es mucho menor; pues tenemos comunidades entre dos mil y tres mil habitantes, donde esta enfermedad pasa inadvertida. Lo que es indudable, es que esta enfermedad cada día aumenta en el mundo. Esto sí es preocupante. Lo más seguro es que tenemos que cambiar nuestro estilo de vida, como una medida preventiva.

            Además de los síntomas que caracterizan a la enfermedad como tal, existen otros signos y síntomas que pueden anunciar la posible presencia de este padecimiento. Éstos pueden ser: sensación de temblor en alguna extremidad o en el tronco y que aumenta de intensidad con cualquier excitación emocional; dolor alrededor del cuello, en el hombro, brazos y piernas o en la región lumbar; entumecimiento, hormigueo, comezón y frialdad en algunas partes del cuerpo; calambres en los dedos de los pies,  disminución del parpadeo, cambios en la voz y dificultades en la expresión; disminución de las destrezas manuales, falta de movimiento rítmico de los brazos al caminar y falta de fluidez en las piernas; lentitud de movimiento y dificultad para realizarlos, como levantarse y pretender caminar o girar; falta de estabilidad al estar de pie o caminar y, por último, experimentar estados depresivos, de ansiedad y apatía.

            Estas manifestaciones indican la posibilidad de la enfermedad. Cuando esto ocurre se debe buscar orientación y ayuda médica. La mayoría de pacientes inician con temblores involuntarios en las manos; por lo regular cuando se está en reposo. Si se ponen en movimiento las manos, intencionalmente, el temblor desaparece.

            Las manifestaciones que nos indican que la enfermedad ha avanzado peligrosamente son las siguientes: temblor que se extiende a brazos y piernas; agarrotamiento y dolor en los músculos; espasmos que provocan posturas incómodas; incapacidad de movimientos; dificultades en el habla; escritura difícil e ilegible; problemas de deglución junto con babeo; tendencia a caerse estando de pie; encorvar el cuerpo; estreñimiento y disfunción sexual; dificultades al orinar, sudoración excesiva, insomnio y dermatitis seborreica. Si estas manifestaciones continúan, el paciente terminará con más dificultades en el parpadeo y pérdida de la sonrisa espontánea, de la expresión facial y de su independencia. Los síntomas se intensifican hasta llegar a un estado carente de esperanza y felicidad.

            La medicación logra disminuir los síntomas, que no son totalmente los mismos en todos los pacientes. Por lo regular, la mayoría responde bien a la medicación desde un principio; pero, en algunos casos, hay reacciones que resultan más insoportables que la misma enfermedad. Algunos síntomas inducidos por la medicación pueden ser: problemas gástricos, fatiga, mareos, náuseas, alucinaciones y delirios, entre otros. El principal problema del Párkinson radica en que la enfermedad es progresiva; esto da lugar al incremento de las dosis, lo que puede ocasionar mayores riesgos de efectos secundarios.

            Al atacar los síntomas propios de la enfermedad se usan medicamentos que están diseñados para afectar la química neuronal. Por eso los sueños vividos, las pesadillas, las alucinaciones visuales, los delirios, la paranoia y la desorientación pueden aparecer como consecuencias de esa medicación. Es más, estos mismos síntomas a veces son atacados con otras medicaciones que complican la situación.

            A pesar de todo esto, la ciencia ha avanzado en sus descubrimientos. Los efectos secundarios de la medicación eran más agresivos en el pasado. La investigación sigue su marcha. Investigadores cubanos y norteamericanos están encontrando métodos diversos, como la implantación de células madre y otros procedimientos quirúrgicos que abren la esperanza para los enfermos de Párkinson.

            Para entender la función de los fármacos hablamos nuevamente de la sustancia negra, que es la parte cerebral donde se origina la enfermedad de Párkinson. Ahí es precisamente donde se produce la dopamina que es el neurotransmisor responsable de que los mensajes viajen hacia los centros motores. Esta función se realiza gracias a importantes conexiones electroquímicas que comunican entre sí a las neuronas. Por eso, si las células dopaminérgicas degeneran, decrece la producción de dopamina. Sin esta sustancia neuroquímica, los mensajes llegan con dificultad a los demás centros motores afectando la capacidad de movimiento del paciente. Pero esto no es todo; las alteraciones neuroquímicas pueden afectar la producción de otros neurotransmisores como la noradrenalina y la serotonina, degenerando otras funciones.

            La medicación que comúnmente se prescribe a los enfermos de Párkinson se clasifica en anticolinérgicos y dopaminérgicos. Los primeros ejercen sus efectos sobre las células que actúan con el neurotransmisor llamado acetilcolina, pretendiendo equilibrar los efectos con el sistema neurotransmisor de la dopamina. De esta manera se reduce el temblor, que es el principal signo de la enfermedad. En esta medicación se incluyen triexifenidilo, benzatropina, prociclidina y etopropacina. Los efectos secundarios pueden ser: confusión, pérdida de memoria, alucinaciones y delirios, por lo que los médicos deben revisar la medicación y las dosis que prescriban.

            Los segundos, los fármacos para el sistema dopaminérgico son la carbidopa/levodopa, sinemet y selegilina. Sus efectos secundarios pueden ser alucinaciones, paranoia o delirios. El que más recomiendan los médicos es la levodopa que la química cerebral convierte en dopamina. Desgraciadamente, una gran cantidad de levodopa se convierte en dopamina antes de traspasar la barrera hematoencefálica y no llega al cerebro. Esta situación la resolvieron los investigadores suministrando junto a la levodopa, la carbidopa que impide que la primera se convierta en dopamina antes de penetrar al sistema nervioso central. Aunque esta medicación sí cura la mayoría de los síntomas, la enfermedad no se detiene y el enfermo tiene que soportar los efectos secundarios de la medicación que aumentan conforme aumentan las dosis.

            La investigación científica atiende dos vertientes: Por un lado tenemos a las compañías farmacéuticas que invierten una fortuna en el descubrimiento de nuevos fármacos. Estos medicamentos tienen como meta atacar las causas más próximas a los síntomas. Por otro lado, están los científicos independientes que, bajo premisas universales, estudian todas las causas posibles que dan lugar a los padecimientos. Estudian los efectos de dichas causas y cómo se manifiestan tanto en animales como en el ser humano; lo hacen de acuerdo a las leyes de la naturaleza. Penetran a lo más profundo posible de la química corporal y de las sustancias en los recursos de la naturaleza. Tienen como norma la frase de Hipócrates, el padre de la medicina moderna: “Que tu alimento sea tu medicina; que tu medicina sea tu alimento”.

            Esta última corriente opina sobre la enfermedad de Párkinson de la siguiente manera: Mientras que la medicina alópata  pretende sustituir el neurotransmisor dopamina, la   corriente naturista trata de reponer la vitalidad a las células deterioradas que no han muerto y fortalecer  a las células que aún funcionan con normalidad. Así, según los últimos estudios, la mayoría de enfermedades tienen como principal factor de desarrollo a la inflamación. Las células cerebrales, como todas las demás, necesitan un buen suministro de energía para poder realizar sus funciones. La energía cerebral se produce en unas centrales energéticas llamadas mitocondrias. El oxígeno permite a éstas bombear trifosfato de adenosina, cuyos niveles adecuados de esta última sustancia, hacen que el cerebro recupere su energía.

            Conforme envejecemos disminuye el flujo sanguíneo porque las mitocondrias celulares no producen el suficiente trifosfato de adenosina sin el cual el flujo sanguíneo es insuficiente. Las neuronas, al carecer de la suficiente oxigenación tienden a degenerar y a morir. Para revertir en parte esa degeneración se necesita favorecer la circulación de la sangre propiciando la vasodilatación de las arterias Como la constricción del sistema arterial se ve aumentada con la inflamación del endotelio, necesitamos disminuir la ingestión de los alimentos que propician esa inflamación.

            Si el enfermo de Párkinson quiere detener el avance de su padecimiento necesita adoptar un régimen de alimentación que disminuya el proceso inflamatorio. Debe comenzar por eliminar en su consumo los carbohidratos refinados tales como galletas, pan, sopas, pasteles y todo lo que lleve azúcar. Los carbohidratos refinados, junto con otros excesos como el consumo de fritos, margarinas, carnes rojas, aceites vegetales de semillas, tortillas de harinas no integrales como maseca y otras harinas como la de soya, cuyo germen le fue extraído, producen ácido araquidónico, que es muy inflamatorio. Todo ser humano debe decir no a esos productos y cambiarlos por frutas, verduras, cereales, gramíneas y leguminosas pero sin refinar. Las grasas que se recomiendan son la del aguacate, la del aceite de oliva y la del pescado que es rica en omega 3, que contiene ácido eicosapentaenoico y equilibra la inflamación. Además, el omega 3 contiene ácido decosahexaenoico que fortalece las funciones neuronales.

            Las causas de toda enfermedad están en las deficiencias alimentarias. Los últimos avances de la ciencia nos dicen que en el endotelio es donde las arterias producen el óxido nítrico, encargado de la vasodilatación y de la mejor circulación de la sangre. Por eso recomiendan alimentos ricos en arginina ya que es la sustancia que más favorece la producción del mencionado óxido nítrico. Como en la dieta diaria es difícil el consumo suficiente de arginina, se recomienda consumirla en suplemento, de tres a seis gramos diariamente, para quien ya padece una enfermedad relacionada con la circulación.       

            Otros estudios han comprobado que el enfermo de Párkinson carece de Vitamina B6, tirosina, metionina y fosfatidil serina, por lo que, al consumirlas en suplementos, mejoran la calidad de vida del paciente. Por último, amigo lector, lo importante es hacer algo. Todos los problemas tienen solución. Siempre hay un camino y si no lo hay, lo hacemos, para eso es la investigación. La ignorancia tiene efectos fatales; el conocimiento hace brillar la verdad y nos indica qué camino debemos tomar aún en las peores tempestades de la vida.

               

  

           

   

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