domingo, 7 de julio de 2013

AGUA QUEMADA de Carlos Fuentes La grandeza derrumbada


 

                                                Aurora Ruiz Vásquez

                                                     

 

Hablar de los cuentos contenidos en Agua quemada (1981) del escritor mexicano Carlos Fuentes (1928-2012) es incursionar en una pequeñísima parte de su vasta obra como novelista, ensayista y cuentista del siglo XX. Dentro de las numerosas obras fuentianas tenemos: Aura, La muerte de Artemio Cruz, La región más transparente, Tierra nostra, Días enmascarados, Agua quemada, La gran novela latinoamericana (2011), Cuentos completos en Fondo de Cultura (2013), y muchas más que le permitieron ser galardonado con numerosos premios y en varias ocasiones propuesto al premio Nobel de Literatura.

 

Agua Quemada, es una obra de escasas 137 páginas que muestran la realidad hecha cuento. Son cuatro los relatos: El  día de las madres, Estos fueron los palacios, Las mañanitas y el hijo de Andrés Aparicio. Un libro intertextual de trama escalonada, es decir, que los relatos, aparentemente separados, están entrelazados entre sí por los personajes: un viejo general nostálgico, Vicente Vergara, una anciana desvalida atendiendo a un niño paralítico, doña Manuelita y un solterón rico que no llega a comprender la pobreza. Se desarrolla un tema único, visto desde diferentes ángulos para sumergirse  en la añoranza de una grandeza de ayer arruinada, transformada en la ciudad de México moderna.

 

            La prosa  se despliega en un lenguaje emotivo y poético impregnado de  nostalgia,  al recordar el México de ayer y su destrucción. El ambiente es el valle de  la ciudad de México, el altiplano en la época de la colonia y la Revolución Mexicana.

 

En el relato se percibe claramente el medio sociocultural de la región. Lo decente es haber sido rico y descendiente de personajes históricos importantes. En todos los cuentos se recorren las calles de la ciudad, los barrios pobres y el cinturón de miseria. Se rememoran los viejos palacios, “balcones de fierro labrado y muchos con vírgenes de piedra, construidos encima de la capital azteca.” Se describen con detalle las calles del México moderno cundido de comercios, de ruido y los altos edificios que no dejan contemplar el cielo. Con lenguaje sencillo y ameno, también se documentan las costumbres, modos de hablar, comportamientos aceptados de otros tiempos históricos, así como la marcada división de las clases sociales en ricos y pobres. Todo es recuerdo de lo perdido. En general, aflora la tragedia, el caos, el dolor, la tristeza, escenas dramáticas, el sentimiento, el pesimismo, la pobreza y la añoranza.

 

Me llama la atención cómo hábilmente se maneja el lenguaje vulgar del mexicano con sus dichos y frases insultantes salpicado de picardías como corresponde a los personajes, se comprende, pero pienso, sin llegar a la mojigatería, que por  desgracia, ese tipo de lenguaje es el que se practica con naturalidad, sobre todo en la juventud, sin el menor respeto y se extiende en la literatura moderna. Me pregunto, ¿es necesario e indispensable? Además, sin hacer una crítica autorizada, percibo que la lectura del libro transmite cierto pesimismo y añoranza. Opino que no hay que hundirse en el pasado, tener fe y esperanza en el  futuro, anhelar y contribuir al progreso y adaptarse a los cambios con el ánimo de triunfar.

 

Habla el abuelo, el viejo general Vicente Vergara, uno de los protagonistas, sobre la Revolución Mexicana. Recuerda y cuenta a su nieto que cuando muy joven “militó con el Centauro del Norte antes de pasarse a las filas de Obregón, cuando la vio perdida en Celaya”. “En su recámara el general Vergara tenía muchas fotos amarillas donde se le veía acompañando a todos los caudillos de la revolución”. Recuerda cuando el pueblo se levantó contra Victoriano Huerta, por haber asesinado a don Panchito Madero, cuenta que llegó a comer tacos con Pancho Villa y menciona a Venustiano Carranza para deleite de su nieto Plutarco que lo escucha interesado.

 

 Interactúan tres generaciones, el general, su hijo licenciado Agustín y el nieto Plutarco. La vieja, doña Manuelita, había sido criada de toda la vida de la casa del general, en la colonia Roma. También aparece lel solterón, Andrés Silva, que reniega de la situación y quiere conservar su estatus social, además, recuerda cuando las mañanas eran limpias y tuvo la costumbre de salir al balcón a querer recuperar el aroma de las mañanas de un México anterior.

 

En el cuento El hijo de Andrés Aparicio todo se recuerda: los guisos, las costumbres, la fidelidad de los criados, las peripecias de una población flotante y la vida del niño Bernabé. Su madre era una señora que quería conservar el “lenguaje decente”: por favor, disculpe, permítame, con permiso etc. que los viejos empleaban, pero los viejos fueron desapareciendo, Bernabé escuchaba, “tú eres un niño decente Bernabé, evita rozarte con los peladitos de tu escuela, tú tienes buena cuna y buenas costumbres”.  Los relatos son entretenidos e interesantes.

 

Para fomentar y promover la lectura lo mejor es recomendar buenos libros y éste me parece uno de ellos.

 

Sin embargo, siguiendo a Flaulkner, el autor puede decir que “el hombre posee un alma y un espíritu capaces de compasión, sacrificio y aguante, que el deber de quién escribe es ayudarlo a resistir y prevalecer.”

 

 

No hay comentarios: