miércoles, 11 de junio de 2014

Intertextos. Maquiavelo, entre la fortuna y la virtud de una buena lectura


Juan Fernando Romero Fuentes
Gracias a Tlanestli podemos acercarnos al pensamiento de Maquiavelo, y entenderlo un poco mejor, y espero que ello nos motive a leerlo. La entrevista publicada en el pasado abril me impulsó a reproducir un artículo que había escrito hace unos años sobre el autor de El Príncipe, por lo que agradezco cumplidamente a Tlanestli. Sólo que me quedó una inquietud respecto a la entrevista: sin duda los participantes (Jérémie Duhamel y Silvestre Manuel Hernández) son muy capaces y conocedores de los múltiples temas que tocan; sin embargo, lo que no me agrada de la misma, es el tono académico superlativo que contiene. Y este estilo de alambicada presentación no es exclusivo de este caso: leemos en revistas y periódicos, y desde luego en libros y conferencias (o papers) este tipo de lenguaje super educado que hace continua referencia -sin duda erudita- a muchos autores y escuelas, a multitud de libros y escritos, referentes que, por lo menos, apabullan al lector no especializado, como es mi caso (y para ponerme a la altura de esta crítica, ensaye unos latinajos para este texto).
Esta proliferación de citas tiene varias funciones: se ha convertido en un requisito irrenunciable para la Academia, que de esta forma manifiesta no tan solo su erudición, sino su poder; para el autor es una ocasión magnífica para mostrar de forma evidente sus altos conocimientos y dominio de los temas que presenta. Este excelso conocimiento de la autoridad de los personajes que cita, convierte al propio citador, en la autoridad, ya indiscutible. La entrevista que cito acumula citas, la vuelve voluminosa, y no necesariamente mejor.
Esta casa de citas se vuelve entonces para el lector medio, una aventura a lo desconocido, y si tiene la paciencia y el deseo de seguirlo, puede obtener el premio de la consumación del acto de la lectura, pero me temo que en la mayoría de los casos se vuelve un lectus interrumptus, ya que en lugar de enseñar, ahuyenta; en lugar de atraer, repele.
La Academia tiene sus reglas –y sus virtudes- y, ni modo, habrá que cumplirlas, pero los lectores ajenos a ellas no tienen por qué sufrir la mala fortuna de enterarse de que los autores, o el entrevistado y el entrevistador, son unas chuchas cuereras en el tema que tratan. Ellos evitan – con razón- el lugar común, y su omnicomprensión ahuyenta los malos olores de la vulgaridad, pero el común de los lectores no aprende con los locus rei sitae, pues es ajeno a ellos, y entonces lo que apesta es el texto multirreferenciado, y sus autores.
En este orden, existen entrevistas para los altamente cultos y entrevistas para los bajamente cultos. En las primeras la mayoría de los mortales nos perdemos y para los actores se vuelve un juego de espejos donde los auditores no cuentan y el elogio recíproco, sí. En las segundas, con seguridad se pierden muchas cosas, pero también suele suceder que se enganche el interés del lector y, en consecuencia pueda remitirse a las fuentes para acrecentar su acervo, motivado por la sencillez y el conocimiento, juntos. 
Tal vez una edición de la magna erudición mostrada en la entrevista citada podría restarle lo complicatio (corresponde a aquello que los manuales de retórica denominaban amplicatio y accumulatio, es decir, los procedimientos mediante los cuales se alarga el contenido de un texto y se suman elementos complementarios)  y así podría acercar al lector medio de Tlanestli a lo que el autor quiso y supo decir, en este caso Maquiavelo, leído por pocos y entendido por menos, y sin embargo un autor tan poderoso que sienta las bases de la ciencia política actual cuyo progreso palpable se encuentra en el diseño de las instituciones políticas que nos rigen, republicanas y con aspiraciones democráticas.
“La pertinencia para acercarnos a los textos fundamentales de Niccoló Machiavelli” como se señala en la entrevista (se aprende a citar) es entonces la simple lectura e interpretación sencilla de cada lector en su época y en su espacio, debiendo contextualizar lo escrito, pero sin caer en el detalle preciso propio del microhistoriador; o bien, se puede dar la lectura compleja basada en una interpretación compleja si el lector es un hermeneuta o filósofo o doctor muchilingüe; o también, pero más escasamente, se puede dar una  interpretación genial, si se es un genio, como el lector Foucault. Ese es mi pienso, para citar a un amigo.       

 Xalapa, Ver. 4 de junio del 2014

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