miércoles, 11 de junio de 2014

Estar a tiempo


José Francisco Romo Villaseñor
Montado sobre su vieja y destartalada bicicleta, regalo de su abuelo Josafat Iturralde cartero jubilado de la Dirección de Correos, y Telégrafos hacía ya más de cuarenta años; siendo además el primer cartero del pueblo de San Agustín; Miguel Iturralde su nieto cansado, sudoroso y exhausto por el gran esfuerzo de llegar a tiempo a la celebración del acto funerario de su padre don José Iturralde, que estaba a punto de iniciarse en la parroquia de la Purísima Concepción donde se habría de oficiar misa de cuerpo presenta, y darle el último adiós a su progenitor, de pronto se ve detenido por un individuo extraño, muy bien vestido a la vieja usanza, guapo de ademanes finos y elegantes –nada usual en aquel polvoriento pueblo- quien parado en el medio del camino con la intención de obstruirle el paso, provoca que Miguel pierda el control de su vehículo por el brusco frenado que con cara de compungido y de desesperación solicita al desconocido que por favor se haga a un lado y lo deje pasar, pues no quiere llegar tarde a los funerales de su padre.
Aquel individuo extraño con voz suave y cadenciosa y mirándole con fijeza a los ojos le dice: ¿Miguel a donde vas con tanta prisa?
Perdone señor que no me detenga a platicar con usted pero, no quiero llegar tarde. Mi esposa e hijos y mis amistades esperan mi arribo; le ruego me disculpe pero no puedo perder más tiempo. Otro día que lleve tiempo hablaremos largo y tendido si así usted lo aprueba.
¡Espera Miguel! Lo que pretendo decirte es que ya no corras más. ¡Ya no tienes tiempo!
Miguel molesto por la terquedad e insistencia de aquel desconocido, y, a punto de atropellarlo, emprende de nueva cuenta su alocada carrera pueblo abajo al mismo tiempo que se escuchan potentes y afinadas las campanas de la parroquia que anuncian el agnus dei, y, el inicio de la celebración de la santa misa.
No alcanza a recorrer diez metros cuando comienza a dar de tumbos con su bicicleta para caer al suelo cuan largo es ya sin vida.
Aquel extraño individuo lo mira con frialdad escalofriante el cuerpo ensangrentado y cubierto de polvo del camino. Sonríe, y da la vuelta para seguir de nuevo su camino.


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