domingo, 29 de abril de 2018

EL DEBATE DE LOS CANDIDATOS





Marcelo Ramírez Ramírez.


     El término debate en política, lleva implícito que se trata de ideas, de propuestas planteadas desde diversas ópticas, para resolver problemas urgentes y otros que, sin serlo, deben ser considerados para que las políticas públicas no se ahoguen  en el cortoplacismo. La coyuntura  importa porque representa el día de hoy, las carencias y necesidades que están tocando a la puerta y no pueden ignorarse. La perspectiva de mediano y largo plazo importa también, porque de ella depende la previsión del futuro y la posibilidad, precisamente, de no vivir entrampados en la coyuntura. El político necesita moverse en los dos planos, contar con la perspicacia  y el tacto para ofrecer respuestas a las necesidades apremiantes y la visión del futuro, de los escenarios del mañana. El debate entre políticos permite captar esta doble percepción de la realidad. Cómo una radiografía, el debate revela, más allá de las cualidades externas de la simpatía, del impacto visual (que a menudo se confunde con el carisma, siendo éste algo más complejo), atributos de la personalidad determinantes, como son la formación política, seriedad en los planteamientos y capacidad para transmitir a los oyentes el sentido del mensaje. Por tanto, el debate es un buen medio para fortalecer la vida democrática, permitiendo a los ciudadanos discernir cuál de los candidatos posee los atributos que quisieran ver encarnados , en este caso, en el presidente de su país. El día domingo 22 de abril el debate de los candidatos presidenciales permitió la oportunidad de anticipar a los ciudadanos, algo de lo que pueden esperar de cada uno de ellos, caso de llegar a la presidencia. Se trata de  una expectativa más o menos razonable; que suceda efectivamente cuando el candidato se convierta en el titular del poder ejecutivo es otra cosa y esa fue una de las cuestiones que estuvieron sobre el tapete de la discusión la noche del domingo en las instalaciones del Palacio de Minería.
¿Qué garantías ofrece usted, se preguntó a cada uno de los candidatos, de cumplir las promesas de campaña? Pregunta difícil, pues mantener la palabra no sólo es asunto de congruencia personal. En la vida privada es relativamente fácil cumplir una promesa; en la vida pública la intervención de múltiples factores elevan el grado de dificultad y esto, contando con la buena fe del político. Con sano realismo, lo que debe esperarse del político es la perseverancia en lograr sus objetivos, dando impulso, a través de la participación y organización de la sociedad civil a políticas públicas congruentes. La mala fe del político, la índole perversa de su actitud, debe buscarse en la oferta de promesas cuyo único fin es seducir al electorado. Dicho esto:  ¿Quién ganó el debate el día domingo 22 de abril? Apelando a criterios objetivos, hasta donde lo permite el asunto y al margen de filias y fobias, vi ganar a Ricardo Anaya. Expongo las siguientes razones: fue el más consistente en sus propuestas; el más ágil y matizado en sus planteamientos; el menos elusivo en sus respuestas a los cuestionamientos que se le hicieron. Destacó, entre  otros temas, la importancia de renovar y perfeccionar instituciones, en lugar de apostar al voluntarismo del gobernante, como se hizo notorio en la postura de Andrés Manuel López Obrador. Por último, mantuvo su discurso parejo sin abusar de las reiteraciones y fue incisivo en los momentos oportunos.

Margarita Zavala mostró buena actitud, defendiendo su identidad e independencia frente al esposo, cuya sombra no ha dejado de proyectarse sobre su persona desde que dio a conocer sus aspiraciones a la presidencia de la república. Por otro lado, me pareció monocorde; su discurso descansó en la defensa de las mujeres, una buena causa sin duda, respaldada por más del 50 % del electorado. Insistió en la importancia de la familia y cultivo de los valores, enunciando tesis válidas, aunque siempre en el nivel de la mayor generalidad. No dijo cómo la atención de estos temas podrían ser el eje  articulador de políticas nacionales.

Javier Rodríguez Calderón, “El Bronco”, puso la nota festiva al debate, haciendo gala de primitivismo político que, no dudo, le ganará simpatías en cierto sector del electorado y nada más. Para inhibir  la malsana  propensión a robar, propuso cortarle la mano al delincuente. A la pregunta de la moderadora de sí hablaba literalmente, respondió que así era. Es su manera de entender la justicia pronta y expedita. En otra de sus intervenciones, condenó la partidocracia a la que atribuye todos los males del país. Después de dar este veredicto no dijo nada más, cómo si  con la palabra descalificadora bastara para ahuyentar los demonios que aquejan al país. Eliminar la partidocracia no significa eliminar los partidos, devolviendo al pueblo su  autonomía para apoyar candidatos independientes, sino restableciendo la función originaria de aquellos, de dar forma, efectivamente, a la voluntad popular, expresando la diversidad de intereses e ideologías de los grupos sociales.

Andrés Manuel López Obrador se mantuvo fiel al propósito de no caer en provocaciones. Lo hizo bien para su causa, pero en la actitud cerrada de evitar los cuestionamientos, dejó de responder a preguntas plenamente justificadas. Claramente se vio que se sentía vulnerable  ante lo  evidente de sus contradicciones.

En efecto, para él sería difícil explicar cómo ahora son sus aliados personajes a quienes acusó hace años de ser corruptos y malos funcionarios. Tampoco podría explicar, en la óptica de una mínima congruencia, las alianzas con la maestra Elba Esther Gordillo y Napoleón Pérez Urrutia. Por tanto, guardó silencio haciendo evidente la eficacia, pero también los límites de su estrategia. Como sea, si no fue el ganador, López Obrador tampoco perdió el debate y mantiene el lugar del candidato mejor posicionado en las encuestas. Su propuesta central de transformar al país, coincide con el deseo de millones, pero debe incluir en su discurso las herramientas  democráticas para darle viabilidad a dicho propósito. Llama a la participación sin indicar vías concretas: ¿bajo qué modalidades y principios rectores se alcanzará la participación de una sociedad plural y compleja? Un desencanto aún mayor puede sobrevenir si, en la hipótesis del triunfo del tabasqueño, no se concreta el gran cambio que promete el voluntarismo de López Obrador. Se muestra convencido y entusiasta, pero en política  el entusiasmo no es suficiente sin el acuerdo de los diferentes, sin la consolidación de una cultura política abarcadora de los distintos estratos sociales y regiones y sin la creación de instituciones sólidas.

En lo tocante a José Antonio Meade Kuribreña, quedaron defraudadas las esperanzas de un fuerte posicionamiento de su candidatura a partir de este primer debate. La fuerza de sus argumentos descansó en su trayectoria personal, presentándose como la excepción salvadora, dentro de una clase política marcada por la corrupción e ineficiencia. A fuerza de insistir en su capacidad y honestidad, olvidó  otras cualidades que el político debe poseer para conducir la nave del estado. Basó su discurso en una concepción del desarrollo que, justamente, pide ser revisada a la luz de una política democrática orientada a compensar desequilibrios estructurales que han hecho crecer la pobreza y la marginación. En cierto modo justificó la crítica de quienes lo consideran un buen administrador, pero no un buen político. Para restarle credibilidad al candidato de MORENA, insistió en que este tiene años viviendo de la política sin declarar el monto real de sus ingresos. Hábilmente López Obrador dio a entender que está al servicio del pueblo; actitud solapada pero efectiva. Otro error de cálculo según mi apreciación personal, fue la insistencia de José Antonio Meade en los tres departamentos que, según dijo, posee el tabasqueño. Piensa que esto es suficiente para bajarle simpatías al líder de MORENA. Francamente  no veo que los indecisos puedan concebir como traición a la ética política la posesión  de tres departamentos, cuando se enteran del elevado nivel de corrupción que caracteriza a los representantes más conspicuos   de la clase política.

Después de lo sucedido el domingo, candidatos y asesores están obligados a revisar las estrategias a seguir en los futuros debates, si esperan un cambio sustancial de la tendencia dominante en el electorado mexicano. Una tarea pendiente para ellos, será poner en perspectiva la crisis del país, asumiendo las debilidades estructurales de la democracia mexicana para decir cómo esperan superarlas.

   




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