jueves, 16 de marzo de 2017

Permanencia conceptual


                                                                                                           José Vitelio García
Actualidad de Carlos A. Carrillo y Manuel García Morente
Muchos conceptos de los postulados universales que integran el corpus de las ciencias siguen vigentes aún en el devenir del tiempo. Tal es el caso de las ideas de Don Carlos A. Carrillo, pedagogo mexicano, y de Don Manuel García Morente, filósofo español. A pesar de su existencia en siglos pasados XIX y XX, sus conceptos en pedagogía y en filosofía, respectivamente, siguen siendo infrangibles y deberían ser considerados por quienes ejercen la docencia en la actualidad.
A menudo encontramos compañeros profesores que con expresión desdeñosa se refieren a principios y teorías que ellos consideran pasadas de moda. ¡Eso era antes! ¡Ya no sirve! ¡Lo actual es distinto!
Sin embargo, olvidan que las ciencias en general, entre ellas la pedagogía, conservan postulados universales que son valederos en la actualidad, independientemente de la época en que fueron formulados por conspicuos investigadores y teóricos de la educación.
Por eso nos atrevemos ahora a rememorar algunos pensamientos sueltos que sobre la moral expusiese en su tiempo el eminente maestro Don Carlos A. Carrillo.{1}
«Enseñanza moral. Educación moral. He aquí dos cosas muy distintas. Un hombre puede saber muy bien todas las reglas de la moral y ser un redomado bribón.
A la sociedad poco le interesa que yo conozca a las mil maravillas todos mis deberes, si nunca los cumplo.
La sociedad tiene, pues, derecho de exigir a la escuela que haga de los niños hombres honrados y virtuosos, aunque no sean pozos de ciencia moral.
Enseñar la moral es bueno, es necesario sin duda; pero no es bastante: la escuela no llena su misión, sino educando moralmente al niño.»
Si a estas consideraciones básicas, hechas por un pedagogo, quien distingue entre enseñar y educar, agregamos algunas reflexiones filosóficas del profesor universitario Don Manuel García Morente{2}, veremos porque Carlos A. Carrillo tenía razón.
Para García Morente los valores se descubren al igual que las verdades científicas. Pudiese acontecer que en cierto tiempo el valor no fuese reconocido como tal, hasta que alguien o algunos hombres tuviesen la posibilidad de intuirlo y entonces lo descubren en el sentido pleno de la palabra. El valor no se manifiesta como algo que antes no era y ahora si lo es, sino como algo que antes no era intuido y ahora es intuido.
Los valores no son cosas, tampoco son impresiones puramente subjetivas. Los valores no tienen la categoría de los objetos reales, ni de los objetos ideales. Las cosas son, las impresiones también, pero «los valores no son, sino que valen». Cuando decimos que algo vale, no decimos nada de su ser, decimos que no es indiferente. La no indiferencia constituye así una variedad ontológica que contrapone el valor al ser.
El valor es no ser indiferente, pero debemos precisar que la cosa que vale no es por eso ni mayor ni menor que la que no vale. Poseer valor no es tener una realidad entitativa más ni menos, sino simplemente no ser indiferente, tener ese valor.
El valor no es un ente, sino siempre algo que se adhiere a un objeto y por consiguiente es una cualidad.
Los valores no se pueden demostrar, lo único que puede hacerse es mostrarlos. Advertimos así que por su estructura ontológica los valores son valentes y no son entes, son cualidades extrañas a la cantidad, al tiempo y al espacio, por esto último, son absolutos.
García Morente, acerca de los valores, nos dice además que todo valor tiene su contravalor, esto quiere decir que en la entraña misma del valer está contenido el que los valores tengan polaridad; un polo positivo y un polo negativo.
Finalmente, como los valores son modos del valer y las cosas son modos del ser, es lógico que exista una multitud de ellos. Al ser modalidades de la no indiferencia, se conforma una trama de sus relaciones mutuas. Unos con respecto a otros se pueden ordenar estableciéndose así una jerarquía entre ellos.
En la práctica podemos encontrar: valores útiles (adecuado, inadecuado; conveniente, inconveniente), valores vitales (fuerte, débil), valores lógicos (verdad, falsedad), valores estéticos (bello, feo; sublime, ridículo), valores éticos (justo, injusto; misericordioso, despiadado), valores religiosos (santo, profano), etc.
Y por qué toda esta digresión, si empezamos hablando de las ideas pedagógicas de Carlos A. Carrillo acerca de los valores morales y proseguimos con las disquisiciones filosóficas de Manuel García Morente.
Pues, porque nuestra meta es llegar a concatenar la parte aquella en que el pedagogo asienta que la moral no es cuestión de enseñanza, sino de educación, lo que el filósofo expresa de otra manera, los valores morales no se pueden demostrar, lo único que puede hacerse es mostrarlos para que alguien los haga propios. Y en el caso del quehacer docente, el maestro no puede quedar satisfecho con sólo informar sobre los valores morales, políticos, etc., sino que debe formar, educar, inducir a sus alumnos a la vivencia dentro de un entorno, en un ambiente de práctica de los valores. En la clase, dentro del grupo, en el trato con sus compañeros, con otros grupos dentro de la escuela, se debería inducir y proyectar una conducta permeada con los valores que trasciendan hasta su ámbito familiar y comunitario.
La escuela debe educar a las generaciones en formación, moldeando su voluntad para que motu proprio se conduzcan positivamente en la esfera de los valores (hodegética).
Hasta aquí conjuntamos el pensamiento de dos grandes pensadores, uno mexicano, otro español, sus ideas, sus conclusiones, sus teorías, siguen siendo válidas, aún en nuestros tiempos.
Nota
{1} Carlos A. Carrillo. Eminente maestro veracruzano. Nació en Córdoba, Ver. el 27 de julio de 1855 y murió en la ciudad de México el 3 de mayo de 1903.
{2} Manuel García Morente. Filósofo español (1886-1949), nació en Arjonilla (Jaén), España. Decano de la Facultad de Filosofía en Madrid hasta la Guerra Civil. Transterrado hasta Argentina fue catedrático en la Universidad de Tucumán. Murió en Madrid.



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