sábado, 10 de septiembre de 2011

DEL POEMARIO DE TEODORO

Por Abelardo Iparrea Salaia

Recomendad a vuestros hijos la virtud, porque sólo
ella puede dar la felicidad, que no da el dinero.
Ludwig van Beethoven

Teodoro Couttolenc Molina es –para fortuna de muchos- un hombre particularmente vital en lo físico y de espíritu muy vital. Un hijo, un hermano y padre de familia surgido de las aguas limpias, transparentes, del bien que vive para hacer el bien. Uno de los pocos seres humanos completo que conozco. Un amigo a prueba de rayos y centellas.
Es esa mi apreciación sincera como persona, pero es poco pues sobre él mucho más sería justo alegar, si no fuera porque nos detiene el poeta que late en su naturaleza.
Para Martín Alonso, autor de la extraordinaria obra “Ciencia del Lenguaje y Arte del Estilo” (Aguilar- Madrid 1967- 8ª. Ed.), en poesía no hay antiguos ni modernos. No hay más que poetas. Teodoro es eso, un poeta. Y siguiendo a D’Annunzio y Amado Nervo, realiza su arte con humildad, pues como escribe Don Martín sin humildad no se puede llegar a la poesía, ya que el alma íntima y radiante de las cosas no se comunica más que a los humildes.
El magnífico autor de la obra que citamos, al hablar de las Tres Dimensiones del Estilo, dice, entre otros atinados renglones, al abordar los Fenómenos Estéticos: Cada belleza concreta –un paisaje, una sinfonía, una estatua, un soneto- es un relámpago que nos descubre la verdad de nuestros sentimientos y sintoniza con nuestra alma. Los artistas –dice el maestro- ahondan en el mar y encuentran tesoros desconocidos. El arte, como la literatura, nos hace presentir arcanos perdidos tras el velo de las cosas cotidianas…
El resplandor que surge de la poesía de Teodoro, ciertamente pone al descubierto la verdad de nuestros sentimientos y su alma sintoniza con la nuestra de manera natural. Como todo artista de buena hechura, con su fino arte literario ahonda en el mar lo mismo en el de las aguas con oleajes de tiempo, que en los mares del universo teñidos de eternidad, para traernos sus ignoradas riquezas; y con él, con sus versos, le quitamos el velo a las cosas cotidianas para entender mejor sus misterios.

Y de esa iluminación interior, que es la poesía para Gustavo Adolfo Bécquer, se desprende –como polen de oro- una poesía de Teodoro, escrita en primer borrador y corregida por su mano en el momento (lo que abunda en su valor) e inmediatamente me la obsequió con un pensamiento de hermano. Muchas veces la he leído y soñado con sus esencias: Si los niños…
Pero por el gusto de que otros tuvieran, como yo, el gusto de leer y alimentarse de este poema, se me ocurrió prestarlo. El poema no volvía y el tiempo lo envolvía. Ante la insistencia del reclamo, el poema retornó al corazón afligido.
Con la segura anuencia de mi amigo me atrevo a darle otro rumbo con dirección a otros corazones que, acaso, abran sus puertas y las de sus hogares, para compartir la vida sana con aquellos niños que todo tienen perdido y de cuyos ojos –ventanas de su alma- sale una permanente petición de justicia, de pan, de amor…Que viven en el abandono y anhelan eso, lo que otros niños como José Enrique piden para ellos: un hogar.


SI LOS NIÑOS…Para mi hijo José Enrique
I Si los niños pudieran alcanzar los luceros/ con sus manitas húmedas/ por la lluvia de estrellas/ y por el mar del cielo,/ te los regalarían enteros/ para hacerte feliz…/Si los niños pudieran entregarte las páginas/ de sus sonrisas claras/ para que tus sueños/ se impregnen de alegrías/que te llenen la vida,/contentos te las darían/ sin ningún otro fin…/ Si los niños supieran que sus fantasías/-truncas y sin alas-/ purifican tu genio,/ portando imaginarios cascos de astronauta/ junto con el espíritu del Universo/ y los miles de espaciales ciudades,/ te obsequiarían las naves/ que en sus mentes surcan/ majestuosas las galaxias…/ Si los niños adivinaran que sus cantos/ enternecen tu estro,/ con todo el corazón y sentimientos/ te regalarían su voz y sus arpegios/ para dulcificar tu ánima…/ II /Si los niños de la calle, a los que una moneda niegas,/ supieran cuánto necesitas alimento,/olvidando sus andrajos/ e imaginándose príncipes que jamás tuvieron hambre,/ calzando unos mágicos zapatos,/tenderían a tus pies/ los más ricos manjares orientales…/ Si esos niños fuesen uno con los de casa/ sólo por ti, para ti solo,/velarían las madrugadas,/arrullarían tus esperanzas;/ las harían vibrar en cada astro/ y en todos los planetas/ desde el confín del cosmos inefable/ hasta la pequeñez del sol/ y de la Tierra./
Como tú dices, José Enrique, los niños de la calle nos necesitan, requieren más que un albergue: necesitan un hogar.


Tuxpan de R. Cano, Ver. Julio de 2011

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