viernes, 1 de marzo de 2019

El Docente intelectual


Durante un desayuno entre tres maestros, formadores de docentes, surgió un reto del más perspicaz de ellos, más por compromiso y congruencia que por egoísmo o vanidad escribiría cada uno, desde su punto de vista, lo que considerara el “deber ser” del docente de educación básica. Este reto implicó proponer las peculiaridades, o como ahora se dice la misión y visión de un modelo de docente ideal, las características básicas y sustanciales con las que debe contar un individuo que personifique un “agente de cambio”, también al sujeto de la llamada “profesión de estado” que se constituye en el docente de educación básica. Entre multitud de programas formativos, de modelos socio políticos y económicos, de cambios repentinos y sin sentido de propuestas educativas oficiales, estos tres colegas se plantearon explicar ese deber ser del formador de ciudadanos desde la educación inicial, un modelo de maestro de los niños y jóvenes de México.
         Poco después se propuso y acordó considerar la perspectiva de otro maestro, de elocuente sabiduría y de basta experiencia, un viejo lobo de mar en asuntos de la paideia o educación como hoy se entiende. Éste último integrante del proyecto podría contrastar las ideas de los primeros tres que comparten un ámbito laboral común, la Escuela Normal Veracruzana, de Xalapa Veracruz. Así en este texto de cuatro ensayos se vislumbran acercamientos a modelos de docente, desde luego que dista mucho del acostumbrado manual de actividades, técnicas, objetivos y metas de los actuales textos pedagógicos oficiales, utilitarios, y prácticos que los maestros reciben de la SEP, este material terminó siendo una propuesta crítica y social de la docencia, en  el inicio y desarrollo se configuró un trabajo de definición ideológica del estudiante de la carrera de educación, en la escuela Normal. El documento resultante terminó por definirse bajo el título de El docente intelectual.
         No se plantearon reglas de escritura, el estilo fue libre, cada quien podría escribir lo que considerara adecuado, mucho tuvo que ver el trabajo de Henry Giroux Los docentes como intelectuales, cuyo contenido puede considerarse introductorio o conclusivo del presente material. Ninguno de los cuatro documentos es igual, pero ninguno es ajeno a las ideas centrales, por momentos parecen ser bien diferentes, pero al pensarlo mejor son paralelos y hasta convergentes, en el mejor de los casos son complementarios, inclusive ante aparentes contradicciones; por ejemplo la controversia entre Mauro y Luis con relación a Habermas, el primero lo considera, un autor, superable y el segundo lo ve como panacea. De lo que podemos inquirir ¿Quién tiene la razón? Pues, al final el lector que encuentre o no a Habermas útil y oportuno para entender su mejor práctica profesional lo sabrá.
         Los griegos antiguos, son otra constante en este material, y lo son porque entre ellos nace la cultura, son los creadores de la filosofía, humanizan a los dioses, pero forman a hombres haciéndolos dioses, ellos descubrieron las leyes que gobiernan la íntima naturaleza humana y su  cosmovisión es la nuestra desde hace tres mil años. Dicho lo anterior ya podemos anunciar que en primer turno aparece el trabajo de Lucio, él desarrolla su propuesta “El docente como intelectual crítico” lo hace con un lenguaje muy cercano a la poesía, como envidiablemente él lo sabe hacer, discute las primeras ideas de lo que implica un intelectual, con el encomiable caso Dreyfus, legitima al docente cuando asume su capacidad crítica, le demanda además ser poseedor de un capital simbólico, condiciona el ser del educador a habitar el espacio público, le pide tener conciencia de su tiempo histórico. Sitúa la profesión docente, la historiza, la dimensiona y la dignifica. Insta a construir el lugar de la docencia esencialmente en la esfera de lo público. Conmina a la lectura como a la escritura que indiscutiblemente las define consubstanciales al trabajo profesional del docente, con todo ello le insta al maestro a establecer un diálogo con su época.    
         Javier ocupa el segundo sitio en el documento, con “La docencia como problema” Este típico maestro formado en Historia cuenta con la habilidad de construir una narración crítica cronológica, ubica el tema central del arte docente; desde Marx aclara que los hombres son producto de sus circunstancias y de la educación que les concurre, actividad que demanda del actor educativo “estar educado”. Así nos lleva a uno de los principios y ejes del sentido de este ensayo, la formación de los formadores como esencia histórica de los hombres. Javier va desde la academia platónica y la educación prehispánica hasta la fundación de las escuelas normales y descubriéndolo para nosotros periodiza la política educativa del estado nacional mexicano.
         Concluye que ante el fracaso de la modernidad no se puede corregir la docencia, a menos que nazca ésta desde la actividad misma de la práctica docente mexicana, y propone atendiendo a grandes pensadores y filósofos revisar la concepción e implicaciones del “tiempo” el que nos toca vivir, quizás el tiempo del fin de la historia, o el ser sin tiempo de Manuel Cruz. Aplica una fuerte dosis de filosofía a sus conjeturas, del pensamiento posmoderno que anula el tiempo y niega el futuro hasta esa otra modernidad que no es la tradicional, sino una con sentido, tiempo y destino que les tocaría crear a los maestros, así reparar el fin de la historia nietszchiana y crear una nueva libertad autoconstruida pedagógicamente.
         El maestro Zapata, enriqueciendo la noción de la práctica esgrimida por Lucio y Javier  escribe “Los docentes como intelectuales: entre el pensamiento y la acción” y es ahí donde, con temor y reverencia lo reconozco, inicia valientemente el tratamiento epistemológico del tema que nos convoca, va a la esencia de las palabras ––teoría y praxis–– éstas son muy bien labradas en su proceso argumentativo, suma a su análisis los conceptos de poiesis, tekne y hasta phronesis. Recomiendo de manera insistente que se estudien estos vocablos antes de hacer la lectura o al menos a la par del desarrollo de la misma. Zapata apuesta por explicar que hay dos formas de entender la relación entre la práctica y la teoría: Una la concepción técnica o el modelo del trabajo afín a la modernidad, y la segunda una concepción práctico moral surgida de la filosofía práctica de Aristóteles.
         Su propuesta define al docente intelectual como aquel que dialoga, delibera, reflexiona en situaciones concretas que exigen de él un proceder correcto, virtuoso, moral e intelectual, que será inseparable de la práctica. Sinceramente, es de esos escritos complejos en su lectura, pero que compensa con creces su valioso mensaje. Enaltece en la práctica docente el valor del dialogo que provoca una actuación practico moral, y con ello la concreción de una acción política.       
         El compilado cierra con el texto de Luis, con el título “El docente intelectual; premisas para su configuración ideológica”. Es el más extenso y menos agudo de los cuatro, diría el más mundano y menos inteligente, pero que a cambio se muestra práctico y utilitario, inicia con reconocer los estropicios de la Reforma Educativa 2013 y la necesidad de un nuevo modelo para ser docente. Nuevo modelo que demande y construya al profesor que atienda principios, políticas y acciones desde su práctica docente e ideológica. Un mentor que se defina como docente intelectual a partir de cinco condiciones: 1) Identidad con la política, 2) Conciencia y crítica de la realidad social, 3) Ser portador de la cultura, 4) Ejercer la profesión de estado y 5) Albergar habla y acción democrática.
         Concluye reconociendo que el docente intelectual deberá ser educado en la virtud de la justicia, se constituirá como ciudadano y contagiará su ciudadanía a los suyos, así reivindica la educación legítima basada en las leyes que gobiernan la íntima naturaleza humana, que es desde donde se constituye su realización como sujeto social y su plenitud virtuosa de humano.


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