A Mariana
Víctor Manuel Vásquez Gándara
A temprana hora Mariana se levantó, de prisa, no sin antes
esmerar en su arreglo personal, característica femenina indiscutible. Se
encaminó al centro laboral. Trabajaba en cafetería del centro histórico, elegida
en recursos humanos del negocio debido a su alto coeficiente de inteligencia.
Ese lunes a pesar de iniciar la semana, sentía ligero
cansancio, aunque el párroco de la iglesia había señalado el domingo anterior,
por la mañana como principio semanal.
Ligero agotamiento poco percibido por ella misma le
acompañaba, éste obedecía a sueño recurrente. Despierta en plena edad de las
ilusiones soñaba en el príncipe azul, en concluir estudios universitarios y
viajar a la paradisiaca Chiapas.
Karla su mejor amiga, confidente, desde San Cristóbal,
constantemente le enviaba imágenes describiéndole lugares. Enfatizaba en
riqueza cultural, su gente, tradiciones y el vasto territorio de vegetación,
infinita magia objetivizada. Leyendas, arqueología y demás cada vez le
cautivaban más.
Una de sus ilusiones precisamente había surgido en mensaje
amistoso. Le mostraron fotografías del Cañón del sumidero, San Cristóbal de las
Casas y la impresionante pirámide de Toniná o por qué no, conocer y dialogar
con el subcomandante Marcos. Mariana como toda joven discordaba con sistema
político prevaleciente.
Sin embargo en ultimas noches soñaba extraño, o por lo
menos poco común. Miraba claramente a un hombre entrado en años. Pelo casi en
su totalidad. Mariana no entendía palabras escuchadas, ni sabía a qué idioma
correspondía. El señor con tipo de profesor, de portafolio extraía dos libros
iguales extendiendo el brazo le ofrecía uno. Mariana sin comprender entendía
que el libro era para ella.
El atractivo de Mariana le ganaba admiradores de todas
edades. Lo mismo un joven que alguien de avanzada edad. Gracias a ello recibía
propinas generosas. Poseía sonrisa cautivadora, mirada dulce y sencillez en su
trato.
Aquel lunes atendió a dos clientes asiduos. Uno de ellos
discretamente le miraba y al atenderles, bromas, piropos no faltaban. Su
quehacer, responsabilidad minimizaban cualquier molestia.
Grande fue su sorpresa al retirarse aquellos clientes,
dejando olvidado un libro. Encuadernado en pasta dura, papel muy delgado, sun
duda viejo. Al hojearlo miró Editorial Progreso Rusia. Lo sorprendente fue
encontrar en la camisa del libro la fotografía del autor, sintiendo un
escalofrío recorrer su delicado cuerpo. Aparecía el hombre con el que
últimamente soñaba. Autor de la obra Dos
capitanes. Editado en Rusia en el año de 1968, febrero, exactamente
cincuenta años atrás.
La mañana transcurría. Atender diferentes mesas permitió
tranquilizarle sin embargo sus pensamientos brotaban como fuga de agua sin
control.
Al llegar a su hogar había decidido: Leer las 550 paginas
y desentrañar mensaje de Kaverin.
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