miércoles, 28 de febrero de 2018

¡Ah, era eso!



Angélica López Trujillo

Todo era movimiento en la casa de Silvino: Cazuelas que se descolgaban de los clavos grandes que las sostenían, ollas grandes y ventrudas, en cuyo interior hervían a borbollones los más grandes y gordos pollos.
Las mujeres iban y venían en la cocina desvenando el chile mulato para el mole y el arroz para el puchero, mientras otra moliendo en el metate las especias: plátanos fritos, cacahuates, galletas, almendras, pasitas, chocolate. Todo se impregnaba de olores exquisitos. La casa parecía reír, con el chirriar de las cazuelas.
En el patio se podaban los arboles verdes y lustrosos de los truenos.
El floripondio rosado se mecía al ritmo del viento semejando bellas campanas y los pájaros armaban su alharaca en las copas más altas del chirimoyo y el aguacate que ya prometía la fruta exquisita. Las gallinas y los gansos se correteaban disputándose una lombriz o una gallina ciega.
Silvino jugaba con sus canicas de barro, cuando irrumpió la abuela, como una ráfaga en el patio, tropezando con el niño que cayó de espaldas. 
Furiosa lo increpó -¡mocoso impertinente, eres un estorbo, por poquito me tiras! el niño la vio con miedo y asombro.
Aún no digería por completo la actitud de la abuela, cuando sintió nuevamente el atropello de la tía Magenta quien le reprendió –no estorbes chamaco que vas a tirar el tortillero con las tortillas calientitas.
Escuchó la voz enérgica de la abuela dando órdenes: Tarcilo avísale al maestro que deje libre el dormitorio y se pase al cuarto que está junto a la cocina, porque hoy lo ocupará el sagrado sacerdote, y también hay que cambiar las sábanas por las blancas que están bordadas.
Tímidamente el niño preguntó -¿ya no dormirá el profesor en el dormitorio que era exclusivo para él?
Su tía Magenta fue lacónica con su respuesta -¡no! y ya no preguntes más que nos quitas el tiempo.
Silvino miró a Magenta con los ojos impregnados en lágrimas e inclinando la cabeza escondió su tristeza.
Su madre pasó a su lado con una olla de chocolate espumoso, al verlo tan triste le preguntó -¿por qué estas llorando mi niño? El niño contestó -¿por qué corrieron al profesor del dormitorio? –sólo dormirá en el lugar que se le asignó unos días, porque ocupará el dormitorio el santo padrecito que mañana llegará a nuestra casa. Todo el pueblo estará de fiesta y bautizará y confirmará a los niños.
Confundido, preguntó -¿Qué es un Sagrado Padrecito? – la madre sonriendo le dijo –es algo muy hermoso que está muy cerca de Dios.
-¡No comprendo mami! -¡ya lo entenderás mijo cuando lo conozcas! Lo recibirás con un ramo de flores.
Llegó el nuevo día. El niño todo vestido de blanco, fue al encuentro del Sagrado Padrecito. Las mujeres portaban velos en la cabeza y grandes ramos de flores y los hombres cirios gruesos en las manos rudas y callosas por las labores del campo.
Todas las voces anunciaban cantos místicos.
Las jóvenes iban regando pétalos de rosas por el camino, de pronto se escucharon los estruendos de los cohetes y el griterío de muchos niños -¡ya viene el Sagrado Padrecito! Las mujeres lloraban de alegría y el niño se moría de curiosidad. El Sagrado Padrecito se asomó por entre lomas llenas de nopaleras y tunas. Venía montado en un burro con collares de flores. El niño lo vio bajarse del jumento y subirse en unas andas que cargaban con mucho esfuerzo algunos campesinos ¡y no era para menos, el padrecito parecía un globo con chapas en la cara mofletuda y la gente se inclinaba para recibir las bendiciones del prelado!
El niño miró displicente a aquel hombre que para nada lo asombró y se limitó a decir
¡Ah era eso!


No hay comentarios: