miércoles, 7 de septiembre de 2016

La jaula del canario

Rubén Hernández Ruiz

Texto leído en la presentación del libro La jaula del canario de Aurora Ruiz Vásquez el 23 de marzo de 2012 en la Biblioteca Carlos Fuentes de Xalapa.

Quiero contarles una historia: un buen día, el preciso para concluir una vida, él se fue y su compañera empezó lentamente a apagarse. Ya en cama, se dio cuenta que aún le faltaban algunas cosillas por hacer, se levantó y dijo —tráiganme la máquina de escribir de su papá—  y así fue, se sentó a escribir sus memorias.
Cuando una hija fue a visitarla y se dio cuenta de la dificultad para usar ese antiguo trebejo, consiguió una computadora portátil y se la llevó. —¿Y ahora cómo uso esto?— Como una máquina de escribir. —Y por dónde le meto el papel, y apareció una impresora. Ante esta tecnología, nueva para ella, sintió la necesidad de aprender a usarla y contrató en consecuencia a una maestra de computación.
Sin embargo, aunque ya aparecían los textos en la pantalla, algo más dificultaba el proceso: ¿y ahora cómo escribo?, ¿cómo redacto?, ¿cómo expreso lo que quiero decir? Entonces volvió a solicitar apoyo —necesito un maestro que me enseñe a escribir— Entusiasmada y aunque tuvo que subir con cierta dificultad las escaleras, fue a la escuela.
Finalmente, se conjugaban talentos: el tecnológico, el escritural y el del vivir intensa y plenamente la vida; el vínculo era el deseo de contar sus experiencias, la expresión escrita.
Para aprender a escribir debe leer, le dijo el profesor y se dio a la tarea de conseguir libros. Para alinear los párrafos debe picar esta y aquella teclas, le dijo la maestra. Como buena alumna, anotaba todo y hacía cuanto le recomendaban.
Al visitarla otra hija, le dijo —no mamá, la letra de la lap está muy chiquita y casi no se ve, déjame traerte otra cosa— Y le llevó una computadora de escritorio. Un hijo por allí le hizo ver que aunque tuviera pantalla grande la letra seguía siendo pequeña, así que le cambió la resolución… para ver lo que escribes mejor.
Cuando pasaba un nieto o hijo por allí, los atrapaba para preguntarles algo: ¿cómo le hago para hacer esto o aquello? –ah, así abuelita, muévele aquí— Ya quedó, gracias, pero espérate, no te vayas, ahora dime cómo le hiciste y déjame anotarlo; a ver, primero seleccionaste, luego te fuiste acá… después… no te vayas, ahora lo hago yo.
Así, sus achaques cambiaron, ya no eran dolencias del cuerpo. Cuando se sentía mal no llamaba al médico sino a otro nieto, el ingeniero en sistemas; una vez arreglado el equipo de cómputo seguía trabajando y desaparecían por arte de la magia de la lectoescritura los males del alma.
Aparecieron otros requerimientos, se le colocó nueva iluminación en la cabecera de su cama, un nieto le llevó un ratón “de bolita” para no cansar la muñeca de tanto hacer clic, una impresora copiadora y para escanear, una memoria, discos para grabar, cartuchos de tinta de mayor capacidad porque se le agotaban pronto y mientras le resurtían otro pues no podía avanzar…
Y conforme leía y leía, escribía y escribía y usaba y usaba la computadora y su impresora, aprendió también a comprar libros con tarjeta de crédito por Internet  por lo tanto necesitaba nuevos libreros para irlos acomodando y tenerlos a la mano para su lectura y consulta…
Entonces, empezaron las producciones y publicaciones, en una revista, en periódicos, editó sus memorias, su novela y varios libros más. Reconociendo que la lectoescritura la había levantado de la cama, escribió incluso sobre la lectoescrituroterapia.
Sí, me refiero a la autora, a Aurora Ruiz Vásquez, a Yoya. Créanme que desde la perspectiva de hijo no he podido ser neutral para criticar y comentar su obra. Pero así como Hawking, un afamado científico, ha afirmado que el universo cabe en una cáscara de nuez o como el Dalai Lama, un gran místico, dice que la cualidad del universo está reflejada en un átomo y viceversa, yo diría que la esencia de la autora está contenida en un haiku.
Su vida es:
Cielo mar tierra
colores difuminados
 en la paleta

El amor por mi padre:
Es luna llena
promesas de amor eterno
noche serena

A su partida:
El sol naufraga
en tarde crepuscular
en el océano

Su tristeza:

Llora el sauce
extrañas palabras
susurra el viento

Su paz:

El sol se filtra
entre el ramaje verde
saluda alegre

En el haiku de Aurora, como en el kare-sansui o jardín zen, cada elemento cumple una función estética, simbólica y espiritual. Reunirlos y acomodarlos sin un espíritu holista no daría el efecto armónico esperado, fue esencial relacionar cada parte del poema entre ellas mismas y con su totalidad. Sus elementos son factores que se entretejen, considerando, entre otros aspectos, a la naturaleza como parte del ser y al ser como parte de la naturaleza.
El haiku de Yoya, como el sumie-e o pintura japonesa basada en tinta china y papel arroz, es un sendero de silencio y simplicidad en calma, un camino de meditación. Al pintar se trasladan al papel las sensaciones que se han vivenciado a través de la observación y de la experiencia directa con la vida. Cada pincelada debe estar llena de energía vital (ki), cada trazo debe mostrar la vida colocando su espíritu en la acción plena para crear vida a través de la expresión artística.
El haiku de mi mamá, es una obra de vida que manifiesta una manera de ser y no un conocimiento adquirido.
Creo que esto se logra cuando se le otorga mayor importancia al proceso que al resultado. Puede parecer paradójico que para alcanzar la libertad y la expresividad interior los expertos propongan un método de aprendizaje basado en la repetición. Pero es necesario centrarse en el aprendizaje del método para que aparezca la fluidez, espontaneidad y naturalidad. Al final, como lo manifiesta Lu Cha’ai: “la finalidad del método es transmitir que no se tiene método”.
La autora lo sabe:
Tiene el campo
pinceladas doradas
otoño ha llegado

y antes de que:
Obra humana
se fragmentó en
sólo un soplo

deja su legado:
No podía hablar
cantó a las estrellas
poesía sin igual

Gracias, mamá, déjame parafrasearte:
Miro a tus ojos
comprendo tu mirada
sin explicación

No hay comentarios: