miércoles, 7 de septiembre de 2016

La niña que hablaba con los pájaros

Eva Luz Leal Castro

Para Aurora con cariño

Aurora jugaba en el jardín cuando su abuela la llamó:
—¡Yoya, ven Para acá, ayúdame a darles de comer a los pájaros. Encárgate de las jaulas
de los gorriones.
—Sí mamita, ya voy —respondió la niña, no sin antes contemplar su reflejo en la pila
del agua que bosquejaba su rostro ovalado y sus ojos profundos; cortó un jazmín y lo entreveró en su cabellera china mientras sonreía coquetamente. Le encantaba ir a la casa de su abuelita llena de gloxíneas en las paredes, arriates con flores y árboles frutales. Los pajaritos atrapados en jaulas grandes y pequeñas interpretaban el concierto matinal con que despertaban los habitantes de esa vivienda.
Obediente, Aurora colocó la pequeña jaula de gorriones en la orilla de la pila y empezó a chiflarles como si quisiera dialogar con ellos y ¡Oh sorpresa¡ descubrió que la llamaban por su nombre.
—Aurori….ri ri ri…Aurori…ri ri ri…Aurori…ri ri ri  —Oye Mamita, los gorriones me
están hablando —claro que sí, hijita —respondió la abuela, tienen hambre y quieren que te apures a ponerles plátano, huevo picado y agua —Aurori..ri ri ri…Aurori…ri ri ri…Aurori…ri ri ri… la niña escuchó trinos bellos y agudos que parecían decirle —Aurori…ri ri ri… queremos volar… sácanos de aquí. Aurori…ri ri ri…  queremos ser libres… Aurori…ri ri ri… sácanos de aquí —La niña miró de reojo a la abuela. —Aurori…ri ri ri… Aurori…ri ri ri…, si nos ayudas a salir te diremos un secreto.
Valiente y decidida como era, les abrió la puerta de la jaula mientras cantaba a todo pulmón —“Pajarito azul, dime dónde estás/el cielo me dio alas y son para volar,/yo vivo en el aire, y quiero libertad”.
Después de su atrevimiento la niña corrió con la abuela y le dijo:
—Mamita dejé escapar los gorriones cuando abrí la puerta de la jaula.
—Muchacha descuidada, ya me estará comprando tu madre otro par de gorriones cuando venga el pajarero.
La niña se sentía satisfecha por su acción, aunque no dejaba de reprocharles que se hubieran ido sin confiarle su secreto.
 Los años de Yoya volaron como esos pájaros, a veces lentos a veces rápidos, a veces con “luminosos amaneceres o días sin luna”, dos, tres, cinco, siete, ocho décadas se fueron desgajando como las rosas de su jardín y las hojas en los calendarios. Estudiante y maestra; hija, madre y esposa, formó —junto con Rubén, su marido— una gran familia de 7 hijos, 17 nietos, 21 bisnietos. El gran árbol de guayaba sembrado en su jardín, fue cómplice y testigo mudo de sus grandes amores. Aunque pasaron los años, siempre —escondida en su rostro— permanecía oculta la niña de ojos sombreados y hermosos, coqueta, de mirada abierta a la curiosidad, dispuesta a ofertar su amistad, tierna de corazón, rebelde y decidida.
Un día, cuando cumplió 84 años tuvo un sueño revelador: bailaba en un jardín inmenso, ramos de orquídeas colgaban de los árboles, flores de azahar y jazmín impregnaban de perfume el espacio,  mariposas, abejas y luciérnagas revoloteaban danzando con ella; de momento una pareja de gorriones la tomó de cada mano y se la llevaron volando a una cueva mientras cantaban: —Aurori ri ri ri…Aurori ri ri.. Este es el secreto… Aurori ri ri… hoy empieza tu vida… Aurori ri ri ri… Aurori ri ri… Aurori ri ri ri… Aurori ri ri ri.
La introdujeron a una cueva que tenía cientos de libros empotrados entre las rocas. ¡Aurora —le gritaron—  huele, come, prueba, toca, mira estos libros—. Ella, sin detenerse empezó a probar la miel que escurría de algunos—.¡Huy, que rica miel! —dijo. –Éste sabe a pastel—. ¡Aquel está demasiado salado! —Ese otro huele a perfume; el de allá sabe a guayaba
—Miren, ¡qué maravillosos dibujos¡ —El libro grueso desprende luz —Esos libros del rincón están demasiado fríos —Mmmm qué rico, sabe a chocolate y se siente suavecito. —¡Maravilloso, vean las galaxias, las puedo tocar! —Este libro sabe demasiado amargo urhhhg.
De momento los pájaros jalaron la mano de Aurora y la llevaron a otro lugar de la Cueva donde se encontraba una mesa y sobre ella una libreta y un lápiz —Ahora Eescribe Yoya Pero… ¿Qué voy a escribir? —Mira alrededor de ti.
Aurora volteó y descubrió incontables rostros que la rodeaban, caras conocidas y desconocidas —Ellos están esperando que escribas algo sobre ellos o les regales una voz con tus palabras... Tú puedes Aurori ri ri ri. Tu puedes Aurori ri ri. No los dejes silenciosos. Aurori ri ri.
Aurora despertó sudando sobre su cama, se incorporó, el corazón le latía aceleradamente, el sueño había sido tan vivo e intenso que juraría que por la noche la habían secuestrado unos gorriones; se vistió lentamente mientras le gritó a su hija: —Lety, Lety, háblale a Rubén, dile que necesito que me lleve con urgencia a una librería que conozca. —Mamá, tienes que descansar, acuérdate lo que dijo el doctor, además tus ojos están muy delicados como para comprar libros —Dile hija, por favor, me urge comprar algo y además todavía puedo leer con un ojo. —A media mañana apareció su hijo para llevarla a una pequeña pero surtida librería en el centro de Xalapa. Habiendo llegado al lugar y caminando con dificultad, Aurora se dirigió al encargado, un joven de facciones agradables y cabellera china –Buenos días, soy Aurora Ruiz, a tus órdenes, ¿me puedes ayudar a buscar un libro que sepa a guayaba?
El joven sorprendido se sonrió respondiéndole —Soy Moisés, también a sus órdenes, me dicen Moi y claro que tengo un libro que sabe y huele a guayaba… Mire, aquí está… 100 años de Soledad de Gabriel García Márquez. —Quiero también otro que tenga sabor a pan. —¿Qué le parece “Como agua para chocolate” de Laura Esquivel? —Y otro que huela a rosas y provoque emoción?… —Sin pensarlo dos veces: 20 Poemas de Amor y una canción desesperada de Pablo Neruda. —¿Encontrarás un libro agridulce, de esos que abordan los conflictos humanos? —Vamos a ver… quizá podría recomendarle Cumbres Borrascosas de Emily Bronte o… este libro que me acaba de llegar….  La Piedra de la Paciencia del escritor persa Atiq Rahimi… que más que agridulce sabe a hiel. ¿Se animaría a leerlo? —Claro Moi, unos amigos me animaron a saborear los libros y además ya me dejaste con la espinita… porqué esa piedra será tan amarga?
—¡Ah!… por aquí está un libro maravilloso que nos hace sentir el viento en la cara, La bicicleta verde de Haifaa Al Manseur, seguro le gustará. —Y, ¿tendrás algo del maestro Pitol? —¿Qué le parece éste? Todos los cuentos. —Ya, ya voy a pararle, para empezar son suficientes, ya me llevo demasiada tarea para un solo ojo. —Señora Aurora cuando quiera cualquier libro yo puedo llevárselo hasta su casa, sin necesidad de que venga hasta acá, por teléfono le puedo contar las novedades editoriales —¡Maravilloso! Moi, te lo agradezco.
Todo cambió para Aurora desde ese día. Sus hijos y amigos se impresionaron con su impaciencia por leer y escribir… parecía que la vida se le iba y tenía que ganarle la partida. Vivió con pasión y decisión esta etapa. Escribió 6 libros; aprendió a utilizar la computadora para escribir sus historias e inscribirse en diplomados de creación literaria a nivel internacional; tomó clases con escritores; leyó con avidez todos los libros que caían en sus manos a pesar de sus problemas visuales y festejó cada 6 meses su cumpleaños.

Sin que ella lo supiera, empezó a influir profundamente en sus amigas de la tercera edad que la visitaban, a veces llenas de achaques, cansadas y convencidas de que la vida se les había terminado; increíblemente rejuvenecieron, empezaron a tratar de imitarla buscando alguna actividad apasionante por hacer: una se puso a aprender francés, otra se fue a viajar a Europa, una tercera inició un curso de pastelería y dibujo, otra más a escribir y aprender computación. Sí, Aurora las convenció sentada en su silla de ruedas y sufriendo un inevitable deterioro físico que en la vejez se puede nacer a nuevas experiencias con un profundo significado, una profunda pasión y un intenso amor por la vida. Gracias, Aurora. 

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