Martha Leticia Hernández Ruiz
El magisterio es una
profesión humanista; de servicio, de entrega, de compromiso y de grandes
satisfacciones al sentir y ver aprender a otros. El maestro de escuela, el
“maestro de banquillo”, vive día a día la aventura de la construcción de
saberes propios y de los demás.
Ser
docente es una oportunidad para dar y recibir, es una profesión que permite
crecer y ver crecer, es un estar y proyectar, un plantear y alcanzar. Implica
analizar constantemente lo que se hace, evolucionar con el tiempo y responder
día a día a las demandas sociales y culturales de los alumnos.
Así
era la maestra Aurora; entregada a su trabajo, anteponiendo los intereses y
necesidades de sus alumnos a los propios. Dio y recibió al máximo, creció y se
transformó de acuerdo a cada época, a cada enfoque pedagógico y a cada reto que
su trayectoria profesional le demandaba.
En
su autobiografía, Lo que guarda una
memoria, la maestra Aurora nos platica acerca de su formación como maestra
en la Escuela Normal Veracruzana y en la Normal de Especialización. Nos
comparte también su experiencia como maestra de los diferentes niveles
educativos que le correspondió atender. Con qué gusto narra anécdotas que
quedaron guardados en memoria; los su festivales en el Pestalozzi, el carnaval
con los niños de la Escuela Granja, el día del maestro con el Mtro. Manuel C.
Tello.
La
labor docente de la maestra Aurora está cargada de emociones; en sus
reflexiones, en la forma de asumir las dificultades y en la propia
intervención, se dejan ver y sentir los afectos. Puede decirse con certeza que
la maestra Aurora disfrutó enseñar a otros, gozó ver aprender, su trabajo de
maestra lo realizó con gusto y convicción. Era sin duda, una maestra apasionada
por su trabajo.
Como
educadora, la maestra Aurora ejerció la docencia con base en los fundamentos
pedagógicos de Enrique Pestalozzi y la filosofía de Federico Froebel, dominaba el método de la dra. María
Montesori, lo demostró en las aulas y en la elaboración de materiales
didácticos, así como al compartir sus conocimientos en las cátedras y conferencias.
De manera magistral trabajaba con los niños y jóvenes los centros de interés de
Ovidio Decroly en los cuales se basaba el Programa de Educación Preescolar de
aquella época.
El
juego, el canto, la expresión corporal eran sus estrategias principales.
Llamaba la atención de los niños con títeres elaborados por ella o por los
niños, involucraba al personal del plantel, a los padres de familia y a los
agentes educativos de la comunidad como el panadero, el bombero y el policía
para que enriquecieran su trabajo docente.
Preocupada
por el aprendizaje de sus alumnos, elaboraba de manera creativa el material
didáctico necesario para el tratamiento de cada unidad didáctica; así se hizo
de loterías, dominós, ruletas, rompecabezas, etcétera. Sabía muy bien las
características que debían tener de acuerdo a la edad de los niños y a las
habilidades que se deseaban fortalecer o desarrollar.
La
experiencia obtenida como maestra de jardines de niños, su escolaridad bien
aprovechada, el intercambio con sus maestros y compañeros y seguramente la
influencia permanente de su padre maestro y la admiración de sus tíos maestros,
fueron el soporte para desempeñarse de manera ejemplar como catedrática de la
Escuela Normal de Rébsamen en el Instituto de Educadoras y posteriormente en la
Normal de Educadoras anexa a la Normal Veracruzana “Enrique C. Rébsamen”.
En
la formación de educadoras de párvulos la maestra Aurora puso en juego todo su
profesionalismo. Participó en la Respetable Junta Académica, máximo órgano de
la institución y en el Consejo Técnico de la escuela. Por su excelente
preparación fue presidenta de Academia de maestros de varias materias. Fungió
como asesora y jurado de exámenes profesionales y como evaluadora de los
exámenes de selección. En varias ocasiones le correspondió dirigir discursos en
las ceremonias oficiales. Impartió diversas clases, en diferentes grados. Entre
ellas una muy importante “Técnica de la enseñanza” donde las estudiantes
aprendían a trabajar con los niños. Era ella quién supervisaba la práctica
docente de las futuras educadoras, revisaba y autorizaba sus planeaciones y las
visitaba y asesoraba en los diversos jardines de niños. Fue en la Normal para
educadoras donde retomó sus saberes docentes como maestra de niños pequeños
para compartirlos con quienes se encargarían de dar continuidad a su labor
docente. Sus alumnas la recuerdan como una maestra preparada y ejemplar. Fue
contemporánea y amiga de grandes educadoras como Violeta Sordo, Ma. Dolores
Flores, Rosario Guevara, Elba Posada, Teresa Zaldo, Rosa Linda Zilli, Graciela
Hernández y otras más.
En
cada una de sus alumnas la maestra Aurora dejó la semilla que dará continuidad
a su labor docente. Su preparación, su tenacidad, y su pasión por la docencia
se ven prolongados a través de quienes tuvimos la fortuna de estar cerca de
ella.
Ser
formadoras de formadores ha sido, para ambas, una experiencia que nos permitió
contribuir a la transformación social, a la construcción de mejores personas, a
la difusión y conservación de la cultura, a la evolución de la humanidad y al
desarrollo de ciudadanos comprometidos con su entorno.
Ser
docente es un orgullo; serlo de una casa formadora, un compromiso, y ejercerlo
a nivel preescolar una delicia y satisfacción. Sirva estas líneas para ensalzar
la labor profesional de la maestra Aurora. Para ella mi gratitud y cariño.
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