Yolanda Ruíz Vázquez
Iniciaré mi relato
con mi nombre y referencias: Yolanda Isabel, séptima hija del matrimonio
formado por Conchita, como se le conocía de cariño, y Pepe. De los nueve hijos la
hermana mayor fue Aurora, y como tal, a ella le correspondían muchas tareas
para ayudar a nuestra madre, como eran las de casa, la educación de los
hermanos y obviamente su profesión.
Recuerdo que mis
primeros años de crianza fueron con mi abuelita y mis tíos quienes eran
solteros, sería como a los 5 años si es que la memoria no me falla cuando Yoya
pasaba por mí para que la acompañara al mercado que se encontraba a tres
cuadras de la casa de abuelita, emitía un chiflido muy característico y yo
emocionada salía corriendo (he de mencionar que la casa de mis padres y demás
hermanos estaba en la misma calle que era segunda de Insurgentes, aquí en
Xalapa). Recuerdo que me daba una gran alegría ir con ella, pues después de
hacer las compras, me daba paletas de chocolate o algún juguetito. Cuando no
pasaba me ponía muy triste y quien me consolaba era mi abuelita que me decía “no
llores que mañana seguramente pasará”.
Casi al cumplir yo los
siete años mi abuelita murió, pero a pesar de que fue un acontecimiento muy
doloroso sucedió algo bello: mis papas y hermanos se vinieron a vivir a la casa
de mamita, como le llamábamos de
cariño. Entonces yo tenía a mi familia completa nuevamente, me daba tanta alegría
convivir con mis papas y mis hermanos.
Entre mis recuerdos se
encuentran los de los domingos cuando le decía mi papa a Yoya “alístame a los
niños, que los voy a llevar al parque”. Entonces ella, después de bañarnos, nos
arreglaba y perfumaba para salir, íbamos los tres, Toño, Jorge y yo, Mireya no
iba porque estaba muy pequeña.
Tiempo después, cuando
Yoya estaba en el internado de la normal y mi mamá me pedía que la acompañara para
visitarla llevándole una cazuela de chiles rellenos, yo le preguntaba
— ¿Por qué llevamos tantos?
— Bueno, es
que sus compañeras también tienen apetito y me están esperando.
Así pasaron los años
y otro acontecimiento ensombreció nuestra vida, el 18 de enero año de 1946
muere mi hermana Mary, quien apenas iba a cumplir 19 años, de una enfermedad
del hígado. Fue algo muy doloroso para todos, en ese entonces yo tenía 12 años
y mi mama nos mandó a Toño, Jorge y a mí a la recamara donde se encontraba
nuestra hermanita que ya estaba muy enferma, probablemente para despedirnos de
ella, la rodeamos de besos estando ella en su cama, Yoya entró toda llorosa y
nos dijo “váyanse a jugar al patio”.
Después, ya entrado
el medio día, hubo mucho movimiento en la casa, gente entrando y saliendo, nos
preguntábamos “¿qué estará pasando?”; nos pusieron una mesita en el comedor
para que comiéramos, aunque nadie quiso hacerlo. Me levanté, fui a la sala y
encontré a Yoya llorando y cosiendo el vestido que serviría de mortaja a mi
hermana, me dijo “nuestra hermana ya murió”, llamó a Toño, Jorge y a Mire, nos
abrazó y lloramos juntos.
Pero hago alusión a también
que Yoya era muy alegre, de carácter dulce y siempre estaba cantando con una
muy bonita voz; por eso para el 10 de mayo ella se encargaba de los
preparativos, también del cumpleaños de nuestra madre para el que organizaba en
la sala de la casa un escenario poniendo un sillón, al que le llamaba trono, y
atrás de él ponía unas sillas donde nos sentábamos todos los hijos. Desde luego
Yoya era la maestra de ceremonias que iba anunciando a cada uno quien tenía
asignado distinto papel, unos recitaban, otros bailaban y al final venia el
coro formado por todos, después cada uno le daba a mama un regalito.
Pasan los años y Yoya
terminó los estudios en la Escuela Normal y se fue a México a realizar los de
especialidad de atención a débiles mentales y menores infractores. Cuando
regresaba a Xalapa, nos daba mucho gusto tenerla de nuevo, aunque a mí en lo
particular me daba cierto temor porque en vez de disfrutar y pasear nos decía,
después de comer, “los espero en la sala”, con nosotros realizaba sus prácticas:
nos ponía pruebas de lectura rápida, resolver problemas, juegos mentales, todo
ello tomándonos el tiempo; todo esto se llevaba cerca de dos horas, calificaba
pero no nos daba la calificación.
No recuerdo el año
pero ella tuvo el cargo de directora de la Escuela Granja Los Molinos ubicada
cerca del poblado de Perote, Veracruz; para entonces ya estaba casada con el
ingeniero Rubén Hernández Félix con quien atendió esa institución. Cuando los
visitamos noté que ella había cambiado su carácter, probablemente por el
trabajo cotidiano en ese lugar a cargo de tanto niños con problemas, dejó de
ser alegre y dulce para convertirse en una mujer estricta y muy enérgica.
De otra etapa de
nuestra vida, recuerdo cuando terminé la secundaria: estaba muy contenta pues
se acercaba la ceremonia de la entrega de certificados y mi papá me compró la
tela para el vestido y Yoya me lo iba a confeccionar, yo le dije cómo lo quería,
me tomó medidas y me lo hizo. Pero a su manera. No como yo le había dicho, eso
me causó desencanto. Antes de la ceremonia hubo una misa en la catedral, luego
fue la fotografía en el atrio y yo me mantenía escondida atrás de mis
compañeras, entonces de pronto alguien me dijo “qué bonito vestido traes”, las
demás compañeras se acercaron y dijeron lo mismo, fue entonces que comprendí
que mi hermana realmente, aunque a su manera, me había hecho un lindo vestido;
sentí un gran alivio y agradecimiento con ella, llegué a la casa le di las
gracias y la abracé, de tal suerte que ese vestido se convirtió en mi favorito
para lucirlo los domingos.
También hago
recuerdos de cuando ingresé a la facultad de derecho, opción de carrera en la
que ni mi papá ni Yoya estuvieron de acuerdo, sin embargo quien dijera que al
paso del tiempo cuando yo cursaba el segundo año ella me preguntó si podía
ayudarla para tramitarle un cambio de nombre, de Esther Aurora a solamente Aurora,
como había decidido llamarse. He de manifestar que a mí me dio mucho gusto que
justamente ella me lo pidiera y además que me tuviera esa confianza; le dije
que sí y lo tramité. Quién iba a decir que ella me iba a regalar la oportunidad
de llevar mi primer asunto judicial, por el cual me regaló cincuenta pesos,
mucho dinero para esa época.
Siempre guardaré en
mis recuerdos a esa hermana que muchas veces hizo el papel de madre, que nos
cuidó y amó como sus propios hijos, que fue ejemplo a seguir en todos los
aspectos de su vida y que al llegar a la vejez traspasó los límites de una
mujer de su edad entrando a la era cibernética para después convertirse en escritora.
Sin duda, para mi hermana Yoya no existieron limites, se convirtió en una gran
mujer que aprendió todo lo que quiso, enseñó lo mejor que pudo, formó y tuvo
una hermosa familia como seguramente la soñó.
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