Javier
Ortiz Aguilar
A
Matilde Sandoval Pérez, quién
está hoy más cerca de nosotros
que nunca
Los siglos históricos no
respetan el calendario; o se atrasan o se adelantan. El siglo XXI anticipa su inicio en 1989. Algunos
politólogos e historiadores consideran que fue Francis Fukuyama (1952), politólogo
estadunidense de origen japonés, el primero que advierte la posibilidad de un
cambio significativo en la vida sociopolítica del mundo. Esta tesis la expresa
en el artículo ¿El fin de la historia?
publicada en la revista The National
Interest en su número de verano de
1989, publicación norteamericana dirigida por el intelectual ultraderechista Irving
Kristol. La idea, en resumen, consiste
que las monarquías, el fascismo y el comunismo son reminiscencias de un pasado
que se niega a desaparecer. Esos sistemas políticos dictatoriales han perdido
consenso en el siglo XX, por tanto es la democracia liberal la meta final de la
historia, lo que falta es expandirla a los países periféricos o
subdesarrollados. La era de las revoluciones radicales es la expresión
exclusiva de un pasado clausurado.
Este artículo no hubiera tenido la importancia alcanzada,
sino acontece la caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre del mismo año.
Obviamente la crisis del llamado entonces socialismo realmente existente, se
expresa con fuerza en la invasión soviética a Checoslovaquia, que interrumpe la
Primavera de Praga, ante la protesta
mundial Entonces el intelectual desconocido en las sociedades de conocimiento,
resulta ser el centro de atención La
discusión en consecuencia, es interesante, en cuanto participan intelectuales
de distintas perspectivas teóricas y compromisos ideológicos.
El impacto en el mundillo intelectual, impulsa a los
editores a la publicación de un libro sobre un fenómeno que cambia la dinámica
social. Por esta razón. Tres años después (1992I, la editorial Planeta publica
en español un libro de Fukuyama, donde el autor desarrolla, las ideas del
polémico ensayo, ¿El fin de la historia?;
pero ahora con un título provocador, que no
es pregunta sino una afirmación: El
fin de la historia y el último hombre. Da la impresión que en el ensayo
plantea el problema y en el libro da respuesta a la cuestión.
Hay una argumentación lógica:
si la modernidad hereda la convicción de que el hombre es sujeto, libre de
construir su destino por la conciencia de su existencia temporal en el mundo;
el nihilismo en todas sus expresiones, implica la muerte del hombre como sujeto
capaz de autorealizarse y construir libremente su historia.
-1-
Evidentemente el impacto no es el origen de la importancia de un
acontecimiento. En este caso hay un antecedente anterior, se trata de la publicación
en español del libro La élite del poder,
escrito por el sociólogo norteamericano Charles Wright Mills (1916-1967) en los
primeros años de la década de los sesenta. La tesis no es ideológica, como en
Fukuyama. Wright, influido por Marx y Weber, descubre que la contradicción en
el corazón mismo del sistema capitalista, lamentándose la visión dogmática de
la vieja izquierda. La contradicción
reside en lo siguiente: el desarrollo de la ciencia, orientando por la
industria capitalista, limita a la burguesía a la función de decidir, y lega a
los especialistas en ciencias aplicadas, el papel de mandar. Estos expertos en
economía, administración y psicología industrial, permiten la globalización del
capital industrial, bancario y financiero. Por tanto la relación
imperialismo-colonia, se transforma en capital trasnacional. Por tanto la
oposición se traslada de la clase obrera a los sectores medios de la sociedad.
Este planteamiento lo retoma Ulrich Beck, (1944- …) y
enriquece con las nuevas experiencias del proceso de globalización. Este
científico social define a la globalización como una sociedad de riesgo; pues, según él, toda acción corre la
posibilidad de obtener resultados indeseados. Obviamente es una posibilidad
estadística. Por el contrario, la sociedad global los riesgos son inherentes al
mismo desarrollo global, por tanto, la preocupación consiste en la forma de
desafiarlos, para mantener la dinámica del sistema. Ejemplos el
sobrecalentamiento global, la desertificación etc.
Ulrich describe el proceso de la globalización: la
principal característica del cambio consiste en la imperceptibilidad de la
trasformación. Sin cambios estructurales o jurídicos, simplemente los cambios
se daban como algo natural.
El primer paso fue exportar las empresas donde los
gobiernos ofrecían trabajos a menor costo. Las reformas a las leyes laborales
se presentaban como garantes de la modernidad. El segundo, la utilización de
las tecnologías de la Información y comunicación para realizar una división
global del trabajo. Así lo iniciado en la industria automotriz, rebasa la fábrica,
para instalarse en todo el mundo. El tercero, aprovechando, la aceptación de
los estados nacionales y las posibilidades que ofrecen las TIC’s, surgen los
pactos globales y regionales. Y por último las corporaciones multinacionales
operan en varios lugares: lugar de inversión, lugar de producción, lugar de
declaración fiscal y lugar de residencia.
-2-
Independientemente de las diferencias teóricas y las
intenciones políticas de los ensayos expuestos, todos ellos coinciden en la
ruptura radical con el pasado industrial.
Estado nacional, soberanía, jurisdicción son conceptos que solo existen
en los discursos. Las culturas hegemónicas y subordinadas, dejan de ser
categorías vigentes en los estudios sociales. Los lenguajes invaden los
análisis de los expertos como en las prácticas cotidianas. Tal parece que
vivimos un presente eterno, sin pasado y sin futuro, Un presente histórico
inconsciente de la miseria y la desnudez
que envuelve a la sociedad contemporánea. En un pasaje de la Ciencia Gaya,
titulado El discurso del loco, Nietzsche escribe:
“El loco saltó en medio de
ellos y los traspasó con su mirada. ‘¿Qué a donde se ha ido Dios? –Exclamó- os lo voy a decir. Lo hemos matado: ¡Vosotros
y yo! Todos somos sus asesinos. Pero ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo hemos podido
bebernos el mar? ¿Quién nos prestó la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué
hicimos cuando desencadenarnos la tierra de su sol? ¿Hacia dónde caminará
ahora? ¿Hacia dónde iremos nosotros? ¿Lejos de todos los soles? ¿No nos caemos
continuamente? ¿Hacia adelante, hacia atrás, hacia los lados, hacia todas
partes? ¿Acaso hay un arriba y un abajo? ¿No erramos como a través de una nada
infinita? ¿No nos roza el soplo del espacio vacío? ¿No más frio? ¿No siempre
viene noche y más noche? ¿No tenemos que
encender faroles a mediodía? ¿No oímos los sepultureros que entierran a
Dios?....”
Federico Nietzsche, entre
otras cosas, no invita a la negación de Dios sino a la toma de conciencia del
resultado de eliminar el fundamento del principio epistemológico. Al negar la
validez del conocimiento destruye la condición de posibilidad de la verdad de
toda proposición. Esta nueva situación elimina la razón de las comunidades y
sociedades científicas. Hannah Arendt, quien vive intensamente la crisis nazi,
según Samantha Rose Hill, sostiene que
la incertidumbre producto de la validación de todas las opiniones, conduce a la
soledad, condición necesaria para el totalitarismo: muchos, piensa Arendt, “creen
que pueden dispensar la teoría por completo, lo que por supuesto
significa que todos quieren que su propia teoría, la que subyace en sus
opiniones y se acepte como verdad del evangelio.”
El problema no queda
enclaustrado en los centros de construcción científica, sino que trasciende a
todos los niveles de la sociedad. Obviamente no se apoya en la ausencia de la
verdad, sino en un proceso de individualización radical que conduce a la
soledad por al miedo al otro. Una soledad que no es lo mismo al aislamiento;
aislarse es la voluntad de aislarse, con la intención de encontrarse consigo
mismo, y dialogar para encontrar la explicación satisfactoria. La soledad, dice
Arendt, separa el pensamiento de la acción- Por tanto la conciencia se transforma
en miedo a los demás.
En nuestro presente, el mundo de soledad es propicio para las
estrategias terroristas. La sociedad solitaria solo advierte su debilidad y el
deseo de supervivencia. Es por ello que Hannah Arendt puntualice que los
regímenes totalitarios, recurran al terror con el argumento de proteger a la
sociedad.
-3-
En este presente incierto que nos ha tocado vivir, es el
germen de una soledad que desconfía del otro por ser competencia, por ser
peligro para la “raza” hegemónica, también de los individuos con tendencias
sexuales diferentes por alterar el orden moral, en las personas con capacidades
diferentes que demuestran mayor eficiencia en algunas tareas, obviamente por el
peligro que representan la ideología pragmática que norma el pensamiento y la
acción de la mayoría de los países.
Esa soledad propicia la descalificación de los movimientos
de masas y marginados, presentando vacías propuestas electorales; más que la
pandemia, la soledad la acentúa el individualismo radical que descalifica al, y
con ello obstaculiza una comunicación auténtica, capaz de impulsar la fortaleza
de la sociedad civil. Las incipientes organizaciones, supuestamente fuera del control de la organización política,
están participando como parte de los dispositivos de la campaña electoral.
Recordando a Ortega y Gasset encontramos una alternativa
salvando al hombre de sus circunstancias, y esto será posible en la actualidad mediante una educación critica que incorpore
la tecnología en el proyecto de desplegar las potencialidades del hombre. Estos
problemas actuales serán los temas que guien la investigación histórica que
inserte sus resultados en la construcción de proyectos de una sociedad digna
del hombre.