martes, 11 de marzo de 2014
lunes, 10 de marzo de 2014
Editorial
Lectores multiculturales
Amable lector, lectora, al cierre
de esta edición -12:18 a. m., del 7 de marzo- las visitas al blog www.tlanestli.blogspot.com
contabilizaban 98,718 procedentes de diversos países. Entre las principales
fuentes de acceso se registran: México 56,736, Estados Unidos 9,400, Ecuador
4,331, Colombia 3,830, Argentina 3,176, España 2957, Venezuela 1851, Perú 1053,
Chile 940 y Francia 802. El 7 de septiembre de 2010 al editar el ejemplar
número uno de Tlanestli iniciamos con la Misión de divulgar contenidos
educativos, literarios y culturales producto de analistas e investigadores críticos, que provocaran la reflexión en los
lectores, y los motivara a contribuir en la solución de la problemática social,
y la Visión de constituirnos en una publicación como espacio de discusión, en
donde las intersubjetividades de lectores e investigadores generaran nuevo
conocimiento. Sería muy pretensioso afirmar haber logrado tales propósitos, sin
embargo, es insoslayable el esfuerzo por alcanzar los propósitos, propósitos
asumidos como propios en cada uno de los colaboradores –incorporándose
paulatinamente al proyecto: literatos, investigadores, poetas. Es muy
satisfactoria la respuesta de Usted, apreciado lector, lectora, agradeciendo su
aceptación al consultar el espacio virtual, la versión en formato pdf, o el
ejemplar impreso. Con este ejemplar número 43 buscamos cumplir algunas de sus
expectativas y llegar a las cien mil visitas: gracias.
La imbricación discursiva: tres miradas de lo otro
TEMAS Y AUTORES
Silvestre Manuel
Hernández
Coordinador del
Consejo Editorial de Tlanestli. Amanecer.
Investigador de
Ciencias Sociales y Humanidades,
UAM-I, Ciudad de
México
silmanhermor@hotmail.com
La
segunda mitad del siglo XX nos legó un corpus teórico–literario cuyas raíces se
encuentran en el Cours de linguistique
générale (1915) de Ferdinand de Saussure, en la fenomenología husserliana,
el formalismo ruso, el estructuralismo de corte antropológico de Claude Lévi–Strauss
y en la develación de “la muerte del autor” hecha por Roland Barthes. Las tesis
de cada instancia dieron la pauta para analizar el fenómeno literario desde
distintos enfoques: 1. lo puramente verbal, es decir, la búsqueda del
significado de las prácticas lingüísticas; 2. lo que no aparece de forma
expresa en el lenguaje–discurso, pero se presupone su sentido o ser; 3. los
elementos formales del lenguaje literario, lo poético; 4. las relaciones de parentesco
en tanto elementos significativos pertenecientes a un sistema social y
cultural; 5. la sustentación de que no
hay un autor–sujeto como tal, ostentado en las obras literarias, sino lo que
caracteriza a la novela, a partir de Honoré de Balzac con Sarrasine, es que “[…] la escritura es la destrucción de toda voz,
de todo origen: la escritura es ese lugar neutro, compuesto, oblicuo, al que
van a parar nuestro sujeto, el blanco y negro en donde acaba por perderse toda
identidad del cuerpo que escribe”.[1]
En términos concretos, el lenguaje y los discursos remiten a otros lenguajes y
otros discursos. La polisemia se instaura y el teórico e investigador forja nuevos
modelos interpretativos de la obra literaria, de su contexto y de su valía
estética.
A
partir de estos referentes, y de otros muy puntuales y justificados, Ivonne
Flores Caballero realizó una investigación que da por resultado el libro El cruce de las fronteras en la escritura de
Óscar Acosta, Mario Bencastro y Esmeralda Santiago.[2]
El texto se inscribe en los estudios latinoamericanos, en esa conjunción de pensamiento,
literatura, historia y política que denota cierta forma de ser y hacer del
hombre latinoamericano, que dialoga con Europa o los Estados Unidos de Norte
América, con un lenguaje y una cultura que se re–apropia a través de la producción
literaria, artística e intelectual, por medio de la cual expresa “su mundo”, su
interioridad, su idiosincrasia, su afianzamiento ante el otro y su axiología que lo diferencia y reconoce ante–sí. A esto, la autora agrega una
perspectiva social y un trasfondo antropológico–literario, para complementar
las teorías posestructuralistas y poscoloniales que están en la base formal de
su análisis.
Flores Caballero deconstruye y re–crea las
cuestiones primarias de las obras de tres escritores binacionales y
biculturales: Óscar Acosta, La
autobiografía de un búfalo prieto; Mario Bencastro, Odisea del Norte y Viaje a la
tierra del abuelo; Esmeralda Santiago, Cuando
era puertorriqueña y Casi una mujer.
La estructura del trabajo se apega a tres conceptos nodales: la cultura, la
ideología y la revalidación que ocupa el sujeto en el mundo, en tanto subalterno:
el otro y el desplazado.
La
autora divide su libro en tres capítulos: “Identidad versus otredad”, “El
desplazamiento… ¿al norte o al sur?” y “Espacios de representación”.
Intelecciones que entiende como una denotación literaria–social–antropológica
donde se establecen los nexos y diferencias entre lo real, lo imaginario y lo
simbólico. Con esta formulación, aborda los problemas de identidad–otredad de los
personajes–autores, las variaciones socio–culturales y del imaginario, los
viajes internos y externos, las fronteras físicas y abstractas, la hibridación
y/o asimilación de la cultura–escritura, la intraterritorialidad y la
extraterritorialidad novelada y concreta.[3]
I. La identidad
El
proceso identitario está sustentado en la interrelación discursiva de dos
“visiones del mundo”, o dos formas comportamentales con respecto a una realidad
que puede actuar de tal o cual manera en situaciones y espacios de acción,
públicos y privados, establecidos.
De acuerdo con lo anterior, y con los
objetivos y capitulación de El cruce de
las fronteras, encuentro tres líneas de investigación para hablar de la
identidad en las obras de Acosta, Bencastro y Santiago:
a.
El enfrentamiento de dos lenguas en un sujeto narrativo que aprehende a nominar
las cosas y los hechos de acuerdo con el lugar
donde se encuentra. Lo cual genera una delimitación espacial del uso del
lenguaje en situaciones concretas: vínculos entre los personajes centrales y los otros: chicanos y estadounidenses,
puertorriqueños y estadounidenses, salvadoreños y estadounidenses.
b.
Direccionalidades identitarias con base en lo que se es y a lo que se quiere o
impulsa a ser. Los protagonistas aparecen como seres en proceso que descubren al
otro, las costumbres y el “valor” de incorporarse a una cultura a partir de
la contraposición de dos “capitales simbólicos” (el propio y el gringo). Donde,
aclara nuestra autora: “El Otro es percibido como un actor irreal estereotipado
o asociado a un principio metasocial: el mal, la decadencia, el diablo; en el
proceso de aceptación, la otredad puede ser también asimilada, neutralizada o
disfrazada” (p. 43).
c.
De forma velada, hay un infradiscurso que exalta las bondades del sistema
norteamericano e “invita” a afirmarse en él, a identificarse con él.
Estas perspectivas permiten decantar la
identidad en tanto construcción de
sentido de pertenencia a una denotación física y conceptual nombrada chicanidad, puertorriqueñidad y salvadoreñidad,
las cuales pueden tomarse como referencias discursivas con una implicación
artística y social.[4]
Son “referencias enunciativas” sin sujeto de la enunciación, pues no se define
ni trasluce el “ser chicano”, “ser puertorriqueño” y “ser salvadoreño”, es
decir, en las novelas no se plantea de forma directa (en términos ontológicos)
esta cuestión. Pero se puede “construir”, discursivamente, a través de la
contraposición de los espacios de acción de los sujetos. Por ejemplo, los modos
de hablar y las referencias lingüísticas, cuando se alude a familiares, a miembros de la comunidad o a
estadounidenses. En cada uno de estos espacios,
se aprecia que el uso de la lengua no es un simple acto de habla, sino un
cuerpo discursivo con un peso semántico–social muy importante, debido al “mundo”
o problemática que en uno u otro aspecto se refleja.
Ahora bien, tanto la identidad colectiva como la individual, se definen
a lo largo de las interacciones dialógicas operadas en los espacios sociales. Lo
mismo ocurre con el sentido de pertenencia. Y, esta, puede darse como una
identificación con cierto estilo de vida, que no sólo es económica, sino mental
y ética; es decir, la “identificación” implica una toma de posición y
convencimiento sobre preceptos e ideas que guían a la comunidad.
No
es algo nuevo decir que a través del intercambio discursivo se establece un
corpus simbólico entre los miembros de una comunidad, el cual está integrado
por imágenes, ideas, valores, que ayudan a la construcción de las representaciones
del individuo como persona y como miembro de un grupo, comunidad o nación. Y,
gracias a los usos de la lengua, la constitución de la cultura,[5]
necesaria para la afirmación identitaria, se condensa y estetiza en obras
literarias.
En
las autobiografías que indaga Ivonne Flores Caballero, se puede hablar de una dimensión locativa de la identidad,
debido a que las familias de los protagonistas pueden ser ubicadas en un campo
de acción (y simbólico) distinto al determinante de la comunidad anglosajona.
Esto, como consecuencia de que en las sociedades modernas no hay un universo
simbólico unitario que de sentido a
todos los ámbitos de acción del ser humano; por ende, no hay identidades que
agrupen a todos los sujetos, y sí individuos forjadores de su identidad.
Al respecto, la autora deconstruye la
identidad a través de: el sujeto como el otro, el cuerpo, el vestido, el
nombre, la comida, la religión, la música, el hogar, la familia, la patria y la
escritura. Sobre lo último, hace suya una formulación de Graciela Montalvo:
La
escritura, como operación territorializadora, manifiesta su naturaleza
esencialmente política y se constituye en una maquinaria generadora de
metarrelatos de legitimación de los procesos de apropiación del espacio, ordenando
sus proyecciones desde categorías unificadas que se definen políticamente en
centros y periferias, metrópolis y colonias, naturaleza productiva y desiertos,
civilización y barbarie (p. 94).
La identidad puede apreciarse como la
dimensión subjetiva de los actores sociales, es decir, el punto de vista que se
tiene sobre sí mismo, lo cual es distinto a la personalidad o al carácter,
también creados subjetivamente. En términos generales, puede definirse como un reconocerse en ciertos valores, actitudes
e imágenes que forman rasgos operacionales y codificables que marcan las
fronteras simbólicas de interacción social. Así, una identidad se afirma en la
medida de su interacción con otras identidades: México–Estados Unidos, Puerto
Rico–Estados Unidos, El Salvador–Estados Unidos.[6]
Es un proceso social donde el individuo se reconoce como parte de una identidad, en cuanto se reconoce/contrapone en otra
identidad.
Asimismo, la estructura identitaria parte
de un principio de diferenciación
donde los sujetos se autoidentifican
gracias a la diferencia que tienen con otros sujetos o grupos sociales. Estas
diferencias parten del reconocimiento de saberse hombre/mujer, blanco/negro,
latino/anglo, etc. Hasta las tomas de conciencia del uso y función del lenguaje
propio, así como el capital simbólico–cultural que le ha dado un
lugar en un grupo social. El otro componente de la estructura
identitaria es el principio de
integración, aquí, las diferencias se subsumen en aras de la unidad–identidad
del grupo.
II. La autobiografía y la frontera
A
partir de la interrelación de las tesis expuestas en el libro de Flores
Caballero, y de las citas de los autores en estudio, puedo argüir que uno de los
rasgos semánticos de la escritura autobiográfica es su condición de “documento
objetivo”, producto de la subjetividad, mediante el que se testimonia la
existencia real de una persona y del grupo al que se pertenece. En este género,
se tiene la intención de que lo presenciado
no desaparezca con el relator; para lo cual, el discurso se sustenta en cierto
valor de verdad o principio de verosimilitud, así como en la referencia a
hechos concretos, lugares y fechas que, en el fondo, avalan la veracidad de la
narración. Piénsese en que la memoria va dejando rastros, directos o indirectos,
del quehacer humano vertido en la escritura. Y, ya en el interior, la “ficción
autobiográfica” se hunde en la realidad humana vuelta experiencia estética.
En
esta vertiente, por medio de “la mirada en el espejo”, de la contemplación de
la imagen de uno mismo y de la devuelta por los demás, el individuo aprende, de
este modo, a valorarse no sólo en función de los otros, sino como un otro, un cuerpo que le pertenece aunque
no siempre se identifica con él, una imagen que proyecta voluntaria e involuntariamente
a los demás, creando entre el yo
consciente, que se siente, y el yo
social, que los otros ven, ese espacio autobiográfico en el que se podrá
rectificar mediante la narración, “la imagen que los demás tienen de uno y que
va conformando el autoconcepto que crea el sujeto. Por comparación con los
otros, en comparación con ellos, también se va construyendo la personalidad del
individuo”.[7]
En
estos menesteres se adentra el aparato crítico de la autora, para esclarecer
los peldaños de la interiorización del sujeto, refractarlo en los espacios,
reales y simbólicos, por donde los protagonistas de las novelas transitan.
Hasta llegar a la dilucidación de los gentilicios chicanidad, puertorriqueñidad
y salvadoreñidad; desde el desplazamiento geográfico, hasta el recorrido
interno de los escritores a través de sus personajes. Dejando entrever que la
escritura de Acosta, Bencastro y Santiago, no es ajena al contexto social
clasista–benefactor, a las relaciones de poder, de propiedad o de género, que
impregnan el modus vivendi
norteamericano. Así, tanto la estructura de las obras en estudio, como la
estructura de El cruce de las fronteras,
plasman la otredad a partir del reconocimiento de la mismidad, de esa
confluencia discursiva que aprehende subjetividades cuando reconoce y crea
universalidades literarias: lo universal a través de lo particular, algo sobre
lo que ya había reflexionado Wolfgang von Goethe.[8]
La cuestión de la frontera, del espacio,
de la representación de un adentro / afuera, de un norteamericano / ilegal, de
una nación / extranjeros, de un americano / latino, de un primer mundo / tercer mundo, lo aborda la
autora con formalidad, apoyada en las fuentes biográficas de los escritores y
en un aparato crítico pertinente. Pues, “al tratar las fronteras invisibles y
simbólicas, dentro del estructuralismo, posestructuralismo y la deconstrucción,
el sujeto se constituye a través de su práctica textual, con el lenguaje y la
palabra, con los conceptos de fragmentación–unidad, abierto–cerrado, identidades–otredades”
(p. 219). Pero, de forma llana, sin que esto represente una simplificación; la
frontera, interna o externa, geográfica o simbólica, nos coloca ante lo otro, ante la posibilidad de un
reconocimiento que es de ida y vuelta, para sí mismo y para lo que nos
confronta. De igual forma, implica dos narratividades: lo que decimos y lo que
nos dice, dos sentidos, dos referentes.
En suma, el libro de Ivonne Flores
Caballero, El cruce de las fronteras en
la escritura de Óscar Acosta, Mario Bencastro y Esmeralda Santiago, puede
analizarse a partir de los siguientes trinomios:
Autor –
escritura – personajes
Realidad – obra
– cultura
Frontera externa
– lenguaje – frontera interna
Discursos –
espacio simbólico – identidad
Lo político – lo
otro – lo social
Dentro de los cuales pervive “el origen de
todo”, el lenguaje, el verbo; además, sirven de instrumento metodológico para
decantar los niveles de investigación de la autora, quien resemantiza la
producción literaria del trío de escritores. Durante su exégesis, imbrica
discursos, voces y temas, para presentar tres miradas de lo otro: lo escritural, lo cultural y lo identitario. Todo ello, en
ponderada armonía con un cuerpo teórico que invita a la discusión y a la
confrontación de las obras literarias binacionales y biculturales, pero humanas
y estéticas en la plenitud de los términos. Concluye Flores Caballero: “Óscar, Negi y Calixto cruzaron sus límites, que
los ubicó no sólo como escritores hispanoamericanos en Estados Unidos de la
migración y la diáspora de 1972 a 1999; sino como voces de sujetos, que
representados en personajes, alcanzaron el nivel de maestros de la
reintegración y recuperación de sí mismos, a través de la obra literaria” (p.
222).
Bibliografía
Barthes,
Roland, “La muerte del autor”, en El
susurro del lenguaje. Más allá de la palabra y de la escritura. Trad. de C.
Fernández Medrano, Barcelona, Paidós, 1987, pp. 65 – 71.
Bencastro,
Mario, Viaje a la tierra del abuelo. Houston, Texas, Piñata Books, Arte Público Press,
2004, 139 p.
Eckermann,
Conversaciones con Goethe. Trad. J.
Pérez Bances, Argentina, Espasa–Calpe, 1950, 164 p.
Puertas
Moya, Francisco Ernesto, Aproximación
semiótica a los rasgos generales de la escritura autobiográfica. Pról. de
José Romera Castillo, España, Universidad de la Rioja, 2004, 164 p.
Said,
Edward W., “Cultura, identidad e historia”, en Gherhart Schroder y Helga
Breuninger (compls.), Teoría de la
Cultura. Un mapa de la cuestión. Argentina, Fondo de Cultura Económica,
2005, pp. 37–53.
Santiago,
Esmeralda, Cuando era puertorriqueña.
New York, Vintage Books,
1994, 296p.
[2] Publicado por Plaza y Valdés,
México, 2012, 261p. ISBN: 978 – 607 – 402 – 477 – 7 En lo sucesivo, cuando me
refiera a esta obra, sólo anotaré el número de la página, entre paréntesis.
[3] El lector encuentra un plus gracias a las ilustraciones y
poemas de Wolfgang Ball, quien plasma un mundo en constante diálogo con los
referentes del texto de Flores Caballero, con el neofigurativismo y con las
sorpresas de la palabra vuelta imagen, pero que en su forma y en su fondo,
muestran un valor dialógico, para sí
y para el otro.
[4] Al analizar la obra de Esmeralda
Santiago, Cuando era puertorriqueña,
la identidad puede engarzarse en dos esferas: una, la que opera en lo
individual de la existencia de Negi
con su familia y con el trato con los norteamericanos; otra, el discurso
interno que retrata la “forma de ser” de los consanguíneos de la protagonista y
de ella misma. Ambas, contrapuestas a los estándares de vida refractados en los
diálogos o descripciones de “lo norteamericano”, pero, al final, asimilados al
“mundo” anglosajón.
[5] De acuerdo con los planteamientos
de Flores Caballero y de Edward Said, lo que denota la interdiscursividad
literaria, así como los contextos a partir de los cuales cada autor escribe, es
la hibridación de la cultura; pues, a decir de Said: “Todas las culturas son híbridas;
ninguna es pura; ninguna es idéntica a un pueblo racialmente puro; ninguna
conforma un tejido homogéneo. Más aún,
todas las culturas incluyen en su constitución una parte significativa de
invención y fantasía –mitos, si se prefiere– que participan de la formación y
la renovación de las imágenes que una cultura tiene de sí misma”. “Cultura, identidad e historia”, p. 50.
[6] Por ejemplo, en la novela de
Mario Bencastro, Viaje a la tierra del
abuelo, la identidad se expresa a partir de tres instancias: el abuelo, el
nieto y la escuela Belmont High; que a su vez se refractan en tres realidades:
El Salvador, los Estados Unidos y la familia de inmigrantes. Y, con base en
ello, se establece un desplazamiento discursivo de coexistencia a origen, para
patentizar cómo se forja un tipo especial de identidad en el protagonista,
Sergio.
[7] Francisco Ernesto Puertas Moya, Aproximación semiótica a los rasgos
generales de la escritura autobiográfica, p. 102.
[8] La primera concepción de la universalidad gracias a lo
particular, sin perder lo particular, es de Goethe, quien, el 31 de enero de
1827, conversando con Eckermann acerca de una novela china que leía, le hace
saber de las afinidades que encontró en su epopeya en verso Hermann y Dorotea y
con las novelas de Richardson. Para luego deducir que la expresión “literatura
nacional” no significa gran cosa, debido a que nos encaminamos hacia una época
de literatura universal, y cada quien debe empeñarse en acelerar el
advenimiento de esa época. Es decir, mientras más particular se es, en tanto
que se conoce mejor el uso del lenguaje, más universal se es, porque hay vínculos
y esencias lingüísticas comunes a las naciones. Véase Eckermann, Conversaciones con Goethe, pp. 145–151.
JOSÉ EMILIO PACHECO Y SU PLUMA SHEAFFERS
Raúl
Hernández Viveros
Cuando apareció mi
primer libro de relatos La invasión de los chinos, en 1972, con una nota
de presentación de Jorge Rufinelli, le envié por correo postal un ejemplar a
José Emilio Pacheco. Hasta este instante, no puedo olvidar sus comentarios que
me hizo por la entonces acostumbrada vía epistolar, con la tinta verde de su
pluma fuente Sheaffers. Recuerdo que con su caligrafía me recomendaba la
importancia de leer El complot Mongol, de Manuel Bernal, novela de intriga
policíaca. A los pocos días de esta
lectura, nació en mí el interés por el
conocimiento de este tipo de literatura. Hasta
nuestros días conservo todavía la hoja amarillenta y el sobre con los
timbres postales anulados por la fecha correspondiente, y las líneas de José
Emilio Pacheco, porque resultó, efectivamente, para mí el primer respaldo hacia
mis aspiraciones literarias.
Al
poco tiempo, lo invité a participar en el ciclo de lecturas “Aproximación a la
poesía mexicana”. Fue hace varias décadas, y José Emilio Pacheco permaneció un
fin de semana en nuestra ciudad, donde bastante emocionado compartió varias
horas, en las cuales pudo asombrarme, y me sorprendió por su conocimiento de
las letras universales. Hubo un largo paréntesis hasta que la Universidad Veracruzana
le concedió el Doctorado Honoris Causa, y fundó el Premio de Poesía que
lleva su nombre. En el transcurso de estos meses, José Emilio Pacheco celebró
sus 70 años, que alcanzó su máximo reconocimiento a su larga trayectoria
literaria con el Premio Reina Sofía.
Dicho galardón me hizo volver a leer varios de sus
libros, porque sentí la necesidad de escribir sobre algunos textos suyos que
encontré entre mi biblioteca. Quedé profundamente cautivado por el interesante
artículo sobre la relación de trabajo que mantuvo en las postrimerías de su
juventud con el maestro Juan José Arreola. Se trata de un texto publicado en el
número 93 de la revista Tierra Adentro, como homenaje en aquel momento
por la conmemoración de los ochenta años del autor de Varia invención, Confabulario,
La Feria ,
Palindroma y Bestiario.
José
Emilio Pacheco explicó entonces, en su trascendental reflexión, “Amanuense de
Arreola”, la historia de cómo ayudó a la escritura de cada fragmento que
recogió de las invenciones orales de Juan José Arreola, que armaron las páginas
de Bestiario. La inmensa amistad
entre ambos creadores, permitió la cercanía que abrió las puertas de la
confianza para reconocer al verdadero discípulo, que participaba en sus
reuniones editoriales, y reseñaba las aportaciones de sus colegas y miembros
participantes en las páginas de la serie los Cuadernos del Unicornio. José
Emilio Pacheco, orgullosamente, reconoció su papel de calígrafo de
Arreola:
“La
historia se resume en una frase: Bestiario, obra maestra de la prosa
mexicana y española, no es un libro escrito: su autor lo dictó en una
semana. Algunos de sus textos, si la memoria no miente, son anteriores a esos
días de diciembre de 1958. “Prólogo”, “El sapo”, “Topos”, y quizá haya alguno
posterior como “Ajolotes”. Sin embargo, la mayoría resuena en mi interior como
los escuché por primera vez, los escribí con pluma Sheaffers de tinta verde y
los pasé a una máquina Royal para que Arreola los revisase. “El gran
rinoceronte se detiene. Alza la cabeza. Recula un poco. Gira en redondo y
dispara su pieza de artillería. Embiste como ariete, con un solo cuerpo de toro
blindado, embravecido cegato, en
arranque total de filósofo positivista”.
Frente
a la precoz inteligencia del joven escritor que escuchaba y vigilaba cada una
de las palabras y las enseñanzas del maestro, fue cuando José Emilio
Pacheco se abrió a la sabiduría de una
de las principales voces narrativas y promotores de las letras mexicanas. Por
lo tanto, en estos encuentros pueden situarse los cimientos, la estructura y la
forma de la escritura del poeta, narrador y crítico literario: José Emilio
Pacheco. Por lo cual, conviene subrayar las siguientes líneas:
“Tenía
quince años cuando descubrí a Arreola en las clases de José Enrique Moreno de Tagle,
maestro de tantos escritores mexicanos –recuerdo por ahora a Carlos Fuentes,
Jorge Ibargüengoitia, Marco Antonio Montes de Oca– que hemos sido ingratos con
él, a diferencia de los alumnos de Erasmo Castellanos Quinto y tantos otros.
Moreno de Tagle nos dictaba una página diaria de la mejor prosa y nos incitaba
a leer el libro completo. En la lejanísima librería del Fondo, que estaba en el
campo entre México y Coyoacán y frente a un paisaje bucólico, adquirí Confabulario
y Varia invención, en un solo volumen”.
También
hace unos días pude ubicar entre mis papeles y textos antiguos su Antología
del modernismo 1884-1921, publicada en dos tomos por la UNAM , en 1978. Al revisar el
valioso e interesante prefacio, tuve la revelación de que desemboca en un verdadero
estudio sobre dicho movimiento literario. Me asombré por la capacidad de
enseñarnos no sólo el registro de los principales autores que participaron y
promovieron la fuerza de las palabras para hacer que la poesía descendiera de
su pedestal casi místico. Del escenario sagrado de los santos y vírgenes frente
a las alturas de un Dios todopoderoso, hasta caer a un lado de los seres
humanos. Este desenvolvimiento fue revisado como la evolución literaria e
histórica, minuciosamente, por las líneas críticas de José Emilio Pacheco. Sin
pensarlo recité las líneas de Agustín Lara: “Como un abanicar de pavos reales,
/ en el jardín azul de tu extravío, / con trémulas angustias musicales, / asoma a tus pupilas el hastío. / Es que
quieren volver / tus amores de ayer / a inquietarte…”
También
fue cuando me vino a la mente el estudio de Arqueles Vela Teoría literaria
del modernismo, ediciones Botas, 1949, como punto de partida y referencia
obligada sobre la interpretación filosófica, estética y la forma literaria que
emplearon los iniciadores de este tipo de lírica, que renovó la estética de las
tendencias literarias en América Latina. A través de la lectura de la
interesante antología, llegué a comprender la vital importancia de conocer y
estudiar a cada uno de lo poetas propuestos por José Emilio Pacheco.
No
obstante, el crítico literario siempre preocupado y atento por el respeto y
bajo la perspectiva de la historia que revisa el pasado para comprender lo
actual y contemporáneo. Desde la mirada que impulsaba la observación, José
Emilio Pacheco dejó la crónica del paso del siglo XIX al XX, con las constantes
inquietudes sobre las vetustas estructuras políticas y falta de un proyecto de
cultura moderna, igual como sucede con el desarrollo de México.
Para
mí otro libro indispensable de José Emilio Pacheco, es José Luis Borges,
una invitación a su lectura, ediciones Raya en el agua, 1999. Libro que
tuvo un tiraje de cien mil ejemplares. Me parece una joya de la crítica, la
investigación literaria y verdadero culto a la imaginación, en donde mediante
varios enfoques, el lector obtiene suficiente información bibliográfica sobre
los vitales creadores y promotores de la literatura de América Latina, y
España, como fueron Pedro Enrique Ureña,
Alfonso Reyes, y Jorge Luis Borges.
Un
estudio de aprendizaje sobre el arte de la escritura; ensayo profundo acerca de
los nacimientos de un autor moderno, que advirtió de la trascendencia y la
inmortalidad de la literatura. Acto de fe y veneración al creador de
misteriosos laberintos de la fantasía y enigmáticos textos. El amor sincero y
el reconocimiento al placer de la lectura. Con la suficiente dosis de fina
ironía, significa el reencuentro con el humor que persigue y destruye al lugar
común de las letras hispanoamericanas.
El
ejemplo magistral de una asistente doméstica de Jorge Luis Borges, Fani Uveda,
quien, entre otras cosas desempeñaba el papel de organizar el horno crematorio
que aniquilaba miles de papeles, y materiales inservibles. Esta mucama llegó a
quemar alrededor de quince mil libros que leía ella personalmente, porque
debido a la ceguera, Jorge Luis Borges no podía ocuparse, y encargaba a la
asistente tal menester. Sin embargo, la doméstica puntualmente escribía sus
impresiones, que llenaban los informes completos realizados en voz alta delante
de Jorge Luis Borges. Misteriosamente, José Emilio Pacheco pudo rescatar lo
siguiente:
“La
sangre de Medusa por J. E. Pacheco.
Pobre de El señor con su cauda de imitadores lamentables. Estos cuentitos
mexicanos me dieron la impresión de leer la prosa de Borges con acento de
Cantinflas."
Después
de la lectura reciente de las creaciones, de José Emilio Pacheco, citadas
anteriormente, vuelve a inquietarme por el hecho de aceptar y obtener
aproximaciones y encuentros con la obra de uno de los más importantes poetas de
México; narrador consumado sobre algunos
aspectos de la esencia mexicana, estudioso de las letras universales, y
maestro de varias generaciones de escritores, contemporáneo. Vale la pena
insistir en la didáctica que se desprenden en algunas líneas de su
discurso:
“Como escribió Vicente Aleixandre, lo mejor que
puede afirmarse acerca de uno cuando ya no esté aquí es: “Recogió la herencia
del pasado y la trasmitió hacia el porvenir.” Una vez más la Universidad Veracruzana
me honra sin medida al poner mi nombre al Premio Universitario de Poesía. El
Honor es tanto más grande cuanto que acompaño en este privilegio a Carlos
Fuentes y a Sergio Pitol, quienes han sido a lo largo de tantos años mis amigos
y mis maestros”.
Debo
rescatar y comentar algunas de sus recientes colaboraciones en la Revista de la Universidad de México:
“Un cuento en cinco actos y en verso”, o “Poemas inéditos”, porque insisten en
recordar las enseñanzas de Pedro Henríquez Ureña, relacionada con “la práctica
constante de un prosa cada vez más simple, fluida y exacta”. Al mismo tiempo
que coincide con la visión y la estructura narrativa de su novela Morirás
lejos. Por lo cual es conveniente citar estas líneas:
“Y
eme, como se dijo, preferiría continuar indefinidamente jugando con las
posibilidades de un hecho muy simple: A vigila sentado en la banca de un
parque, B lo observa tras las persianas; pues sabe que desde antes de
Scherezada las ficciones son un medio de postergar la sentencia de muerte”.
También
destacar que en la brevedad de cada uno de sus versos, José Emilio Pacheco
diseña la interpretación de su universo literario, define que “El mundo es
teatro por un breve espacio/ Representamos nuestra farsa trágica”, como un
espectáculo de la realidad de México. En donde existe sólo la posibilidad de
encontrar: “El consuelo único/ De estar aquí/ Condenados sin culpa alguna/ A
cadena perpetua en el zoológico”. Estos versos forman parte de su nuevo libro Como
la lluvia.
Dentro
del misterio de la orfandad, a cada instante, José Emilio Pacheco enfrenta las
dudas y preocupaciones de nuestro destino. La idiosincrasia del ser mexicano
que oculta sus terribles dudas hacia el encuentro con aquella parte que se
enfrenta hacia el interior de cada uno de nosotros. Las batallas perdidas de
antemano frente a la fatalidad de nuestro propio, y único destino. Extraviados
en el desierto de la aniquilación, la frustración y la impotencia que el
escritor descubre por medio de la literatura en su lugar de origen. Con sus
poemas, relatos y ensayos, José Emilio Pacheco representa, utiliza, e
interpreta las características para identificar y especificar los vasos
comunicantes, o las señas de identidad que definen y enfatizan las diferencias
de la cultura mexicana.
Señor Dios, enséñeme a ser un anciano
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EL SABIO DE LA CABAÑA ABANDONADA
Benito Carmona Grajales
Allá, en la
tranquilidad del monte, podía mirarse la
cabaña abandonada que un día sirvió de refugio para aquel vagabundo a quien
todos le decían “El sabio de la cabaña abandonada.”
Aquel hombre
siempre tenía una respuesta a las múltiples
preguntas que le hacían los moradores del pueblo cercano.
Conocía los
misterios de los humanos, de las plantas y de los animales; por lo que siempre
daba buenos consejos. Era un anciano amable. Lo mismo que buenas orientaciones,
daba comprensión, como si fuera un padre para todos.
Todas las
personas que lo consultaban siempre encontraban un guía para decidir en
momentos difíciles, por lo que el sabio se ganó el respeto, la admiración y el
agradecimiento de todos.
Durmió poco
aquella noche. Soñó que dejaba aquel lugar sobre el que flotaba alejándose poco
a poco y que, desde allá de lo alto, podía ver cómo el tiempo hacía que la
hierba invadiera las paredes y el techo; la huerta se cubría de maleza y nadie
llegaba para darle un toque de vida a su cabaña.
Despertó muy
fatigado. Sentía tanta debilidad en sus piernas que creyó no poder levantarse.
Tuvo miedo. Era la hora en que salía al huerto para contemplar las primeras
manifestaciones del día: La franja anaranjada en el lejano horizonte, respirar
el aire fresco y oír el canto de las canoras y de los gallos de un pueblo en la
distancia.
Con
dificultades logró llegar a la ventana. Enfrente se encontraba el pozo, más
allá, la cerca y, a lo lejos, la silueta de las montañas bajo un fondo naranja
y gris.
Sonrió. Fue
una sonrisa limpia y abierta como el horizonte. Sus ojos viejos se llenaron de
luz. Respiró tranquilamente y pensó en lo grande y hermosa que es la
naturaleza...Miró hacia el cielo y un gesto de agradecimiento se dibujó en su
rostro.
“Hijo, desde
aquel naufragio, no sé qué será de ti – dijo para sus adentros-. Yo sé que
estoy a punto de marchar. Ya casi escucho el silencio del ocaso. No queda otro
camino que cumplir con ese supremo mandato. Pero recuerda, hijo mío, que nunca
te abandoné; siempre te tuve en mi mente. Te llevaré a donde vaya y tú siempre
contarás con mi presencia. Espiritualmente, nunca nos hemos separado...o tal
vez, al marchar, nos encontremos en la otra dimensión de la existencia.”
Bajó un poco
la mirada. Interrumpió el monólogo y detuvo sus ojos en la vereda que venía con
dirección al corral. La silueta de un hombre se mezclaba con los arbustos y
ramajes. Caminaba lento, cansado. “Seguirá de largo- pensó-, nadie viene a esta
hora.”
Sonaron tres toques en la puerta. “Es
él”-dijo.
- Buenos días.
- Buenos días – contestó al abrir.
- Disculpe
señor- dijo aquella voz tranquila-. No quise interrumpir su sueño...
-
No...Ya estaba levantado. ¿Qué deseas? Pasa.
-
Busco la cabaña abandonada.
-
¡Ah, sí ...Continúa. Parece interesante.
-
Es una larga historia...
Sentado en un
viejo cajón, el hombre habló con más confianza:
-
Primero,
perdí a mi padre en un naufragio. No lo he podido encontrar y, como tal vez no
lo encuentre...- aquí, sus palabras se hicieron entrecortadas y se anudaban en la garganta. Se tranquilizó
un poco y continuó – No sé... quiero ser útil a la humanidad. Quiero ser como
el sabio de la cabaña abandonada... orientar, aconsejar a los que necesiten...Quiero
prepararme para esta labor. Sólo él puede indicarme el camino. Me dijeron que
podría estar por estos rumbos ¿Estará lejos esa cabaña?
-No. No está lejos.
- ¡De veras!
– dijo emocionado-.¿Dónde está? Debo continuar mi camino.
-
Bien, te
lo diré... Antes, quiero que me ayudes. Como ves, ya estoy viejo y casi no
puedo trabajar.
Lo puso a
trabajar en la huerta; con un pico y una rastra tenía que remover toda la
superficie destinada a la hortaliza.
Llegó el
medio día y tenía hambre. No le dio de comer. Llegó la tarde y, hasta que ya
casi no se veía, lo invitó a descansar.
-
Supongo
que tienes hambre – le dijo fingiendo inseguridad en lo que decía.
- Sí. Llevo dos días sin comer.
Quedaron
callados por un largo rato. Casi comieron en silencio. Al final cruzaron una
mirada, hasta que por fin el sabio no pudo contener su emoción. Su mirada fue
grave, penetrante y llena de energía y seguridad.
-
Esta es
la cabaña abandonada – dijo -. Lo presentía. Tenías que llegar. Perdona el
haberte hecho esperar tanto para invitarte a comer.
-
Bueno...no
le entiendo...
-
Come,
luego te explico..
Terminaron.
Fue algo sencillo. Aquellos alimentos tan nutritivos eran el
producto de la siembra.
- Me decías que buscabas la cabaña porque deseas
conocimientos... porque quieres ser “sabio”...Pues...ya tienes la clave. Úsala.
- ¡Cómo! No me la has enseñado. No la conozco.
- Sí la conoces – contestó el anciano -. El ser
humano está formado de materia y espíritu. El cuerpo es alimentado para que
renueve sus células y puedan éstas mantenerlo siempre joven, fuerte y sano. Lo
mismo sucede con el espíritu. Para que nuestros ideales sean lo suficientemente
enérgicos; para que triunfen por el mundo, tenemos que alimentarnos con la
lectura. Tú tuviste hambre, sí, mucha hambre, y comiste. Así, tu espíritu debe
tener hambre y sed de conocimientos para que te alimentes con la lectura. La
lectura te fortalece; si no tienes hambre de ella, provócala con la duda, con
la reflexión, pensando...
Se acercó a
un viejo baúl. Lo abrió. Un profundo olor a cedro removió los recuerdos de
aquel caminante. Vio los libros...No hubo duda, eran los que leía cuando era
niño.
Se quedaron
viendo. Las miradas dijeron más de lo que dicen las palabras:
- ¡Papá...!
La voz se
ahogó con la emoción.
- ¡Hijo!
El sol
penetró por un tragaluz del techo e iluminó dos amplias sonrisas. Brillaron las
lágrimas. Aquel encuentro inesperado fue como un sueño anidado en los anhelos
de ambos. Un sueño del que ahora despertaban en una fresca aurora. Sí, tan
fresca y real como aquel amanecer.
EPÍLOGO
Pasó
el tiempo. Una madrugada llegué preguntando por el sabio de la cabaña
abandonada. Con amabilidad, alguien a quien yo no conocía, me dijo que se
encontraba en el huerto cultivando flores. Pasé al huerto y, allá en el fondo,
una tumba se cubría con los múltiples colores de las flores del campo. Dos
gruesas lágrimas hicieron temblar los pétalos de una margarita, mientras que un
suspiro se elevó para perderse bajo un cielo naranja, casi gris.
Una
mano se recargó en mi hombro...No llores, hermano. Jamás estará abandonada esta
cabaña. Aquí siempre encontrarán el alimento para las fatigas del alma todos
los poetas, caminantes y vagabundos.
Trinomium Espantorum
Leny Andrade Villa
Universidad Autónoma
Metropolitana,
Unidad Azcapotzalco, Ciudad de
México
I.
El “Campanas”
Llegaron
preparados, las mulas cargaban las palas, los picos y las cosas necesarias para
lo que ellos pensaron que podía ser suyo. Ya habían planeado, a su modo, y por
su lado, lo que harían. El “Campanas” que se jodiera, allá él.
Fue una persona muy humilde, igual que
todos los del pueblo. Él era un campesino, trabajaba sus tierras, andaba como
todos, no ostentaba nada, ni le faltaban cosas. La tierra y sus animales le
daban lo suficiente, pobremente, como diríamos, aunque no del todo, pues tenía
sus buenos terrenos. Tiempo después sabríamos de su historia, como muchas de
aquí que resuenan en la memoria de sus habitantes, relacionadas con el dinero y
con lo maligno.
En sueños, él decía que le hablaba el
muerto, le pedía que le hiciera un favor, para cumplir algo que no había podido
realizar en vida. Así estuvo, sólo él supo cuánto. A veces, él sentía que se lo
llevaba al plan, y ahí amanecía. Ese espacio es lo que divide al cerro; de una
parte, las cruces, dominando todo; de la otra, las cuevas, de las cuales,
seguramente él supo.
De este hecho, pasó al sonambulismo, pues
cuenta que despertaba allí, hasta que el muerto le ofreció una moneda de oro,
como prueba de que obtendría un pago por el favor prestado. “Allá en el plan
hay muchas de éstas enterradas y son para ti, si haces lo que te pido”, le
decía el muerto. Asustado, el “Campanas” les comentó a sus familiares, a
quienes les decían los “Coachales”. Cuando abrió los ojos, pensó que se
olvidaría de aquello, pero advirtió la presión de una de sus manos resguardando
algo, era la moneda. Lo comprobó al extender sus dedos.
Dentro de nosotros, algo se despertaba,
mientras escuchábamos el relato del “Concho”, quien recordaba haber visto la
enorme moneda de oro entre las manos del “Campanas”, quien se la enseñó cuando
aquel era niño. Sabría, por lo que se decía en el pueblo, que fue cierto. Su
nombre fue José García. Se contaban muchas cosas de él, pero nunca supimos bien
a bien el por qué de su apodo.
Del plan pasó al panteón, el muerto
parecía que quería decirle algo. El “Campanas” clareaba con la misma cara de
asombro e interrogación, mientras percibía el olor a flores podridas del
camposanto. Quiso que terminara todo esto, aunque la moneda no fue suficiente
para realizar lo pedido. Los rezos, oraciones, agua bendita, las visitas a la
iglesia fueron un aliciente para disipar esa situación. Por qué lo eligió, él
mismo no supo por qué, pero el ser aquél creo que buscaba venganza, así lo
creyó. Después, todo pasó.
Allá arriba, los “Coachales” rascaban por
uno y otro lado intentado dar con las monedas. El “Campanas” los había llevado
al lugar donde el muerto le había dicho que estaban los barriles. Los agujeros
estaban por todas partes, sin hallar ni una sola moneda, buscaron durante
varios días. El canto de un gallo llamó su atención, voltearon en varias
direcciones; allá por las cruces alcanzaron a ver la silueta de un fulano de
enormes dimensiones con un sombrero que le tapaba el rostro, quien con señas y
burlonamente les preguntaba ¿qué hacen? ¿qué buscan? Y se reía a carcajadas.
Ellos echaron carrera abajo, dejando todo ahí. “¡A la chingada las monedas!”
II.
La “Chahua”
La “Chahua” tenía
una pulquería, ella sola la atendía. Su esposo, el “Capolayo”, había muerto
hacía años. También tenía muchas gallinas y patos. Se dice que recogía varias
canastas de huevos, no le iba mal, tenía sus centavitos: lo del pulque y las
aves era bueno. Eso sí, tacaña como pocas, los zapatos tenía que acabárselos al
parejo, no importaba que fuera uno y uno; hasta el mandil tenía que ensuciarse
por los dos lados, para no gastar en balde el jabón. Flaca y descuidada, no se
sabía si algún día había sido guapa o fea, el dinero iba a dar a otro lado, no
tuvo hijos a quién dejar lo que había. Tenía la imagen de una virgen pequeñita
al lado de su cama, a ella se encomendaba.
Un día amaneció muerta, que dizque se
había resbalado y pegado en la nuca. La manda había quedado incumplida. La
velaron y enterraron a la costumbre del pueblo, todos le dieron el último adiós
a doña Isaura. Las cosas se inclinarían a favor de sus sobrinos, aunque nunca
vieron por ella.
Poco después un vecino del pueblo regresó
de la fiesta de la Virgen de San Juan de los Lagos, traía regalos para todos;
así lo supimos, él lo dijo, se lo contó a don Fidel: “¿a quién crees que me
encontré?, a la “Chahua”, también andaba
por allá” ―¿Cómo crees? Si murió hace ocho días, ya hasta la enterramos― dijo
don Fidel. Al parecer, le prometió algo a la Virgen que no pudo llevar a cabo
en vida y lo fue a cumplir aun después de muerta.
Luego supimos de un hombre, de esos que no
salían de la pulquería de la “Chahua”, que en sus momentos de embriaguez
llegaba a gritar: “Chahua, perdóname, no quise matarte”, decían que el espíritu
de la difunta lo andaba atormentando. Nadie sabe bien lo que pasó, pero todos
suponemos que fue por cuestiones del dinero, un empujón, un mal golpe, y ahí
quedó la vieja. El tipo tuvo mal fin, un bistec atorado en la garganta fue el
castigo.
Todos le dieron el último adiós a doña Isaura,
menos sus sobrinos, quienes sólo pisaron su casa para encargarse del dinero. Lo
sacaron en botes donde lo dejó la “Chahua” y los echaron a la carreta. La
pulquería cerró, los rastros de la “Chahua” se perdieron, aquellos no se
volvieron a aparecer por el lugar ¿Quedaría la manda saldada?
III.
El “Chivita”
No le hizo caso a
la voz, después se arrepentiría, la transformación se dio al retirar la piedra
y destapar el agujero. Lo sintió encima, no supo cómo se deshizo de él, pero se
echó a correr, anduvo de un lado acá por todo el cerro.
Le decían el “Chivita”, tenía muchos
animales, tal vez de ahí su apodo. Pero no, su rostro era alargado y huesudo,
de dientes chuecos, molenques, se dejó crecer la barba, como de “chivo”.
Llevaba a pastar a sus animales al cerro, donde había víboras. Don Remigio le encargó una de
cascabel, prometiéndole un buen pago, la quería para un remedio o algo así. Él
pescó una, la escondió en un lugar donde él supuso que no escaparía.
En sueños, él escuchaba que le decían:
“Sácame, sácame de aquí, cabrón”. Los primeros días no le prestó atención,
pensó que cesaría esa súplica. Luego se acordó de la víbora que había encerrado
y al día siguiente se dispuso a sacarla de ahí. Mientras pastaban sus chivos
fue a ver al animal, pero cuál fue su sorpresa al sentir las garras afiladas de
algo que se le clavaban en la carne y le desgarraban la ropa. Hay quienes dicen
que era una especie de chango, enorme, el que lo perseguía por todo el cerro.
Cuentan que bajó por el lado del panteón,
pálido, casi transparente y todo arañado, no dijo nada, las palabras no salían;
la impresión y el miedo seguían ahí, y siguieron hasta el día de su muerte. Él
contó todo a señas, tuvimos que interpretarlo y preguntarle si era lo que había
vivido, él asentía o negaba con la cabeza. Así supimos la historia. Lo llevaron
al médico, no se supo qué tenía. Todo se adjudicaba a un susto “de aquellos”,
de los que te dejan mudo; según el doctor de ahí venía su incapacidad. Poco
tiempo después, el “Chivita” murió. Qué fue aquello, no sabemos; tampoco de la
víbora.
CIEN AÑOS DE SOLEDAD
José Luis
Miranda Rosario
De epopeyas, la
creación de Macondo
por heráldicos
Arcados y Aurelianos
deja ya sin par
pasión por los arcanos
y melancólica
soledad en lo hondo.
Un dejo de
ternura, de amor intenso,
por aquel empeño
de esfuerzos hermanos,
deseo estoico de
fieros espartanos
interpretar
mágico destino denso.
Tus blancas
casas de barro y cañabrava,
tu río, piedras
como huevos prehistóricos,
son origen de
leyenda que tramaba
travesías en
pergaminos históricos
do Mauricio
Babilonia descifraba
por sí, Cien
años de soledad…¡Pletóricos!
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