Nuevo presidente de la Sociedad Mexicana de Caricaturistas
Marcelo Ramírez Ramírez
En el proceso de elección de la nueva directiva de la
Sociedad Mexicana de Caricaturistas, los miembros del gremio veracruzano
estuvieron dignamente representados por su colega Marcos Cruz “Tlacuilo”, quien
resulto ganador en lid democrática y por amplio margen de votos respecto de las
otras dos planillas participantes. Con su triunfo inobjetable y recibido por
todos con beneplácito, toca a Marcos Cruz inaugurar una nueva atapa en que
después de cuarenta años, la presidencia
deja de ser patrimonio del Distrito Federal y se traslada a la provincia. En lo
particular me encanta que, además, el presidente quien tomó protesta el siete
de enero del año en curso, sea un veracruzano. El “Tlacuilo” obtuvo de paso y
por añadidura, la Dirección del Museo Sede, ubicado en Donceles no. 99, en el
corazón de la capital de la Republica.
El triunfo del “Tlaculio” habla de su carisma personal y de
la buena operación política, que lo pone al frente de un gremio cada día con
mayor presencia e influencia en el amplio y complejo mundo de los medios. Para
poner las cosas en su justa dimensión conviene hacernos la pregunta acerca del
significado de la opinión pública en nuestro país. ¿Existe algo que merezca
este nombre en México? La pregunta nos ubica en el plano de lo que debe
entenderse en un contexto democrático por opinión publica. Sin duda ella no
existe como quisiéramos, como sería deseable, para apuntalar el proceso
democrático que se derrumba cada vez que parece encaminado a consolidarse. La
opinión publica, veleidosa de suyo, lo es más en México por su proclividad a la
seducción demagógica, causada por la carencia de cultura critica bien
entendida. Aquí se aplaude con facilidad y con facilidad se condena y se
desautoriza toda acción o iniciativa cuyos alcances a largo plazo no se
advierten, porque los ciudadanos permanecen atrapados en la coyuntura de los
intereses inmediatos. Precisa formar la conciencia ciudadana para el logro del
bien en general, pero esto, como sabemos, requiere de condiciones favorables
que por ahora no están presentes ni en la sociedad ni en el poder público.
Para nuestro pueblo, la caricatura, que condensa en pocos
trazos el juicio crítico sobre la realidad, resulta de inapreciable valor
pedagógico. No sabemos ni es posible calcular tampoco, cuánto debemos a la
agudeza de nuestros caricaturistas, cuya vena humorística es un don del mismo
pueblo al que va destinada la caricatura; por ello el pueblo la comprende de
inmediato y la disfruta. El artículo, la nota, el ensayo, implican un acto de
atención sostenida por un tiempo determinado. La intención del autor, su punto
de vista, pueden ser compartidos por el
lector en todo o en parte y ello supone,
necesariamente, la participación de ambos en un nivel de cultura semejante. La
caricatura, en cambio, fruto de una intuición profunda y certera, entrega su
mensaje rotundo sobre la realidad cuyos vicios desenmascara y expone a la luz
pública. Graciosa e inofensiva en ocasiones,
la caricatura puede ser también inclemente, terrible y devastadora. Es
la herramienta adecuada, más todavía, indispensable cuando falta el alfabeto y
es su complemento enriquecedor o rectificador, cuando la palabra se vuelve
omisa para cumplir su cometido, cuando se torna sumisa y obsequiosa olvidando
el compromiso con la verdad. Por todo esto es grato felicitar a Marcos Cruz
Morales por su bien ganado cargo, anticipando para su gestión mucho trabajo,
con las satisfacciones que lleva
aparejado. Después de haberse abierto paso superando prejuicios y dificultades
de todo tipo, los caricaturistas tienen hoy una presencia en los medios que,
para bien de la sociedad, debe crecer todavía y consolidarse en su función
rectora de la opinión publica. Por demás está señalar las cualidades personales
y el profesionalismo a que dicha tarea obliga a los caricaturistas. Esa
responsabilidad, por su intrínseca índole moral, sólo ellos pueden asumirla
como gremio e individualmente. Lo cierto es que en la definición de los límites
y alcances de su cometido social, le toca a Marcos Cruz, el “Tlacuilo”
veracruzano, dejar la huella de su paso como presidente de la Sociedad Mexicana
de Caricaturistas. Cuenta a su favor con la vocación de servicio y la
creatividad, acreditadas a lo largo de muchos años en el ejercicio de su arte
y, estamos seguros, no le faltará tampoco ni el ímpetu ni la voluntad para
impulsar realizaciones fecundas. La planilla que encabezó el Tlacuilo tuvo como
nombre y emblema al insigne “Chango Cabral”. El genio del “Chango Cabral”, le
permitió aunar gracia, picardía y penetración hasta lo esencial, para dejar de
herencia a las futuras generaciones la radiografía de una época y sus actores.
Crítica de lo actual y testimonio del tiempo que les toca vivir a los
caricaturistas de México, es la estimulante empresa a la que está ligado por
oficio el “Tlacuilo” y con la cual de hoy en adelante habrá de estar más
compenetrado para servirla. Mis cordiales felicitaciones al “Tlacuilo” y sus
compañeros de aventura.
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