Raúl
Hernández Viveros
Cuando apareció mi
primer libro de relatos La invasión de los chinos, en 1972, con una nota
de presentación de Jorge Rufinelli, le envié por correo postal un ejemplar a
José Emilio Pacheco. Hasta este instante, no puedo olvidar sus comentarios que
me hizo por la entonces acostumbrada vía epistolar, con la tinta verde de su
pluma fuente Sheaffers. Recuerdo que con su caligrafía me recomendaba la
importancia de leer El complot Mongol, de Manuel Bernal, novela de intriga
policíaca. A los pocos días de esta
lectura, nació en mí el interés por el
conocimiento de este tipo de literatura. Hasta
nuestros días conservo todavía la hoja amarillenta y el sobre con los
timbres postales anulados por la fecha correspondiente, y las líneas de José
Emilio Pacheco, porque resultó, efectivamente, para mí el primer respaldo hacia
mis aspiraciones literarias.
Al
poco tiempo, lo invité a participar en el ciclo de lecturas “Aproximación a la
poesía mexicana”. Fue hace varias décadas, y José Emilio Pacheco permaneció un
fin de semana en nuestra ciudad, donde bastante emocionado compartió varias
horas, en las cuales pudo asombrarme, y me sorprendió por su conocimiento de
las letras universales. Hubo un largo paréntesis hasta que la Universidad Veracruzana
le concedió el Doctorado Honoris Causa, y fundó el Premio de Poesía que
lleva su nombre. En el transcurso de estos meses, José Emilio Pacheco celebró
sus 70 años, que alcanzó su máximo reconocimiento a su larga trayectoria
literaria con el Premio Reina Sofía.
Dicho galardón me hizo volver a leer varios de sus
libros, porque sentí la necesidad de escribir sobre algunos textos suyos que
encontré entre mi biblioteca. Quedé profundamente cautivado por el interesante
artículo sobre la relación de trabajo que mantuvo en las postrimerías de su
juventud con el maestro Juan José Arreola. Se trata de un texto publicado en el
número 93 de la revista Tierra Adentro, como homenaje en aquel momento
por la conmemoración de los ochenta años del autor de Varia invención, Confabulario,
La Feria ,
Palindroma y Bestiario.
José
Emilio Pacheco explicó entonces, en su trascendental reflexión, “Amanuense de
Arreola”, la historia de cómo ayudó a la escritura de cada fragmento que
recogió de las invenciones orales de Juan José Arreola, que armaron las páginas
de Bestiario. La inmensa amistad
entre ambos creadores, permitió la cercanía que abrió las puertas de la
confianza para reconocer al verdadero discípulo, que participaba en sus
reuniones editoriales, y reseñaba las aportaciones de sus colegas y miembros
participantes en las páginas de la serie los Cuadernos del Unicornio. José
Emilio Pacheco, orgullosamente, reconoció su papel de calígrafo de
Arreola:
“La
historia se resume en una frase: Bestiario, obra maestra de la prosa
mexicana y española, no es un libro escrito: su autor lo dictó en una
semana. Algunos de sus textos, si la memoria no miente, son anteriores a esos
días de diciembre de 1958. “Prólogo”, “El sapo”, “Topos”, y quizá haya alguno
posterior como “Ajolotes”. Sin embargo, la mayoría resuena en mi interior como
los escuché por primera vez, los escribí con pluma Sheaffers de tinta verde y
los pasé a una máquina Royal para que Arreola los revisase. “El gran
rinoceronte se detiene. Alza la cabeza. Recula un poco. Gira en redondo y
dispara su pieza de artillería. Embiste como ariete, con un solo cuerpo de toro
blindado, embravecido cegato, en
arranque total de filósofo positivista”.
Frente
a la precoz inteligencia del joven escritor que escuchaba y vigilaba cada una
de las palabras y las enseñanzas del maestro, fue cuando José Emilio
Pacheco se abrió a la sabiduría de una
de las principales voces narrativas y promotores de las letras mexicanas. Por
lo tanto, en estos encuentros pueden situarse los cimientos, la estructura y la
forma de la escritura del poeta, narrador y crítico literario: José Emilio
Pacheco. Por lo cual, conviene subrayar las siguientes líneas:
“Tenía
quince años cuando descubrí a Arreola en las clases de José Enrique Moreno de Tagle,
maestro de tantos escritores mexicanos –recuerdo por ahora a Carlos Fuentes,
Jorge Ibargüengoitia, Marco Antonio Montes de Oca– que hemos sido ingratos con
él, a diferencia de los alumnos de Erasmo Castellanos Quinto y tantos otros.
Moreno de Tagle nos dictaba una página diaria de la mejor prosa y nos incitaba
a leer el libro completo. En la lejanísima librería del Fondo, que estaba en el
campo entre México y Coyoacán y frente a un paisaje bucólico, adquirí Confabulario
y Varia invención, en un solo volumen”.
También
hace unos días pude ubicar entre mis papeles y textos antiguos su Antología
del modernismo 1884-1921, publicada en dos tomos por la UNAM , en 1978. Al revisar el
valioso e interesante prefacio, tuve la revelación de que desemboca en un verdadero
estudio sobre dicho movimiento literario. Me asombré por la capacidad de
enseñarnos no sólo el registro de los principales autores que participaron y
promovieron la fuerza de las palabras para hacer que la poesía descendiera de
su pedestal casi místico. Del escenario sagrado de los santos y vírgenes frente
a las alturas de un Dios todopoderoso, hasta caer a un lado de los seres
humanos. Este desenvolvimiento fue revisado como la evolución literaria e
histórica, minuciosamente, por las líneas críticas de José Emilio Pacheco. Sin
pensarlo recité las líneas de Agustín Lara: “Como un abanicar de pavos reales,
/ en el jardín azul de tu extravío, / con trémulas angustias musicales, / asoma a tus pupilas el hastío. / Es que
quieren volver / tus amores de ayer / a inquietarte…”
También
fue cuando me vino a la mente el estudio de Arqueles Vela Teoría literaria
del modernismo, ediciones Botas, 1949, como punto de partida y referencia
obligada sobre la interpretación filosófica, estética y la forma literaria que
emplearon los iniciadores de este tipo de lírica, que renovó la estética de las
tendencias literarias en América Latina. A través de la lectura de la
interesante antología, llegué a comprender la vital importancia de conocer y
estudiar a cada uno de lo poetas propuestos por José Emilio Pacheco.
No
obstante, el crítico literario siempre preocupado y atento por el respeto y
bajo la perspectiva de la historia que revisa el pasado para comprender lo
actual y contemporáneo. Desde la mirada que impulsaba la observación, José
Emilio Pacheco dejó la crónica del paso del siglo XIX al XX, con las constantes
inquietudes sobre las vetustas estructuras políticas y falta de un proyecto de
cultura moderna, igual como sucede con el desarrollo de México.
Para
mí otro libro indispensable de José Emilio Pacheco, es José Luis Borges,
una invitación a su lectura, ediciones Raya en el agua, 1999. Libro que
tuvo un tiraje de cien mil ejemplares. Me parece una joya de la crítica, la
investigación literaria y verdadero culto a la imaginación, en donde mediante
varios enfoques, el lector obtiene suficiente información bibliográfica sobre
los vitales creadores y promotores de la literatura de América Latina, y
España, como fueron Pedro Enrique Ureña,
Alfonso Reyes, y Jorge Luis Borges.
Un
estudio de aprendizaje sobre el arte de la escritura; ensayo profundo acerca de
los nacimientos de un autor moderno, que advirtió de la trascendencia y la
inmortalidad de la literatura. Acto de fe y veneración al creador de
misteriosos laberintos de la fantasía y enigmáticos textos. El amor sincero y
el reconocimiento al placer de la lectura. Con la suficiente dosis de fina
ironía, significa el reencuentro con el humor que persigue y destruye al lugar
común de las letras hispanoamericanas.
El
ejemplo magistral de una asistente doméstica de Jorge Luis Borges, Fani Uveda,
quien, entre otras cosas desempeñaba el papel de organizar el horno crematorio
que aniquilaba miles de papeles, y materiales inservibles. Esta mucama llegó a
quemar alrededor de quince mil libros que leía ella personalmente, porque
debido a la ceguera, Jorge Luis Borges no podía ocuparse, y encargaba a la
asistente tal menester. Sin embargo, la doméstica puntualmente escribía sus
impresiones, que llenaban los informes completos realizados en voz alta delante
de Jorge Luis Borges. Misteriosamente, José Emilio Pacheco pudo rescatar lo
siguiente:
“La
sangre de Medusa por J. E. Pacheco.
Pobre de El señor con su cauda de imitadores lamentables. Estos cuentitos
mexicanos me dieron la impresión de leer la prosa de Borges con acento de
Cantinflas."
Después
de la lectura reciente de las creaciones, de José Emilio Pacheco, citadas
anteriormente, vuelve a inquietarme por el hecho de aceptar y obtener
aproximaciones y encuentros con la obra de uno de los más importantes poetas de
México; narrador consumado sobre algunos
aspectos de la esencia mexicana, estudioso de las letras universales, y
maestro de varias generaciones de escritores, contemporáneo. Vale la pena
insistir en la didáctica que se desprenden en algunas líneas de su
discurso:
“Como escribió Vicente Aleixandre, lo mejor que
puede afirmarse acerca de uno cuando ya no esté aquí es: “Recogió la herencia
del pasado y la trasmitió hacia el porvenir.” Una vez más la Universidad Veracruzana
me honra sin medida al poner mi nombre al Premio Universitario de Poesía. El
Honor es tanto más grande cuanto que acompaño en este privilegio a Carlos
Fuentes y a Sergio Pitol, quienes han sido a lo largo de tantos años mis amigos
y mis maestros”.
Debo
rescatar y comentar algunas de sus recientes colaboraciones en la Revista de la Universidad de México:
“Un cuento en cinco actos y en verso”, o “Poemas inéditos”, porque insisten en
recordar las enseñanzas de Pedro Henríquez Ureña, relacionada con “la práctica
constante de un prosa cada vez más simple, fluida y exacta”. Al mismo tiempo
que coincide con la visión y la estructura narrativa de su novela Morirás
lejos. Por lo cual es conveniente citar estas líneas:
“Y
eme, como se dijo, preferiría continuar indefinidamente jugando con las
posibilidades de un hecho muy simple: A vigila sentado en la banca de un
parque, B lo observa tras las persianas; pues sabe que desde antes de
Scherezada las ficciones son un medio de postergar la sentencia de muerte”.
También
destacar que en la brevedad de cada uno de sus versos, José Emilio Pacheco
diseña la interpretación de su universo literario, define que “El mundo es
teatro por un breve espacio/ Representamos nuestra farsa trágica”, como un
espectáculo de la realidad de México. En donde existe sólo la posibilidad de
encontrar: “El consuelo único/ De estar aquí/ Condenados sin culpa alguna/ A
cadena perpetua en el zoológico”. Estos versos forman parte de su nuevo libro Como
la lluvia.
Dentro
del misterio de la orfandad, a cada instante, José Emilio Pacheco enfrenta las
dudas y preocupaciones de nuestro destino. La idiosincrasia del ser mexicano
que oculta sus terribles dudas hacia el encuentro con aquella parte que se
enfrenta hacia el interior de cada uno de nosotros. Las batallas perdidas de
antemano frente a la fatalidad de nuestro propio, y único destino. Extraviados
en el desierto de la aniquilación, la frustración y la impotencia que el
escritor descubre por medio de la literatura en su lugar de origen. Con sus
poemas, relatos y ensayos, José Emilio Pacheco representa, utiliza, e
interpreta las características para identificar y especificar los vasos
comunicantes, o las señas de identidad que definen y enfatizan las diferencias
de la cultura mexicana.
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