Universidad Veracruzana
Ex Unidad de Humanidades
33ª. Semana del Historiador “Revoluciones”. Foro ¿Qué demonios hago aquí?
Xalapa, Equez., Ver. Martes 16 de Noviembre 2010
Mtro. Raúl Romero Ramírez
El estudiante de la licenciatura en Historia hoy: Un franco cuestionamiento.
Agradezco a los estudiantes que me invitaron a participar en este Foro y quizá nunca antes como ahora la pregunta es oportuna. Mi participación quedará delimitada entendiendo la pregunta “qué…hago aquí”, primordialmente, con referencia a los estudiantes de esta Facultad de Historia.
I La situación:
La Licenciatura en Historia y su declive como profesión liberal disciplinaria.
Estudiar una profesión liberal basada en la moderna forma científica de la disciplina y ocupar el tiempo en la formación académica para quedar facultado como licenciado en Historia, y con ello obtener una posible forma de ganarse la vida dentro del marco de la legislación socialmente establecida, ha dejado de ser hoy, una opción certera.
Si bien es cierto que hace unos treinta años estudiar una profesión y lograr un título universitario era el camino más viable para lograr cierto éxito en la vida, hoy parece haberse convertido en una especie de trámite administrativo para seguir aplicado al estudio en el posgrado o bien para “satisfacer” a algunos padres que “han mandado a sus hijos” a estudiar creyendo aún, que con ello lograrán mejor opción de vida.
Pero sin caer en un pesimismo malsano, habrá que explicarse parcialmente esta situación.
Desde los años cincuenta, nuestro país no logró el camino de la modernización, es decir, ni invirtió en la tecnificación del campo, ni se industrializó, por lo tanto, sus ciudadanos tuvieron en gran cantidad que ocuparse en trabajos del sector de servicios, pues en el campo tuvieron que emigrar, vender su tierra, sembrar ilícitamente o vivir empobrecidos de ella y los obreros, por su parte, tuvieron que emigrar o trabajar hacinados y empobrecidos a las afueras de las fábricas y corredores industriales que los explota y utiliza de acuerdo a la conveniencia propia del sistema capitalista de explotación. Y respecto a los intelectuales, la mayoría escaparon al extranjero y los pocos que permanecieron en el país trabajan con fondos extranjeros que los obligan muchas veces a realizar investigaciones de interés marginal al desarrollo nacional; o bien trabajan en centros de investigación y desarrollo en universidades, bajo temas de interés político o económico gubernamental de tipo coyuntural.
Desde los años setenta, el promedio de estudios no ha mejorado entre los habitantes del país comparativamente hablando. En los años setentas el 40% de la población sólo llegaba a estudiar el nivel de secundaria, aunque quienes alcanzaban el bachillerato o la licenciatura podían lograr trabajos asalariados con buena remuneración. Sin embargo este salario decayó con el tiempo y aumentó el número de habitantes del país que lograban ingresar a la secundaria. Actualmente lo logran el 60%, pero el requisito de la obtención de un trabajo asalariado con buena percepción rebasa por mucho las exigencias de entonces, solicitando al menos el posgrado. El hecho es que la licenciatura no significa hoy lo mismo que hace treinta años, y no asegura en lo absoluto obtener un trabajo decoroso.
Esta política que aparentemente favorece el ingreso a la educación, en realidad ha motivado una “devaluación de la educación”, pues se ha tomado a la educación como un elemento administrativo dentro de los rangos de la obtención de empleos, pues suelen depender, al menos “oficialmente” del grado de estudio: bachillerato para afanador; licenciado para chofer de taxi; posgraduado para profesor de nivel básico o medio; y todos con sueldos bajos.
Así pues, en los años setenta solo el 15% de la población en México ingresaba a la Universidad y actualmente lo hacen poco más de un 25%.
En los años setenta, estudiar en la Facultad de Historia de la Universidad Veracruzana estaba destinado para unos cuantos, algunos interesados en la Historia Universal y de México por un interés sumamente personal por la disciplina, por medio del cual obtendrían un trabajo como profesores de historia a nivel bachiller o universitario, o bien, perseguir el sueño del posgrado en prestigiosos colegios y asirse con suerte a un Centro de Investigaciones en o fuera del país. Esta clase de estudiantes escogía la Carrera de Historia convencidos de ello. Las cifras al respecto nos hablan de que se inscribían de 10 a 12 estudiantes y al menos 10 de ellos poseían el interés por la disciplina.
En los años ochenta, creció el número de matriculados en la disciplina, unos por el interés personal ya mencionado y otros por obtener una base como profesor en la Secretaría de Educación que heredarían de sus padres tras cursar la UPN. Podemos asegurar que el promedio de inscritos fue creciendo en esa década y ya eran 20 los estudiantes, algunos seguirían el camino del posgrado o trabajar en el servicio público, mientras al menos 10 de ellos obtendrían una plaza heredada.
En los años noventa, el número de matriculados volvió a incrementarse, pero ahora el número de estudiantes que por interés a la disciplina ingresó, fue mucho menor. De los 30 alumnos que en promedio ingresaron anualmente, sólo 5 eran los interesados, otros 10 tenían en mente heredar plazas en el sistema educativo o “comprarlas”; otros 10 usaban a la Facultad para trasladarse a otras dentro de la Universidad y 5 decían venir por motivos muy ajenos al estudio.
En la primera década del actual siglo XXI, de los 38 estudiantes que ingresan a la Facultad en promedio, 5 son de interés personal por la disciplina, 10 por obtener heredada o comprada una plaza en el sistema educativo y 25 por no haber quedado en la Normal, en otra Facultad de la Universidad (Medicina, Psicología, Pedagogía, etc.), o por considerar que la Facultad les servirá para poder inscribirse a otra pasado determinado tiempo renunciando a ésta y al menos 3 dicen no venir por más motivos que “estudiar algo”.
De ello podemos desprender que el interés por la disciplina histórica en el estudiante de la Facultad de Historia ha disminuido con respecto a los años setenta (que eran 10), y no ha crecido desde los años ochentas, pues siguen siendo 5 el promedio de los alumnos interesados por la disciplina. Eso sí, la matrícula creció más del 300%, siendo de estos cerca de un 35% los futuros licenciados en historia que en su mayoría serán profesores dentro del sistema de educación pública o privada y algunos de ellos seguirán el camino del posgrado, principalmente ligado a la educación. Sin embargo existe casi un 65% de los que no se tienen mayores datos.
Este breve análisis arroja un hecho: la Facultad de Historia presenta un declive cualitativo y cuantitativo en el estudiantado, el primero en tanto su bajo interés personal en la disciplina, y el segundo en cuanto al número de futuros licenciados, que sintetizado esto, arroja una gran interrogante sobre el grado de capacitación profesional en la disciplina (su facultad y formación).
II El problema:
La pérdida del factor disciplinar a favor del pragmatismo acomodaticio.
Debido a la crisis de la Ciencia ocurrido a fines de los años ochenta y durante toda la década de los noventa, las Universidades del mundo se replantean su objeto (la disciplina y su método), su propósito (el sentido de la educación) y su propia naturaleza inteligible (como estudio universal).
Es un hecho que la Universidad, incluyendo la nuestra, ha renunciado a la instrucción ilustrada a favor de una formación pragmática; esto es, al modificar sus currículums, planes de estudio y programas docentes ha escogido un camino que tiene su fundamento en la política neoliberal actual. De acuerdo a los lineamientos neoliberales, la educación se percibe individualizada, ya no colectiva; personalista y constructivista, ya no liberal o antiautoritaria; especializada y práctica, ya no ilustrada ni teorética. Esto conlleva a una serie de reformulamientos metodológicos y una inserción sobre nuevos temas y problemas propios del conocimiento, aunado por supuesto, a la reformulación del tipo de estudiante, su objeto, propósito y naturaleza.
El estudiante egresado ya no ejercerá una profesión liberal clásica basada en la moderna forma científica de la disciplina, ni ocupará el tiempo en su formación académica; ahora su formación será de tipo intelectual y se referirá a dos aspectos: enfatizar la necesidad de que mantenga siempre una actitud favorable hacia el aprendizaje, (lo que se conoce como aprender a aprender durante toda la vida) y a que incremente su pensamiento lógico, crítico y creativo, necesario para que construya conocimientos que aplique en la solución de problemas.
En la Universidad Veracruzana, a través del Modelo Educativo Integral y Flexible (MEIF), se pretende que los estudiantes universitarios, mediante el uso de competencias se formen integral y armónicamente gracias a la incorporación de una currícula flexible, además de que se desarrollen en cuatro recursos cognitivos: intelectual, profesional, social y humano. Estos elementos formativos han sido propuestos por Jacques Perrenoud (UNESCO-OCDE) y ha definido la competencia como la capacidad de actuar de manera eficaz ante cierta situación haciendo uso y asociando varios recursos cognitivos complementarios como el intelecto, lo profesional, lo social y lo humano.
Esta nueva fórmula educativa esta basada teóricamente en el cognoscitivismo, pero para llevarla a la práctica, se fundamenta en la ingeniería administrativa, recurso empresarial para la productividad y el logro de la calidad total para conseguir la tan anhelada certificación; esto es, la constancia necesaria para que la empresa sea aceptada por su tipo de organización y resultados productivos. Los productos de esta empresa, son los estudiantes en el caso universitario y estas personas deberán demostrar que poseen los conocimientos, las habilidades, las destrezas y las actitudes exigidas para el ejercicio de una actividad determinada. Así pues, lo académico pasa a ser segundo plano frente a lo administrativo; ahora se pretende que los profesores y las autoridades ya no formen o dirijan, sino solamente administren los recursos correspondientes.
Bajo estas ideas administrativas antes que académicas, se pretende que el tipo de estudiante universitario actual, sea claramente adaptativo y no propositivo; se comporte de forma práctica y no científica, eficientice su intelectualidad y no academicidad, y en particular, sea hábil y no disciplinario.
Es así como el modelo de educación neoliberal pretende disminuir la importancia, trascendencia e intencionalidad de cualquier disciplina, no solo de la Historia.
Finalmente, el alumno egresará de la Universidad para ejercer una formación profesional encaminada hacia la generación y aplicación de conocimientos, habilidades y actitudes, integrados en el “saber hacer”, de manera que se acomode y adapte mejor a su espacio-tiempo (al libre mercado), esperando que esta formación posibilite su inserción en el campo profesional y a decir de nuestras autoridades, “con grandes posibilidades de desempeñarte con éxito”.
III ¿Qué hacer?
Intervención del estudiante en la vida organizativa de su propia formación.
Es obvio para mí que lo que hay que hacer en una Universidad para entender “qué hago aquí” esta en relación al reestablecimiento de la importancia, significado y atención de la disciplina, punto central por estudiar. Al mismo tiempo, involucrar a todos los agentes de la educación en la búsqueda del significado de la disciplina y así determinar el grado de influencia en la estadía, instrucción, animación y formación del estudiantado.
En particular, el agente aquí de interés resulta ser el estudiante, que deberá involucrarse con todos y cada uno de los procesos de su educación.
Entiendo por el término estudiante, aquél que esta personalmente interesado por adquirir saberes y conocimientos que le sean de su interés y los procure utilizar creando una propia técnica ajustada a su propia personalidad. El estudio es una habilidad metódica que no debe perderse en todo ser humano, particularmente quien desea cursar estudios profesionales, pues involucra observar, describir, comparar, analizar, clasificar, registrar y sintetizar al menos, en cada ocasión pertinente.
Un estudiante siempre denota curiosidad e interés por saber y conocer. Duda y se sorprende. Se opone y propone. Nace en él el interés de saber y experimentar. Pero sobre todo, un estudiante es siempre una persona de pensamiento joven.
El estudiante universitario debe comprender que se halla en un lugar ex profeso para poder adquirir saberes y conocimientos programados para su formación, debe entender que cada curso (experiencia educativa) deberá servir para fomentar su curiosidad y establecer un interés por los temas que cada curso posee. Por ello debe exigir y exigirse, obtener más y mejores medios de adquisición de saberes y experiencias. Quien exige, se exige también. Eso es tomar conciencia de una equivalencia concientizante entre sus compañeros y frente a sus profesores y autoridades administrativas o académicas.
La conciencia denota interés personal por lo que se piensa o deja de pensarse, por lo que se hace o deja de hacerse. La conciencia nace de sí mismo, pero también de los otros quienes te dan su opinión o criterio sobre lo que es de interés disciplinar o personal. Por eso, el profesor debe intentar concientizar al estudiante universitario, es decir, rescatar en él su espíritu lógico-organizativo, su pensamiento crítico-propositivo y su actividad creativa-innovadora.
Por lo que respecta a las autoridades administrativas y académicas, éstas deben escuchar y apoyar dicho espíritu, pensamiento y actividad en el estudiante, de lo contrario caerán inevitablemente en un autoritarismo que conlleva a la mediocridad, a la insensatez y a la difusión malsana de la amenaza y el temor.
Finalmente, el estudiante que se crea así mismo estudiante universitario, no se detendrá en la búsqueda del por qué de su educación, del por qué de la organización de su Facultad, de por qué de las experiencias educativas, del por qué de sus profesores y autoridades. El alumno universitario consciente desea de verdad ser profesional de su disciplina y busca contestar preguntas acerca de lo establecido a fin de entenderlo, mejorarlo y cambiarlo en beneficio de nuevos intereses personales y disciplinarios.
La pregunta ¿Qué demonios hago aquí?, es un llamado de atención de quienes desean saber en verdad qué es ser estudiante, qué es ser universitario, qué objeto y propósito tiene mi universidad, qué objeto y propósito tiene mi Facultad, qué objeto y propósito tiene esta disciplina.
La pregunta siempre es pertinente, sea en cada generación y durante cada una de las etapas de la vida. Pero tengo ahora una pregunta: ¿Qué demonios debo hacer? La respuesta esta en el grado de interés y de conciencia que como estudiante, profesor o funcionario, aquí cada uno de nosotros tiene.
Gracias.