Ohtli L. Enríquez González
A continuación se presenta la última parte de un trabajo sobre la construcción de representaciones sociales y estereotipos culturales en el puerto de Veracruz a mediados de siglo XX. Para ello es necesario señalar que la mirada sobre los cambios materiales gestados en la ciudad está influenciada por el enfoque del antropólogo español Juan Antonio Flores Martos. Específicamente en su trabajo “Portales de Múcara. Una etnografía del puerto de Veracruz”, editado en 2004 por la Universidad Veracruzana. El trabajo elaborado por el madrileño consiste en una monumental ‘etnografía analítica’ de toda la vida veracruzana desde la distribución de espacios, las calles y las casas, la moral, la espiritualidad y las colonias extranjeras, hasta el carnaval y ‘los locos’. En esta ocasión el recorrido se torna más histórico mediante el análisis cronológico de los diversos cambios materiales que han redundado en la creación de una imagen sobre un puerto que se sabe urbanizado, partícipe del desarrollo industrial y sobre todo con idiosincrasia universal que trasciende divisiones geográficas, culturas e incluso épocas.
El Portal de piedra múcara.
Tradicionalmente el puerto de Veracruz ha sido entendido como una gran puerta, un lugar históricamente tipificado como la principal entrada a todo el país. De igual manera es considerado un puerto abierto no sólo en sentido literal, punto de llegada y encuentros mercantiles, sino figuradamente como un espacio fecundo favorecedor de relaciones interpersonales. Un lugar ‘accesible a todo y a todos’. Por tanto, el jarocho es el estereotipo de una persona alegre, franca, amistosa, compartida y abierta en todos los sentidos.
Sin embargo, el antropólogo Juan Antonio Flores Martos observa todo lo contrario. Para él la sociedad porteña es altamente jerarquizante, amurallada, con estratos claramente definidos y cerrados en su interior. Su gente es abierta de manera superficial y normalmente dispuesta a ‘tropicalizar’ al extranjero con sus repetidos encantos: la mar, sus mujeres y la música afrocaribeña, todo ello mediante la respectiva intoxicación con alcohol, aromas frutales y el agobiante calor. De ahí que Flores Martos caracterice a la sociedad veracruzana como un portal de piedra múcara, esto es, una ciudad con prácticas e imaginario entreabiertos. Una sociedad porosa como la piedra coralina extraída de los arrecifes naturales de la costa jarocha que desde mediados de la Colonia sirvió para la construcción de casas y edificios en el puerto. Según escribe José Velasco Toro en el Prefacio de la obra, la metáfora es aplicada “a la sociedad y al imaginario para ilustrar su perfil poroso y absorbente de motivos y expresiones foráneas, pero firme y persistente en su diseño morfológico, en la configuración de su identidad tradicional.”[Nota al final] Por tanto, Veracruz la “cosmopolita y moderna” no es más que una sociedad conservadora, provincial y localista que selecciona, acepta y rechaza nuevas influencias. Aunque su imaginario indique lo opuesto, las prácticas concretas lo revelan así. Es poseedora de una cultura variable que oscila entre los términos propuestos por Guillermo Bonfil Batalla, ya sea como cultura ‘autónoma’, ‘apropiada’ o ‘enajenada.’[Nota al final] En tal vaivén salta a la vista cómo todas las capas sociales presumen una identidad propia, en ocasiones opuesta, determinada por un eclecticismo que amasa nuevas experiencias, ritmos, modas en su ya de por sí compleja gama de actividades y productos, materiales o simbólicos.
Un paseo, de la Colonia a las agitaciones de 1920.
En armonía con la visión romántica de la ciudad y su historia se instaura aquella representación que dibuja a Veracruz (y es entendida de esa manera por sus actores sociales) como un centro comercial y sociocultural universal. Dada su condición de ‘primera puerta de México’, tiene la oportunidad de empaparse y propiciar el contacto de innumerables cargas culturales subyacentes en los grupos de marinos y viajeros. Al ser un lugar ‘abierto’, el puerto permite el desembarco por igual tanto de productos como de modas, alimentos, idearios, costumbres y en general distintas cosmovisiones. Gran parte de los tres siglos del periodo Colonial Veracruz fue un lugar de paso, su escasa población dedicada a los trabajos ultramarinos poco pudo retomar de los desembarcados, que en su mayoría eran hispanos.
La instalación del Consulado de Comerciantes a fines del siglo Borbón produjo una gran estabilidad y fuerza local. Ello porque no sólo se diversificaron las relaciones comerciales con otras colonias españolas (sobre todo en el Caribe), sino porque el grupo comercial estrechó lazos y gradualmente aumentó en número y poder. De acuerdo con lo expuesto por Matilde Souto Mantecón[Nota al final], a partir de 1795 la ciudad adquirió una relevancia y vivacidad nunca antes vista. El arcaico almacén de la otrora ‘ciudad de tablas’ se volvió una gran plaza comercial. Los cambios fueron diversos. Unos se reflejaron en la modificación y ensanche del diseño urbano y en la aparición de nuevas construcciones. La declaración de la apertura comercial en el orden legal alteró considerablemente toda la faz del puerto. Desde entonces y por toda la centuria decimonónica las costas de la original Chalchihuecan se engalanaron con la visita de embarcaciones de todo tipo interesadas en poblar con sus mercancías a la joven nación. Principalmente franceses, ingleses y españoles transitaron por las terrosas calles de la ciudad amurallada, impregnando con su admiración ó desprecio los distintos espacios y a los más heterogéneos grupos porteños.
En el crepúsculo del siglo un afluente cubano trajo consigo algunas costumbres que pronto echaron raíces de este lado de la mar. Una de las mayores contribuciones culturales sin duda ha sido el danzón. Años más tarde Veracruz se llenó de literatura e influencias socialistas y anarcocomunistas provenientes de los focos rojos de Europa. Las clases medias se cultivaron en la medida de lo posible con las enseñanzas de Marx, Engels, Bakunin, Kropotkin, o Proudhon. Esta esencia radical daría frutos hacia los 20’s con los movimientos sindicalistas y obreros locales. Durante el siglo XX, el puerto ideológicamente estuvo ligado a una tradición de pensamiento de izquierda atizada por algunos de los profesores cubanos y otros tantos españoles emigrados por razones políticas.
Las emigraciones extranjeras han determinado el carácter cosmopolita de la ciudad por el contagio de algunos elementos culturales, aunque en general permanecieron como grupos cerrados con reglas muy estrictas respecto a su mezcla biológica con los nativos. La importancia de estos grupos recayó en su instauración como grupos hegemónicos en materia comercial, lo cual redundó en su poder de organización social y cultural. De estos conglomerados, los españoles figuraron en todos los rubros de la economía local, incluso llegando a conformar asociaciones civiles para su reunión, disfrute y negociación. Por su parte, los cubanos influyeron notablemente en la conformación de una cultura popular estampada por la música, la gastronomía y la danza. Aunque no formaron un grupo hegemónico como tal, se fundieron con el grueso de la población para ser uno de los principales ingredientes en esta hibridación cultural que es el ‘jarocho universal’.
Por otro lado, el puerto incrementa su población con base en una migración del interior del país. En su mayoría éstos eran trabajadores de la región del Sotavento, la cual incluyó poblados que bordean la costa del golfo y las tierras medias. Su área de atracción incluyó del sureste del puerto hasta llegar a parte de la región de Los Tuxtlas, pues de ahí en adelante la población ambulante se concentraba en el emergente puerto de Coatzacoalcos que brilló tras el descubrimiento de yacimientos petroleros en el sur del Estado. Repentinamente, en los últimos años del siglo XIX Veracruz se tornó atractiva para los contingentes que deseaban abandonar las faenas del campo y pretendían integrarse a labores obreras o de servicios.
Veracruz fue una puerta adornada con unos desvencijados cuartos de madera, característica que la definió como ‘la ciudad de tablas’. Por ella salieron innumerables cantidades de plata, cobre, tabaco, harina, maíz, legumbres secas, jabón y loza. Asimismo llegaron diversas importaciones como cera, palo de tinte, sal, henequén, cacao y trigo, pero ninguna de estas riquezas la benefició significativamente. Con la construcción de la muralla que protegía al núcleo urbano, tal territorio se delimitó y permaneció sin alteraciones por muchos años más. En la segunda parte del siglo comenzó a crecer la afluencia poblacional hacia el Puerto y éste mismo comenzó a desbordarse. Se formaron diversos asentamientos extramuros y así surgen dos territorios: uno, el del interior, de herencia colonial y casco de los hombres de mayor nivel económico; y el otro, el de los de afuera, representantes de los grupos populares y con sus patios de vecindad por bastión.
El “crecimiento de la población, que se multiplicó por cinco entre 1877 y 1910 fue fruto de las poblaciones colocadas sobre la llanura costera”[Nota al final]. Ciudades como Alvarado, Tlacotalpan o lugares como Medellín y Soledad de Doblado ofrecieron al puerto una gran cantidad de gente que se colocó en toda la escala de ocupaciones. En el último tercio del siglo XIX se llevó a cabo un crecimiento desordenado extramuros sin acceso a los escasos servicios del viejo casco español. El centro, y en especial las avenidas Independencia y Cinco de Mayo se convirtieron en la fortaleza del Veracruz romántico que muchos añoran por su elegancia y que precisamente se consolidan a partir de los años treinta. Pero también en los terrenos ganados al océano, en el norte, fue donde empezaron a levantarse edificios públicos que le dieron una nueva apariencia al puerto. Francisco del Paso y Troncoso, al referirse a la ciudad que emerge al despuntar del siglo XX menciona:
“Su recinto ya no es de murallas, sino de rieles y estaciones, el movimiento marítimo se hace principalmente por buques de vapor, y el terrestre por vías ferradas; en las fábricas del poblado ya no se veían ruinas (…) En los atrios de los templos han construido casas; los conventos hoy son establecimientos industriales, mercantiles, bibliotecas (…) Tiempo extraño, nuevo.”[Nota al final]
Ya bien entrado el Porfiriato el país necesitó un puerto de altura para sus intercambios mercantiles con Europa y Estados Unidos, por lo que en la última década del XIX se hizo una fuerte inversión para la creación de un puerto funcional que compitiese con los mejores del mundo. La compañía inglesa Pearson & Son dragó la bahía, creó rompeolas, amplió la rada, le ganó terrenos al mar, construyó nuevos y mejores muelles, conformaron un sistema de descarga y almacén de mercancías y edificaron dos impresionantes malecones. Con estos beneficios, Veracruz atrajo numerosos trabajadores para la construcción y servicios. La economía se reactivó y poco a poco la vida comercial, en todos los niveles, alcanzó un éxito inusitado. El paso estaba dado, Veracruz se integró al mercado internacional y una nueva época estaba por inaugurarse, pues con la llegada del ferrocarril el puerto comunicaba a todo el país con el mundo entero. Bernardo García Díaz reconoce la trascendencia que el ‘caballo de acero’ tuvo para una población que siempre había vivido de cara al mar de la siguiente manera:
“Aparte de los viajes que hicieron por motivos de negocios, trabajo, cuestiones familiares o estudios, los veracruzanos comenzaron a movilizarse solos o en grupo a fin de conocer el país (…) También abordaron el tren para acompañar a sus equipos deportivos. Célebres eran las excursiones de los aficionados y fanáticos del club de béisbol Águila de Veracruz, no sólo por el número de viajeros sino por el ruido que hacían, pues acostumbraban subir al tren una danzonera para amenizar el viaje.”[Nota al final]
Con esta infraestructura sólida no tardaron en llegar el agua entubada, la energía eléctrica, el teléfono, el telégrafo, el tranvía eléctrico, el cinematógrafo, el empedrado de las arterias principales y la introducción de drenaje; todo ello en el ocaso del régimen porfirista. Dicha transformación evidentemente repercutió en todos los sectores. En las costas no sólo se recibieron mercancías, también influencias culturales por las oleadas migrantes que dieron a la ‘babel de las indias’ ese carácter cosmopolita de que aún dicen goza. Entre los desembarcados destacaron cubanos, españoles, yanquis, alemanes, italianos, orientales y franceses que mediante su actuar cotidiano marcaron seriamente a un pueblo abierto a las influencias externas. De un viejo fondeadero derruido y pernicioso, Veracruz se convirtió en el centro mercantil más destacado de la época al cual la educación, las campañas higienistas, la conformación de un proletariado, la diversificación de una cultura del ocio y la mentalidad progresista dieron un carácter urbano acorde con la dinámica capitalista imperante a lo largo y ancho del orbe internacional.
De 1920 a mediados de la cuarta década la ciudad se expande y las relaciones sociales se complejizan por la diversidad de necesidades que la modernización lleva consigo. En la esfera laboral y comercial la ciudad no sólo se sirve de cargadores, carretilleros, labradores, albañiles, pescadores, aguadores, carniceros, sastres, peluqueros, carpinteros o herreros; ahora un vasto abanico de ocupaciones se multiplica como profesores, ingenieros, médicos, electricistas, abogados, artistas, empresarios o deportistas. A ellos se agrega otro contingente de vendedores ambulantes que ofertan sus productos con pregones. Las viejas accesorias se convierten en farmacias y droguerías, ferreterías, mercerías, casas de venta de materiales para la construcción, mueblerías, librerías y papelerías, zapaterías, almacenes de sombreros y funerarias. Los teatros se vuelven salas de exhibición cinematográfica y auditorios de transmisión radiofónica, los terrenos baldíos y médanos sirven para la formación de nuevas colonias o se alzan como estadios y canchas de béisbol o fútbol. También aparecen establecimientos especializados en aparatos electrónicos (radiolas, fonógrafos, cámaras fotográficas y teléfonos), joyerías, agencias de automóviles y lujosas tiendas de tipo departamental. Sobre los comercios de las principales arterias de la ciudad los profesionistas ofrecen sus servicios en despachos de abogados o contables y consultorios médicos.
Los años treinta, el desencanto tras la crisis económica mundial.
En el contexto occidental, el poeta W.H. Auden llamó a los años treinta “una década baja y deshonesta.” Quedó marcada por niveles récord de desempleo y por una lenta marcha a otra guerra fulminante. El crack del 29 tuvo serias repercusiones, muchas de ellas generadas por la especulación nihilista sobre el capitalismo y los sistemas económicos mundiales, la maquinización y la incongruencia de la propia naturaleza humana. Para los jarochos, quienes mantenían el corazón en el Caribe, pero los ojos y oídos en los Estados Unidos, el desencanto con los modelos de vida norteamericanos representó una etapa de introspección y duda sobre los fenómenos mundiales y nacionales.
Como punto de partida, a principios de los treinta la vida económica se desarrolla del centro o casco colonial a la aduana y los puertos, donde cientos de empleados de los patios de vecindad de las zonas suburbanas acuden a ganarse algunos centavos. La ciudad que inicia la segunda década del XX está formada por “54 225 almas mexicocaribeñas, que con esfuerzo duplicaron su número hacia 1950.”[Nota al final] Económicamente ésta fue una etapa difícil,
“Años duros, con el empleo escaso y poca actividad económica para gran parte de la población. La Primera Guerra Mundial tuvo consecuencias negativas al provocar un descenso en la navegación de altura. Los problemas no terminaron con el fin del conflicto, puesto que, desde los años veinte, una parte de las impresionantes obras heredadas del Porfiriato comenzó a vivir un proceso de envejecimiento y a ser rebasada por un aumento en el volumen del tráfico de mercancías.”[Nota al final]
El puerto es insuficiente a la demanda comercial, los muelles se encuentran en ruinas y hay pocas bodegas. Esta situación se agrava con la Segunda Guerra Mundial, pues también disminuye la navegación de altura. Los veinte años que van del término de la Revolución hasta casi el desenlace de la guerra es de franca crisis para un pueblo que basa su economía en la actividad comercial de su puerto. Este es considerado un momento de transición por los mismos actores sociales, es la “época de los automóviles, los aeroplanos, de los ‘metros’, de los autobuses, las farolas, las reguladoras del tráfico [semáforos], la prisa, los cocktails.”[Nota al final] Hay un éxodo creciente del campo a la ciudad a pesar de los grandes progresos con los que se ha mejorado la vida. La gente de campo lo hace por simple gozo, los representantes de las clases educadas van de la ciudad al campo. La moda es salir a tomar el aire libre y alejarse del tedio de la ciudad. Debido a la industrialización y al aumento de la producción, el tiempo de ocio también se ha incrementado. El hombre se ha convertido progresivamente en espectador y cada vez se ocupa más de los juegos mentales. “La máquina presenta como la figura simbólica de Jano, un doble rostro, faz alegre y sonriente que ha llevado la cultura y la civilización. Lado cruel y amenazador que arranca al hombre de su curso normal y plácido de la vida y les arrebata el pan y el trabajo.”[Nota al final] Junto a la maravilla de los procesos industrializadores y fábricas que producen alimentos y manufacturas, donde se trabaja bajo mecanismos ‘modernos’ como cerveceras, cartoneras, empresas de hielo y refrigeración, así como fábricas de puros y de chocolate, nace un temor a la suplantación robótica.
Ante la fascinación de nuevos inventos y descubrimientos científicos se opuso aquella visión gris del presente donde el actor social no fija su atención en los procesos históricos que han llevado a ser su realidad tal y como es. Hay un reconocimiento sobre el ritmo cambiante de las cosas, por lo que en aquellos años todo tipo de artefacto, relación o producto dan la sensación de siempre ser nuevos, diferentes. Algunas para bien, otras para mal; incluso los sentimientos y actitudes pueden encapsularse, porque “industrializadas por el cinematógrafo las pasiones humanas han perdido toda importancia en esta hora. El hombre ideal habría de empezar por no ser hombre, de ahí sin duda, el éxito de los muertos (...) Los muertos son así los seres más queridos de este mundo.”[Nota al final] Esto de acuerdo con la visión caótica de un cronista de El Dictamen en aquella década.
El resquebrajamiento de la ética porfirista heredada dejó ver una severa crisis en los comportamientos sociales. En base a la hemerografía consultada, el egoísmo es el factor decisivo en cuanto a los conflictos políticos y económicos a nivel internacional, nacional, estatal y municipal. Si a ello se le suma la realidad cada vez más enmarañada por el tráfico, la contaminación (de todo tipo: ambiental, visual, auditiva, etc.), la creciente inseguridad, la recesión económica, la falta de empleo o los enfrentamientos armados, el resultado es una ‘histeria’ permanente, reconocido así por los sujetos del periodo.
Progreso infraestructural y desarrollo económico.
De acuerdo con lo estudiado por Leonardo Pasquel y Bernardo García, el Veracruz modernizado se evidenció con la transformación de la traza urbana: pavimentación y alumbrado de calles, finalización del bello boulevard, progresivo desuso del tranvía y mayor tránsito automotriz, embellecimiento de parques y paseos, construcción de casas particulares de concreto con estilos vanguardistas como el art déco, edificación de inmuebles oficiales, hospitales y escuelas. El programa de “Progreso Marítimo” encabezado por el presidente Ruiz Cortines favoreció el fortalecimiento de toda la rada con nuevos rompeolas y la zona de muelles se reacondicionó con nuevas bodegas y un tendido ferroviario a ellas. La visible urbanización del puerto sin duda debió impactar de forma considerable en la percepción del jarocho sobre su espacio y tiempo. La conciencia general de los actores refleja la transformación de Veracruz en una ‘megalópolis cosmopolita’, una ciudad bella, limpia, industrial y sobre todo funcional.
Bajo este halo de renacimiento urbanístico dado por la modernización del viejo puerto, se fortalece una cultura de ocio hermanada con la recreación, el descanso, los espectáculos y los medios de comunicación masiva. Esa invención de Veracruz como centro turístico fomentó el culto al cuerpo por medio del deporte y las actividades al aire libre. Los héroes cotidianos fueron beisbolistas, boxeadores, futbolistas o clavadistas admirados en estadios, arenas y balnearios. Sobre todo éstos últimos cobraron vital importancia para la industria turística, pues las playas sirvieron como el más importante atractivo para los paseantes: bañarse y tomar el sol además de divertido es saludable. En los primeros años de los 20’s se comienza a crear una cultura higienista heredada del siglo XIX en Estados Unidos y Europa. Con la abolición de la fiebre amarilla y la peste bubónica, el saneamiento tanto de esteros como de arenales, y el gradual ‘reacomodo’ urbano se propició al interior de la ciudad un clima más ligero y una apariencia menos hostil.
Al tener como base de la existencia la salud y el cuidado continuo del cuerpo se generaliza la utilización de productos medicinales y fortificantes para prolongar la vida. Bajo el aparente gusto por cultivar la salud se encuentra el interés por disfrutar de los placeres de la vida. Con las garantías constitucionales de 1917 para los trabajadores, la reducción de jornadas y mejoras salariales, el tiempo destinado al descanso y la recreación aparece inevitablemente, espacio habitado por la música, el baile, el deporte, el cotorreo.
La máxima expresión de las industrias culturales destinadas al turismo en este periodo de ‘reinvención’ la constituye el carnaval. A partir de 1925 se inaugura el nacimiento del carnaval moderno, pues en el siglo XIX ya se celebraba una especie de fiesta de máscaras de este tipo. A mi parecer, la trascendencia de esta festividad posee dos grandes ramificaciones: una refiere a la institucionalización de un tiempo donde se pueden expiar todos los males sufridos por parte de las distintas colectividades sociales y culturales, donde, como en las letras de Agustín Lara, se puede pasar súbitamente de la desolación al júbilo. La otra simboliza la atracción de un público nacional de potenciales consumidores de los artículos jarochos: bebidas, pulseras y collares de conchas, bullicio, tropicalismo. De paso, la afluencia de turistas cohesiona a gran parte de los grupos locales bajo la representación de lo jarocho para vender una actitud que en las carnestolendas llega a su apogeo.
Entonces, el periodo de 1940 a 1958 fue trascendental para la transformación industrial que Veracruz necesitaba y con la cual se encumbró, una vez más, como uno de los puntos centrales en provincia; sobre todo después de la dura etapa de los años treinta. Además, “significó gran alivio para la población veracruzana, prisionera de tiempos difíciles, la renovación del puerto, puesto que a mediados de siglo, éste y la ciudad eran una sola cosa” [Nota al final], según García Díaz. Después de cuatro siglos el núcleo poblacional se puede desdoblar en un ámbito mayor lleno de diversas actividades. Aunque para tales fechas el principal eje laboral lo siguen constituyendo las labores en los muelles, seguido del de las instalaciones ferroviarias, el comercio, los servicios y los espectáculos se apropian de un territorio antes vedado.
En su conjunto, las grandes orquestas, las bandas de jazz, los medios masivos y los cientos de desembarcados (nacionales o extranjeros) manifiestan un carácter cosmopolita de que los porteños siempre se han jactado, referente asimilado así por sus habitantes, supuestamente siempre abiertos y dispuestos al bullicio. Veracruz ha sido considerada como una ‘babel’ por los cientos de transeúntes; no obstante la ‘babel’ es más simbolismo que realidad. Diversos idiomas culturales se hablan y practican al unísono en una hibridación arbitraria que en ocasiones incorpora elementos ajenos y a veces los repliega y rechaza. Infraestructuralmente el puerto se moderniza a partir del periodo avilacamachista, conociendo un verdadero auge de 1946 a 1958. La transformación material es evidente, sin embargo, los cambios ideológicos, culturales, rutinarios y de mentalidad permanecen en el ámbito de lo doméstico, moviéndose lentamente.
Para concluir, independientemente de que la utilización de la tecnología haya cambiado o no las formas de relación y los comportamientos, la creencia en la retórica mercadológica indujo la modificación de distintas percepciones. Quizás Veracruz carecía de infraestructura adecuada, el sistema público era obsoleto y muchos comportamientos al interior de la sociedad eran de tipo tradicional, pero observar un Ford pasearse entre las calles empedradas, escuchar la Serie Mundial de béisbol a través de un General Electric en la refresquería de la esquina o asistir a una función de cine con ‘sonido sincronizado’ daba la impresión de estar en una urbe moderna. En este sentido, es fundamental resaltar la manera en que los discursos comerciales transformaron el ideario colectivo, muchos de ellos propagados por los medios comunes como el periódico y otros tantos por cine y radio.
A través de sus prácticas éstos crean y reproducen las normas con un espacio de acción libre de las ‘fuerzas estructurales’ de la industria y el Estado. Sin embargo no se pueden apartar de su contexto concreto y como colectividad, los porteños asumieron ciertos comportamientos, entendieron al mundo y se percibieron en él de una manera muy específica y no de otra. Esta historia no ha tenido el interés de privilegiar la exégesis de una masa inerte de datos sobre algunos rasgos que matizaron una época, sino de mostrar algunas piezas participantes en la formación de una “personalidad colectiva”. A los hombres y mujeres que a partir de un mecanismo activador de su imaginación y sus experiencias compartidas reconocen sus contradicciones culturales en tiempo y espacio con distintas presiones a nivel económico, institucional, cultural, histórico y de la vida diaria.
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