Carlos González Guzmán
I
Arturo me había
visto fumando en pipa. Aunque no la llevaba a la Facultad me gustaba fumarla de
vez en cuando. Fumaba cuando escuchaba música o estudiaba o solamente leía;
después de cenar sobre todo si era una noche fría o con lluvia. Estas dos
últimas situaciones eran cotidianas la mayor parte del año en Orizaba.
En aquel tiempo
leía a Kafka, Dostoievski, Hesse, Sartre, Papini… lo que tuviera a la mano que
llamara mi atención. Y tal vez por este tipo de lecturas, por verme fumando con
la pipa, porque sabía de mi afición a la lectura, Arturo me comentó una noche,
durante la cena, que estaban por poner una obra de Ionesco. Me dijo que como a
mí me gustaba leer y era el representante de Cultura por parte de la
Universidad Veracruzana, para la Facultad de Ciencias Químicas en Orizaba, me
invitaba a la primera plática que iban a tener con Víctor, su compañero de
clases del quinto año de Ingeniería Química. En aquel entonces yo cursaba el
tercer año.
Víctor había
estudiado actuación en México, pero por alguna razón había dejado la carrera de
actor. Era un cuate alto, moreno, delgado con cuerpo de matador de toros, serio
pero amable.
No lo pensé mucho,
al día siguiente en la tarde fuimos a la pensión donde vivía Víctor, y junto con
otros dos compañeros, que también habían sido invitados se hizo la primera
reunión.
Nos recibió con
mucho entusiasmo: ¡bienvenidos muchachos, que bueno que se animaron! No se
preocupen si no han actuado nunca, vamos a ensayar y ya verán que vamos a triunfar
como actores, decía mientras sonreía y empezaba a explicarnos datos del autor
de la obra, la situación en Europa cuando ésta se escribió en el 59, la
importancia del teatro del absurdo por su reflexión y su crítica. Ese tipo de
ideas entraban fácilmente en mi cabeza, posiblemente por recuerdos de
personajes que había leído como Gregorio Samsa en La Metamorfosis o Roquentin
en La Náusea y me hacían sentir muy a gusto y deseoso de experimentar la
actuación.
Él sería actor y
director de la obra, después de todo tenía más experiencia que nosotros. A
decir verdad no teníamos ninguna.
Al escuchar su
explicación sobre lo que significaba el teatro y en especial esta obra, nos
entusiasmó de inmediato por su contenido y el mensaje que Eugéne Ionesco había
plasmado en el texto sobre el totalitarismo y la masificación. También nos
ilusionó la oportunidad que teníamos de participar en una obra de teatro… ser
actores.
Se me vinieron de
golpe las pláticas de mi mamá sobre un
tío que le gustaba escribir versos, otro que fue torero y qué decir de
la tía que fue reina de la feria del café en Huatusco. El gusto de mi mamá por
cantar tangos y de mi papá por escuchar la radio, la afición de mi hermana
Carmen por la lectura y la música, a mí
por la poesía. Todo eso se me juntó y me sentí casi en un ambiente
natural. Gustoso acepté, agradecido por
la invitación.
A la siguiente
reunión no llegó uno de los muchachos, además había que invitar a dos chicas
más, sin embargo, casi no teníamos compañeras que quisieran actuar, Finalmente
completamos el reparto.
Desde luego
disfrutaba de la pipa al leer el script de
“Rinocerontes” y al repasar mis parlamentos.
Ensayábamos por las
tardes en la pensión donde vivía Víctor. Ésta tenía un jardín muy grande y bien
cuidado en la parte de atrás, lo que nos permitía hablar y movernos a nuestras
anchas sin ser interrumpidos.
A la dueña de la
casa, una señora alta delgada, ya de edad, de cabello ondulado blanco corto y
vestidos negros abotonados hasta el cuello, le gustaba ir al teatro y le
encantaba la música clásica.
Tenía un piano muy
bonito en su sala toda pintada de blanco con sus cortinas blancas como de seda
y un piso brillante como si estuviera recién colocado.
En un mueble
apropiado para ello, muchos discos de 78 y 33 revoluciones bien enfundados y
ordenados: Chopin, Beethoven, List, Mozart y Bach entre otros. Las paredes
lucían a Rembrandt, Toulouse Lautrec, Monet, Renoir. En el centro de esta amplia estancia, una
gran lámpara de araña. La alfombra roja con dibujos arabescos en gris y
negro amortiguaba sin querer las pisadas
de los extraños.
Entrar en aquel
lugar era un viaje a las pláticas de otros tiempos, otros sonidos, otro estilo
de muebles.
II
Primero Víctor hizo
un resumen de la obra, luego nos entregó copias del guion y pidió que leyéramos
el texto en forma detallada y analítica, nos explicó cada personaje, después
asignó a cada quien según el físico y género el personaje.
Empezamos por leer
en voz alta los parlamentos, pero como no había mucho tiempo, entre exámenes y
clases íbamos a ensayar. Primero dos tardes por semana, después tuvimos que ir
sábados y domingos en la mañana y en la tarde, hasta que ya cerca de la fecha
programada para la representación nos prestaron el Teatro Llave para unos
ensayos finales, todos con el vestuario adecuado para la obra y la escenografía
que el propio director había construido con algunos carpinteros y dibujantes.
Víctor se veía muy
bien, llevaba el personaje principal: un joven sencillo a quien casi nadie
valora, criticado por su afición a la bebida, pero que es el único que no sufre
la transformación a rinoceronte como toda la gente del pueblo francés donde se
desarrolla la trama.
Hicimos nuestro
debut un viernes a las 7 de la noche. El teatro estaba lleno, una semana antes,
en una tarde de domingo habíamos pegado anuncios de papel de china en las
ventanas de la cafetería de la Facultad, así que compañeros y maestros al
llegar el lunes se encontraron con los cristales de la cafetería plagados de
anuncios en colores naranja, blanco y verde con letras negras que resaltaban el
nombre de la obra, el autor, los actores, la fecha, hora, lugar y la entrada gratuita.
Estábamos contentos
y nerviosos, nadie sabía que íbamos a representar esa obra, fue una sorpresa.
Los compañeros me preguntaban que de qué se trataba, que a qué hora había
ensayado, que quién era Ionesco, etc., me sentía todo un artista.
Representé al
tendero, el hombre que al principio de la obra sale de su tienda a la calle
gritando “Rinocerontes, rinocerontes, vienen muchos rinocerontes…! Allá, allá
miren todos… por allá vienen los rinocerontes…!
Ese día llevaba mi
pipa en la bolsa izquierda del chaleco con el que salí como el tendero.
Recuerdo que cuando
me vio Víctor unos minutos antes de la tercera llamada me dijo: está bien el
chaleco pareces un tendero español en una calle francesa, ¡bien! y se sonrió.
Posiblemente por su gusto por los toros le había gustado el detalle del chaleco.
En realidad el
chaleco era de mi hermano Diego, él los usaba desde la Secundaria, tal vez por
influencia de Robert Stack en una serie de televisión llamada “Los Intocables”.
En Huatusco se hizo famoso entre sus cuates por ser el único que usaba ese tipo
de prendas sin saco ni corbata.
La obra salió muy
bien, al final nos aplaudieron mucho.
Los compañeros de
mi salón salieron contentos y muy entusiasmados, nos felicitaron, y me parece
que de ahí salió la inspiración para otra obra de teatro de corte ecológico que
se llamó “Ocaso Púrpura” escrita y actuada por los propios compañeros del salón
de clase; Emilio Escobar, Ramón Pérez, Guadalupe Perera Escamilla, Víctor
Manuel Mejía Cobos, Pepe Sosa, Jorge Gámez, Carmen García, Panchito Aguilar y
Ricardo Quintero Mármol. La música fue seleccionada por Emilio. Iniciaba con
una melodía de un LP de 33 revoluciones que le había prestado, me parece que se
llamaba “Réquiem por las masas” Aunque no actué, casi al final los dirigí, ya
que era el único del grupo que tenía la “experiencia” de la actuación, me
sentía feliz dirigiendo algunas escenas mientras fumaba mi pipa.
III
La representación
de esta obra se hizo al año siguiente en el mismo Teatro Llave, en donde
habíamos programado también películas de Chaplin como parte del programa
cultural de la Universidad Veracruzana en Orizaba. Desde luego la pipa y el
aroma a maple me acompañaron también.
Me doy cuenta que a
lo largo de mi vida había tenido periodos largos haciéndola a un lado, pero
cuando me reencontraba con ella la volvía a disfrutar.
Hace como un año
Yola, mi esposa, me acompañó a comprar tabaco maple aquí en Cuernavaca, donde
vivimos actualmente, ahora la bolsita es diferente y trae el mensaje de que
fumar te daña la salud, todavía la fumé algunas veces. Actualmente
prácticamente ya no fumo.
La pipa ha
perdurado conmigo muchos años, desde estudiante. Aunque primero fueron los
cigarros; Fiesta, Raleigh, Delicados y Marlboro, después el puro en los toros,
pero en general nunca dejé mi pipa.
En los próximos días
se la regalaré a mi hija Anita con mucho cariño.
Chamilpa, Mor.,
diciembre 2016