Lo que la historia no cuenta…
Por Dante Octavio Hernández Guzmán
Nuestro personaje nació en Guayaquil, Ecuador, el 1 de mayo de 1783, el mismo año en que nacieran dos hombres de América: Simón Bolívar y Agustín de Iturbide, siendo su pensar del primero admirador y del segundo detractor. Los años de su infancia los pasó en su natal Guayaquil y posteriormente en su juventud pasó a Francia para realizar sus estudios superiores en el colegio de Sant Germain, situado a un poco más de cinco kilómetros de París; en Sant Germain era conocido entre sus compañeros como El Americano, ya que constantemente hablaba de los sueños libertarios de los pueblos de América; según Andrés Henestrosa: “Rocafuerte vivía entregado al estudio, firme en la idea de que no se puede servir a los pueblos si se desconoce su historia, si se ignora la historia de los pueblos. La lucha por la independencia de América estaba vecina; en todo estaba manifiesta, aún imprecisa, todavía sueños y aspiraciones, pero punzante y cotidiana. No de otra cosa hablaba Rocafuerte con amigos que de la libertad de América. En otra cosa no soñaba. Nada que no fuera eso le quitaba el sueño…”. Era tal su idealismo que decía que quería ser un verdadero americano para servir a toda América. Cuando Rocafuerte abandona Francia, recorre Inglaterra, Suecia, Noruega, Finlandia y Rusia haciendo anotaciones de sus observaciones y guardando en su privilegiada memoria las formas de vida de los pueblos visitados, su evolución, su bienestar, su desarrollo cultural, su civilización y sociedad, con la intención de reproducir más adelante las formas en un gobierno de Ecuador encabezado por él; gobernar a su patria, era su sueño y su pasión, pero sus sueños se equilibran con su racionalidad, ya que acumula experiencias para el futuro. Después de convivir y tratar con los mejores intelectuales de su tiempo en las Cortes de Cádiz, regresa a Guayaquil en 1807, es joven aún ya que cuenta con 24 años. En 1812 sale electo para diputado en las Cortes de España, lo que no logra ejercer debido a que sus ideales libertarios han llegado a la Madre Patria y existe una orden de aprehensión en su contra, por lo que de inmediato a días de haber llegado a España sale rumbo a Francia para poder regresar a la América que tanto desea él verla libre.
Para 1819 lo encontramos en Estados Unidos, en esa época el único país libre de América, donde se refugian todos lo disidentes, idealistas, libertarios y proclives a una América Libre. Entre 1819 y 1824 se le ve inquieto y viviendo con una rapidez inusitada; tan pronto está en Philadelphia, como a pocos días se sabe de él en la Habana, son días de gran agitación intelectual y Rocafuerte no está eximido de ella. Por fin, en 1824 viaja a México y pronto se siente como un mexicano más; tanto ha oído hablar de México que aún antes de vivir en él siente un inmenso cariño por esta patria que al paso de los días la considera su segundo hogar, no puede quedarse fuera de las corrientes ideológicas de la reciente nación y como americano toma una postura que le dicta su deseo libertario y de reformista, por lo que pronto se deja leer en opúsculos, panfletos, libros y periódicos de publicación en la Ciudad de México, muchas veces como ocurre con la mayoría de los escritores (Fernández de Lizardi, Juan José Fernández de Lara, etc.) usando seudónimo principalmente en los panfletos, esto debido a dos motivos: el primero la forma de enmascarar la escritura y proteger al escritor de la reacción del gobierno y la segunda por ser extranjero. Haciendo un paréntesis, ya que Rocafuerte fue un panfletista muy agudo y racional, podemos decir con relación al panfletismo: “Los panfletistas están situados en un segmento intermedio entre el pueblo y los notables”. Pertenecen a lo que Lorenzo de Zavala, un político de la época muy vinculado a ellos – “organizador de la canalla” le llamó Lucas Alamán – identificó como “la baja democracia”, o sea, un segmento que presiona por “establecer la igualdad absoluta, a pesar de las diferencias de civilización”.1 Los políticos notables, como José María Luis Mora, Miguel Ramos Arizpe, José María Bocanegra, Francisco Molinos del Campo, Lucas Alamán y otros, desprecian a los escritores vulgares y no se apoyan entre ellos para orientar las fuerzas sociales en su favor. En cambio, los caudillos como Guadalupe Victoria, Vicente Guerrero, Antonio López de Santa Anna, Nicolás Bravo o José María Lobato, y algún político radical, como Lorenzo de Zavala o José María Tornel, sí los usan para aglutinar grupos populares de presión política. Sin embargo, las clases humildes no se dejan asimilar plenamente por los panfletistas porque éstos les resultan muy sofisticados cultural y políticamente. Además, los panfletistas, como buenos ilustrados y hombres de “espíritu moderno”, critican los usos y costumbres populares, la superstición, el fanatismo y la ignorancia de la “leperuza”.
Aunque entre 1821 y 1829 se empieza a vislumbrar la idea del “espacio público”2 donde empiezan a incidir las ideas de los diferentes grupos político-sociales, se va tratando de ingresar en el pensamiento del pueblo bajo donde no se había tratado de actuar, por ello, son los panfletistas los primeros que actúan y bajan sus publicaciones a ellos, a pesar de que no son considerados de ningún grupo y usados por los que quieren incidir en las clases populares. Así el panfletista está colocado al margen de todos los mundos y es rechazado por todos los grupos. Su localización cultural y política corresponde a esas “clases peligrosas”, cuya emergencia, como señala Torcuato S. Di Tella, se da en el momento de la articulación de las nuevas elites nacionales3. Pero aún dentro de ese amplio sector de las “clases peligrosas” que se resiste a la recomposición oligárquica de la Independencia, el panfletista se constituye como un sujeto marginal. Los caudillos lo rechazan por su informalidad e indisciplina y por la volubilidad de sus lealtades políticas.
Los letrados por su amorfa cultura; los notables por su indecencia y su entendimiento con el vulgo; los curas por su laicismo; y el pueblo por sus frases heréticas, su instrucción media y la inutilidad de su oficio. Esta difícil postura intermedia lo hace víctima de una marginación múltiple pero le reserva una condición única e insustituible que asegura su funcionalidad. Los nuevos mecanismos de opinión pública y de sociabilidad política que se forman a partir de 1822 requieren de este personaje funcional.
Al aplicarse en México el Reglamento sobre la libertad de imprenta, redactado por las Cortes de Cádiz, los periódicos, concentrados en la información sobre temas políticos, científicos y culturales, y fundamentalmente en la crónica de los debates parlamentarios del Congreso Federal, no podían transmitir el estado de la opinión popular sobre esos temas. Tampoco podían, en tanto órganos oficiales de ciertas alianzas oligárquicas, exponer libremente las intrigas palaciegas, los celos entre caudillos y los escándalos políticos. De ahí que el panfleto apareciera como un medio de traducción al lenguaje popular de los proyectos políticos que se confrontaban al nivel de las élites liberales y conservadoras, yorkinas y escocesas, republicanas y monarquistas, iturbidistas y borbonistas, federales y unitarias.
Volviendo a Rocafuerte, dada la diversidad de seudónimos usados, aún existe cierta confusión y polémica en los escritos que se le atribuyen, pero dada la forma de escritura y sus tendencias libertarias, podemos asegurar la aceptación de la mayoría de los escritos a él atribuidos.
Él se justifica en el prólogo que escribe para Atala: “Puede algún lector vituperarme al guardar el anónimo, y atribuir a sentimiento poco decoroso el silencio de mi nombre. Si por un instante reflexiona que tengo en la capital de México parientes, amigos relacionados, y compañeros a quienes podía perjudicar mi nombre, no sólo excusará, sino aprobará la justicia que me asiste, conociendo que cumplo con los deberes que la amistad exige de la verdadera delicadeza”4.
Mientras México se agita, las turbulencias provocadas por la traición de Iturbide a la Independencia y su consecuente destierro, hacen que los grupos y facciones, las logias, los progresistas y los acomodaticios luchen por el control y el poder de la incipiente nación. Por un lado están los que desean continuar con los ideales de una nación independiente, progresista, y por otro, los que desean por intereses propios seguir unidos a la maternidad de España, dando principio a lo que sería una división que duraría hasta los años setenta del siglo decimonono: liberales y conservadores. Incluso los mismos héroes de la Independencia buscando sus propios beneficios, se dividen y se encuentran en bandos contrarios, traiciones y crímenes se gestan en nombre de la patria. Entre esta vorágine de intereses, Rocafuerte toma el bando de los republicanos, de los verdaderos héroes, de aquellos antiguos insurgentes que siguen creyendo en los principios de la Constitución de Apatzingán, de los sacrificios de Morelos, Hidalgo, Allende, Matamoros, el cura Tapia y otros tantos; en su agitada vida mexicana, hace lo que sabe y bien, escribe con asiduidad y diversidad, con un solo objetivo: defender la causa de la revolución en México. Dice Andrés Henestrosa: “No cesa de escribir. Todo lo que considera que afirma la independencia, la asegura, la promueve va saliendo de su pluma, nunca ociosa. Se enfrenta a Lucas Alamán, el más acérrimo y brillante enemigo de aquella causa: da y recibe golpes; da, pero no pide cuartel. De todas las banderías recibe ataques, ya claros, ya velados; hasta en sus propias filas encuentra discrepancias, diferencias, manifestaciones de malos entendidos, que él sabe contestar y poner en su sitio.”. Dentro de todo este maremagnum escribe su libro más famoso: “Bosquejo Ligerísimo de la Revolución de Méjico, desde el Grito de Iguala hasta la proclamación imperial de Iturbide”.
En 1822 es enviado por los republicanos de México –acota Neftalí Zúñiga- en cumplimiento de una misión diplomática ante el gobierno de Washington, y como menciona en sus notas biográficas escritas en Lima en 1844, en franca oposición a Iturbide 5.
Cuando llegó a México en febrero de 1824, fue nombrado por Guadalupe Victoria Secretario de la Legación que partía a Londres, ciudad donde radicó hasta 1830; en el inter fue encargado de Negocios en ausencia de José María Michelena, y con el veracruzano Sebastián Camacho regresa a ser Secretario, hasta que entrega la Legación a Manuel Eduardo de Gorostiza en 1829, después de una espera de meses debido a que a quien debía entregar era al recién nombrado Cónsul de México don Francisco de Borja Migoni, pero debido a la negativa de éste de llevar los negocios de México, Rocafuerte tuvo que mantenerse en la Legación. No deja de viajar a América por diversas situaciones, tanto de Estado como particulares; tuvo muchos aciertos en su encomienda y un gran error, el haber abusado de su puesto y amistad con el Presidente Victoria y efectuar un préstamo a Colombia por trescientos mil pesos plata, dinero que proporcionó por medio del Ministro de Colombia en Londres don José Hurtado y creándose un conflicto con el Presidente Victoria que si bien no le ocasionó menoscabo en su amistad personal si fue un problema de gobierno6.
En 1833 regresó a su patria Ecuador; fue diputado, jefe supremo en rebeldía contra el primer presidente de Ecuador general Juan José Flores y presidente de la república de 1835 a 1839, muriendo en su ciudad natal el 16 de mayo de 1847.
A Vicente Rocafuerte y Bejarano, México lo consideró un preclaro hijo adoptivo, por su defensa de los principios independentistas y su actitud de servicio republicano sin tacha.
En su epitafio, está escrita una quinteta atribuida al poeta Joaquín de Olmedo que reza:
Tus reliquias, Vicente Rocafuerte,
Aquí guardó la muerte;
Pero queda tu nombre para gloria
Del pueblo ecuatoriano, y para ejemplo
De cívicas virtudes tu memoria.
1.- Lira, Andrés, Espejos de discordias. Lorenzo Zavala, José María Luis Mora, México, SEP, 1984: p. 19; Zavala, Lorenzo de, Ensayo crítico de las revoluciones de México, México, Editorial Porrúa, 1969:p. 405.
2.- La noción de “espacio público” fue ideada por Jürgen Habermas a principios de los años sesenta del siglo XX. Por ella, se entiende un territorio de la sociedad civil donde aparecen y se enfrentan opiniones que no son sólo políticas, sino morales, estéticas, raciales, místicas, económicas, etc. Ver: El cambio estructural de lo público, Habermas, Jürgen, 1987: pp. 63-67.
3.- Di Tella, Torcuato S. Política nacional y popular en México 1820-1847, México, FCE, 1994.
4.- Andrés Henestrosa en: Rocafuerte: Un verdadero Americano. En: Un Verdadero Americano: Dos estudios sobre Vicente Rocafuerte.- Editor Miguel Ángel Porrúa. México, 1998.
5.- Expresa Rocafuerte su sentir y habla de las sociedades masónicas de México: yorkinas y escocesas, antes de que ellas se formaran. Las divisiones estaban por la pugna al poder entre corrientes emanadas de la firma de la Independencia de México, ver: Ensayo Histórico de la Revoluciones de México, dese 1808 hasta 1830, Lorenzo de Zavala, 3ª. Edición, Oficina Impresora de Hacienda, Departamento Editorial, T. I, p. 256. México, Facsimilar: México, ICH/FCE, 1985.
6.- Joaquín Ramírez Cabañas.- El Empréstito de México a Colombia.- Recopilación de documentos.- Publicaciones de la Secretaría de Relaciones Exteriores, México 1930.- Archivo Histórico Diplomático de México.
Para saber más, ver: Bosquejo ligerísimo de la Revolución de Méjico, desde el Grito de Iguala hasta la proclamación imperial de Iturbide, su autor Vicente Rocafuerte un verdadero americano, con prólogo de Horacio Labastida Muñoz, Edición de Luz María y Miguel Ángel Porrúa, México, 1984.