Por Ariel López Álvarez
| En la fotografía se aprecia una joven de tez morena que toca un violín, vestida de negro y suéter verde oscuro; calzando anchos zapatos brunos, con suela gruesa y opaca; su rostro, de bellos rasgos, apenas se advierten por el fleco rojo que deja caer hasta sus mejillas. Atrás, un señor entrado en años viste de poliéster en colores claros, y se posa en cuclillas para picar el pavimento a marro y cincel. Ella, bajo la sombra de un árbol de una amplia banqueta, y él, a menos de diez metros de distancia, se halla más iluminado por el sol de la ciudad de México. |
Primera parte
Ambos compartían el espacio para una foto. Ellos en el prisma de nosotros: el que de manera brillante grabó el instante y después, yo, el truhán que no ha dejado de incomodarse por la inteligencia del fotógrafo urbano. Creo que el artista es aquél que tiene capacidad de sorprender o incomodarnos.
−¡¡Es que no entiendes de arte fotográfico, Ariel!! ¿Acaso no has visto las hermosas fotos de niños negros en posición fetal que, andrajosos, tirados a suelo raso, son asiento de decenas de moscas posadas en sus carnes, en aquellos cueros que dejan contar el número de costillas? ¿No te parece que son bien merecidos los premios a la recreación de la tragedia? Ahí tienes a Sófocles en sus ironías trágicas de otros, como la de Edipo Rey. Y a Homero, que hace sufrir a Odiseo en su periplo donde llora siempre, porque has de saber que el hombre más valiente imaginado debe aprender a inclinar la cabeza ante los dioses. O qué, ¿no eso quiere decir humus-hombre, es decir, el ser que mira desde el suelo?
−¿Punzas con ironía, tú, Conciencia?, ¿la atenazada? Sábete que el recrear exige sobretodo al que imagina; demanda al que puede proyectar ideas a partir de la contemplación de una escena, y que ahora ha de esforzarse por describir la foto del Concierto Nº 1 para violín y marro, sin importarle adentrarse al infinito mar de subjetividades que el arte provoca.
−Ah, sí, las fotos de los güeros africanos, de los muertos en vida, de los que con su piel pigmentada ya no se sabe si tienen alma humana, de aquellos que con sus ojos desorbitados han muerto antes de morir, de los hueros, de los “sin alma”.
−No, Conciencia, la foto de la joven y el trabajador. Ese contraste de voluntades e intenciones que se advierten en una misma imagen. Mírala, aparecen ellos y las luces en dos planos. Ella, con el serafín candor de una joven que al esforzarse por sacar la belleza de una nota pareciera buscar identidad con otros de singulares vestimentas; y él, que entrado en años viste modestamente formal. Ella, que…
−Te equivocas Ariel, ahí está la hermosa, la de una probable tragedia interna; la que de seguro es un torrente de ilusiones artísticas mancilladas por el instante; y la que al vencer su vergüenza por conseguir unos pesos en la calle no abandona sus delirios y ensueños. Y el otro, pobre, es el que trabaja con la cabeza en otras cosas, lejos de su cincel y más próximo a la congoja. Sí, ella, la de oscuro vestir y esplendentes ilusiones artísticas; y él, el que para la casualidad ha venido vestido de ropas claras.
−¡A que te gano!, Conciencia. A que mi creatividad puede llamar más la atención del lector que tus miserias.
”Conciencia, ¿estás ahí? ¿Eh?
”¡Ah!, te has ido…
Segunda parte
Tanto se ha dicho del arte que poco puedo abonar para que se entienda mejor. Tanto se ha intentado en su nombre que su concepto ha abandonado toda posibilidad de aprehenderlo en definiciones simples. Tal vez el arte…
−Ariel, ¿puedes explicar qué es el arte después de ver algunas esculturas de José Luis Cuevas? ¿Por qué puede ser arte todo lo que el artista crea? ¿En nombre del arte se pueden enmascarar las ausencias de inspiración?
−¡No me interrumpas!, Conciencia...
Me quedé en que tal vez el arte esté ahí, inmanente, pero ahí, y nosotros lo desvelamos; algo así como si estuviéramos bajo un árbol de frutas y nuestra apreciación artística se revelara a cada fruto que pudiéramos bajar. Sin embargo, por desgracia también he llegado a pensar lo contrario, he llegado a pensar a veces que el arte no sería arte sino hasta que se nos ocurriera que es arte, hasta que le encontráramos algo que cautivara nuestros sentidos. Es decir, a veces pienso que el arte “es” y a veces pienso que el arte “se da hasta que nosotros le otorgamos esa existencia subjetiva”. Pongo un ejemplo,…
−¿Y los experimentos de las formas son arte? ¿Por qué hay momentos en que los artistas no se atreven a tirar lo que a su juicio no vale la pena, aun cuando le haya significado tiempo de creación? ¿Cómo saber en cuáles obras los artistas han de haber quedado satisfechos con su trabajo?
−Conciencia, déjame continuar con el ejemplo:
Pudiéramos pasar con frecuencia por un corredor donde nadie percibía belleza alguna en un tornillo sarroso hasta que alguien, al verlo, encontrara algo que le cautivara y, por ello, consideraría que posee un algo que lo hace merecedor de la recreación de pintores o fotógrafos. Surgiría la pregunta, ¿ahí estaría el arte para desvelarse o se le ocurrirá al individuo?
Otro ejemplo: me parece que había un artista al que se le venían en mente cosas como la de colocar una lata abierta y vacía de sopa Campbells en una sala amplia de un museo. Bueno, tal pareciera que ya todo puede ser arte después de atrevimientos como ése, y podría pensarse que tal vez el artista sugería a los espectadores la idea de que nosotros no vivos en este mundo, sino que “nosotros vivos en este arte”. En lo personal me he negado a pensar que todo ha de ser arte, desde lo sublime hasta la agonía, como aquel famoso video de una joven, grabado mientras respiraba con dificultad en los últimos instantes de su vida, y cuya inanición la llevaría inexorablemente a la fosa común.
−Pero toleras la taxidermia. ¿Acaso no es el matar para crear una obra de arte?
−¡Exageras, Conciencia, exageras! No te seguiré el juego cruel.
Lo cierto es que, para apreciarse, el arte necesita del compartirse, o del llegar a un espíritu receptivo para eclosionar. Y si el arte necesita receptor también necesita luz, aunque el receptor es indispensable, y la luz, no. Vidas complejas como la de la pequeña Helen Keller han sido aleccionadoras, ¿verdad, conciencia?
−Ay, Ariel, no me cabe la menor duda: tú no tienes la altura que demandan los problemas de este mundo. Te pierdes en minucias.
¡¡La foto, la foto. No se me debe olvidar describir la foto!!
Tercera parte
−¿No empiezas a dudar de tu texto, Ariel? ¿Por qué no lo rompes como todo bodrio? ¿No quisieras parar, dejar de escribir, apaciguar el ánimo? Uno debe esforzarse por crear, pero también aceptar el fracaso de no llevar a buen puerto la intención, ¿acaso tu interés creativo resulta limitado por mí, ésta tu Conciencia?... Ah, sí, la foto, ampárate en la foto, pues trasegar las razones de la voluntad no interesa a nadie.
La foto es genial, y el más exigente de los críticos por lo menos debe reconocer que el fotógrafo fue oportuno. El genio de mi amigo Luis Juan Zamudio se manifiesta por el solo instante capturado. Luis Juan juntó dos voluntades contrastantes e hizo que se nos figuren respirar al unísono en el grabado de sus vidas. Ambos protagonistas se están ganando el día: la bella, tratando de halagar el oído, y el otro, trabajando sin inmutarse de que su tarea percute de manera involuntaria. Cada uno produce sus propios sonidos. Por supuesto que lo sublime que podía tener la melodía era contaminado por los estruendos. En un santiamén los dos tuvieron un mismo público: mi amigo Zamudio, el que encontró el Concierto N° 1 para violín y marro.
Este es un buen ejemplo de que el buen fotógrafo a veces no piensa la imagen: la encuentra. Tal vez Luis Juan divisaba que en el contraste de intereses algo tenían en común, y no perdió la ocasión para fotografiarlos; o tal vez reparaba en el detalle de que ambos tenían que bailar al son que les toca la vida.
−Bueno, Ariel, son millones los mexicanos que padecen la incertidumbre de la subsistencia; los de la foto, quizás mañana y pasado mañana saldrán de nuevo a las calles a juntar dinero para comprar qué comer.
−¿Y qué tiene que ver eso con la foto? Dime, Conciencia, la foto te produce desasosiegos, ¿verdad?
−Sí, Ariel, hay imágenes que me desasosiegan; sobre todo, aquellas cuyos signos evidencian la pobreza o las que representan el dolor. Tener conciencia de un mundo sin oportunidades para muchos, o de un mundo donde la mayoría vivirá para padecer penas y amarguras, en un eterno encuentro con esas mismas penas y amarguras, en mi opinión, socava los cimientos sobre los que pudiera sostenerse cualquier arte sublime, y derrumba al arte sublime tras violentos navajazos del que brotan pesadas sangres que lo empañan, con pestilencias sociales y con injusticias divinas.
−Entonces, ¿qué es para ti el arte, Conciencia?
−El arte es esa especial visión que para algunos se desvela y para otros se crea, y en la que debería estar ausente la conciencia, ese gusanito que se remueve inquieto, e inquieta a la gente frente a lo cruel, lo inhumano, lo grotesco. Por eso, para valorar las creaciones artísticas que exaltan las injusticias y el dolor hay que verlas con el corazón; dejar brotar plenos los sentimientos que despiertan, pero nunca la conciencia que demerite la obra.
−Ay, Conciencia, ahora me toca decírtelo, y no me cabe la menor duda: tú, en lo particular, eres la entidad que no es digna del arte; pues tus juicios duros se dan en una de las tantas subjetividades que puede detonar el arte mismo. Más aún, aceptar que la conciencia deba estar ausente para una mejor apreciación del arte nos conduciría a arrebatarle algo preciado al arte mismo, nada menos que su libertad; la misma libertad que es base de la creatividad de todo artista.
−¡Ja!, de la libertad no se debe hablar tan a la ligera. Sábete que bajo el manto de la libertad que algunos grupos y naciones han enarbolado también han germinado los horrores de las sinrazones. La libertad ha estado en boca de aquellos que han actuado sin justicia y a medida de su voluntad; y la libertad ha estado en boca de los que han vejado y humillado a otros pueblos, e incluso a sus mismos hermanos. De la libertad de limitar o condicionar la libertad de los demás se puede escribir tanto que… En fin, hasta luego, Ariel, hasta luego.
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