Raúl
Hernández Viveros
El Departamento de Arqueología, creado el 15
de mayo de 1943 por el gobierno del estado de Veracruz, fue dirigido por José
García Payón. En 1950 se forma el Departamento de Antropología, dependiente de
la Dirección General de Educación. Ha de recordarse que en 1947 surge la
oficina de Antropología del estado de Veracruz, y que años después las
investigaciones arqueológicas, etnográficas, etnohistóricas y lingüísticas
continuaron en el local de Zamora 41, hasta que el 19 de enero de 1959 el
gobernador Antonio M. Quirasco entrega el edificio del Instituto de
Antropología. En el lugar donado por los ejidatarios de San Bruno, se instala
también el Museo de Antropología, recinto depositario de las magistrales piezas
descubiertas y trasladadas por los propios investigadores.
El 10 de abril de 1954,
dan inicio las actividades de la Facultad de Pedagogía; posteriormente, el 1°
de febrero de 1956, las de la Facultad de Filosofía y Letras, y en marzo del
mismo año inicia sus actividades la Facultad de Arquitectura. En 1957, invitado
por José Luis Melgarejo Vivanco, llegaría a la recto- ría de la Universidad
Veracruzana, Gonzalo Aguirre Beltrán. A partir de esta etapa, la vida cultural
tendría importantes realizaciones y espacios en la capital veracruzana. Se
reestructuró la labor editorial, con Sergio Galindo Márquez al frente de este
relevante proyecto intelectual. Sin duda alguna, uno de los más importantes, si
no el que más, a nivel de universidades hispanoamericanas. Fue como un
renacimiento en todos los aspectos de la difusión cultural.
Con toda certeza, uno de
los pilares más importantes de la Universidad Veracruzana fue el rector Gonzalo
Aguirre Beltrán, quien, en enero de 1957, respaldó la creación del Instituto de
Antropología, la Escuela de Antropología, la Escuela de Historia y la de
Letras. También tocó a él, como rector, impulsar el proyecto editorial de la
revista La Palabra y el Hombre que fue la piedra miliar de la Editorial de la
UV, dando su respaldo para la creación de importantes colecciones y series de
libros. Precisamente en las páginas del pri- mer número de La Palabra y el
Hombre se puede consultar el Plan de Estudios de la Escuela de Antropología,
propuesto por Alfonso Medellín Zenil.
Para adquirir el grado de
maestro en las especialidades de Antropología Social, Arqueología y
Lingüística, se ofrecieron en el primer semestre las materias de Historia
Antigua de México I y II, a cargo de José Luis Melgarejo Vivanco; Ecología
Humana, impartida por Gonzalo Aguirre Beltrán; Pre- historia, a cargo de
Waltraud Hangert; Antropología Física, impartido por Santiago Genovés Tarazaga;
Inglés Superior I y II, por Manuel Lima Flores. En el segundo semestre, José
García Payón ofreció el curso de Arqueología General; Antropología Cultural,
por Roberto Williams García, y Lingüística General, a cargo, sucesivamente, de
Juan A. Hasler. A partir de 1957, la Escuela de Antropología estuvo a cargo de
Alfonso Medellín Zenil, Carlo Antonio Castro, Waltraud Hangert, Arturo Monzón
Estrada, Alfonso Gor- bea Soto, Félix Báez Jorge, Francisco Beverido Pereau,
Francisco Córdoba Olivares, David López Cardeña, Jorge Luis Solano Uscanga,
Sergio Vázquez Zárate, Francisco Javier Kuri Camacho y Félix Darío Báez Galván.
La presentación del libro Totonacapan, de Melgarejo Vivanco, fue realizada en
1943 en Xalapa, durante el Congreso Mexicano de Historia que organizó su X
Sesión de Mesas Redondas de Antropología e Historia Veracruzanas, entre el 22 y
el 29 de julio. José Luis Melgarejo Vivanco dirigía entonces el que más tarde
se llamaría Departamento de Antropología del estado. En 1950, el gobierno del
estado publicaría el primer tomo de su Historia de Veracruz (Época prehispánica).
En plena efervescencia
intelectual, José Luis Melgarejo Vivanco tuvo diversos cargos políticos a nivel
estatal y federal. De alguna manera respondió a la propuesta que hace Octavio
Paz en El laberinto de la soledad: A todos, en algún momento, se nos ha
revelado nuestra existencia como algo particular intransferible y precioso.
Casi siempre esta revelación se sitúa en la adolescencia. El conocimiento de
nosotros mismos se manifiesta como un sabernos solos; entre el mundo y nosotros
se abre una impalpable transparente muralla: la de nuestra consciencia.
Para Alfonso Medellín Zenil, la Escuela de
Antropología significó: “La ingente necesidad de que el hombre tenga de sí
mismo un conocimiento cada vez más amplio y preciso, y de que este conocimiento
sea empleado para estructurar una obra integral y adecuadamente planeada que
beneficie a los grupos humanos y sobre todo a los que padecen las peores
condiciones económicas y culturales, impulsan a la Universidad Veracruzana a
crear este nuevo centro de enseñanza superior” Facultad de Antropología. Materiales para su Historia, de G.
Casimir y Á. Brizuela.
Tal es la importancia de
esa escuela en la preparación de antropólogos, arqueólogos y lingüistas. La
enorme visión académica de Gonzalo Aguirre Beltrán continúa vigente hasta el
presente. David Ramírez Lavoignet escribió el prólogo al libro La enseñanza lancasteriana,
de José Luis Melgarejo Vivanco; su lectura permite recuperar y conocer
fragmentos biográficos de la trayectoria de este importante historiador
veracruzano. El autor de Totonacapan reconoció que: “Habríamos querido redactar
un trabajo frío; reconocemos el pecado de nuestra sangre nativa, justamente
indignada frente a la tragedia inmisericorde que ha sufrido una raza
portentosa, pero mientras la historia la escriban los hombres, la imparcialidad
será muy relativa. Nosotros la buscamos ansiosos de la mayor serenidad y
justicia, para cumplir el imperativo deber del investigador y ante la
imparcialidad sacrificamos cuanto humanamente fue posible.”
En plena juventud, José
Luis Melgarejo Vivanco escribió un puñado de canciones que siempre se dieron a
conocer en recitales con la Orquesta Típica de la capital veracruzana. Una
muestra de su inspiración corresponde a los versos de “Aquel rapaz”: “Trepaba
por el abra; / terca, resueltamente. / Una nube se alejó presurosa; / pero el
viento bajó de los picachos, / jadeante, / y no supo qué hacer. Él seguía
trepando por el abra. / Unos pedruscos rodaron sacudiendo el abismo. El río
escupió con violencia…”
Roberto Williams García,
que estudió en la Escuela Normal Veracruzana y conoció a José Luis Melgarejo
Vivanco, Octaviano Corro y Carlos Cruz Palma, dejó anotado: “En 1943, el año
del Congreso de Historia en Xalapa, el catedrático José Luis Melgarejo me invitó
para que le acompañara en su viaje a la sierra de Soteapan. Mi hogar se
encontraba en Coatzacoalcos de manera que el viaje sería por mi rumbo. Ya
Melgarejo era famoso, pues en ese año, en septiembre, había presentado en el
Congreso de Historia en Xalapa, su libro Totonacapan. Pasamos por Minatitlán,
donde residía Octavio Corro, profesor destacado por haber fundado la Escuela
Secundaria Minatitlán en el año de 1937.”
Sin duda alguna es aún
notable la falta investigaciones que profundicen sobre los valiosos egresados
de la Escuela Normal Veracruzana que asombraron en el espacio de la literatura
nacional. Pero en este aspecto resulta trascendental la lectura de Historia de
la Escuela Normal Veracruzana (1961) de Juan Zilli, y La creación literaria en Veracruz
(1977) de Miguel Bustos Cerecedo. Entre los egresados, Edmundo H. Fentanes
cultivó estampas costumbristas; Justino Sarmiento asombró a los críticos
literarios con su novela Las perras;
Francisco Rojas Tenorio, con sus significativas páginas sobre el paisaje;
Atenógenes Pérez y Soto creó cuentos y sonetos; Adolfo Contreras se distinguió
como poeta y estudioso de la métrica castellana; Ángel J. Hermida Ruiz, como
historiador de la educación en Veracruz; Miguel Bustos Cerecedo dedicó una
parte de su vida al estudio de las letras veracruzanas. La lista sería
interminable pero los mencionados merecen el justo reconocimiento de haber
señalado y acompañado el camino hacia la creación literaria de José Luis
Melgarejo Vivanco, y en particular las lecciones de su maestro José Mancisidor.
Fue director de la revista Didacta de la
Escuela Normal Veracruzana. Como compositor, varias de sus canciones fueron
populares, interpretadas por artistas de la época en varias partes de México;
entre ellas se puede citar “Normalista” y “Adiós”. En 1942, ofreció a los
lectores su colección de corridos Juan Pirulero; en la dedicatoria escribió: “A
los héroes anónimos que luchan por librar a México de la esclavitud
espiritual”. Lema que resulta actual por la desapego respecto del discurso
institucional que imponía dogmáticos discursos triunfalistas, frente al lenguaje
popular del México marginado en muchas partes del territorio nacional.
En 1944, apareció Jimbaña, donde José Luis Melgarejo
Vivanco rindió sincero reconocimiento a su lugar de origen; él siempre decía
que había nacido “en un lugar de la Mancha”, como ferviente admiración a Don
Quijote, y porque siempre tuvo presentes sus recuerdos infantiles, impregnados
por el paisaje veracruzano en la región de Palmas de Abajo, junto de la Laguna
de La Mancha y muy cerca de Quiahuiztlan. En sus escritos frecuentemente
reflexionó sobre la llegada de los conquistadores hispanos; destacó siempre
nuestra riqueza arqueológica y cultural totonaca, entregándose a descifrar
algunos de los misterios de la belleza de El Tajín. Su libro Metrópoli apareció con una viñeta de
Ramón Alva de la Canal, en él se dedicada a describir aspectos notables de la
ciudad de México. Asimismo dedicó canciones a lugares, calles y avenidas del
centro histórico de la capital del país. Describió con sentimiento lírico sus
recorridos por los alrededores naturales de Chapultepec. Entre sus canciones
inspiradas por la capital mexicana, está “Alameda Central”: “La fuente dice una
canción, tan limpia / como la risa de los niños. / El sol juega en el agua / y en el prado los
lirios. / De la verde arboleda un trino baja / y se queda prendido en una gota.
/ Ella pregunta: / ¿dónde oí esta nota?
Y nadie le contesta ni la pálida luna / ni la rosa escarlata. / Es tan fina la noche
/ como el alma de la vieja serenata.”
En 1964 José Luis
Melgarejo Vivanco acababa de celebrar sus 50 años de vida, y un grupo de amigos
y colegas festejaron su aniversario con la edición de su obra Vieja Rima, y
después también recogieron: “Declaración de Amor a Veracruz”. Recuerdo algunos
rasgos de su fisonomía. Era una persona de mediana estatura, moreno, de ojos
oscuros, brillantes, demasiado vivos; a través de la mirada revisaba y
analizaba todo lo interesante de la vida que estaba a su alrededor. Dialogaba
mediante un lenguaje pausado y el estilo didáctico del profesor normalista, del
docente que imparte el conocimiento, de una forma amena en búsqueda de la empatía
y el deseo de aprender juntos el maestro y el discípulo sobre la realidad que
nos rodea.
En aquellos años colaboró
con la Revista Momento y publicó su
conferencia Historia Antigua de Coatepec y La Provincia de Tzicoac, también
Toponimia de los Municipios Veracruzanos. Dichas obras me fueron obsequiadas
durante mis encuentros con él. No puedo olvidar que en alguna de las reuniones
con Froylán Flores Cancela, cuando colaboraba con nuestro amigo periodista,
recibí de sus manos En torno a la mexicanidad.
En otra ocasión, tuvo
lugar en el Auditorio “Alberto Beltrán” la presentación de mi libro Memoria,
pensamiento y escritura; una parte la dediqué a sus trabajos publicados en La Palabra y el Hombre. En las páginas
de esta revista pueden consultarse algunos de ellos, los cuales contribuyeron
al desarrollo de la cultura en Veracruz y México. Estas colaboraciones se plantearon
como una empresa educativa, una tarea de vinculación en diversos aspectos de la
investigación universitaria. Básicamente los servicios educativos para alcanzar
los más elevados y universales valores del conocimiento. Desde esta
perspectiva, me resultó interesante llevar a cabo un seguimiento del material
bibliográfico de José Luis Melgarejo Vivanco. Sus trabajos y poemas evidencian
el empeño de un autor involucrado en proyectar su existencia para dejarnos testimonio
de su paso por Veracruz. Las fuentes de que disponen los investigadores de su
obra están en su bibliografía directa, por ejemplo en el libro Los Jarochos
anota que en Xalapa vivió en 1945, Paul Kirchhoff: “Fue grata convivencia
devenida en fraternal amistad. En las interminables pláticas, una tarde
arropada de neblina, brotó la pregunta: ¿Son los jarochos una realidad
antropológica?, y a la contestación afirmativa se desataron las otras: ¿Podrían
caracterizarse físicamente?, ¿hay en su habla elementos distintivos?, si además
tiene su propia geografía, ¿se puede marcar esa unidad en un mapa? Y a los
dibujos en la servilleta del café, siguió el trabajo intenso para delimitar el
territorio jarocho. Concluido el primer esbozo, Kirchhoff volvió a la carga: ¿Y
sus colindantes?”
Así, de pregunta en
pregunta, se organizó la idea del mapa etnográfico de Veracruz. Los Jarochos apareció en 1979 publicado
por la Editora de Gobierno del Estado de Veracruz. Al final de su Liminar, su
autor apunta: “Este libro, tal vez el último de una vida en ofrenda del
terruño, escrito fue con el mismo fervor de aquel Totonacapan, empedernido
pecador de la técnica pero sin pedir ni dar cuartel en la defensa de su pueblo,
y habrá de ser trillado parto de los montes o incitación a la censura. Si por
esta brecha en la etnografía, mañana transitaran sus correctores, el ideal
habría sido alcanzado; quede mientras en ofertorio rústico, aun cuando vivo, el
estertor del sediento, con las pupilas alargadas hacia el azuzul del llano.”
En 1953, al conmemorarse
el centenario del nacimiento de Rafael Delgado, se convocó a los concursos
internacional e interior de literatura en la Escuela Secundaria y de
Bachilleres de Xalapa. Aquel mismo año tomó posesión Ezequiel Couliño, como
rector en lugar de su antecesor Arturo Llorente González, lo que permitió la
edición de las Obras Completas de
Rafael Delgado. La participación estudiantil tuvo los primeros lugares con los
trabajos literarios de Edmundo Sánchez, María del Carmen Cristiani y Dionisio
Pérez Jácome; las menciones de Raúl
Olivares Vionet, Enrique Eguía, bajo el
jurado calificador de José Luis Melgarejo Vivanco, Gabriel Garzón Cossa,
Fernando García Barna, Adolfo Contreras y Guillermo MacKinley.
La Universidad
Veracruzana le publicó en 1966 Calendarios de Cempoala. En 1970, Petróleos
Mexicanos patrocinó la edición de Los
lienzos de Tuxpam; en ese mismo año, Santiago Andrade dio a conocer la
revista Joyel, de Antropología e
Historia, con materiales valiosos: “La palabra creadora representada por el
joyel del viento” de José Corona Núñez, “El tonalpohualli” de José Luis
Melgarejo Vivanco, y “La misteriosa cultura olmeca” de Rafael Girar. David
Ramírez Lavoignet, en la introducción a Relación
de Misantla (Cuadernos de la Facultad de Filosofía y Letras, 1962), menciona
que: “José Luis Melgarejo Vivanco adquirió de la […] Universidad de Austin una
copia fotostática de la misma [Relación
de Misantla], acompañada del plano correspondiente”. Este material es
revisado y comentado en las páginas del libro. En 1985, también David Ramírez
Lavoignet destacó la participación de José Luis Melgarejo Vivanco para hacer
posible que en 1945 Adolfo Ruiz Cortines impulsara la elaboración de la Historia de Veracruz, a cargo de Manuel
B. Trens, misma que se concluyó en el gobierno de Ángel Carvajal. Roberto
Williams García comenta que “En 1947 aparece el primer gordo volumen de Manuel
B, Trens que corresponde a lo colonial y tiene 639 páginas y 105 ilustraciones.
En Junio de 1950 viene el de la época prehispánica, grueso volumen de 547
páginas a cargo de Melgarejo Vivanco”.
En 1960, apareció en la
colección Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras, su Breve Historia de Veracruz, que fue
reconocida como una investigación realizada en los archivos nacionales y
estatales, desprendida de las exploraciones arqueológicas llevadas a cabo en
las tres áreas trascendentales de Veracruz, la huasteca, la totonaca y la
olmeca. Como se lo propuso su autor, constituye un panorama del acontecer
histórico de los grupos huma- nos del estado de Veracruz, en un libro ameno de
lectura fácil, sin notas de pie de página ni citas bibliográficas.
En 1947 Pedro Henríquez
Ureña había publicado su Historia de la Cultura en la América Hispánica; esta
obra sin citas de pie de página ni referencias bibliográficas le sirvió de
modelo. Su Breve Historia de Veracruz resultó un resumen de publicaciones suyas
anteriores. Con el profundo conocimiento que tenía de su tierra natal y su
capacidad de síntesis, presenta ahí un panorama completo de los grupos humanos
establecidos en el territorio veracruzano. Ofrece una historia del arte y la
cultura, un análisis crítico del horizonte histórico, enfocando aspectos
extraordinarios de las culturas prehispánicas que tuvieron su asentamiento a
orillas del Golfo de México. Hasta nuestros días, sus trabajos de historia,
antropología, arqueología y etnografía constituyen una amplia síntesis de las
más relevantes fuentes bibliográficas.
Fue gran impulsor
contemporáneo de los informes sobre el estudio de Quiahuiztlan, “Cerro de los
Metates”. En 1950, en la revista UniVer,
José García Payón fue invitado por José Luis Melgarejo Vivanco a conocer ese
sitio; después publicó sus investigaciones. De 1951 a 1953, Alfonso Medellín
Zenil tuvo a su cargo la investigación con la ayuda de Manuel Torres Guzmán y
Adán Oviedo, y apareció el libro del Instituto de Antropología: Cerámicas del Totonacapan, donde señaló:
“Este libro intenta una síntesis de lo más importante que hemos podido conocer
en la exploración del área totonaca del estado de Veracruz, a través de unos 10
años. Han sido registradas aproximadamente unas 500 zonas arqueo- lógicas que
se localizan entre la cuenca del Papaloapan por el sur y de la costa a la zona
frigo-serrana.”
En 1943 José Luis
Melgarejo Vivanco encabezó un recorrido por Quiahuizt- lan, acompañado de
Roberto Williams García y Alfonso Medellín Zenil, realizando allí varias
fotografías. Roberto Williams García escribió: “En 1943 había ascendido hasta
la punta del cerro en compañía del maestro Melgarejo y de Alfonso Medellín
Zenil, quien seguramente en esta ocasión decidió su vocación al palpar, al
imantarse de las tumbas prehispánicas que 17 años después describió en un
capítulo de su libro Cerámicas del
Totonacapan (1960, UV), donde puede abrevar quien quiera profundizar en
torno a Quiahuiztlan. Hace varias décadas el maestro Melgarejo nos había llevado a los
terrenos de su entorno familiar, pues había nacido dentro del escenario de una
historia singular descrita entre Cempoala y Quiahuiztlan.” El 17 de marzo de
1994, ese comentario de Roberto Williams García fue publicado, junto a una
fotografía, en Punto y Aparte. En 2008, la Secretaría de Educación de Veracruz
hizo la edición del libro Selección de ensayos y poemas. En sus páginas se
recogió la segunda versión de mi investigación “Textos de José Luis Melgarejo
Vivanco en La Palabra y el Hombre”. De su “En torno a la mexicanidad”, destaco:
“porque jamás quedará integrado el todo si falta una de las partes, y entre lo
mucho urgido de meditación, existen los conceptos de indígena, español,
indiano, criollo, mestizo, referidos a hombres concretos de un territorio
material, y no a invenciones flotando en los paraísos artificiales del
idealismo”.
El Códice Vindobonensis fue revisado e interpretado por José Luis Melgarejo
Vivanco, publicándose en 1980. La Palabra
y el Hombre en cada aniversario de nuestra Universidad Veracruzana editaban
números con- memorativos. En 1984 se incluyó el texto “En el fondo sellado de
un plato”; en 1987 se publicó su reflexión “Honshu”. De manera permanente
colaboró con aportaciones bibliográficas. El rector Salvador Valencia Car- mona
propuso que la revista La Palabra y el
Hombre volviera a salir con el formato original de su Primera Época, en
tamaño medio oficio. Fue un reconocimiento al periodo cuando este órgano logró
prestigio académico internacional. Desde un principio, Salvador Valencia
Carmona sostuvo que debería, de nuevo, abrir sus páginas, esencialmente, a la
divulgación de los resultados de las investigaciones del personal académico
universitario.
Hay que insistir sobre
este respaldo a los productos de investigación, porque en esta etapa La Palabra y el Hombre ofreció números
monográficos. Por ejemplo, el coordinado por José Velasco Toro sobre Religión
popular, identidad y etnociencia. En algunas entregas, Feliz Báez Jorge ofrecía
adelantos de sus obras de próxima aparición. Participaron también con sus colaboraciones
Gonzalo Aguirre Beltrán, José Luis Melgarejo Vivanco, Roberto Williams García,
Carlo Antonio Castro, Francisco Beverido Pereau, Carmen Blázquez Domínguez,
Soledad García Morales, Ricardo Corzo, Sergio Florescano Mayet, Abel Juárez
Martínez, entre otros académicos que dieron a la luz pública parte de sus
investigaciones.
Durante este periodo,
Aureliano Hernández Palacios ofreció la edición de sus libros Testimonios de la Universidad Veracruzana
y Las voces de los rectores. Por su
parte, Salvador Valencia Carmona publicó su Manual
de derecho constitucional general y comparado. José Luis Melgarejo Vivanco
dio a conocer Raíces del municipio
mexicano. Gilberto Bermúdez Gorrochotegui ofreció su investigación El mayorazgo de la Higuera. Se hizo un
homenaje para Alfonso Medellín Zenil, al aparecer su investigación Nopiloa.
En la revista emblemática
de la UV, ofreció sus poemas: “Lumumba” y “Prometeo”. En otro, dedicado a
Xalapa, y titulado así, muestra su amor por la capital veracruzana. Hay en
estos versos referencias casi etnográficas:
“…estoy debiéndote un poema / que tenga tu novicia blancura de azucena, /
por más que andan rondando unos versos / con mi nombre y el dejo / de cuando
era un chiquillo pilguanejo. / La gente de Naolinco / dice que te fundaron
cuando dieron un brinco / y por aquí vinieron a caer. / Lo cierto es que tu
jeroglífico y el sitio / marcan agua y arena con tesitura de mujer. / Tu mes-
tiza calleja / es la vereda vieja / donde trotó el indígena cargando su huacal,
/ y porque don Hernando / dejó olvidado un potrillo / sin la cuenta de Bernal
Díaz del Castillo / en las noches oímos un triste relinchar. / Cuando fuiste
Xalapa de la Feria, / cambiaste tu liquidámbar / y la raíz de Tlanehuayocan /
por canela y alcanfor, / o algunas baratijas que traían: / la f lota de
ultramar/ y el filipino galeón. / Entre los mil y un cuartelazos / he leído tu
nombre a la cabeza de un plan / que repercutió a la metrópoli / como en Manga
de Clavo y Puente Nacional. / Cómo me habría gustado conocer / en la Venta del
Len- cero, / a su Alteza Serenísima con su poema imperial a madame de la Barca
con el barón / de Humbolt, o al archiduque liberal. / Si monseñor Pagaza se
hubiera figurado / arcadiana zagalilla, / se habría casado contigo sin que le
importaran sotana y coronilla / desde que la calandria que lleva en el pecho /
don Rafael Delgado y el olímpico rayo / del vate Díaz Mirón / atronaron los
ámbitos y la Normal / de Rébsamen / anduvo en sus barbechos / haciendo germinar
la cimiente de la Revolución, / tú fuiste Atenas de Veracruz y Méxi- co /
dormida en los laureles / como en una canción…
Como historiador, en La
enseñanza lancasteriana (1975), reconoció que: “Se- guir a la tarea educativa
en las páginas de la historiografía, es una opción tan obligada cuanto
riesgosa, porque la historia escrita es una parte mínima de la historia vulgarmente
degenerada en historiomanía y cháchara de copistas a más de que la historia se
ha escrito para servir a un grupo dominante…”.
La revista Xalapa nació
en 1953. En agosto de 1954 publicó su poema: “Bucólica”. De sus líneas finales:
“Pradera xalapeña, te venero tendiéndome a la sombra de tu encina frente a un
libro de versos. Más divina conjunción no imagino, y me disuelvo entero en la
fragancia de tu suelo fértil y en el piadoso manto de tu cielo.”
En el número 115 de la
misma publicación, Adolfo Contreras reseñó un opúsculo literario de José Luis
Melgarejo; señala: “Carece de prólogo este ramillete de versos. No lo presenta
nadie. Se presenta solo, haciendo honor a la idiosincrasia del poeta quien ha
sido siempre –cual jinete solitario– un tipo agrario amante de las campiñas
veracruzanas ‘Del Trueno Viejo’, de la salmodia de los mares, de los encajes de
las olas, del céfiro blando; y emotivo cantor de las miserias del campesino y
del acervo dolor de nuestra raza preterida, la cual tan sólo nos ha dejado
huellas que sigue la ansiedad antropológica de los investigadores.
La revista Nóema, número 34, mayo 1962, que dirigía
Aristeo Rivas Andrade, ofreció los versos de “Mahabharata”, casi líneas infantiles
que describieron ensoñaciones: “Se fueron las hadas / con su cantinela / los
cuentos pasaron / y murió el poema.” En “Parva”, se añoró el tiempo vivido:
“Para pintar el arcoíris, / ¿el sol tiene crayolas? / Hija, / las tiene todas.”
En el “Cuento”, la brevedad de sus versos destacan estas líneas: “La blanca espuma,
en ansia de infinito, / siguió volando y garza se volvió; / la luna,
sorprendida, no sabía / si la higuera, por fin tuvo su flor”.
Jorge Luis Borges afirmó:
“Puede que yo aceptara aquellos libros porque los acogí como poesía, como
sugerencia o insinuación, a través de la música de la poesía, y no con
razonamientos”, en su discurso sobre “La metáfora”. El ritmo en los versos de
José Luis Melgarejo Vivanco señala la presencia y la dimensión del paisaje
veracruzano. La nostalgia por su lugar de origen y los recorridos hacia las
profundidades del habla popular y vital de la gente que lo acompañó desde su
infancia hasta la enriquecedora adolescencia, bajo la vigilancia protectora e
imperecedera de sus maestros de la Escuela Normal Veracruzana.
En el panorama que pinta
de la costa veracruzana se mezclaron las reflexiones sentimentales que logran
transmitir las características de la belleza natural de las playas y los
acantilados frente al golfo de México, casi como una extraordinaria valoración
de la riqueza de que debemos estar orgullosos en nuestra tierra. El ritmo de
los sonidos de cada verso de José Luis Melgarejo Vivanco entraña y deja
percibir el transcurrir del tiempo vivido. Cada palabra trasluce el amor por el
paisaje en cada una de sus palpitaciones. Sus versos tienen la lucidez y el
encanto de las canciones populares y el sentido de los rimadores de antaño, que
gustan de las descripciones de nuestros sentimientos y de la naturaleza.
Desde 1978 comenzó el
rescate de nuestras tradiciones, principalmente el de la celebración de Todos
Santos. Dio a conocer “Un aspecto del Todos Santos indígena” y definió: “Para
el antiguo indígena, el Todos Santos era la fiesta de la cosecha; no en la
veintena de Ochpaniztli, del 20 de agosto al 17 de septiembre, cuando ciertamente
granaba el maíz, aun cuando todavía no estaba de cosecha sino en Quecholli, de
28 de octubre al 16 de noviembre. Sahagún, en su libro monumental, describió la
fecha que hacían 4 días después, equivalente al primero de noviembre y hoy “festividad
de todos los santos”, en el momento en que ponían “las cuatro teas y las cuatro
saetas”; ofrecíanlas sobre dos sepulcros de los muertos; ponían también
juntamente con las saetas y teas dos tamales. Estaba todo esto un día entero
sobre la sepultura y a la noche lo quemaban, y hacían otras muchas ceremonias
por los difuntos en esta misma fiesta.
Vale la pena mencionar
otro ejemplo del lirismo de José Luis Melgarejo Vivanco. En su artículo
“Huracán”, de octubre de 1993, escribió: “La temporada veracruzana de ciclones
tiene calendario exacto entre campesinos, a la par con los calendarios desde
las márgenes del Nilo, el Tigris, el Éufrates, el Indo y La Meca es el mismo.
Para usar el santoral católico (24 de agosto) rompe sus amarras huracán, y solamente
logran atarlo de nuevo, el día de San Francisco, 4 de octubre. Su furia puede
ser devastadora cada 7 días con los efectos de la luna; el veracruzano lo sabe
y lucha bravamente; su milpa estaba en agonía; la canícula, sin piedad, la
secaba; sólo el Dios huracán sería capaz de hacer llover; y sólo huracán hace
llover en el norte de México, estepario, desértico.”
José Luis Melgarejo
Vivanco realizó una interpretación de las pinturas de Las Higueras, en Vega de
la Torre, donde ubicó un movimiento de traslación y rotación cada 11 años. En
carta del 7 de febrero de 2000 a su amigo doctor Miguel José Yacamán, escribe:
“Recibí la imagen del Mural de Las Higueras, tan gentilmente remitido por Ud.;
lo agradezco infinito y ya lo pongo en manos del Director del Instituto de
Antropología de la Universidad Veracruzana. En cuanto a mi opinión, felicito a
todos quienes lograron tan vívidos colores, con la maestría tecno- lógica
moderna; pero, la explicación de su significado, faltándole partes a lo
conservado, es audacia en intento: “Se
llamó Acocalco la hoy Zona Arqueológica de las Higueras, en el municipio de
Vega de Alatorre, Ver. (náhuatl: ocalli, canoa; co, en; lugar de canoa).
Formaba parte de Totonacapam. Su exploración arqueológica constató el apogeo
entre los años del 600 al 900 de la era hoy vigente, coetánea del también
ocurrido en El Tajín.”
Para Las Higueras, el
panorama general hace pensar un predominio de pesca y agricultura, invocando a
deidades relacionadas con el agua, carente o excesiva. El año 1979, la
publicación del Arqueólogo Alfonso Medellín Zenil, en torno al Horizonte
Clásico Tardío del Centro de Veracruz, reprodujo, a colores, uno de los
murales, e identificó: “el tocado de este personaje y la olla volcando su
contenido sobre la tierra, coincide con esa deidad de la lámina 74 del Códice
Desdre, en que Ixchel inunda la tierra”; igualmente, “a una planta de maíz con
la flor masculina para fecundar a la femenina”, connubio canicular. En otras
partes de las pinturas, los investigadores han identificado peces, incluso
tiburones y datos para Huracán (quiché) o el Tezcatlipoca Negro. Aquí, en el
fragmento enviado por Ud., se principia con la escena terminadora del Juego de
Pelota, preparando el cuchillo para cercenar la cabeza del jugador ofrendado.
El gran tamaño de la pelota de hule, pudo ser un recurso destacador de su
importancia en el tlochtli (cancha), cuyo resultado equivalió a la vox de
oráculo; pero, el triunfador, era decapitado acelerando su destino a la corte
del Sol.
El arqueólogo Ramón Arellano
Melgarejo, director de la exploración en Las Higueras, informó, que las
pinturas murales eran cubiertas por nueva capa del estuco, en la cual
ejecutaban otra decoración, habiendo constatado hasta 29 capas con pinturas que
a la especialidad cronológica resultó fácil y confiable considerar el periodo
de seis xiuhmolpillis (atadura de 52 años) que sumaba 312 años, impresionantes
en Kobah, o básicos en El Tajín; además, los ritos a Huracán en 29 ocasiones
muy destacadas hablan de 11 años entre una y otra, cuando la furia del dios era
mayor, o cual todavía lo conservan algu- nos menesterosos herederos culturales,
cuando los años concluían en dígitos idénticos; ejemplos de ahora: 1944, grande
inundación en las cuencas del río Papaloapan, gobernando Miguel Ávila Camacho;
1955, el Jeanne, cuando el presidente Adolfo Ruiz Cortines; el llamado Gilberto
en 1988, y el reciente de 1999. ¿Con las manchas solares cada cinco años? A
esto puede darle el uso que guste. Un abrazo.
De esta forma, José Luis
Melgarejo Vivanco señaló que: “El territorio del Totonacapan solo tiene ocupada
la parte sur con estas obras (en relación a la zona arqueológica y sus
esculturas artísticas que advierten de la esencia artística de nuestros
antiguos veracruzanos); por eso quiérase o no, deberá considerarse al
cruzamiento de totonacos y olmecas, es decir, a los jarochos como generadores
de alegría, de musicalidad un tanto en contraposición al ‘indio triste’, o por
lo menos, muy digno, muy sonriente frente a una vida sin alegrías; también por
eso resulta dolorosa la tragedia, ese pueblo fue silenciado; ya no volvió a
reír.”
El presente ensayo busca
rescatar informaciones y textos casi desconocidos de José Luis Melgarejo
Vivanco. Forma parte de mis estudios sobre los protagonistas de la antropología
del Golfo de México, reflexiones y primeras contribuciones a una antropología
en el estado de Veracruz. En nuestros días, no obstante el tiempo transcurrido,
los trabajos literarios y de investigación de José Luis Melgarejo Vivanco son
de importancia capital y se identifican entre las más relevantes aportaciones
del humanismo.