Si en décadas anteriores el mundo fue escenario de cambios acelerados en relación al conocimiento, la ciencia y la tecnología, en los años recientes somos testigos de fuertes cambios sociales que nadie sabe en donde van a desembocar. Lo cierto es que tienen características muy disímbolas en las distintas sociedades nacionales. En México hay una descomposición del tejido social, palpable en acontecimientos de violencia que ocurren a diario en diferentes puntos de la geografía nacional; se trata de hechos que se han generalizado cada vez más y ante los cuales la sociedad está prácticamente indefensa y a merced de esta turbulencia que puede venir de cualquier ente.
En realidad son muchos y variados los problemas del país, pero éste se ha convertido en el número uno porque atenta contra la libertad y la vida de las personas. Se habla de una delincuencia, pero en el fondo no se sabe con exactitud si son solamente grupos dedicados a realizar actividades ilícitas (y habría que tipificar bien éstas) los que generan la violencia. Si esto no es así, tendríamos que preguntar qué es entonces lo que ocurre y por qué. La información de la que se dispone sobre estos hechos es muy escasa.
No obstante lo anterior, la dinámica de la vida social no se ha interrumpido para la mayoría de la población, la cual sigue ocupándose de sus actividades cotidianas, aunque con temores constantes. Lo lamentable es que hay numerosas familias que han perdido seres queridos y que ya no llevan una vida normal. En estas condiciones es de desear que haya una salida a esta delicada problemática en el corto plazo; que México vuelva a tener la tranquilidad perdida.
En tanto, cada quien desde su línea de acción tiene que continuar haciendo lo que sabe y le gusta hacer mientras ello sea posible. Es nuestro caso en este Periódico con fines culturales, que se ha propuesto contribuir a la divulgación del conocimiento y a la reflexión en los aspectos educativos, históricos y literarios, así como en lo que se refiere a la creación literaria.
Este número está integrado por tres textos creativos, tres que son reflexiones del ámbito educativo, tres que abordan temas de libros y escritores y uno relativo a un personaje poco conocido entre los profanos de la historia. De los primeros tenemos: Una vida en parpadeos de Ariel López Álvarez, que nos narra desde un hospital la vida de una persona que refleja sus pensamientos, su estado de conciencia y sus recuerdos, especialmente en el delirio que provoca la enfermedad; la segunda parte de Mirando entre tinieblas de Miguel Roldán, quien desarrolla una trama en la que el lector está invitado a imaginar por dónde va la narración, de tal manera que es necesario estar pendiente de la secuencia para no perderse en el camino; y, el tercer texto, Tremenda, de Abelardo Iparrea Salaia, es la historia de un pasaje revolucionario que se da en un diálogo en el que resalta la figura de una mula “fortísima y hermosa” que se llevan los villistas y que tiempo después regresa de manera misteriosa.
En las reflexiones educativas está Tránsfer de Samuel Nepomuceno, quien aborda el tema de “la influencia” que un aprendizaje tiene en otro que se adquiere después, facilitándolo o incluso entorpeciéndolo. El maestro Samuel ofrece ejemplos sencillos para ilustrar las ideas del texto; en su artículo La educación para el desarrollo sustentable, el maestro Silvio Humberto Bibiano señala que “se propone un cambio hacia un modelo de desarrollo humano, ecológico y sostenible en el cual prevalezca la idea de un nuevo estilo de vida” a partir de la conciliación entre los elementos productivos y sociales y donde prevalezca un clima de respeto con el medio y con todas las formas de vida; el maestro Marcelo Ramírez toca un tema esencial en la formación de las personas y las comunidades, Educación en valores para un tiempo indigente, en donde nos dice que lo urgente es “recuperar la conciencia de lo que éstos representan para un proyecto de vida humana plena”. Este texto representa “la otra cara de la moneda” de lo que estamos viviendo.
El Ing. Dante Octavio Hernández Guzmán ha creado en este espacio su columna Lo que la historia no cuenta. En esta ocasión nos ofrece: Un humanista de pensamiento, palabra y obra: Gilberto Bosques Saldívar, en donde el lector seguramente encontrará algo muy escondido en el fondo de la historia, pero a la vez relevante para cualquier mexicano interesado en conocer el pasado de su patria.
En un tercer segmento se encuentra el meticuloso trabajo de Rafael Mario Islas Ojeda, que sirvió para la presentación de un libro, precisamente de la autoría de Dante Octavio Hernández Guzmán, sobre La prensa y los libros de la Colonia y su influencia en la cultura de Orizaba; en este mismo caso está el texto En las letras de América. . . El fenómeno Borges, de Lisardo Enríquez L., que da un panorama sobre la vida y la obra principal de este notable escritor argentino; finalmente, el maestro Benito Carmona Grajales adorna estas páginas con un escrito sobre las Memorias poéticas de Reinaldo Escobar Ladrón de Guevara, en un tono también poético. Deseamos que estas lecturas recreen la imaginación, inviten a la reflexión e incrementen en alguna medida el acervo memorístico de nuestros lectores.
lunes, 4 de julio de 2011
Tránsfer
Por Samuel Nepomuceno Limón
Al parecer, en la resolución de problemas tienen presencia al menos tres factores: primero, las diversas inteligencias del sujeto (Howard Gardner), que van a actuar sobre los otros factores; después, la posesión de un conjunto de habilidades desarrolladas y, por último, un cúmulo de informaciones y experiencias relativas a las circunstancias que tienen incidencia en los problemas. Particularmente, en cuanto hace a las habilidades necesarias, hemos de señalar que durante algún tiempo se han considerado las dificultades para que las aprendidas en un contexto determinado puedan ser aplicadas en otro distinto. Como el siguiente caso: “Sabe cómo se pinta, pero no sabe pintar”.
Al llevar la atención hacia los aprendizajes que se adquieren a lo largo de la vida ha de tomarse en cuenta que nadie nace con conocimientos ya formados. Por ello se precisa que cada niño elabore o construya aquellos que le son necesarios para su desenvolvimiento en el ambiente tanto físico como social. En el otro extremo de la vida, una persona anciana habría desarrollado ya las inteligencias para hacer uso de lo que ha ido aprendiendo a lo largo de su existencia.
¿Qué conocimientos habrá ‘almacenado’ una persona? ¿Cómo los habrá adquirido? La complejidad de la vida en sociedad facilita con su interacción la adquisición de aprendizajes. Algunos de ellos han de ser formados o inducidos, en particular en la escuela; otros más, serían derivaciones de conocimientos adquiridos con anterioridad, a manera de aplicaciones o generalizaciones. Un chofer, por ejemplo, aprendería a manejar un vehículo determinado, en ciertas calles. Con el paso del tiempo, lo que sabía sería utilizado para aprender a conducir un vehículo de una marca o modelo diferentes. Si aprendió inicialmente en un automóvil y en la actualidad conduce un autobús de pasajeros, tuvo que haber aprendido a operar botones, pedales y volantes probablemente en más de un coche distinto. Sólo que cada vez su aprendizaje era más rápido, pues lo que ya sabía le facilitaba adquirir los nuevos conocimientos. En su situación, dependerá de la práctica el grado de habilidad que alcance con cada vehículo distinto… hasta que llegue el momento en que lo que sabe le baste para operar cualquier clase de unidad.
Cuando un aprendizaje previo influye sobre otro posterior, ya sea facilitándolo o incluso entorpeciéndolo, algunos teóricos hablan de la transferencia del aprendizaje. Esta palabra es la traducción del vocablo inglés transfer, empleado inicialmente para definir la situación. Aunque la traducción sea ‘transferencia’, aquí preferimos mantenerla, castellanizando su pronunciación, para restringir su significado al de influencia positiva o negativa de unos aprendizajes sobre otros. La razón es que, en rigor, al parecer no se da una transferencia, en su acepción de traslado, de pase de un lugar a otro, como la simple translación o desplazo del aprendizaje de una situación A a una situación B. Incluso en trabajos de investigación que algunos han realizado con niños que tienen necesidades educativas especiales se observan dificultades para que se dé el tránsfer en el desarrollo de habilidades, pues la influencia señalada pareciera tener mayor lentitud.
El conocimiento del fenómeno tránsfer permite a docentes y entrenadores organizar experiencias de aprendizaje sobre la base del grado de similitud entre ellas. En el jardín de niños, por ejemplo, los chicos aprenden a amarrarse los cabetes. Éste es un aprendizaje compuesto que se integra por el modo en que se introducen las agujetas en los ojillos y pasan de un lado del zapato al otro, a la vez que incluye el amarre. Un pequeño que haya aprendido, merced a la práctica, a pasar los cordones entre los ojillos que se corresponden, ascendiendo cada vez un lugar, podrá aprender después a pasarlos de modo horizontal dejando el ascenso a un pase corto vertical de un ojillo al siguiente. Después de ser capaz de atarse los cabetes de sus zapatos puestos, podría aprender también a colocar cabetes y amarrarlos de zapatos quitados, o quizá hacerlo en los zapatos del compañero. En sentido estricto, cada caso significaría un aprendizaje, y el alto grado de similitud entre las experiencias correspondientes facilitaría los nuevos aprendizajes. Aquí, aprender equivale a desarrollar habilidades, es decir, llegar a realizar la operación rápida y automáticamente, para lo cual habría que disponerse previamente de las ejercitaciones necesarias. Es en estos casos cuando algunos autores hablan de una generalización del conocimiento, cuando unos se ‘aplican’ en circunstancias distintas a las que rodearon su adquisición.
El asunto llena muchas páginas en libros que se ocupan del aprendizaje. Algunos autores buscan el ahorro de aprendizajes en distintas situaciones tratando de que lo aprendido en unas simplemente se aplique, con éxito, en otras, lo que, en la práctica, no siempre es posible. Se preguntan: ¿Cuántas cosas habría que aprender si lo hiciéramos con todo lo que necesitamos hacer en la vida? Afortunadamente entra en acción el tránsfer, y al hallarse en una circunstancia novedosa será posible el desempeño porque lo que faltaría por aprender sería mínimo si ya se contara con conocimientos o habilidades desarrolladas muy similares a la situación dada.
Veamos una situación muy frecuente: por ejemplo, se informa a alguien sobre cómo se realiza una tarea; enseguida se pide al sujeto que la lleve a cabo… y falla. ¿Pero si ya se le explicó bien, por qué no pudo hacerla? Pensamos que se trata de dos asuntos diferentes, aunque se refieran a la misma situación. Escuchar una explicación tiene lugar en el ámbito de lo verbal; llevar a cabo una tarea, en especial si es de ejecución, corresponde a lo sensoriomotor. A veces se da un paso intermedio: se enseña con el ejemplo cómo se realiza la tarea, para dar paso a la imitación, como se observaría en una clase común de baile o en el entrenamiento de un carpintero. Creemos que para que una habilidad se desarrolle se requiere su ejecución una y otra vez, hasta que los movimientos se vayan automatizando. Que no bastaría con la información, aunque ésta sí documenta la habilidad, sobre todo cuando incluye las razones que sustentan cada etapa o fase de la ejecución. Información y habilidad vendrían siendo dos cosas diferentes. No sería de esperarse una transferencia directa, en su sentido de traspaso, de las palabras a la acción.
En ocasiones el tránsfer resulta negativo, es decir, entorpecedor del aprendizaje de una nueva habilidad, situación que sería equivalente a lo que Gaston Bachelar, en filosofía, y Guy Brosseau, en pedagogía, denominaron ‘barrera epistemológica’.
La influencia de unos conocimientos sobre otros se observa en el caso en que alguien desea aprender a pintar acuarelas. El sujeto podría tratar inicialmente de dominar la dosificación del colorante en las diluciones de agua, el resultado de las combinaciones por la transparencia de los colores, el grosor y definición de los trazos del pincel sobre la superficie del papel, entre otros rasgos, empleando, digamos, la pintura en pastillas. En un segundo momento, lo que significaría otro aprendizaje, las actividades se efectuarían con, supongamos, acuarela líquida. En un tercer tiempo el aprendizaje podría hacerse con acuarela en tubo. El orden de los aprendizajes con cambio en los materiales sería indistinto; lo que desea señalarse es que probablemente el aprendiz encuentre mayores dificultades durante el aprendizaje realizado en primer lugar debido probablemente a la ausencia de experiencia previa en el trabajo con colores manualmente diluidos. En el mismo sentido, quizá el último aprendizaje resultara el más rápido, debido al tránsfer que se presenta entre ambos aprendizajes. Así, cuando el sujeto deba utilizar tinta china de color para pintar un cuadro, alcanzará más rápidamente la habilidad del caso.
El transfer como influencia y no como transferencia podría observarse también en el empleo de matrices, también conocidas como cuadros de doble entrada, diagramas de árbol, diagramas de huesos de pescado, diagramas de flujo, organigramas, la resolución de problemas aritméticos. Sería muy difícil aprender a manejar estos recursos en todas las situaciones posibles. Por lo general, se aprende su manejo en unas situaciones y después quizá habrá necesidad de utilizarlos en otras en que no se cuente con la experiencia de su ejecución. Sin embargo, es factible la aplicación, pues lo que se sabe apoya para afrontar los retos que representan una nueva aplicación. Si tal nueva aplicación ha de realizarse repetidamente, habría un nuevo aprendizaje.
Según Mayer y Wittrock (1996) el transfer es “el efecto que el conocimiento aprendido en una situación previa (tarea A) tiene sobre el aprendizaje o ejecución en nueva situación (tarea B)”. Elvira Carpintero Molina (El proceso del transfer: revisión y nuevas perspectivas, en Internet) señala: “En la educación, una de las principales metas es promover el transfer (Bruner, 1960; Marini y Genereux, 1995). Durante el periodo escolar no se puede enseñar todo lo que el alumno debería saber, ya que es imposible definir y localizar todas las variaciones de un problema. Por tanto, conocer y dominar este proceso facilita el aprendizaje de nuevos conceptos y evita su demora y la memorización masiva de información. Sin embargo, preparar a los estudiantes para resolver problemas con los que no se han enfrentado anteriormente y dotarlos de herramientas útiles para dichas situaciones, no es tarea fácil”.
Las facilidades que unos conocimientos otorgan para la adquisición de otros constituyen un filón aprovechable en todos los niveles educativos. A pesar de que el fenómeno del tránsfer parece facilitar las cosas, siempre será recomendable brindar el mayor número posible de experiencias diferentes, aunque cercanas entre sí por algunos factores que las relacionen. Cuando se dice que los aprendizajes están encadenados, y que las lagunas que van quedando en unos tienden a su crecimiento hasta entorpecer el avance, se está haciendo referencia a la relación que existe entre conocimientos de distinta naturaleza pero similares en algunos de sus aspectos. Habrá ocasiones en que, sin la presencia de unos no sería fácil avanzar en la adquisición de otros. Eso lo saben bien los maestros de química, física y matemáticas.
E. Carpintero Molina refiere algunas de las limitaciones que se presentan para el tránsfer. Dice en otra parte de su trabajo: “Adoptar un criterio de evaluación estrecho y restringido donde exista una única respuesta correcta no promueve el transfer. Los experimentos, generalmente, presentan tareas separadas de modo que los estudiantes asumen que son independientes y que para resolver cada uno de los problemas, de modo inmediato, exclusivamente puede utilizarse la información dada”.
Según el mismo artículo, “Alexander y Murphy (1999) destacan ciertos obstáculos instruccionales que impiden que se produzca el transfer al disminuir la motivación de los estudiantes. Entre ellos, consideran que la necesidad impuesta a los profesores para cubrir un determinado programa provoca un mínimo o inexistente empleo del tiempo en el aprendizaje y enseñanza de estrategias en profundidad. El aumento, a lo largo de las décadas, de los conocimientos e informaciones que se imparten en el colegio confina a un superficial tratamiento de la materia. Concretamente, las autoras denominan a esta barrera ‘mencionar vs. enseñar’”.
A fin de no abusar mucho, una última cita: “La similitud entre las situaciones no es reconocida por los alumnos y no aplican un método de resolución en un contexto diferente al aprendido. Esto es debido a que los alumnos reciben conocimientos de las distintas materias, pero no son capaces de relacionarlos. Además, el modo de presentar los contenidos no favorece este transfer pues se presentan de forma aislada, sin relación entre las áreas. Así, los estudiantes ven cada asignatura como un grupo aislado de contenidos y no pueden relacionarlas y, aun menos, transferir sus conocimientos a la vida diaria, pues parece que lo que se presenta en el aula son conocimientos diferentes de los de la vida”.
Consideramos que el tema se presta para intentar profundizar en el asunto, dadas las bondades que el fenómeno señalado ya está ofreciendo en algunos aspectos del aprendizaje. Conocerlo y aprovecharlo más cabalmente contribuiría al mejoramiento de los aprendizajes.
Al parecer, en la resolución de problemas tienen presencia al menos tres factores: primero, las diversas inteligencias del sujeto (Howard Gardner), que van a actuar sobre los otros factores; después, la posesión de un conjunto de habilidades desarrolladas y, por último, un cúmulo de informaciones y experiencias relativas a las circunstancias que tienen incidencia en los problemas. Particularmente, en cuanto hace a las habilidades necesarias, hemos de señalar que durante algún tiempo se han considerado las dificultades para que las aprendidas en un contexto determinado puedan ser aplicadas en otro distinto. Como el siguiente caso: “Sabe cómo se pinta, pero no sabe pintar”.
Al llevar la atención hacia los aprendizajes que se adquieren a lo largo de la vida ha de tomarse en cuenta que nadie nace con conocimientos ya formados. Por ello se precisa que cada niño elabore o construya aquellos que le son necesarios para su desenvolvimiento en el ambiente tanto físico como social. En el otro extremo de la vida, una persona anciana habría desarrollado ya las inteligencias para hacer uso de lo que ha ido aprendiendo a lo largo de su existencia.
¿Qué conocimientos habrá ‘almacenado’ una persona? ¿Cómo los habrá adquirido? La complejidad de la vida en sociedad facilita con su interacción la adquisición de aprendizajes. Algunos de ellos han de ser formados o inducidos, en particular en la escuela; otros más, serían derivaciones de conocimientos adquiridos con anterioridad, a manera de aplicaciones o generalizaciones. Un chofer, por ejemplo, aprendería a manejar un vehículo determinado, en ciertas calles. Con el paso del tiempo, lo que sabía sería utilizado para aprender a conducir un vehículo de una marca o modelo diferentes. Si aprendió inicialmente en un automóvil y en la actualidad conduce un autobús de pasajeros, tuvo que haber aprendido a operar botones, pedales y volantes probablemente en más de un coche distinto. Sólo que cada vez su aprendizaje era más rápido, pues lo que ya sabía le facilitaba adquirir los nuevos conocimientos. En su situación, dependerá de la práctica el grado de habilidad que alcance con cada vehículo distinto… hasta que llegue el momento en que lo que sabe le baste para operar cualquier clase de unidad.
Cuando un aprendizaje previo influye sobre otro posterior, ya sea facilitándolo o incluso entorpeciéndolo, algunos teóricos hablan de la transferencia del aprendizaje. Esta palabra es la traducción del vocablo inglés transfer, empleado inicialmente para definir la situación. Aunque la traducción sea ‘transferencia’, aquí preferimos mantenerla, castellanizando su pronunciación, para restringir su significado al de influencia positiva o negativa de unos aprendizajes sobre otros. La razón es que, en rigor, al parecer no se da una transferencia, en su acepción de traslado, de pase de un lugar a otro, como la simple translación o desplazo del aprendizaje de una situación A a una situación B. Incluso en trabajos de investigación que algunos han realizado con niños que tienen necesidades educativas especiales se observan dificultades para que se dé el tránsfer en el desarrollo de habilidades, pues la influencia señalada pareciera tener mayor lentitud.
El conocimiento del fenómeno tránsfer permite a docentes y entrenadores organizar experiencias de aprendizaje sobre la base del grado de similitud entre ellas. En el jardín de niños, por ejemplo, los chicos aprenden a amarrarse los cabetes. Éste es un aprendizaje compuesto que se integra por el modo en que se introducen las agujetas en los ojillos y pasan de un lado del zapato al otro, a la vez que incluye el amarre. Un pequeño que haya aprendido, merced a la práctica, a pasar los cordones entre los ojillos que se corresponden, ascendiendo cada vez un lugar, podrá aprender después a pasarlos de modo horizontal dejando el ascenso a un pase corto vertical de un ojillo al siguiente. Después de ser capaz de atarse los cabetes de sus zapatos puestos, podría aprender también a colocar cabetes y amarrarlos de zapatos quitados, o quizá hacerlo en los zapatos del compañero. En sentido estricto, cada caso significaría un aprendizaje, y el alto grado de similitud entre las experiencias correspondientes facilitaría los nuevos aprendizajes. Aquí, aprender equivale a desarrollar habilidades, es decir, llegar a realizar la operación rápida y automáticamente, para lo cual habría que disponerse previamente de las ejercitaciones necesarias. Es en estos casos cuando algunos autores hablan de una generalización del conocimiento, cuando unos se ‘aplican’ en circunstancias distintas a las que rodearon su adquisición.
El asunto llena muchas páginas en libros que se ocupan del aprendizaje. Algunos autores buscan el ahorro de aprendizajes en distintas situaciones tratando de que lo aprendido en unas simplemente se aplique, con éxito, en otras, lo que, en la práctica, no siempre es posible. Se preguntan: ¿Cuántas cosas habría que aprender si lo hiciéramos con todo lo que necesitamos hacer en la vida? Afortunadamente entra en acción el tránsfer, y al hallarse en una circunstancia novedosa será posible el desempeño porque lo que faltaría por aprender sería mínimo si ya se contara con conocimientos o habilidades desarrolladas muy similares a la situación dada.
Veamos una situación muy frecuente: por ejemplo, se informa a alguien sobre cómo se realiza una tarea; enseguida se pide al sujeto que la lleve a cabo… y falla. ¿Pero si ya se le explicó bien, por qué no pudo hacerla? Pensamos que se trata de dos asuntos diferentes, aunque se refieran a la misma situación. Escuchar una explicación tiene lugar en el ámbito de lo verbal; llevar a cabo una tarea, en especial si es de ejecución, corresponde a lo sensoriomotor. A veces se da un paso intermedio: se enseña con el ejemplo cómo se realiza la tarea, para dar paso a la imitación, como se observaría en una clase común de baile o en el entrenamiento de un carpintero. Creemos que para que una habilidad se desarrolle se requiere su ejecución una y otra vez, hasta que los movimientos se vayan automatizando. Que no bastaría con la información, aunque ésta sí documenta la habilidad, sobre todo cuando incluye las razones que sustentan cada etapa o fase de la ejecución. Información y habilidad vendrían siendo dos cosas diferentes. No sería de esperarse una transferencia directa, en su sentido de traspaso, de las palabras a la acción.
En ocasiones el tránsfer resulta negativo, es decir, entorpecedor del aprendizaje de una nueva habilidad, situación que sería equivalente a lo que Gaston Bachelar, en filosofía, y Guy Brosseau, en pedagogía, denominaron ‘barrera epistemológica’.
La influencia de unos conocimientos sobre otros se observa en el caso en que alguien desea aprender a pintar acuarelas. El sujeto podría tratar inicialmente de dominar la dosificación del colorante en las diluciones de agua, el resultado de las combinaciones por la transparencia de los colores, el grosor y definición de los trazos del pincel sobre la superficie del papel, entre otros rasgos, empleando, digamos, la pintura en pastillas. En un segundo momento, lo que significaría otro aprendizaje, las actividades se efectuarían con, supongamos, acuarela líquida. En un tercer tiempo el aprendizaje podría hacerse con acuarela en tubo. El orden de los aprendizajes con cambio en los materiales sería indistinto; lo que desea señalarse es que probablemente el aprendiz encuentre mayores dificultades durante el aprendizaje realizado en primer lugar debido probablemente a la ausencia de experiencia previa en el trabajo con colores manualmente diluidos. En el mismo sentido, quizá el último aprendizaje resultara el más rápido, debido al tránsfer que se presenta entre ambos aprendizajes. Así, cuando el sujeto deba utilizar tinta china de color para pintar un cuadro, alcanzará más rápidamente la habilidad del caso.
El transfer como influencia y no como transferencia podría observarse también en el empleo de matrices, también conocidas como cuadros de doble entrada, diagramas de árbol, diagramas de huesos de pescado, diagramas de flujo, organigramas, la resolución de problemas aritméticos. Sería muy difícil aprender a manejar estos recursos en todas las situaciones posibles. Por lo general, se aprende su manejo en unas situaciones y después quizá habrá necesidad de utilizarlos en otras en que no se cuente con la experiencia de su ejecución. Sin embargo, es factible la aplicación, pues lo que se sabe apoya para afrontar los retos que representan una nueva aplicación. Si tal nueva aplicación ha de realizarse repetidamente, habría un nuevo aprendizaje.
Según Mayer y Wittrock (1996) el transfer es “el efecto que el conocimiento aprendido en una situación previa (tarea A) tiene sobre el aprendizaje o ejecución en nueva situación (tarea B)”. Elvira Carpintero Molina (El proceso del transfer: revisión y nuevas perspectivas, en Internet) señala: “En la educación, una de las principales metas es promover el transfer (Bruner, 1960; Marini y Genereux, 1995). Durante el periodo escolar no se puede enseñar todo lo que el alumno debería saber, ya que es imposible definir y localizar todas las variaciones de un problema. Por tanto, conocer y dominar este proceso facilita el aprendizaje de nuevos conceptos y evita su demora y la memorización masiva de información. Sin embargo, preparar a los estudiantes para resolver problemas con los que no se han enfrentado anteriormente y dotarlos de herramientas útiles para dichas situaciones, no es tarea fácil”.
Las facilidades que unos conocimientos otorgan para la adquisición de otros constituyen un filón aprovechable en todos los niveles educativos. A pesar de que el fenómeno del tránsfer parece facilitar las cosas, siempre será recomendable brindar el mayor número posible de experiencias diferentes, aunque cercanas entre sí por algunos factores que las relacionen. Cuando se dice que los aprendizajes están encadenados, y que las lagunas que van quedando en unos tienden a su crecimiento hasta entorpecer el avance, se está haciendo referencia a la relación que existe entre conocimientos de distinta naturaleza pero similares en algunos de sus aspectos. Habrá ocasiones en que, sin la presencia de unos no sería fácil avanzar en la adquisición de otros. Eso lo saben bien los maestros de química, física y matemáticas.
E. Carpintero Molina refiere algunas de las limitaciones que se presentan para el tránsfer. Dice en otra parte de su trabajo: “Adoptar un criterio de evaluación estrecho y restringido donde exista una única respuesta correcta no promueve el transfer. Los experimentos, generalmente, presentan tareas separadas de modo que los estudiantes asumen que son independientes y que para resolver cada uno de los problemas, de modo inmediato, exclusivamente puede utilizarse la información dada”.
Según el mismo artículo, “Alexander y Murphy (1999) destacan ciertos obstáculos instruccionales que impiden que se produzca el transfer al disminuir la motivación de los estudiantes. Entre ellos, consideran que la necesidad impuesta a los profesores para cubrir un determinado programa provoca un mínimo o inexistente empleo del tiempo en el aprendizaje y enseñanza de estrategias en profundidad. El aumento, a lo largo de las décadas, de los conocimientos e informaciones que se imparten en el colegio confina a un superficial tratamiento de la materia. Concretamente, las autoras denominan a esta barrera ‘mencionar vs. enseñar’”.
A fin de no abusar mucho, una última cita: “La similitud entre las situaciones no es reconocida por los alumnos y no aplican un método de resolución en un contexto diferente al aprendido. Esto es debido a que los alumnos reciben conocimientos de las distintas materias, pero no son capaces de relacionarlos. Además, el modo de presentar los contenidos no favorece este transfer pues se presentan de forma aislada, sin relación entre las áreas. Así, los estudiantes ven cada asignatura como un grupo aislado de contenidos y no pueden relacionarlas y, aun menos, transferir sus conocimientos a la vida diaria, pues parece que lo que se presenta en el aula son conocimientos diferentes de los de la vida”.
Consideramos que el tema se presta para intentar profundizar en el asunto, dadas las bondades que el fenómeno señalado ya está ofreciendo en algunos aspectos del aprendizaje. Conocerlo y aprovecharlo más cabalmente contribuiría al mejoramiento de los aprendizajes.
UNA VIDA EN PARPADEOS
Por Ariel López Álvarez
Fui un intruso de los reservados pensamientos de ese joven que habría de frisar los treinta y cinco años. No soy familiar ni conocido suyo. Sólo me veo como su intrigado y casual compañero de cuarto de hospital que nunca tuvo oportunidad de intercambiar diálogo alguno con él. Comenzó por llamarme la atención su brusco tránsito de reposo a hiperactividad: tan pronto despertaba, jalaba la computadora portátil para entregarle su excitada brevedad; tecleaba sin preguntar por nadie o sin llamar para satisfacer alguna necesidad. Se dio la ocasión en que los gemidos de sus esfuerzos me sobresaltaron a media noche. ¿Qué escribe, qué escribe?, tantas veces me pregunté. Mas, cierta tarde me encontré con su cama vacía, y sobre las blancas sábanas estaba su equipo abierto. La máquina abandonó la hibernación al tacto, permitiéndome acceder a su cosmos, y sin recato de mi parte comencé a leer. Luego, me permití copiar el archivo para leerlo con calma. ¡Hombre previsor!, se ve que en alguna de sus lucideces tuvo el cuidado de programarla y, a manera de bitácora, automáticamente se grabaron también los datos de los momentos en que sus pensamientos se fueron registrando. La fecha y hora de las notas daban testimonio del alargamiento de sus sueños y de las impresiones causadas por sus ausencias en el tiempo o, como él citara, en su propio tiempo. Al contabilizar esas ausencias —o presencias—, esbozadas mayormente desde que se encontraba en su casa, parece que sumaban casi cinco meses. Para una lectura más ágil, a continuación evito las apostillas de los minutos en que organizó cada párrafo, pues sus asientos pudieran interferir en la lectura de curiosos como yo. Entonces, he aquí el contenido de las preocupaciones de mi compañero de hospital, en los limitados intervalos en que no vegetaba:
Con dificultades me he desplazado por primera vez a esta página, la que será depósito de mis vivencias. Me propongo hacer las anotaciones posibles de cuando emerjo de mis negruras. Concédanme el favor de no borrar mis reflexiones. Ah, ya me acordé qué deseaba apuntar. Recuerdo el monólogo de Segismundo, en La vida es sueño, en ese cachito que decía: “Y en el mundo, en conclusión, todos sueñan lo que son, aunque ninguno lo entiende”…
¡Uy!, de improviso, sentí una mano posada sobre mi hombro. Instintivamente, giré para mirar de quién era esa mano, y nada. Nadie junto a mí. No debo tener miedo, esto es un monólogo, sólo eso. Rápido perdí la sensación de su presencia, si bien me quedó el calor de sus afectos. Probablemente imagino cosas, o será el presagio de desventuras venideras, escupidas de los dominios de un arcano abismo…
Gracias, consideraron mi petición: Permanecen los dos primeros párrafos. Los dejaré en el preámbulo de ésta, tal vez, mi carta póstuma. A quien fuere, gracias por darme la oportunidad de continuar delineando una estampa personal…
¿También podrían dejarme las ideas truncas?, no corrijan. Lo que termine en suspenso se parecerá a los proyectos de quien pensaba vivir por siempre. Tendré la ocupación primera, mientras pueda, de acabar una idea antes de comenzar la siguiente…
No me dejan de sorprender mis circunstancias de vida. Parpadeé y la ventana de la recámara me permitió ver el nublado del cielo, y yo me reconocí físicamente tumbado sobre la cama. Volví a parpadear, y a través de la ventana de la sala aprecié el sol, y yo estaba tendido en el sofá. En la próxima ocasión me encontré con el ritmo alegre de la lluvia sobre los tejados, pero yo estaba tirado en el suelo, boca abajo, con la mejilla planchada por el piso y la baba suficiente para formar un charco. ¡Dios!, no quiero volver a parpadear, me da miedo…
¡Algo parece reanimarme en mis parpadeos! Es esa palma sobre mi hombro de no sé quién. Me acompaña con su misticismo. Náufrago en el estupor en que me hundo, el enigma con que se conduce me ilumina y da sombras en el alba…
Ha vuelto a suceder y no había yo podido llegar hasta aquí. Pestañeo y hace frío; vuelvo a hacerlo y aparece un caluroso día. ¿Qué es esto? No siendo natural, mi realidad es diferente a la de los demás en extremo…
Mi situación me tiene aislado de la gente. Vivo a manera de cigarra en la naturaleza, sirviéndome del entorno, sin retribuir en nada. Dicto la agenda de los que me rodean. No sólo sus actividades cotidianas deben de haber sido trastocadas, sino las de sus pensamientos: mil disculpas…
En escenarios que me confunden, el tiempo continúa. El mío se fragmenta con relación al tiempo de los demás, pero no en relación conmigo. Raro, mas así sucede. Por ejemplo, no tengo nada que decir del inter entre estar rasgueando quimeras en este lugar y abrir los ojos en el suelo. Aunque no lo parezca, no tiene sentido para mí hablar de si me caí y permanecí tirado minutos u horas; según el tiempo de los demás, pudieron haber sido horas…
Para entender mi tiempo hay que imaginar la canción que se escucha por primera vez en un viejo tocadiscos y, por ahí de la mitad, la aguja se salta ranuras. No se duda de que la letra fuera trozada. Las vueltas brincadas son un tiempo del que no se supo nada, pero la melodía no se detuvo, sólo continuó más adelante…
Curiosa circunstancia la mía. El cómo percibo que la “aguja de mi vida” se saltó es a partir de la diferencia del lugar en el que me encuentro en el mismo instante, o quizá debí anotar, en mi mismo instante. Entonces, de regreso al ejemplo, sucede que la aguja de mi vida se pasa, de refilón, del último tecleo que di aquí, hasta el momento en que termino de parpadear y ya no estoy escribiendo, sino en otro punto. En verdad, la aguja de mi vida prosigue más adelante respecto a lo que realmente quedó grabado en el disco del infinito…
El tiempo es algo que no espera por mí. No obstante, yo sí espero seguirlo teniendo…
Por otra parte, mi cuerpo no necesita de mi conciencia para ocupar un lugar. Tomar aire del rededor no es un acto pensado. Por lo visto, no he necesitado mi memoria para hacerlo…
Mas, a diferencia de mi cuerpo, mis juicios no se dan precisamente en el espacio: se dan en el tiempo…
Mi conciencia está en el tiempo, y éste sólo me consta cuando tengo entendimiento…
Yo valoro el curso de los sucesos. Las contingencias especiales del cómo los vivo son las que me están dando nociones de su presencia. Antes, sabía que el tiempo había pasado, que estaba corriendo, que había que esperar una época, etcétera…
Ahora registro el llegar del tiempo. Me doy cuenta que me cobija en su regazo, y yo lo aprecio tanto…
¡La mano! De nuevo la mano. ¿Ella es la que me está sosteniendo en el mundo? ¿Es de quien me ha levantado o que viene por mí? No importa, ella me invita a pensar mi soledad como algo más, tal vez detentora de alguna razón oculta…
Mi vista se topó con la penumbra. Con el calor sofocante de la noche, me sobresaltó sentirme bajo tierra. La oscuridad repentina me asusta…
Ahora, gracias por dejarme prendida la luz del baño por las noches…
Me dijeron que me la paso durmiendo. Son eclipses de los que no me queda nada. Cuán valiosa sería, así fuera la más terrorífica, si yo volviera a tener la experiencia de una fantástica quimera. La disfrutaría tanto…
Cuánto deseo que Calderón de la Barca tenga razón. Corríjanme si no es así. En otra parte Segismundo decía: Que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son…
Me haré la ilusión de que repentinamente vuelvo de una de esas largas travesías de las cuales nunca sé nada. Corro —es un decir de un gran valor para mí— a escribir. No quiero comprobar si estoy vivo, sólo quiero encontrarme con la compleja experiencia de distinguirlo. El reloj marca horas o un día diferente, incluso. ¿Por qué hoy es la tarde del lunes si apenas, en un santiamén, era domingo por la noche? ¿Por qué parpadeé y me vi solo en mi cuarto cuando el pestañeo anterior me tuvo sentado frente a mi familia, mientras departían la cena?...
Ya me empiezan a doler las articulaciones al menor movimiento. Es un entumecimiento prolongado desde arriba. Nunca logro saber desde dónde. Los dedos se paralizan y pulso las teclas cada vez más despacio, con menos dedos de lo habitual. Eso no me afecta, invariablemente he sido lento para pensar…
Resulta raro, pues nadie conversa normalmente conmigo. No es más que la diferencia de tiempos. Cuando coincidimos en horarios, sus miradas, todas, son compasivas. Sus diálogos son los mismos y quedan inconclusos. Los repiten a cada momento mío que, recalco, es distinto para ellos: ¿Cómo te siennnnn…
Con esfuerzos pude acercarme a mi rincón de libertades, donde no existen riendas ni bridas que orienten ningún pasaje de mi existencia. Ahora me vi recostado sobre el sofá. Tengo un poco de dolor en la nuca. Ah, un par de chichones, seguramente me golpeé en carambola. No hay nadie en casa. Hasta la saciedad me han pedido recordar sin espantarme, en el percatarme del mudar de aires. Que no camine ni me mueva de donde estoy; que, si acaso lo necesito, ande a gatas, me dicen. De esta forma, he llegado aquí para dejar constancia de los jirones de cordura que me restan.
¡Uff!, no me importa que la espalda se me caiga a pedazos; acrecienta el valor de saberme, todavía, entre las cosas creadas. ¡Ja!, soy un cuerdo “a cuenta gotas”. ¿Cómo se puede estar consciente y echar a perder el momento sufriendo aún sufriendo? Debo mantener el buen talante, por difícil que parezca. ¡Qué gozo tan enorme me produce la contemplación! Puede ser que lo que me provoca este éxtasis sea el tiempo diferente al de los demás. Ese, mi propio tiempo…
Jajaja, soy producto de mi propio tiempo (así, sin puntos suspensivos).
Tardé en prender la computadora. ¡Dios!, no sé en qué parpadeó perderé la razón. Todos duermen. No los despertaré, si bien ansío darles un beso. Éste pudiera ser un medio para comunicarme. Les agradezco su comprensión. ¡Que irónico!, yo, que soy quien debiera considerarme cuasi exánime, ahora quiero dejar constancia de que estoy gozando la singularidad de mi tiempo. Son sentimientos encontrados…
Familia mía, casi ni nos vemos cuando estoy consciente. Mas, estos retazos de mí que tienen enfrente, no comparables con ningún vegetal —porque los vegetales tienen un verde lozano y mi amarillo o verde es el de un enfermo—, quiero que los recuerden riendo por alguna gracia de cualquiera de ustedes. Será así cuando mi silencio les hable…
¡Otra vez la apagaron! Los instantes se me hicieron eternos para prenderla: No me apaguen la computadora…
Gracias por no apagarla…
¡La mano! Esa que mi vista no ha alcanzado a ver me confunde, alienta y atormenta. Me incita frugales impulsos de esperanzas. Fugaz como un rayo, me ilumina y acalambra…
eeeeee…
mmmmm…
Desesperé. Siete intentos de llegar a escribir y nada. Se incluyen las dos veces que pude lograrlo y no articulé párrafo alguno. No ha tenido caso dejar constancia de haber alcanzado en tantas ocasiones la máquina, sino de haber podido dejar algún pensamiento…
Ya me quejo sin proponérmelo. Me duelen mucho los hombros. Me revisé, y tengo marcadas las huellas de unos dedos. Se ve que les cuesta trabajo levantarme y lo hacen con menos delicadeza al paso de las semanas. No culpo a nadie por eso. Los comprendo…
Se me empiezan a formar hendiduras sangrantes en la espalda. No me tengan asco. Sépanse que no me desaniman. Esos malestares no quisiera asociarlos con el sobrellevar de las penas. El gozo por volver a abrir los ojos es superior, en mi ánimo, a las molestias…
¿Qué es esto? Ah, ya entiendo, me dijeron que casi muero por asfixia la última vez que comía. Tampoco me di cuenta de que me ahogaba. ¡Ja!, entonces, de ahora en adelante merendaré por sonda. No importa tampoco, mis ansias de aguardar por el nuevo día son superiores al gusto por saborear una suculenta sopa caliente…
Me preocupa que me vayan a enterrar vivo, pero dicen que no mantengo un estado catatónico en mis súbitas ausencias. Según, que lo mío es, algo así, como constricciones vasculares en el cerebro; con la ventaja de que nada en mí se mantiene en rigidez. Que bueno, no se vayan a confiar. Asegúrense de que esté frío cuando decidan meterme al ataúd, el cual no tengo ningún interés de elegir por forma, color o material…
Parece que tomo en broma mis transitorias apoplejías. Si bien yo sé que la muerte se da y que puedo cubrirme con su insondable vestidura, también es cierto que mis ganas de vivir me hacen evadir la conciencia de ello y abrazarme a la esperanza. Aunque, ¿quién podría actuar sereno cuando ve que se estrecha el último de sus senderos?...
Ah, pobre del que tome conciencia de su fatalidad, porque no le quedará más remedio que plantearse el suicidio. Sí, la conciencia del hado es terrible. Es, por ejemplo, el caso de quien agoniza con mente lúcida. Yo lo he visto, es horrible: los ojos cristalinos y vivaces del tendido, expresivos a cada segundo, reflejan algo, algo. Ese atisbo ha de ser la conciencia de la muerte…
Por otra parte, quizá, quien presencia la agonía o fallecimiento de otro puede llegar a tomar conciencia del destino terminal del otro y puede que no del de sí mismo, aun con la congoja. Por ejemplo, al posarme en el yermo de la memoria, viene a mí el recuerdo de haber despertado una madrugada por un angustioso llanto proveniente de la recámara de mis papás. Sin saber qué pasaba, salté a asomarme y presencié cómo mi mamá se hallaba desesperada golpeando el pecho de mi papá para que reviviera. Lo hacía a un solo grito con todas sus fuerzas. En esos momentos, creo que mi mamá sólo estaba consciente de la muerte de mi papa. Y yo…
Y yo, menos que ella, aún bajo el influjo de la impresión de lo inesperado, me limitaba a saberlo apenas en el sueño eterno. Luego, se llevaron a cabo las tortuosidades del velorio, la misa de cuerpo presente, el sepelio y, en el último trance, después de que unas inmensas y lodosas reatas depositaron sus restos ausentes de espíritu en la fosa —¡Justo ahí, por efecto de una aterradora primera palada de tierra lanzada sobre la losa que encerraba la caja!—, justo ahí tomé conciencia de que nunca más volveríamos a compartir nada juntos; al menos en esta vida…
Sí, la conciencia de la partida de mi papá me llegó tarde. Sin embargo, lo que he querido hacer notar es que, por afligida que fuera para nosotros la pérdida, ello no se reflejó en la conciencia de nuestra propia muerte, de la de ninguno de nosotros dos…
¡Epa!, Estoy seguro, el poder de la omnipresente mano me erizaba el pelo apenas abría los ojos. Algo me quiere revelar. ¿Qué misterios me reserva? Buscaré en mi interior la paz que me permita recoger su mensaje…
¡Bien, esta portátil resuelve mi problema! He llegado a la conclusión de que mis fuerzas ya no dan para llegar hasta la computadora. Hace rato era el día de antier. Estoy orinado ahora. Vivo cual sentina nauseabunda. No cabe duda: En mi mundo no hay monstruos, el monstruo soy yo…
He esperado la revelación de un espíritu. El tiempo se acorta. Mis nervios no tienen control…
Mis sensaciones son parecidas a las descritas por Neruda: surgen frías estrellas, emigran negros pájaros. Abandonado como los muelles en el alba sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos. Ah, más allá de todo. Es la hora de partir. Oh abandonado.
¿Dónde estoy? Me veo en la cama de un hospital: ¡Este es un hospital! Ahora estoy lleno de sondas. Mi mano era el medio para proveerme alimentos, es probable que no tenga más esa función. Siento fatiga. Por primera vez tengo una profunda somnolencia. Quiero mantenerme lúcido y no puedo. Tendrán que ayudarme a oxigenar el cerebro. Distingo y aprecio el incremento de mis extremidades. ¡Un octupus soy!...
También tienen miedo de que broncoaspire la comida. Me gustaría almorzar algo. Que disque para comer cualquier cosa tendría que ser asistido por doctores en un quirófano, me explican. ¿Habrá alguien imaginando que su siguiente pan lo tomaría en un quirófano? ¿Verdad que no suena lógico? ¡Qué barbaridad!
¡Que me comporto como un niño berrinchudo! Es que, al no morir, empiezo a mostrar fastidio de mi condición…
Dios, quisiera hacer un trato contigo. Te cambio las vendas de mis piernas por unas blancas calcetas de correr. O, qué te parece ahorrarnos el aire de este tanque de hospital y hacer uso de aquellos vientos que elevan papalotes hasta romper su hilo aprisionador…
Dios, eran bromas. En realidad, te cambio mi condición actual por un solo paseo. Quisiera volver a tener la oportunidad de resbalarme en el barro húmedo de las laderas. Recorrer largos trechos entre pinos y matojos de yerbas varias de un fresco monte. Hurgar con sigilo en una espesa arboleda, presto a cualquier movimiento, para descubrir ardillas señoreando, con sus gracias, virtudes naturales. Y si gustas, luego te cuento cómo me fue…
Dios, ya en serio ¿Qué de mí no eres tú? ¿Qué ultimísimo retal tuyo no puedo ser yo?...
Dios, si el morir sólo es el cambio de estado en la naturaleza que no te produce angustia, entonces debo entender que mi sufrimiento no está en ti; luego, mis desasosiegos me dejan fuera de ti. Mas cómo me pides que vea con gozo mi pesadumbre. ¡Ay! Más solitario me encuentro frente a la muerte ¿En ese trance se puede estar sin ti? Me queda claro que los ojos de quien agoniza no se parecen a los de aquel que se deja acompañar por ti, ¿por qué?...
Dios, antaño, cuando no tenía necesidad de ti, mi racionalidad especulaba que los seres viven y dejan de vivir, individualmente, y que la vida y la muerte son sólo conceptos globalizadores de actos concretos que se dan y que, como tales, no tienen existencia pues, a ver, ¿dónde está la vida y dónde está la muerte? No quisiera soliviantar a nadie si algún día soy leído, pero tú eres más que un concepto creado para referirnos a la totalidad, ¿verdad? Dame una señal…
Veo que mis esperanzas son a la racionalidad como el papel al fuego: Cada vez que mi racionalidad aparece mis esperanzas ceden…
¡Qué suerte!: ¡Mi familia! He tenido la oportunidad de coincidir con ella cuando se esfumó mi lirón. Los miré sonriendo. Tras esos gestos subyace el agobio de la pena, sé que el dolor los desploma. Y yo sonreí, también, porque deseo mostrarles que las molestias son superadas por el valor que tiene la vida; sin embargo, estimo que estoy apagándome, no por deseos de expiación; la mía es una decantación física hacia el sin regreso…
Tengo un compañero de cuarto. Sugiéranle que siga viendo sus programas de entretenimiento sin cambiarle al canal cultural cuando se dé cuenta que meneo la computadora. Me parece un sinsentido estar frente al televisor y no darse la oportunidad de entretenerse con sandeces. No sabría describir la relación, pero mi vecino me recuerda a los pasajeros de autobús leyendo libros, aquellos que no disfrutan los pintorescos paisajes de los caminos de México; curiosamente, los libros que llevan siempre los he visto abiertos en las primeras páginas, ¿pues cuántos días piensan que durará la travesía de barco? ¡Jajá! Los ojos se les han de torcer en las curvas…
¡Habrase visto un par de candidatos a la fosa común mortificados por la ópera de El payaso! ¡Y en italiano! Insisto, díganle a ese embeleco que siga viendo sus novelas y otras cosas cuando me sienta volver por estos lares. Una tarde en que me desperté le cambié de canal y entrevimos la deprimente parte que le sigue al aria de “Soy un triste payaso”. Lo bueno de tener mi propio tiempo es que pestañé cuando Camio hacía sus destrozos y salí de mi embriaguez en un imparable que colocaban los Dodgers…
El hospital me ha traído alivios. No es algo malo llegar aquí, es un espacio exclusivo para recuperar la salud. Puedo decir que siempre me he negado a ver al hombre como “un ser para la muerte”, o aquel antropológicamente “nacido para morir”. Yo pienso que las culturas se han alzado gracias a consideraciones como la de que al humano se le debe considerar “un ser para la vida” y, sobre todo, un ser de esperanzas…
¡Qué cosas dice el corazón! El intelecto me dice que Dios no existe…
He estado mejor. Me tenían en un grito los ramalazos en las articulaciones, a diestra y siniestra. No he podido cobrar conciencia por mucho rato —en eso no he progresado—, pero ya percibo el desfallecimiento al “desconectarme”. Es parecido a los de aquellos sueños que tienden su suave manto en las noches de la infancia. Ojalá y sea el preludio de mi recuperación…
¡Sopas! Tiemblo y sudo. Me pasa lo del gato que quiere comerse al pez sin mojarse. Es una dicotomía entre el querer y el temer. No hay otra solución. Esperaron mi abrir de ojos para informarnos que van a operarme. Voy contra las estadísticas. Al saberlo, les pedí que me dejaran solo. Ahora, sobre mí se vierte el pasmo. Será un volado de cara o cruz, lo sé. El miedo se impone. En fin, mi conciencia se ha adelgazado a tan exiguos instantes que, ciego, ya creo guarecer en la ilusión de los sentidos…
Y a modo de Segismundo: Yo sueño que estoy aquí destas prisiones cargado, y soñé que en otro estado más lisonjero me vi…
Queda poco tiempo para conocer qué me depara el aguijón ineluctable del destino. Me siento confundido ¿Qué puedo decir de lo que no está en mí? Tengo ganas de vivir. Me abrazo de mis afanes. Dios, hazlos tuyos…
¡Epa!, Estamos a media luz en la noche. Escucho que rasgan con saña la puerta, y no puedo articular palabra alguna. ¡El espectro que me ha acompañado hasta ahora! ¡¿Dónde está ese espectro?! Quisiera …
Nunca más volví a ver al silencioso hombre de la computadora, sólo advertí una menuda sombra que entrara a recoger sus cosas una mañana. A veces pienso cómo habrían iluminado mis pensamientos algunas frases suyas, apuntadas con esa lucidez que él lograba destilar vuelto de sus descensos.
En los días siguientes, con paciencia de paciente de hospital, por mi ventana veía pasar a la gente de negro y a la de lágrima viva, pero ninguna conocida; tal vez, muy tal vez, él ya se liberó de alguna forma. Yo, en cambio, sigo postrado en esta cama de blancas sábanas.
En el peor de los casos, él continúa vivo en las palabras que dejó tras de sí.
Fui un intruso de los reservados pensamientos de ese joven que habría de frisar los treinta y cinco años. No soy familiar ni conocido suyo. Sólo me veo como su intrigado y casual compañero de cuarto de hospital que nunca tuvo oportunidad de intercambiar diálogo alguno con él. Comenzó por llamarme la atención su brusco tránsito de reposo a hiperactividad: tan pronto despertaba, jalaba la computadora portátil para entregarle su excitada brevedad; tecleaba sin preguntar por nadie o sin llamar para satisfacer alguna necesidad. Se dio la ocasión en que los gemidos de sus esfuerzos me sobresaltaron a media noche. ¿Qué escribe, qué escribe?, tantas veces me pregunté. Mas, cierta tarde me encontré con su cama vacía, y sobre las blancas sábanas estaba su equipo abierto. La máquina abandonó la hibernación al tacto, permitiéndome acceder a su cosmos, y sin recato de mi parte comencé a leer. Luego, me permití copiar el archivo para leerlo con calma. ¡Hombre previsor!, se ve que en alguna de sus lucideces tuvo el cuidado de programarla y, a manera de bitácora, automáticamente se grabaron también los datos de los momentos en que sus pensamientos se fueron registrando. La fecha y hora de las notas daban testimonio del alargamiento de sus sueños y de las impresiones causadas por sus ausencias en el tiempo o, como él citara, en su propio tiempo. Al contabilizar esas ausencias —o presencias—, esbozadas mayormente desde que se encontraba en su casa, parece que sumaban casi cinco meses. Para una lectura más ágil, a continuación evito las apostillas de los minutos en que organizó cada párrafo, pues sus asientos pudieran interferir en la lectura de curiosos como yo. Entonces, he aquí el contenido de las preocupaciones de mi compañero de hospital, en los limitados intervalos en que no vegetaba:
Con dificultades me he desplazado por primera vez a esta página, la que será depósito de mis vivencias. Me propongo hacer las anotaciones posibles de cuando emerjo de mis negruras. Concédanme el favor de no borrar mis reflexiones. Ah, ya me acordé qué deseaba apuntar. Recuerdo el monólogo de Segismundo, en La vida es sueño, en ese cachito que decía: “Y en el mundo, en conclusión, todos sueñan lo que son, aunque ninguno lo entiende”…
¡Uy!, de improviso, sentí una mano posada sobre mi hombro. Instintivamente, giré para mirar de quién era esa mano, y nada. Nadie junto a mí. No debo tener miedo, esto es un monólogo, sólo eso. Rápido perdí la sensación de su presencia, si bien me quedó el calor de sus afectos. Probablemente imagino cosas, o será el presagio de desventuras venideras, escupidas de los dominios de un arcano abismo…
Gracias, consideraron mi petición: Permanecen los dos primeros párrafos. Los dejaré en el preámbulo de ésta, tal vez, mi carta póstuma. A quien fuere, gracias por darme la oportunidad de continuar delineando una estampa personal…
¿También podrían dejarme las ideas truncas?, no corrijan. Lo que termine en suspenso se parecerá a los proyectos de quien pensaba vivir por siempre. Tendré la ocupación primera, mientras pueda, de acabar una idea antes de comenzar la siguiente…
No me dejan de sorprender mis circunstancias de vida. Parpadeé y la ventana de la recámara me permitió ver el nublado del cielo, y yo me reconocí físicamente tumbado sobre la cama. Volví a parpadear, y a través de la ventana de la sala aprecié el sol, y yo estaba tendido en el sofá. En la próxima ocasión me encontré con el ritmo alegre de la lluvia sobre los tejados, pero yo estaba tirado en el suelo, boca abajo, con la mejilla planchada por el piso y la baba suficiente para formar un charco. ¡Dios!, no quiero volver a parpadear, me da miedo…
¡Algo parece reanimarme en mis parpadeos! Es esa palma sobre mi hombro de no sé quién. Me acompaña con su misticismo. Náufrago en el estupor en que me hundo, el enigma con que se conduce me ilumina y da sombras en el alba…
Ha vuelto a suceder y no había yo podido llegar hasta aquí. Pestañeo y hace frío; vuelvo a hacerlo y aparece un caluroso día. ¿Qué es esto? No siendo natural, mi realidad es diferente a la de los demás en extremo…
Mi situación me tiene aislado de la gente. Vivo a manera de cigarra en la naturaleza, sirviéndome del entorno, sin retribuir en nada. Dicto la agenda de los que me rodean. No sólo sus actividades cotidianas deben de haber sido trastocadas, sino las de sus pensamientos: mil disculpas…
En escenarios que me confunden, el tiempo continúa. El mío se fragmenta con relación al tiempo de los demás, pero no en relación conmigo. Raro, mas así sucede. Por ejemplo, no tengo nada que decir del inter entre estar rasgueando quimeras en este lugar y abrir los ojos en el suelo. Aunque no lo parezca, no tiene sentido para mí hablar de si me caí y permanecí tirado minutos u horas; según el tiempo de los demás, pudieron haber sido horas…
Para entender mi tiempo hay que imaginar la canción que se escucha por primera vez en un viejo tocadiscos y, por ahí de la mitad, la aguja se salta ranuras. No se duda de que la letra fuera trozada. Las vueltas brincadas son un tiempo del que no se supo nada, pero la melodía no se detuvo, sólo continuó más adelante…
Curiosa circunstancia la mía. El cómo percibo que la “aguja de mi vida” se saltó es a partir de la diferencia del lugar en el que me encuentro en el mismo instante, o quizá debí anotar, en mi mismo instante. Entonces, de regreso al ejemplo, sucede que la aguja de mi vida se pasa, de refilón, del último tecleo que di aquí, hasta el momento en que termino de parpadear y ya no estoy escribiendo, sino en otro punto. En verdad, la aguja de mi vida prosigue más adelante respecto a lo que realmente quedó grabado en el disco del infinito…
El tiempo es algo que no espera por mí. No obstante, yo sí espero seguirlo teniendo…
Por otra parte, mi cuerpo no necesita de mi conciencia para ocupar un lugar. Tomar aire del rededor no es un acto pensado. Por lo visto, no he necesitado mi memoria para hacerlo…
Mas, a diferencia de mi cuerpo, mis juicios no se dan precisamente en el espacio: se dan en el tiempo…
Mi conciencia está en el tiempo, y éste sólo me consta cuando tengo entendimiento…
Yo valoro el curso de los sucesos. Las contingencias especiales del cómo los vivo son las que me están dando nociones de su presencia. Antes, sabía que el tiempo había pasado, que estaba corriendo, que había que esperar una época, etcétera…
Ahora registro el llegar del tiempo. Me doy cuenta que me cobija en su regazo, y yo lo aprecio tanto…
¡La mano! De nuevo la mano. ¿Ella es la que me está sosteniendo en el mundo? ¿Es de quien me ha levantado o que viene por mí? No importa, ella me invita a pensar mi soledad como algo más, tal vez detentora de alguna razón oculta…
Mi vista se topó con la penumbra. Con el calor sofocante de la noche, me sobresaltó sentirme bajo tierra. La oscuridad repentina me asusta…
Ahora, gracias por dejarme prendida la luz del baño por las noches…
Me dijeron que me la paso durmiendo. Son eclipses de los que no me queda nada. Cuán valiosa sería, así fuera la más terrorífica, si yo volviera a tener la experiencia de una fantástica quimera. La disfrutaría tanto…
Cuánto deseo que Calderón de la Barca tenga razón. Corríjanme si no es así. En otra parte Segismundo decía: Que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son…
Me haré la ilusión de que repentinamente vuelvo de una de esas largas travesías de las cuales nunca sé nada. Corro —es un decir de un gran valor para mí— a escribir. No quiero comprobar si estoy vivo, sólo quiero encontrarme con la compleja experiencia de distinguirlo. El reloj marca horas o un día diferente, incluso. ¿Por qué hoy es la tarde del lunes si apenas, en un santiamén, era domingo por la noche? ¿Por qué parpadeé y me vi solo en mi cuarto cuando el pestañeo anterior me tuvo sentado frente a mi familia, mientras departían la cena?...
Ya me empiezan a doler las articulaciones al menor movimiento. Es un entumecimiento prolongado desde arriba. Nunca logro saber desde dónde. Los dedos se paralizan y pulso las teclas cada vez más despacio, con menos dedos de lo habitual. Eso no me afecta, invariablemente he sido lento para pensar…
Resulta raro, pues nadie conversa normalmente conmigo. No es más que la diferencia de tiempos. Cuando coincidimos en horarios, sus miradas, todas, son compasivas. Sus diálogos son los mismos y quedan inconclusos. Los repiten a cada momento mío que, recalco, es distinto para ellos: ¿Cómo te siennnnn…
Con esfuerzos pude acercarme a mi rincón de libertades, donde no existen riendas ni bridas que orienten ningún pasaje de mi existencia. Ahora me vi recostado sobre el sofá. Tengo un poco de dolor en la nuca. Ah, un par de chichones, seguramente me golpeé en carambola. No hay nadie en casa. Hasta la saciedad me han pedido recordar sin espantarme, en el percatarme del mudar de aires. Que no camine ni me mueva de donde estoy; que, si acaso lo necesito, ande a gatas, me dicen. De esta forma, he llegado aquí para dejar constancia de los jirones de cordura que me restan.
¡Uff!, no me importa que la espalda se me caiga a pedazos; acrecienta el valor de saberme, todavía, entre las cosas creadas. ¡Ja!, soy un cuerdo “a cuenta gotas”. ¿Cómo se puede estar consciente y echar a perder el momento sufriendo aún sufriendo? Debo mantener el buen talante, por difícil que parezca. ¡Qué gozo tan enorme me produce la contemplación! Puede ser que lo que me provoca este éxtasis sea el tiempo diferente al de los demás. Ese, mi propio tiempo…
Jajaja, soy producto de mi propio tiempo (así, sin puntos suspensivos).
Tardé en prender la computadora. ¡Dios!, no sé en qué parpadeó perderé la razón. Todos duermen. No los despertaré, si bien ansío darles un beso. Éste pudiera ser un medio para comunicarme. Les agradezco su comprensión. ¡Que irónico!, yo, que soy quien debiera considerarme cuasi exánime, ahora quiero dejar constancia de que estoy gozando la singularidad de mi tiempo. Son sentimientos encontrados…
Familia mía, casi ni nos vemos cuando estoy consciente. Mas, estos retazos de mí que tienen enfrente, no comparables con ningún vegetal —porque los vegetales tienen un verde lozano y mi amarillo o verde es el de un enfermo—, quiero que los recuerden riendo por alguna gracia de cualquiera de ustedes. Será así cuando mi silencio les hable…
¡Otra vez la apagaron! Los instantes se me hicieron eternos para prenderla: No me apaguen la computadora…
Gracias por no apagarla…
¡La mano! Esa que mi vista no ha alcanzado a ver me confunde, alienta y atormenta. Me incita frugales impulsos de esperanzas. Fugaz como un rayo, me ilumina y acalambra…
eeeeee…
mmmmm…
Desesperé. Siete intentos de llegar a escribir y nada. Se incluyen las dos veces que pude lograrlo y no articulé párrafo alguno. No ha tenido caso dejar constancia de haber alcanzado en tantas ocasiones la máquina, sino de haber podido dejar algún pensamiento…
Ya me quejo sin proponérmelo. Me duelen mucho los hombros. Me revisé, y tengo marcadas las huellas de unos dedos. Se ve que les cuesta trabajo levantarme y lo hacen con menos delicadeza al paso de las semanas. No culpo a nadie por eso. Los comprendo…
Se me empiezan a formar hendiduras sangrantes en la espalda. No me tengan asco. Sépanse que no me desaniman. Esos malestares no quisiera asociarlos con el sobrellevar de las penas. El gozo por volver a abrir los ojos es superior, en mi ánimo, a las molestias…
¿Qué es esto? Ah, ya entiendo, me dijeron que casi muero por asfixia la última vez que comía. Tampoco me di cuenta de que me ahogaba. ¡Ja!, entonces, de ahora en adelante merendaré por sonda. No importa tampoco, mis ansias de aguardar por el nuevo día son superiores al gusto por saborear una suculenta sopa caliente…
Me preocupa que me vayan a enterrar vivo, pero dicen que no mantengo un estado catatónico en mis súbitas ausencias. Según, que lo mío es, algo así, como constricciones vasculares en el cerebro; con la ventaja de que nada en mí se mantiene en rigidez. Que bueno, no se vayan a confiar. Asegúrense de que esté frío cuando decidan meterme al ataúd, el cual no tengo ningún interés de elegir por forma, color o material…
Parece que tomo en broma mis transitorias apoplejías. Si bien yo sé que la muerte se da y que puedo cubrirme con su insondable vestidura, también es cierto que mis ganas de vivir me hacen evadir la conciencia de ello y abrazarme a la esperanza. Aunque, ¿quién podría actuar sereno cuando ve que se estrecha el último de sus senderos?...
Ah, pobre del que tome conciencia de su fatalidad, porque no le quedará más remedio que plantearse el suicidio. Sí, la conciencia del hado es terrible. Es, por ejemplo, el caso de quien agoniza con mente lúcida. Yo lo he visto, es horrible: los ojos cristalinos y vivaces del tendido, expresivos a cada segundo, reflejan algo, algo. Ese atisbo ha de ser la conciencia de la muerte…
Por otra parte, quizá, quien presencia la agonía o fallecimiento de otro puede llegar a tomar conciencia del destino terminal del otro y puede que no del de sí mismo, aun con la congoja. Por ejemplo, al posarme en el yermo de la memoria, viene a mí el recuerdo de haber despertado una madrugada por un angustioso llanto proveniente de la recámara de mis papás. Sin saber qué pasaba, salté a asomarme y presencié cómo mi mamá se hallaba desesperada golpeando el pecho de mi papá para que reviviera. Lo hacía a un solo grito con todas sus fuerzas. En esos momentos, creo que mi mamá sólo estaba consciente de la muerte de mi papa. Y yo…
Y yo, menos que ella, aún bajo el influjo de la impresión de lo inesperado, me limitaba a saberlo apenas en el sueño eterno. Luego, se llevaron a cabo las tortuosidades del velorio, la misa de cuerpo presente, el sepelio y, en el último trance, después de que unas inmensas y lodosas reatas depositaron sus restos ausentes de espíritu en la fosa —¡Justo ahí, por efecto de una aterradora primera palada de tierra lanzada sobre la losa que encerraba la caja!—, justo ahí tomé conciencia de que nunca más volveríamos a compartir nada juntos; al menos en esta vida…
Sí, la conciencia de la partida de mi papá me llegó tarde. Sin embargo, lo que he querido hacer notar es que, por afligida que fuera para nosotros la pérdida, ello no se reflejó en la conciencia de nuestra propia muerte, de la de ninguno de nosotros dos…
¡Epa!, Estoy seguro, el poder de la omnipresente mano me erizaba el pelo apenas abría los ojos. Algo me quiere revelar. ¿Qué misterios me reserva? Buscaré en mi interior la paz que me permita recoger su mensaje…
¡Bien, esta portátil resuelve mi problema! He llegado a la conclusión de que mis fuerzas ya no dan para llegar hasta la computadora. Hace rato era el día de antier. Estoy orinado ahora. Vivo cual sentina nauseabunda. No cabe duda: En mi mundo no hay monstruos, el monstruo soy yo…
He esperado la revelación de un espíritu. El tiempo se acorta. Mis nervios no tienen control…
Mis sensaciones son parecidas a las descritas por Neruda: surgen frías estrellas, emigran negros pájaros. Abandonado como los muelles en el alba sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos. Ah, más allá de todo. Es la hora de partir. Oh abandonado.
¿Dónde estoy? Me veo en la cama de un hospital: ¡Este es un hospital! Ahora estoy lleno de sondas. Mi mano era el medio para proveerme alimentos, es probable que no tenga más esa función. Siento fatiga. Por primera vez tengo una profunda somnolencia. Quiero mantenerme lúcido y no puedo. Tendrán que ayudarme a oxigenar el cerebro. Distingo y aprecio el incremento de mis extremidades. ¡Un octupus soy!...
También tienen miedo de que broncoaspire la comida. Me gustaría almorzar algo. Que disque para comer cualquier cosa tendría que ser asistido por doctores en un quirófano, me explican. ¿Habrá alguien imaginando que su siguiente pan lo tomaría en un quirófano? ¿Verdad que no suena lógico? ¡Qué barbaridad!
¡Que me comporto como un niño berrinchudo! Es que, al no morir, empiezo a mostrar fastidio de mi condición…
Dios, quisiera hacer un trato contigo. Te cambio las vendas de mis piernas por unas blancas calcetas de correr. O, qué te parece ahorrarnos el aire de este tanque de hospital y hacer uso de aquellos vientos que elevan papalotes hasta romper su hilo aprisionador…
Dios, eran bromas. En realidad, te cambio mi condición actual por un solo paseo. Quisiera volver a tener la oportunidad de resbalarme en el barro húmedo de las laderas. Recorrer largos trechos entre pinos y matojos de yerbas varias de un fresco monte. Hurgar con sigilo en una espesa arboleda, presto a cualquier movimiento, para descubrir ardillas señoreando, con sus gracias, virtudes naturales. Y si gustas, luego te cuento cómo me fue…
Dios, ya en serio ¿Qué de mí no eres tú? ¿Qué ultimísimo retal tuyo no puedo ser yo?...
Dios, si el morir sólo es el cambio de estado en la naturaleza que no te produce angustia, entonces debo entender que mi sufrimiento no está en ti; luego, mis desasosiegos me dejan fuera de ti. Mas cómo me pides que vea con gozo mi pesadumbre. ¡Ay! Más solitario me encuentro frente a la muerte ¿En ese trance se puede estar sin ti? Me queda claro que los ojos de quien agoniza no se parecen a los de aquel que se deja acompañar por ti, ¿por qué?...
Dios, antaño, cuando no tenía necesidad de ti, mi racionalidad especulaba que los seres viven y dejan de vivir, individualmente, y que la vida y la muerte son sólo conceptos globalizadores de actos concretos que se dan y que, como tales, no tienen existencia pues, a ver, ¿dónde está la vida y dónde está la muerte? No quisiera soliviantar a nadie si algún día soy leído, pero tú eres más que un concepto creado para referirnos a la totalidad, ¿verdad? Dame una señal…
Veo que mis esperanzas son a la racionalidad como el papel al fuego: Cada vez que mi racionalidad aparece mis esperanzas ceden…
¡Qué suerte!: ¡Mi familia! He tenido la oportunidad de coincidir con ella cuando se esfumó mi lirón. Los miré sonriendo. Tras esos gestos subyace el agobio de la pena, sé que el dolor los desploma. Y yo sonreí, también, porque deseo mostrarles que las molestias son superadas por el valor que tiene la vida; sin embargo, estimo que estoy apagándome, no por deseos de expiación; la mía es una decantación física hacia el sin regreso…
Tengo un compañero de cuarto. Sugiéranle que siga viendo sus programas de entretenimiento sin cambiarle al canal cultural cuando se dé cuenta que meneo la computadora. Me parece un sinsentido estar frente al televisor y no darse la oportunidad de entretenerse con sandeces. No sabría describir la relación, pero mi vecino me recuerda a los pasajeros de autobús leyendo libros, aquellos que no disfrutan los pintorescos paisajes de los caminos de México; curiosamente, los libros que llevan siempre los he visto abiertos en las primeras páginas, ¿pues cuántos días piensan que durará la travesía de barco? ¡Jajá! Los ojos se les han de torcer en las curvas…
¡Habrase visto un par de candidatos a la fosa común mortificados por la ópera de El payaso! ¡Y en italiano! Insisto, díganle a ese embeleco que siga viendo sus novelas y otras cosas cuando me sienta volver por estos lares. Una tarde en que me desperté le cambié de canal y entrevimos la deprimente parte que le sigue al aria de “Soy un triste payaso”. Lo bueno de tener mi propio tiempo es que pestañé cuando Camio hacía sus destrozos y salí de mi embriaguez en un imparable que colocaban los Dodgers…
El hospital me ha traído alivios. No es algo malo llegar aquí, es un espacio exclusivo para recuperar la salud. Puedo decir que siempre me he negado a ver al hombre como “un ser para la muerte”, o aquel antropológicamente “nacido para morir”. Yo pienso que las culturas se han alzado gracias a consideraciones como la de que al humano se le debe considerar “un ser para la vida” y, sobre todo, un ser de esperanzas…
¡Qué cosas dice el corazón! El intelecto me dice que Dios no existe…
He estado mejor. Me tenían en un grito los ramalazos en las articulaciones, a diestra y siniestra. No he podido cobrar conciencia por mucho rato —en eso no he progresado—, pero ya percibo el desfallecimiento al “desconectarme”. Es parecido a los de aquellos sueños que tienden su suave manto en las noches de la infancia. Ojalá y sea el preludio de mi recuperación…
¡Sopas! Tiemblo y sudo. Me pasa lo del gato que quiere comerse al pez sin mojarse. Es una dicotomía entre el querer y el temer. No hay otra solución. Esperaron mi abrir de ojos para informarnos que van a operarme. Voy contra las estadísticas. Al saberlo, les pedí que me dejaran solo. Ahora, sobre mí se vierte el pasmo. Será un volado de cara o cruz, lo sé. El miedo se impone. En fin, mi conciencia se ha adelgazado a tan exiguos instantes que, ciego, ya creo guarecer en la ilusión de los sentidos…
Y a modo de Segismundo: Yo sueño que estoy aquí destas prisiones cargado, y soñé que en otro estado más lisonjero me vi…
Queda poco tiempo para conocer qué me depara el aguijón ineluctable del destino. Me siento confundido ¿Qué puedo decir de lo que no está en mí? Tengo ganas de vivir. Me abrazo de mis afanes. Dios, hazlos tuyos…
¡Epa!, Estamos a media luz en la noche. Escucho que rasgan con saña la puerta, y no puedo articular palabra alguna. ¡El espectro que me ha acompañado hasta ahora! ¡¿Dónde está ese espectro?! Quisiera …
Nunca más volví a ver al silencioso hombre de la computadora, sólo advertí una menuda sombra que entrara a recoger sus cosas una mañana. A veces pienso cómo habrían iluminado mis pensamientos algunas frases suyas, apuntadas con esa lucidez que él lograba destilar vuelto de sus descensos.
En los días siguientes, con paciencia de paciente de hospital, por mi ventana veía pasar a la gente de negro y a la de lágrima viva, pero ninguna conocida; tal vez, muy tal vez, él ya se liberó de alguna forma. Yo, en cambio, sigo postrado en esta cama de blancas sábanas.
En el peor de los casos, él continúa vivo en las palabras que dejó tras de sí.
UN LIBRO DE DANTE OCTAVIO HERNÁNDEZ GUZMÁN
“LA PRENSA Y LOS LIBROS DE LA COLONIA Y SU INFLUENCIA EN LA CULTURA DE ORIZABA”
Por Rafael Mario Islas Ojeda
Los pueblos de todos los tiempos han buscado formas de comunicación trascendentes. La comunicación oral no bastaba en la búsqueda incesante de hacer prevalecer la palabra que tanto nos distingue de otros seres vivos. Desde la invención humana de la escritura, esa comunicación llegó a su forma más significativa cuando aparecen los primeros manuscritos, códices, ilustraciones y libros.
Dice el columnista Ricardo Espinoza que el libro nos hace libres, ya que el verbo librar denota dejar libre a algo o a alguien y con ésta se relacionan una serie de palabras del latín liberare que es poner en libertad. Y sobre el libro abunda en tono jocoso: “Hasta hace poco tiempo se creía firmemente que el perro es el mejor amigo del hombre pero yo ya lo estoy dudando, porque hay perritos que verdaderamente esclavizan a su dueño. Yo le haría un cambio a esta sentencia, -si usted me permite- diciendo que el mejor amigo del hombre es el libro.” Y continúa “El libro nos instruye, nos divierte, nos hace compañía, nos permite acercarnos a los grandes personajes de la humanidad, así que no hay duda de que es un gran amigo.”
A lo anterior yo añadiría que en Orizaba hay un gran amigo de los libros que los cuida, los rescata, los organiza y archiva, y por supuesto luego escribe sobre ellos y sobre cómo se han producido desde hace muchos años, en particular desde que llegó a la Nueva España la primera prensa de América. Ese gran amigo de los libros no es otro que el Ing. Dante Octavio Hernández, quien añade a su ya notable lista de publicaciones, el libro que hoy comentamos: “La Prensa y Los Libros de La Colonia y Su Influencia en La Cultura de Orizaba”
Por sus propias características la historia del desarrollo de las impresiones y por ende la imprenta es quizás, la más documentada de todas, ya que desde el origen, hay testimonios sobre ella, ya sean papiros, piedras talladas u otros utensilios. Antes del arribo de la imprenta de Gutenberg los libros se escribían y se ilustraban a mano. Se sabe que la muestra del libro ilustrado más antiguo que se conserva es un papiro egipcio que data del año 2000 a.C. En el antiguo Egipto se ilustraba el " Libro de los muertos", que se colocaba en las tumbas. En Europa las primeras ilustraciones fueron de carácter artístico y científico. Aristóteles hacía referencia a las ilustraciones que acompañan a sus escritos. Luego vinieron ilustraciones de textos literarios como la Ilíada o la Odisea. También en China, desde principios del siglo V a.C. se conocía la ilustración de obras literarias, los artistas persas y mongoles ilustraban los libros de poesía e historia con delicadas pinturas semejantes a joyas. Al igual que los manuscritos, las ilustraciones sólo podían duplicarse copiándolas a mano. En Egipto, Grecia o Roma, los libros se copiaban a mano con tinta. Posteriormente, esto también se aplicó en los monasterios medievales, son códices caligráficos y libros o rollos pintados a mano, en los que los artistas plasmaban tanto decoraciones como pinturas. Los códices medievales que están adornados e ilustrados de diferentes maneras, llaman también a estas ilustraciones miniaturas, no por su tamaño sino por el pigmento (del latín minium) que se utilizaba para marcar las letras iniciales del texto y de donde procede seguramente el nombre de mina dado a la mezcla de grafito fino y arcilla usado en los lápices y lapiceros.
El antecedente más antiguo que se conoce como medio de impresión es la utilización de piedras para sellar. Estas se utilizaban sobre todo en Babilonia y pueblos de características similares, como sustituto de la firma o como símbolo religioso. Se imprimía sobre arcilla o bien piedras con dibujos tallados. La evolución se produjo de forma independiente tanto en diferentes épocas como en diferentes lugares o civilizaciones, así las técnicas antiguas de impresión en China, llevaron al desarrollo de este arte y son sin duda, el antecedente de la Prensa. Al igual que los factores que influyeron en tal desarrollo: El papel y la difusión de la religión budista.
Durante 500 años a partir del primer proceso de fabricación desarrollado en el Siglo II d.C. el arte de la fabricación del papel estuvo limitado a China y por cuanto a la impresión los primeros ejemplos corresponden al año 200 d. C, mediante imágenes talladas en relieve en bloques de madera, en el 972 se imprimieron así los sagrados escritos budistas que tienen más de 130,000 páginas. En esta época se llegó al concepto de impresión mediante tipos móviles, que son caracteres sueltos dispuestos en fila, como hasta recientemente se hacía. Pero como el idioma chino es tan complejo (entre 2,000 y 40,000 caracteres), los antiguos chinos no consideraron esta técnica y la abandonaron. Mientras que en Europa se empezaron a utilizar hacia mediados del siglo XV y cuyas diferencias con respecto a los tipos orientales fueron el uso de tintas diluidas en aceites, mientras en las Orientales se hizo uso de tintas solubles al agua; también en las Orientales las impresiones se conseguían oprimiendo el papel con un trozo de madera contra el bloque entintado, y en occidente se usaban prensas mecánicas de madera cuyo diseño recordaba al de las prensas del vino.
Los fundamentos de la imprenta ya habían sido pues utilizados por los artesanos textiles europeos para estampar los tejidos, al menos un siglo antes de que se inventase la impresión sobre papel. El arte de la fabricación de papel, que llegó a Occidente durante el siglo XII, se extendió por toda Europa durante los siglos XIII y XIV. Y hacia mediados del siglo XV, ya existía papel en grandes cantidades. Durante el renacimiento, el auge de una clase media próspera e ilustrada aumentó la demanda de materiales escritos. La figura de Martín Lutero y de la Reforma, así como las subsiguientes guerras religiosas, dependían en gran medida de la prensa y del flujo continuo de impresos. Así llegamos a la expansión y el desarrollo del invento de la prensa. El holandés Laurens Conster, con letras móviles de madera, compuso el primer libro del que se tiene noticia. Aunque fue Gutenberg quien concibió y construyó por primera vez la imprenta en su conjunto: confección de matrices, fundición de los caracteres, composición de textos e impresión. Así en 1455 da a luz el primer libro impreso: La Biblia de 42 líneas. El socio de Gutenberg, Schöffer, usó ya unas matrices de cobre. Las prensas eran manuales.
A partir de ello la difusión del invento, y su consecuencia: El libro, fue más rápido siendo Italia el segundo país que conoció el invento en 1464 en St. Escolástica, Subiaco y tres años más tarde en Roma. Más tarde, en 1470, tres obreros alemanes enseñaron esta técnica en Francia, de donde pasó, en 1479, a Oxford. Mientras la primera obra que parece salió de la imprenta de España es: “Obres e trobes en lahor de la Verge María,” impresa en 1474 en Valencia, aunque según el historiador Diego de Colmenares el primer libro impreso en España, es hoy conocido como “Sinodal de Aguilafuente.” Dicho evento tendría lugar en el año 1472, durante el reinado de Enrique IV en el taller segoviano del alemán Juan Parix.
Entre los años 1533 y 1534 el invento pasó el Atlántico y se empezó a imprimir en México. La “Escala espiritual de S. Juan Clímaco”, se considera el primer libro impreso en México por Juan Pablos, en 1532. (Aunque otros lo atribuyen a Esteban Martín) En Lima, en 1583, el italiano Antonio Ricardo imprimió el primer libro peruano. Posteriormente se instalaron imprentas en Manila (1593), La Paz (1610), Puebla (1640), Guatemala (1660), La Habana (1707), Ambato (1754), Quito (1760), Nueva Valencia (1764), Santiago de Chile (1776), Guadalajara (1793), y Veracruz. (1794). En Córdoba, Argentina, la primera impresión fue del año 1766. En Buenos Aires la imprenta empezó a funcionar hasta 1781. Mientras que en las colonias inglesas el primer libro impreso fue el que se editó en Cambridge, titulado The Freemans´ Oath, en 1639. Cien años después que en la Nueva España. No obstante esto último, como nos hará saber Dante Octavio Hernández citando en su libro a Rosalba Cruz Soto, para el siglo XVIII circulaban en Norteamérica 70 periódicos, mientras en toda Nueva España se editaban sólo dos periódicos en la ciudad de México.
El libro que hoy nos ocupa viene a contribuir en lo general a la difusión de la importancia y vicisitudes que tuvo la prensa en México, desde los primeros libros llegados a la Nueva España y el arribo de los primeros impresores en el primer tercio del siglo XVI; hasta su diseminación a la provincia mexicana y contribución a la cultura que fue constituyendo nuestra identidad tanto regional como nacional.
Así nos va llevando el autor a través de 20 capítulos divididos en dos partes, la primera dedicada a la prensa y las publicaciones primero en la Colonia y luego en la Nación independiente, para entrar en la segunda parte en el tema de la influencia cultural de prensa y libros en Orizaba y su región. Aunque el libro no lo menciona por corresponder a un arte no de impresión, sino pictográfico, cabría recordar que grandes civilizaciones de Mesoamérica, registraron sus conocimientos en los códices sobre papel de amate, piel de venado, tela de algodón o papel de maguey, desde épocas muy remotas y los “tlacuilos” encargados de elaborar los manuscritos debían poseer aptitudes para el dibujo y la pintura, así como profundos conocimientos de su lengua.
En su introducción sobre los primeros impresores en México, Dante Octavio nos recuerda la llegada en el Siglo XVI del primer impresor autorizado que llegó a la Ciudad de México, el italiano Giovanni Paoli conocido como Juan Pablos por contrato con Juan Cromberger, de conocida familia de impresores y a quien se atribuye el primer libro impreso en el País. Si bien los libros ya habían llegado a la Nueva España entre manos y sayales de los frailes de diversas órdenes, quienes además de obras pías para la propagación de la Fe, también trajeron otras de filosofía, ciencia y aún novelas caballerescas prohibidas. El libro también destaca entre la prensa escrita en la Nueva España en los siglos XVI y XVII, la aparición en la colonia de las primeras publicaciones con carácter periódico aunque las más de las veces de corta duración, debido principalmente a la falta de financiamiento, algunas por censura o disposiciones oficiales. Hoy diríamos que para estar a tono con la época cuya cultura dominaba la Iglesia Católica, estas publicaciones también lo eran pues sólo Dios sabia cuando aparecían y desaparecían. Así las cosas el autor considera que estos “papeles” publicaciones periódicas y gacetas de literatura, aunque también de artes y ciencia del siglo XVIII, se consideran una época de formación incipiente de la prensa. La modernidad llegaría en 1805 con la edición del “Diario de México.” Y otros entre los que vemos figurar a la provincia veracruzana con el “Jornal Económico de Veracruz” (1806).
En este punto nos lleva Dante, al igual que el poeta latino, por el laberinto de los años de lucha por la independencia, donde publicaciones históricas como el clandestino “El Despertador Americano” promovido por Miguel Hidalgo y Costilla y editado por Francisco Severo Maldonado y Ocampo, o el “Ilustrador Nacional” apoyado por J. Ma. Cos y otros, alientan el movimiento insurgente. Por cierto, en 1817 Francisco Xavier Mina, liberal español que organizó una expedición para apoyar la lucha de los patriotas mexicanos por su independencia, llevó a México la primera imprenta de acero, en la que imprimió sus periódicos y proclamas. Luego con gran acuciosidad en el capítulo VI nos describe el estado de la prensa en la etapa posterior a la independencia consumada en 1821 con los tratados de Córdoba, que ponen fin a la dominación española, enlistando los catalogados en la Hemeroteca AGN, que dan una idea de lo que fue la prensa en aquellos lejanos días y nos va acercando a su objetivo local a través de relecturas, citas, y comentarios enriquecedores en que van apareciendo las figuras políticas, religiosas y literarias de época, que ya nos son más familiares, al mismo tiempo que las primeras revistas literarias como “El Iris”, o de periodismo satírico como “El Gallo Pitagórico.” Siempre acompañado de las vicisitudes de sus editores e impresores.
Así llegamos a la segunda parte del libro que nos centra en la sociedad y cultura de la bucólica, conservadora y a la vez fabril Orizaba del Siglo XIX, donde se reúnen condiciones propicias para el desarrollo de las actividades propias del arte de la impresión como fueron en 1825 la fundación del Colegio Nacional, el título de ciudad otorgado a Orizaba (29 de noviembre de 1830) el establecimiento de la primera fábrica de Hilados, Tejidos y Papel en Cocolapan (1836) y el establecimiento de la primera imprenta en la ciudad por D. Félix Mendarte en 1838 y su consecuencia, la fundación de “La Luz” primer periódico de la ciudad en 1839. Todo ello aderezado con intelectuales, políticos y empresarios locales y aún foráneos a quienes, no cabe duda, unía un sentimiento común su predilección por Orizaba y su región.
Confieso que cabe aquí la tentación de ahondar en el pensamiento, acciones y publicaciones de personajes ilustres originarios o avecindados en Orizaba, como son sus historiadores, entre ellos el propio José María Naredo, cuyo nombre lleva este Archivo Municipal de Orizaba (AMO) y fue también impresor por un tiempo, y quien menciona (en su Historia) la existencia de las siguientes imprentas: “la del Hospicio, la del Ferrocarril, la Popular, la Religiosa y otras pequeñas” enfatizando que “las tres primeras están dotadas de abundantes y buenos tipos, así como de prensas mecánicas y la cuarta aunque en menos (sic) escala, hace trabajos notables por su pulcritud y corrección.” Pero ello alejaría al auditorio del placer de la lectura y adquisición del libro en cuestión, además del tiempo que llevaría. Resta solo referir que como nos describe y enlista Dante Octavio, que en Orizaba durante el Siglo XIX aparecieron muchos otros periódicos, así como notables impresores entre los que destaca a Pablo Franch primer impresor de “La calandria” la sinpar novela de Rafael Delgado, J. Ma. Naredo, Ramón López y don Aurelio Ortega y Placeres. Ya para inicios del Siglo XX aparecerían las imprentas de Joaquín Talavera, Enrique Contel, y Juan Díaz; y durante el periodo revolucionario destacan los talleres de la CROM que editan el periódico “Pro Paria” estandarte obrero que trascendió hasta la década de los 70’s. Otra importante contribución del libro es la que se dedica al análisis de libros y bibliotecas en Orizaba, cuestionando el destino de una de las más importantes, sin duda la de Clemente López Nava, que contenía más de 4 mil volúmenes, un acervo por demás notable para la época.
No se puede dejar de mencionar el capítulo dedicado a la actual clasificación y descripción de la biblioteca novohispana del AMO, con libros que datan desde el Siglo XVI, la catalogación de las marcas de fuego, cuya explicación de estos signos también nos ofrece el autor para cerrar con las catalogaciones realizadas y explicar la procedencia de tales libros cuya mayoría perteneció al convento de Sn José y a los sacerdotes de órdenes como los PP Filipenses y Franciscanos. Aunque los hay de más reciente procedencia. Por último, considero que hay que destacar en el contenido del libro la exquisita restauración de algunos libros Novo hispanos, conseguida gracias a las gestiones del autor ante el cabildo orizabeño y el Centro de Restauración de ADABI de México AC; al igual que la impresión lograda y la calidad de sus ilustraciones, que a la vieja usanza fue hecha con diseño y tipografía del propio autor.
Colofón:
En los talleres de impresión, en la Plaza de Santo Domingo, en el centro histórico de Ciudad de México, aún se encuentran prensas mecánicas del siglo XIX Y XX al igual que en Orizaba. Sin embargo, en la moderna actualidad del Siglo XXI todos podemos tener al alcance métodos de impresión mediante impresoras láser y programas de cómputo que nos resuelven pequeños y aún grandes volúmenes de impresión de páginas, folletos y aún libros. Que sucederá en el futuro? ¿Triunfará la lectura del libro en línea por la Red Internet? ¿Seguiremos teniendo buenos libros impresos?, Esperamos que se sigan haciendo éstos, pero nunca quizás ediciones tan bellas y cuidadas como cuando la Prensa y los maestros impresores cuidaban con verdadero amor tales ediciones. Sólo esperamos que en el AMO se sigan cuidando, leyendo y escribiendo historias sobre su acervo como lo viene haciendo Dante Octavio Hernández Guzmán.
Orizaba, a 5 de mayo de 2011
Por Rafael Mario Islas Ojeda
Los pueblos de todos los tiempos han buscado formas de comunicación trascendentes. La comunicación oral no bastaba en la búsqueda incesante de hacer prevalecer la palabra que tanto nos distingue de otros seres vivos. Desde la invención humana de la escritura, esa comunicación llegó a su forma más significativa cuando aparecen los primeros manuscritos, códices, ilustraciones y libros.
Dice el columnista Ricardo Espinoza que el libro nos hace libres, ya que el verbo librar denota dejar libre a algo o a alguien y con ésta se relacionan una serie de palabras del latín liberare que es poner en libertad. Y sobre el libro abunda en tono jocoso: “Hasta hace poco tiempo se creía firmemente que el perro es el mejor amigo del hombre pero yo ya lo estoy dudando, porque hay perritos que verdaderamente esclavizan a su dueño. Yo le haría un cambio a esta sentencia, -si usted me permite- diciendo que el mejor amigo del hombre es el libro.” Y continúa “El libro nos instruye, nos divierte, nos hace compañía, nos permite acercarnos a los grandes personajes de la humanidad, así que no hay duda de que es un gran amigo.”
A lo anterior yo añadiría que en Orizaba hay un gran amigo de los libros que los cuida, los rescata, los organiza y archiva, y por supuesto luego escribe sobre ellos y sobre cómo se han producido desde hace muchos años, en particular desde que llegó a la Nueva España la primera prensa de América. Ese gran amigo de los libros no es otro que el Ing. Dante Octavio Hernández, quien añade a su ya notable lista de publicaciones, el libro que hoy comentamos: “La Prensa y Los Libros de La Colonia y Su Influencia en La Cultura de Orizaba”
Por sus propias características la historia del desarrollo de las impresiones y por ende la imprenta es quizás, la más documentada de todas, ya que desde el origen, hay testimonios sobre ella, ya sean papiros, piedras talladas u otros utensilios. Antes del arribo de la imprenta de Gutenberg los libros se escribían y se ilustraban a mano. Se sabe que la muestra del libro ilustrado más antiguo que se conserva es un papiro egipcio que data del año 2000 a.C. En el antiguo Egipto se ilustraba el " Libro de los muertos", que se colocaba en las tumbas. En Europa las primeras ilustraciones fueron de carácter artístico y científico. Aristóteles hacía referencia a las ilustraciones que acompañan a sus escritos. Luego vinieron ilustraciones de textos literarios como la Ilíada o la Odisea. También en China, desde principios del siglo V a.C. se conocía la ilustración de obras literarias, los artistas persas y mongoles ilustraban los libros de poesía e historia con delicadas pinturas semejantes a joyas. Al igual que los manuscritos, las ilustraciones sólo podían duplicarse copiándolas a mano. En Egipto, Grecia o Roma, los libros se copiaban a mano con tinta. Posteriormente, esto también se aplicó en los monasterios medievales, son códices caligráficos y libros o rollos pintados a mano, en los que los artistas plasmaban tanto decoraciones como pinturas. Los códices medievales que están adornados e ilustrados de diferentes maneras, llaman también a estas ilustraciones miniaturas, no por su tamaño sino por el pigmento (del latín minium) que se utilizaba para marcar las letras iniciales del texto y de donde procede seguramente el nombre de mina dado a la mezcla de grafito fino y arcilla usado en los lápices y lapiceros.
El antecedente más antiguo que se conoce como medio de impresión es la utilización de piedras para sellar. Estas se utilizaban sobre todo en Babilonia y pueblos de características similares, como sustituto de la firma o como símbolo religioso. Se imprimía sobre arcilla o bien piedras con dibujos tallados. La evolución se produjo de forma independiente tanto en diferentes épocas como en diferentes lugares o civilizaciones, así las técnicas antiguas de impresión en China, llevaron al desarrollo de este arte y son sin duda, el antecedente de la Prensa. Al igual que los factores que influyeron en tal desarrollo: El papel y la difusión de la religión budista.
Durante 500 años a partir del primer proceso de fabricación desarrollado en el Siglo II d.C. el arte de la fabricación del papel estuvo limitado a China y por cuanto a la impresión los primeros ejemplos corresponden al año 200 d. C, mediante imágenes talladas en relieve en bloques de madera, en el 972 se imprimieron así los sagrados escritos budistas que tienen más de 130,000 páginas. En esta época se llegó al concepto de impresión mediante tipos móviles, que son caracteres sueltos dispuestos en fila, como hasta recientemente se hacía. Pero como el idioma chino es tan complejo (entre 2,000 y 40,000 caracteres), los antiguos chinos no consideraron esta técnica y la abandonaron. Mientras que en Europa se empezaron a utilizar hacia mediados del siglo XV y cuyas diferencias con respecto a los tipos orientales fueron el uso de tintas diluidas en aceites, mientras en las Orientales se hizo uso de tintas solubles al agua; también en las Orientales las impresiones se conseguían oprimiendo el papel con un trozo de madera contra el bloque entintado, y en occidente se usaban prensas mecánicas de madera cuyo diseño recordaba al de las prensas del vino.
Los fundamentos de la imprenta ya habían sido pues utilizados por los artesanos textiles europeos para estampar los tejidos, al menos un siglo antes de que se inventase la impresión sobre papel. El arte de la fabricación de papel, que llegó a Occidente durante el siglo XII, se extendió por toda Europa durante los siglos XIII y XIV. Y hacia mediados del siglo XV, ya existía papel en grandes cantidades. Durante el renacimiento, el auge de una clase media próspera e ilustrada aumentó la demanda de materiales escritos. La figura de Martín Lutero y de la Reforma, así como las subsiguientes guerras religiosas, dependían en gran medida de la prensa y del flujo continuo de impresos. Así llegamos a la expansión y el desarrollo del invento de la prensa. El holandés Laurens Conster, con letras móviles de madera, compuso el primer libro del que se tiene noticia. Aunque fue Gutenberg quien concibió y construyó por primera vez la imprenta en su conjunto: confección de matrices, fundición de los caracteres, composición de textos e impresión. Así en 1455 da a luz el primer libro impreso: La Biblia de 42 líneas. El socio de Gutenberg, Schöffer, usó ya unas matrices de cobre. Las prensas eran manuales.
A partir de ello la difusión del invento, y su consecuencia: El libro, fue más rápido siendo Italia el segundo país que conoció el invento en 1464 en St. Escolástica, Subiaco y tres años más tarde en Roma. Más tarde, en 1470, tres obreros alemanes enseñaron esta técnica en Francia, de donde pasó, en 1479, a Oxford. Mientras la primera obra que parece salió de la imprenta de España es: “Obres e trobes en lahor de la Verge María,” impresa en 1474 en Valencia, aunque según el historiador Diego de Colmenares el primer libro impreso en España, es hoy conocido como “Sinodal de Aguilafuente.” Dicho evento tendría lugar en el año 1472, durante el reinado de Enrique IV en el taller segoviano del alemán Juan Parix.
Entre los años 1533 y 1534 el invento pasó el Atlántico y se empezó a imprimir en México. La “Escala espiritual de S. Juan Clímaco”, se considera el primer libro impreso en México por Juan Pablos, en 1532. (Aunque otros lo atribuyen a Esteban Martín) En Lima, en 1583, el italiano Antonio Ricardo imprimió el primer libro peruano. Posteriormente se instalaron imprentas en Manila (1593), La Paz (1610), Puebla (1640), Guatemala (1660), La Habana (1707), Ambato (1754), Quito (1760), Nueva Valencia (1764), Santiago de Chile (1776), Guadalajara (1793), y Veracruz. (1794). En Córdoba, Argentina, la primera impresión fue del año 1766. En Buenos Aires la imprenta empezó a funcionar hasta 1781. Mientras que en las colonias inglesas el primer libro impreso fue el que se editó en Cambridge, titulado The Freemans´ Oath, en 1639. Cien años después que en la Nueva España. No obstante esto último, como nos hará saber Dante Octavio Hernández citando en su libro a Rosalba Cruz Soto, para el siglo XVIII circulaban en Norteamérica 70 periódicos, mientras en toda Nueva España se editaban sólo dos periódicos en la ciudad de México.
El libro que hoy nos ocupa viene a contribuir en lo general a la difusión de la importancia y vicisitudes que tuvo la prensa en México, desde los primeros libros llegados a la Nueva España y el arribo de los primeros impresores en el primer tercio del siglo XVI; hasta su diseminación a la provincia mexicana y contribución a la cultura que fue constituyendo nuestra identidad tanto regional como nacional.
Así nos va llevando el autor a través de 20 capítulos divididos en dos partes, la primera dedicada a la prensa y las publicaciones primero en la Colonia y luego en la Nación independiente, para entrar en la segunda parte en el tema de la influencia cultural de prensa y libros en Orizaba y su región. Aunque el libro no lo menciona por corresponder a un arte no de impresión, sino pictográfico, cabría recordar que grandes civilizaciones de Mesoamérica, registraron sus conocimientos en los códices sobre papel de amate, piel de venado, tela de algodón o papel de maguey, desde épocas muy remotas y los “tlacuilos” encargados de elaborar los manuscritos debían poseer aptitudes para el dibujo y la pintura, así como profundos conocimientos de su lengua.
En su introducción sobre los primeros impresores en México, Dante Octavio nos recuerda la llegada en el Siglo XVI del primer impresor autorizado que llegó a la Ciudad de México, el italiano Giovanni Paoli conocido como Juan Pablos por contrato con Juan Cromberger, de conocida familia de impresores y a quien se atribuye el primer libro impreso en el País. Si bien los libros ya habían llegado a la Nueva España entre manos y sayales de los frailes de diversas órdenes, quienes además de obras pías para la propagación de la Fe, también trajeron otras de filosofía, ciencia y aún novelas caballerescas prohibidas. El libro también destaca entre la prensa escrita en la Nueva España en los siglos XVI y XVII, la aparición en la colonia de las primeras publicaciones con carácter periódico aunque las más de las veces de corta duración, debido principalmente a la falta de financiamiento, algunas por censura o disposiciones oficiales. Hoy diríamos que para estar a tono con la época cuya cultura dominaba la Iglesia Católica, estas publicaciones también lo eran pues sólo Dios sabia cuando aparecían y desaparecían. Así las cosas el autor considera que estos “papeles” publicaciones periódicas y gacetas de literatura, aunque también de artes y ciencia del siglo XVIII, se consideran una época de formación incipiente de la prensa. La modernidad llegaría en 1805 con la edición del “Diario de México.” Y otros entre los que vemos figurar a la provincia veracruzana con el “Jornal Económico de Veracruz” (1806).
En este punto nos lleva Dante, al igual que el poeta latino, por el laberinto de los años de lucha por la independencia, donde publicaciones históricas como el clandestino “El Despertador Americano” promovido por Miguel Hidalgo y Costilla y editado por Francisco Severo Maldonado y Ocampo, o el “Ilustrador Nacional” apoyado por J. Ma. Cos y otros, alientan el movimiento insurgente. Por cierto, en 1817 Francisco Xavier Mina, liberal español que organizó una expedición para apoyar la lucha de los patriotas mexicanos por su independencia, llevó a México la primera imprenta de acero, en la que imprimió sus periódicos y proclamas. Luego con gran acuciosidad en el capítulo VI nos describe el estado de la prensa en la etapa posterior a la independencia consumada en 1821 con los tratados de Córdoba, que ponen fin a la dominación española, enlistando los catalogados en la Hemeroteca AGN, que dan una idea de lo que fue la prensa en aquellos lejanos días y nos va acercando a su objetivo local a través de relecturas, citas, y comentarios enriquecedores en que van apareciendo las figuras políticas, religiosas y literarias de época, que ya nos son más familiares, al mismo tiempo que las primeras revistas literarias como “El Iris”, o de periodismo satírico como “El Gallo Pitagórico.” Siempre acompañado de las vicisitudes de sus editores e impresores.
Así llegamos a la segunda parte del libro que nos centra en la sociedad y cultura de la bucólica, conservadora y a la vez fabril Orizaba del Siglo XIX, donde se reúnen condiciones propicias para el desarrollo de las actividades propias del arte de la impresión como fueron en 1825 la fundación del Colegio Nacional, el título de ciudad otorgado a Orizaba (29 de noviembre de 1830) el establecimiento de la primera fábrica de Hilados, Tejidos y Papel en Cocolapan (1836) y el establecimiento de la primera imprenta en la ciudad por D. Félix Mendarte en 1838 y su consecuencia, la fundación de “La Luz” primer periódico de la ciudad en 1839. Todo ello aderezado con intelectuales, políticos y empresarios locales y aún foráneos a quienes, no cabe duda, unía un sentimiento común su predilección por Orizaba y su región.
Confieso que cabe aquí la tentación de ahondar en el pensamiento, acciones y publicaciones de personajes ilustres originarios o avecindados en Orizaba, como son sus historiadores, entre ellos el propio José María Naredo, cuyo nombre lleva este Archivo Municipal de Orizaba (AMO) y fue también impresor por un tiempo, y quien menciona (en su Historia) la existencia de las siguientes imprentas: “la del Hospicio, la del Ferrocarril, la Popular, la Religiosa y otras pequeñas” enfatizando que “las tres primeras están dotadas de abundantes y buenos tipos, así como de prensas mecánicas y la cuarta aunque en menos (sic) escala, hace trabajos notables por su pulcritud y corrección.” Pero ello alejaría al auditorio del placer de la lectura y adquisición del libro en cuestión, además del tiempo que llevaría. Resta solo referir que como nos describe y enlista Dante Octavio, que en Orizaba durante el Siglo XIX aparecieron muchos otros periódicos, así como notables impresores entre los que destaca a Pablo Franch primer impresor de “La calandria” la sinpar novela de Rafael Delgado, J. Ma. Naredo, Ramón López y don Aurelio Ortega y Placeres. Ya para inicios del Siglo XX aparecerían las imprentas de Joaquín Talavera, Enrique Contel, y Juan Díaz; y durante el periodo revolucionario destacan los talleres de la CROM que editan el periódico “Pro Paria” estandarte obrero que trascendió hasta la década de los 70’s. Otra importante contribución del libro es la que se dedica al análisis de libros y bibliotecas en Orizaba, cuestionando el destino de una de las más importantes, sin duda la de Clemente López Nava, que contenía más de 4 mil volúmenes, un acervo por demás notable para la época.
No se puede dejar de mencionar el capítulo dedicado a la actual clasificación y descripción de la biblioteca novohispana del AMO, con libros que datan desde el Siglo XVI, la catalogación de las marcas de fuego, cuya explicación de estos signos también nos ofrece el autor para cerrar con las catalogaciones realizadas y explicar la procedencia de tales libros cuya mayoría perteneció al convento de Sn José y a los sacerdotes de órdenes como los PP Filipenses y Franciscanos. Aunque los hay de más reciente procedencia. Por último, considero que hay que destacar en el contenido del libro la exquisita restauración de algunos libros Novo hispanos, conseguida gracias a las gestiones del autor ante el cabildo orizabeño y el Centro de Restauración de ADABI de México AC; al igual que la impresión lograda y la calidad de sus ilustraciones, que a la vieja usanza fue hecha con diseño y tipografía del propio autor.
Colofón:
En los talleres de impresión, en la Plaza de Santo Domingo, en el centro histórico de Ciudad de México, aún se encuentran prensas mecánicas del siglo XIX Y XX al igual que en Orizaba. Sin embargo, en la moderna actualidad del Siglo XXI todos podemos tener al alcance métodos de impresión mediante impresoras láser y programas de cómputo que nos resuelven pequeños y aún grandes volúmenes de impresión de páginas, folletos y aún libros. Que sucederá en el futuro? ¿Triunfará la lectura del libro en línea por la Red Internet? ¿Seguiremos teniendo buenos libros impresos?, Esperamos que se sigan haciendo éstos, pero nunca quizás ediciones tan bellas y cuidadas como cuando la Prensa y los maestros impresores cuidaban con verdadero amor tales ediciones. Sólo esperamos que en el AMO se sigan cuidando, leyendo y escribiendo historias sobre su acervo como lo viene haciendo Dante Octavio Hernández Guzmán.
Orizaba, a 5 de mayo de 2011
Lo que la historia no cuenta
Un humanista de pensamiento, palabra y obra… Gilberto Bosques Saldívar
Por Dante Octavio Hernández Guzmán
Muchos le dicen "el Schindler mexicano" porque durante la Segunda Guerra Mundial, como cónsul general de México en Francia de 1939 a 1944, ayudó a huir de la amenaza franquista y nazi a unos 40 mil refugiados españoles republicanos, judíos franceses, libaneses y otros perseguidos, entre ellos líderes políticos europeos de oposición y miembros de la resistencia antifascista, ofreciéndoles residencia y nacionalidad mexicana.
Gilberto Bosques Saldívar, nació el 20 de julio de 1892 en Chiautla de Tapia, Puebla, México, y murió el 4 de julio de 1995, a los 102 años de edad, en la Ciudad de México, a escasos días de su aniversario 103. Fue revolucionario, profesor, periodista, político y diplomático mexicano1.
Revisando su vida política, en la época de la presidencia de Lázaro Cárdenas contendió en las elecciones al gobierno de su estado, pero por manipulación de Maximino Ávila Camacho, perdió. Por esa época, Cárdenas desde un inicio se opuso al fascismo de España, pero no se limitó a ello, el gobierno mexicano protestó también por el ataque de Italia a Abisinia, y en la Liga de las Naciones fue el único país del mundo2 junto con la URSS que condenó la anexión de Austria por Hitler3. A pesar de haber logrado una gran imagen por su postura a favor de los judíos perseguidos y de las manifestaciones antifascistas del partido oficial, el PRM de los años de 1938-40, México tuvo poca actuación favorable a los desesperanzados judíos que veían en América el lugar del término de su égira. Tras la derrota de la República Española, el gobierno cardenista ofreció asilo y ciudadanía a todos los refugiados españoles que lo solicitaron4, menciona Katz que: “Para un país pobre como México, esto fue una empresa gigantesca, ya que más de doscientos mil españoles habían cruzado la frontera de Francia… y estaban… internados en condiciones terribles en campos cercados con alambradas y guardias armados. El embajador mexicano en Francia, encontró condiciones “horrorosas” cuando visitó el campo de Argelès. Muchos de los españoles se veían forzados a dormir en colchones de paja “infestados de pulgas y piojos”.”. El embajador que a la sazón era Luis I. Rodríguez, menciona en su libro5 que: “La mayoría de los internados tienen por todo traje y equipo lo que tenían sobre ellos al llegar a Francia hace cerca de dos años… Las pulgas abundan y las ratas (que a veces sirven de alimento) son numerosas…”. México logró traer algunos miles de españoles –entre ellos a los famosos niños de Morelia- antes de estallar la Segunda Guerra Mundial, lo que hizo casi imposible el traslado masivo de judíos y españoles a México, los que bien pudieron llegar lo efectuaron en forma individual y muy esporádicamente. Al ser derrotada la república francesa por Alemania y surgir el gobierno filofascista de Vichy, la esperanza de los refugiados en Francia se perdió. El Mariscal Pétain, a todos los austriacos y alemanes refugiados, así como aquellos españoles considerados perniciosos, los recluyó como extranjeros enemigos en diversos campos de concentración como La Vernet y Gurs, recrudeciéndose también las condiciones que tenían los españoles. Gracias a las acciones del boicot6 de parte de Gran Bretaña y EUA en contra de México, sin quererlo ni desearlo Cárdenas se vio en la necesidad de hacer un acuerdo con Alemania e Italia para vender petróleo, lo que favoreció a la intención de seguir ayudando a los refugiados españoles. El Ministro de Relaciones exteriores de Alemania Ribbentropp, gestionó con Franco la salida de los refugiados excepto 800 que estaban en la lista negra del gobierno filofascista de España que no deberían salir por ningún motivo de Francia. Ribbentropp llamó al embajador de México en Alemania Juan F. Azcárate para informarle que aceptaba la propuesta siempre y cuando le presentara el gobierno mexicano la lista de los que saldrían para ser aprobada por él. El siguiente paso fue la entrevista que tuvo el embajador de México en Francia Luis I. Rodríguez con el mariscal Pétain, quien después de una larga plática accedió a permitir la salida de los refugiados en las condiciones que marcó el canciller alemán, pero al final de la entrevista sarcásticamente comentó al embajador Rodríguez: “mucho corazón y escasa experiencia” a lo que le contestó Rodríguez: “Ahora, si cabe una pregunta, señor Mariscal: ¿qué problema puede plantearse cuando mi patria quiere servir con toda lealtad a Francia, deseosa de aligerar la pesada carga que soporta sobre sus espaldas, emigrando al mayor número de refugiados hispanos?”- a lo que respondió Pétain: “ninguno”7. Gracias a su talento diplomático el embajador Rodríguez logró firmar un acuerdo con el gobierno de Vichy en el que los refugiados españoles en la Francia no ocupada quedaban bajo la protección del consulado mexicano.
Al poco tiempo expiró el mandato del Lázaro Cárdenas y por tanto el embajador y casi todos sus funcionarios renunciaron a sus cargos, quedando la embajada de México en Francia en manos de su cónsul general que era nuestro personaje Gilberto Bosques Saldívar. Hombre probo que había participado desde la época de Aquiles Serdán, viejo revolucionario que luchó en las fuerzas de Venustiano Carranza, diputado a la Convención Constituyente en 1916 y organizador de uno de los primeros congresos educativos emanados de la Revolución, en síntesis, representaba a la fuerza revolucionaria radical que emanó del nuevo gobierno revolucionario y su postura radical dentro del partido oficial lo puso en contra de los intereses del hombre más fuerte de su estado, poderoso cacique y conservador Maximino Ávila Camacho, quien en el proceso electoral para la gubernatura de Puebla controló las elecciones y le quitó el triunfo a Bosques Saldívar y para desgracia de Bosques, aquél era hombre cercano y con intereses con Cárdenas, por lo que no obtuvo el apoyo presidencial a pesar de su actitud y participación ideológica similar a la idiosincrasia Cardenista.
Para dirimir problemas Bosques había solicitado al presidente Cárdenas ser enviado a Francia y llega a París como cónsul general, al quedar solo y encargado de la embajada, decide tras la ocupación alemana de París cambiar la sede del consulado a Marsella, en esta ciudad se enfrenta a la situación de miles de refugiados que se habían concentrado en ella con la esperanza de poder emigrar. Difícil situación para Bosques, ya que la deportación a los campos de concentración era grande y los que se encontraban en Francia aún se enfrentaban a una actitud más endurecida del gobierno de Vichy. Por otra parte, su situación ante el gobierno de México era endeble, el nuevo presidente Manuel Ávila Camacho, aunque respetaba la disposición de Cárdenas con relación a los refugiados no tenía compromiso con ello, sumado a que el secretario de gobernación Miguel Alemán Valdés tenía aversión a los radicales y además, era susceptible a los consejos de su amante Hilda Krueger, condesa alemana que formaba parte de la inteligencia alemana en México8. Sin apoyo real del gobierno mexicano se dedicó a enviar cartas al gobierno de Pétain diciendo que los españoles refugiados en Francia eran ahora residentes en México, por lo que miles fueron liberados de los campos de internación franceses, muchos pasaron a la clandestinidad y participaron algunos en la resistencia francesa pero otros acudieron al consulado mexicano a pedir ayuda, para ello, Bosques había rentado dos castillos donde daba alimento y protección a los españoles “e incluso entrenamiento financiados por el gobierno mexicano”9. Bosques dio asilo y protección a todos aquellos españoles que se acercaban a él, incluyendo a los que habían sido miembros de las Brigadas Internacionales que lucharon por la República Española y que ningún país los quería por comunistas, radicales y sediciosos, incluso Stalin mandó al gulag a rusos que habían participado en las brigadas. La salida de los refugiados fue todo un reto para Bosques pero logró sacar varios miles haciendo una ruta de las colonias francesas en África –principalmente Casablanca- hacia la Martinica y de allí a México. A pesar de las políticas restrictivas impuestas por Alemán con relación a los judíos, Bosques se excedió en sus funciones extendiendo innumerables visas y salvando a miles de judíos de los campos de exterminio.
Su primera preocupación fue defender a los mexicanos residentes en la Francia no ocupada, pero pronto protegió también a otros grupos. Apoyó a libaneses con pasaporte mexicano y a refugiados españoles que buscaban huir de los nazis. De hecho, se cree que fue él quien convenció al presidente Lázaro Cárdenas de abrir las puertas de México a los republicanos españoles.
No existía en esos años álgidos en Europa, el menor asomo de solidaridad o compasión, cada uno marchaba de conformidad con sus propios intereses y temores, en ese inter luchó con todas sus fuerzas para que las autoridades respetaran el local de los albergues. Él mismo fue rehén de Hitler, puesto que lo encarcelaron al romperse las relaciones de México con Alemania. Esta situación de dificultades la vivió con toda su familia durante más de un año…
Desde Marsella el embajador mexicano también tuvo que hacer frente al hostigamiento de las autoridades francesas, al espionaje de la Gestapo, del gobierno de Franco y de la representación diplomática japonesa, que tenía sus oficinas en el mismo edificio de la delegación mexicana.
El cónsul no quedó satisfecho, sin embargo, y amplió su apoyo a los refugiados antinazis y antifascistas. Al concedérseles visas mexicanas, las autoridades francesas los dejaban salir del país porque consideraban que ya no serían un problema político para ellas. Más complicado fue el caso de los judíos. El consulado ocultó, documentó y les dio visas a numerosos judíos, pero era mucho más difícil sacarlos de Francia.
Finalmente México rompió las relaciones diplomáticas con el Gobierno de Vichy. Gilberto Bosques presentó la nota de ruptura. Poco después el consulado fue tomado por tropas de la Gestapo alemana, que confiscaron ilegalmente el dinero que la oficina mantenía para su operación. Bosques, su familia (su esposa María Luisa Manjarrez y sus tres hijos: Laura María, María Teresa y Gilberto Froylán; entonces de 17, 16 y 14 años, respectivamente) y el personal del consulado, 43 personas en total, fueron trasladados hasta la comunidad de Amélie-les-Bains. Después, violando las normas diplomáticas, se les llevó a Alemania, al pueblo Bad Godesberg, y se les recluyó en un “hotel prisión”. Allí destacó la actitud de Bosques ante un funcionario alemán:
“Le manifesté que todo el personal mexicano se sometería al reglamento que acababa de leernos, porque México estaba en guerra con Alemania y por ello éramos prisioneros de guerra. Que podía estar seguro de que no pediríamos ninguna excepción, ninguna gracia sobre esas disposiciones, pero que tampoco aceptaríamos ningún trato vejatorio, como acostumbraban ellos con los prisioneros”10.
Bosques llegaría a organizar conferencias e incluso una ceremonia del Grito de Independencia el 15 de septiembre durante su detención. Después de poco más de un año, los mexicanos de Bad Godesberg serían canjeados por prisioneros alemanes. Bosques regresó a México en abril de 1944. Miles de refugiados españoles lo esperaban en la estación de ferrocarril de Buenavista en la capital para recibirlo.
Dentro de los miles que salvó destacan algunos nombres: María Zambrano, Carl Aylwin, Manuel Altolaguirre, Wolfgang Paalen, Max Aub, Marietta Blau, Egon Erwin Kisch, Ernst Röemer y Walter Gruen, entre otros.
La labor de Bosques continuó a favor de los refugiados españoles, ya que en 1945, al ser nombrado embajador de México en Portugal, continuó ayudando a quienes escapaban del régimen de Franco para llegar a nuestro país. Tuvo una larga y fructífera carrera diplomática, siendo embajador en Cuba le tocó la transición de 1953 hasta 1964 en que vivió el triunfo de la revolución cubana. Posterior a la guerra había sido nombrado ministro de México en Finlandia y Suecia.
En artículo que escribió Elenita Poniatowska11 con motivo del cumplimiento de 98 años de vida de Bosques, mencionó: “la Francia de Vichy era todo menos hospitalaria”.
Retomando un artículo de Casa del Tiempo12, menciona también que: “Las razzias casi cotidianas eran comunes y corrientes en la Francia de Pétain, y ya no se diga en la Alemania de Hitler. Les tenían echado el ojo a determinados intelectuales a los que la Gestapo no dejaba tranquilos. Aprehenderlos, deportarlos y exterminarlos en los campos de concentración en Alemania era una sola acción. A través de una fuga organizada por el yugoslavo Ludomir Illitch pudimos después salvarle la vida a Franz Dahlen, el conocido escritor alemán, al alto poeta Rodolfo Leonard y a muchos otros que gracias a Illitch el yugoslavo, lograron escapar de la cárcel de castigo en Francia llamada Castres, una fortaleza a la que no entraba ni el cura. Años más tarde, el yugoslavo Ludomir Illtich vino a Estocolmo a conocerme; él era embajador de su país y yo del mío; era un hombre muy simpático, representante como yo en Noruega, después vino como embajador de Yugoslavia a México y volvimos a encontrarnos con mucho gusto. Todas estas salvaciones de vidas son el resultado de la presión diplomática que ejerció México”.
“En La Reynarde y sus cuatro torres almenadas, su construcción medieval, sus campos de trigo y sus jardines verdes de hortalizas, Bosques intentó que los refugiados encontraran consuelo y un ámbito de amistad además de ropa limpia, sábanas blancas, una cama, buena comida y esparcimiento”. Para distraer a los refugiados organizó funciones de teatro. Entre 3 mil y 4 mil refugiados asistían a las funciones de teatro que se daban y casi todos querían quedarse a vivir en el enorme castillo de La Reynarde por la buena calidad de vida. “Allí sí dejaban de comer coles, papas y rutabagas (unos como camotes)”. Del exilio muy pocos salen adelante, se necesita tiempo. Alfonso Taracena cuenta que los refugiados españoles no eran bienvenidos; venían a desplazar a los mexicanos. ¿Para que quería México a esta caterva de comunistas? Lo más grave es que el pasaje en barco ya no lo pagaba el gobierno de México por lo que muchas familias y muchas esposas lograron viajar sólo años más tarde, a pesar de la resistencia que opusieron algunos mexicanos por la introducción al país de tantos españoles.
Siguiendo el artículo de Elenita Poniatowska acerca de Gilberto Bosques expresó: “En el castillo de Montgrand, como había mucho espacio tuvimos vacas verdaderas que daban buena leche para todos los niños refugiados de todas las edades. Con los franceses, hicimos queso y crema. También hubo la misma actividad cultural pero como había muchos niños, pusimos campos de recreo, una escuela y un cuerpo médico de pediatras capacitados, además de educación física y mental; un costurero, gimnasia, juegos de pelota, charadas, adivinanzas, funciones de teatro infantiles a base de títeres; la dirección de salud estaba a cargo del doctor Luis Lara Pardo cuya entrega no tuvo límites”.
“Ampliamos la atención médica a otros refugiados, no sólo los de nuestros castillos, sino a los de los campos de concentración y a aquellos que vivían en pensiones y hotelitos. Nosotros pagábamos todo: hotel, pensión, manutención, atención médica y medicinas”.
“El dinero venía de México aunque también recibimos algunos donativos. Muchos niños en los campos estaban en condiciones lamentables y creamos en los Pirineos una casa de recuperación para ellos. Los cuáqueros dieron todo el personal médico, las enfermeras y los empleados administrativos, México puso los gastos de sostenimiento, y muy pronto esa casa en las montañas tuvo a más de 80 niños, muchos de ellos huérfanos de guerra. Nunca olvidaré a un niño que recogimos con los pies congelados”.
A pesar de la deuda eterna que tiene el mundo con el Maestro Gilberto Bosques Saldívar, él obtuvo en su vida muy pocos reconocimientos:
• El 4 de junio de 2003 el gobierno austriaco impuso a una de sus calles, en el Distrito 22 de Viena, llamado Donaustadt o Ciudad del Danubio, el nombre de Paseo Gilberto Bosques, avenida que hace esquina con la calle Leonard Bernstein. De esta manera, el gobierno de Austria quiso honrar la memoria de un ilustre diplomático mexicano, quien ayudó durante la segunda guerra mundial a salvar a muchos austriacos del poder nazi13.
• La autoridad mundial para la memoria de los héroes y mártires del Holocausto lo consideró “justo entre las naciones”, y le dedicó un árbol que honra su memoria en compañía de quienes salvaron vidas inocentes durante ese periodo de la historia.
• Su nombre se encuentra grabado en los muros del recinto del Congreso del estado de Puebla, México, desde el año 200014.
Pero el mejor regalo fue lo que mencionó un refugiado español: “la República española tiene una deuda de honor con Gilberto Bosques, el nuevo Don Quijote con sangre mexicana y alma española”15.
Falta mucho por conocer de este valioso mexicano que en los últimos años, a raíz de la película de la vida de un hombre de negocios alemán, algunos le han nombrado: el Oscar Schindler mexicano16. Pero no se compara el número de rescatados por Schindler17 con los más de 40,000 de Bosques.
1.- Wikipedia
2.- Véase: Friedrich Katz, Nuevos ensayos mexicanos, Edit. ERA, México, 2006. pp. 409-422.
3.- Véase: Marcos Kaplan, México frente al Anschlus, Secretaría de Relaciones Exteriores, México, 1998.
4.- Katz, p. 413.
5.- La protección de los refugiados españoles, julio a diciembre de 1940, El Colegio de México, 2000. pp. 453-454.
6.- Las compañías afectadas por la Expropiación Petrolera decretada por el gobierno de Cárdenas organizaron un boicot internacional a las ventas del petróleo mexicano con ayuda de sus gobiernos (Gran Bretaña y EUA), por lo que los únicos países que estaban dispuestos a comprar el petróleo a México eran los del eje Roma-Tokio-Berlín.
7.- Katz, pp. 416-417.
8.- Katz, p. 418
9.- Idem.
10.- Véase: Gilberto Bosques Historia oral de la diplomacia Mexicana, Secretaría de Relaciones Exteriores, México, 1988.
11.- Entrevista publicada en la Jornada en 1991 efectuada por Elena Poniatowska en dos partes. Muchos datos de esta entrevista los tomó de la Revista Casa del Tiempo, julio-agosto de 2003.
12.- Revista Casa del Tiempo, julio-agosto de 2003.
13.- Idem.
14.- El Heraldo de Puebla, 12 de julio de 2010.
15.- Carta de Juan Vicente citada por Katz, p. 422.
16.- Revista Piensa, Gilberto Bosques: el Oscar Schindler mexicano Artículo de Arturo Aguilar 19/05/2010.
17.- Oscar Schindler era un hombre de negocios alemán que gracias a su fábrica salvó más de mil 200 vidas durante el holocausto. Los sucesos, (aunque no muy precisos en el filme según historiadores) se conocen mundialmente por la adaptación cinematográfica de Steven Spielberg: La Lista de Schindler.
Por Dante Octavio Hernández Guzmán
Muchos le dicen "el Schindler mexicano" porque durante la Segunda Guerra Mundial, como cónsul general de México en Francia de 1939 a 1944, ayudó a huir de la amenaza franquista y nazi a unos 40 mil refugiados españoles republicanos, judíos franceses, libaneses y otros perseguidos, entre ellos líderes políticos europeos de oposición y miembros de la resistencia antifascista, ofreciéndoles residencia y nacionalidad mexicana.
Gilberto Bosques Saldívar, nació el 20 de julio de 1892 en Chiautla de Tapia, Puebla, México, y murió el 4 de julio de 1995, a los 102 años de edad, en la Ciudad de México, a escasos días de su aniversario 103. Fue revolucionario, profesor, periodista, político y diplomático mexicano1.
Revisando su vida política, en la época de la presidencia de Lázaro Cárdenas contendió en las elecciones al gobierno de su estado, pero por manipulación de Maximino Ávila Camacho, perdió. Por esa época, Cárdenas desde un inicio se opuso al fascismo de España, pero no se limitó a ello, el gobierno mexicano protestó también por el ataque de Italia a Abisinia, y en la Liga de las Naciones fue el único país del mundo2 junto con la URSS que condenó la anexión de Austria por Hitler3. A pesar de haber logrado una gran imagen por su postura a favor de los judíos perseguidos y de las manifestaciones antifascistas del partido oficial, el PRM de los años de 1938-40, México tuvo poca actuación favorable a los desesperanzados judíos que veían en América el lugar del término de su égira. Tras la derrota de la República Española, el gobierno cardenista ofreció asilo y ciudadanía a todos los refugiados españoles que lo solicitaron4, menciona Katz que: “Para un país pobre como México, esto fue una empresa gigantesca, ya que más de doscientos mil españoles habían cruzado la frontera de Francia… y estaban… internados en condiciones terribles en campos cercados con alambradas y guardias armados. El embajador mexicano en Francia, encontró condiciones “horrorosas” cuando visitó el campo de Argelès. Muchos de los españoles se veían forzados a dormir en colchones de paja “infestados de pulgas y piojos”.”. El embajador que a la sazón era Luis I. Rodríguez, menciona en su libro5 que: “La mayoría de los internados tienen por todo traje y equipo lo que tenían sobre ellos al llegar a Francia hace cerca de dos años… Las pulgas abundan y las ratas (que a veces sirven de alimento) son numerosas…”. México logró traer algunos miles de españoles –entre ellos a los famosos niños de Morelia- antes de estallar la Segunda Guerra Mundial, lo que hizo casi imposible el traslado masivo de judíos y españoles a México, los que bien pudieron llegar lo efectuaron en forma individual y muy esporádicamente. Al ser derrotada la república francesa por Alemania y surgir el gobierno filofascista de Vichy, la esperanza de los refugiados en Francia se perdió. El Mariscal Pétain, a todos los austriacos y alemanes refugiados, así como aquellos españoles considerados perniciosos, los recluyó como extranjeros enemigos en diversos campos de concentración como La Vernet y Gurs, recrudeciéndose también las condiciones que tenían los españoles. Gracias a las acciones del boicot6 de parte de Gran Bretaña y EUA en contra de México, sin quererlo ni desearlo Cárdenas se vio en la necesidad de hacer un acuerdo con Alemania e Italia para vender petróleo, lo que favoreció a la intención de seguir ayudando a los refugiados españoles. El Ministro de Relaciones exteriores de Alemania Ribbentropp, gestionó con Franco la salida de los refugiados excepto 800 que estaban en la lista negra del gobierno filofascista de España que no deberían salir por ningún motivo de Francia. Ribbentropp llamó al embajador de México en Alemania Juan F. Azcárate para informarle que aceptaba la propuesta siempre y cuando le presentara el gobierno mexicano la lista de los que saldrían para ser aprobada por él. El siguiente paso fue la entrevista que tuvo el embajador de México en Francia Luis I. Rodríguez con el mariscal Pétain, quien después de una larga plática accedió a permitir la salida de los refugiados en las condiciones que marcó el canciller alemán, pero al final de la entrevista sarcásticamente comentó al embajador Rodríguez: “mucho corazón y escasa experiencia” a lo que le contestó Rodríguez: “Ahora, si cabe una pregunta, señor Mariscal: ¿qué problema puede plantearse cuando mi patria quiere servir con toda lealtad a Francia, deseosa de aligerar la pesada carga que soporta sobre sus espaldas, emigrando al mayor número de refugiados hispanos?”- a lo que respondió Pétain: “ninguno”7. Gracias a su talento diplomático el embajador Rodríguez logró firmar un acuerdo con el gobierno de Vichy en el que los refugiados españoles en la Francia no ocupada quedaban bajo la protección del consulado mexicano.
Al poco tiempo expiró el mandato del Lázaro Cárdenas y por tanto el embajador y casi todos sus funcionarios renunciaron a sus cargos, quedando la embajada de México en Francia en manos de su cónsul general que era nuestro personaje Gilberto Bosques Saldívar. Hombre probo que había participado desde la época de Aquiles Serdán, viejo revolucionario que luchó en las fuerzas de Venustiano Carranza, diputado a la Convención Constituyente en 1916 y organizador de uno de los primeros congresos educativos emanados de la Revolución, en síntesis, representaba a la fuerza revolucionaria radical que emanó del nuevo gobierno revolucionario y su postura radical dentro del partido oficial lo puso en contra de los intereses del hombre más fuerte de su estado, poderoso cacique y conservador Maximino Ávila Camacho, quien en el proceso electoral para la gubernatura de Puebla controló las elecciones y le quitó el triunfo a Bosques Saldívar y para desgracia de Bosques, aquél era hombre cercano y con intereses con Cárdenas, por lo que no obtuvo el apoyo presidencial a pesar de su actitud y participación ideológica similar a la idiosincrasia Cardenista.
Para dirimir problemas Bosques había solicitado al presidente Cárdenas ser enviado a Francia y llega a París como cónsul general, al quedar solo y encargado de la embajada, decide tras la ocupación alemana de París cambiar la sede del consulado a Marsella, en esta ciudad se enfrenta a la situación de miles de refugiados que se habían concentrado en ella con la esperanza de poder emigrar. Difícil situación para Bosques, ya que la deportación a los campos de concentración era grande y los que se encontraban en Francia aún se enfrentaban a una actitud más endurecida del gobierno de Vichy. Por otra parte, su situación ante el gobierno de México era endeble, el nuevo presidente Manuel Ávila Camacho, aunque respetaba la disposición de Cárdenas con relación a los refugiados no tenía compromiso con ello, sumado a que el secretario de gobernación Miguel Alemán Valdés tenía aversión a los radicales y además, era susceptible a los consejos de su amante Hilda Krueger, condesa alemana que formaba parte de la inteligencia alemana en México8. Sin apoyo real del gobierno mexicano se dedicó a enviar cartas al gobierno de Pétain diciendo que los españoles refugiados en Francia eran ahora residentes en México, por lo que miles fueron liberados de los campos de internación franceses, muchos pasaron a la clandestinidad y participaron algunos en la resistencia francesa pero otros acudieron al consulado mexicano a pedir ayuda, para ello, Bosques había rentado dos castillos donde daba alimento y protección a los españoles “e incluso entrenamiento financiados por el gobierno mexicano”9. Bosques dio asilo y protección a todos aquellos españoles que se acercaban a él, incluyendo a los que habían sido miembros de las Brigadas Internacionales que lucharon por la República Española y que ningún país los quería por comunistas, radicales y sediciosos, incluso Stalin mandó al gulag a rusos que habían participado en las brigadas. La salida de los refugiados fue todo un reto para Bosques pero logró sacar varios miles haciendo una ruta de las colonias francesas en África –principalmente Casablanca- hacia la Martinica y de allí a México. A pesar de las políticas restrictivas impuestas por Alemán con relación a los judíos, Bosques se excedió en sus funciones extendiendo innumerables visas y salvando a miles de judíos de los campos de exterminio.
Su primera preocupación fue defender a los mexicanos residentes en la Francia no ocupada, pero pronto protegió también a otros grupos. Apoyó a libaneses con pasaporte mexicano y a refugiados españoles que buscaban huir de los nazis. De hecho, se cree que fue él quien convenció al presidente Lázaro Cárdenas de abrir las puertas de México a los republicanos españoles.
No existía en esos años álgidos en Europa, el menor asomo de solidaridad o compasión, cada uno marchaba de conformidad con sus propios intereses y temores, en ese inter luchó con todas sus fuerzas para que las autoridades respetaran el local de los albergues. Él mismo fue rehén de Hitler, puesto que lo encarcelaron al romperse las relaciones de México con Alemania. Esta situación de dificultades la vivió con toda su familia durante más de un año…
Desde Marsella el embajador mexicano también tuvo que hacer frente al hostigamiento de las autoridades francesas, al espionaje de la Gestapo, del gobierno de Franco y de la representación diplomática japonesa, que tenía sus oficinas en el mismo edificio de la delegación mexicana.
El cónsul no quedó satisfecho, sin embargo, y amplió su apoyo a los refugiados antinazis y antifascistas. Al concedérseles visas mexicanas, las autoridades francesas los dejaban salir del país porque consideraban que ya no serían un problema político para ellas. Más complicado fue el caso de los judíos. El consulado ocultó, documentó y les dio visas a numerosos judíos, pero era mucho más difícil sacarlos de Francia.
Finalmente México rompió las relaciones diplomáticas con el Gobierno de Vichy. Gilberto Bosques presentó la nota de ruptura. Poco después el consulado fue tomado por tropas de la Gestapo alemana, que confiscaron ilegalmente el dinero que la oficina mantenía para su operación. Bosques, su familia (su esposa María Luisa Manjarrez y sus tres hijos: Laura María, María Teresa y Gilberto Froylán; entonces de 17, 16 y 14 años, respectivamente) y el personal del consulado, 43 personas en total, fueron trasladados hasta la comunidad de Amélie-les-Bains. Después, violando las normas diplomáticas, se les llevó a Alemania, al pueblo Bad Godesberg, y se les recluyó en un “hotel prisión”. Allí destacó la actitud de Bosques ante un funcionario alemán:
“Le manifesté que todo el personal mexicano se sometería al reglamento que acababa de leernos, porque México estaba en guerra con Alemania y por ello éramos prisioneros de guerra. Que podía estar seguro de que no pediríamos ninguna excepción, ninguna gracia sobre esas disposiciones, pero que tampoco aceptaríamos ningún trato vejatorio, como acostumbraban ellos con los prisioneros”10.
Bosques llegaría a organizar conferencias e incluso una ceremonia del Grito de Independencia el 15 de septiembre durante su detención. Después de poco más de un año, los mexicanos de Bad Godesberg serían canjeados por prisioneros alemanes. Bosques regresó a México en abril de 1944. Miles de refugiados españoles lo esperaban en la estación de ferrocarril de Buenavista en la capital para recibirlo.
Dentro de los miles que salvó destacan algunos nombres: María Zambrano, Carl Aylwin, Manuel Altolaguirre, Wolfgang Paalen, Max Aub, Marietta Blau, Egon Erwin Kisch, Ernst Röemer y Walter Gruen, entre otros.
La labor de Bosques continuó a favor de los refugiados españoles, ya que en 1945, al ser nombrado embajador de México en Portugal, continuó ayudando a quienes escapaban del régimen de Franco para llegar a nuestro país. Tuvo una larga y fructífera carrera diplomática, siendo embajador en Cuba le tocó la transición de 1953 hasta 1964 en que vivió el triunfo de la revolución cubana. Posterior a la guerra había sido nombrado ministro de México en Finlandia y Suecia.
En artículo que escribió Elenita Poniatowska11 con motivo del cumplimiento de 98 años de vida de Bosques, mencionó: “la Francia de Vichy era todo menos hospitalaria”.
Retomando un artículo de Casa del Tiempo12, menciona también que: “Las razzias casi cotidianas eran comunes y corrientes en la Francia de Pétain, y ya no se diga en la Alemania de Hitler. Les tenían echado el ojo a determinados intelectuales a los que la Gestapo no dejaba tranquilos. Aprehenderlos, deportarlos y exterminarlos en los campos de concentración en Alemania era una sola acción. A través de una fuga organizada por el yugoslavo Ludomir Illitch pudimos después salvarle la vida a Franz Dahlen, el conocido escritor alemán, al alto poeta Rodolfo Leonard y a muchos otros que gracias a Illitch el yugoslavo, lograron escapar de la cárcel de castigo en Francia llamada Castres, una fortaleza a la que no entraba ni el cura. Años más tarde, el yugoslavo Ludomir Illtich vino a Estocolmo a conocerme; él era embajador de su país y yo del mío; era un hombre muy simpático, representante como yo en Noruega, después vino como embajador de Yugoslavia a México y volvimos a encontrarnos con mucho gusto. Todas estas salvaciones de vidas son el resultado de la presión diplomática que ejerció México”.
“En La Reynarde y sus cuatro torres almenadas, su construcción medieval, sus campos de trigo y sus jardines verdes de hortalizas, Bosques intentó que los refugiados encontraran consuelo y un ámbito de amistad además de ropa limpia, sábanas blancas, una cama, buena comida y esparcimiento”. Para distraer a los refugiados organizó funciones de teatro. Entre 3 mil y 4 mil refugiados asistían a las funciones de teatro que se daban y casi todos querían quedarse a vivir en el enorme castillo de La Reynarde por la buena calidad de vida. “Allí sí dejaban de comer coles, papas y rutabagas (unos como camotes)”. Del exilio muy pocos salen adelante, se necesita tiempo. Alfonso Taracena cuenta que los refugiados españoles no eran bienvenidos; venían a desplazar a los mexicanos. ¿Para que quería México a esta caterva de comunistas? Lo más grave es que el pasaje en barco ya no lo pagaba el gobierno de México por lo que muchas familias y muchas esposas lograron viajar sólo años más tarde, a pesar de la resistencia que opusieron algunos mexicanos por la introducción al país de tantos españoles.
Siguiendo el artículo de Elenita Poniatowska acerca de Gilberto Bosques expresó: “En el castillo de Montgrand, como había mucho espacio tuvimos vacas verdaderas que daban buena leche para todos los niños refugiados de todas las edades. Con los franceses, hicimos queso y crema. También hubo la misma actividad cultural pero como había muchos niños, pusimos campos de recreo, una escuela y un cuerpo médico de pediatras capacitados, además de educación física y mental; un costurero, gimnasia, juegos de pelota, charadas, adivinanzas, funciones de teatro infantiles a base de títeres; la dirección de salud estaba a cargo del doctor Luis Lara Pardo cuya entrega no tuvo límites”.
“Ampliamos la atención médica a otros refugiados, no sólo los de nuestros castillos, sino a los de los campos de concentración y a aquellos que vivían en pensiones y hotelitos. Nosotros pagábamos todo: hotel, pensión, manutención, atención médica y medicinas”.
“El dinero venía de México aunque también recibimos algunos donativos. Muchos niños en los campos estaban en condiciones lamentables y creamos en los Pirineos una casa de recuperación para ellos. Los cuáqueros dieron todo el personal médico, las enfermeras y los empleados administrativos, México puso los gastos de sostenimiento, y muy pronto esa casa en las montañas tuvo a más de 80 niños, muchos de ellos huérfanos de guerra. Nunca olvidaré a un niño que recogimos con los pies congelados”.
A pesar de la deuda eterna que tiene el mundo con el Maestro Gilberto Bosques Saldívar, él obtuvo en su vida muy pocos reconocimientos:
• El 4 de junio de 2003 el gobierno austriaco impuso a una de sus calles, en el Distrito 22 de Viena, llamado Donaustadt o Ciudad del Danubio, el nombre de Paseo Gilberto Bosques, avenida que hace esquina con la calle Leonard Bernstein. De esta manera, el gobierno de Austria quiso honrar la memoria de un ilustre diplomático mexicano, quien ayudó durante la segunda guerra mundial a salvar a muchos austriacos del poder nazi13.
• La autoridad mundial para la memoria de los héroes y mártires del Holocausto lo consideró “justo entre las naciones”, y le dedicó un árbol que honra su memoria en compañía de quienes salvaron vidas inocentes durante ese periodo de la historia.
• Su nombre se encuentra grabado en los muros del recinto del Congreso del estado de Puebla, México, desde el año 200014.
Pero el mejor regalo fue lo que mencionó un refugiado español: “la República española tiene una deuda de honor con Gilberto Bosques, el nuevo Don Quijote con sangre mexicana y alma española”15.
Falta mucho por conocer de este valioso mexicano que en los últimos años, a raíz de la película de la vida de un hombre de negocios alemán, algunos le han nombrado: el Oscar Schindler mexicano16. Pero no se compara el número de rescatados por Schindler17 con los más de 40,000 de Bosques.
1.- Wikipedia
2.- Véase: Friedrich Katz, Nuevos ensayos mexicanos, Edit. ERA, México, 2006. pp. 409-422.
3.- Véase: Marcos Kaplan, México frente al Anschlus, Secretaría de Relaciones Exteriores, México, 1998.
4.- Katz, p. 413.
5.- La protección de los refugiados españoles, julio a diciembre de 1940, El Colegio de México, 2000. pp. 453-454.
6.- Las compañías afectadas por la Expropiación Petrolera decretada por el gobierno de Cárdenas organizaron un boicot internacional a las ventas del petróleo mexicano con ayuda de sus gobiernos (Gran Bretaña y EUA), por lo que los únicos países que estaban dispuestos a comprar el petróleo a México eran los del eje Roma-Tokio-Berlín.
7.- Katz, pp. 416-417.
8.- Katz, p. 418
9.- Idem.
10.- Véase: Gilberto Bosques Historia oral de la diplomacia Mexicana, Secretaría de Relaciones Exteriores, México, 1988.
11.- Entrevista publicada en la Jornada en 1991 efectuada por Elena Poniatowska en dos partes. Muchos datos de esta entrevista los tomó de la Revista Casa del Tiempo, julio-agosto de 2003.
12.- Revista Casa del Tiempo, julio-agosto de 2003.
13.- Idem.
14.- El Heraldo de Puebla, 12 de julio de 2010.
15.- Carta de Juan Vicente citada por Katz, p. 422.
16.- Revista Piensa, Gilberto Bosques: el Oscar Schindler mexicano Artículo de Arturo Aguilar 19/05/2010.
17.- Oscar Schindler era un hombre de negocios alemán que gracias a su fábrica salvó más de mil 200 vidas durante el holocausto. Los sucesos, (aunque no muy precisos en el filme según historiadores) se conocen mundialmente por la adaptación cinematográfica de Steven Spielberg: La Lista de Schindler.
TREMENDA
Por Abelardo Iparrea Salaia
Dedicado a mi amigo Manuel Márquez O.
Estamos bajo el cobertizo de esa cocina rústica que le trae tantos y buenos recuerdos de sus pasados años de niño y mozo querendón. Llueve con desgano, suavemente, con cierta pesadumbre, como cuando llora un niño su desconsuelo, advertido de no hacer escándalo con su lloro. Gasas de neblina, entre la lluvia, se desbarataban como jirones de nubes soñadas y no dejaban ver, del todo, el perfil magnífico de las montañas que parecían gigantes perezosos, escondidos en la oquedad de aquella lontananza. De que hacía frío, hacía; era un domingo gélido, al menos en su amanecer y todos, -menos las mujeres de la cocina, por su terco afán – cubríamos nuestros cuerpos con sarapes y chamarras. Además de un humo constante, entre azulenco y gris que huele a bosque quemado, se escapaban, de entre las rendijas, fracciones de palabras y susurros femeninos, y también los olores estimulantes del incomparable cocinar ranchero.
Eran las seis con treinta minutos de una mañana nayarita; mi viejo amigo – viejo porque teníamos varios años de conocernos y porque, en verdad era tan viejo pero vital, como Matusalén -, se levantaba de la cama, como el resto de su amplia y unida familia
-incluidos los niños- a las cinco de la madrugada; era costumbre antigua, heredada, y así se mantenía con severa disciplina, a la que desde luego me adherí de inmediato. Y cada quien, salvo los domingos, a su quehacer, apilando los años como quien apila la leña.
Yo le había pedido por carta me permitiera visitarlo para que, con su sólida experiencia en tales menesteres, me asesorara en un posible negocio de terrenos. No fue necesario abundar en la cuestión: “Claro señor, mi amigo, -me contestó telegráficamente acá lo esperamos este fin de semana para que pase unos días con nosotros. Nos dará gusto atenderle con quien se haga acompañar”. Y aquí estoy con él, con Sergio Fuencillas, así con sencillez, pues desechaba que le antepusieran el don. Y paso completo el sábado con ires y venires, y una vez superado el peso de los andares con el reposo de los sueños, y cuando ya tenía yo comprendidas sus maduras razones para no hacerme con los terrenos en cuestión, nos amanecimos este domingo para derivar a otros asuntos, a los que procuramos poner sal y pimienta y que minuto a minuto debido a ello, reunió en nuestro entorno un apretado auditorio, heterogéneo por las edades y el sexo, pero atento y respetuoso, dueño del sabio sentimiento de saber escuchar; escuchar cosas que no habían escuchado y oír de nueva cuenta lo que, acaso, ya habían oído en otros momentos. Era evidente que a estos oyentes les causaba bienestar volver a las sendas perdidas de la siguiente historia. Habla Sergio, en tono profundo y consecuente:
A Tremenda sólo mi padre podía montarla. Nadie más tenía las agallas suficientes para dominarla. Él decía que Tremenda tenía la fuerza de cinco caballos de faena, y su hermosura animal era única. Jamás había existido una mula como ella, ni antes ni después.
Hombre y montura se identificaban tanto, en el caudal de los días que estuvieron juntos, que resultaba extraño, algo muy irregular ver a don Rú Fuencilla caminar sólo por el campo donde era el cotidiano escenario de sus inseparables idas y vueltas con todos los climas y todas las temperaturas. La gente solía decir: “Donde está don Rú está Tremenda, juntos son un centauro; separados, un par de fantasmas”.
Mi padre mire usted, tenía, no manos, eran manazas y sus brazos correosos y fuertes eran capaces de alzar en hombros un caballo normal y no parecía que en ello pusiera toda su energía. Ese era un verdadero espectáculo que nos brindaba, nada más a la familia y muy de tarde en tarde, cuando la ocasión lo propiciaba y, le confieso, nunca lo vi que se tambaleara un poquito siquiera; la vez última, en la celebración de las fiestas patrias de 1913, antes de que una partida de revolucionarios villistas jalara para la causa con mucho de lo nuestro y entre todo ello a Tremenda, la posesión más apreciada de mi viejo. Vi en sus ojos, al momento en que, impotente él y nosotros, incluidos los caballerangos, y rebelde la mula al negarse a marchar con todo y los fuetazos que recibía, cómo se abatía momentáneamente la férrea voluntad de lucha que lo distinguía; después hubo en él esa especie de resignación que con el tiempo se vuelve olvido, eso creo.
Es de entenderse, le aclaro, por qué fue ese aceptar las cosas sin una aunque fuera mínima resistencia ante el despojo. Y es que, mi padre era revolucionario convencido y aunque no era ni leido ni escrebido como dicen los rancheros, bien que leía y entendía las proclamas revolucionarias y los escritos y mensajes de personajes como Ricardo Flores Magón, Madero, Zapata y Villa, y otros de esos grandes y puros de la revolución. Lo entendía hondamente porque mi padre era revolucionario no sólo de boca y de lectura, lo era en hechos y aplicaba la justicia revolucionaria y la igualdad con su gente de trabajo que era mucha y con quienes, jodidos, pedían su auxilio. Si no se fue a la bola y ni nosotros, aunque algunos de sus trabajadores sí, es porque decía:
Aquí están en este rancho nuestras trincheras de combate, vivos le servimos más a la causa. En lo que aquellos mueren y matan por los ideales de la revolución, nosotros producimos lo que es posible para que vivan los que han de llegar hasta el final, y ese final ha de ser la reivindicación total del pueblo siempre jodido… Si nos quitan algo, ¡qué importa!, seguimos luchando a nuestro entender las cosas. Mañana será un tiempo mejor, con paz, justicia y progreso para todos, ¡sí señor!
¡Carajo! –explota Sergio-… Si mi padre fuera protagonista estos días, ¡cuánta decepción habría de sufrir!
El caso es que, como le digo; vaya que le dolió perder a su Tremenda y a partir de esa madrugada en que reiniciamos inmediatamente la reconstrucción y recuperación de cuanto se alteró en nuestro rancho, mi padre mostró esa especie de desazón por la pérdida irreparable de su montura favorita y ya después, aunque fue invariable su carácter y campechanía, nada permitió hablar sobre el asunto…
La narración se interrumpe, es el tramo de tiempo en que nos damos gusto, gustazo, al saborear aquellos guisos, salsas, quesos, café y atole con panes y galletas horneados por esas horas. Fue un festín para príncipes vaqueros, marqueses y condes agrarios. Otras palabras hicieron diálogo sobre otras cosas; fueron otros los recuerdos y el bullicio, que es propio de semejante suceso, no permitía la coherencia; la atención se dispersaba y el visitante era requerido para alguna consulta, un comentario, por éste, por aquel, por… pues llegado de tan lejos, habría de traer noticias, algún saber diferente, tener para ellos un algo distinto a lo que se podía obtener en la enfermiza repetición de su monotonía campirana. Sergio Fuencilla me dejó el cargo de charlar con los suyos, con sus amigos, sin obstruir; rodamos así con toda libertad por los rumbos de horizontes reales y por las raras “certezas” de la imaginación a las que, la gente sencilla, como ésta, le concede rango de auténtica verdad, por haberlas “vivido”, por saberlas de labios de aquellos que “no tienen por que mentir o inventar imposibles”, como lo sucedido a Pancho Gordo, el malandrín de la región del Cocuyal a quien, por andar de bravucón y perdonavidas, una madrugada le fueron a tocar la puerta de su casa y al abrirla para saber de quién se trataba, se sorprendió de ver en la persona a un tío suyo, hermano de su padre, que le urgió para acompañarle sin dilación; y sin reparos, en ancas del gran caballo negro que montaba se lo llevó sin rumbo fijo, sin decir palabra y sin contestarle cuanto le preguntaba; afligido por tan extraña situación. la cabalgata se prolongó en una oscuridad que no entendía, por rara, por brumosa, por siniestra; y a Pancho Gordo le fue entrando el pánico de poco en poco, como presumía él mismo al tomar por pocas su diaria dosis de aguardiente. Y es que fue sintiendo un frío extraño, un frío sin explicación como sin explicación continuaba el cabalgar sobre un animal cuyo trotar era de un silencio aturdidor como la mudez del tío. Y terminó por desmayarse. Cuando el sol tostaba la cara del sujeto, en la mañana siguiente, rodeado de seco pastizal en una cuneta, éste volvió en sí y a pie retornó, después de larga caminata, hasta su casa donde, alarmada su familia que no atinaba a comprender su repentina ausencia, le anunciaba que su tío Eulalio- ese de la negra cabalgadura-, había fallecido dos días antes. Poncho Gordo que, finalmente no era inteligente ni valiente, se enfermó, las cuerdas de su pensamiento se hicieron madeja, nudos, entró en locura y ya nadie lo sacó de ella. Sólo repetía; “Tío, llévame a casa, no quiero cabalgar contigo”. Y así murió, todito cual era. El relator, sin decir “agua va”, cede la palabra para que otros suelten sus cuentos venidos de esa rara verdad que encierran las tradiciones. Aquí en este momento en que otras voces pedían teatro, irrumpe Sergio Fuencilla y con su voz ronca, de amable autoridad, nos invita seguir con él los pasos de la interrumpida historia que, por obvias razones, tenía preferencia.
-Como les venía diciendo a manera de recuerdo- continúa Sergio-, el tiempo movió sus poderosas alas y recuperó su vuelo. Todo volvió a sus niveles acostumbrados a pesar de que con frecuencia pasaban por el rancho partidas de diferentes facciones revolucionarias y grupos de federales que, asimismo, nos quitaban siempre algo que cubriera sus necesidades y sus antojos- Pero ¡créame, créanme!.
En esto irrumpen tres hermosas jóvenes trayendo en grandes bandejas bocadillos, brandy, ron y aguardiente, para quienes quisieran darle al apetito motivos de mayor contento. Por supuesto, en atención a mi calidad de visitante distinguido, como me calificara mi amigo, inicié el ataque a esa tentación de Tántalo. ¡Salud! La mayoría levantó sus vasos y tomó, para luego seguir atentos al relato.
-Decía yo que me creyeran que, aunque pasaban y pasaban esos combatientes, rara ocasión era en que algún peón, algún ranchero se les uniera y por rarísima circunstancia jamás nos hicieron mayor daño. En veces se oían en la irritada lejanía sordos cañonazos y gritos que, por la distancia, parecían reclamos de pigmeos en pugna, a los que se agregaban los mueras, los vivas y las mentadas de madre, el sibilante ruido de los machetes y los sables, con la armonía de los balazos y los ayes de dolor al morir o quedar heridos los combatientes, por los bayonetazos o las cuchilladas.
. En ocasiones – Sergio toma un buen trago y aprovechamos de imitarlo-, sí, en ocasiones cuando se producían en las cercanías, ahí por la cañada que se vislumbra al fondo de aquel bosquezuelo, escondidos, agazapados, contemplábamos alguna escaramuza. Entonces era yo un rapazuelo como los que, sin medir, sin pensar los riesgos, nos proponíamos, sin saberlo, convertirnos en testigos de la historia humana, porque, señor amigo, dígame si no ha sido siempre así la tal historia del hombre, que para tener su paz ha de guerrear, concediéndose esas treguas engañosas para rearmarse, y volver a lo mismo, siempre a lo mismo, contra sí mismo o ¿no? ¡Dígame usted, si no ¡
- volvemos a brindar.
-El caso es que la tozuda jornada revolucionaria se fue de largo y algo de calma nos empezó a cercar la vida allá por los años veinte…
Debo decir que en la cautiva atmósfera que nos rodea vuelan moscas y mosquitos haciendo de las suyas, pero nadie parpadea, sólo se mueve lenta la luz del cielo que penetra cautelosa
-… mi padre se encorvó un poco por el peso de los años que ya eran muchos y también debido al duro amotinarse de esos problemas que nunca se ausentan del laborioso trajín en el campo.
Las chicharras y los grillos no cesaron ni cesarán de cantar o de chillar sus apetencias atávicas. Y así se sucedieron los dormires y los despertares en el rancho “EL PABIENTO”, término éste compuesto que significa, así lo quiso mi padre, Don Rú, el sí con el don antes y siempre, para el bien de todos, lo que nunca dejó de ser cierto y congruente con la realidad; ya ve usted que hasta los revolucionarios y federales se beneficiaron de su naturaleza y bienes. Bueno, hagamos un pequeño alto para comer y beber, mal bebedor el que mal come y mal acaba, ¡salud!...Empezaba a caminar el año de 1921. Por favor, amigo mío, coma y beba usted, comamos y bebamos todos por este momento inolvidable.
A Sergio le aparecen algunas coloradas explosiones en el rostro y ríe como niño delatando una alegría sincera que, al decir de sus parientes, tenía tiempo que no le salía como ahora que lo he visitado. Tal es la estimación que hemos cultivado, y también a mi me asaltaron las rojas irritaciones de la sangre apresurada y alegre.
- Pues, rompiendo la neblina amurallada que nos asediaba la mañanita del día seis, Día de Reyes, surge de pronto como brioso fantasma de cuatro patas, aventando coces contra el portón de entrada al rancho, la increíble TREMENDA. Había vuelto de misteriosa manera ¡no lo podíamos creer! Ella era, la misma mula fortísima y hermosa aunque con algunas mataduras sin atender y una que otra huella de heridas que solas se curaron, brillando como cordones de plástico; mi padre la acarició y la acarició, todos la tocamos y ella se dejó sumisa, humilde, cansada. La revolución la había transformado y a su vez, con su retorno, hizo el milagro de que mi padre recuperara nuevos y vigorosos alientos de vida, como un breve pero suficiente retorno a su pasada juventud.
Mas tarde y muy metidos en eso de las nuevas charlas estimuladas por las opíparas viandas y el constante brindar, la gente ganosa de tirar los dados de su imaginación buscando la mejor jugada, hizo que el domingo fuera más sabroso y casi eterno, eterno porque nadie de los reunidos quería que se le acercara la noche ni el cansancio, menos el aburrimiento, imposible ya que éste nunca, estando como estábamos, tendría lugar entre nosotros. Me harté de cuentos y anécdotas que me hicieron meditar, que por poco desataron mis lágrimas, y me hicieron, no sólo a mi, a todos, reír con frenesí. Se motivaron todos los estados de ánimo y se sucedieron los adjetivos más amables y seguras promesas de hermandad y compadrazgo. Pero la noche como el viento, que se desataron desde el alma de la serranía, penetraron al sitio del espléndido jolgorio familiar y amistoso, serpenteando aquí y allá sin que nos diéramos cuenta, hasta que los quinqués arrojaron, sin fuerza, su luz amarilla y triste.
Me prometí, y también a ellos, escribir sus cuentos y los chuscos aconteceres que les sirven, sobre todo a ellos, para llenar el vacío que dejan sus silencios cotidianos en los tiempos del descanso. Sergio, aún entero, aunque tambaleándose ligero como mueve la borrasca a un roble, se levanta e invita a todos hacer lo necesario para preparar el alma y la inteligencia para las faenas de la semana que habrá de iniciar. Todos desaparecemos en menos que canta un gallo, llenos de gratitud y de alegría. Fue éste, el acento que sirvió a los siguientes días que estuve en “EL PABIENTO”.
Dedicado a mi amigo Manuel Márquez O.
Estamos bajo el cobertizo de esa cocina rústica que le trae tantos y buenos recuerdos de sus pasados años de niño y mozo querendón. Llueve con desgano, suavemente, con cierta pesadumbre, como cuando llora un niño su desconsuelo, advertido de no hacer escándalo con su lloro. Gasas de neblina, entre la lluvia, se desbarataban como jirones de nubes soñadas y no dejaban ver, del todo, el perfil magnífico de las montañas que parecían gigantes perezosos, escondidos en la oquedad de aquella lontananza. De que hacía frío, hacía; era un domingo gélido, al menos en su amanecer y todos, -menos las mujeres de la cocina, por su terco afán – cubríamos nuestros cuerpos con sarapes y chamarras. Además de un humo constante, entre azulenco y gris que huele a bosque quemado, se escapaban, de entre las rendijas, fracciones de palabras y susurros femeninos, y también los olores estimulantes del incomparable cocinar ranchero.
Eran las seis con treinta minutos de una mañana nayarita; mi viejo amigo – viejo porque teníamos varios años de conocernos y porque, en verdad era tan viejo pero vital, como Matusalén -, se levantaba de la cama, como el resto de su amplia y unida familia
-incluidos los niños- a las cinco de la madrugada; era costumbre antigua, heredada, y así se mantenía con severa disciplina, a la que desde luego me adherí de inmediato. Y cada quien, salvo los domingos, a su quehacer, apilando los años como quien apila la leña.
Yo le había pedido por carta me permitiera visitarlo para que, con su sólida experiencia en tales menesteres, me asesorara en un posible negocio de terrenos. No fue necesario abundar en la cuestión: “Claro señor, mi amigo, -me contestó telegráficamente acá lo esperamos este fin de semana para que pase unos días con nosotros. Nos dará gusto atenderle con quien se haga acompañar”. Y aquí estoy con él, con Sergio Fuencillas, así con sencillez, pues desechaba que le antepusieran el don. Y paso completo el sábado con ires y venires, y una vez superado el peso de los andares con el reposo de los sueños, y cuando ya tenía yo comprendidas sus maduras razones para no hacerme con los terrenos en cuestión, nos amanecimos este domingo para derivar a otros asuntos, a los que procuramos poner sal y pimienta y que minuto a minuto debido a ello, reunió en nuestro entorno un apretado auditorio, heterogéneo por las edades y el sexo, pero atento y respetuoso, dueño del sabio sentimiento de saber escuchar; escuchar cosas que no habían escuchado y oír de nueva cuenta lo que, acaso, ya habían oído en otros momentos. Era evidente que a estos oyentes les causaba bienestar volver a las sendas perdidas de la siguiente historia. Habla Sergio, en tono profundo y consecuente:
A Tremenda sólo mi padre podía montarla. Nadie más tenía las agallas suficientes para dominarla. Él decía que Tremenda tenía la fuerza de cinco caballos de faena, y su hermosura animal era única. Jamás había existido una mula como ella, ni antes ni después.
Hombre y montura se identificaban tanto, en el caudal de los días que estuvieron juntos, que resultaba extraño, algo muy irregular ver a don Rú Fuencilla caminar sólo por el campo donde era el cotidiano escenario de sus inseparables idas y vueltas con todos los climas y todas las temperaturas. La gente solía decir: “Donde está don Rú está Tremenda, juntos son un centauro; separados, un par de fantasmas”.
Mi padre mire usted, tenía, no manos, eran manazas y sus brazos correosos y fuertes eran capaces de alzar en hombros un caballo normal y no parecía que en ello pusiera toda su energía. Ese era un verdadero espectáculo que nos brindaba, nada más a la familia y muy de tarde en tarde, cuando la ocasión lo propiciaba y, le confieso, nunca lo vi que se tambaleara un poquito siquiera; la vez última, en la celebración de las fiestas patrias de 1913, antes de que una partida de revolucionarios villistas jalara para la causa con mucho de lo nuestro y entre todo ello a Tremenda, la posesión más apreciada de mi viejo. Vi en sus ojos, al momento en que, impotente él y nosotros, incluidos los caballerangos, y rebelde la mula al negarse a marchar con todo y los fuetazos que recibía, cómo se abatía momentáneamente la férrea voluntad de lucha que lo distinguía; después hubo en él esa especie de resignación que con el tiempo se vuelve olvido, eso creo.
Es de entenderse, le aclaro, por qué fue ese aceptar las cosas sin una aunque fuera mínima resistencia ante el despojo. Y es que, mi padre era revolucionario convencido y aunque no era ni leido ni escrebido como dicen los rancheros, bien que leía y entendía las proclamas revolucionarias y los escritos y mensajes de personajes como Ricardo Flores Magón, Madero, Zapata y Villa, y otros de esos grandes y puros de la revolución. Lo entendía hondamente porque mi padre era revolucionario no sólo de boca y de lectura, lo era en hechos y aplicaba la justicia revolucionaria y la igualdad con su gente de trabajo que era mucha y con quienes, jodidos, pedían su auxilio. Si no se fue a la bola y ni nosotros, aunque algunos de sus trabajadores sí, es porque decía:
Aquí están en este rancho nuestras trincheras de combate, vivos le servimos más a la causa. En lo que aquellos mueren y matan por los ideales de la revolución, nosotros producimos lo que es posible para que vivan los que han de llegar hasta el final, y ese final ha de ser la reivindicación total del pueblo siempre jodido… Si nos quitan algo, ¡qué importa!, seguimos luchando a nuestro entender las cosas. Mañana será un tiempo mejor, con paz, justicia y progreso para todos, ¡sí señor!
¡Carajo! –explota Sergio-… Si mi padre fuera protagonista estos días, ¡cuánta decepción habría de sufrir!
El caso es que, como le digo; vaya que le dolió perder a su Tremenda y a partir de esa madrugada en que reiniciamos inmediatamente la reconstrucción y recuperación de cuanto se alteró en nuestro rancho, mi padre mostró esa especie de desazón por la pérdida irreparable de su montura favorita y ya después, aunque fue invariable su carácter y campechanía, nada permitió hablar sobre el asunto…
La narración se interrumpe, es el tramo de tiempo en que nos damos gusto, gustazo, al saborear aquellos guisos, salsas, quesos, café y atole con panes y galletas horneados por esas horas. Fue un festín para príncipes vaqueros, marqueses y condes agrarios. Otras palabras hicieron diálogo sobre otras cosas; fueron otros los recuerdos y el bullicio, que es propio de semejante suceso, no permitía la coherencia; la atención se dispersaba y el visitante era requerido para alguna consulta, un comentario, por éste, por aquel, por… pues llegado de tan lejos, habría de traer noticias, algún saber diferente, tener para ellos un algo distinto a lo que se podía obtener en la enfermiza repetición de su monotonía campirana. Sergio Fuencilla me dejó el cargo de charlar con los suyos, con sus amigos, sin obstruir; rodamos así con toda libertad por los rumbos de horizontes reales y por las raras “certezas” de la imaginación a las que, la gente sencilla, como ésta, le concede rango de auténtica verdad, por haberlas “vivido”, por saberlas de labios de aquellos que “no tienen por que mentir o inventar imposibles”, como lo sucedido a Pancho Gordo, el malandrín de la región del Cocuyal a quien, por andar de bravucón y perdonavidas, una madrugada le fueron a tocar la puerta de su casa y al abrirla para saber de quién se trataba, se sorprendió de ver en la persona a un tío suyo, hermano de su padre, que le urgió para acompañarle sin dilación; y sin reparos, en ancas del gran caballo negro que montaba se lo llevó sin rumbo fijo, sin decir palabra y sin contestarle cuanto le preguntaba; afligido por tan extraña situación. la cabalgata se prolongó en una oscuridad que no entendía, por rara, por brumosa, por siniestra; y a Pancho Gordo le fue entrando el pánico de poco en poco, como presumía él mismo al tomar por pocas su diaria dosis de aguardiente. Y es que fue sintiendo un frío extraño, un frío sin explicación como sin explicación continuaba el cabalgar sobre un animal cuyo trotar era de un silencio aturdidor como la mudez del tío. Y terminó por desmayarse. Cuando el sol tostaba la cara del sujeto, en la mañana siguiente, rodeado de seco pastizal en una cuneta, éste volvió en sí y a pie retornó, después de larga caminata, hasta su casa donde, alarmada su familia que no atinaba a comprender su repentina ausencia, le anunciaba que su tío Eulalio- ese de la negra cabalgadura-, había fallecido dos días antes. Poncho Gordo que, finalmente no era inteligente ni valiente, se enfermó, las cuerdas de su pensamiento se hicieron madeja, nudos, entró en locura y ya nadie lo sacó de ella. Sólo repetía; “Tío, llévame a casa, no quiero cabalgar contigo”. Y así murió, todito cual era. El relator, sin decir “agua va”, cede la palabra para que otros suelten sus cuentos venidos de esa rara verdad que encierran las tradiciones. Aquí en este momento en que otras voces pedían teatro, irrumpe Sergio Fuencilla y con su voz ronca, de amable autoridad, nos invita seguir con él los pasos de la interrumpida historia que, por obvias razones, tenía preferencia.
-Como les venía diciendo a manera de recuerdo- continúa Sergio-, el tiempo movió sus poderosas alas y recuperó su vuelo. Todo volvió a sus niveles acostumbrados a pesar de que con frecuencia pasaban por el rancho partidas de diferentes facciones revolucionarias y grupos de federales que, asimismo, nos quitaban siempre algo que cubriera sus necesidades y sus antojos- Pero ¡créame, créanme!.
En esto irrumpen tres hermosas jóvenes trayendo en grandes bandejas bocadillos, brandy, ron y aguardiente, para quienes quisieran darle al apetito motivos de mayor contento. Por supuesto, en atención a mi calidad de visitante distinguido, como me calificara mi amigo, inicié el ataque a esa tentación de Tántalo. ¡Salud! La mayoría levantó sus vasos y tomó, para luego seguir atentos al relato.
-Decía yo que me creyeran que, aunque pasaban y pasaban esos combatientes, rara ocasión era en que algún peón, algún ranchero se les uniera y por rarísima circunstancia jamás nos hicieron mayor daño. En veces se oían en la irritada lejanía sordos cañonazos y gritos que, por la distancia, parecían reclamos de pigmeos en pugna, a los que se agregaban los mueras, los vivas y las mentadas de madre, el sibilante ruido de los machetes y los sables, con la armonía de los balazos y los ayes de dolor al morir o quedar heridos los combatientes, por los bayonetazos o las cuchilladas.
. En ocasiones – Sergio toma un buen trago y aprovechamos de imitarlo-, sí, en ocasiones cuando se producían en las cercanías, ahí por la cañada que se vislumbra al fondo de aquel bosquezuelo, escondidos, agazapados, contemplábamos alguna escaramuza. Entonces era yo un rapazuelo como los que, sin medir, sin pensar los riesgos, nos proponíamos, sin saberlo, convertirnos en testigos de la historia humana, porque, señor amigo, dígame si no ha sido siempre así la tal historia del hombre, que para tener su paz ha de guerrear, concediéndose esas treguas engañosas para rearmarse, y volver a lo mismo, siempre a lo mismo, contra sí mismo o ¿no? ¡Dígame usted, si no ¡
- volvemos a brindar.
-El caso es que la tozuda jornada revolucionaria se fue de largo y algo de calma nos empezó a cercar la vida allá por los años veinte…
Debo decir que en la cautiva atmósfera que nos rodea vuelan moscas y mosquitos haciendo de las suyas, pero nadie parpadea, sólo se mueve lenta la luz del cielo que penetra cautelosa
-… mi padre se encorvó un poco por el peso de los años que ya eran muchos y también debido al duro amotinarse de esos problemas que nunca se ausentan del laborioso trajín en el campo.
Las chicharras y los grillos no cesaron ni cesarán de cantar o de chillar sus apetencias atávicas. Y así se sucedieron los dormires y los despertares en el rancho “EL PABIENTO”, término éste compuesto que significa, así lo quiso mi padre, Don Rú, el sí con el don antes y siempre, para el bien de todos, lo que nunca dejó de ser cierto y congruente con la realidad; ya ve usted que hasta los revolucionarios y federales se beneficiaron de su naturaleza y bienes. Bueno, hagamos un pequeño alto para comer y beber, mal bebedor el que mal come y mal acaba, ¡salud!...Empezaba a caminar el año de 1921. Por favor, amigo mío, coma y beba usted, comamos y bebamos todos por este momento inolvidable.
A Sergio le aparecen algunas coloradas explosiones en el rostro y ríe como niño delatando una alegría sincera que, al decir de sus parientes, tenía tiempo que no le salía como ahora que lo he visitado. Tal es la estimación que hemos cultivado, y también a mi me asaltaron las rojas irritaciones de la sangre apresurada y alegre.
- Pues, rompiendo la neblina amurallada que nos asediaba la mañanita del día seis, Día de Reyes, surge de pronto como brioso fantasma de cuatro patas, aventando coces contra el portón de entrada al rancho, la increíble TREMENDA. Había vuelto de misteriosa manera ¡no lo podíamos creer! Ella era, la misma mula fortísima y hermosa aunque con algunas mataduras sin atender y una que otra huella de heridas que solas se curaron, brillando como cordones de plástico; mi padre la acarició y la acarició, todos la tocamos y ella se dejó sumisa, humilde, cansada. La revolución la había transformado y a su vez, con su retorno, hizo el milagro de que mi padre recuperara nuevos y vigorosos alientos de vida, como un breve pero suficiente retorno a su pasada juventud.
Mas tarde y muy metidos en eso de las nuevas charlas estimuladas por las opíparas viandas y el constante brindar, la gente ganosa de tirar los dados de su imaginación buscando la mejor jugada, hizo que el domingo fuera más sabroso y casi eterno, eterno porque nadie de los reunidos quería que se le acercara la noche ni el cansancio, menos el aburrimiento, imposible ya que éste nunca, estando como estábamos, tendría lugar entre nosotros. Me harté de cuentos y anécdotas que me hicieron meditar, que por poco desataron mis lágrimas, y me hicieron, no sólo a mi, a todos, reír con frenesí. Se motivaron todos los estados de ánimo y se sucedieron los adjetivos más amables y seguras promesas de hermandad y compadrazgo. Pero la noche como el viento, que se desataron desde el alma de la serranía, penetraron al sitio del espléndido jolgorio familiar y amistoso, serpenteando aquí y allá sin que nos diéramos cuenta, hasta que los quinqués arrojaron, sin fuerza, su luz amarilla y triste.
Me prometí, y también a ellos, escribir sus cuentos y los chuscos aconteceres que les sirven, sobre todo a ellos, para llenar el vacío que dejan sus silencios cotidianos en los tiempos del descanso. Sergio, aún entero, aunque tambaleándose ligero como mueve la borrasca a un roble, se levanta e invita a todos hacer lo necesario para preparar el alma y la inteligencia para las faenas de la semana que habrá de iniciar. Todos desaparecemos en menos que canta un gallo, llenos de gratitud y de alegría. Fue éste, el acento que sirvió a los siguientes días que estuve en “EL PABIENTO”.
Mirando entre tinieblas
Miguel Roldán*
II
Recuerdo mirarlo en secreto, de lejos, yo me escondía tras las cajas repletas de viejos diarios apiladas en su habitación, no me atrevía a molestar. Así continuaba horas, atento, mirando cómo movía su mano de arriba abajo sobre una hoja blanca que mágicamente se atestaba de líneas en segundos.
Un día, sentado en el suelo, amurallado, espiando, mi pie torpe se deslizó golpeando una de las cajas provocando un ruido leve, suficiente para perturbar su concentración; su mirada buscó enseguida la causa de aquel ruido que lo forzó a detener el trabajo. Levantándose, visiblemente amoscado, se dirigió con pasos largos hacia donde me encontraba; retiró un par de cajas abruptamente, hallándome, estiró su mano arrugada e hizo de mis ropas, a rastras me llevó hasta donde se encontraba su escritorio donde alzó su brazo preparándose para arremeter una bofetada. Yo permanecía quieto, conciente de mi error y hasta complacido de ser castigado por merecerlo. Su frente fruncida percibió mi arrepentimiento, su inteligencia innegable y sorprendente identificó mi pesar sincero sin que yo emitiera una sola palabra. Se detuvo, me miro fijamente, entrecerrando los ojos, sin aviso comenzó a emitir palabras al principio ininteligibles que buscaban atolondrar mi escueto raciocinio, al tiempo que su mano descendía.
-El mundo perverso per se –dijo-, de tus sueños hará un recuerdo, recuerdo rehén del olvido, que lentamente destruirá tu alma deformando su aspecto primario, poco a poco te irá invadiendo una incertidumbre inextricable. Finalmente, comprenderás lo inverosímil de la felicidad. Todo lo que miras con tus redondos ojos es una falacia.
Al terminar de hablar, regresó a su silla, una vieja silla de madera, despostillada, acabada por las termitas; sin más, dejó caer su cuerpo chupado y senil sobre ésta, reinstalándose en su labor, como si yo hubiera desaparecido bajo el conjuro de las palabras pronunciadas. Escribió por horas.
Nunca logré comprender la razón de su misericordia, los años que corrían arrojaban costumbres estrictas, no importaba el sitio o la ocasión, si a alguien se le sorprendía espiando, hablando en secreto o realizando cualquier otra acción considerada falta de respeto, era motivo suficiente para reprender enérgicamente con golpazos serios sobre el rostro o las nalgas desnudas hasta amoratarlas. Sin embargo, entre las sombras de aquella habitación mística se atestiguó que, el que fuera 1965 no tuvo relevancia sobre la decisión del anciano cansado…tal vez fue eso, su fatiga, la falta de fuerzas, nunca lo sabré.
A partir de ese instante, mis visitas se incrementaron. Consentidas ya, cada día que transcurría dentro de aquella habitación poco iluminada continúe con mi actividad, sólo observar, admirar su genio. Algunas veces se me concedía la dicha de intercambiar palabras. Yo tenía apenas 13 años, durante 5 sorprendentes años tuve la oportunidad de aprender al lado de él, recuerdo sus conversaciones, su sapiencia deslumbrante. Casi todas las charlas versaban sobre la enigmática naturaleza humana, sobre la imperfección de las relaciones entre los hombres; salvo una ocasión, que por la importancia de su contenido me atrevo a reproducir. Fue una tarde aparentemente normal, ya oscurecía, yo había regresado apenas de las labores académicas, atravesé la puerta, jadeando, ansiaba llegar y tuve que acelerar mis pasos. Desde que entre percibí un aroma inusual, olía a caldo de pollo –nunca cocinaba, ni siquiera para él, ignoro como sobrevivía-, la atmósfera se encontraba invadida por una tenue nube vaporosa desprendida de la olla que contenía el caldo hirviente, sin decir una sola palabra caminé hasta la mesa donde se encontraba sentado, como esperando, acerqué una silla con mucho cuidado, de golpe, en silencio me acomodé. Él me sirvió una porción, sin decir nada, al finalizar el plato comenzó a narrarme una historia, la historia de su renuncia al mundo exterior, el relato de su condena.
“Hacia 1892, yo tenía 24 años, residía en la ciudad de Sonora, ciudad de los yaquis, una raza fuerte, de estatura considerable y estructura musculosa. Varios compañeros pertenecíamos al bando rebelde que, conspiraba contra el gobierno de Díaz. Las calles a diario eran bañadas de miedo, ahora, nuestra represión encontraba su detentación en personas con nuestra misma sangre, sangre indígena y mestiza.
En aquel entonces apenas sabía sostener un arma, yo era enjuto, débil, mi tez blanca y las facciones de niño inspiraban lástima a los demás; sin embargo, la circunstancia debió presionar mi madurez y en pocos meses ya era experto en el arte de disparar y acuchillar al enemigo, el arte de defenderse era muy necesario en esos tiempos en que se vivía un clima hostil e inseguro dentro del país. Las circunstancias conflictivas y la zozobra dominante del ambiente conminaba a resistir, pero era de todos conocido que esto no era realizable sin repercusiones sangrientas, así que debíamos encontrarnos en sitios secretos. Con el tiempo fuimos formando una especie de ejército, nos dimos a la tarea de investigar al enemigo que carecía de residencia. Sin precipitaciones, con paciencia, meticulosamente observamos cada movimiento, la información era adquirida de todas partes: el General Díaz vendía tierras indígenas con todo y humanos a manos extranjeras que los trataban como esclavos; el hambre en las jornadas de trabajo bajo el sol quemante desplomaba los cuerpos uno a uno, cuerpos que permanecían ahí hasta descomponerse, mientras los otros jornaleros los pisaban con asco y tristeza, pero si no lo hacían, si paraban de trabajar, eran sometidos a una tunda de latigazos, de entre cincuenta a cien golpes o hasta la inconciencia, según la gravedad de la falta.
Mi padre era un afiliado del gobierno mexicano, ignoraba mis andanzas. A menudo, cuando tenía que presentarse en el cuartel para realizar una empresa de desalojo, me llevaba a observar como se ejercía el control sobre los débiles, así los llamaba. Hubo una vez en que fue elegido para ejecutar a un bandido cuyo nombre pregunté justo antes de que perdiera el aliento.
Frente a un muro que mostraba manchas secas de sangre y rastros de sesos grabados en sus grietas, me detuve, cara a él. Lucía un tanto extraño, la ropa rasgada, laceraciones por todo el cuerpo, los pómulos hinchados por golpes duros y constantes, parecía haber muerto ya, su cara impasible lo aseguraba, sus ojos ausentes de emoción alguna lo gritaban.
¿Cuál es tu nombre? Pregunté quedamente. Sus ojos desprendían un dejo de odio, inexistente ya, es sólo que se quedó grabado como tatuaje. Ningún signo último de escape, simplemente estático, me miro pronunciando: Ariel Ventura.
Su identidad helo mis fuerzas, aquel nombre no era un desconocido correspondía a un viejo amigo de la familia, amigo de mi padre desde la infancia. Horas largas, felices, gastábamos en el bosque, la familia de él y la mía, compartiendo las risas, bañándonos en el viejo río, que recorre kilómetros de tierra, hundidos bajo su agua helada hasta arrugar nuestra piel, la vida era sencilla, complaciente.
Di la vuelta, mi padre a metros preparando ya el mosquetón, clavando la pólvora, los últimos ajustes eran realizados; aceleré mis pasos, hasta alcanzarlo, sin pensarlo grité:
“¡Detente!, ¡detente! cómo es posible, ese que está a lo lejos, humillado, descalzo contra el muro, único testigo de su último aliento, es tu hermano, tu mejor amigo, cómo es que el odio te haya vuelto miope, observa a tu alrededor, qué es lo que defiendes, acaso piensas que aun existe alguna patria por la cual debemos luchar, despierta, no renuncies a tus recuerdos, no permitas a intereses ajenos apoderarse de tus decisiones, aun tienes tu libertad de pensamiento, porque si algo no se nos arrebata nunca es lo que se encuentra dentro. Vamos general – le llamé de este modo para impresionarlo, para avisarle de mi inmenso respeto- apártate de tu obediencia, sólo por hoy, -mientras hablaba, el mosquetón se acomodaba sobre el hombro del general enfilando su plomo hacia el enemigo, la llovizna mortal se avecina- te lo ruego, no lo hagas, por favor, por favor- repetía entre sollozos-, por favor…”
Un estruendo aniquilo el silencio, una nube negruzca cegó la escena, llevé mi mirada hacia donde yacía el cuerpo ahora sin vida. Tendido sobre la arena despegada, se avistaba un tanto polvoroso, la sangre escurría sobre su frente. Mi padre sólo se ocupó de limpiar su arma. Lo miré con rencor sin entenderlo…jamás volví a mi hogar, huí perdiéndome para siempre.
Una tarde, entre las callecillas del pueblo de Álamos, donde escapé después del incidente, aún despoblado, con tramos largos de tierra cubierta por pequeñas piedras, con casas maltrechas techadas con lámina, y hartos perros paseando sin preocupación entre la tolvanera, caminaba bajo el rayo implacable del sol. Avisté un grupo de personas, comenzó a correr descontrolada, era un contingente heterogéneo, que se advertía asustado, un par de niños al lado de su madre, una anciana apenas caminando con celeridad, trastabillando; detrás, se distinguía un frente militar que lanzaba sus espadas inconcientes, no les importaba en donde caían sus ataques, las cabezas rodaban, brazos mutilados brincaban chocando contra el suelo irregular.
Uno de ellos, un soldado con barba crecida y vastas canas cubriendo su cabello desarreglado, grueso, sobre un caballo moteado, lanzó una mirada sobre mí, lo encontré familiar, aunque el odio no me permitió identificarlo. Dio un fuetazo al lomo del animal, a galope tendido arribó a mi lado frenando con pericia, se disponía a lanzar su espada. Yo, aterrado, sin otra cosa por hacer, en un acto desesperado grite un nombre: ¡Reinaldo Aguines! Pregunta, afirmación, no lo sabré nunca. El hombre detuvo el embate, en un principio pensé que mis palabras causaron alguna reacción, no era así. Supo quien era, tanto tiempo buscándome, por fin me tenía a sus pies, indefenso.
En los años de ausencia, dediqué lunas y amaneceres al odio, al rechazo hacia la subordinación, estudiaba largas horas hasta que los ojos se hundían en los pómulos de cansancio, conocía cada movimiento, cada injusticia del sistema. En poco tiempo contemplé un millar de hombres bajo mi mando, un grupo extenso, fiel, dispuesto a defender su patria, los vestigios de ésta. Mi nombre comenzó a resonar por las venas de los exhaustos, mi presencia molesta propició la preocupación de la cúpula de poder. Sabía demasiado y ejercía influencia sobre buena cantidad de los habitantes, situación sumamente inconveniente si se considera homogeneizar el control oligárquico durante generaciones. La situación de hartazgo aunada a una posible figura que los liderara hacia la libertad, obligó a Díaz demandar mi cabeza, mandó a buscar por todas partes hasta encontrarme.
Tras unos minutos de silencio seco, el viejo barbudo obligo a que montara en su caballo.
Aparecimos en el follaje del bosque espeso, una bocanada de silencio invadió el momento, tornándolo lúgubre e incierto. Desenfundó su espada sin prisa, la empujó contra mi vientre, el final estaba a un palmo, sin embargo, segundos antes de terminar su tarea, miro por última vez. Alguna razón desconocida fue suficiente para impedir que culminara lo acordado. En cambio, acercó la boca a mi oído:
-No pienses en el perdón, si no continúo, si no he arrancado tu maldita e insignificante vida de tajo es porque tal vez nos sirvas más si te mantenemos con vida.
Para ese momento yo ya no reconocía alguna familiaridad, acaso era una equivocación de mi parte o es que lo había avistado en algún sueño pretérito.
El hombre torturó cada parte de mi cuerpo, sin envidias, sin olvidar ningún rincón, recorrió los pies rasgándolos con un pequeño objeto punzante, el dorso lo desgarró con un látigo que en sus puntas dibujaba alambres oxidados. Casi en la inconciencia, cedí a proporcionar los nombres y ubicaciones de todos los adscritos al movimiento revolucionario, cuando hube terminado de confesar el último nombre se me mandó a la enfermería.
La noche helada presagiaba tragedia, salíamos del cuartel, yo estaba atado de pies y manos dentro de una carreta, con las heridas apenas sanando y los ojos vendados. Sólo escuchaba el galopar, podía adivinarse que el frente era numeroso. El destino resultaba evidente; una primera parada la realizamos en un pueblo aun sin bautizar, reconocí el lugar por el aroma que despedía el aire, a fresno y brasas recién apagadas. Luego, una bala atravesó el silencio, un sonido a cuerpo que cae siguió la explosión. La avenida que cubría mis ojos fue movida lo suficiente para reconocer al cadáver. La noche continuó bañada de sangre acentuando su negrura, cada paso, cada parada, deshaciéndose de un mal, sumando una pérdida.
Cuando terminó, mi alma no comprendía nada, hubiera preferido morir antes de delatar a mis amigos, el temor a la muerte…mató a todos quienes depositaron su confianza y su fe en mí.
Las cinco de la mañana marcaba el reloj, mi boca seca, la mirada vacía, el tiempo se congeló, miré a los soldados sonrientes, satisfechos de cumplir con sus deberes, de pensar que con aniquilar a un centenar de hombres la justicia y los disturbios se extinguen de la faz de la tierra.
En esas horas largas, desastrosas, con la noche de testigo, mi muerte llegó, pero continuaba vivo. “Ah, el rostro era el de mi padre, por eso lo reconocí, es sólo que lo había olvidado”.
Permanecí quieto, en silencio, impávido. De pronto, una daga que escondía en sus manos arrugadas se clavó en su cuello. No atiné a moverme, el terror me petrificó, lo vi morir, vi como se ahogaba con su sangre. Esperé unos días –esperando nada-, días que ocupé para estudiar sus escritos. Al fin hojeaba aquello que emanaba de su mente con una facilidad envidiable, sólo me apartaba de la habitación para acudir a mi casa y así, evitar sospechas. Cada vez que regresaba era más fuerte el olor fétido del cuerpo. Parece inhumano y un tanto siniestro que yo pensara en leer y analizar sus escritos con fruición en vez de avisar a algún familiar, si había alguno, porque, y hasta ese momento lo pensé, jamás miré entrar a nadie ni atestigüé visitas dominicales. No puse demasiada importancia a mi proceder un tanto malévolo, es sólo que mi curiosidad y la excitación eran muy grandes.
Los años transcurrieron, ese episodio de mi vida lo intenté olvidar. Ahora miro sus escritos, tengo treinta años, y continúo descifrando alguna de sus palabras, nunca fueron claros sus mensajes. Sus palabras confusas siempre orillando a la misma conclusión:
“Engendramos un odio que habita en nuestro interior, es imposible huir de el.”
III
Se le miraba en la sala de espera de aquel hospital, aunque desde niña los había odiado por la blancura de sus pasillos, aquel día se sentía sorpresivamente cómoda, sin nervios. Pero, qué hacia sentada en el hospital general.
Horas antes Sofía miraba atenta la televisión, el percance de hace un par de años lo había superado, Aguines logró reponerse de esa crisis, visitaba al psiquiatra una vez por semana, hasta se consiguieron otra mascota. Fue muy duro para ambos.
Sofía esperaba a Aguines quien en la ducha tardaba eternidades. Esta vez a Sofía le pareció que la duración del baño de su esposo era exagerada, pero no se alarmó ni pretendió levantarse de su descanso. Un documental sobre la vida de las hormigas entretenía su tiempo de espera. Las hormigas son animales cuya organización es envidiable, todas tienen una función específica que realizan como si de antemano se hubiera firmado un acuerdo colectivo, el orden prevalece en los hormigueros, cada quien nace y muere a su debido tiempo.
El teléfono sonó haciéndola pegar un brinco, se encontraba ensimismada, atenta. Una voz entrecortada le avisó que un cuerpo se encontraba en el hospital, llamaron a ese número porque era el único dato que llevaba en su cartera el individuo, sin nombre, sin identificación, sólo este número. Ella colgó el auricular lentamente, su oído percibió la ausencia de la caída de agua, la televisión la distrajo y no lo notó antes. Se levantó de golpe y se asomó al cuarto de baño aun caliente, su esposo no estaba ahí. Bajó las escaleras conteniendo su miedo, subió al automóvil y se dirigió al hospital de prisa.
Ahí estaba, con la nube blanca a sus espaldas y al frente un pasillo lánguido, kilométrico, plagado de gemidos quejumbrosos. Una voz le indicó que la acompañara a identificar el cuerpo. Entró a la sala, a la morgue, un cuarto pálido con múltiples camastros colocados casi al azar, las mantas que cubren los cuerpos con manchas inmensas de sangre. Intentó ser fuerte, dio unos pasos firmes, el médico fríamente alzó la manta que cubría el cadáver. “Es él” dijo.
Enseguida el médico le explicó cómo se procedía en estas situaciones. Ya que el individuo no presentaba identificación alguna, era conveniente realizar una investigación y de ser necesario tomar una muestra de sangre para identificarlo a través de la prueba de ADN. Ella se mostró molesta en un principio, era su esposa, vivió largos años con él, de qué manera se podía dudar de su palabra, finalmente accedió.
La investigación convenía para llevar un control de natalidad, para ninguna otra cosa, cuestión de estadísticas, nada más. Antes de abandonar el nosocomio realizó una última pregunta al médico y al perito que lo asistía.
-¿Cuánto tardará éste proceso, días, horas, cuándo será posible que sepulte a mi esposo?
-En veinticuatro horas señora.
-Está bien.
Al día siguiente cerca de las dieciséis horas, dieciocho horas después de su desafortunada visita al sanatorio, Sofía paseaba por la cocina exánime, cuando el timbre sonó, abrió la puerta reconociendo al perito del día anterior, se le notaba diferente, ya sin esa bata blanca tan seria, llevaba un traje gris oxford y camisa azul claro. Lo dejó pasar, un asunto urgente lo llevó hasta ahí, pensó, no hay que hacerlo esperar.
-Hemos continuado con las indagatorias, las diferentes pruebas realizadas a su presunto esposo –“presunto”, a Sofía le desagrada esa palabra – nos indican un aparente suicidio, vengo a pedirle me deje realizar una inspección a su casa y en especial al sitio donde gastaba mayor número de horas su marido, con el fin de hallar algún indicio que nos indique la razón de su conducta.
A Sofía la idea no la convence, piensa que ya fue suficiente con perder a un ser querido, pero ahora ante la posibilidad de esto, de un suicidio, bueno, cree que debe dejar hacer el trabajo que se deba hacer para llegar a la verdad.
-Claro, adelante, haga su trabajo.
El hombre más bien chaparro, robusto, sale del fondo del sillón, da un vistazo y señalando un cuarto: “¿Es aquel su lugar de trabajo?”. Sofía dice: “Si, era”. Camina hasta la puerta con pasos difíciles, pesados, gira la chapa accediendo al cuarto, la habitación luce limpia, el olor a pino refleja que se intentó borrar algún aroma indeseable, para olvidar un hecho, el aroma es exagerado, puede llegar a estas conclusiones debido a su naturaleza inquisitiva. Sus manos husmean todos los resquicios, con paciencia hojea la torre de papeles que permanecen sobre el escritorio, por fin, después de horas, encuentra algo parecido a un acta de nacimiento, es un acta de nacimiento, la mira detenidamente, un nombre esta plasmado en la hoja y no coincide con el que proporcionó la esposa: Diego Barrientos Olvera. No encuentra en ningún sitio el nombre o apellido, o lo que sea de Aguines. Tal vez este papel corresponda a otra persona, piensa. No lo deja en su lugar, continúa buscando alguna identificación personal o un pasaporte que confirmen el hallazgo. Una cartera enterrada bajo el montonal de hojas, la abre y extrae una identificación, la fotografía es de Aguines, o el presunto Aguines, pero los datos personales no coinciden, confirma el dato del acta. Por qué ocultar durante toda la vida su identificación, con qué razón. Llega hasta un gabinete que se encuentra en la parte posterior del escritorio, está bajo llave, lo abre forzando la cerradura, una serie de sobres tamaño carta que se observan muy bien ordenados, abre uno con cuidado, en el interior hay unas fotos de un hombre de avanzada edad, al pie de la foto se mira un nombre escrito con pluma: Arnulfo Aguines. Aguines de nuevo, pero quien es este extraño, abre todos los demás sobres, todos repletos de escritos aparentemente realizados por este Aguines, pues no corresponden a la escritura de las hojas sobre el escritorio, todos con alguna fotografía del mismo anciano, tal vez, piensa, para Diego no era un extraño, eso es evidente. El último sobre, lo toma con el mismo cuidado con el que repaso los anteriores, como si fuera el primero, no se impacienta, lo abre, este es distinto, casi vacío, los demás estaban repletos, en el sólo hay una hoja, una sola hoja, escrita a mano, se da cuenta que esta caligrafía es de Barrientos, la lee atentamente:
“Todo se encuentra listo, hoy es el día en que terminaré con el sufrimiento de Sofía, la voy a salvar de este mundo enfermizo, es mejor que muera antes de que alguien le haga daño, antes de que la decepción la desbarate. Cuando salga del trabajo la invitaré a cenar, vendremos a la casa, las pastillas las tengo en la gaveta, una copa de vino será el medio para envenenarla, la salvaré.”
Aguines
Dobla la hoja, pensativo, comienza a comprender, Aguines era quien él quería ser.
El perito camina hasta donde se encuentra Sofía, le extiende su mano regordeta entregándole la carta, la lee en silencio, el perito sólo le dice que su marido en verdad la salvó, la salvó de él mismo, porque ese mismo día que ella recibió la llamada del hospital, él la mataría.
Sofía se derrumba. La ilusión de una vida renovada, ahora agudiza la pena, la contempla más distante que nunca.
En una silla rígida, maltratada, se mira postrada su silueta bajo un ambiente calmo. Su dedo índice, delicado, activa la radio a un volumen moderado.
“Un terremoto de cinco punto ocho grados Richter derrumbó casas, bloques enteros de vecindarios, devastando gran parte de la ciudad de Indonesia; la República Mexicana vive un ambiente de violencia a todo lo largo de su territorio, tan sólo ayer por la noche en la ciudad de Sinaloa fueron ejecutadas cinco personas; miles de extirpaciones de clítoris se practican en países árabes, más allá de las costumbres que guardan, esta actividad atenta claramente al respeto de los derechos humanos; mayor número de inversión para la construcción de establecimientos comerciales, las expropiaciones y la destrucción de áreas verdes es necesaria con tal de no frenar el desarrollo económico.”
Vuelve el dedo sobre el interruptor, apagándolo. Un frío la recorre hasta sus vértebras, el corazón le martillea con fuerza. Comienza a comprender la tragedia……
*Con esta segunda parte concluye el texto completo que hemos presentado a nuestros lectores en los números 10 y 11 de este periódico.
II
Recuerdo mirarlo en secreto, de lejos, yo me escondía tras las cajas repletas de viejos diarios apiladas en su habitación, no me atrevía a molestar. Así continuaba horas, atento, mirando cómo movía su mano de arriba abajo sobre una hoja blanca que mágicamente se atestaba de líneas en segundos.
Un día, sentado en el suelo, amurallado, espiando, mi pie torpe se deslizó golpeando una de las cajas provocando un ruido leve, suficiente para perturbar su concentración; su mirada buscó enseguida la causa de aquel ruido que lo forzó a detener el trabajo. Levantándose, visiblemente amoscado, se dirigió con pasos largos hacia donde me encontraba; retiró un par de cajas abruptamente, hallándome, estiró su mano arrugada e hizo de mis ropas, a rastras me llevó hasta donde se encontraba su escritorio donde alzó su brazo preparándose para arremeter una bofetada. Yo permanecía quieto, conciente de mi error y hasta complacido de ser castigado por merecerlo. Su frente fruncida percibió mi arrepentimiento, su inteligencia innegable y sorprendente identificó mi pesar sincero sin que yo emitiera una sola palabra. Se detuvo, me miro fijamente, entrecerrando los ojos, sin aviso comenzó a emitir palabras al principio ininteligibles que buscaban atolondrar mi escueto raciocinio, al tiempo que su mano descendía.
-El mundo perverso per se –dijo-, de tus sueños hará un recuerdo, recuerdo rehén del olvido, que lentamente destruirá tu alma deformando su aspecto primario, poco a poco te irá invadiendo una incertidumbre inextricable. Finalmente, comprenderás lo inverosímil de la felicidad. Todo lo que miras con tus redondos ojos es una falacia.
Al terminar de hablar, regresó a su silla, una vieja silla de madera, despostillada, acabada por las termitas; sin más, dejó caer su cuerpo chupado y senil sobre ésta, reinstalándose en su labor, como si yo hubiera desaparecido bajo el conjuro de las palabras pronunciadas. Escribió por horas.
Nunca logré comprender la razón de su misericordia, los años que corrían arrojaban costumbres estrictas, no importaba el sitio o la ocasión, si a alguien se le sorprendía espiando, hablando en secreto o realizando cualquier otra acción considerada falta de respeto, era motivo suficiente para reprender enérgicamente con golpazos serios sobre el rostro o las nalgas desnudas hasta amoratarlas. Sin embargo, entre las sombras de aquella habitación mística se atestiguó que, el que fuera 1965 no tuvo relevancia sobre la decisión del anciano cansado…tal vez fue eso, su fatiga, la falta de fuerzas, nunca lo sabré.
A partir de ese instante, mis visitas se incrementaron. Consentidas ya, cada día que transcurría dentro de aquella habitación poco iluminada continúe con mi actividad, sólo observar, admirar su genio. Algunas veces se me concedía la dicha de intercambiar palabras. Yo tenía apenas 13 años, durante 5 sorprendentes años tuve la oportunidad de aprender al lado de él, recuerdo sus conversaciones, su sapiencia deslumbrante. Casi todas las charlas versaban sobre la enigmática naturaleza humana, sobre la imperfección de las relaciones entre los hombres; salvo una ocasión, que por la importancia de su contenido me atrevo a reproducir. Fue una tarde aparentemente normal, ya oscurecía, yo había regresado apenas de las labores académicas, atravesé la puerta, jadeando, ansiaba llegar y tuve que acelerar mis pasos. Desde que entre percibí un aroma inusual, olía a caldo de pollo –nunca cocinaba, ni siquiera para él, ignoro como sobrevivía-, la atmósfera se encontraba invadida por una tenue nube vaporosa desprendida de la olla que contenía el caldo hirviente, sin decir una sola palabra caminé hasta la mesa donde se encontraba sentado, como esperando, acerqué una silla con mucho cuidado, de golpe, en silencio me acomodé. Él me sirvió una porción, sin decir nada, al finalizar el plato comenzó a narrarme una historia, la historia de su renuncia al mundo exterior, el relato de su condena.
“Hacia 1892, yo tenía 24 años, residía en la ciudad de Sonora, ciudad de los yaquis, una raza fuerte, de estatura considerable y estructura musculosa. Varios compañeros pertenecíamos al bando rebelde que, conspiraba contra el gobierno de Díaz. Las calles a diario eran bañadas de miedo, ahora, nuestra represión encontraba su detentación en personas con nuestra misma sangre, sangre indígena y mestiza.
En aquel entonces apenas sabía sostener un arma, yo era enjuto, débil, mi tez blanca y las facciones de niño inspiraban lástima a los demás; sin embargo, la circunstancia debió presionar mi madurez y en pocos meses ya era experto en el arte de disparar y acuchillar al enemigo, el arte de defenderse era muy necesario en esos tiempos en que se vivía un clima hostil e inseguro dentro del país. Las circunstancias conflictivas y la zozobra dominante del ambiente conminaba a resistir, pero era de todos conocido que esto no era realizable sin repercusiones sangrientas, así que debíamos encontrarnos en sitios secretos. Con el tiempo fuimos formando una especie de ejército, nos dimos a la tarea de investigar al enemigo que carecía de residencia. Sin precipitaciones, con paciencia, meticulosamente observamos cada movimiento, la información era adquirida de todas partes: el General Díaz vendía tierras indígenas con todo y humanos a manos extranjeras que los trataban como esclavos; el hambre en las jornadas de trabajo bajo el sol quemante desplomaba los cuerpos uno a uno, cuerpos que permanecían ahí hasta descomponerse, mientras los otros jornaleros los pisaban con asco y tristeza, pero si no lo hacían, si paraban de trabajar, eran sometidos a una tunda de latigazos, de entre cincuenta a cien golpes o hasta la inconciencia, según la gravedad de la falta.
Mi padre era un afiliado del gobierno mexicano, ignoraba mis andanzas. A menudo, cuando tenía que presentarse en el cuartel para realizar una empresa de desalojo, me llevaba a observar como se ejercía el control sobre los débiles, así los llamaba. Hubo una vez en que fue elegido para ejecutar a un bandido cuyo nombre pregunté justo antes de que perdiera el aliento.
Frente a un muro que mostraba manchas secas de sangre y rastros de sesos grabados en sus grietas, me detuve, cara a él. Lucía un tanto extraño, la ropa rasgada, laceraciones por todo el cuerpo, los pómulos hinchados por golpes duros y constantes, parecía haber muerto ya, su cara impasible lo aseguraba, sus ojos ausentes de emoción alguna lo gritaban.
¿Cuál es tu nombre? Pregunté quedamente. Sus ojos desprendían un dejo de odio, inexistente ya, es sólo que se quedó grabado como tatuaje. Ningún signo último de escape, simplemente estático, me miro pronunciando: Ariel Ventura.
Su identidad helo mis fuerzas, aquel nombre no era un desconocido correspondía a un viejo amigo de la familia, amigo de mi padre desde la infancia. Horas largas, felices, gastábamos en el bosque, la familia de él y la mía, compartiendo las risas, bañándonos en el viejo río, que recorre kilómetros de tierra, hundidos bajo su agua helada hasta arrugar nuestra piel, la vida era sencilla, complaciente.
Di la vuelta, mi padre a metros preparando ya el mosquetón, clavando la pólvora, los últimos ajustes eran realizados; aceleré mis pasos, hasta alcanzarlo, sin pensarlo grité:
“¡Detente!, ¡detente! cómo es posible, ese que está a lo lejos, humillado, descalzo contra el muro, único testigo de su último aliento, es tu hermano, tu mejor amigo, cómo es que el odio te haya vuelto miope, observa a tu alrededor, qué es lo que defiendes, acaso piensas que aun existe alguna patria por la cual debemos luchar, despierta, no renuncies a tus recuerdos, no permitas a intereses ajenos apoderarse de tus decisiones, aun tienes tu libertad de pensamiento, porque si algo no se nos arrebata nunca es lo que se encuentra dentro. Vamos general – le llamé de este modo para impresionarlo, para avisarle de mi inmenso respeto- apártate de tu obediencia, sólo por hoy, -mientras hablaba, el mosquetón se acomodaba sobre el hombro del general enfilando su plomo hacia el enemigo, la llovizna mortal se avecina- te lo ruego, no lo hagas, por favor, por favor- repetía entre sollozos-, por favor…”
Un estruendo aniquilo el silencio, una nube negruzca cegó la escena, llevé mi mirada hacia donde yacía el cuerpo ahora sin vida. Tendido sobre la arena despegada, se avistaba un tanto polvoroso, la sangre escurría sobre su frente. Mi padre sólo se ocupó de limpiar su arma. Lo miré con rencor sin entenderlo…jamás volví a mi hogar, huí perdiéndome para siempre.
Una tarde, entre las callecillas del pueblo de Álamos, donde escapé después del incidente, aún despoblado, con tramos largos de tierra cubierta por pequeñas piedras, con casas maltrechas techadas con lámina, y hartos perros paseando sin preocupación entre la tolvanera, caminaba bajo el rayo implacable del sol. Avisté un grupo de personas, comenzó a correr descontrolada, era un contingente heterogéneo, que se advertía asustado, un par de niños al lado de su madre, una anciana apenas caminando con celeridad, trastabillando; detrás, se distinguía un frente militar que lanzaba sus espadas inconcientes, no les importaba en donde caían sus ataques, las cabezas rodaban, brazos mutilados brincaban chocando contra el suelo irregular.
Uno de ellos, un soldado con barba crecida y vastas canas cubriendo su cabello desarreglado, grueso, sobre un caballo moteado, lanzó una mirada sobre mí, lo encontré familiar, aunque el odio no me permitió identificarlo. Dio un fuetazo al lomo del animal, a galope tendido arribó a mi lado frenando con pericia, se disponía a lanzar su espada. Yo, aterrado, sin otra cosa por hacer, en un acto desesperado grite un nombre: ¡Reinaldo Aguines! Pregunta, afirmación, no lo sabré nunca. El hombre detuvo el embate, en un principio pensé que mis palabras causaron alguna reacción, no era así. Supo quien era, tanto tiempo buscándome, por fin me tenía a sus pies, indefenso.
En los años de ausencia, dediqué lunas y amaneceres al odio, al rechazo hacia la subordinación, estudiaba largas horas hasta que los ojos se hundían en los pómulos de cansancio, conocía cada movimiento, cada injusticia del sistema. En poco tiempo contemplé un millar de hombres bajo mi mando, un grupo extenso, fiel, dispuesto a defender su patria, los vestigios de ésta. Mi nombre comenzó a resonar por las venas de los exhaustos, mi presencia molesta propició la preocupación de la cúpula de poder. Sabía demasiado y ejercía influencia sobre buena cantidad de los habitantes, situación sumamente inconveniente si se considera homogeneizar el control oligárquico durante generaciones. La situación de hartazgo aunada a una posible figura que los liderara hacia la libertad, obligó a Díaz demandar mi cabeza, mandó a buscar por todas partes hasta encontrarme.
Tras unos minutos de silencio seco, el viejo barbudo obligo a que montara en su caballo.
Aparecimos en el follaje del bosque espeso, una bocanada de silencio invadió el momento, tornándolo lúgubre e incierto. Desenfundó su espada sin prisa, la empujó contra mi vientre, el final estaba a un palmo, sin embargo, segundos antes de terminar su tarea, miro por última vez. Alguna razón desconocida fue suficiente para impedir que culminara lo acordado. En cambio, acercó la boca a mi oído:
-No pienses en el perdón, si no continúo, si no he arrancado tu maldita e insignificante vida de tajo es porque tal vez nos sirvas más si te mantenemos con vida.
Para ese momento yo ya no reconocía alguna familiaridad, acaso era una equivocación de mi parte o es que lo había avistado en algún sueño pretérito.
El hombre torturó cada parte de mi cuerpo, sin envidias, sin olvidar ningún rincón, recorrió los pies rasgándolos con un pequeño objeto punzante, el dorso lo desgarró con un látigo que en sus puntas dibujaba alambres oxidados. Casi en la inconciencia, cedí a proporcionar los nombres y ubicaciones de todos los adscritos al movimiento revolucionario, cuando hube terminado de confesar el último nombre se me mandó a la enfermería.
La noche helada presagiaba tragedia, salíamos del cuartel, yo estaba atado de pies y manos dentro de una carreta, con las heridas apenas sanando y los ojos vendados. Sólo escuchaba el galopar, podía adivinarse que el frente era numeroso. El destino resultaba evidente; una primera parada la realizamos en un pueblo aun sin bautizar, reconocí el lugar por el aroma que despedía el aire, a fresno y brasas recién apagadas. Luego, una bala atravesó el silencio, un sonido a cuerpo que cae siguió la explosión. La avenida que cubría mis ojos fue movida lo suficiente para reconocer al cadáver. La noche continuó bañada de sangre acentuando su negrura, cada paso, cada parada, deshaciéndose de un mal, sumando una pérdida.
Cuando terminó, mi alma no comprendía nada, hubiera preferido morir antes de delatar a mis amigos, el temor a la muerte…mató a todos quienes depositaron su confianza y su fe en mí.
Las cinco de la mañana marcaba el reloj, mi boca seca, la mirada vacía, el tiempo se congeló, miré a los soldados sonrientes, satisfechos de cumplir con sus deberes, de pensar que con aniquilar a un centenar de hombres la justicia y los disturbios se extinguen de la faz de la tierra.
En esas horas largas, desastrosas, con la noche de testigo, mi muerte llegó, pero continuaba vivo. “Ah, el rostro era el de mi padre, por eso lo reconocí, es sólo que lo había olvidado”.
Permanecí quieto, en silencio, impávido. De pronto, una daga que escondía en sus manos arrugadas se clavó en su cuello. No atiné a moverme, el terror me petrificó, lo vi morir, vi como se ahogaba con su sangre. Esperé unos días –esperando nada-, días que ocupé para estudiar sus escritos. Al fin hojeaba aquello que emanaba de su mente con una facilidad envidiable, sólo me apartaba de la habitación para acudir a mi casa y así, evitar sospechas. Cada vez que regresaba era más fuerte el olor fétido del cuerpo. Parece inhumano y un tanto siniestro que yo pensara en leer y analizar sus escritos con fruición en vez de avisar a algún familiar, si había alguno, porque, y hasta ese momento lo pensé, jamás miré entrar a nadie ni atestigüé visitas dominicales. No puse demasiada importancia a mi proceder un tanto malévolo, es sólo que mi curiosidad y la excitación eran muy grandes.
Los años transcurrieron, ese episodio de mi vida lo intenté olvidar. Ahora miro sus escritos, tengo treinta años, y continúo descifrando alguna de sus palabras, nunca fueron claros sus mensajes. Sus palabras confusas siempre orillando a la misma conclusión:
“Engendramos un odio que habita en nuestro interior, es imposible huir de el.”
III
Se le miraba en la sala de espera de aquel hospital, aunque desde niña los había odiado por la blancura de sus pasillos, aquel día se sentía sorpresivamente cómoda, sin nervios. Pero, qué hacia sentada en el hospital general.
Horas antes Sofía miraba atenta la televisión, el percance de hace un par de años lo había superado, Aguines logró reponerse de esa crisis, visitaba al psiquiatra una vez por semana, hasta se consiguieron otra mascota. Fue muy duro para ambos.
Sofía esperaba a Aguines quien en la ducha tardaba eternidades. Esta vez a Sofía le pareció que la duración del baño de su esposo era exagerada, pero no se alarmó ni pretendió levantarse de su descanso. Un documental sobre la vida de las hormigas entretenía su tiempo de espera. Las hormigas son animales cuya organización es envidiable, todas tienen una función específica que realizan como si de antemano se hubiera firmado un acuerdo colectivo, el orden prevalece en los hormigueros, cada quien nace y muere a su debido tiempo.
El teléfono sonó haciéndola pegar un brinco, se encontraba ensimismada, atenta. Una voz entrecortada le avisó que un cuerpo se encontraba en el hospital, llamaron a ese número porque era el único dato que llevaba en su cartera el individuo, sin nombre, sin identificación, sólo este número. Ella colgó el auricular lentamente, su oído percibió la ausencia de la caída de agua, la televisión la distrajo y no lo notó antes. Se levantó de golpe y se asomó al cuarto de baño aun caliente, su esposo no estaba ahí. Bajó las escaleras conteniendo su miedo, subió al automóvil y se dirigió al hospital de prisa.
Ahí estaba, con la nube blanca a sus espaldas y al frente un pasillo lánguido, kilométrico, plagado de gemidos quejumbrosos. Una voz le indicó que la acompañara a identificar el cuerpo. Entró a la sala, a la morgue, un cuarto pálido con múltiples camastros colocados casi al azar, las mantas que cubren los cuerpos con manchas inmensas de sangre. Intentó ser fuerte, dio unos pasos firmes, el médico fríamente alzó la manta que cubría el cadáver. “Es él” dijo.
Enseguida el médico le explicó cómo se procedía en estas situaciones. Ya que el individuo no presentaba identificación alguna, era conveniente realizar una investigación y de ser necesario tomar una muestra de sangre para identificarlo a través de la prueba de ADN. Ella se mostró molesta en un principio, era su esposa, vivió largos años con él, de qué manera se podía dudar de su palabra, finalmente accedió.
La investigación convenía para llevar un control de natalidad, para ninguna otra cosa, cuestión de estadísticas, nada más. Antes de abandonar el nosocomio realizó una última pregunta al médico y al perito que lo asistía.
-¿Cuánto tardará éste proceso, días, horas, cuándo será posible que sepulte a mi esposo?
-En veinticuatro horas señora.
-Está bien.
Al día siguiente cerca de las dieciséis horas, dieciocho horas después de su desafortunada visita al sanatorio, Sofía paseaba por la cocina exánime, cuando el timbre sonó, abrió la puerta reconociendo al perito del día anterior, se le notaba diferente, ya sin esa bata blanca tan seria, llevaba un traje gris oxford y camisa azul claro. Lo dejó pasar, un asunto urgente lo llevó hasta ahí, pensó, no hay que hacerlo esperar.
-Hemos continuado con las indagatorias, las diferentes pruebas realizadas a su presunto esposo –“presunto”, a Sofía le desagrada esa palabra – nos indican un aparente suicidio, vengo a pedirle me deje realizar una inspección a su casa y en especial al sitio donde gastaba mayor número de horas su marido, con el fin de hallar algún indicio que nos indique la razón de su conducta.
A Sofía la idea no la convence, piensa que ya fue suficiente con perder a un ser querido, pero ahora ante la posibilidad de esto, de un suicidio, bueno, cree que debe dejar hacer el trabajo que se deba hacer para llegar a la verdad.
-Claro, adelante, haga su trabajo.
El hombre más bien chaparro, robusto, sale del fondo del sillón, da un vistazo y señalando un cuarto: “¿Es aquel su lugar de trabajo?”. Sofía dice: “Si, era”. Camina hasta la puerta con pasos difíciles, pesados, gira la chapa accediendo al cuarto, la habitación luce limpia, el olor a pino refleja que se intentó borrar algún aroma indeseable, para olvidar un hecho, el aroma es exagerado, puede llegar a estas conclusiones debido a su naturaleza inquisitiva. Sus manos husmean todos los resquicios, con paciencia hojea la torre de papeles que permanecen sobre el escritorio, por fin, después de horas, encuentra algo parecido a un acta de nacimiento, es un acta de nacimiento, la mira detenidamente, un nombre esta plasmado en la hoja y no coincide con el que proporcionó la esposa: Diego Barrientos Olvera. No encuentra en ningún sitio el nombre o apellido, o lo que sea de Aguines. Tal vez este papel corresponda a otra persona, piensa. No lo deja en su lugar, continúa buscando alguna identificación personal o un pasaporte que confirmen el hallazgo. Una cartera enterrada bajo el montonal de hojas, la abre y extrae una identificación, la fotografía es de Aguines, o el presunto Aguines, pero los datos personales no coinciden, confirma el dato del acta. Por qué ocultar durante toda la vida su identificación, con qué razón. Llega hasta un gabinete que se encuentra en la parte posterior del escritorio, está bajo llave, lo abre forzando la cerradura, una serie de sobres tamaño carta que se observan muy bien ordenados, abre uno con cuidado, en el interior hay unas fotos de un hombre de avanzada edad, al pie de la foto se mira un nombre escrito con pluma: Arnulfo Aguines. Aguines de nuevo, pero quien es este extraño, abre todos los demás sobres, todos repletos de escritos aparentemente realizados por este Aguines, pues no corresponden a la escritura de las hojas sobre el escritorio, todos con alguna fotografía del mismo anciano, tal vez, piensa, para Diego no era un extraño, eso es evidente. El último sobre, lo toma con el mismo cuidado con el que repaso los anteriores, como si fuera el primero, no se impacienta, lo abre, este es distinto, casi vacío, los demás estaban repletos, en el sólo hay una hoja, una sola hoja, escrita a mano, se da cuenta que esta caligrafía es de Barrientos, la lee atentamente:
“Todo se encuentra listo, hoy es el día en que terminaré con el sufrimiento de Sofía, la voy a salvar de este mundo enfermizo, es mejor que muera antes de que alguien le haga daño, antes de que la decepción la desbarate. Cuando salga del trabajo la invitaré a cenar, vendremos a la casa, las pastillas las tengo en la gaveta, una copa de vino será el medio para envenenarla, la salvaré.”
Aguines
Dobla la hoja, pensativo, comienza a comprender, Aguines era quien él quería ser.
El perito camina hasta donde se encuentra Sofía, le extiende su mano regordeta entregándole la carta, la lee en silencio, el perito sólo le dice que su marido en verdad la salvó, la salvó de él mismo, porque ese mismo día que ella recibió la llamada del hospital, él la mataría.
Sofía se derrumba. La ilusión de una vida renovada, ahora agudiza la pena, la contempla más distante que nunca.
En una silla rígida, maltratada, se mira postrada su silueta bajo un ambiente calmo. Su dedo índice, delicado, activa la radio a un volumen moderado.
“Un terremoto de cinco punto ocho grados Richter derrumbó casas, bloques enteros de vecindarios, devastando gran parte de la ciudad de Indonesia; la República Mexicana vive un ambiente de violencia a todo lo largo de su territorio, tan sólo ayer por la noche en la ciudad de Sinaloa fueron ejecutadas cinco personas; miles de extirpaciones de clítoris se practican en países árabes, más allá de las costumbres que guardan, esta actividad atenta claramente al respeto de los derechos humanos; mayor número de inversión para la construcción de establecimientos comerciales, las expropiaciones y la destrucción de áreas verdes es necesaria con tal de no frenar el desarrollo económico.”
Vuelve el dedo sobre el interruptor, apagándolo. Un frío la recorre hasta sus vértebras, el corazón le martillea con fuerza. Comienza a comprender la tragedia……
*Con esta segunda parte concluye el texto completo que hemos presentado a nuestros lectores en los números 10 y 11 de este periódico.
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