lunes, 4 de julio de 2011

UNA VIDA EN PARPADEOS

Por Ariel López Álvarez
Fui un intruso de los reservados pensamientos de ese joven que habría de frisar los treinta y cinco años. No soy familiar ni conocido suyo. Sólo me veo como su intrigado y casual compañero de cuarto de hospital que nunca tuvo oportunidad de intercambiar diálogo alguno con él. Comenzó por llamarme la atención su brusco tránsito de reposo a hiperactividad: tan pronto despertaba, jalaba la computadora portátil para entregarle su excitada brevedad; tecleaba sin preguntar por nadie o sin llamar para satisfacer alguna necesidad. Se dio la ocasión en que los gemidos de sus esfuerzos me sobresaltaron a media noche. ¿Qué escribe, qué escribe?, tantas veces me pregunté. Mas, cierta tarde me encontré con su cama vacía, y sobre las blancas sábanas estaba su equipo abierto. La máquina abandonó la hibernación al tacto, permitiéndome acceder a su cosmos, y sin recato de mi parte comencé a leer. Luego, me permití copiar el archivo para leerlo con calma. ¡Hombre previsor!, se ve que en alguna de sus lucideces tuvo el cuidado de programarla y, a manera de bitácora, automáticamente se grabaron también los datos de los momentos en que sus pensamientos se fueron registrando. La fecha y hora de las notas daban testimonio del alargamiento de sus sueños y de las impresiones causadas por sus ausencias en el tiempo o, como él citara, en su propio tiempo. Al contabilizar esas ausencias —o presencias—, esbozadas mayormente desde que se encontraba en su casa, parece que sumaban casi cinco meses. Para una lectura más ágil, a continuación evito las apostillas de los minutos en que organizó cada párrafo, pues sus asientos pudieran interferir en la lectura de curiosos como yo. Entonces, he aquí el contenido de las preocupaciones de mi compañero de hospital, en los limitados intervalos en que no vegetaba:
Con dificultades me he desplazado por primera vez a esta página, la que será depósito de mis vivencias. Me propongo hacer las anotaciones posibles de cuando emerjo de mis negruras. Concédanme el favor de no borrar mis reflexiones. Ah, ya me acordé qué deseaba apuntar. Recuerdo el monólogo de Segismundo, en La vida es sueño, en ese cachito que decía: “Y en el mundo, en conclusión, todos sueñan lo que son, aunque ninguno lo entiende”…
¡Uy!, de improviso, sentí una mano posada sobre mi hombro. Instintivamente, giré para mirar de quién era esa mano, y nada. Nadie junto a mí. No debo tener miedo, esto es un monólogo, sólo eso. Rápido perdí la sensación de su presencia, si bien me quedó el calor de sus afectos. Probablemente imagino cosas, o será el presagio de desventuras venideras, escupidas de los dominios de un arcano abismo…
Gracias, consideraron mi petición: Permanecen los dos primeros párrafos. Los dejaré en el preámbulo de ésta, tal vez, mi carta póstuma. A quien fuere, gracias por darme la oportunidad de continuar delineando una estampa personal…
¿También podrían dejarme las ideas truncas?, no corrijan. Lo que termine en suspenso se parecerá a los proyectos de quien pensaba vivir por siempre. Tendré la ocupación primera, mientras pueda, de acabar una idea antes de comenzar la siguiente…
No me dejan de sorprender mis circunstancias de vida. Parpadeé y la ventana de la recámara me permitió ver el nublado del cielo, y yo me reconocí físicamente tumbado sobre la cama. Volví a parpadear, y a través de la ventana de la sala aprecié el sol, y yo estaba tendido en el sofá. En la próxima ocasión me encontré con el ritmo alegre de la lluvia sobre los tejados, pero yo estaba tirado en el suelo, boca abajo, con la mejilla planchada por el piso y la baba suficiente para formar un charco. ¡Dios!, no quiero volver a parpadear, me da miedo…
¡Algo parece reanimarme en mis parpadeos! Es esa palma sobre mi hombro de no sé quién. Me acompaña con su misticismo. Náufrago en el estupor en que me hundo, el enigma con que se conduce me ilumina y da sombras en el alba…
Ha vuelto a suceder y no había yo podido llegar hasta aquí. Pestañeo y hace frío; vuelvo a hacerlo y aparece un caluroso día. ¿Qué es esto? No siendo natural, mi realidad es diferente a la de los demás en extremo…
Mi situación me tiene aislado de la gente. Vivo a manera de cigarra en la naturaleza, sirviéndome del entorno, sin retribuir en nada. Dicto la agenda de los que me rodean. No sólo sus actividades cotidianas deben de haber sido trastocadas, sino las de sus pensamientos: mil disculpas…
En escenarios que me confunden, el tiempo continúa. El mío se fragmenta con relación al tiempo de los demás, pero no en relación conmigo. Raro, mas así sucede. Por ejemplo, no tengo nada que decir del inter entre estar rasgueando quimeras en este lugar y abrir los ojos en el suelo. Aunque no lo parezca, no tiene sentido para mí hablar de si me caí y permanecí tirado minutos u horas; según el tiempo de los demás, pudieron haber sido horas…
Para entender mi tiempo hay que imaginar la canción que se escucha por primera vez en un viejo tocadiscos y, por ahí de la mitad, la aguja se salta ranuras. No se duda de que la letra fuera trozada. Las vueltas brincadas son un tiempo del que no se supo nada, pero la melodía no se detuvo, sólo continuó más adelante…
Curiosa circunstancia la mía. El cómo percibo que la “aguja de mi vida” se saltó es a partir de la diferencia del lugar en el que me encuentro en el mismo instante, o quizá debí anotar, en mi mismo instante. Entonces, de regreso al ejemplo, sucede que la aguja de mi vida se pasa, de refilón, del último tecleo que di aquí, hasta el momento en que termino de parpadear y ya no estoy escribiendo, sino en otro punto. En verdad, la aguja de mi vida prosigue más adelante respecto a lo que realmente quedó grabado en el disco del infinito…
El tiempo es algo que no espera por mí. No obstante, yo sí espero seguirlo teniendo…
Por otra parte, mi cuerpo no necesita de mi conciencia para ocupar un lugar. Tomar aire del rededor no es un acto pensado. Por lo visto, no he necesitado mi memoria para hacerlo…
Mas, a diferencia de mi cuerpo, mis juicios no se dan precisamente en el espacio: se dan en el tiempo…
Mi conciencia está en el tiempo, y éste sólo me consta cuando tengo entendimiento…
Yo valoro el curso de los sucesos. Las contingencias especiales del cómo los vivo son las que me están dando nociones de su presencia. Antes, sabía que el tiempo había pasado, que estaba corriendo, que había que esperar una época, etcétera…
Ahora registro el llegar del tiempo. Me doy cuenta que me cobija en su regazo, y yo lo aprecio tanto…
¡La mano! De nuevo la mano. ¿Ella es la que me está sosteniendo en el mundo? ¿Es de quien me ha levantado o que viene por mí? No importa, ella me invita a pensar mi soledad como algo más, tal vez detentora de alguna razón oculta…
Mi vista se topó con la penumbra. Con el calor sofocante de la noche, me sobresaltó sentirme bajo tierra. La oscuridad repentina me asusta…
Ahora, gracias por dejarme prendida la luz del baño por las noches…
Me dijeron que me la paso durmiendo. Son eclipses de los que no me queda nada. Cuán valiosa sería, así fuera la más terrorífica, si yo volviera a tener la experiencia de una fantástica quimera. La disfrutaría tanto…
Cuánto deseo que Calderón de la Barca tenga razón. Corríjanme si no es así. En otra parte Segismundo decía: Que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son…
Me haré la ilusión de que repentinamente vuelvo de una de esas largas travesías de las cuales nunca sé nada. Corro —es un decir de un gran valor para mí— a escribir. No quiero comprobar si estoy vivo, sólo quiero encontrarme con la compleja experiencia de distinguirlo. El reloj marca horas o un día diferente, incluso. ¿Por qué hoy es la tarde del lunes si apenas, en un santiamén, era domingo por la noche? ¿Por qué parpadeé y me vi solo en mi cuarto cuando el pestañeo anterior me tuvo sentado frente a mi familia, mientras departían la cena?...
Ya me empiezan a doler las articulaciones al menor movimiento. Es un entumecimiento prolongado desde arriba. Nunca logro saber desde dónde. Los dedos se paralizan y pulso las teclas cada vez más despacio, con menos dedos de lo habitual. Eso no me afecta, invariablemente he sido lento para pensar…
Resulta raro, pues nadie conversa normalmente conmigo. No es más que la diferencia de tiempos. Cuando coincidimos en horarios, sus miradas, todas, son compasivas. Sus diálogos son los mismos y quedan inconclusos. Los repiten a cada momento mío que, recalco, es distinto para ellos: ¿Cómo te siennnnn…
Con esfuerzos pude acercarme a mi rincón de libertades, donde no existen riendas ni bridas que orienten ningún pasaje de mi existencia. Ahora me vi recostado sobre el sofá. Tengo un poco de dolor en la nuca. Ah, un par de chichones, seguramente me golpeé en carambola. No hay nadie en casa. Hasta la saciedad me han pedido recordar sin espantarme, en el percatarme del mudar de aires. Que no camine ni me mueva de donde estoy; que, si acaso lo necesito, ande a gatas, me dicen. De esta forma, he llegado aquí para dejar constancia de los jirones de cordura que me restan.
¡Uff!, no me importa que la espalda se me caiga a pedazos; acrecienta el valor de saberme, todavía, entre las cosas creadas. ¡Ja!, soy un cuerdo “a cuenta gotas”. ¿Cómo se puede estar consciente y echar a perder el momento sufriendo aún sufriendo? Debo mantener el buen talante, por difícil que parezca. ¡Qué gozo tan enorme me produce la contemplación! Puede ser que lo que me provoca este éxtasis sea el tiempo diferente al de los demás. Ese, mi propio tiempo…
Jajaja, soy producto de mi propio tiempo (así, sin puntos suspensivos).
Tardé en prender la computadora. ¡Dios!, no sé en qué parpadeó perderé la razón. Todos duermen. No los despertaré, si bien ansío darles un beso. Éste pudiera ser un medio para comunicarme. Les agradezco su comprensión. ¡Que irónico!, yo, que soy quien debiera considerarme cuasi exánime, ahora quiero dejar constancia de que estoy gozando la singularidad de mi tiempo. Son sentimientos encontrados…
Familia mía, casi ni nos vemos cuando estoy consciente. Mas, estos retazos de mí que tienen enfrente, no comparables con ningún vegetal —porque los vegetales tienen un verde lozano y mi amarillo o verde es el de un enfermo—, quiero que los recuerden riendo por alguna gracia de cualquiera de ustedes. Será así cuando mi silencio les hable…
¡Otra vez la apagaron! Los instantes se me hicieron eternos para prenderla: No me apaguen la computadora…
Gracias por no apagarla…
¡La mano! Esa que mi vista no ha alcanzado a ver me confunde, alienta y atormenta. Me incita frugales impulsos de esperanzas. Fugaz como un rayo, me ilumina y acalambra…
eeeeee…
mmmmm…
Desesperé. Siete intentos de llegar a escribir y nada. Se incluyen las dos veces que pude lograrlo y no articulé párrafo alguno. No ha tenido caso dejar constancia de haber alcanzado en tantas ocasiones la máquina, sino de haber podido dejar algún pensamiento…
Ya me quejo sin proponérmelo. Me duelen mucho los hombros. Me revisé, y tengo marcadas las huellas de unos dedos. Se ve que les cuesta trabajo levantarme y lo hacen con menos delicadeza al paso de las semanas. No culpo a nadie por eso. Los comprendo…
Se me empiezan a formar hendiduras sangrantes en la espalda. No me tengan asco. Sépanse que no me desaniman. Esos malestares no quisiera asociarlos con el sobrellevar de las penas. El gozo por volver a abrir los ojos es superior, en mi ánimo, a las molestias…
¿Qué es esto? Ah, ya entiendo, me dijeron que casi muero por asfixia la última vez que comía. Tampoco me di cuenta de que me ahogaba. ¡Ja!, entonces, de ahora en adelante merendaré por sonda. No importa tampoco, mis ansias de aguardar por el nuevo día son superiores al gusto por saborear una suculenta sopa caliente…
Me preocupa que me vayan a enterrar vivo, pero dicen que no mantengo un estado catatónico en mis súbitas ausencias. Según, que lo mío es, algo así, como constricciones vasculares en el cerebro; con la ventaja de que nada en mí se mantiene en rigidez. Que bueno, no se vayan a confiar. Asegúrense de que esté frío cuando decidan meterme al ataúd, el cual no tengo ningún interés de elegir por forma, color o material…
Parece que tomo en broma mis transitorias apoplejías. Si bien yo sé que la muerte se da y que puedo cubrirme con su insondable vestidura, también es cierto que mis ganas de vivir me hacen evadir la conciencia de ello y abrazarme a la esperanza. Aunque, ¿quién podría actuar sereno cuando ve que se estrecha el último de sus senderos?...
Ah, pobre del que tome conciencia de su fatalidad, porque no le quedará más remedio que plantearse el suicidio. Sí, la conciencia del hado es terrible. Es, por ejemplo, el caso de quien agoniza con mente lúcida. Yo lo he visto, es horrible: los ojos cristalinos y vivaces del tendido, expresivos a cada segundo, reflejan algo, algo. Ese atisbo ha de ser la conciencia de la muerte…
Por otra parte, quizá, quien presencia la agonía o fallecimiento de otro puede llegar a tomar conciencia del destino terminal del otro y puede que no del de sí mismo, aun con la congoja. Por ejemplo, al posarme en el yermo de la memoria, viene a mí el recuerdo de haber despertado una madrugada por un angustioso llanto proveniente de la recámara de mis papás. Sin saber qué pasaba, salté a asomarme y presencié cómo mi mamá se hallaba desesperada golpeando el pecho de mi papá para que reviviera. Lo hacía a un solo grito con todas sus fuerzas. En esos momentos, creo que mi mamá sólo estaba consciente de la muerte de mi papa. Y yo…
Y yo, menos que ella, aún bajo el influjo de la impresión de lo inesperado, me limitaba a saberlo apenas en el sueño eterno. Luego, se llevaron a cabo las tortuosidades del velorio, la misa de cuerpo presente, el sepelio y, en el último trance, después de que unas inmensas y lodosas reatas depositaron sus restos ausentes de espíritu en la fosa —¡Justo ahí, por efecto de una aterradora primera palada de tierra lanzada sobre la losa que encerraba la caja!—, justo ahí tomé conciencia de que nunca más volveríamos a compartir nada juntos; al menos en esta vida…
Sí, la conciencia de la partida de mi papá me llegó tarde. Sin embargo, lo que he querido hacer notar es que, por afligida que fuera para nosotros la pérdida, ello no se reflejó en la conciencia de nuestra propia muerte, de la de ninguno de nosotros dos…
¡Epa!, Estoy seguro, el poder de la omnipresente mano me erizaba el pelo apenas abría los ojos. Algo me quiere revelar. ¿Qué misterios me reserva? Buscaré en mi interior la paz que me permita recoger su mensaje…
¡Bien, esta portátil resuelve mi problema! He llegado a la conclusión de que mis fuerzas ya no dan para llegar hasta la computadora. Hace rato era el día de antier. Estoy orinado ahora. Vivo cual sentina nauseabunda. No cabe duda: En mi mundo no hay monstruos, el monstruo soy yo…
He esperado la revelación de un espíritu. El tiempo se acorta. Mis nervios no tienen control…
Mis sensaciones son parecidas a las descritas por Neruda: surgen frías estrellas, emigran negros pájaros. Abandonado como los muelles en el alba sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos. Ah, más allá de todo. Es la hora de partir. Oh abandonado.
¿Dónde estoy? Me veo en la cama de un hospital: ¡Este es un hospital! Ahora estoy lleno de sondas. Mi mano era el medio para proveerme alimentos, es probable que no tenga más esa función. Siento fatiga. Por primera vez tengo una profunda somnolencia. Quiero mantenerme lúcido y no puedo. Tendrán que ayudarme a oxigenar el cerebro. Distingo y aprecio el incremento de mis extremidades. ¡Un octupus soy!...
También tienen miedo de que broncoaspire la comida. Me gustaría almorzar algo. Que disque para comer cualquier cosa tendría que ser asistido por doctores en un quirófano, me explican. ¿Habrá alguien imaginando que su siguiente pan lo tomaría en un quirófano? ¿Verdad que no suena lógico? ¡Qué barbaridad!
¡Que me comporto como un niño berrinchudo! Es que, al no morir, empiezo a mostrar fastidio de mi condición…
Dios, quisiera hacer un trato contigo. Te cambio las vendas de mis piernas por unas blancas calcetas de correr. O, qué te parece ahorrarnos el aire de este tanque de hospital y hacer uso de aquellos vientos que elevan papalotes hasta romper su hilo aprisionador…
Dios, eran bromas. En realidad, te cambio mi condición actual por un solo paseo. Quisiera volver a tener la oportunidad de resbalarme en el barro húmedo de las laderas. Recorrer largos trechos entre pinos y matojos de yerbas varias de un fresco monte. Hurgar con sigilo en una espesa arboleda, presto a cualquier movimiento, para descubrir ardillas señoreando, con sus gracias, virtudes naturales. Y si gustas, luego te cuento cómo me fue…
Dios, ya en serio ¿Qué de mí no eres tú? ¿Qué ultimísimo retal tuyo no puedo ser yo?...
Dios, si el morir sólo es el cambio de estado en la naturaleza que no te produce angustia, entonces debo entender que mi sufrimiento no está en ti; luego, mis desasosiegos me dejan fuera de ti. Mas cómo me pides que vea con gozo mi pesadumbre. ¡Ay! Más solitario me encuentro frente a la muerte ¿En ese trance se puede estar sin ti? Me queda claro que los ojos de quien agoniza no se parecen a los de aquel que se deja acompañar por ti, ¿por qué?...
Dios, antaño, cuando no tenía necesidad de ti, mi racionalidad especulaba que los seres viven y dejan de vivir, individualmente, y que la vida y la muerte son sólo conceptos globalizadores de actos concretos que se dan y que, como tales, no tienen existencia pues, a ver, ¿dónde está la vida y dónde está la muerte? No quisiera soliviantar a nadie si algún día soy leído, pero tú eres más que un concepto creado para referirnos a la totalidad, ¿verdad? Dame una señal…
Veo que mis esperanzas son a la racionalidad como el papel al fuego: Cada vez que mi racionalidad aparece mis esperanzas ceden…
¡Qué suerte!: ¡Mi familia! He tenido la oportunidad de coincidir con ella cuando se esfumó mi lirón. Los miré sonriendo. Tras esos gestos subyace el agobio de la pena, sé que el dolor los desploma. Y yo sonreí, también, porque deseo mostrarles que las molestias son superadas por el valor que tiene la vida; sin embargo, estimo que estoy apagándome, no por deseos de expiación; la mía es una decantación física hacia el sin regreso…
Tengo un compañero de cuarto. Sugiéranle que siga viendo sus programas de entretenimiento sin cambiarle al canal cultural cuando se dé cuenta que meneo la computadora. Me parece un sinsentido estar frente al televisor y no darse la oportunidad de entretenerse con sandeces. No sabría describir la relación, pero mi vecino me recuerda a los pasajeros de autobús leyendo libros, aquellos que no disfrutan los pintorescos paisajes de los caminos de México; curiosamente, los libros que llevan siempre los he visto abiertos en las primeras páginas, ¿pues cuántos días piensan que durará la travesía de barco? ¡Jajá! Los ojos se les han de torcer en las curvas…
¡Habrase visto un par de candidatos a la fosa común mortificados por la ópera de El payaso! ¡Y en italiano! Insisto, díganle a ese embeleco que siga viendo sus novelas y otras cosas cuando me sienta volver por estos lares. Una tarde en que me desperté le cambié de canal y entrevimos la deprimente parte que le sigue al aria de “Soy un triste payaso”. Lo bueno de tener mi propio tiempo es que pestañé cuando Camio hacía sus destrozos y salí de mi embriaguez en un imparable que colocaban los Dodgers…
El hospital me ha traído alivios. No es algo malo llegar aquí, es un espacio exclusivo para recuperar la salud. Puedo decir que siempre me he negado a ver al hombre como “un ser para la muerte”, o aquel antropológicamente “nacido para morir”. Yo pienso que las culturas se han alzado gracias a consideraciones como la de que al humano se le debe considerar “un ser para la vida” y, sobre todo, un ser de esperanzas…
¡Qué cosas dice el corazón! El intelecto me dice que Dios no existe…
He estado mejor. Me tenían en un grito los ramalazos en las articulaciones, a diestra y siniestra. No he podido cobrar conciencia por mucho rato —en eso no he progresado—, pero ya percibo el desfallecimiento al “desconectarme”. Es parecido a los de aquellos sueños que tienden su suave manto en las noches de la infancia. Ojalá y sea el preludio de mi recuperación…
¡Sopas! Tiemblo y sudo. Me pasa lo del gato que quiere comerse al pez sin mojarse. Es una dicotomía entre el querer y el temer. No hay otra solución. Esperaron mi abrir de ojos para informarnos que van a operarme. Voy contra las estadísticas. Al saberlo, les pedí que me dejaran solo. Ahora, sobre mí se vierte el pasmo. Será un volado de cara o cruz, lo sé. El miedo se impone. En fin, mi conciencia se ha adelgazado a tan exiguos instantes que, ciego, ya creo guarecer en la ilusión de los sentidos…
Y a modo de Segismundo: Yo sueño que estoy aquí destas prisiones cargado, y soñé que en otro estado más lisonjero me vi…
Queda poco tiempo para conocer qué me depara el aguijón ineluctable del destino. Me siento confundido ¿Qué puedo decir de lo que no está en mí? Tengo ganas de vivir. Me abrazo de mis afanes. Dios, hazlos tuyos…
¡Epa!, Estamos a media luz en la noche. Escucho que rasgan con saña la puerta, y no puedo articular palabra alguna. ¡El espectro que me ha acompañado hasta ahora! ¡¿Dónde está ese espectro?! Quisiera …
Nunca más volví a ver al silencioso hombre de la computadora, sólo advertí una menuda sombra que entrara a recoger sus cosas una mañana. A veces pienso cómo habrían iluminado mis pensamientos algunas frases suyas, apuntadas con esa lucidez que él lograba destilar vuelto de sus descensos.
En los días siguientes, con paciencia de paciente de hospital, por mi ventana veía pasar a la gente de negro y a la de lágrima viva, pero ninguna conocida; tal vez, muy tal vez, él ya se liberó de alguna forma. Yo, en cambio, sigo postrado en esta cama de blancas sábanas.
En el peor de los casos, él continúa vivo en las palabras que dejó tras de sí.

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