Ohtli L. Enríquez González
Introducción.
El presente texto nace como reflejo de una carencia como historiador por falta de un instrumento capaz de aprehender la mayor cantidad de aspectos de la vida humana de forma directa al momento de realizar trabajo de índole cualitativa. A pesar de la convergencia de las ciencias humanas y el préstamo de teorías y métodos, es evidente que cada disciplina posee una estructura, un objeto de estudio y una forma muy precisa de acercarse a él. En la Historia (como ciencia) tradicionalmente fue imposible, salvo en los casos de Historia Contemporánea, tener contacto real con los actores sociales y poder captar todo tipo de rasgos pertinentes a la investigación. Habitualmente uno redime a los muertos por razón de las fuentes escritas y entabla un diálogo imaginario con ellos. En su forma clásica, la Antropología es una ciencia ‘de los vivos’, antiguamente restringida a espacios rurales, ‘salvajes’ o ‘primitivos’ de otras culturas. Permite una interacción con el objeto y un análisis riguroso de éste, por ello es tan dinámica. Desde tal perspectiva surge mi interés por la realización de este bosquejo, a través del cual expondré en forma somera la importancia de la etnografía como una forma de comprender a los actores sociales (cualesquiera que sean éstos) y su entorno.
En este caso quisiera llamar la atención sobre el trascendental rol que el trabajo de campo ha tenido en la Antropología y la forma en que fortaleció sus fundamentos epistémicos. El artefacto del cual me valdré será la breve dilucidación del concepto de etnografía y algunos de los aportes más significativos de Bronislaw Malinowski. Sin duda, la investigación directa de los grupos culturales representó un giró total en los estudios de índole antropológica, los dotó de mayor legitimidad y refrescó ante las ya vetustas elucubraciones decimonónicas. Sin embargo, pienso que de algunos años a la fecha tal innovación se ha viciado para convertirse en el único recurso válido del antropólogo[1]. De igual forma, su empleo se ha difundido y socializado sorprendentemente hasta un dudoso júbilo; gradualmente la información teórica y documental ha perdido valor frente a la irrefutable verdad empírica; y, muy ligada a ésta, la etnografía se ve acosada por juicios ‘objetivistas’ que tachan de ‘relativa’ a la Antropología. Algunas de estas ideas son las que me propongo plantear en las siguientes líneas mediante el análisis de la etnografía. A modo de conclusión sintetizo el proceso que ha vivido la etnografía en una de sus aplicaciones más recientes: la etnografía en la escuela.
¿Qué es la Etnografía?
Los dos pilares básicos de la investigación antropológica son el método comparativo y la etnografía. Hoy me ocupo sólo de la etnografía, la cual en términos generales se interesa por lo que la gente hace, cómo se comporta y cómo interactúa. Es un método de investigación que se propone descubrir creencias, valores, perspectivas, motivaciones y el modo en que todo eso se desarrolla o cambia con el tiempo de una situación a otra. Trata de hacer todo esto desde “dentro” del grupo cultural y al interior de las perspectivas de los miembros del grupo. Explica los significados e interpretaciones partiendo del contacto directo, el recuento y análisis de comportamientos. Esto quiere decir que se debe aprender el lenguaje y costumbres del sujeto de estudio con todos los matices posibles, pues cada grupo ha construido sus propias realidades culturales claramente distintivas. Para comprenderlos es necesario penetrar las fronteras y observarlos desde el interior, esto es, el investigador debe ser “uno más” dentro del conjunto.
No obstante, es indispensable señalar que este trabajo se realiza en una serie de fases íntimamente ligadas, ya que la investigación etnográfica no se vale sólo de la mera observación e interacción, sino que debe atender al registro y la exposición de información. El etnógrafo tiende, por tanto, a representar la realidad estudiada, con todas sus diversas capas de significado social en plena riqueza. “Se trata de una empresa holística, pues dentro de los límites de la percepción y la capacidad personal, debiera tenderse a dar una descripción rigurosa de la relación entre todos los elementos característicos de un grupo singular”[2]. De lo contrario la representación puede parecer distorsionada. Obviamente, y con todos estos elementos en juego, la labor no es sencilla y requiere un aguzado sentido de observación pero, sobre todo, una especialización en ‘todología’ por parte del etnógrafo. Tales habilidades son más visibles en los antropólogos que realizan trabajo con culturas totalmente diferentes a la occidental y por eso ‘vírgenes’. El instrumento de investigación por excelencia en la etnografía es el mismo investigador. De forma un tanto tajante se puede formular una clasificación de sus principales propósitos: si debe ser un registro exacto del conocimiento eminentemente cultural; una investigación que evidencie los mecanismos de interacción social; o un análisis holístico de las sociedades[3]. En cualquiera de los tres casos la etnografía supone una relación inherente entre todos los aspectos humanos, del imaginario, del trabajo, de la organización y de los conflictos interpersonales. A su vez, su carácter como método descriptivo también se ve cuestionado: como registro de narraciones orales y experiencias de vida; como complemento informativo a una investigación mayor; y como técnica para la verificación de hipótesis. En la actualidad comúnmente funge como una vía de información agregada a un cuerpo más extenso de fuentes; sin embargo, ello no le hace perder su carácter universal y autónomo que no sólo la hace ver como una herramienta, sino como una metodología con sustentos teóricos. En torno a la observación participante se ha dicho mucho (si es científica o no, si es ética, etc.), pero me parece que el debate debiera centrarse en lo referente a su verdadero objetivo. El más importante fin de la etnografía radica en la inferencia y construcción de los significados observables (o no) en las actividades cotidianas de los humanos, poniendo enérgico énfasis en el contexto y el espacio. Para poder dar sentido a una masa de comportamientos, gestos y voces es menester situar dicha realidad y tratar de comprenderla en su totalidad, evitando desdeñar cualquiera de esas actitudes. Una gran ventaja de la etnografía es la reconstrucción y representación de una imagen real a partir de varias fuentes de información. De ahí que su virtud se encuentre en la representación no de un aspecto inconexo, sino de una totalidad íntegra y llena de viveza. Puede ubicársele en dos niveles de análisis: uno concreto-fenoménico y otro abstracto-simbólico. Por un lado retrata las actividades y por otro los pensamientos y aspiraciones de los actores sociales.
El trabajo de campo.
La premisa fundamental que justifica el trabajo de campo es la de no estudiar la vida humana atrapada en una esfera. El mundo social debe ser estudiado en su estado ‘natural’ mediante el contacto franco con el objeto, sin ser contaminado por el investigador. Se debe tener acceso a los significados que guían un comportamiento y para ello es pertinente ‘adentrarse’ en la vida de otra sociedad. Los principios metodológicos clásicos expuestos en la primera parte de “Los Argonautas del Pacífico” (obra cumbre de Bronislaw Malinowski) para un buen trabajo de campo son:
1) El estudioso debe albergar propósitos estrictamente científicos y conocer las normas y los criterios de la etnografía moderna.
2) Debe colocarse en buenas condiciones para su trabajo; no vivir con los blancos, sino con indígenas.
3) Tiene que utilizar cierto número de métodos precisos en ordenar, recoger, manejar y establecer sus pruebas.
Como se puede ver, la labor del etnógrafo tiene mucho de oficio, arte y construcción intelectual. Aunque aquí presento una pequeña fórmula (parafraseando a Malinowski) de lo que ‘el buen antropólogo’ debe hacer, es claro que se necesita poner atención a una serie de rasgos para realizar un trabajo de campo efectivo. El primero de ellos acusa la necesidad de una amplia preparación teórica de vanguardia en la cual pueda encuadrarse la información; la tercera habla de una sistematización del propio trabajo que al parecer atiende a un rigor científico. A pesar de ello, me es muy interesante el segundo inciso, porque a partir de la ‘soledad’ y el aislamiento se podrá captar el punto de vista bruto del nativo; ese es el instrumento imprescindible para acceder al conocimiento. La interacción con otros blancos podría significar la contaminación del trabajo y la pérdida de objetividad.
Algunos de los elementos indispensables para estudiar al momento de realizar el trabajo de campo son: el medio natural, las rutinas diarias, el ciclo vital, la educación, el conocimiento y la tradición, el lenguaje, el matrimonio, los ritos y la religión, la organización política, economía, cultura material, habitación, vestido, tecnología, artes, juegos y diversiones. El espectro de actividades humanas es bastante amplio y la organización de las actividades es una tarea sumamente complicada, pues la vida no se presenta a nuestros ojos ordenada en pequeños fragmentos inteligibles. Aquí es justamente donde aparece la relevancia de aportaciones metodológicas como el diario de campo, los cuadros sinópticos, las genealogías, los catálogos clasificatorios de herramientas, plantas, etc. De igual forma se debe acudir a informantes conscientes que tengan memoria de los acontecimientos y debe procurarse hacer un catálogo de los objetos coleccionados. La mayoría de las innovaciones teóricas y técnicas conocidas en la actualidad sobre el trabajo de campo se confeccionaron en los inicios del siglo XX y han variado muy poco.
Durante el siglo XIX los antropólogos, y demás científicos sociales, pensaron que los fenómenos socioculturales estaban gobernados por principios que podían descubrirse y enunciarse en forma de leyes. La forma en que tales leyes eran formuladas era en base a documentos históricos o sociológicos de segunda o tercera mano, cartas de viajeros e informes de exploradores, comerciantes o diplomáticos no especializados. Mientras tanto, a finales del XIX y en el primer tercio del siglo XX se realizaron esfuerzos por cambiar las premisas estratégicas de las que dependía el cientificismo de la teoría antropológica. Hubo un rechazo a las pretensiones científicas y a la excesiva especulación de carácter filosófico centrada en aspectos subjetivos de los llamados ‘antropólogos de sillón’. En el alba del citado proceso (a finales de la década de 1880) aparecen Franz Boas, Haddon y Spencer, quienes junto con otros científicos naturalistas que se autodenominaban como antropólogos, se encargan de la recolección de datos. Este es un significativo paso, pues ya no se depende en su mayoría de los misioneros, sino de las investigaciones directas de científicos preocupados por los aspectos biológicos, fisiológicos y zoológicos, esto es, la cultura material. En los orígenes del trabajo de campo se comenzó coleccionando ‘curiosidades’ que en ocasiones se enviaban a los museos para ser encasilladas en salas de folklore.
Posteriormente, las investigaciones británicas de la ‘Escuela de Cambridge’ en el Estrecho de Torres aportaron además de rasgos naturales, la psicología, organización social y totemismo de la región. Esto dio pie a la formación del Gabinete de Estudios Antropológicos en 1904, lo cual significó la tendencia hacia una etnografía más focalizada, global, intensiva y más extensiva, o en palabras del mismo Haddon, para disponer de “investigaciones frescas en el campo realizadas por hombres formados como antropólogos de campo”[4]. A esta tarea se sumaron hombres como Rivers, Seligman y Westermarck. Asimismo, pocos años después, antes de la Primera Guerra Mundial, un grupo de jóvenes y entusiastas antropólogos dejaron las universidades y saltaron al campo. De este grupo quizás el más célebre sea el polaco Bronislaw Malinowski. Años después, a partir de 1930, regresa un interés por los elementos nomotéticos o generalizadores utilizados hasta la actualidad. Antes de proseguir con el trabajo de campo realizado por Malinowski en las Trobriand me gustaría hacer un alto y hacer referencia a la importantísima contribución que Rivers hizo a la antropología contemporánea y en específico a la formación del autor de “Los Argonautas”, quien es sujeto de estudio en el presente itinerario. Rivers es posiblemente el antropólogo más influyente en los albores del siglo XX en Inglaterra. Se preocupa por los problemas de método partiendo desde la psicología experimental y en 1913 publica una propuesta de las necesidades de la etnografía fundamentadas en el estudio intensivo y la especialización del trabajo. Él apoyaba un estudio en el cual el investigador debería vivir durante un año o más en el seno de una comunidad y así pudiera estudiar cada detalle de su vida y su cultura por medio de su lengua vernácula. Provocó un cambio en el rol del etnógrafo para ser más que un simple observador y se pudiera relacionar en la vida del poblado. De un papel pasivo paso a uno participante y activo.
La aportación que a Rivers le vale un lugar dentro del panteón de la ciencia antropológica la constituye su Método Concreto sustentado en el estudio del parentesco por medio de genealogías. Su modelo genealógico se convirtió en una herramienta universal rápida para recoger información acerca de la estructura básica de las sociedades. Rivers consiguió “sintetizar las diversas genealogías de los nombres personales de todos los isleños de Mabuaig, usó términos nativos de parentesco para diseñar la ‘genealogía de una familia ideal’, que ilustrara un sistema de parentesco del tipo conocido como clasificatorio”[5]. En forma positivista creyó que la estructura elemental de ‘cualquier grupo’ se revelaría sistemáticamente en su terminología de parentesco. Tal metodología fue útil para estudios sobre migración, magia, religión, demografía, antropología física y lingüística. Sin lugar a dudas, su Método Concreto contribuyó en la creación de un interés por las estructuras abstractas, subyacentes tras la realidad fenoménica. Malinowski retomó sus ideas centrales, las aplicó en su trabajo de campo en Melanesia y reconfiguró una nueva teoría.
Los aportes de Bronislaw Malinowski.
¿Por qué dedicar un apartado por separado al funcionalista Bronislaw Malinowski, cuando la gran mayoría de sus postulados epistémicos y metodológicos parecen haber sido rebasados y actualmente la figura del polaco es tratada sólo incidentalmente como parte del desarrollo de esta ciencia? Me parece que la importancia de este antropólogo es realmente seria. En él se sintetizaron diversas influencias teóricas y prácticas que supo combinar inteligentemente con su innato arrojo etnográfico y su talento para la escritura. Posiblemente la mayor contribución de Malinowski a la antropología se encuentra en la genuina legitimación que hizo de una de las principales fuentes de investigación: el trabajo de campo. Logró expresar en las mitificadas páginas de “Los Argonautas del Pacífico Occidental” la enorme necesidad de trabajar con la realidad al natural, tal cual es. Así, sistematizó y justificó el uso de una metodología que venía fabricándose desde treinta años atrás.
A mi parecer, “Los Argonautas” representaron un parangón en la antropología moderna. Una primera parte (adornada por el prefacio de James Frazer) cargada de un urgente corpus metodológico para los lectores de la actualidad podría parecer toda una receta, pero para el año de su primera publicación fue una completa innovación. Fue un modelo que perduró por un par de décadas más, la mayoría de los universitarios extasiados por los trabajos tan verídicos y seductores buscaron en el campo de la misma manera que lo hiciera Malinowski. Sin embargo, es pertinente acotar que el polaco no fue ningún Mesías y a él sólo le tocó cosechar lo que muchos venían pregonando en forma más metódica, como Rivers con su “Notes and Queries”. Esta obra es fundamental para el trabajo de campo de Malinowski, ya que en un principio tenía como propósito desarrollar el método genealógico, pero en un esquema más amplio y ambicioso.
El también autor de “Baloma” apoyaba la idea de que las ‘culturas salvajes’ eran inferiores a las civilizadas y ha sido exageradamente marginado por el contenido ‘racial’ en contra de los negros hallado en sus diarios de campo. Dijo oponerse a las escuelas diacrónicas de tradición evolucionista y difusionista, a pesar de que tiene fuerte influencia evolucionista. Por un lado la del sociólogo anglo-finlandés Edward Westermarck, quien había hecho un trabajo de campo extensivo en Marruecos; de él retoma la concepción diacrónica y sincrónica de la familia. Su otra gran influencia la constituyó el autor de “La Rama Dorada”, James G. Frazer, del cual toma su idea de la magia como antecesora de la ciencia.
Respecto a esta corriente de pensamiento social que mantuvo su hegemonía durante el siglo XIX y principios del XX, Malinowski dice: “Hoy el evolucionismo está más bien pasado de moda. Y, pese a ello, sus principales supuestos no sólo son válidos, sino que además son indispensables tanto para el etnógrafo de campo como para el estudioso de la teoría”[6] . No cabe duda alguna de la razón que tenía, pues aún en nuestro siglo XXI son necesarias muchas de las categorizaciones creadas por estas escuelas, las cuales se han venido refinando y amoldando a las nuevas necesidades. Uno de los ejemplos más claros en los estudios mexicanos es la categorización hecha sobre las culturas prehispánicas que aún prevalece[7]. En cuanto a la investigación etnográfica, Malinowski pugna por un intensivo trabajo de campo. Insiste en la necesidad de estudiar las instituciones sociales existentes y evidencia una preocupación por el sexo, la vida familiar y la psicología individual (muy al modo de Rivers). Concibe a la cultura como un todo integrado con funciones definidas, he ahí la mayor virtud de su trabajo etnográfico. Sus caracterizaciones de los pobladores de las Islas Trobriand son harto completas, y a pesar de que “Los Argonautas” se ocupa preferentemente de las expediciones Kula[8], a través de ellas retrata un universo de comportamientos y actitudes humanas en forma detallada. Para el autor, un trabajo etnográfico riguroso exige tratar con la totalidad de los aspectos sociales, culturales y psicológicos de la comunidad, pues hasta tal punto están entrelazados que es imposible comprender uno de ellos sin tener en consideración todos los demás. La meta de su trabajo etnográfico es llegar a captar el punto de vista del indígena, su posición ante la vida, comprender su visión de su mundo. Intenta estudiar al hombre en lo que más íntimamente le concierne, es decir, en aquello que le une a la vida. Para Malinowski “el ideal primordial y básico del trabajo etnográfico de campo es dar un esquema claro y coherente de la estructura social y destacar, de entre el cúmulo de hechos irrelevantes, las leyes y normas que todo fenómeno cultural conlleva”[9]: 1) Determinar el esqueleto de la vida tribal y 2) el estudio de la cultura. Estuvo dos años en el curso de tres expediciones en Nueva Guinea y debido a la Primera Guerra Mundial se quedó ‘atrapado’ en la costa de aquella región. Vivió durante muchos meses como un indígena entre los indígenas –en palabras de J. Frazer-, observándolos diariamente en sus trabajos y diversiones, conversando con ellos en su propia lengua y deduciendo todas las informaciones de las fuentes más seguras: la observación personal y los relatos directamente escuchados de los nativos, en su propio idioma y sin mediación de intérprete. De acuerdo con Malinowski la objetividad debía ser pieza importante. En sus obras todavía persiste un rigor positivista muy criticado por los llamados antropólogos posmodernos. El hecho de que la información pudiera obtenerse de viva voz de un aborigen representó una total revolución, ya que se obtenía un reflejo ‘puro’ de la realidad sin intermediación dudosa. A esto se suma el status que confirió a los antropólogos, cuando puso en claro que los resultados por la observación directa y las inferencias del autor, basadas en su sentido común y capacidad de penetración psicológica, también representaban una fuente etnográfica de incuestionable valor científico. La excusa por antonomasia es que ‘él estuvo allí’. Esa es precisamente la autoridad que valida al método.
De esta forma se comprueba una vez más que el investigador de campo se orienta a partir de la teoría. Este tipo de etnografía ha introducido ley y orden en un dominio que parecía caótico y caprichoso. Ha transformado el mundo efectista, feroz e irresponsable de ‘los salvajes’ en cierto número de comunidades bien ordenadas, gobernadas por leyes y que se comportan y piensan con arreglo a determinados principios. La esencia epistemológica y el sentido común del penetrante observador dota de sentido a la realidad, o en palabras del mismo Malinowski, “…el etnógrafo tiene el deber de destacar todas las reglas y normas de la vida tribal; todo lo que es fijo y permanente; debe reconstruir la anatomía de su cultura y describir la estructura de su sociedad”[10]. Gran parte de la información que recopiló durante meses la sintetizó en una lista de siete necesidades individuales básicas (biopsicológicas) y afirmó que el organismo social o cultural era una ‘vasta realidad instrumental’ para la satisfacción de ellas. Tales necesidades son: nutrición, reproducción, cuidados corporales, seguridad, relajación, movimiento y crecimiento. Su cuadro completo fue un interesante esfuerzo (como lo hizo Rivers con su Método Concreto) para generalizar el comportamiento humano y fijar leyes hasta cierto punto flexibles. Sin duda este fue un pilar más dentro de los postulados nomotéticos de la antropología.
La Etnografía en la escuela.
Para finalizar, y en plan de síntesis, tengo el interés por exponer la utilidad que la etnografía puede tener en un ámbito muy restringido. Me refiero a la escuela, un espacio común a distintas influencias culturales y susceptible de abundantes contactos individuales y grupales. La escuela como objeto de estudio ha sido un tema recurrente de algunos años a la fecha, pues es un espacio fecundo para el análisis de los comportamientos humanos y además reditúa en el conocimiento de los mismos alumnos para una mejor enseñanza y/o aprendizaje. ¿Por qué hacer una etnografía en la escuela y no sólo del salón de clases? Efectivamente el aula será el punto de partida, pero no el único. Es trascendental tratar de observar a los alumnos (o a éstos junto con los docentes, si el investigador es externo) más allá de la trinchera de cuerpos apilados que semejan las aulas, esto es, en las áreas de recreo, canchas, cafetería, pasillos; a las horas de entrada y salida; en los actos cívicos, los días concertados para el juego y la diversión, etc.
Sólo de esta manera es posible obtener un abanico de información bastante profundo y variado para la investigación. Algunos de los temas que pueden ensayarse son la forma en que los estudiantes se apropian de los espacios y los utilizan; el conflicto, choque o diferencia cultural que obstaculiza la enseñanza y el aprendizaje y las relaciones con los demás; los lazos culturales entre grupos opuestos; el análisis de acontecimientos coyunturales; el léxico; las aspiraciones y temores; la organización; los intercambios; las relaciones de poder y las jerarquías individuales, por citar algunos.
En este caso concreto el etnógrafo ha de preocuparse por ser exacto y completo, debe tener el sentido de los hechos y de sus relaciones mutuas, así como el de las proporciones y las conexiones. Como si se tratara de la vida en las Islas Trobriand o en el punto más recóndito de África u Oceanía, el etnógrafo no tiene que creer, no debe asumir prejuicios morales, ni asombrarse, ni dejarse arrebatar por el aburrimiento. Debe intentar vivir dentro del objeto de estudio, tender su tienda de campaña en el centro mismo del grupo y tratar de inmiscuirse en toda actividad hasta que deje de causar atención, miedo o sorpresa a los “nativos”. Las ventajas más próximas de la investigación, desde el (ahora) pintarrón o junto con los alumnos, parten de la mayor comprensión que se tenga de ellos, de sus ansiedades, problemas y gustos. En la medida en que pueda ‘reconocerse’ en su integridad a cada uno de ellos desde su vestimenta, hábitos, amistades, interés o rechazo, ideas, familia, lenguaje, etc. podrá tenerse una idea base sobre el grupo y sus necesidades. Sobre todo en estos momentos en que el docente debe convertirse en “facilitador” de los procesos del saber, saber hacer y saber convivir de los niños y jóvenes.
Sin embargo, cabe hacer una aclaración, en la mayoría de los textos sobre etnografía escolar, los autores exhortan a profesores y ‘público en general’ a realizar investigaciones etnográficas y debo decir que no es tarea sencilla. Aunque en apariencia la investigación etnográfica parezca ‘fácil’, por dar la idea de no requerir mayor conocimiento científico, sino más bien una facilidad empírica, eso no es del todo cierto. El etnógrafo no sólo absorbe la visión del mundo de ‘los otros’. Por lo contrario, está obligado a conocer cosas que ellos nunca sabrán. Por medio de sus conclusiones saca a la luz fenómenos ocultos, incluso a aquellos a quienes les han ocurrido, pero esa suerte de ‘adivino’ se debe a la construcción de una descripción y no a su descubrimiento. Entonces, para el caso de la escuela es menester del profesor fijar objetivos muy claros, mantener sólidos principios éticos y asimilar los comportamientos y las expresiones desde las distintas posiciones de los actores. Está obligado a abandonar su investidura de juez para aprehender una difusa realidad y poder actuar.
La etnografía, como una metodología para el conocimiento de la vida humana en forma holística, demanda un sustrato teórico sólido, un gusto y una facilidad para el contacto interpersonal, así como la asimilación precisa de las experiencias sociales. Un rigor en cuanto al registro y sistematización de la información para hacer una descripción congruente con la realidad, verosímil y hasta cierto punto dialéctica en el entendido de reflejar la dinámica de la vida humana. Esto es, validar el contexto temporal en el que la etnografía contemporánea se sitúa: ese vago momento pasajero tan atractivo llamado ‘presente etnográfico’.
Referencias bibliográficas.
Hammerseley, Martin y Paul Atkinson (1983) Etnografía. Métodos de Investigación, Paidós, Barcelona.
Harris, Marvin (1985) El desarrollo de la teoría antropológica. Historia de las teorías de la cultura, Siglo XXI editores, México.
Malinowski, Bronislaw (1973) Los argonautas del pacífico occidental, 4ª ed., Editorial Península, Barcelona.
Mauss, Marcel (1974) Introducción a la etnografía. Ediciones Istmo, Madrid.
Velasco, Honorio y Ángel Díaz de Rada (1997) La lógica de la investigación etnográfica. Un modelo de trabajo para etnógrafos de la escuela, Trotta, Valladolid.
Velasco, Honorio y Ángel Díaz de Rada (1993) Lecturas de antropología para educadores, Trotta, Madrid.
Viqueira, Carmen, et. al. (1971) Manual de campo del antropólogo, Comunidad-UIA, México.
Woods, Peter (1998) La escuela por dentro. La etnografía en la investigación educativa, Paidós, Barcelona.
[1] A finales de 1920 Grafton Elliot Smith ya planteaba su desencanto respecto al éxito de Malinowski al cuestionarse por qué “el único método para estudiar a la humanidad tiene que consistir en pasar un par de años en una isla de Melanesia y prestar oídos al chismorreo de sus pobladores”. Citado por George W. Stocking Jr. en “La Magia del Etnógrafo”; en Velasco Honorio y Ángel Díaz de Rada (1997), La lógica de la investigación etnográfica. Un modelo de trabajo para etnógrafos de la escuela, Trotta, Valladolid. [2] Woods, Peter (1998) La escuela por dentro. La etnografía en la investigación educativa. Paidós, Barcelona, pág. 19 [3] Al estilo de Franz Boas cuando escrupulosamente recopila gran cantidad de datos aparentemente “innecesarios”, pero que desde mi punto de vista ofrecen un panorama bastante amplio y detallado de las formas de vida de una cultura. Tal es el caso tan criticado de las recetas de mermelada de mora con los Kwakiutl que compendia entre los nativos y a las cuales dedicó un considerable número de páginas en sus descripciones por ser un aspecto más (entre muchos otros) de una sociedad. [4] Citado por George W. Stocking Jr. en Velasco Honorio y Ángel Díaz de Rada .Op. cit. pág. 54 [6] Harris, Marvin (1985) El desarrollo de la teoría antropológica. Historia de las teorías de la cultura. Siglo XXI editores, México, pág. 479 [7] Concebimos el desarrollo de tales sociedades en forma escalonada y progresiva, desde los Olmecas hasta los Tenochcas y Mayas (evolucionismo); clasificamos su estudio en “áreas culturales” (los alemanes del siglo XIX ya las llamaban Kulturkreise o círculos culturales) y medimos la cantidad de influencias que unas culturas ‘superiores’ tuvieron con otras (difusionismo). [8] Malinowski estaba interesado en el estudio de las conductas sociales (era funcionalista), pero se dio cuenta de que muchas conductas en apariencia sociales realmente tenían una función económica, entonces estudió un sistema de distribución y sus conductas económicas como parte de esas conductas sociales. Esto lo hace con el ciclo ceremonial anual ‘Kula’ en el que los trobriandeses participaban en viajes mar adentro para ir a intercambiar productos rituales con los dobuanos. Estos productos son los vaiguas, conchas con las que hacían brazaletes y collares para intercambiarlos. Este es el ciclo ceremonial por excelencia. Todos los aborígenes aspiraban a participar en él, por lo que se llevaban todo el año preparando las conchas. Los expedicionarios iban precedidos de bendiciones, banquetes, rituales y rezos. Los vaiguas tienen un valor ritual, no económico. Eran lo más preciado para ellos, sólo se los ponían en ocasiones especiales, en ceremonias y fiestas, mientras tanto los guardaban en casa y se acumulaban porque proporcionaban prestigio a sus dueños. El kula tenía una organización espacial ritual (kula=anillo) cuando intercambiaban con los dobuanos del Este llevaban brazaletes y recibían collares; y cuando iban hacia el Oeste llevaban collares y recibían brazaletes, por lo que los vaiguas circulaban continuamente. El ritual del Kula encubre todo un verdadero intercambio recíproco de bienes necesarios, y como estos bienes secundarios no tienen tal valor ceremonial como vaiguas, se permite el regateo económico. Malinowski ‘descubre’ que la función del Kula era la de encubrir un verdadero comercio. Es el hecho, ceremonia, institución que regula toda la vida de los trobiandeses. El kula explicaba todas las pautas económicas, sociales y religiosas. Es un hecho económico social total porque tenía funciones en todas las esferas de la vida trobiandesa. [9] Malinowski, Bronislaw (1973) Los argonautas del pacífico occidental, 4ª ed. Editorial Península, Barcelona, pág. 28 [10] Malinowski, Bronislaw. Op. cit., pág. 29