martes, 4 de enero de 2011

LOS PREJUICIOS DEL DOCENTE.


Por: Carlos A. Vásquez Gándara.
Todos en algún momento hemos vivido la mala experiencia de obtener calificaciones que no esperábamos recibir y nos preguntamos qué fue lo que pasó, si el profesor o profesora se entregó en tiempo y forma; y es entonces cuando se dan prejuicios por parte de los docentes y por más que no quieren inmiscuir creencias o actitudes personales, éstas, se ven reflejadas en su actuar.
En algún tiempo se creyó que la mujer sólo debía estar al cuidado de su casa y que el varón era quien proveería a su familia, pero en la actualidad, la mujer estudia y se ha vuelto una profesionista que ha alcanzado niveles superiores de crecimiento, incluso, dejando al hombre  muy por debajo de ella. Sin embargo, los docentes varones que siguen manteniendo la firme creencia de años atrás, menosprecian a sus alumnas y no les permiten ir a la par como sus compañeros varones.
Otra situación parecida, pero entre mujeres, aunque usted lector no lo crea, es que existen profesoras que tienen una tendencia a tratar mejor a sus alumnos varones que a las mujeres, e incluso, por envidia las reprueban como si existiera una competencia entre ellas, mal entendida sólo por la profesora, quien no cuenta con la madurez suficiente para darse cuenta de que es una adulta y  de que no se debe estar comparando con sus discentes que por lo regular son unas adolescentes o niñas todavía.
Algunos otros profesores por el simple hecho de que sus alumnos no tienen los mismos ideales que ellos, o no creen en lo mismo que ellos, ya son de mal gusto para el profesor, es decir, a éste le gusta que piensen y crean lo mismo que  él y si no es así ya afecta su relación y por lo tanto su evaluación.
Por otra parte,  también se pueden mencionar a los que desprecian a sus alumnos por su pobreza;  los critican, los menosprecian, y por lo tanto los reprueban, poniendo de excusa que no logran aprender, pero en realidad al profesor no le agrada la necesidad económica en que sus alumnos viven.
Como los ejemplos anteriores se podrían citar mil, y es una realidad que se vive a diario en las aulas, una discriminación revuelta con prejuicios que le impiden al docente evaluar a sus alumnos con la objetividad necesaria que merecen los discentes.
La escuela supone ser un lugar donde los estudiantes deben ser respetados y valorados por las personas que se encuentran a cargo de ellos, sobre todo ahora que el sistema educativo se encuentra inspirado en un modelo por competencias donde los valores son tan importantes como los conocimientos y las habilidades que los alumnos puedan desarrollar. Es por ello que como docentes debemos dejar atrás nuestros prejuicios y reflexionar sobre nuestro quehacer docente para después poder cambiar nuestro accionar en el aula.
Luchar contra los prejuicios y las discriminaciones sexuales, étnicas y sociales en la escuela, no es únicamente preparar para el futuro, es hacer el presente soportable y, si es posible, productivo. Ninguna víctima de prejuicios y discriminaciones puede aprender con serenidad. Si hacer una pregunta o responderla despierta burlas, el estudiante se callará. Si el trabajo en equipo lo sitúa en el blanco de segregaciones, preferirá quedarse solo en un rincón. Si las buenas notas suscitan la agresividad o la exclusión basadas en categorías sexuales, confesionales o étnicas, evitará tener éxito. Y así podríamos seguir. En primer lugar para poner a los estudiantes en condiciones de aprender hay que luchar contra las discriminaciones y los prejuicios.  Esto exige una forma de perspicacia y vigilancia.[1]

Con base en la cita anterior es importante que los profesores sean los primeros en poner el ejemplo y no burlarse o menospreciar a sus alumnos como pasa en algunas escuelas, tampoco se trata de que los alumnos puedan hacer y deshacer, sino de que como adultos seamos los responsables de guiar con prudencia y paciencia a los alumnos.
El docente debe tolerar las diferencias individuales, siempre que éstas no perjudiquen el buen desempeño grupal. Así logrará tener un grupo heterogéneo que generará propuestas innovadoras que apuntarán a un mismo fin educacional. Las conductas del docente deberán ser coherentes con sus enseñanzas, que no sólo se basen en conocimientos sino en modos de vida; esto lo otorga autoridad moral y hace que sus alumnos lo consideren un referente ético con autoridad en lo que enseña.[2]
En conclusión, el ser humano está lleno de prejuicios que tarde o temprano repercuten en cualquier situación de la vida diaria y  muchas veces sólo perjudican a quienes se encuentran a su alrededor y provocan que no se llegue a valorar  o conocer a las personas.


[1] http://www.didactica.umich.mx/euad2010/ponencias/27.pdf
[2] http://www.monografias.com/trabajos14/perfildocente/perfildocente.shtml

1 comentario:

María Isabel Bello Pensado dijo...

Se dice que "las palabras convencen pero que el ejemplo arrastra". comparto con usted la idea de que el maestro debe representar una autoridad moral dentro de su profesión. Y digo debe porque no es una alternativa sino una obligación. Como docentes debemos esmerarnos en actuar con ética profesional, saber separar nuestros prejuicios, como lo menciona el texto, de nuestra labor frente a grupo. Debemos hacer que cada día valga la pena, no por lo que decimos sino por lo que hacemos.