Ohtli L. Enríquez González
La Veracruz Agustina, visión construida desde la radio, es el modo como caracterizo a la representación idealista del puerto de Veracruz que lo figura como un paraíso arquitectónico con inigualables atractivos naturales, gente abierta para el gozo, un patrimonio cultural ilimitado y un ambiente atiborrado de romanticismo y sensualidad. Agustina en referencia directa al titán de la música mexicana Agustín Lara, ‘jarocho de corazón’, quien en sus letras recreó el ser y estar de un pueblo. La radio difunde la producción musical del ‘flaco de oro’, quien constituye un sostén fundamental dentro de la construcción de la cultura popular mexicana y veracruzana en particular. Sus composiciones eran románticas, sentimentales y liberadoras, repletas de metáforas. Carlos Monsiváis lo ubica como un resabio de la tendencia modernista que renovó la literatura a finales del XIX, poesía que
“Vitaliza y activa el idioma (‘Darío nos enseñó a hablar’, declara Neruda), americaniza influencias como el simbolismo, modifica las percepciones artísticas, introduce elementos de sexualidad y erotismo usando los planos exóticos, descubre en el manejo irreprobable de la forma una oposición consciente al desorden, a lo imperfecto del exterior.”[1]
Lara arrastra esta percepción peculiar de la realidad y la funde con las manifestaciones de los nuevos espacios urbanos. Explicita a la mujer a manera de manzana de la discordia y relata en sus historias pecados, injurias y venganzas, algunos ejemplos de ello fueron las canciones “Pervertida” o “Aventurera.” Las féminas reconquistan varios de los derechos negados por el patriarcado porfirista, pero también son objeto de críticas. Con este reordenamiento del rol de las damas distintas prácticas sociales asomaron, aunque tibiamente, por la censura del gobierno, radiodifusoras y no pocos padres de familia.
La radio, al transmitir sus alegorías musicalizadas resignificó conceptos básicos de la vida cotidiana, como mujer, vida o amor. Además el bombardeo del bolero propició que la sociedad mostrara mayor tolerancia con la expresión de sentimientos y pasiones humanas, lo cual en un proceso de medio plazo atenuó el surgimiento de nuevas prácticas públicas y otra mentalidad. Canciones como ‘Mujer’, ‘La prisionera’, ‘Tengo celos’, ‘Noche de ronda’, ‘Tus pupilas’, ‘Cabellera negra’ y ‘Gotas de amor’, escuchadas ampliamente por las masas urbanas, sirvieron como chivo expiatorio a la represión física y mental de una nueva clase conformada por obreros industriales, pequeños comerciantes, burócratas, profesionistas y gente dedicada a prestar todo tipo de servicio en la ciudad. Con un horizonte cultural más amplio y después de un periodo de reorganización administrativa en gran parte del país, la sociedad de masas emergente requirió satisfacer ciertas necesidades comunes en torno a intereses formativos y recreativos.
Dentro de este proceso social, los medios de comunicación y las tecnologías de información orientaron y aliviaron el caudal de ansiedades y beneficios exigidos por la sociedad deseosa de renovación. Los temas transgresores de la moralidad y las buenas costumbres escuchados a través de la radio confortaron una considerable carga de penas, frustraciones y coerciones en el fondo liviano del nuevo ambiente cultural. Las canciones de Lara fueron muchas veces censuradas por glorificar la marginalizada imagen de las prostitutas y de las mujeres sufridas, o por su permisividad exaltadora de vicios. El Ministerio de Educación, en los años treinta, prohibió sus canciones en los textos escolares y en las clases, a pesar de su enorme difusión cotidiana y popularidad, por considerarlas inmorales.
Para el puerto de Veracruz, la proyección que Agustín Lara hizo de su atmósfera y su gente redundó en un mayor afluente de paseantes atraídos por el exotismo de una tierra que parece descubrirse ante sus atónitos ojos. Su obra intentó recrear en las mentes de los capitalinos la imagen de un edén resuelto y abnegado, de ese “pedacito de patria que sabe sufrir y cantar” dispuesto al desenfreno de un cuerpo históricamente oprimido. ¿Quién en su sano juicio no anhelaría descansar y disfrutar del trópico con sus palmeras borrachas de sol, su luna de plata y sus noches con diluvio de estrellas? La radio, al proyectar a Agustín Lara por el éter delineó la traza de un espacio alejado totalmente de la basura, baches, zopilotes y rudimentaria infraestructura reinante en Veracruz durante la década de 1930 y hasta mediados de los cuarentas. Tipificó el dasein jarocho, según el concepto de Martin Heidegger, y vendió la idea de un puerto fabuloso donde la ambivalencia júbilo/melancolía siempre está presente. En el éxito ‘Noche criolla’ plasma en forma excepcional esa representación que denomino Veracruz Agustina:
Noche tibia y callada de Veracruz,
cuento de pescadores que arrulla el mar,
vibración de cocuyos que con su luz
bordan de lentejuela la oscuridad (…)
Noche Tropical, lánguida y sensual,
noche que se desmaya sobre la arena (...)
Noche de Veracruz.[2]
El espacio temporal propicio para desatar los ímpetus sin duda fue la noche. Ese catalizador tan rotundo que invita y disfraza. Horario de acción efectiva para el porteño y sus visitantes que aún mostraban cierta renuencia a los rayos solares. Las canciones escritas por el músico poeta que hablan sobre la vida veracruzana fueron escritas a principios de los treinta, interpretadas principalmente por Antonia Peregrino, mejor conocida como ‘Toña la Negra’. Sin embargo, la Veracruz Agustina tenía su contraparte, como señala el antropólogo Ángel Palerm, quien a continuación asienta la impresión que Veracruz dejó en él tras su desembarco:
“Era un puerto hecho de madera (...) Era el puerto principal de México y era impresionante. Yo lo comparaba mentalmente con el puerto de Ibiza, que es una ciudad de diez mil habitantes, pero con un señor puerto (...) Era una mezcla muy rara, porque por un lado la fascinación del país nuevo, de México, con todas las leyendas de Cárdenas y Pancho Villa y la Revolución (...) Todo revuelto en la cabeza, más este espectáculo deprimente: la pobreza de Veracruz, la suciedad en este tiempo, la mayor parte de las calles sin pavimentar y los zopilotes andando por ahí. Y por otro lado el trópico y las frutas tropicales, yo nunca había comido piña ni había visto un mango (...) Muy interesante pero también muy deprimente. Era México entonces un país muy pobre, muy sucio, muy deshecho por lo que fuera, por la Revolución y todos los conflictos.”[3]
El contraste es muy notorio, salvo el exotismo natural que las tierras calientes conllevan, el puerto presentaba una fachada triste y desgastada. Parte de ese contexto opaco sirvió a Lara como inspiración para forjar una imagen nostálgica que presentaba lo corroído como rústico y el sufrimiento como una experiencia necesaria para el desarrollo pleno de las capacidades humanas. Incluso en las letras de los temas dedicados al puerto subyace la concepción broncínea de la historia que impregna todos los rincones de heroicidad. Ese pasado belicoso de ataques piratas, incursiones españolas, francesas, inglesas y norteamericanas; muerte, robo y ruinas se repliega en la conciencia de una historia que por desdichada ha degenerado en valiente y hasta “Cuatro veces heroica”. Ante esa sucesión de hechos amargos no queda más que reírse de sí mismo y de la vida en una eterna juerga carnavalesca. El alcohol sirve de paliativo para mitigar los dolores del alma, la música transforma los pesares del corazón en una explosiva emotividad por la danza y el desmadre. En ‘La Cumbancha’ de Lara se puede escuchar:
“La última carcajada de la cumbancha,
llévate mis tristezas y mis cantares,
tú que sabes sentir,
tú que sabes llorar,
tú que puedes decir
cómo son las noches de mi penar.”[4]
El papel desempeñado por las composiciones del flaco de oro fue el de conducir una serie de elementos dispersos en la cultura popular porteña y unificar ciertos criterios característicos con el fin de crear una imagen específica sobre la vida en provincia. Para la radiodifusión local significó un islote sagrado en la inmensidad del mar musical, pues desde el mismo inicio de la radio comercial surgió una pelea simbólica entre los diversos ritmos tradicionales y modernos: son jarocho, danzón, música ranchera, música culta (de cámara, sinfónica, coral, ópera), polkas, mazurcas y bolero, jazz, fox trot, blues, tango o son cubano. El gusto por un determinado género manifestaba el origen, clase, aspiraciones y la filiación por un estilo de vida. Por ejemplo, como lo relatan Juan Cordero Medina, Francisco González Clavijo[5] y los cronistas recopilados en Cien Viajeros en Veracruz, la población de las colonias populares clásicas como la Huaca o Caballo Muerto se deleitaban con los fandangos de son jarocho, mientras que los estudiantes, abogados, médicos e ingenieros preferían los ritmos norteamericanos. Por su parte los comerciantes del centro, profesores y gente de alta sociedad además de dar cabida a las influencias musicales de vanguardia se congratulaban con los acordes de la música clásica. Con la venida del mesías radiofónico, todos estos grupos unificaron un ideario común con base en estereotipos ambientales, físicos, geográficos, históricos y culturales. Así, la sociedad pudo verse en las composiciones tropicales de Lara como raza y unidad cultural, con una historia y un porvenir.
Un pilar trascendental dentro de la conformación de esta representación la constituye la raíz caribeña plantada en Veracruz. Desde mi perspectiva, en esa doble historia que relata Leonardo Pasquel, del interior recibe influencia cultural de la capital de la república y de las emigraciones del Sotavento; del exterior se apropia de varios elementos españoles, estadounidenses y caribeños. Éstos últimos caracterizan en el discurso la animosidad y reciedumbre de los porteños, bajo este ángulo ponderan la negritud que deambula en sus venas. Tan vasta era la oferta musical foránea que el “Reglamento de las estaciones radioeléctricas, comerciales, culturales, de experimentación científica y de aficionados” efectivo desde 1937 estipula en su artículo 24: “Todo programa deberá contener por lo menos un 25% de música típica mexicana.”[6] Ello porque se recordará que el Estado mexicano había emprendido una campaña nacionalista en la cual estas influencias ‘extranjeras’ podrían confundir al pueblo.
La percepción que nuestro compositor y cantante tiene del puerto la extrapola a toda la región caribeña y a su vez retoma de la generalidad de islas rasgos para tipificar al puerto mexicano. A partir de la música establece una comunidad cultural y social, años después Antonio García de León delimitaría algunos de estos rasgos y otros tantos en la categoría conceptual de ‘Caribe Afroandaluz’. La historia de esclavitud y dolor del Mar Caribe (incluido el Golfo de México) es condensada muy bien por el músico poeta en su tema ‘Oración Caribe’ de 1932:
“Oración caribe
que sabe implorar,
salmo de los negros,
oración del mar.
Piedad, piedad
para el que sufre,
piedad, piedad
para el que llora.
Un poco de calor
en nuestras vidas
y una poca de luz
en nuestra aurora.”[7]
A partir de la obra musical de Lara, muchas composiciones de la época hicieron referencia directa a ‘los negros’ (también estereotipados) y la música antillana como ‘Babalú’ de Margarita Lecuona, ‘La negra Leonor’ de Antonio Fernández o ‘La negrita Concepción’ de los Cuates Castilla. Los bongoes, timbales, maracas, claves, el güiro y gradualmente el tres cubano (guitarra de seis cuerdas agrupadas en tres pares) poblaron súbitamente los oídos de los receptores cautivos. A través del fraseo repetido con sencillos y alegres acordes, estos géneros tropicales innovaron la música bailable, ya que su comercialización era fácil y pegajosa. Tal irrupción prosperó más tarde con otros géneros aledaños a la rumba como el mambo y el cha-cha-chá a finales de los años 40.
Lara armó el rompecabezas Veracruzano incluyendo distintos valores como el legado ibérico, la reorientación del rol femenino, la afirmación de una vida urbana nocturna y la importancia de la música y el temperamento afrocaribeño. De esta forma, la idealización de la Veracruz Agustina está muy ligada a la trasplantación de rasgos típicos de la población cubana en general y habanera en particular. No es casualidad que dedicara parte de su tiempo a viajar y componer algunos temas en honor a la mayor de las Antillas como “Habana”, “Sueño Guajiro” y “Ojos Cubanos”, con lo cual Lara también conquistó a ese pueblo. El resultado de su producción tropical fue la simbiosis de los ambientes porteños con el Caribe, tanto así que para muchos viajeros la ‘Habana Vieja’, esto es, el casco colonial cercano a la entrada interior del puerto de la ciudad capital, es idéntico a la traza del Veracruz de los cuarentas y cincuentas. Se dice que para los cubanos emigrados durante finales del siglo XIX y toda la mitad del XX Veracruz significó permanecer en casa.
Tras el dominio público de la obra de Lara se construye y mitifica al Veracruz Agustino enriquecido con la vasta cultura popular de la ciudad. Esta representación canalizada a través de la radiofonía ha pasado a formar parte de una imagen romántica de aquél ‘Viejo Veracruz’, cándido, soñoliento y en transformación. Parte de estas añoranzas las recoge Félix Martínez González en sus versos Viejo Veracruz, donde plasma algunos pregones de época y anécdotas de la vida cotidiana porteña que vivió en su etapa de niñez. En la picosa disertación se mezclan lugares y fechas, es una representación que se ubica durante los años de la década de 1940. Aquí los retomo del disco Son Montuno del grupo porteño ‘Quinteto Mocambo’, quienes interpretan las coplas musicalizadas por Memo Salamanca:
“Patios de vecindad
con sus viejos lavaderos,
llegaban los panaderos
son su cara de bondad,
Gritando por la ciudad
se escucha un ‘legillero’.
Fui a la ‘Arena Miramar’
casi mil espectadores,
y sus bravos peleadores
difíciles de pelar.
Yo vi aquellos Tiburones
vestidos de Azul y Rojo,
la jugaban a su antojo
brindando mil emociones,
¡Claro que fueron campeones!
No jugaban al cerrojo.
Veracruz, va con tu historia
la de tanto personaje,
que de sombrero o de traje
aún los guarda mi memoria,
no lastimaron tu gloria
repleta de heroicidad.
Veracruz, puerto y ciudad
guardo para ti un cariño
que atesoré desde niño
y hoy le doy publicidad.”[8]
Para la radio de la época estudiada Agustín Lara es el protagonista de sus canciones, víctima de su vida ‘pecaminosa’. En los periódicos de los años treinta y cuarenta aparece tanto en la radio como en artículos y entrevistas manteniendo un discurso tan retórico como romántico de la imagen de su persona. Siempre con vistas a convertirse en un héroe y una leyenda popular. Junto a otros factores, su poesía lírica escuchada a través de los radiorreceptores contribuyó a la conformación de una manera muy peculiar de asir la realidad social, histórica y cultural por parte de los jarochos que vivieron en y al puerto durante el periodo de 1930 a 1950, aproximadamente. En violenta reacción al malsano historial que Veracruz llevaba a cuestas como una losa, se crea una imagen nostálgica que reivindica los pesares de una “raza de bronce que nació para sufrir toda su desventura”, se glorifica y nutre de los contactos con las Antillas. Por el artificio del exotismo musical, del galimatías a que aluden varios de los emigrados en aquellas décadas, se construye idealmente un pueblo alegre y una ciudad pintoresca de casas multicolores, laberínticos patios de vecindad y un valioso centro colonial. Así, el recinto turístico está dispuesto para enamorar al turista y llenarlo de su diáfano encanto.
[1] Carlos Monsiváis (2000), “Notas sobre la cultura mexicana en el siglo XX”; en Historia General de México. El Colegio de México, México.
[2] Agustín Lara. ‘Noche criolla’ PHAM, México, 1932
[3] Dolores Pla Brugat, (2000) “Los españoles, testimonios de un encuentro”; en Veracruz. Puerto de llegada. H. Ayuntamiento de Veracruz, México, pp. 47
[4] Lara, Agustín. “La cumbancha”, PHAM, 1932
[5] Francisco González Clavijo (1999), La influencia de la música afrocubana en el Puerto de Veracruz, 1928-1998. Universidad Veracruzana, Veracruz. (Tesis para obtener el grado de Maestro en Comunicación)
[6] Archivo General del Estado de Veracruz. Caja: 1167 316/0 1944.
[7] Lara, Agustín. “Oración Caribe.” PHAM, 1932
[8] Quinteto Mocambo. Son Montuno, Veracruz, Ver.
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