Entre las influencias poéticas que hay en Alí Chumacero, hay que citar en primerísimo lugar a los mexicanos José Gorostiza y a Xavier Villaurrutia del Grupo Contemporáneos, aunque fue también asiduo lector de los españoles Federico García Lorca , Rafael Alberti y Luis Cernuda, además de leer a poetas de otras latitudes. Dedicó parte de su vida a la crítica literaria. En relación a su obra ha dicho: “busco siempre el fundamento de las cosas. . . Hago una poesía reflexiva, buscando siempre lo hondo, lo imperecedero”. Ramón Xirau sostiene: “Rigor y disciplina caracterizan a la poesía de Alí Chumacero”.
Fue miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y recibió, entre otros, los siguientes premios literarios: “Xavier Villaurrutia”, “Alfonso Reyes”, “Nacional de lingüística y literatura” y Medalla “Belisario Domínguez” que otorga el Senado de la República. En junio de 2008, al cumplir 90 años, fue objeto de un Homenaje en el Palacio de Bellas Artes.
De Ramón Xirau son también estas palabras: “los versos de Alí Chumacero están tejidos de largas frases que prosiguen verso tras verso. Por decirlo con José Luis Martínez, estas frases suelen terminar “en soluciones ásperas para librarse de una monotonía rítmica”. Brindamos a nuestros lectores su poema Ola, en el que es fácil advertir lo que dicen los escritores citados anteriormente.
O L A
Hacia la arena tibia se desliza
la flor de las espumas fugitivas,
y en su cristal navega el aire herido,
imperceptible, desplomado, oscuro
como paloma que de pronto niega
de su mármol idéntico el estío
o el miedo que en silencios se apresura
y sólo huella fuese de un viraje,
melancólica niebla que al oído
dejara su tranquilo desaliento.
Mas el aire es quien fragua sosegado,
la caricia sombría, el beso amargo
que al fin fatigará el oculto aroma
de la arena doliente, deseosa,
ávida, estéril sombra pensativa,
cuerpo anegado en un cansancio oscuro
sometido al murmullo de aquel beso.
Hermosa así, desnuda, ya no es
la carne iluminada cual la flecha
que en el viento describe lujuriosa
el temblor que después ha de entregar;
ni es la boca ardiente, enamorada,
insaciable al contacto, al beso ávida
como profundo aroma silencioso;
ni la pasión del fuego hacia el aliento
destruyendo lo inmóvil de la sombra
para precipitarla en lo que ha sido,
sino que, ya ternura del cautivo
que sabe dónde amor le está esperando,
quiebra su forma, pierde su albedrío
y en un instante de candor o ala
ahogada en un anhelo suspendido,
como ciega tormenta despeñada
abandónase al cuerpo que la acosa
y a su encuentro es caricia, oscura imagen
de rudo impulso convertido en plumas
o tinieblas perdidas para siempre,
y sabe cómo al fin la arena es tumba,
frontera temblorosa donde se abren
las flores fugitivas de la espuma,
resueltas ya en silencio y lentitud.
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