Gilberto Nieto
Aguilar
La palabra
griega “democracia” (el poder
del pueblo) fue acuñada por los atenienses entre los siglos VI y V a. C. para
definir un sistema de gobierno de la ciudad en el cual las decisiones eran
tomadas por la asamblea de ciudadanos y no por el rey, el emperador o cualquier
otro modelo de autoridad absoluta, como solía ocurrir en las ciudades o imperios
de la época. Durante varios siglos mantuvieron este sistema.
Paralelamente, los
romanos construyeron su propia democracia y desarrollaron el derecho para
sustentarla. Después, el progreso de estas
formas de gobierno derivó en su caída y desaparición. Es difícil asegurarlo,
pero tal parece que parte de la expansión de la democracia puede explicarse por
la difusión de las ideas y las prácticas que de ella se hicieron desde el
último siglo de la Europa medieval hasta el Siglo de la Luces.
Es importante reconocer que la
participación de los atenienses en las asambleas de ciudadanos “se basaba en el
aprecio de los griegos por las instituciones democráticas y en la sanción
social ejercida contra los que se mostraban demasiado remisos a cumplir con su
obligación” (B. Rodríguez y P. Francés, Filosofía Política, Granada). Esta
combinación social de elementos ha sido indispensable para que un pueblo supere
sus resabios y defina una ruta de superación formal y seria.
Cuatro grandes luminarias,
precursoras de la Ilustración –Descartes, Hobbes, Spinoza y Bayle–, afirmaban
que las ideas de la mayoría de su tiempo eran confusas e inacabadas, puesto que
era posible ofrecer a la población un ideario amplio en el cual sustentaran su
eterna búsqueda de la felicidad y la mejora de la existencia humana.
Afirmaban que la sociedad podía
ser más segura y estable (la mayor preocupación de Hobbes), más tolerante
(preocupación principal de Bayle), más racional (Descartes) y más libre y
receptiva a las opiniones de los demás (“Todavía
vivimos en los orígenes de la democracia”, Gregorio Luri, Filosofía hoy,
No. 51, Madrid, 2016).
Baruch Spinoza extiende, con
base en su doctrina de una sola substancia contemplada desde diferentes
aspectos –cuerpo y alma, materia y mente–, una forma revolucionaria sobre el
plano metafísico, político y de mayor bien para el hombre. Según Spinoza, la
sociedad sería más resistente ante autoridades religiosas, autocracias,
oligarquías y falsos redentores, y podría aspirar a ser más democrática,
libertaria e igualitaria. (Luri, Op. Cit.).
La Ilustración Radical fue la
corriente de pensamiento y acción política que logró colocar los cimientos de
libertad, igualdad y fraternidad en lo que sería la democracia contemporánea.
Estalló de pronto en las tres últimas décadas del siglo XVIII en las
revoluciones de Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, así como en los círculos
clandestinos de oposición en Alemania, Escandinavia y algunos países de América
Latina. Más tarde en México nutrió el periodo de las reformas juaristas.
La máxima que sostiene a la
democracia en estas épocas es que todos los seres humanos tienen necesidades
básicas, derechos y condiciones de vida que pueden mejorar. Las personas tienen
derecho a buscar la felicidad, ya sean hombres o mujeres, blancos o negros, sin
distingo de religión, pensamiento político, condición social y económica,
situaciones éstas que tardaron muchas décadas en pasar del discurso a los
hechos.
Con el paso del
tiempo, y en distintos lugares, el término “democracia” ha sido inestable. En
Estados Unidos Abraham Lincoln (1863) pretendió definirla en una frase a la que
se recurre con mucha frecuencia: democracia es el gobierno del pueblo, por el
pueblo y para el pueblo.
Para transitar de las asambleas
griegas a los parlamentos europeos tuvo que pasar mucho tiempo, en donde jugó
un papel destacado el parlamento de la Inglaterra medieval. Progresivamente se
incubó la idea de que los gobiernos requerían el consentimiento de los
gobernados y este pensamiento fue creciendo gradualmente hasta abarcar a las
leyes en general, instalándose un tipo de democracia que combina la tradición
con la modernidad. Para ello, Inglaterra tuvo que enfrentar un largo proceso de
transformación de una monarquía absoluta a una monarquía parlamentaria.
Sin embargo, «las fuertes
desigualdades oponían enormes obstáculos a la democracia: diferencias en
derechos, deberes, influencias y poder entre esclavos y hombres libres, ricos y
pobres, propietarios de tierras y no propietarios, amos y siervos, hombres y
mujeres, jornaleros y aprendices, artesanos y propietarios, burgueses y
banqueros, señores feudales y feudatarios, nobles y hombres comunes, monarcas y
súbditos…» Robert Dahl, “La democracia.
Una guía para los ciudadanos”, Taurus, México, 2006.
Desde finales de la Edad Media
hasta el siglo XVIII, aparecen los grandes pensadores que difunden las ideas y
los valores de la democracia que, por desgracia, no llega a todos y además
algunos ni siquiera lo comprenden. El camino, entonces, nunca fue fácil. «Hubo
subidas y caídas, movimientos de resistencia, rebeliones, guerras civiles,
revoluciones.» (Dahl). Sus posibilidades han sido inciertas, dependiendo de las
circunstancias y las coincidencias en un lugar y tiempo determinados.
Estos últimos años de crisis y desaliento, de
desconfianza y frustración, han llenado las calles de muchos países del mundo
los manifestantes indignados (como el 15-M en España) que han proyectado nuevos
movimientos sociales, haciendo que se tambaleen muchas instituciones. Han
desatado grandespasiones políticas pero de manera especial han generado cierto
desconcierto. Puede que los tiempos deindignación sean también tiempos de
confusión, como lo trata Daniel Innerarity en su libro “La política en tiempos de indignación” (Ed. Galaxia Gutenberg, Barcelona,
2015).
Dice Innerarityque cuando la democracia
es auténtica, es un espacio en donde no pueden ocultarse sus debilidades e
imperfecciones. Se convierte en un régimen de desocultación, en el que
se vigila, descubre, critica, desconfía, protesta e impugna. Bernard Crick, en 1962 (“En defensa de la política”), sostuvo que la política es una
actividad que tiene que ser protegida tanto de quienes la quieren pervertir
como de quienes tienen expectativas desmesuradas sobre ella. Por ello urge
cuestionar todo tipo de «razones», pues nuestro tiempo es muy prolífico en
dispares tipos de racionalidad, algunas de ellas de nefastas consecuencias.
Sólo quien ha entendido bien su lógica y lo que la política
está en condiciones de proporcionarnos puedeevitar las falsas expectativas y,
al mismo tiempo, formular sus críticas con toda radicalidad. Lo mejor sería queesa
indignación no se quede en un desahogo improductivo, sino que se convierta en
un motor quefortalezca la política y mejore nuestras democracias.
gilnieto2012@gmail.com
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