miércoles, 9 de febrero de 2011

La leyenda del incendio de las naves.*

Marcelo Ramírez Ramírez

          La primera decisión de Cortés después de llegar a La Antigua, fue deshacerse de los navíos en que había venido de Cuba; con este acto iba a deslindarse de Diego Velásquez, de quién sólo había recibido autorización para explorar y observar la tierra firme, con el propósito de llevarle dicha información al gobernador de Cuba. En el reducido grupo de Cortés, unos cuatrocientos soldados, se contaban ciertos individuos incondicionales de Diego Velásquez, los cuales se mostraban deseosos de retornar a la isla caribeña donde estaban sus intereses. Para ellos la aventura de internarse en número tan escaso en tierras densamente pobladas por habitantes hostiles, representaba un peligro que no estaban dispuestos a enfrentar. Cortés advertía la inconformidad y el problema que representaba para el resto del pequeño ejército el ejemplo negativo de una eventual insubordinación y el contagio de la falta de ímpetu y coraje para realizar lo que ya tenía  tramado, es decir, arrebatar el poder al gran Moctezuma señor de los meshicas. Así pues, Cortés ideó la manera de cortar la raíz del problema, eliminando las embarcaciones en que los disidentes, podrían escapar. Lo hizo a su estilo, procurando que otros le solicitaran aquello que deseaba hacer, actuando de tal manera, -explica Bernal Díaz del Castillo-, que parecía obedecer con reticencias y contra su voluntad. La leyenda vistió a su modo la destrucción de los navíos, dándole colorido y distorsionando la verdad; en prosa y en verso se ha hablado del “incendio de las naves” y esta es la versión que más fortuna ha tenido. “Quemar las naves como Cortés”, es un modo de referirse a impedirnos volver atrás, a no tener más remedio que seguir adelante, como él hizo. A la leyenda contribuyeron –nos enteramos en Las Andanzas-, entre otros, Juan Suárez de Peralta, pariente de Doña Catalina Suárez Marcaida, la primera mujer de Cortés en “su colorida y sabrosa crónica”, cuyo largo título abrevió Don Justo Zaragoza, dejándolo sencillamente en Noticias de Nueva España. Se dice ahí: “… acordó (Cortés) que se quemasen los navíos, y ya quemados, de fuerza habían de entrar (los soldados) la tierra adentro y pelear hasta morir o aprovechar la jornada”.1  Según el cronista, Cortés se valió de unos amigos suyos, extremeños como él, pues carecía de autoridad para ordenarlo abiertamente; así se hizo y cuando ardían los barcos no se pudieron salvar, porque no hubo tiempo para ello, pues “soplaba un airezito que los ayudó a quemar muy presto”.2  El embuste ganó adeptos y desde entonces, ha habido “incendiarios” y “barrenadores” según la división de Don Marcos Jiménez de la Espada. La verdad es menos poética, prosaica la llama nuestro autor, aunque no por ello revele menos la astucia del Conquistador. Hasta el día de hoy, la narración más confiable es la del capitán Bernal Díaz del Castillo; el soldado cronista se propuso rectificar la versión parcial de Francisco López de Gómara, quién, en su papel de Capellán, Secretario y Cronista, había dado todo el crédito a Cortés, olvidando el importante papel desempeñado por sus compañeros. A este afán de apegarse a la verdad histórica debemos uno de los más bellos relatos de hechos de armas y la conservación de datos relevantes de personajes que están en los orígenes del
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1.- DEL VALLE-Arizpe, Artemio.  Andanzas de Hernán Cortés.  México; Editorial Diana, 1979.  p.  68.
2.- Idem.  p.  69.
mestizaje étnico y cultural de México. Dejemos aquí la palabra a Díaz del Castillo, quien en el capítulo LVII de la Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, relata el episodio del hundimiento de las naves ubicándole en su contexto. 

          “Cap. LVII.- Parece ser que unos amigos y criados del Diego Velázquez estaban mal con Cortés, los unos porque no les dio licencia para se volver a Cuba, como se los había prometido y otros porque no les dió del oro que enviamos a Castilla. Acordaron todos de tomar un navío  de  poco  porte  e  irse con él a Cuba a dar mandado al dicho
Velázquez… e ya que se iban a embarcar y era más de media noche, el uno de ellos parece ser se arrepintió y lo fue a hacer saber a Cortés. E como lo supo e de qué manera e cuantos e por qué causas se querían ir y quienes fueron en los consejos y tramas para ello, les mandó luego sacar las velas, aguja y timón del navío, y los mandó a echar presos y les tomó sus confesiones, y confesaron la verdad y condenaron a otros que estaban con nosotros, que se disimuló por el tiempo, que no permitía otra cosa; y por sentencia que dio mandó ahorcar a Pedro Escudero y a Juan Cermeño, y a cortar los pies al piloto Gonzalo de Umbría, y a azotar a los marineros Peñates, a cada uno doscientos azotes, y al padre Juan Díaz, si no fuera de misa, también lo castigara, más metióle algún temor. Acuérdome que cuando Cortés firmó aquella sentencia dijo con grandes suspiros y sentimientos: ¡Oh, quien no supiera escribir para no firmar muertes de hombres!”.3

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3.- DEL VALLE-Arizpe, Artemio.  Andanzas de Hernán Cortés.  México; Editorial Diana, 1979.  pp.  55,56.
          Los hechos y circunstancias expuestos con la sencilla franqueza del soldado cronista, revelan varias cosas interesantes. Primero, la presencia en la reducida tropa de elementos hostiles a Cortés y a sus planes, así como su decisión de causarle problemas; luego, la clara percepción política de Cortés del momento en que se encontraba o sea, “pendiendo de un hilo” como suele decirse y, por último, la rapidez  con que reacciona evitando la fuga de los inconformes y sentando un precedente que no será olvidado. Cortés ya tenía cierta legitimidad otorgada por las autoridades del ayuntamiento de la Vera
Cruz y la hace valer en el castigo ejemplar impuesto a los insubordinados. En esa rapidez de la respuesta y la aplicación de sanciones muy a su estilo, reconocemos ya al hombre que después de tener preso a Moctezuma, sale de Tenochtitlan derrotado por los enardecidos meshicas, sólo para volver más tarde, con el artilugio de sus navíos fabricados con pasmosa rapidez, para arrasar los teocallis donde se adoraban los dioses antiguos, destruir la enconada resistencia indígena y capturar a Cuauhtémoc. Sobre las ruinas de la capital azteca, en las mismas tierras cubiertas de agua y cruzadas por canales con sus compuertas, que fueron una maravilla de ingeniería hidráulica, nacerá la capital de la Nueva España.

          En el Capítulo LVlll de la obra de Bernal Díaz del Castillo vemos cómo tuvo lugar el famoso hundimiento de los navíos, que en realidad es el desenlace de sucesos anteriores según ha quedado establecido. Cito:

          “Capítulo LVlll.- Estando en Cempoal, como dicho tengo, platicando con Cortés en las cosas de la guerra y camino que teníamos por delante, de plática en plática le aconsejamos los que éramos sus amigos y otros ovo contrarios, que no dejase navío ninguno en el puerto, sino que luego diese al través con todos, y no quedasen embarazos; porque entretanto que estábamos la tierra adentro no se alzasen otras personas como los pasados; y además desto que teníamos mucha ayuda de los maestres, y pilotos y marineros, que serían al pie de cien personas, y que mejor nos ayudarían a velar y guerrear que no estar en el puerto, y según entendí, esta plática de dar con los navíos al través, que allí propusimos, el mismo Cortés lo tenía ya concertado, sino quiso que saliese de nosotros, porque si algo le demandasen que pagase los navíos, podría decir que era por nuestros consejos, y todos fuésemos en los pagar”.4

          “Y luego mandó –sigue diciendo Bernal Díaz- a un Juan de Escalante, que era alguacil mayor, y persona de mucho valor, e gran amigo de Cortés, y enemigo de Diego Velázquez, porque en la isla de Cuba no le dió buenos indios, que luego fuese a la villa y que todos los navíos se sacasen todas las anclas, clavos, velas y lo que dentro tenían de que se pudiese aprovechar, y que diese con todos ellos al través, que no quedasen más de los bateles; e que los pilotos e maestres viejos y marineros que no sean para ir a la guerra, que se quedasen en la villa, y con dos chinchorros, que tuviesen cargo de pescar, que en aquel puerto siempre había pescado, y aunque no mucho; y el Juan Escalante lo hizo según y de la manera que le fué

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4.- DEL VALLE-Arizpe, Artemio.  Andanzas de Hernán Cortés.  México; Editorial Diana, 1979.  pp.  56,57.
mandado, y luego se vino a Cempoal con una capitanía de hombres de la mar, que fueron de los que sacó de los navíos y salieron algunos de ellos muy buenos soldados. . . Ya he dicho que Juan de Escalante era persona muy bastante para cualquier cargo y amigo de Cortés, y con aquella confianza le puso en la villa y puerto por capitán, para que si algo enviase Diego Velázquez, que hubiese resistencia. Aquí es donde dice el cronista Gómara que mandó barrenar los navíos, y también dice el mismo Cortés no osaba publicar a los soldados que quería ir a  México en busca del gran  Moctezuma.  Pues,  ¿de qué condición somos los españoles para no ir adelante, y estamos en parte que no tengamos provechos e guerras?”.5

De nuevo, la narración de Bernal Díaz del Castillo arroja luz sobre las circunstancias que vivía Cortés y el control que de ellas toma sin descuidar detalles. Barrenar navíos no será acto unilateral de su voluntad, sino resultado de una deliberación o un consenso como ahora se acostumbra decir, con la ventaja de compartir los riesgos de la decisión adoptada con sus compañeros que parecen interpretar bien sus íntimos propósitos. Encomendar la villa al cuidado de Juan Escalante, amigo de toda su confianza, nos muestra al capitán previsor que se cubre la espalda mientras avanza “tierra adentro” a buscar los tesoros y maravillas que traían encandilados a los españoles de esa época; aquí en América creían estar cerca de El Dorado, la fuente de la juventud o la tierra de las amazonas. Esos hombres  recios,  violentos,  tienen  sin  embargo  algo  de  niños,  la

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5.- DEL VALLE-Arizpe, Artemio.  Andanzas de Hernán Cortés.  México; Editorial Diana, 1979.  pp.  57,58.
imaginación que no distingue entre la verdad y el mito. Avanzan sin medir el tamaño de los obstáculos ni los peligros, impulsados por la fuerza de una voluntad que hoy se nos antoja sobrehumana. Ese era el talante de los conquistadores, resumido en el comentario recriminatorio de Bernal Díaz: “Pues, ¿de qué condición somos los españoles para no ir adelante, y estamos en parte que no tengamos provechos e guerras?”

*La personalidad polifacética de Hernán Cortés, segunda parte.




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