Leny Andrade Villa
Universidad Autónoma
Metropolitana,
Unidad Azcapotzalco, Ciudad de
México
I.
El “Campanas”
Llegaron
preparados, las mulas cargaban las palas, los picos y las cosas necesarias para
lo que ellos pensaron que podía ser suyo. Ya habían planeado, a su modo, y por
su lado, lo que harían. El “Campanas” que se jodiera, allá él.
Fue una persona muy humilde, igual que
todos los del pueblo. Él era un campesino, trabajaba sus tierras, andaba como
todos, no ostentaba nada, ni le faltaban cosas. La tierra y sus animales le
daban lo suficiente, pobremente, como diríamos, aunque no del todo, pues tenía
sus buenos terrenos. Tiempo después sabríamos de su historia, como muchas de
aquí que resuenan en la memoria de sus habitantes, relacionadas con el dinero y
con lo maligno.
En sueños, él decía que le hablaba el
muerto, le pedía que le hiciera un favor, para cumplir algo que no había podido
realizar en vida. Así estuvo, sólo él supo cuánto. A veces, él sentía que se lo
llevaba al plan, y ahí amanecía. Ese espacio es lo que divide al cerro; de una
parte, las cruces, dominando todo; de la otra, las cuevas, de las cuales,
seguramente él supo.
De este hecho, pasó al sonambulismo, pues
cuenta que despertaba allí, hasta que el muerto le ofreció una moneda de oro,
como prueba de que obtendría un pago por el favor prestado. “Allá en el plan
hay muchas de éstas enterradas y son para ti, si haces lo que te pido”, le
decía el muerto. Asustado, el “Campanas” les comentó a sus familiares, a
quienes les decían los “Coachales”. Cuando abrió los ojos, pensó que se
olvidaría de aquello, pero advirtió la presión de una de sus manos resguardando
algo, era la moneda. Lo comprobó al extender sus dedos.
Dentro de nosotros, algo se despertaba,
mientras escuchábamos el relato del “Concho”, quien recordaba haber visto la
enorme moneda de oro entre las manos del “Campanas”, quien se la enseñó cuando
aquel era niño. Sabría, por lo que se decía en el pueblo, que fue cierto. Su
nombre fue José García. Se contaban muchas cosas de él, pero nunca supimos bien
a bien el por qué de su apodo.
Del plan pasó al panteón, el muerto
parecía que quería decirle algo. El “Campanas” clareaba con la misma cara de
asombro e interrogación, mientras percibía el olor a flores podridas del
camposanto. Quiso que terminara todo esto, aunque la moneda no fue suficiente
para realizar lo pedido. Los rezos, oraciones, agua bendita, las visitas a la
iglesia fueron un aliciente para disipar esa situación. Por qué lo eligió, él
mismo no supo por qué, pero el ser aquél creo que buscaba venganza, así lo
creyó. Después, todo pasó.
Allá arriba, los “Coachales” rascaban por
uno y otro lado intentado dar con las monedas. El “Campanas” los había llevado
al lugar donde el muerto le había dicho que estaban los barriles. Los agujeros
estaban por todas partes, sin hallar ni una sola moneda, buscaron durante
varios días. El canto de un gallo llamó su atención, voltearon en varias
direcciones; allá por las cruces alcanzaron a ver la silueta de un fulano de
enormes dimensiones con un sombrero que le tapaba el rostro, quien con señas y
burlonamente les preguntaba ¿qué hacen? ¿qué buscan? Y se reía a carcajadas.
Ellos echaron carrera abajo, dejando todo ahí. “¡A la chingada las monedas!”
II.
La “Chahua”
La “Chahua” tenía
una pulquería, ella sola la atendía. Su esposo, el “Capolayo”, había muerto
hacía años. También tenía muchas gallinas y patos. Se dice que recogía varias
canastas de huevos, no le iba mal, tenía sus centavitos: lo del pulque y las
aves era bueno. Eso sí, tacaña como pocas, los zapatos tenía que acabárselos al
parejo, no importaba que fuera uno y uno; hasta el mandil tenía que ensuciarse
por los dos lados, para no gastar en balde el jabón. Flaca y descuidada, no se
sabía si algún día había sido guapa o fea, el dinero iba a dar a otro lado, no
tuvo hijos a quién dejar lo que había. Tenía la imagen de una virgen pequeñita
al lado de su cama, a ella se encomendaba.
Un día amaneció muerta, que dizque se
había resbalado y pegado en la nuca. La manda había quedado incumplida. La
velaron y enterraron a la costumbre del pueblo, todos le dieron el último adiós
a doña Isaura. Las cosas se inclinarían a favor de sus sobrinos, aunque nunca
vieron por ella.
Poco después un vecino del pueblo regresó
de la fiesta de la Virgen de San Juan de los Lagos, traía regalos para todos;
así lo supimos, él lo dijo, se lo contó a don Fidel: “¿a quién crees que me
encontré?, a la “Chahua”, también andaba
por allá” ―¿Cómo crees? Si murió hace ocho días, ya hasta la enterramos― dijo
don Fidel. Al parecer, le prometió algo a la Virgen que no pudo llevar a cabo
en vida y lo fue a cumplir aun después de muerta.
Luego supimos de un hombre, de esos que no
salían de la pulquería de la “Chahua”, que en sus momentos de embriaguez
llegaba a gritar: “Chahua, perdóname, no quise matarte”, decían que el espíritu
de la difunta lo andaba atormentando. Nadie sabe bien lo que pasó, pero todos
suponemos que fue por cuestiones del dinero, un empujón, un mal golpe, y ahí
quedó la vieja. El tipo tuvo mal fin, un bistec atorado en la garganta fue el
castigo.
Todos le dieron el último adiós a doña Isaura,
menos sus sobrinos, quienes sólo pisaron su casa para encargarse del dinero. Lo
sacaron en botes donde lo dejó la “Chahua” y los echaron a la carreta. La
pulquería cerró, los rastros de la “Chahua” se perdieron, aquellos no se
volvieron a aparecer por el lugar ¿Quedaría la manda saldada?
III.
El “Chivita”
No le hizo caso a
la voz, después se arrepentiría, la transformación se dio al retirar la piedra
y destapar el agujero. Lo sintió encima, no supo cómo se deshizo de él, pero se
echó a correr, anduvo de un lado acá por todo el cerro.
Le decían el “Chivita”, tenía muchos
animales, tal vez de ahí su apodo. Pero no, su rostro era alargado y huesudo,
de dientes chuecos, molenques, se dejó crecer la barba, como de “chivo”.
Llevaba a pastar a sus animales al cerro, donde había víboras. Don Remigio le encargó una de
cascabel, prometiéndole un buen pago, la quería para un remedio o algo así. Él
pescó una, la escondió en un lugar donde él supuso que no escaparía.
En sueños, él escuchaba que le decían:
“Sácame, sácame de aquí, cabrón”. Los primeros días no le prestó atención,
pensó que cesaría esa súplica. Luego se acordó de la víbora que había encerrado
y al día siguiente se dispuso a sacarla de ahí. Mientras pastaban sus chivos
fue a ver al animal, pero cuál fue su sorpresa al sentir las garras afiladas de
algo que se le clavaban en la carne y le desgarraban la ropa. Hay quienes dicen
que era una especie de chango, enorme, el que lo perseguía por todo el cerro.
Cuentan que bajó por el lado del panteón,
pálido, casi transparente y todo arañado, no dijo nada, las palabras no salían;
la impresión y el miedo seguían ahí, y siguieron hasta el día de su muerte. Él
contó todo a señas, tuvimos que interpretarlo y preguntarle si era lo que había
vivido, él asentía o negaba con la cabeza. Así supimos la historia. Lo llevaron
al médico, no se supo qué tenía. Todo se adjudicaba a un susto “de aquellos”,
de los que te dejan mudo; según el doctor de ahí venía su incapacidad. Poco
tiempo después, el “Chivita” murió. Qué fue aquello, no sabemos; tampoco de la
víbora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario