Benito Carmona Grajales
Allá, en la
tranquilidad del monte, podía mirarse la
cabaña abandonada que un día sirvió de refugio para aquel vagabundo a quien
todos le decían “El sabio de la cabaña abandonada.”
Aquel hombre
siempre tenía una respuesta a las múltiples
preguntas que le hacían los moradores del pueblo cercano.
Conocía los
misterios de los humanos, de las plantas y de los animales; por lo que siempre
daba buenos consejos. Era un anciano amable. Lo mismo que buenas orientaciones,
daba comprensión, como si fuera un padre para todos.
Todas las
personas que lo consultaban siempre encontraban un guía para decidir en
momentos difíciles, por lo que el sabio se ganó el respeto, la admiración y el
agradecimiento de todos.
Durmió poco
aquella noche. Soñó que dejaba aquel lugar sobre el que flotaba alejándose poco
a poco y que, desde allá de lo alto, podía ver cómo el tiempo hacía que la
hierba invadiera las paredes y el techo; la huerta se cubría de maleza y nadie
llegaba para darle un toque de vida a su cabaña.
Despertó muy
fatigado. Sentía tanta debilidad en sus piernas que creyó no poder levantarse.
Tuvo miedo. Era la hora en que salía al huerto para contemplar las primeras
manifestaciones del día: La franja anaranjada en el lejano horizonte, respirar
el aire fresco y oír el canto de las canoras y de los gallos de un pueblo en la
distancia.
Con
dificultades logró llegar a la ventana. Enfrente se encontraba el pozo, más
allá, la cerca y, a lo lejos, la silueta de las montañas bajo un fondo naranja
y gris.
Sonrió. Fue
una sonrisa limpia y abierta como el horizonte. Sus ojos viejos se llenaron de
luz. Respiró tranquilamente y pensó en lo grande y hermosa que es la
naturaleza...Miró hacia el cielo y un gesto de agradecimiento se dibujó en su
rostro.
“Hijo, desde
aquel naufragio, no sé qué será de ti – dijo para sus adentros-. Yo sé que
estoy a punto de marchar. Ya casi escucho el silencio del ocaso. No queda otro
camino que cumplir con ese supremo mandato. Pero recuerda, hijo mío, que nunca
te abandoné; siempre te tuve en mi mente. Te llevaré a donde vaya y tú siempre
contarás con mi presencia. Espiritualmente, nunca nos hemos separado...o tal
vez, al marchar, nos encontremos en la otra dimensión de la existencia.”
Bajó un poco
la mirada. Interrumpió el monólogo y detuvo sus ojos en la vereda que venía con
dirección al corral. La silueta de un hombre se mezclaba con los arbustos y
ramajes. Caminaba lento, cansado. “Seguirá de largo- pensó-, nadie viene a esta
hora.”
Sonaron tres toques en la puerta. “Es
él”-dijo.
- Buenos días.
- Buenos días – contestó al abrir.
- Disculpe
señor- dijo aquella voz tranquila-. No quise interrumpir su sueño...
-
No...Ya estaba levantado. ¿Qué deseas? Pasa.
-
Busco la cabaña abandonada.
-
¡Ah, sí ...Continúa. Parece interesante.
-
Es una larga historia...
Sentado en un
viejo cajón, el hombre habló con más confianza:
-
Primero,
perdí a mi padre en un naufragio. No lo he podido encontrar y, como tal vez no
lo encuentre...- aquí, sus palabras se hicieron entrecortadas y se anudaban en la garganta. Se tranquilizó
un poco y continuó – No sé... quiero ser útil a la humanidad. Quiero ser como
el sabio de la cabaña abandonada... orientar, aconsejar a los que necesiten...Quiero
prepararme para esta labor. Sólo él puede indicarme el camino. Me dijeron que
podría estar por estos rumbos ¿Estará lejos esa cabaña?
-No. No está lejos.
- ¡De veras!
– dijo emocionado-.¿Dónde está? Debo continuar mi camino.
-
Bien, te
lo diré... Antes, quiero que me ayudes. Como ves, ya estoy viejo y casi no
puedo trabajar.
Lo puso a
trabajar en la huerta; con un pico y una rastra tenía que remover toda la
superficie destinada a la hortaliza.
Llegó el
medio día y tenía hambre. No le dio de comer. Llegó la tarde y, hasta que ya
casi no se veía, lo invitó a descansar.
-
Supongo
que tienes hambre – le dijo fingiendo inseguridad en lo que decía.
- Sí. Llevo dos días sin comer.
Quedaron
callados por un largo rato. Casi comieron en silencio. Al final cruzaron una
mirada, hasta que por fin el sabio no pudo contener su emoción. Su mirada fue
grave, penetrante y llena de energía y seguridad.
-
Esta es
la cabaña abandonada – dijo -. Lo presentía. Tenías que llegar. Perdona el
haberte hecho esperar tanto para invitarte a comer.
-
Bueno...no
le entiendo...
-
Come,
luego te explico..
Terminaron.
Fue algo sencillo. Aquellos alimentos tan nutritivos eran el
producto de la siembra.
- Me decías que buscabas la cabaña porque deseas
conocimientos... porque quieres ser “sabio”...Pues...ya tienes la clave. Úsala.
- ¡Cómo! No me la has enseñado. No la conozco.
- Sí la conoces – contestó el anciano -. El ser
humano está formado de materia y espíritu. El cuerpo es alimentado para que
renueve sus células y puedan éstas mantenerlo siempre joven, fuerte y sano. Lo
mismo sucede con el espíritu. Para que nuestros ideales sean lo suficientemente
enérgicos; para que triunfen por el mundo, tenemos que alimentarnos con la
lectura. Tú tuviste hambre, sí, mucha hambre, y comiste. Así, tu espíritu debe
tener hambre y sed de conocimientos para que te alimentes con la lectura. La
lectura te fortalece; si no tienes hambre de ella, provócala con la duda, con
la reflexión, pensando...
Se acercó a
un viejo baúl. Lo abrió. Un profundo olor a cedro removió los recuerdos de
aquel caminante. Vio los libros...No hubo duda, eran los que leía cuando era
niño.
Se quedaron
viendo. Las miradas dijeron más de lo que dicen las palabras:
- ¡Papá...!
La voz se
ahogó con la emoción.
- ¡Hijo!
El sol
penetró por un tragaluz del techo e iluminó dos amplias sonrisas. Brillaron las
lágrimas. Aquel encuentro inesperado fue como un sueño anidado en los anhelos
de ambos. Un sueño del que ahora despertaban en una fresca aurora. Sí, tan
fresca y real como aquel amanecer.
EPÍLOGO
Pasó
el tiempo. Una madrugada llegué preguntando por el sabio de la cabaña
abandonada. Con amabilidad, alguien a quien yo no conocía, me dijo que se
encontraba en el huerto cultivando flores. Pasé al huerto y, allá en el fondo,
una tumba se cubría con los múltiples colores de las flores del campo. Dos
gruesas lágrimas hicieron temblar los pétalos de una margarita, mientras que un
suspiro se elevó para perderse bajo un cielo naranja, casi gris.
Una
mano se recargó en mi hombro...No llores, hermano. Jamás estará abandonada esta
cabaña. Aquí siempre encontrarán el alimento para las fatigas del alma todos
los poetas, caminantes y vagabundos.
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