lunes, 1 de marzo de 2021

Presente crítico, futuro incierto.

 


 

Javier Ortiz Aguilar

                                                                                                                    A

                                                                         Matilde Sandoval Pérez, quién

                                                                             está hoy más cerca de nosotros

      que nunca

 

Los siglos históricos no respetan el calendario; o se atrasan o se adelantan. El siglo XXI  anticipa su inicio en 1989. Algunos politólogos e historiadores consideran que fue Francis Fukuyama (1952), politólogo estadunidense de origen japonés, el primero que advierte la posibilidad de un cambio significativo en la vida sociopolítica del mundo. Esta tesis la expresa en el artículo ¿El fin de la historia? publicada en la revista The National Interest en su número  de verano de 1989, publicación norteamericana dirigida por el intelectual ultraderechista Irving Kristol.  La idea, en resumen, consiste que las monarquías, el fascismo y el comunismo son reminiscencias de un pasado que se niega a desaparecer. Esos sistemas políticos dictatoriales han perdido consenso en el siglo XX, por tanto es la democracia liberal la meta final de la historia, lo que falta es expandirla a los países periféricos o subdesarrollados. La era de las revoluciones radicales es la expresión exclusiva de un pasado clausurado.

          Este artículo no hubiera tenido la importancia alcanzada, sino acontece la caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre del mismo año. Obviamente la crisis del llamado entonces socialismo realmente existente, se expresa con fuerza en la invasión soviética a Checoslovaquia, que interrumpe la Primavera de Praga, ante la protesta mundial Entonces el intelectual desconocido en las sociedades de conocimiento, resulta ser el centro de atención  La discusión en consecuencia, es interesante, en cuanto participan intelectuales de distintas perspectivas teóricas y compromisos ideológicos.

          El impacto en el mundillo intelectual, impulsa a los editores a la publicación de un libro sobre un fenómeno que cambia la dinámica social. Por esta razón. Tres años después (1992I, la editorial Planeta publica en español un libro de Fukuyama, donde el autor desarrolla, las ideas del polémico ensayo, ¿El fin de la historia?; pero ahora con un título provocador, que no  es pregunta sino una afirmación: El fin de la historia y el último hombre. Da la impresión que en el ensayo plantea el problema y en el libro da respuesta a la cuestión.        

Hay una argumentación lógica: si la modernidad hereda la convicción de que el hombre es sujeto, libre de construir su destino por la conciencia de su existencia temporal en el mundo; el nihilismo en todas sus expresiones, implica la muerte del hombre como sujeto capaz de autorealizarse y construir libremente su historia.

 

-1-

 

          Evidentemente el impacto no es  el origen de la importancia de un acontecimiento. En este caso hay un antecedente anterior, se trata de la publicación en español del libro La élite del poder, escrito por el sociólogo norteamericano Charles Wright Mills (1916-1967) en los primeros años de la década de los sesenta. La tesis no es ideológica, como en Fukuyama. Wright, influido por Marx y Weber, descubre que la contradicción en el corazón mismo del sistema capitalista, lamentándose la visión dogmática de la vieja izquierda. La contradicción reside en lo siguiente: el desarrollo de la ciencia, orientando por la industria capitalista, limita a la burguesía a la función de decidir, y lega a los especialistas en ciencias aplicadas, el papel de mandar. Estos expertos en economía, administración y psicología industrial, permiten la globalización del capital industrial, bancario y financiero. Por tanto la relación imperialismo-colonia, se transforma en capital trasnacional. Por tanto la oposición se traslada de la clase obrera a los sectores medios de la sociedad.

          Este planteamiento lo retoma Ulrich Beck, (1944- …) y enriquece con las nuevas experiencias del proceso de globalización. Este científico social define a la globalización como una sociedad de riesgo; pues, según él, toda acción corre la posibilidad de obtener resultados indeseados. Obviamente es una posibilidad estadística. Por el contrario, la sociedad global los riesgos son inherentes al mismo desarrollo global, por tanto, la preocupación consiste en la forma de desafiarlos, para mantener la dinámica del sistema. Ejemplos el sobrecalentamiento global, la desertificación etc.

          Ulrich describe el proceso de la globalización: la principal característica del cambio consiste en la imperceptibilidad de la trasformación. Sin cambios estructurales o jurídicos, simplemente los cambios se daban como algo natural.

          El primer paso fue exportar las empresas donde los gobiernos ofrecían trabajos a menor costo. Las reformas a las leyes laborales se presentaban como garantes de la modernidad. El segundo, la utilización de las tecnologías de la Información y comunicación para realizar una división global del trabajo. Así lo iniciado en la industria automotriz, rebasa la fábrica, para instalarse en todo el mundo. El tercero, aprovechando, la aceptación de los estados nacionales y las posibilidades que ofrecen las TIC’s, surgen los pactos globales y regionales. Y por último las corporaciones multinacionales operan en varios lugares: lugar de inversión, lugar de producción, lugar de declaración fiscal y lugar de residencia.

 

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          Independientemente de las diferencias teóricas y las intenciones políticas de los ensayos expuestos, todos ellos coinciden en la ruptura radical con el pasado industrial.  Estado nacional, soberanía, jurisdicción son conceptos que solo existen en los discursos. Las culturas hegemónicas y subordinadas, dejan de ser categorías vigentes en los estudios sociales. Los lenguajes invaden los análisis de los expertos como en las prácticas cotidianas. Tal parece que vivimos un presente eterno, sin pasado y sin futuro, Un presente histórico inconsciente de la miseria  y la desnudez que envuelve a la sociedad contemporánea. En un pasaje de la Ciencia Gaya, titulado  El discurso del loco,  Nietzsche escribe:

“El loco saltó en medio de ellos y los traspasó con su mirada. ‘¿Qué a donde se ha ido Dios? –Exclamó-  os lo voy a decir. Lo hemos matado: ¡Vosotros y yo! Todos somos sus asesinos. Pero ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo hemos podido bebernos el mar? ¿Quién nos prestó la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hicimos cuando desencadenarnos la tierra de su sol? ¿Hacia dónde caminará ahora? ¿Hacia dónde iremos nosotros? ¿Lejos de todos los soles? ¿No nos caemos continuamente? ¿Hacia adelante, hacia atrás, hacia los lados, hacia todas partes? ¿Acaso hay un arriba y un abajo? ¿No erramos como a través de una nada infinita? ¿No nos roza el soplo del espacio vacío? ¿No más frio? ¿No siempre viene noche y  más noche? ¿No tenemos que encender faroles a mediodía? ¿No oímos los sepultureros que entierran a Dios?....”

Federico Nietzsche, entre otras cosas, no invita a la negación de Dios sino a la toma de conciencia del resultado de eliminar el fundamento del principio epistemológico. Al negar la validez del conocimiento destruye la condición de posibilidad de la verdad de toda proposición. Esta nueva situación elimina la razón de las comunidades y sociedades científicas. Hannah Arendt, quien vive intensamente la crisis nazi, según Samantha Rose Hill,  sostiene que la incertidumbre producto de la validación de todas las opiniones, conduce a la soledad, condición necesaria para el totalitarismo: muchos, piensa Arendt,  “creen  que pueden dispensar la teoría por completo, lo que por supuesto significa que todos quieren que su propia teoría, la que subyace en sus opiniones y se acepte como verdad del evangelio.”

El problema no queda enclaustrado en los centros de construcción científica, sino que trasciende a todos los niveles de la sociedad. Obviamente no se apoya en la ausencia de la verdad, sino en un proceso de individualización radical que conduce a la soledad por al miedo al otro. Una soledad que no es lo mismo al aislamiento; aislarse es la voluntad de aislarse, con la intención de encontrarse consigo mismo, y dialogar para encontrar la explicación satisfactoria. La soledad, dice Arendt, separa el pensamiento de la acción- Por tanto la conciencia se transforma en miedo a los demás.

En nuestro presente, el  mundo de soledad es propicio para las estrategias terroristas. La sociedad solitaria solo advierte su debilidad y el deseo de supervivencia. Es por ello que Hannah Arendt puntualice que los regímenes totalitarios, recurran al terror con el argumento de proteger a la sociedad.

 

-3-

 

 

          En este presente incierto que nos ha tocado vivir, es el germen de una soledad que desconfía del otro por ser competencia, por ser peligro para la “raza” hegemónica, también de los individuos con tendencias sexuales diferentes por alterar el orden moral, en las personas con capacidades diferentes que demuestran mayor eficiencia en algunas tareas, obviamente por el peligro que representan la ideología pragmática que norma el pensamiento y la acción de la mayoría de los países.

          Esa soledad propicia la descalificación de los movimientos de masas y marginados, presentando vacías propuestas electorales; más que la pandemia, la soledad la acentúa el individualismo radical que descalifica al, y con ello obstaculiza una comunicación auténtica, capaz de impulsar la fortaleza de la sociedad civil. Las incipientes organizaciones, supuestamente fuera  del control de la organización política, están participando como parte de los dispositivos de la campaña electoral.

          Recordando a Ortega y Gasset encontramos una alternativa salvando al hombre de sus circunstancias, y esto será posible en la actualidad  mediante una educación critica que incorpore la tecnología en el proyecto de desplegar las potencialidades del hombre. Estos problemas actuales serán los temas que guien la investigación histórica que inserte sus resultados en la construcción de proyectos de una sociedad digna del hombre.

 

 

 

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