jueves, 11 de marzo de 2021

Las clases presenciales


Gilberto Nieto Aguilar

Existen toneladas de papel impreso y de espacio digital destinado al controversial asunto del regreso de los niños a las escuelas. Este asunto no se reduce a una simple orden de la autoridad, pues son varios y muy complejos los escenarios que rodean las condiciones de una escuela y antes debe quedar claro que el mayor bien que cualquier gobierno bajo la luz de su Constitución tiene la obligación de tutelar, es el bien de la vida humana.

Al concluir la vida ya nada tiene solución. Continuar viviendo implica que todavía hay esperanza de resarcir daños, de recuperar y nivelar rezagos educativos, curar heridas colectivas, aliviar las dolencias del alma como experiencias que deben servir de aprendizajes sociales y políticos, económicos y científicos, familiares y humanos, éstos últimos pensados desde el autoconocimiento, la autorregulación, la conciencia social, la solidaridad, la colaboración, la responsabilidad, la toma de decisiones, la actuación dentro de un marco social del cuidado del otro, de la protección mutua.

Entre la Unicef, la Unesco y la OMS, encontramos una serie de observaciones que abordan diversos puntos de vista, riesgos, consecuencias, posibilidades. Igual ocurre en los distintos gobiernos del mundo cuyas experiencias son diferentes en apariencia pero similares en el tema central. La clave está en no aferrarse a un criterio parcial que ignore el contexto de la situación y olvide el principal bien que debe protegerse.

Es cierto que los niños y los adolescentes tienen la necesidad de convivir con sus iguales, de salir del círculo psicológico impuesto por sus padres para tomar sus propias decisiones y percibir sus propias impresiones del mundo poniendo en juego sus emociones en contextos reales ajenos al hogar. En la adolescencia, por ejemplo, existe una tensión entre sus instintos y deseos de salir, hablar, moverse, gritar, saltar, hacer travesuras… y no poder hacerlo por estar en casa bajo la vigilancia de sus padres, sin interés por los deberes escolares.

Todo mundo está consciente de que la pandemia ha cambiado la vida de los niños, niñas y adolescentes. Sin ir a la escuela o salir al parque a jugar, practicar algún deporte, ir al cine o reunirse con sus amigos allegados, corren el riesgo de caer en el estrés y la ansiedad, sobre todo si las relaciones familiares no son compensatorias (“Pandemia, niños y adolescentes”, 25/Nov/2020).

Los padres han sufrido un giro en sus responsabilidades con los hijos, que algunos no han podido superar. Tenerlos en casa todo el tiempo, para los padres significa una experiencia que les reclama períodos extensos de una relación familiar desgastante. Y no debiera ser así. Sin embargo, a lo largo de estos meses de pandemia hemos visto de todo. Quejas por la mala convivencia, estrés y angustia, violencia y hasta divorcios que naturalmente afectan grandemente a los menores.

En la gran mayoría de los países del mundo, los niños no han ido a la escuela en casi un año. Cada país, cada región, cada comunidad ha tenido que tomar sus propias medidas para mantener el aprendizaje de niños, adolescentes y jóvenes al mismo tiempo que cuidan de su salud física y emocional, como una necesidad apremiante derivada de la contingencia mundial.

El 25 de noviembre pasado, en esta misma sección, en el artículo “Pandemia, niños y adolescentes”, comenté que la escuela es un foco potencial de contagios y es por ello que en el mundo las clases presenciales han estado suspendidas. No ocurre lo mismo en un centro de trabajo en donde concurren adultos en número limitado y la empresa puede exigir el cumplimiento estricto de reglas sanitarias, como guardar la sana distancia, usar cubrebocas y careta, lavarse las manos de continuo, controlar la temperatura, dictar medidas y protocolos de asistencia o roles de guardias, entre muchas otras prevenciones recomendadas.

Pero la escuela es otra cosa. En una escuela pública confluyen cientos de menores de todos los estratos sociales, de todas las costumbres, con religiones diversas, economías medias hacia abajo, que recorrerán las distancias de sus hogares a la escuela todos los días. Traerán de su hogar a la escuela, pero luego llevarán de la escuela a sus hogares lo que recojan durante el horario escolar.

Con los alumnos es bastante complicado forzar la aplicación de las medidas preventivas, cuestión que comprenden perfectamente bien los padres y madres de familia. ¿Cómo obligar a un niño inquieto a que conserve el cubrebocas todo el tiempo que esté en la escuela y en su recorrido al hogar? ¿Cómo instarlo a no acercarse demasiado a los demás, si lo más común es verlos abrazados compartiendo sus cuitas, dulces, alimentos y quizá hasta los cubrebocas?

Muchas escuelas no tienen los servicios sanitarios adecuados, con suficiente agua limpia; ni gozan de ingresos propios que les permitan comprar diariamente bastante jabón, gel, termómetros, adecuar el mobiliario, tener suficientes cubrebocas para las muchas emergencias que con toda seguridad se van a presentar en el transcurso de la jornada escolar. ¿Qué hacer con los niños cuya religión les impide usar el cubrebocas? En este caso, más que la intervención del Sector Salud, damos paso a la Comisión de Derechos Humanos.

Las escuelas pueden ser el epicentro de los contagios y su extensión masiva ¿Qué pasará con las infecciones de Covid-19 cuando por alguna razón no se descubran a tiempo en la escuela? Se desconoce la verdadera incidencia del COVID-19 en niños debido a la falta de realización generalizada de pruebas de detección. La evidencia reciente sugiere que, en comparación con los adultos, es probable que los niños tengan cargas virales similares en nariz y garganta, lo que puede propagar el virus a otras personas con bastante rapidez (cdc.gov, 22/03/21).

El fin primordial que debe protegerse es la vida como el valor fundamental de la humanidad y de toda sociedad. Para lo demás siempre habrá tiempo. Aun cuando los alarmistas aleguen una generación académicamente perdida, les recuerdo que México ha generado varios escenarios similares y que no han sido por proteger la vida. En cambio, esta interrupción tiene consecuencias sanitarias (proteger el contagio masivo de niños, padres y maestros), contra las implicaciones educativas (modelos improvisados de enseñanza a distancia), personales (carencia de socialización) y familiares (ampliar la brecha de la desigualdad en muchas familias).

gnietoa@hotmail.com

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