jueves, 18 de marzo de 2021

El amigo del parque

 TEPE


Por Fernando Hernández Flores* 


Vivía muy a gusto con la familia que desde pequeño me adoptó. Recuerdo aún a mi madre y a mis cuatro hermanitos. Aquella imagen donde unos abrimos los ojos más rápido que los otros, me llena de cierta nostalgia. No supe quiénes eran nenas y quienes nenes. Era una casa grande y bonita donde nací. A los pocos días, una niña y su mamá fueron a vernos y decidieron llevarme para su casa. No me pude resistir, pero si sentí feo que me separaran de mis hermanos y mi madre. Mi mamá no tuvo la oportunidad de decirme: - ¿Quién era mi padre?  

Llegué al nuevo hogar, recibí mucho cariño y buenas atenciones. Al principio, mi comida estaba siempre sobre una cosa de plástico. Con el tiempo entendí que yo tenía un plato para los alimentos y otro para que tomara agua o leche. ¡Qué delicioso comía y no había quien me interrumpiera! De vez en vez, movía la cola y me chiqueaba con mi dueña para que me sacaran de paseo. Ella junto con su mamá me llevaba a un parque, un día a la semana. 

En aquel parquecito encontré a unas amistades que tienen cola como yo, pero ellas se trepan en los árboles. Esas amistades –parientes lejanos o cercanos - son muy risueñas porque durante el día se la pasan pelando los dientes. Yo quise subir para saludarlas pero me resbalaba en el árbol y zas, caía. Mi pequeña dueña le daba harta risa, porque así me daba los porrazos, inmediatamente como loco me levantaba y les gritaba: - ¡Bájense, bájense! Yo creo no entendieron mi idioma. 

Un día, otra niña le jaló el cabello a mi dueña y me molesté muchísimo. Por lo que, me le fui encima y la tiré. Creo que le lastimé su bracito o algo porque se puso a llorar bien fuerte. La mamá de mi dueña se disculpó con la familia de la niña que lastimé. Ese día se enojaron conmigo, porque al llegar a la casa no me dieron de comer, ni de tomar nada. Por más que lloré nadie me escuchó o se hicieron a propósito.  

Al otro día, muy temprano la señora de la casa me encerró en una caja y me subió a un coche. Después, en un lugar desconocido me dejó amarrado en una rama de un árbol. Se fue y quedé abandonado. De pronto pasó un joven y me desató. Me dio de comer algo pero también, se fue. Caminé por horas y llegué al parquecito. Mis hermanas, que les llaman ardillas, estaban ahí en los árboles. ¡Me puse contento! Sin embargo, me dio hambre y no tenía ni platos donde comer. Vi que las ardillas bajaban a donde estaban unos botes de basura y encontraban comida. Es así que decidí ir hacia allá. Por un rato calmé mi hambre, pero tuve que tomar agua de un charquito que descubrí. Así pasé unos días y dormí a la intemperie. La gente que va al parquecito de vez en cuando me invita de su comida. Me llaman por distintos nombres: capuchino, bambi, bambú, xoloitzcuintle. 

En cierto momento seguí a una familia a ver si me adoptaban. Al tratar de atravesar la carretera, un automovilista no puso atención al manejar y me lastimó mi piernita. Lloré al ver la sangre y al notar que me provocó una fuerte herida en mi patita trasera. Solo la lamí un poco y el dolor aumentaba. Así pasé varios días y la gente me veía pero nadie me llevaba con un médico de perritos.  Hasta que pasó una joven y me acaricio. Traía una correa, me la puso y me llevó a su hogar. Ella me dio un gran baño en su hogar y empezó a curarme. Dejé que hiciera eso por mi salud, lo cual le agradezco mucho. Aún no sé si me va adoptar, pero por lo pronto tengo donde comer, donde dormir y alguien que me está cuidando y eso si vale mucho. Soy tu amigo del parque. 

(*) Escritor veracruzano originario de un rincón del Totonacapan.  


Correo: venandiz@hotmail.com Twitter: @tepetototl

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