Marcelo Ramírez Ramírez
Conocí
a Jesús Jiménez Castillo el año de 1979 en la Delegación de Educación de
Veracruz, donde él trabajaba y a la que yo me integraba como colaborador del
doctor Gonzalo Aguirre Beltrán. Con Jesús la relación de trabajo fue cordial
desde el primer momento; había en él un ánimo de colaboración que quisiéramos ver
en todos los servidores públicos; le interesaba principalmente la solución de
los problemas, no quedar bien con los superiores, por eso, cuando era necesario,
defendía el punto de vista que creía correcto. Pronto la relación laboral dio
paso a la amistad y, desde entonces, Jesús Jiménez fue para mí un amigo con el que
coincidía y disentía, en una comunicación que siempre tuve en la mayor estima y
que me dejó la certeza de haber tenido, en esta vida, un compañero con quien podía
compartir dudas y esperanzas.
Las
buenas cualidades personales de Jesús Jiménez, no pasaron inadvertidas para el
doctor Aguirre Beltrán y, del modo más natural, Jesús pasó a ser parte del
grupo de amigos íntimos de Don Gonzalo. Generalmente los sentimientos amistosos
se dan entre personas de la misma edad, que comparten metas y aspiraciones;
esta vez fueron intereses esenciales y una afinidad de caracteres más honda, lo
que, por encima de la diferencia de edades, hizo surgir el vínculo afectivo.
El
trabajo no le impidió a Jesús Jiménez continuar estudiando; no se aletargó con
el ritmo burocrático, ni se conformó con ser un contador competente en el
manejo de los números, le interesaban los problemas sociales que venían en
avalancha con la llegada de la globalización y realizó estudios de posgrado,
obteniendo el doctorado en Historia y estudios regionales, con la tesis El
discurso político de la modernización. Con sus alumnos en la escuela de
economía, cumplió su papel de enseñar, motivar y orientar la investigación con
sentido social, como corresponde al espíritu universitario. Maestro por
vocación, Jesús Jiménez compartía con alumnos y amigos, lecturas que
consideraba indispensables o una distracción conveniente para escapar de las
tensiones cotidianas.
Con Jesús Jiménez, Reynaldo Ceballos
Hernández, José Benigno Zilli Mánica, Ventura Peña Bello, Marcelo Ramírez,
Octavio Castro López, Javier Ortiz, Themis Ortega Santos, Lucila Galvan, Héctor
Sergio Ferreira Arellano, apoyados decididamente por el profesor Ramón G.
Bonfil, a la razón presidente de la Academia Mexicana de la Educación, nació en
nuestro estado la Sección Veracruz de dicha academia el año de 1981. Algunas
ocasiones, las reuniones de nuestro grupo se hacían en la casa del profesor
Rafael Arriola Molina, quien, junto con el doctor Aguirre Beltrán, nos habían
alentado a dar vida a esta institución pensada para impulsar la participación
del magisterio en la discusión de los problemas educativos del país. Después
del desayuno, durante el cual, gracias a las anécdotas de la vida pública,
contadas por Don Rafael con desparpajo y picardía, nos enterábamos de las
formas, unas graciosas, otras grotescas, las más audaces e ingeniosas y no
pocas alimentadas sólo por la mala pasión del poder que se practicaban en la
política, pasábamos al comentario de asuntos diversos, además de los
relacionados con la política educativa; estos diálogos daban a conocer los
intereses e inclinaciones personales de los asistentes. El profesor Arriola Molina,
después de un tiempo de observar al grupo, llegó a valorar y estimar a Jesús
Jiménez, de quien me dijo era “una persona inteligente, integra y sencilla”,
juicio que recojo aquí, porque expresa la convicción de alguien que había
aprendido a distinguir el mérito de las apariencias.
En su hogar, Jesús Jiménez nos recibió
a sus amigos incontables veces por los más variados motivos. Enseñó a su esposa
el arte de la cocina tuxpeña y, así, conocimos platillos como la zaragalla y
otros, acompañados del vino apropiado. Jesús compartía su mesa con generosidad
y su sonrisa algo tenue y sincera.
Un
día, hace más de una década, nuestro amigo Jesús Jiménez fue llevado de
emergencia al Centro de Especialidades Médicas; le diagnosticaron un mal
incurable y el médico, cuyo nombre no recuerdo ni deseo recordar, le dijo con
fría y falsa actitud profesional: “arregle sus asuntos, porque le quedaban máximo
seis meses de vida”. Jesús lo escuchó, como lo hacía con todo mundo, con
atención respetuosa y al terminar el médico su breve e inapelable diagnóstico,
le contestó:
“Doctor, eso
es lo que usted dice; voy a ver qué es lo que dice Dios”. Así me lo contó el
amigo y así lo consigno. A partir de esa fecha empezó su lucha heroica,
impregnada de amor a la vida. Logró su doctorado, conoció a sus nietos,
disfrutó logros académicos de sus hijos y fue, hasta el final de sus días, más
de doce años después de aquel fatídico anuncio, un sólido pilar que mantuvo la
unidad de la familia al lado de su esposa, la estimada maestra María del Carmen
García Cuevas, que le dio dos hijos, Jesús y Manuel.
El
día 26 de septiembre, mes de la Patria, nuestro amigo Jesús Jiménez Castillo
partió al lugar de lo desconocido. Los miembros de la Academia mexicana de la
educación, sección Veracruz, de la que fue su tercer presidente, le expresamos
aquí nuestra lealtad a su recuerdo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario