lunes, 1 de marzo de 2021

Adiós a un amigo

 

 

Marcelo Ramírez Ramírez

 

Conocí a Jesús Jiménez Castillo el año de 1979 en la Delegación de Educación de Veracruz, donde él trabajaba y a la que yo me integraba como colaborador del doctor Gonzalo Aguirre Beltrán. Con Jesús la relación de trabajo fue cordial desde el primer momento; había en él un ánimo de colaboración que quisiéramos ver en todos los servidores públicos; le interesaba principalmente la solución de los problemas, no quedar bien con los superiores, por eso, cuando era necesario, defendía el punto de vista que creía correcto. Pronto la relación laboral dio paso a la amistad y, desde entonces, Jesús Jiménez fue para mí un amigo con el que coincidía y disentía, en una comunicación que siempre tuve en la mayor estima y que me dejó la certeza de haber tenido, en esta vida, un compañero con quien podía compartir dudas y esperanzas.

 

Las buenas cualidades personales de Jesús Jiménez, no pasaron inadvertidas para el doctor Aguirre Beltrán y, del modo más natural, Jesús pasó a ser parte del grupo de amigos íntimos de Don Gonzalo. Generalmente los sentimientos amistosos se dan entre personas de la misma edad, que comparten metas y aspiraciones; esta vez fueron intereses esenciales y una afinidad de caracteres más honda, lo que, por encima de la diferencia de edades, hizo surgir el vínculo afectivo.

 

El trabajo no le impidió a Jesús Jiménez continuar estudiando; no se aletargó con el ritmo burocrático, ni se conformó con ser un contador competente en el manejo de los números, le interesaban los problemas sociales que venían en avalancha con la llegada de la globalización y realizó estudios de posgrado, obteniendo el doctorado en Historia y estudios regionales, con la tesis El discurso político de la modernización. Con sus alumnos en la escuela de economía, cumplió su papel de enseñar, motivar y orientar la investigación con sentido social, como corresponde al espíritu universitario. Maestro por vocación, Jesús Jiménez compartía con alumnos y amigos, lecturas que consideraba indispensables o una distracción conveniente para escapar de las tensiones cotidianas.

 

          Con Jesús Jiménez, Reynaldo Ceballos Hernández, José Benigno Zilli Mánica, Ventura Peña Bello, Marcelo Ramírez, Octavio Castro López, Javier Ortiz, Themis Ortega Santos, Lucila Galvan, Héctor Sergio Ferreira Arellano, apoyados decididamente por el profesor Ramón G. Bonfil, a la razón presidente de la Academia Mexicana de la Educación, nació en nuestro estado la Sección Veracruz de dicha academia el año de 1981. Algunas ocasiones, las reuniones de nuestro grupo se hacían en la casa del profesor Rafael Arriola Molina, quien, junto con el doctor Aguirre Beltrán, nos habían alentado a dar vida a esta institución pensada para impulsar la participación del magisterio en la discusión de los problemas educativos del país. Después del desayuno, durante el cual, gracias a las anécdotas de la vida pública, contadas por Don Rafael con desparpajo y picardía, nos enterábamos de las formas, unas graciosas, otras grotescas, las más audaces e ingeniosas y no pocas alimentadas sólo por la mala pasión del poder que se practicaban en la política, pasábamos al comentario de asuntos diversos, además de los relacionados con la política educativa; estos diálogos daban a conocer los intereses e inclinaciones personales de los asistentes. El profesor Arriola Molina, después de un tiempo de observar al grupo, llegó a valorar y estimar a Jesús Jiménez, de quien me dijo era “una persona inteligente, integra y sencilla”, juicio que recojo aquí, porque expresa la convicción de alguien que había aprendido a distinguir el mérito de las apariencias.

 

          En su hogar, Jesús Jiménez nos recibió a sus amigos incontables veces por los más variados motivos. Enseñó a su esposa el arte de la cocina tuxpeña y, así, conocimos platillos como la zaragalla y otros, acompañados del vino apropiado. Jesús compartía su mesa con generosidad y su sonrisa algo tenue y sincera.

 

Un día, hace más de una década, nuestro amigo Jesús Jiménez fue llevado de emergencia al Centro de Especialidades Médicas; le diagnosticaron un mal incurable y el médico, cuyo nombre no recuerdo ni deseo recordar, le dijo con fría y falsa actitud profesional: “arregle sus asuntos, porque le quedaban máximo seis meses de vida”. Jesús lo escuchó, como lo hacía con todo mundo, con atención respetuosa y al terminar el médico su breve e inapelable diagnóstico, le contestó:

“Doctor, eso es lo que usted dice; voy a ver qué es lo que dice Dios”. Así me lo contó el amigo y así lo consigno. A partir de esa fecha empezó su lucha heroica, impregnada de amor a la vida. Logró su doctorado, conoció a sus nietos, disfrutó logros académicos de sus hijos y fue, hasta el final de sus días, más de doce años después de aquel fatídico anuncio, un sólido pilar que mantuvo la unidad de la familia al lado de su esposa, la estimada maestra María del Carmen García Cuevas, que le dio dos hijos, Jesús y Manuel.

 

El día 26 de septiembre, mes de la Patria, nuestro amigo Jesús Jiménez Castillo partió al lugar de lo desconocido. Los miembros de la Academia mexicana de la educación, sección Veracruz, de la que fue su tercer presidente, le expresamos aquí nuestra lealtad a su recuerdo.

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