Ángel David Hernández Ruiz
Mi propio deseo de saber de la vida me llevaba a
hacerme preguntas y a buscar la experiencia de los más viejos. Ser viejo es en
algunas culturas un honor, porque se reconoce que son los más sabios, los más
prudentes y la liga más tangible hacia los antepasados, dueños de la tradición
familiar y de la comunidad. En este sentido, las actividades de mi madre no
dejaban de asombrarme, por la tenacidad con la que las realizaba y porque me
recordaba a mi abuela, su mamá: preocupona, mandona, controladora, ordenada, y
bla bla bla. Consciente estaba yo de que la herencia y la cultura se imponían
en la manera de ser de alguien; me preguntaba, al recordar a la abuela, si mi
madre también traía esos “genes” tan definidos y descubrí que sí. Un día le
dije, “mamá, ¿por qué no escribes sobre las lecciones de vida que has
aprendido?”, no supe si me ignoró o simplemente no me escuchó, con eso de que a
veces solo escuchaba lo que le convenía. “Si mamá, algo de lo que has aprendido
y que pudieras compartir con nosotros”; yo, esperanzado de que me diera alguna
pista de mí mismo, “mira, escribe sobre tu filosofía de vida, tu experiencia
sobre cómo vivir una vida plena”, y me volvió a ignorar. Me resigné.
Ella siguió en sus lecturas,
en sus clases y escritos, creaba un mundo a su alrededor muy de ella, nunca
supe por qué no le motivaba hablar de la parte íntima de sus pensamientos y
emociones, es decir, sobre vivir su vida. Eso sí, nos habló con su ejemplo, de
ahí cada quien podría haber deducido las respuestas a mis preguntas que ese día
no encontraron eco.
Por supuesto no es mi
intención intentar descifrar ahora ese misterio, no hace falta, pero me
pregunto ¿qué hubiera dicho si hubiera querido contarme al respecto?, como
chamana, alrededor de una fogata en una noche oscura, platicando sus anécdotas
a sus descendientes, haciendo ritos y magia con polvos y con movimientos de
manos, convocando a los espíritus de sus ancestros y empezando a decir: “la
vida es misterio, que se vive un día a la vez, no importa cuántos planes hagas,
solo lo podrás vivir en el tiempo presente, el pasado yace muerto entre los
recuerdos, el futuro aún no ha nacido”, y arrojando piedrecillas de cristales
al fuego para hacer volar humaredas azules y verdes, brillos intensos de sales
de sodio o sonidos realizados con un tambor y sonajas prehispánicas. Tal vez
hubiera sido así, si hubiera querido hablar, o contar, o escribir sobre qué es
la vida y cómo se logra su plenitud.
Tal vez hubiera podido escribir algo así como
“consejos para cuando seas anciano”, o “cómo enfrentar las vicisitudes de la
vida”, o “el estilo de envejecer”; no lo sé, lo que sí creo es que mi madre
estuvo fuera de época siempre, primero innovando, luego constantemente activa y
al final muy enfocada en su vida literaria.
Por alguna razón no escribió
sobre eso. Inclusive no le gustaban los libros de Coelho, simplemente de un
jalón me regaló los tres que poseía. Y no obstante, me enseñó a no perder la
visión sobre mí mismo, aun sin decírmelo, a no rendirme en la búsqueda de mí
mismo, aunque a veces, confieso, sus actitudes me parecían una piedra en el
zapato, me empujó tanto que tuve que vivir lejos, para, como dice mi hija
Tania, poder ver las cosas de cerca, como si con su celosa actitud hacia sí
misma, me dijera: “observa, tú no eres quien crees que eres, sigue tu
búsqueda”. Así, a veces con regaños y a veces ignorándome, me dio una tarea más
bien sagrada, digna de una ceremonia tolteca entre pirámides y el sombrío sonar
de los huehuétl y teponaxtles: me dio mi tarea de vida.
Así
que honro su vida y honro su muerte, que no son otra cosa que transmutaciones
de energía, como la música, como el canto, como la danza cósmica de los
chamanes. Y la honro al buscar mi propia definición de vida, como lo hizo ella
con la suya, y quien sabe, en algún momento, cuando no exista medida del
tiempo, quizá nos encontremos en el más allá y nos sentemos a platicar sobre la
vida y las lecciones sobre cómo vivirla, y entonces le pueda yo contar un par
de cosas de las que he aprendido y ella sonría dichosa de haber resultado yo,
finalmente, un buen alumno.
Laguna Verde, Veracruz, 3 de
agosto del 2016
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