miércoles, 7 de septiembre de 2016

Ave de blanco plumaje

Samuel Nepomuceno Limón.

Conocí a la profesora Aurora Ruiz Vázquez en el ciclo escolar de diciembre de 1967 a junio de 1968, durante el ajuste del calendario escolar de febrero-noviembre al actual de septiembre-julio. En aquel entonces ella laboraba en la Escuela Normal para Educadoras, parte de la Escuela Normal Veracruzana Enrique C. Rébsamen, hoy Benemérita, de la capital del estado. Su lugar de trabajo era el Laboratorio de Material Didáctico. En ese espacio ponía su esfuerzo, ánimo y creatividad en el diseño y elaboración de materiales que emplearían las educadoras del jardín de niños anexo a la escuela y las educadoras en su formación profesional. Del Laboratorio salían títeres y pequeños teatros de guiñol, rompecabezas, juegos didácticos para encaje, distinción de figuras, colores, texturas y tamaños; pequeños pizarrones de caballete, franelógrafos, estereotificones, así como diversos objetos con propósito educativo, confeccionados en tela, esponja, madera, fieltro, y varios otros materiales y dispositivos. Aurora era la encargada, y tenía como compañeros a educadoras como Concepción Acuña Rivadeneira, Elia Forzán Pérez, Blanca Rosa de Williams, Celia Sánchez de S., un señor, don Jerónimo, entre otros.
… Hemos de reconocer que en aquella época la función de extensión en la escuela normal era rica en los renglones artístico y deportivo. La parte editorial se desenvolvió más tarde, y después las revistas Didacta y Centenario contribuyeron en dicho desarrollo. Por su lado, la función de la docencia, dada la naturaleza y fin de la institución, era la más favorecida. En tal entorno, la escuela logró un crecimiento y desarrollo que la ha distinguido entonces y ahora en el contexto educativo estatal y nacional. Estoy seguro de que si se hubieran dado las oportunidades ofrecidas actualmente por el desarrollo cultural xalapeño, la maestra Aurora habría incursionado exitosamente desde entonces en la narrativa. Pero todo ocurre a su tiempo. Tuvo que haberse acogido al beneficio de la jubilación para disponer libremente de su espacio y su calendario. Y así, creció y creció en un horizonte donde las letras habían permanecido latentes. Se dio al estudio y, paralelamente, al ejercicio de la escritura, y a sus años, el conocimiento, entusiasmo, la lucidez y la energía que desplegaba dieron luz y belleza a las líneas que dieron fe de sus habilidades y dejó para la posteridad.
   El arte de la escritura, como cualquier otro, requiere entrega. Exige práctica, mucha práctica. Aurora tenía la virtud de la constancia, al lado de otras muchas, integradas en su naturaleza de mujer, de ser humano, lo cual contribuyó a su constante crecimiento como persona.
   Un tanto como espectadores, resulta agradable ver la evolución de una mujer que, sin descuidar sus funciones de índole familiar ni las ligadas a su relación laboral, hizo de la creatividad primero, y de la expresión, después, uno de los motivos de su existencia. Una vez alcanzadas las metas relativas al trabajo institucional, su intelecto pedía nuevas oportunidades de desarrollo, y las obtuvo dedicándose al estudio de autores reconocidos en la literatura universal, así como al noble ejercicio de la escritura. Al encontrar el camino para la publicación de sus obras tenía ya nuevos destinatarios para su narrativa. Escribía, por una parte, para dar curso y orden a sus pensamientos y palabras, en lo íntimo de su intelecto, y por la otra, para comunicar esos mismos pensamientos y palabras a los demás. Esos demás, esos otros, somos quienes disponemos ahora del agrado de leer y releer su obra escrita. Además de sus líneas literarias, nos dejó su ejemplo de constancia, de esfuerzo, de voluntad, todo ello sobre una férrea base de fortaleza, de entusiasmo y alegría por la vida.
   Aurora Ruiz Vázquez vive en el recuerdo de todos quienes la amaron, y también entre las páginas de sus libros. Ni la enfermedad ni la edad la doblegaron. Hizo todo a su tiempo. Fue una buena maestra, una gran compañera, una madre cariñosa, amiga de las letras y de la pluma y, ante todo, una gran mujer, un ingente ser humano.



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