Izchel Hernández Hernández
Mi
bisabuelita era maravillosa, dulce, amable, cariñosa y, sobre todo, única. Era
una de mis personas favoritas, lo que más me gustaba de ella era su pasión por
la lectura, que yo compartía con ella. Aunque también fue una gran escritora lo
que más le gustaba era comprar y leer libros. Así pues, ella, junto con mi mamá
y mi abuela, me fueron introduciendo a la lectura a tal punto en que a los 10
años podía leer libros recomendados para unas edades más altas con bastante
facilidad. Gracias a ella puede obtener más libros, además me beneficié de sus
consejos y recomendaciones literarias.
Tanto se dio cuenta de que compartíamos
ese gusto por la literatura que al publicar su primer libro me regalo un
ejemplar; este era un libro que solo estuvo al alcance de sus hijos y algunos
nietos; desde ese momento siempre tuve a la mano los libros que llegó a
publicar.
En mi primaria, “la práctica anexa”,
existió un circulo de lectura entre algunos compañeros del plantel que tenía
como finalidad promover el hábito en la lectura; en una de las actividades el
profesor nos preguntó si alguna vez habíamos conocido a un escritor por lo que
respondí que había una en mi casa. El maestro me preguntó si había alguna
posibilidad de hacerle una entrevista, por lo que arreglamos todo y se hizo. El
resultado de esta experiencia fue que todos disfrutamos esa actividad,
aprendimos cosas y pusimos en práctica algunos conocimientos. Así como este
recuerdo hay muchos más, otro de mis favoritos fue cuando llegaron de la
imprenta su último libro Sólo recuerdos.
Al llegar le brillaron los ojos, orgullosa y emocionada de ver su trabajo. En
los días siguientes, cada vez que alguien llegaba a la casa para visitarla lo
primero que comentaba era que su libro ya estaba impreso.
Todos los años al llegar la filu o la Feria de Libro Infantil y
Juvenil hacía una lista con todos los libros que quería o necesitaba para así
poder ir y comprarlos, incluso a veces le llevábamos libros extras que leía con
mucha curiosidad para después comentarnos sobre ellos y a partir de eso hacer
una reseña.
Estar con ella todas las tardes era algo
muy entretenido. Más de una ocasión tuvimos la oportunidad de hacernos compañía
mutuamente, aunque ella estuviera leyendo un libro y yo estuviera en la
computadora. Yo era su Cajita de
herramientas, cuando se tenía que quedar con alguien por diversas situaciones,
en las primeras personas que pensaba era en mi abuelita y en mí. Así pues se
volvió una rutina tener la compañía de la otra desde que yo llegaba de la
escuela hasta la hora en la que me iba a dormir. Regularmente, después de comer,
tomaba una siesta, aunque en otros casos se iba a su computadora a revisar
algún documento que tuviera pendiente, ahí se pasaba el resto de la tarde hasta
que pedía ir a su cama alrededor de la medianoche. En las mañana al terminar de
desayunar iba a su escritorio y comenzaba nuevamente la rutina.
Mi
bisabuelita se ha ido, pero nos dejó como sus recuerdos los libros que llegó a
publicar además del tiempo que disfrutamos en su compañía. Así como también la
pasión y entrega que ponía al elaborar cada trabajo, su gusto de hacer las
cosas bien a pesar de que en algunas ocasiones esto no es lo más fácil, entre
muchas otras cosas más.
Bisabuelita,
siempre te recordaremos a través de las palabras y cada vez que algún hijo,
nieto o bisnieto abra alguno de tus libros sentirá tu presencia y cómo, desde
donde quiera que estés, le narrarás tus historias.
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