miércoles, 7 de septiembre de 2016

Persona en desarrollo

Aguasol

Al mirar el paisaje cada día podemos advertir la diversidad de colores que nos ofrecen las flores, los árboles, las nubes, la tierra, las montañas, los animales, los edificios, también vemos en las personas, sus interacciones, costumbres y tradiciones. La diversidad está presente en todo y también cuando hablamos de niños. ¿Por qué entonces muchos maestros se empeñan en planear la misma clase para todos? ¿Por qué  se esperan los mismos logros de aprendizaje?
Solamente hay que asomarse a un salón de clases de preescolar, primaria o secundaria para advertir que cada alumno es único, cada uno con sus condiciones personales que lo caracterizan: edad, sexo, estatura, color de piel, intereses, lengua, religión, condiciones de salud, experiencia escolar. Cada uno tiene su historia personal, pertenece a una familia peculiar en una comunidad específica, además cada uno tiene su propio estilo y ritmo de aprendizaje. 
Entonces se requieren maestros que adviertan la diversidad de alumnos que hay en su aula para dar una respuesta pertinente con equidad y calidad, que enseñen con amor y sabiduría, que puedan crear ambientes de aprendizaje donde los alumnos interactúen con confianza y respeto, intercambien opiniones, reciban y den ayudas, que aprendan a convivir y practicar valores indispensables creando una cultura de paz, avanzando en la conceptualización de sus aprendizajes que les permita aprender para la vida.
La interrogante es ¿cómo lograrlo? Seguro que hay muchas respuestas, pero reflexiono y encuentro mucha luz cuando recuerdo las enseñanzas de mi primera maestra, mi madre: Aurora Ruiz. Con ella compartí el gusto por  la educación de los niños, en especial, por aquellos que se destacan del resto de su grupo de referencia ya sea por su conducta o comunicación, por un ritmo diferente para aprender, también están aquellos que se distraen con facilidad y olvidan las tareas, algunos más no se incorporan a las actividades, otros agreden a los compañeros o  toman lo que no es suyo, y por supuesto los que tienen alguna desventaja intelectual, motriz o auditiva. Pero también están aquellos niños sobresalientes que terminan primero sus tareas, resuelven los problemas matemáticos con rapidez y con diferentes procedimientos, creativos, con lenguaje elevado, propositivos, que quieren participar constantemente en la clase.
Mi madre, buscando respuestas, en 1943 recibió el comunicado de  la Dirección General de Educación  donde la comisionaron para  estudiar una especialidad sobre educación de Niños Débiles Mentales y Menores infractores en la Escuela Normal de Especialización, recién fundada, en la Ciudad de México, donde asistieron maestros de toda la República, ella  perteneció a la primera generación. El director de la escuela fue el doctor Roberto Solís Quiroga, quien tenía mucho entusiasmo, refería mi madre que les decía: “serán los primeros maestros especialistas de América Latina”. Mamá asistió al Primer Congreso de Educación Normal en  Saltillo, Coahuila, donde presentó una ponencia relativa a la urgente necesidad de preparar maestros especialistas para atender niños con discapacidad; el doctor Solís Quiroga, le motivo para afinar la mirada a esa población escolar que requería más ayuda.
En 1950 mi madre, ya casada con mi padre, el ingeniero agrónomo Rubén Hernández Félix, recibieron la propuesta del estado de Veracruz para fundar una escuela en San José de los Molinos, en las faldas del Cofre de Perote, era una escuela granja, destinada a recibir menores infractores con el objetivo de “reeducar y capacitar a los menores que habían delinquido, para llevar una vida digna y útil a la sociedad”; trabajar con alumnos difíciles seguramente requirió esfuerzo, compromiso y gran vocación, algunos de ellos mostraron rebeldía, burla, cinismo y altanería, pero como vivían en la escuela se establecieron reglas de convivencia y organizaron cada día de trabajo, los muchachos sembraban papa, maíz, haba, árboles frutales y hortalizas, también atendías las vacas, gallinas y los borregos (papá tuvo muchos que hacer con ellos). El proceso de enseñanza-aprendizaje era personalizado pues cada uno tenía requerimientos distintos (mamá ya tenía conocimientos para dar respuesta, buena actitud y mucha creatividad). Fue una gran experiencia en donde se concretó una práctica docente de una pareja sin igual, ella maestra, él agrónomo, y ellos, jóvenes necesitados de amor y límites, de motivación para hacer una vida digna. Sin duda, fueron un ejemplo a seguir para los nuevos maestros. Crearon una hermosa familia con todos los muchachos, se preocuparon por enseñar las nociones básicas de la lengua y las matemáticas, las ciencias y sobre todo el vivenciar la convivencia sana y de colaboración.
Al egresar de la Escuela Normal Veracruzana “Enrique C. Rébsamen” en Xalapa Veracruz, creí, como muchos jóvenes profesionistas, que mi preparación había terminado para ser una buena profesora de educación primaria, pero mamá dijo: —mijita, no es suficiente, tienes que prepararte más.
Entonces me llevó a la Ciudad de México, a la escuela Normal de Especialización, cómo ella lo hizo en su momento, me recomendó poner atención a mis clases y regresar con un título, así lo hice, el título dice: Licenciada en la Educación de Deficientes Mentales. Estudiar en varios veranos fue una experiencia enriquecedora, conocí muchos compañeros de toda la República mexicana, tuve grandes maestros, entre ellos la doctora Margarita Gómez Palacio Muños, quien era responsable de la Dirección General de Educación Especial, ella fue alumna de Piaget, lo que le permitió vivenciar con el maestro la teoría psicogenética, en clase nos ofrecía textos diversos que estudiábamos con interés. Ella confiaba que sus alumnos serían los promotores del constructivismo en las aulas de todo el país. Se paraba al centro del estrado y alzando las manos nos decía con énfasis: —Acción, acción, operación…
Nos invitó a reconocer que la teoría es indispensable para hacer una práctica sustentada y reconocida.
         En los 38 años de servicio como maestra de Educación Primaria,  encontré  la oportunidad de  aplicar metodologías diversificadas y crear espacios de expresión para mis alumnos. Procurando un ambiente lúdico y diseñando actividades pertinentes en correspondencia a su nivel de conceptualización. Conocí niños como José Luis, que se tiraba al piso y no quería trabajar, fue necesario favorecer el diálogo, la autoestima, negociar reglas y poner límites claros para la convivencia,  enseñarlo a regular su conducta, tomar conciencia de cómo ayudar a otros niños y no molestarles y darse cuenta de todas las posibilidades que tenía.
Gracias mamá, por recordarme que lo bello del quehacer docente es mucho más que una buena intención, no basta con querer hacer las cosas, hay que saber hacerlo, continuar preparándose, atreverse a innovar. Y también es indispensable el saber ser, convivir, hablar, escuchar; procurar que todos aquellos con los que nos cruzamos encuentren un remanso de agua fresca en nuestra presencia, una luz que ilumine aunque sea por un momento su camino, una oportunidad de crecer juntos, la posibilidad de tocar una vida y hacer la diferencia.

Hoy que reflexiono sobre la vida de mi madre encuentro un especial interés de influir en mi vocación y también el cuidado de  permitirme crecer como una persona única e irrepetible,  tan parecida a ella; no solo físicamente, con el cabello blanco y los rizos bien peinados, sino también con ideas, pensamientos y gusto perecidos: por las batas, blusas, zapatos y flores, ahora entiendo que nunca se acaba el tiempo de aprender, crecer, proyectar e innovar, porque somos personas en desarrollo, desde el nacimiento hasta el último día.

No hay comentarios: