Adán
Delgado
La literatura
es una forma de vida
Sándor Márai
¿Cómo
es que se escribe? Regularmente como respuesta a esta pregunta escuchamos
metáforas extrañas o abstracciones cripticas que le dan a la escritura una fama
de truco de magia, de arte secreto. A esas definiciones se les escapa que la
escritura es, en principio, un oficio. Un oficio formado por tareas concretas,
manuales y sencillas, que sirven de soporte para el trabajo intelectual y para
el arte.
Aurora,
que fue antes que escritora una lectora empedernida, y mucho antes que eso
maestra, fundadora de escuelas, comerciante, conductora de televisión y
pintora, no ignoraba que el oficio de escribir se aprende y se ejerce todo el
tiempo. Sabía también que las reglas de todo oficio se pueden ajustar a las
características de su ejecutante, así que fue formando, con la asistencia de
buenos maestros, un método que se ajustara a sus propios intereses y
posibilidades.
El
primer requisito para escribir es leer. Leer todo lo que pase por nuestras
manos: el periódico, el boleto del camión y el recibo de la luz, por supuesto
los buenos libros, pero también los malos. La práctica constante de la lectura
va formando en el lector la capacidad de encontrar los lugares comunes, las
tramas previsibles o la sintaxis y el vocabulario pretenciosos; pero de igual
forma los personajes bien construidos, los versos naturales y las descripciones
más expresivas. Cuando comenzamos a tener nuestras sesiones literarias, lo que
ella llamaba generosamente “sus clases”, Aurora era ya una lectora refinada.
Había desarrollado desde hacía tiempo el gusto amplio y la perspicacia
necesaria para poder desechar lo mediocre y encontrar lo valioso.
Entre
las lecturas del aprendiz de escritor debería estar alguno de los muchos textos
con consejos de los grandes maestros, algún libro de ensayos de los que mucho y
bien han escrito, o los pesados libros de teoría y crítica literaria de nuestro
género preferido. De aquí se pueden sacar elementos no tanto para escribir sino
para corregir lo que escribimos; bien dice alguno de esos maestros que para
escribir es necesario saber usar muy bien ambos extremos del lápiz. La
capacidad de criticar, corregir, volver a criticar, volver a corregir y desechar
nuestros propios textos si no cumplen con un mínimo de calidad, es el primer
gran escalón que muchos aspirantes no logran subir. De Aurora puedo decir que
era crítica implacable consigo misma, no le daba oportunidad a la reseña
superficial o a la ausencia de nudo dramático; aunque sabiamente guardaba los
borradores para revisarlos tiempo después con la esperanza de que alguna buena
idea se encontrara en ellos, muchas veces desechó líneas sin compostura.
Es
fundamental que el aspirante a escritor encuentre sus primeros lectores: amigos
que le ayuden a detectar lo bueno y lo malo que a los propios ojos no aparece. Pero
recibir señalamientos o elogios requiere de cierto temple de carácter: es
necesario analizar con cabeza fría si los errores señalados son válidos o no, y
es indispensable recibir con pecho frío los halagos que por cariño nos harán
algunos. De ese tipo de amigos se rodeó bastante bien Aurora, estaba siempre
pendiente de que la leyeran, pedía ser analizada, quería escuchar a todo aquel
que tuviera algo que decir de sus textos, sabía que al final de cuentas la
literatura es una forma de contacto personal, de conocer a otros y que otros
nos conozcan.
¿Pero
hasta aquí no he dicho en concreto cómo se escribe, verdad? No puedo evitar
caer en la vanidad, que tanto crítico, de hablar con florituras del trabajo
sencillo y cotidiano que es la literatura. Para no darle más vueltas les cuento
cómo escribía Aurora.
Nuestras
sesiones comenzaban con la revisión de algún texto nuevo o las correcciones de
uno ya revisado. Leíamos en voz alta una reseña en trazos generales, el
borrador de un cuento o las ideas para una novela; marcábamos cada duda, cada
opción de fortalecer el texto, dejábamos de lado los errores ortográficos y de
sintaxis, esos se corregían en la versión final. A partir de esa primera
lectura teníamos una charla: hablábamos sobre lecturas similares, sobre cosas
de la vida, sobre las personas y con esos comentarios comenzaba a enriquecerse
ese texto. Aurora bien sabía que no sólo de literatura vive la literatura, sino
que sobre todo de vida se nutre.
Después
de eso leíamos el tramo de algún libro que le interesara o que yo le hubiera
recomendado para acompañar la escritura del texto en tratamiento. Leer en voz
alta nos daba la posibilidad de escuchar el ritmo, la verosimilitud de las
voces de los personajes, los tramos o descripciones inútiles; de todo ello
Aurora tomaba notas. Hacíamos pausas: “¿ya te fijaste en tal detalle?”, “mira
cómo cuenta tal cosa que viene”, “a ver, eso no lo entendí muy bien, volvamos a
leer”. Esta era mi parte favorita de nuestras sesiones, juntos disfrutamos, nos
enojamos o nos reímos; leer así provoca que la lo leído se vuelva nuestro.
Ahora
sí, la escritura. Esa venía después, a solas. Nuestra autora seguía leyendo
después de terminada la sesión, o cenaba
y se iba a la cama. Seguramente continuaba mascullando los temas, las técnicas,
los recursos, las personas y personajes de los que habíamos hablado. Por la mañana se sentaba a escribir en su rincón,
frente a la computadora. A lo largo del día recibía visitas con las que
compartía siempre: un hermano enfermo, un viaje, un consejo; cuidaba la
limpieza, pensaba en la comida, en sus hijos, en los proveedores de la casa,
todo eso mientras escribía. Así que en el momento de comenzar a teclear las
historias en la computadora, la mente de Aurora estaba cargada de mucho
material y sus manos se habían ejercitado ya muchas veces en el oficio. Así
escribía.
¿Verdad
que no hay magia en la escritura? Es sólo el ejercicio de varias pasiones: la
lectura, la conversación, la memoria y las ganas de contar. Todas estas son tareas
que nos acercan al mundo y a los demás. Porque Aurora, antes que escritora, que
lectora, que maestra o que pintora, era amiga. La escritura fue la forma en la
que quiso estar cerca de todos los que la rodeamos en sus últimos años, por eso
animaba a cualquiera a escribir: “si yo pude, tú puedes”, les decía. Espero que
estas líneas en algo ayuden al que quiere escribir y no se atreve, que le den
luz al que apenas comienza y que le muestren mi simpatía al que ya lo hace.
Espero con esto seguir su ejemplo y así hacerle el mejor homenaje a Aurora.
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